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Nuestra recompensa está en el cielo

Bosquejos Biblicos

Bosquejos Biblicos Texto bíblico: Mateo 6:1-6

Introducción

Tenemos que buscar la recompensa prometida por Dios, que es eterna. Y no cambiarla por la recompensa que brindan los hombres, que es vanidad y pasa pronto. Si hacemos el bien, debemos hacerlo por Cristo, no para que nos consideren personas santas. Del mismo modo con la oración, debe nacer de un corazón agradecido con Dios y no del deseo de aparentar ser hijos piadosos. En el cielo tendremos la recompensa que no pasa y que dura eternamente.

I. No busquemos la recompensa de los hombres, sino la de Dios (verss. 1-4)

a. Debemos actuar como hijos de Dios siempre, en todo momento. Pero hay veces que lo hacemos para que los demás nos consideren personas justas. Y en realidad lo que debemos buscar es agradar a Dios con nuestros actos, siguiendo su ley y correspondiendo a su amor. Si nos mostramos ante los demás como justos, perderemos la recompensa que está reservada en el cielo para los humildes de corazón (vers. 1).

b. Si hacemos un acto de caridad por el hermano, no es necesario que todos se enteren que lo hemos hecho. De lo contrario, estaremos buscando la recompensa del reconocimiento público, privándonos del reconocimiento de Dios por nuestra obra (Mateo 6:2). Muchos malvados buscan parecer buenos ante los hombres, no debemos ser así nosotros. Debemos ser buenos desde el interior hacia afuera, para tener la firmeza de la recompensa divina y no de la humana (Proverbios 11:18).

c. No debemos dudar de que si Dios nos ha prometido una recompensa nos la dará. El Señor es fiel a su Palabra, y continuamente en las Escrituras nos afirma que le espera la bienaventuranza al que anda en sus caminos. Esto no significa que tendremos en esta vida el reconocimiento por una vida correcta, sino que llegará de las manos de Dios cuando lo considere oportuno. Puede ser en algún momento aquí en la tierra, pero el verdadero gozo lo sentiremos en el cielo junto a nuestro Padre. (Salmo 18:24)

d. Dios no quita su mirada de nosotros. Conoce todos nuestros actos y pensamientos, incluso más que nosotros mismos. Por esto tenemos que ser sinceros en nuestro interior, para corregir la intención con la que hacemos las obras de Dios. Incluso algo tan santo como la limosna o la caridad, puede ser manchado con el egoísmo del que busca el reconocimiento de los hombres por su acción. (Mateo 6:3-4)

II. Incluso la oración puede ser contaminada por la vanidad (Mateo 6:5-6)

a. La oración es nuestro diálogo con Dios. En un diálogo, no buscamos que sea conocido por todos lo que hablamos con nuestro interlocutor, sino que buscamos la privacidad. Del mismo modo debemos hacer en la oración. Porque de lo contrario lo que estamos buscando no es la intimidad con Dios nuestro Padre, sino el reconocimiento de los hombres como si fuéramos personas espirituales (vers. 5).

b. Si buscamos primero la justicia de Dios, lo demás nos será dado por añadidura. Si primero que todo buscamos crecer en nuestra relación con Cristo, Él nos dará como recompensa lo que sea mejor para nosotros. De este modo puede suceder que a veces Dios permita también el reconocimiento de los hombres, pero tenemos que estar atentos para que no nos enorgullezca (Proverbios 3:3-4).

c. La recompensa que viene de Dios es innumerables veces mejor que la que proviene de los hombres. Lo sabemos porque los dones de Dios son siempre desde la eternidad de su misericordia. Por esto lo que tenemos que buscar es andar por los caminos de Dios, de manera que recibamos de Él la corona de la vida reservada a los que luchan contra la tentación (Deuteronomio 5:33).

Conclusión

Nuestro accionar debe estar dirigido a ser mejores hijos de Dios cada día. Si en cambio nos preocupamos de lo que los hombres piensan de nosotros, podemos fácilmente caer en vanagloria. Y de este modo perderemos la recompensa que Dios tiene reservada a los que lo aman (Lucas 6:38).

Las obras de bien que podamos hacer, para el Señor debemos hacerlas, no para recibir la alabanza de los hombres. Es muy grande el tesoro que nos tiene reservado Cristo para cambiarlo por algo tan efímero como es el reconocimiento del mundo (Colosenses 3:23-24).

Y en la oración, también tenemos que priorizar nuestra relación con Dios a la relación con los hombres. Porque podemos caer en la tentación de orar para que los demás nos consideren fervientes cristianos, y no para afianzar nuestro amor a Jesús que se entregó por nosotros en humildad (Mateo 6:6).

© Francisco Hernández. Todos los derechos reservados.

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