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SAUL. El líder y la desobediencia

Estudios Biblicos – Predicas Cristianas

1. El rey que se descalificó a sí mismo

Saúl proviene de un trasfondo conflictivo como lo era la conflictiva tribu de Benjamín (Jueces 20–21). Paradójicamente San Pablo proviene del mismo origen siendo un hombre aprobado por Dios (Filipenses 3:5). Esto desdice la idea fatalista de que no podemos escapar de nuestro trasfondo hereditario.

Su padre era hombre de influencia y valeroso en tanto que Saúl era un joven que gozaba de una privilegiada estatura física, y una muy buena presencia. (1 Samuel 9:1–2).

Puede deducirse que su carácter inicialmente era el de un hijo sumiso y humilde.

Así lo vemos cuando se lanza a buscar un par de asnas perdidas que eran de su padre. Esto lo lleva por un vasto territorio, mostrándose obediente, sensible y aun abierto a las sugerencias de un sirviente (1 Samuel 9:3–8). A esta altura creemos que contaría con una edad razonable para gozar de una libertad personal con mayor autonomía.

En estas andanzas tendrá una experiencia crucial que cambiará el curso de su vida.

Se encontrará con el profeta Samuel, quien lo ungirá como el primer rey de Israel (1 Samuel 10:1). En la ceremonia de unción se le asegura que contará con señales sobrenaturales que confirmarán su designación real como algo que no provenía de los hombres sino de Dios (1 Samuel 10:2–7). Es así, que gozará de experiencias espirituales que lo “mudarán en otro hombre” (1 Samuel 10:6–10). Parece ser, que gozó de claras experiencias de tipo carismático, propias de algunos personajes que se iniciaron en grandes responsabilidades. No es fácil describir esta faceta de su vida, pero es evidente que experimentó manifestaciones del poder de Dios a nivel personal. Las experiencias espirituales que tuvo al inicio de su liderazgo fueron de carácter genuino sin dar lugar a dudas de su andar con Dios.

Por otra parte contaba con la prudencia de no hacer grandes alardes de estas preciosas experiencias en el Espíritu, cosa digna de ponderar, cuando entendemos que por naturaleza humana caemos fácilmente en hacer de esto un asunto de publicidad, de propaganda, “proselitismos” y aún divisiones denominacionales evaluando categorías de espiritualidad entre los hermanos según manifestaciones carismáticas (1 Samuel 10:16).

Al ser designado rey, se vuelve a mostrar humilde; diríamos hasta tímido y huidizo como lo hace al esconderse entre el bagaje tratando de evadir ser presentado públicamente (1 Samuel 9:21; 10:20–22; 15:17). También parece que irradiaba ciertos perfiles de inexperiencia o inseguridad que llevó a algunos a menospreciarlo. (1 Samuel 10:27)

Comprenderemos mejor el carácter de este hombre al entender que debía asumir una tremenda responsabilidad en la transición de la teocracia que le precedió en la persona de Samuel, al de un gobierno monárquico, lo cual implicaba toda una revolución religiosa y política (1 Samuel 8).

Si bien esta transición no era del agrado de Dios ni de Samuel, se promete al rey y al pueblo la bendición y la asistencia del Espíritu de Dios. El nuevo tipo de liderazgo no quedaría huérfano (1 Samuel 9:15–16). Por otra parte, Samuel se muestra como verdadero líder, y aunque ahora desplazado se compromete a “no pecar contra Dios cesando de rogar y enseñar a este pueblo” (1 Samuel 12:23). Su desplazamiento no apagó su capacidad de líder genuino ante la aparición de otro líder.

Las grandezas de Saúl se declaran en las endechas finales que David eleva en la hora de la muerte de Saúl y Jonatán. Allí se dice que “eran más ligeros que las águilas y más fuertes que los leones”, y son “valientes que han caído” en la batalla. Estas cosas que quedaron registradas para la historia futura de Israel y para la iglesia en 2 Samuel 1:22–27.

La primera gestión de Saúl tiene lugar ante una abierta ofensa nacional que proviene del rey de Amón, contra los habitantes de Jabes de Galaad, una región ocupada por las tribus de Manasés, Gad y Rubén al nor-oriente de Israel. (1 Samuel 11:1–8).

Nahas rey de Amón, busca injuriar al pueblo con una proposición de brutal inhumanidad. Amenaza con arrancar el ojo derecho de estos habitantes como marca de humillación sobre todo Israel, cosa que atemoriza al pueblo y bajo un sentido de impotencia les lleva a “alzar sus voces y llorar”. (1 Samuel. 11:4)
Saúl cobra conocimiento de tal situación reaccionando con ira, y bajo la unción del Espíritu convoca al pueblo en un despliegue de gran autoridad (1 Samuel 11:7–9).

El ejército que logra reunir es de 330.000 hombres, con los que inflinge una formidable derrota a los habitantes de Amón. (1 Samuel 11:12).

Reafirmada su autoridad en esta proeza, destila nobleza de carácter no permitiendo que sus detractores, los mismos que antes lo menospreciaran, sean destruidos, salvándoles la vida. (1 Samuel 11:12–13).

Hasta aquí vemos a un hombre de capacidades especiales, llamado por Dios, ungido con el poder del Espíritu y asumiendo su responsabilidad con humildad, nobleza y firme determinación.

2. La caída de Saúl

Sus problemas comienzan un tiempo más tarde, cuando crea un ejército personal de 3000 soldados que divide en dos cuerpos, el primero de 2000 para acompañarle a él personalmente y a otros 1000 que seguirían a su hijo Jonatán, ahora príncipe en Israel. (1 Samuel 13:1–2).

Sin poder captar los pormenores del incidente, sabemos que Jonatán ataca una guarnición filistea creando un conflicto internacional (1 Samuel 13:3).

Los sucesos se siguen en forma acelerada y los Filisteos se alistan con un formidable ejército para atacar a Israel.

Es de tener en cuenta que Samuel había instruido a Saúl sobre un sacrificio ritual que se debería realizar (1 Samuel 10:8). No tenemos toda la información cronológica que quisiéramos tener sobre este particular. El hecho es que en la confrontación que se avecinaba con los Filisteos, este ritual no se había efectuado. Esta era una práctica común que precedía a los conflictos, y en el que se debería invocar la presencia de Dios en una ceremonial especial.

Este aspecto había quedado pendiente y debía efectuarse tras una espera de siete días. Samuel se demoraba y las presiones ante el avance de los Filisteos aumentaban de tal manera que el pueblo atemorizado comenzaba a desertar.

Apremiado por las circunstancias y en un arranque de temor e incredulidad Saúl se adelanta a ofrecer el sacrificio usurpando funciones que solamente Samuel estaba autorizado a realizar. Tal precipitación Samuel lo definirá como un acto de “locura” (1 Samuel 13:12–13).

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