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Varón de dolores

Predicas Cristianas – Predicaciones Cristianas

Entonces llegó Jesús con ellos a un lugar que se llama Getsemaní […] y […] comenzó a entristecerse y a angustiarse en gran manera” (Mateo 26:36–37).

La pasión de Nuestro Señor ocupa buena parte de los Evangelios. Casi la tercera parte del espacio está dedicado al relato de sus sufrimientos. Los Evangelios no son meras biografías; de hecho, si hablamos en un sentido estricto, no son biografías en absoluto, puesto que no dicen nada con respecto a gran parte de la vida terrenal de Cristo.

Su propósito es teológico: transmitir al género humano lo que Dios ha hecho en Cristo para la salvación de los pecadores. Proclaman buenas noticias, y la Cruz es el centro de ese mensaje de salvación. Si bien hablan del gozo y la paz de Cristo, en lo que se hace hincapié es en su sufrimiento. Se le presenta esencialmente como el varón de dolores. Mateo, en su relato de la agonía en Getsemaní, recalca intensamente ese hecho.

Después de la fiesta

La declaración de Mateo 26:36–37 es significativa. Cristo había conocido la tristeza antes, pero la aseveración de que en Getsemaní comenzó a entristecerse y angustiarse indica una súbita y acusada caída de las olas de la angustia sobre Él. En ese momento, como jamás había sucedido, todas las ondas y olas de Dios comenzaron a pasarle por encima (cf. Salmo 42:7).

¡Qué contraste con la dulce calma y paz del Aposento Alto! Él y sus discípulos acababan de cantar aquel maravilloso himno de Pascua, el Hallel (Salmos 113–118), y Cristo cantó ese himno como nunca se había cantado y como jamás se volvería a cantar, porque Él estaba a punto de cumplirlo al ir a la Cruz.

Ahora los cantos han terminado. La santa paz ha desaparecido y una terrible angustia atenaza de pronto el alma del Redentor al comenzar “a entristecerse y a angustiarse” (Marcos 14:33; la traducción dice como: “estar espantado y perturbado”). En referencia a la expresión “a entristecerse y a angustiarse”, Marcos “utiliza una palabra que en el original indica una repentina y aterradora alarma ante algo terrible […]; se le acercó algo que amenazaba con destrozar sus nervios y helarle la sangre en las venas al verlo”. La Cena ha pasado. El sacrificio que simbolizaba aquella es inminente.

El lenguaje utilizado en el original es vívido y expresivo. Indica tormento del alma, un estado de intensa angustia. “Mi alma —dijo— está muy triste, hasta la muerte”. Esta no es una angustia normal. Ningún hombre había experimentado nunca una angustia así y ningún hombre volvería a experimentarla jamás. Jesús de Nazaret fue “varón de dolores” en un sentido singular. Su conocimiento de la aflicción no tenía parangón.

Tras la fiesta, Cristo se hundió repentinamente en un abismo de angustia tan intensa que Él mismo se declaró abrumado hasta el punto de morir. “Aunque Dios había probado a su Hijo por medio de ciertos ejercicios preparatorios, ahora le hiere más profundamente con una perspectiva más cercana de la muerte y golpea su mente con un horror al que no estaba acostumbrado”

Frente a la muerte

Incontables miembros del pueblo redimido de Cristo han afrontado la tortura y el martirio con valor y serenidad. Fueron más que vencedores, enfrentándose a su prueba con alabanza en los labios. Como Esteban, vieron la gloria de Dios al pasar a la eternidad. Pero la muerte de Cristo es distinta de cualquier otra muerte. Es cierto que el aspecto físico de su muerte tiene mucho en común con otras muertes, pero la comparación termina ahí. Murió como Fiador y Sustituto de su pueblo.

No solo tuvo que experimentar la muerte física, sino que también tuvo que probar la muerte eterna —la condenación— ¡la separación de Dios! En todo esto tuvo que luchar con Satanás y vencer a la misma muerte (Génesis 3:15; 1 Corintios 15:26). La muerte de Cristo no debe compararse con ninguna otra. Cierto, ¿pero por qué el “gran clamor y lágrimas” (Hebreos 5:7), la angustia mental y el dolor inenarrable?

Entrada en la oscuridad

Es cierto que Cristo, en su naturaleza humana libre de pecado, retrocedió ante la perspectiva de la muerte y se apartó de ella con horror, porque la muerte venía con el pecado. También es cierto que percibió el acercamiento de Satanás, quien tras la tentación en el desierto “se apartó de él por un tiempo” (Lucas 4:13).

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