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El mandamiento nuevo MÁS antiguo del mundo

En la predica cristiana de hoy reflexionamos sobre el mandamiento nuevo y el más antiguo. Este mandamiento, arraigado en las enseñanzas del Antiguo Testamento, fue reiterado por nuestro Señor Jesucristo como uno de los dos mandamientos principales. El apóstol Juan nos recuerda este llamado al amor fraternal en su carta, destacando su importancia para aquellos que caminan en la luz de Cristo.

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Predicas Cristianas Predica de Hoy: El mandamiento nuevo más antiguo del mundo

Predica Cristiana Texto Bíblico: 1 Juan 2:7-11

INTRODUCCIÓN:

¿Sabe usted cuántos mandamientos hay en la Biblia? Algunos señalan que en el Antiguo Testamento pudieran haber hasta unos 613, mientras que en el Nuevo Testamento Jesús resumió a todos los mandamientos en dos, según Mateo 22:37-40. Juan elabora en en este pasaje un juego de palabras para hablar acerca del “mandamiento”.

Por un lado comienza sus escritos llamando la atención que no escribe un mandamiento nuevo sino el mismo que ya sus lectores conocían. Pero luego va a decirnos que si escribe un mandamiento nuevo. De modo, pues, que Juan se propone hablarnos de un mandamiento nuevo que a su vez es el más antiguo de todos.

¿Qué es lo que quiere decir con todo esto?

El contexto desde donde Juan escribe está relacionado con su propio libro donde hace referencia al nuevo mandamiento que Jesús introdujo. Acordémonos que Juan no podría estar hablando de un nuevo mandamiento como si él mismo fuera su creador.

Si no es así, Juan debió tener en su memoria las palabras de su Maestro, cuando dijo: “Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros; como yo os he amado, que también os améis unos a otros” (Juan 13:34).

Así que Juan habla de un mandamiento viejo en el sentido que ya estaba en el Antiguo Testamento (Levitico 19:18). Los lectores de Juan estaban muy familiarizados con ese mandamiento.

Pero a su vez era nuevo porque al ser Jesús que lo haya dicho, se elevó como uno de los mandamientos más grande que podía conocer. De esta manera cuando Juan habla de lo antiguo y de lo nuevo, esta haciendo ver a sus destinatarios que este debe ser el mandamiento de amar a los demás, debiera ser el mas importante después de amar a Dios.

I. EL MANDAMIENTO DE AMAR A OTROS ES EL VÍNCULO QUE UNE A LOS DOS TESTAMENTOS

a. El mandamiento antiguo que habéis oído… (vers. 7)

Juan utiliza en esta carta términos muy íntimos y familiares cuando se dirige a sus lectores que hacen ver su toque muy pastoral. Les llama “hijitos míos…”, “hermanos” y “amados”. Y si bien es cierto que mucha de las cosas que escribe en esta carta están llenas de exhortación, esta forma tan familiar con que escribe es un reflejo de lo que desea para su gente.

Comienza, pues, diciendo que no escribe un “mandamiento nuevo”, sino el que siempre ellos han sabido, el mandamiento antiguo. ¿Cuál será ese mandamiento antiguo? Pues por lo que se va a ver mas adelante, este mandamiento antiguo no es sino el de amar al prójimo como uno de los mas grandes mandamientos.

Es extraordinario pensar que el mandamiento de amar a los demás ya formara parte de las demandas de la ley que fueron dadas para modelar la conducta de todo un pueblo. ¿Qué decía el Antiguo Testamento sobre este aspecto? “No te vengarás, ni guardarás rencor a los hijos de tu pueblo, sino amarás a tu prójimo como a ti mismo. Yo Jehová” (Levitico 19:18). Este mandamiento de ser enseñado desde el principio cuando alguien conoce a Jesucristo.

b. El mandamiento antiguo es la palabra oída (vers. 7b)

¿Qué conexión hay entre el mandamiento nuevo y antiguo con la palabra oída? Pues mucha. Si la doctrina del amor fraternal es uno de los asuntos que Juan va ser referencia una y otra vez, entonces hay intimidad relación entre lo que Juan habla de mandamiento y la palabra oída.

La palabra oída tuvo que tratar ese tema. Si pensamos en el comienzo de sus vidas cristianas, la palabra enseñada tuvo que tener un gran énfasis en el amor que debieran tenerse los unos a los otros. Por lo tanto, si el amor fue la nota distintiva de los primeros cristianos, como fue reconocido por escritores paganos, el mandamiento antiguo a través de aquella palabra impartida tuvo que ser uno de los asuntos que más se enseñó a los que iban entrando en las comunidades cristianas.

