Reflexiones Cristianas
Aunque el término orgullo puede ser utilizado de manera positiva, en las Escrituras se emplea mayormente para señalar un exceso en la autoestima, una arrogancia o soberbia que conduce a una persona a exagerar su importancia o sus virtudes.
En hebreo, la palabra ge’a viene de una raíz que significa “elevarse”. El orgullo hace que el individuo piense que es mejor que los demás.
Y, lo que es peor, pretende negar a Dios o cuestionar sus palabras y acciones. El orgullo es, por tanto, pecaminoso. El orgullo es creer mentiras acerca de uno mismo. Y en muchas ocasiones llamamos al orgullo con calificativos que tratan de enmascararlo. Temperamento, carácter, manera de ser, línea de conducta, forma de proyectarse, enfoque diferente y otras tantas con las que pretendemos arropar al orgullo, como quien protege a un niño pequeño de las inclemencias del tiempo para que no se resfríe. Pero su nombre es uno: Pecado.
Proverbios 21:4 “…Altivez de ojos, y orgullo de corazón, Y pensamiento de impíos, son pecado…”
La meta más ansiada por el hombre de esta postmodernidad, es hallar aceptación de los demás y seguridad, en ese empeño muchas veces malgasta su vida, entrando una y otra vez en un ciclo constante de satisfacción temporaria, que lo lleva de nuevo a la misma necesidad.
El cristiano verdaderamente maduro tiene que estar convencido de que para el Señor es importante y que solo en Él hallará la verdadera seguridad.
En un almuerzo presidido por uno de los gobernadores de Hong-Kong, una dama de las más distinguidas se sintió vejada al descubrir que estaba sentada al extremo de la mesa, en vez de estar cerca del más reconocido de aquel lugar.
Al terminar la comida, se acercó al gobernador y le dijo con sequedad: —Según parece, no se cuida usted de dónde se sientan sus invitados.
—Señora —replicó el gobernador—, a la gente realmente importante no le interesa el sitio donde se sienta; y sucede a veces que quienes se interesan por el sitio, no son importantes.
La enseñanza más grande que puedo darte en esta mañana es esta:
El premio más grande para un hombre o mujer de Dios, no debe ser el aplauso de los hombres ni el reconocimiento. Sino que el Señor desde el cielo, reconozca nuestro quehacer, con un simple guiño del ojo.
¿Eres orgulloso o has conocido a alguno así? Déjame decirte que creerte el mejor te hará pasar por la triste realidad de ver que hay muchos mejores que tú en determinadas áreas.
Todos nos necesitamos, pues es un hecho que no somos los mejores en todos. ¡Humíllate! Toda la gloria es de Él
Versículo para hoy.
“…La altivez de los ojos del hombre será abatida, y la soberbia de los hombres será humillada; y Jehová solo será exaltado en aquel día…” Isaías 2:11
No dejes que el orgullo te afee, la humildad embellece el alma.
© Francisco Medina. Todos los derechos reservados.