Mensajes Cristianos
Esa noche pensé que todo acabaría, luego de ver a ese hombre borracho frente a mi pedirme una moneda de veinte centavos y yo le inquirí: ¿para qué la quieres? Y yo sin deseo de darle nada, era un simple borrachin, de los que te encuentras todos los días, y él me dijo estas palabras con su voz también vertiginosa: mire, esa moneda la llevaré en mi pantalón para poder buscar el último trago de mi vida.
Yo, aún molesto y con mi cara burlona le dije: ¿qué pueden ser veinte míseros centavos?
El en su embriaguez dijo: míseros son si están aún en su bolsa, pero cambiare el parecer de ellos al poder ayudarme con otro trago y será el último.
Me molesté tanto que me dijera miserable y casi empujándole le reclamé: ¿-¿por qué me llamas miserable? ¿Sabes quien soy?
El me respondió: porque me ves borracho y miserable me ves y me tratas así, pero un día tu también serás igual que yo, pedirás y no se te dará, por ese corazón envenenado que tienes, apenas tienes esos centavos y tus posesiones que no son pocas que has adquirido con dinero mal ganado, ¿y aún así me niegas esos miseros centavos?
Yo tuve que darle la moneda que tanto deseaba ese hombre borracho y cuando tenía la moneda en sus manos me miró a los ojos y dijo: no, realmente yo no necesito esta moneda, pero ahora que me la entregas te diré algo: sé quien eres, eres un miserable ladrón, te mofas de tus bienes y tus fragancias, ¿y sabes algo? Esas estarán fétidas un día y más vale que solo te pedí esa moneda de veinte céntimos y a regañadientes me la entregas, no así tu alma que se la das en bandeja de plata a ese maligno que te tiene atado a sus posesiones las vueles no son más que imaginarias, debes saber que todo eso queda de este lado oh hombre miserable y tacaño.
En ese momento una luz del cielo bajo y sentí perder la vista por unos segundos, y cuando quise ver a mi interlocutor, ya sólo veía sombras y allí me di cuenta que ya este borracho no estaba, y me quedé pensativo, ¿qué era en verdad esa visión de ese hombre?
Fue allí cuando vino el recuerdo de mi padre, un alcoholico que no dañaba a nadie, y me vino a la mente aquella escena en que le pedí una moneda de esa misma cantidad y me dijo: hijo, ni eso tengo, y entonces recuerdo que me ensoberbecí tanto contra él que le tire arena en sus ojos y salí a veloz carrera y tropecé en aquella piedra y pagué mi maldad, rompiéndome la rodilla y desde esa vez quedó mi caminar en la forma que lo hago, ahora veo eso que me dijo ese borracho, más que merecido.
Esa platica con ese borracho me sacudió hasta las fibras más profundas.
Pero lo que más me impactó en sus últimas palabras fue que dijo: y saber que este alcohol está siendo diseminado entre tantos jóvenes y viejos y hacernos aún más tontos y débiles, serviles y buenos para nada, eso es lo que da pesar de tanta pobreza mental y espiritual, yo no tengo caso, ya he dejado todo por la bebida, esa me llevó todo, todo quedó en aquel expendió y ahora veo que todo lo mío pasó a ser de ellos.
Cantineros, cantineros, vaya nombre heredado, ahora yo víctima de ellos, y todo por esta bebida mortal y silenciosa a la vez, ese envase contiene ese mortífero veneno, que antes de matar al bebedor, mata a todos a su alrededor, vaya veneno del cual todos desean probar y luego sus almas miserable empeñar.
Esta es la historia de un nunca acabar qué podría empezar en ti trabajar si esos veinte céntimos comienzan en ti a trabajar.
© Dr. Mauricio Loredo. Todos los derechos reservados.