Un padre, ama a sus hijos

Antonio J. Fernández

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Un padre, ama a sus hijos

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Por años venimos escuchando que el amor de una madre es insuperable. Yo comparto totalmente este planteamiento. Pienso que no hay amor humano que pueda sobrepasar los límites del de una madre que ha demostrado con transparencia su amor ágape por sus hijos y cuando me refiero a estos últimos en plural, es porque para la madre no hay uno más feo ni menos inteligente, para ella todos son iguales y está dispuesta en cualquier circunstancia a dar su vida por ellos.

¿Será el padre capaz de hacer lo mismo? Si recogemos los testimonios del comportamiento de ambos y los ponemos en una balanza, estoy seguro que ésta se inclinaría a favor de la madre, porque algunos hombres con su mala actitud han empañado su obligación como cabeza de la familia; pero esto no significa que todos se manifiesten del mismo modo.

Cuando mi amigo Alfredo Fumero fue a visitarme al restaurante El Pollito -en mi Jovellanos querido, pueblo de Matanzas, en Cuba- llevaba su pequeña hija sobre sus hombros, me la mostró y de inmediato la puso a caminar por el piso.

Como estaba tan chiquitina, andaba entre nosotros, que mientras hablábamos, en ocasiones se nos escapaba de la vista, y en una de ésas, alguien que preparaba un líquido para limpiar y desinfectar, sin percatarse de la presencia de la niña salpicó y parte del líquido cayó en los ojos de la pequeñina quien con un grito aterrador dijo: -¡Papá, papá!- Cuando nos volvimos el hombre estaba atónito con la botella en la mano y la niña con sus manitas puestas en la cara.

Yo me quedé inmóvil por la sorpresa; pero el padre saltó y quitando las manos de la cara de su hija, comenzó a lamerle sus ojitos. La escena que yo estaba presenciando era algo indescriptible. La lengua de mi amigo actuaba sin detenerse enjugándole los ojitos y cuanto más gritaba la pequeña por el efecto del ardiente producto, más desesperadamente el padre lamía los párpados y el interior de los ojos.

Era una situación conmovedora; pero nada se podía hacer excepto esperar y orar. Después de un largo medio minuto, que parecía nunca terminar, la niña entre sollozos dijo: -Ya estoy bien papá- Una sonrisa de tranquilidad apareció en los labios de todos los testigos. El padre la abrazó e irrumpió en un llanto de alivio y puro amor.

Ya cuando todo estaba en calma, alguien dijo: -De todos modos, llevémosla al hospital, es necesario que el médico la vea, por precaución-

Una vez que el doctor terminó de examinarla: -Todo está bien- dijo -no habrá consecuencias debido a la acertada actuación del padre, de no haber sido así, hubiéramos tenido complicaciones- y continuó el galeno -Dígame una cosa papá, -¿qué le hizo actuar de esa manera?- A lo que Fumero respondió: -Mi amor de padre-

De los que fuimos testigos presénciales del incidente, ninguno pudimos proceder como el amigo, que nos dejó sorprendido a todos. La razón es una: sólo él es el padre de la criatura y aunque todos nos sentíamos dolidos, su dolor era inalcanzable.

Al siguiente día, me encontré nuevamente con mi amigo que casi no me podía hablar porque sus labios y lengua estaban ampollados por el daño que le produjo aquella sustancia desinfectante; pero con la sonrisa de la satisfacción de haber salvado los ojos de su hija.

Aunque la balanza se incline razonablemente a favor de la madre, muchos padres también sienten un gran amor por sus hijos. Por eso, nuestro Señor Jesucristo, con tanta sabiduría dijo: -Porque Dios mandó diciendo: Honra a tu padre y a tu madre; y: El que maldiga al padre o a la madre, muera irremisiblemente. (Mateo 15:4.)

© Antonio J. Fernández. Todos los derechos reservados.

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Antonio J. Fernández
Autor

Antonio J. Fernández

Mi nombre es Antonio Fernandez, soy profesor universitario de matemática, y hace más de 20 años que sirvo al Señor. Mi esposa y yo asumimos el compromiso de serle fiel cada día de nuestras vidas, y de predicar Su palabra para cumplir con la misión que Él nos entrego.

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