“…Entonces respondió y me habló diciendo: Esta es palabra de Jehová a Zorobabel, que dice: No con ejército, ni con fuerza, sino con mi Espíritu, ha dicho Jehová de los ejércitos…” (Zacarías 4:6)
En la Iglesia de la Ciudad, tengo varios amigos. Uno de ellos, es mi hermano en Cristo Claudio Cendra. Quiero mucho a este hombre y también a su familia. Él ha sido de aliento a mi vida en muchas ocasiones y supo ser confidente de mis preocupaciones y angustias en más de una oportunidad. De profesión ingeniero, es un excelente músico y compositor. Cómo dirían los chicos, “la gasta” con su guitarra eléctrica Fender! El Pastor Carlos Terranova – con la picardía que lo caracteriza – lo rotuló el “Jimi Hendrix” de la Iglesia de la Ciudad!
Hombre de semblante serio, impone respeto en donde se lo encuentre; de manera que nadie se le ocurriría pensar que Claudio disfruta del buen humor, en especial, a la hora de contar algún chiste!
Hay uno de ellos que me divierte muchísimo. Y más escuchándolo a él impostando la voz! Es único en verdad! Aquí va:
Claudio cuenta que tiene algo de descendencia vasca. Los vascos son conocidos por ser gente muy determinada, hasta “testa-dura” si se quiere.
Esta historia se trata de un vasco, que un día decide marchar a Zaragoza.
En el camino, Dios le ve y decide entablar conversación con él, por lo que le saluda: – ¡buen día, buen hombre!; a lo que el vasco responde: – ¡buen día! (aquí es donde Claudio imita la voz de un vasco: imperdible!)
– ¿a dónde va en este día soleado? – pregunta Dios; y el vasco contesta: – ¡a Zaragoza!;
Dios, sonriente, le agrega: – si Dios quiere… –
Más el vasco porfiado replica, con voz más enérgica aún: -¡a Zaragoza, voy!…
El Señor molesto por tal descortesía hacia Él, vuelve a decirle: -irá a Zaragoza, si Dios quiere….
Pero el vasco no se iba a dejar ganar, por lo que responde, con voz más enérgica aún: – ¡He dicho: a Zaragoza, voy!.
Enojado, Dios decide convertir al vasco en sapo, y lo deja en un pozo al lado del camino para que recapacite de su terquedad, y reconozca a Dios en su caminar.
Sigue Dios su visita por la tierra, y al tiempo se acuerda del vasco; así que decide volver al lugar donde lo dejó, y lo cambia de sapo a vasco nuevamente, para preguntarle: : – ¡buen día, buen hombre!; a lo que el vasco responde: – ¡buen día! – ¿a dónde va en este día soleado?: – ¡a Zaragoza!; – si Dios quiere…! – agrega el Señor; a lo que el vasco replica con energía: ¡a Zaragoza… ó al pozo!
De más está decir que hemos acuñado la frase “a Zaragoza o al pozo”, como sinónimo de cualquier terquedad y falta de razonamiento sensato, con tal de no dar el brazo a torcer.
El texto del devocional de hoy es un instructivo de Dios a Zorobabel, para que ponga en el Señor su confianza, y no en su fuerza ni poderío humano.
Me gusta la traducción de La Biblia al lenguaje actual, que cita el pasaje de la siguiente manera:
“Zorobabel, no hace falta que seas poderoso, ni necesitas un gran ejército; lo único que necesitas es mi Espíritu. Yo soy el Dios todopoderoso, y te aseguro que así es…”
¡Lo único que necesitas es mi Espíritu…! (dice el Dios Todopoderoso…); qué frase tremenda!
¡Lo único que necesitas es mi Espíritu…!; Sí, lo creo! Depender totalmente del Señor garantiza cualquier éxito, decisión o determinación en la vida! (¡Fortalecidos en el Señor y en el poder de Su fuerza!)
Cuando no dejamos que esto sea así; cuando cancelamos el “Dios mediante” en nuestros dichos y hechos, entramos en la terquedad; en la autoconfianza y creyendo ser sabios nos convertimos en necios.
Esto me hace pensar, en las veces en las que he quedado “varado” en “pozos de tiempos”, por orgullo, insensatez, testarudez, llevándole la contraria a Dios
Medito y sólo puedo decir que fueron días de dolor; no quiero volver a ello. Más ahora, estando en el ministerio.
Me angustia el sólo considerar a Dios hablándome, guiándome en una dirección, y yo desoyendo, haciendo lo que me parece; ¡ay de mi!; que nunca tal cosa me acontezca como pastor.
Así que decido: para el bien de mi vida, de la Iglesia, y de la extensión del Reino de Dios, ser dócil a la voz del Señor y sus propuestas; afirmando mi determinación de depender de Dios en cada momento y sobre toda situación.
¿Qué más puedo decir? , excepto, hacer una oración y decirle a mi Señor:
¡Señor, quiero ser un discípulo amado por ti; que como Juan me halle siempre recostado sobre tu corazón; hazme dócil, humilde, dependiente, obediente. Sólo con la ministración de TU Espíritu, podré lograrlo! Amén