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Cruzando el desierto

Estudios Biblicos – Predicas Cristianas

“…Y te afligió, y te hizo tener hambre, y te sustentó con maná, comida que no conocías tú, ni tus padres la habían conocido, para hacerte saber que no sólo de pan vivirá el hombre, mas de todo lo que sale de la boca de Jehová vivirá el hombre…” (Deuteronomio 8:3)

Aun cuando llevemos tiempo de estar caminando tomados de la mano del Señor Jesús, es probable que aún así sigamos experimentando períodos difíciles en este trasegar cristiano que identificaremos como “desiertos”. “Desierto” son aquellas etapas de nuestra vida en las que, fruto de alguna situación imprevista, somos golpeados por situaciones incómodas en las que nuestra fe es probada y tal vez dejemos de orar, de leer la Palabra de Dios y, agobiados por el desánimo, dejemos de congregarnos y perdemos la pasión por lo espiritual. Permítame preguntarle  ¿Se ha sentido usted alguna vez así? De ser su respuesta positiva, quiero  compartirle algunas verdades bíblicas que le serán sumamente útiles. En caso de que su respuesta sea negativa, estará preparado para saber qué hacer si llegare a acontecerle.

La Biblia cuenta la siguiente historia con la que nos deja entrever la realidad de esos momentos difíciles y la actitud que podemos tomar al vivirlos:

El profeta Elías acababa de recibir un extraordinario respaldo de Dios quien se manifestó con hechos milagrosos al poner al descubierto las estratagemas de engaño de Satanás, el cual utilizaba líderes de maldad al servicio de Jezabel, la esposa del rey Acab (Puede leerlo en 1ºReyes 18:16-46).

Aquella hazaña realizada por el profeta fue un éxito rotundo. Sin embargo, transcurrido un tiempo relativamente corto – y cuando la alegría todavía debía embargar el corazón de este poderoso ministro del Señor, fue notificado sobre ciertas amenazas que se cernían contra su vida por parte de la reina Jezabel. La crónica sagrada registra de este modo la reacción del profeta ante tal situación:

“…Elías se asustó y huyó para ponerse a salvo. Cuando llegó a Berseba de Judá, dejó allí a su criado y caminó todo un día por el desierto. Llegó adonde había un arbusto, y se sentó a su sombra con ganas de morirse. “¡Estoy harto, Señor!—Protestó–. Quítame la vida, pues no soy mejor que mis antepasados…” (1 Reyes 19:3-4, NVI).

Muchas personas han enfrentado una situación parecida a la del profeta. de estarla pasando, usted no es el primero y, sin duda, tampoco será el último. Hace muchos siglos, preso de un estado de desasosiego, un hombre oró a Dios con las siguientes palabras:

“…Vuelve a mí tu rostro y tenme compasión, pues me encuentro solo y afligido. Crecen las angustias de mi corazón; líbrame de mis tribulaciones…” (Salmo 24:16-17, NVI).

Muchos hombres y mujeres quienes al igual que usted han deseado fervientemente vivir para Dios, experimentaron momentos sumamente complicados. La pregunta que nos ocupa es, ¿Por qué atravesamos esos tiempos tan difíciles en nuestro andar con el Señor?

Sin duda alguna los cristianos enfrentamos desiertos. Es probable que usted mismo ya los conozca. Unos en mayor o menor grado que otros, pero desiertos al fin.

I. Experiencias en el desierto

Cuando vivimos la experiencia de estar atravesando nuestro propio desierto, sentimos que todo nos sale al revés. Voy a traer unos apuntes cortos que están en mi libro “SECRETOS DE SU PRESENCIA”  para compartirlos con todos ustedes y les animo a que adquieran una copia con la que serán tremendamente bendecidos:

Todo aquel que pretenda llegar a su Canaán, necesariamente tendrá que atravesar el desierto. ¡Y hay que recorrerlo todo! No hay atajos. El cruce del desierto hace parte del precio que nos toca pagar para que la presencia de Dios repose en forma mucho más visible sobre nuestra vida. El desierto prueba nuestra entrega, nuestra obediencia y revela la profundidad de nuestra vida cristiana. Tenga en cuenta que al hablar del “desierto” me estoy refiriendo a aquellos tiempos en los que el trato de Dios se torna mucho más duro y en los que nos cuesta entender por qué nos pasa lo que nos está pasando. ¿Qué sucede cuando cruzamos el desierto?

1. Aparentemente todo se nos torna al revés.

A Israel todo le estaba saliendo contrario a lo que ellos habían imaginado. Soñaban con llegar lo más pronto posible a su destino que era Canaán. Pero no sucedía así. La tierra prometida no aparecía por ningún lado. La travesía se prolongaba cada vez más y los ánimos se caldeaban. El descontento del pueblo era manifiesto. ¡El desierto era lo único que marcaba ahora la diferencia entre Egipto y Canaán!

