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¿Por qué misiones?

Estudios Biblicos – Predicas Cristianas

Hace dos mil años Jesucristo ordenó a sus discípulos a ir por todo el mundo y predicar el evangelio a cada ser humano. Un extraordinario trabajo ha sido realizado por miles de cristianos, obreros y misioneros durante estos casi veinte siglos que han pasado.

La iglesia ha experimentado (especialmente en los últimos doscientos años) un crecimiento sorprendente. Algunas estadísticas estiman que hay más de setecientos millones de cristianos evangélicos en el mundo actual.

Mediante el esfuerzo y trabajo de miles de iglesias y millones de cristianos, más el valioso aporte que hacen los modernos medios de comunicación y los adelantos tecnológicos, se puede decir que el evangelio ha sido predicado, prácticamente, en cada país de la tierra.

Sin embargo, todavía…

No sólo la tarea no se ha terminado; humanamente hablando, falta bastante para concluirla.

Los cálculos más serios nos dicen que todavía es necesario plantar la iglesia en alrededor de ocho mil etnias (o sea, pueblos, tribus, lenguas y grupos humanos diferentes).

Es probable que de los 6.300 millones de habitantes que hoy componen la población del mundo, alrededor de dos mil millones (casi una tercera parte) nunca hayan escuchado el evangelio ni una sola vez de una forma razonable que les permita entenderlo, y aceptarlo o rechazarlo, en consecuencia.

¿Por qué?

Se ha dicho con razón que todo efecto obedece a una causa. ¿Cuáles son las causas que han impedido que se completara la evangelización del mundo en nuestra generación? ¿Se conocen las razones por las cuales este bendito plan aún no se ha podido concluir? ¿Es posible descubrir y conocer esas razones, a fin de corregir nuestro proceder y así acelerar el día cuando se alcance la meta que Cristo nos ha mostrado?

Lo que creemos

Entre las muchas causas que podrían señalarse desde distintos ángulos, hay algunas verdades muy sencillas—pero de suprema importancia—de las que debemos tomar conciencia. En los capítulos de la primera parte consideraremos algunas. Concientizarse significa: tomar conciencia o conocimiento de ciertos hechos, verdades o realidades con el propósito de que produzcan cambios concretos en nuestro accionar.

  1. La importancia de la evangelización mundial
  2. La obra misionera no es simplemente una cosa que la iglesia debería llevar adelante: es su principal y más importante tarea.
  3. La suprema tarea de la iglesia es la evangelización del mundo.

La primera tarea que Jesús hizo después de resucitar; el único tema que ocupó su mente durante los cuarenta días que pasó con sus discípulos y la última cosa que mencionó antes de ascender al cielo, fue enseñar, exhortar y mandar el cumplimiento del plan divino de salvación.

Mi comida es que haga la voluntad del que me envió y que acabe su obra. (Juan 4:34)

LA SUPREMA IMPORTANCIA de la obra misionera mundial fluye espontáneamente a través de las páginas de la Biblia. Forma parte integral del plan de redención, por lo tanto está asociada de manera inseparable a la persona y obra salvadora de Cristo. Tal importancia se podría probar de varias maneras: usando argumentación teológica, exponiendo algunas doctrinas, por la necesidad de la gente, mencionando algunos mandatos bíblicos, por el sentido común, etcétera.

En esta ocasión quisiéramos demostrar su importancia de una manera muy sencilla y gráfica. La misma consiste en observar cuál fue el lugar que Jesús le asignó dentro de la actividad que desplegó después de resucitar de los muertos. Señalar qué fue lo que Jesús pensó, habló e hizo durante esos cuarenta días que pasó con sus discípulos.

Intensa actividad

¿Qué hizo el Señor después de salir triunfante de la tumba? En Lucas 24 se nos ofrece gran parte de la respuesta a esta pregunta. El v. 1 comienza diciendo: «El primer día de la semana», y hasta el v. 49 nos relata uno tras otro los encuentros que tuvo con sus discípulos en aquel primer domingo. Añadiendo los pasajes paralelos de otros evangelios completamos un cuadro que por lo menos incluye los siguientes episodios:

Se encontró con dos mujeres, quienes habiendo recibido el mensaje del ángel corrieron a dar las buenas noticias a los discípulos (Mateo 28:1–10).

Apareció a María Magdalena, la mujer de la cual había expulsado siete demonios (Marcos 16:9–11).

Caminó junto a los discípulos que, apesadumbrados y tristes iban a Emaús, y que al conversar con Él, en primera instancia no lo reconocieron (Lucas 24.13–32).

Se entrevistó privadamente con Simón Pedro. Las Escrituras mencionan el hecho aunque no describen este encuentro (Lucas 24:33–34; 1 Corintios 15.5).

Y finalmente se les apareció a los once y otros que estaban con ellos «con las puertas cerradas por miedo de los judíos» (Lucas 24:33, 35, 36–49).

¡Cuán intenso y variado fue el programa que Jesús desarrolló en aquel primer domingo después de resucitar! Sin embargo, al llegar la noche y al encontrarse reunido por primera vez con sus discípulos, ¿qué fue lo que dijo? ¿Qué estaba cansado? ¿Que no tenía ganas de hablar? ¿Pidió una cama para descansar? ¿Qué fue lo primero que hizo?

En varios evangelios se nos dice que con sus primeras palabras trató de tranquilizarlos: «Paz a vosotros», les dijo, pues estaban «espantados y atemorizados». Seguidamente les demostró que Él era el mismo que había muerto: «Mirad mis manos y mis pies», porque algunos dudaban y pensaban que veían un espíritu, y no al Jesús de carne y hueso que habían conocido antes. Para mayor confirmación les preguntó si tenían algo de comer, y le sirvieron un asado de pescado con «postre» de miel incluido.

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