La ley del amor vendría a ser parte de aquel primer discipulado que se le daban a los nuevos creyentes. Por otro lado, si afirmamos que esa palabra enseñada tuvo que ver con Jesucristo mismo, pues él encarnaba el amor en su más sublime expresión. El mundo no conocía del verdadero amor sino hasta que llegó Jesucristo. Cuando eso sucedió el mundo supo que ese amor no tuvo limite y que todos podían ser alcanzados.

II. EL MANDAMIENTO DE AMAR A OTROS ES UNA SEÑAL QUE SOMOS HIJOS DE DIOS

a. Verdadero en él y en vosotros (vers. 8b)

Dios es amor, en consecuencia Cristo también es amor. Juan ahora dice que aquel mandamiento antiguo y nuevo, es “verdadero en él”. Esto significa que el mandamiento del amor del se ha hecho real en la persona de Cristo y todos sus seguidores. Juan ha venido poniendo en consideración este principio: el mandamiento del amor mutuo es la verdad suprema de todas.

En el caso especial, Jesucristo es la encarnación de la gloria de ese amor. Él es la perfección de ese amor. Mientras que en sus seguidores ese amor está presente, aunque todavía no en su plenitud. Bendito el día cuando podamos amar más allá de las limitaciones a los que nos somete este cuerpo de muerte.

El amor que es verdadero en Cristo y también en nosotros, nos hace vivir en plena comunión, lo que equivale a decir que andamos en luz. El mandamiento de amar a otros es el desafío mayor de cada cristiano. Es una auténtica señal que somos hijos de Dios.

b. Porque las tinieblas van pasando… (vers. 8c)

Nada es intrigante que el mundo de las tinieblas. Cuando la noche cae, todo mundo busca donde protegerse de ellas, por lo menos esto sucede en todos los seres que ven ellas el peligro si exponen a ella. Demás esta decir que son en las tinieblas donde impera el reino del mal. Los ladrones esperan que llega la noche para “hurtar, matar y destruir”.

Algunos animales salvajes pueden cazar mejor a sus presas cuando llega la noche, pues no pueden verles. El pecado siempre se ha asociado con las tinieblas, sobre todo cuando se nos habla que antes de Cristo vivíamos en tinieblas. La contra parte para un hijo de Dios que vive en la luz es que ha salido de ese mundo de tinieblas.

Hay un reino de tinieblas cuyo rey es Satanás. Pero de allí fuimos trasladado al reino de amado Hijo. Una persona que viva en tinieblas no puede amar a su hermano. Es por eso que en el mundo no puede darse en el amor entre hermanos. Así, pues, para un creyente que ve que “las tinieblas van pasando”, su corazón va quedando libre de todo impedimento para amar su hermano.

c. La luz verdadera alumbra ya (vers. 8d)

Todo lo contrario a las tinieblas es la luz. En el mundo hay muchas luces artificiales. De hecho, la luz que alumbra nuestros hogares, ciudades y los negocios es artificial; es luz creada, por lo tanto puede ser apagada o interrumpida. En ninguna otra época del año se puede ver cuan artificial es la luz como esta que brilla en el mes de diciembre.

Hay una luz que no es verdadera. Es por esto que Juan va hablarnos de una “luz verdadera” que ahora está brillando. La luz que hay en el creyente no puede ser falsa, porque no seria un cristiano. Cristo ha disipado las tinieblas del corazón por lo tanto hay una luz verdadera en cada autentico cristiano. Este hecho es muy significativo.

Una vida llena de luz no puede atesorar en su corazón tinieblas, sobre todo para negarle el amor a su hermano. Cuando Dios creo la luz se descubrió lo que había en aquel caos original. Pero fue a través de esa luz que luego Dios le fue dando forma a todo hasta decir que era hermoso en gran manera. Lo mismo pasa en el corazón del hombre. Hay una luz verdadera que disipa todo y después ordena nuestro corazón. Un corazón lleno de luz amará de una forma natural.

III. EL MANDAMIENTO DE AMAR A OTROS ES LO OPUESTO DE ABORRECERLOS

a. El que dice que está en la luz, y aborrece a su hermano… (vers. 9)

Ahora Juan nos trae al punto donde no hay términos medios. Juan nos hace ver que en las relaciones entre los hermanos solo debieran verse en blanco y negro. Para Juan no hay una neutralidad en las relaciones, o se ama o se odia. Esto plantea que no puede haber indiferencia hacia aquellos a quienes llamamos nuestros hermanos.