Lo más doloroso es que esta ha sido, o bien pudiera ser en este preciso momento la experiencia de muchos también. Cuando se cruza el desierto las cosas no salen como se han planeado. Todo se torna “color de hormiga” como reza el argot popular, y en lugar de avanzar, se retrocede. El negocio que estaba a punto de cerrarse, se cancela; el dinero que se esperaba con tanta urgencia, no llega; el amigo del que se esperaba esa ayuda financiera, no aparece por ningún lado; en casi todas las puertas que hemos tocado, gentilmente nos han dicho que no; el desespero se deja entre ver y la impaciencia se agiganta. En lo espiritual, sentimos que nuestra alma está vacía, que nada la llena y que nuestro norte se ha perdido. En lo familiar, las tensiones de pareja y de familia siguen creciendo y no se avistan soluciones por ningún lado. En lo emocional nos sentimos confusos, perdidos, tristes, con una fuerte impresión de que no estamos haciendo lo correcto, que lo que vivimos no es lo que realmente Dios quería para nosotros. ¿Qué significa todo esto que nos está pasando? ¡Que llana y sencillamente nos encontramos cruzando el desierto.

2. El desierto casi siempre nos oculta del mundo exterior

A diferencia de las otras naciones que podían andar “a sus anchas”, el pueblo de Israel divagaba en un desierto que cada vez parecía más largo y lejano que nunca. Es cierto que en su trasegar por este caluroso camino encontró pueblos y gentes a su paso, pero estos casi siempre se tornaron enemigos suyos. Algunos les hicieron la guerra, en tanto que otros, no los dejaron cruzar por sus predios. El desierto los aisló de los otros pueblos. Con nosotros pasa igual. Cuando estamos cruzando el desierto es como si todo el mundo nos diera las espaldas; el anonimato es nuestra experiencia más reiterativa; nadie se acuerda de nosotros; el celular no suena, a nuestro correo electrónico solo llegan artículos, ofertas y propagandas de consumo; nuestras viejas amistades nos olvidan. Nadie parece tener interés en nosotros, excepto Dios que nos está tratando, puliendo mediante esta experiencia. El desierto nos aísla de lo visible y tangible para que podamos conocer lo invisible y espiritual. En el desierto se aprende a vivir por fe.

3. El desierto se relaciona con tiempos de escasez y de estrechez

Durante casi todo el tiempo que Israel estuvo en el desierto, una sola variedad de alimento se les tornó en el común denominador de todos los días: el maná. Maná en el desayuno, maná en el almuerzo, maná en la cena, jugo de maná, tortas de maná, bocadillos de maná, aceite de maná, tintos de maná y como si fuera poco, ¡hasta cuando soñaban, sus sueños estaban relacionados con el maná! Cuando yo crucé mi desierto en la ciudad de Medellín -Colombia- en 1995 lo hice con…Bofe (o boge como se le conoce en algunas regiones).

El bofe o boge es una parte de las vísceras, los riñones y el corazón de las reses. Y como quiera que mi desierto también estuvo acompañado por la estrechez económica, el bofe se convirtió en mi salvavidas en aquellos tiempos. Mi esposa y yo comíamos bofe en la mañana, bofe al medio día, bofe por la tarde, jugo de bofe, emparedados con bofe y ¡hasta llegué a soñar con un trozo de bofe no sé qué noche! ¿Le gustaría conocer unas 80 distintas maneras de cómo preparar el bofe? Póngase en contacto con mi esposa. Ella se convirtió en toda una experta en cómo preparar bofe. A propósito, ¿con qué pasó o tal vez está usted pasando su desierto? Espero que salga pronto de él. No se desanime, ya que después del desierto, le espera su Canaán, su tierra de bendición.

4. En el desierto podemos caer en el desánimo, la crítica, la rebeldía y la murmuración.

Al no entender Israel el propósito que Dios tenía al permitirle permanecer durante tanto tiempo en el desierto, fue presa fácil del desánimo, la murmuración y la rebeldía. Sobresalen hechos como la rebelión de Coré, la de María y Aarón—entre otras. A diario el pueblo se quejaba del liderazgo de Moisés y hasta de la certeza de que Dios pudiera llevarlos hacia donde había prometido hacerlo. Todo apuntaba hacia lo contrario.

La no comprensión de los caminos del Señor los llevó a una constante actitud de displicencia en lo espiritual y en lo interpersonal. Actitudes que no están tan distantes a las reacciones que tenemos cuando en nuestra vida cristiana el único panorama que avistamos es el desierto en toda su anchura y extensión. En ocasiones es más fácil murmurar en contra de todo y contra todos que alentarnos a proseguir. Es como si la longitud del camino que aún nos falta por recorrer la quisiéramos medir con la largura de nuestras lengua quejumbrosa. Algunos tienen su lengua más larga que la distancia que aún no han recorrido.

4 comentarios en «Cruzando el desierto»

  1. Dios proveera’ como dice su palabra. Solo El nos saca de nuestro desierto nos infunde confianza, nos da alegria y su paz y no como el mundo la da. Dios los bendice mis amados hermanos.

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  2. Buen estudio. Dios le bendiga.

    Cuénteme del libro qua aca refiere donde se consigue estoy fuera del país, y desearía tenerlo me puede indicar si esta como PDF” gracias.

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