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El hombre de Dios en tiempos peligrosos

Predicas Cristianas

Prédica de Hoy: El hombre de Dios en tiempos peligrosos

Predicas Cristianas Lectura Bíblica: 1ª Timoteo 6:11-12

Introducción

¿Cuál ha de ser el carácter de un hombre de Dios en nuestros días? Los nuestros son días difíciles y –aún más– peligrosos, por lo cual es preciso estar atentos a las admoniciones del Espíritu Santo, y velar.

En este estudio se desarrollan siete características que ha de tener todo hombre de Dios en nuestros días: visión espiritual, una fe personal, consagración a Dios, sujeción a otros siervos de Dios, lealtad a la verdad, aceptación de la cruz sobre su alma, y discernimiento espiritual.

Sólo si está convenientemente premunido de estos recursos espirituales podrá dar la buena batalla, y habiendo acabado todo, estar aún firme.

Mas tú, oh hombre de Dios … pelea la buena batalla de la fe.” (1ª Timoteo 6:11-12). “… A fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra.” (2ª Timoteo 3:17).

Al examinar la historia de la fe, encontramos una galería de hombres fieles, que en su respectivo tiempo y circunstancias, sostuvieron el testimonio de Dios. Hombres que perfectamente podrían continuar la gloriosa lista de Hebreos capítulo 11. Para ellos está reservado, sin duda, un grande galardón en los cielos.

HOMBRE DE DIOS – EL EJEMPLO DE PABLO

De todos los santos de esta era, es, sin duda, Pablo de Tarso quien ha estimulado más a las decenas de generaciones que han vivido desde sus días hasta hoy, a imitarlo. Su invitación: “Sed imitadores de mí” no ha caído en tierra (1ª Corintios 11:1; Fil.3:17, 1ª Tes. 1:6).

De Pablo de Tarso podemos decir que es el más destacado de los cristianos de todas las épocas. Es el apóstol por excelencia. Su figura destaca nítida entre todas las demás. Su obra y sus enseñanzas son ejemplares e inspiradas por Dios, como todo lo que está en su Santa Palabra.

El vivió en el siglo I de nuestra era, y su misión fue la más alta que le cupo a un siervo en la actual dispensación: dar a conocer el misterio que estuvo escondido en Dios desde los siglos y edades: que los gentiles son llamados a participar de las bendiciones de Dios, de la salvación en Cristo Jesús, “quien se dio a sí mismo por nosotros para redimirnos de toda iniquidad y purificar para sí un pueblo propio, celoso de buenas obras.” (Tito 2:14).

Es, pues, el misterio de Cristo y de la iglesia, el que Pablo tuvo que aclarar a todos. El vivió en tiempos en que el judaísmo, con toda la herencia de Moisés y los profetas, era, para los judíos, probadamente la religión verdadera.

En este contexto, Pablo debió establecer claras diferencias entre el judaísmo y la doctrina de Cristo, y mostrar ésta no como un mero complemento de aquélla, sino como la nueva y definitiva revelación de Dios, no sólo para los judíos, sino para el mundo entero.

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