Reflexiones Cristianas… Devocionales Cristianos
Cuando llegamos a los cuarenta años de edad, pensamos que sólo debemos aprender de personas como nosotros o mayores, sin detenernos a pensar el grave error que cometemos. Nos dejamos llevar por la idea superficial de que los jóvenes no tienen la suficiente madurez para alcanzar objetivos sólidos sin el apoyo nuestro y que por lo tanto ellos deben estar total o parcialmente sometidos a nuestra voluntad, tanto en las relaciones familiares como de trabajo, y que podamos aprender de ellos, ni pensarlo. ¡Cuan equivocados estamos los que pensamos de ese modo!.
Cierto es que los jóvenes tienen mucho que aprender de los mayores, por la experiencia de aquellos que han tenido que pasar por todos los rincones de la vida; unas veces triunfando, otras fracasando -aprendiendo de los reveses para hacerlos victorias-; pero a fin de cuentas, cargando consigo un cúmulo de conocimientos, que si bien empezaron en la lectura de algunos buenos libros, concluyeron con el fin del conocimiento que es la práctica.
Nadie ha aprendido lo suficiente si no ha sido capaz de convertir ese aprendizaje literal, en resultados reales, ya sea en la producción o contribuyendo a la misma educación, y esto es lo que viene a ser la práctica. Pienso que los jóvenes que han sabido combinar su impetuosidad, propia de la edad, con las experiencias positivas de los mayores, llegarán a grandes metas y con el correr del tiempo sus testimonios darán fe de sus éxitos. Por el contrario, los que se aferran a solucionar sus problemas basándose en sus propias vivencias, que por la longitud de sus días no pueden ser muchas, van caminando hacia un abismo insalvable.
Ahora bien, la pregunta que encierra la parte neurálgica del problema es la siguiente: ¿Tendremos los mayores algo que aprender de los jóvenes?. Dése usted mismo la respuesta, después de leer esto: En cierta ocasión, un hombre tenía una gran cría de caballos, entonces separó los de mejor calidad de los otros peores en dos diferentes corrales, poniendo a los mejores donde la hierba era más fresca y abundante; mientras que los peores llevaban la de perder.
Pero un caballo muy astuto de la parte mala, aprovechando los horarios de soledad y cuando no lo veían, saltaba la cerca con su pareja -la yegua- y se hartaban opíparamente de la buena hierba al otro lado; en tanto que el potro, por ser pequeño, no podía hacer lo mismo y tenía que conformarse viendo, a trvés de los alambres, a sus padres comiendo bien.
Entonces se las ingenió -usando sus casos tiernos y cortantes- para abrir un hoyo por debajo de la cerca en un lugar oculto del potrero por donde pasaba al otro lado donde el pasto era bueno. Un día, el dueño sorprendió a los caballos viejos en el potrero que no le correspondía y para evitar que sucediera de nuevo, colocó tres pelos de alambre más por encima de la cerca y con esto ellos no pudieron volver a saltar la cerca a buscar comida fresca.
El potrico, viendo muy triste a sus padres los guió a su pasadizo secreto, por donde en lo adelante, padres e hijos pasaban alegremente a pastar juntos. Y de esta manera el caballo viejo aprendió algo de su hijo joven. La moraleja de este cuento es: nunca se es muy viejo para aprender algo, especialmente de alguien joven.
En lo que respecta a mí, siento un gran respeto por los jóvenes y escucho con atención cuando me hablan. De esta manera podemos ayudarlos mucho más sin necesidad de ofenderlos. Por otra parte nos respondemos la pregunta formulada anteriormente: los jóvenes sí pueden enseñarnos algo nuevo, sólo que nosotros debemos escucharlos y dejarnos enseñar.
En nuestras iglesias muchos se sienten aburridos porque forman parte de una masa muerta que sólo oye; pero que no habla. Y lo mejor que tiene este asunto es que nosotros como ministros, queremos que ellos hablen; mas no hemos sabido cómo.
He visto jóvenes brillar dentro de este ministerio cristiano, aportando ideas y desempeñando a cabalidad grandes encomiendas. Ellos son capaces, no lo dudes. Muchas veces, lo que no se nos ocurre a nosotros, ellos con su mente fresca lo ven con más claridad. Entonces no hay dudas, nuestras últimas palabras deben ser: ESCUCHEMOS A LOS JÓVENES.
© Antonio Fernandez. Todos los derechos reservados