La soberbia privó a los judíos de reconocer a Cristo
La soberbia conduce a la ira, al revanchismo, al contraataque y nos arrebata la oportunidad de mejorar nuestras actitudes. La soberbia privó a los judíos de reconocer a Cristo, a pesar de que frente a ellos obraba milagros y signos que hacían evidente el origen sobrenatural del poder de Cristo. Tiene tal efecto la soberbia, que nos ciega y no nos permite ver lo evidente.
Nuevamente les habla de un pasaje que ellos bien conocían: la historia del leproso Naamán el sirio (2 Reyes 5:1-15), quien recibió el milagro de la curación de la lepra. Israel tenía muchos leprosos viviendo fuera de la ciudad, apestados y apartados de la sociedad, debido a las condiciones insalubres y contagiosas que provocaba esa enfermedad.
Y Jesús les recuerda a los judíos que sólo un leproso extranjero recibió el favor de la curación. El mensaje de Cristo es claro: no me extraña que no sea bien recibido por mis parientes, es lo que han hecho con todos los profetas… Fue suficiente este recordatorio para hacer hervir la ira de los judíos.
Y una vez más nos muestra Cristo que no es Él quien quiere alejarse, puesto que les dedica tiempo y conversa con ellos. Pero la soberbia que les invade es tan grande y les cuesta tanto manejarla que terminan obligando a Jesús a apartarse de ellos.
Cuando Cristo los reprende, ellos debieron reconocer y estar dispuestos a aceptarlo; es lo que Cristo hubiera querido. En lugar de eso, empezaron a minimizar su mensaje y su persona. “¿Qué no es hijo de José el carpintero?” (Lucas 4: 22 y Mateo 13:55). Y a tal grado llegó su ira que estaban listos para matar a Cristo y despeñarlo (Lucas 4:30).
CONCLUSIÓN
Dios nos da continuas oportunidades de mejorar nuestras actitudes, de vivir la humildad, de corregir nuestros errores. Para ello envía a nuestros hermanos a reprendernos (Mateo 8:15); por difícil que sea, Dios nos pide que vivamos la humildad reconociendo nuestros defectos y estando dispuestos a enmendarlos.
Jesús nos invita a no alejar a Dios de nuestra vida, para ello nos pide que seamos capaces de reconocer nuestros errores y defectos para reajustar o corregir el rumbo. No son los fracasos o pecados los que nos alejan de Dios, sino la soberbia que se levanta como una barrera entre nuestro corazón y Dios. Está en nuestra mano el destruir ese muro y aceptar la palabra de Cristo.
© Miguel Angel Prado. Todos los derechos reservados.