He aquí un asunto muy serio. Esto pudiera ser el examen mas completo que debe hacerse cada cristiano. Si de verdad digo que soy cristiano, y ando en la luz, no puedo aborrecer a mi hermano. Esto sería una actitud verdaderamente hipócrita. ¿Pero acaso no esta una realidad? Cuántas veces ha pasado que llamándome creyente aborrezco a mi hermano.

La conclusión de Juan es que quien esto hace “todavía está en tinieblas”. Esta es una seria advertencia. Esta demanda del apóstol nos pone en alerta sobre varias cosas. Lo primero es decirnos que los hermanos en Cristo deben ser objetos de mi especial amor. No se me da la elección de escoger amar a algunos y aborrecer a otros. He aquí la mas grande prueba de mi amor por Dios. Amar a mis hermanos es un mandado divino.

b. El que ama a su hermano, permanece en la luz… (vers. 10)

Contrario a lo arriba expuesto, el amor que siento por mi hermano, sin distinción de nada, es una prueba que ando en la luz del Señor. Si esto hacemos, dice Juan, no podemos tropezar. Este resultado final plantea entonces la posibilidad que una posible causa de tropezar en la vida cristiana es cuando no amo a mi hermano.

Esto tiene sentido. El no amar a mi hermano es como andar en tinieblas, y quien anda en tinieblas simplemente va a tropezar. Pero también el texto da lugar para interpretarlo hacia el hermano, en lugar de nosotros. La idea seria que que si amamos realmente a nuestros hermanos, ellos mismos no tendrán ocasión de tropezar.

Esto también tiene sentido. No es el primer creyente que frente a la actitud de muchos creyentes con mas tiempo que el en el evangelio, frente a una actitud de desprecio o indiferencia, han tropezado. El asunto es que el amor por mi hermano me hace permanecer en la luz. Esta escritura debiera ser bien atendida por cada creyente. Si buscamos frutos que nos delaten como cristianos, este es uno de ellos. ¿Qué tanta luz hay en mi vida? ¿Qué tanto amo a mi hermano?

c. Pero el que aborrece a su hermano está en tinieblas… (vers. 11)

Bueno, si no teníamos una definición de una persona inconversa, Juan nos las ha revelado en este texto. La manera como aborda el tema de amar o aborrecer al hermano no da lugar para especulaciones. Así como resalta el hecho que una señal de alguien que anda en luz es cuando ama a su hermano, lo contrario a esto, dice Juan, es que quien “aborrece a su hermano está en tinieblas”.

Bien podemos decir que el odio no hace que la persona progrese, mientras que el amor hacia los demás es como la llama de la motivación que nos conduce a un continuo desarrollo espiritual. Cuando no se tiene tropiezo se va adelante. Una señal de inmadurez cristiana es visto cuando aborrecemos al hermano. Pero contrario a esto, ascenderemos a niveles más altos de madurez cristiana, cuando amamos de corazón a nuestros hermanos.

Juan finaliza este tema, diciendo: “…y no sabe a dónde va, porque las tinieblas le han cegado los ojos”. El odio vuelve a la persona ciega. Cuando odiamos perdemos la capacidad de juicio. Conocemos a tantas personas que oponen a proyectos hermosos solo porque odian a alguien dentro del grupo mismo. Nos corresponde saber si andamos ciegos o vivimos en la luz. Amemos a los demás.

CONCLUSIÓN:

Un predicador luchaba por encontrar una ilustración acerca de amar a los demás. De pronto entró en el cuarto su hijita pequeña, diciendo: -Papá, siéntame un poco sobre tus rodillas. -No, hijita, no puedo ahora; estoy muy ocupado-contestó el padre.-Quisiera sentarme un momento en tus rodillas, súbeme, papa-dijo ella.

El padre no pudo negarse a una súplica tan tierna, y tomó a la niña y la subió a sus rodillas, y dijo: -Hijita mía, ¿quieres mucho a papá? -Sí que te quiero –contesta la niña-, te quiero mucho, papá. -¿Cuanto me quieres, pues? –preguntó el padre.

La niña colocó sus manecitas en las mejillas de su padre, y apretándolas suavemente, contestó con afecto: -Te quiero con todo mi corazón y con mis dos manos. Esta respuesta encerraba en pocas palabras lo que debemos entender acerca de amar a otros. Debo amar a otros con mi corazón y con mis manos también.

Mis amados, Juan nos ha dicho que el mandamiento nuevo es el mismo de siempre: “El que ama a su hermano, permanece en la luz, y en él no hay tropiezo”. ¿Amo de esta manera a mi hermano?

© Julio Ruiz. Todos los derechos reservados.
Iglesia Ambiente de Gracia, Fairfax, VA

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