Devocionales Cristianos – Mensajes Cristianos
Son muchos los métodos desde que el ser humano existe, que utilizamos para disfrazarnos y evitar que las otras personas puedan discernir lo que hay en nuestro corazón. Desde que la primera pareja en el Edén pecó y se hizo el primer disfraz, las personas han aprendido a esconder muy bien su verdadero yo.
Uno de los disfraces más efectivos para engañar a otros, es el de asistir a una iglesia, poner los glúteos durante algún tiempo en los bancos, y escuchar un sermón de alguien que se para en un púlpito para hablar de las maravillas de Dios, como quien asiste a una de esas puestas en escena que aburren hasta el cansancio.
Lo triste de todo este panorama, es que no nos consideramos pecadores, porque nuestro status de visitantes de una iglesia es para muchos como una patente que nos autoriza para vivir como pecadores “espirituales” (pido perdón a los espirituales).
No debe sorprendernos que las escrituras al hablar de nosotros nos califique como pecadores, como consecuencia directa de haber ofendido la santidad de Dios con nuestras conductas, que por regla general se encuentran distanciadas años luz de las expectativas que Dios tiene con su creación inteligente.
Lo que hace verdaderamente la diferencia es que hay algunos que pretenden disfrazarse para que nadie pueda señalarlos, sin darse cuenta que el omnipotente todo lo ve, y ante su presencia nadie ni nada puede ocultarse, y en contraste, están aquellos que se arrepienten y se apartan porque entienden que lo que más alegra el corazón de Dios es que vivamos vidas de obediencia.
¿En qué ejército estás? Para los que reconocen sus faltas y dan marcha atrás hay oportunidad, para los otros el justo juicio de Dios. El deseo de Dios es que estemos en paz con Él para darnos su bendición.
Versículo para el día:
“…¡Ay de los que se esconden de Jehová, encubriendo el consejo, y sus obras están en tinieblas, y dicen: ¿Quién nos ve, y quién nos conoce?…” Proverbios 29:15
Que tu manera de vivir glorifique a Dios. A mi podrás engañarme, pero Dios llena todo el universo con su presencia.
© Francisco Medina