Cruzando el desierto

II. El propósito de Dios al permitirnos el desierto

Nada cuanto Dios nos permite vivir es ajeno a su propósito (Romanos 8:28). La experiencia del desierto no es la excepción. El cruce del desierto es una experiencia que hace parte de nuestro aprendizaje en los caminos del Señor. La Biblia nos señala varias razones por las que Dios nos cruza por el desierto:

1. Para llevarnos a un nivel mayor de comunión con él.

“…Pero he aquí que yo la atraeré y la llevaré al desierto, y hablaré a su corazón…” (Óseas 2:14, cursivas mías)

En la experiencia del cruce del desierto podemos permitirle al Señor que nos hable en forma más asidua, lo que a su vez nos hará más sensible a su voz. Pareciera que la única manera en la que podemos ponernos en línea con Dios es a través del desierto. En el desierto dejamos de oír otras voces para escuchar la de Dios. ¿Qué pudiera decirnos Dios en el desierto que no nos lo dice en otras circunstancias? Que nos ama, que desea que le dediquemos tiempo, porque el amor (y Dios es amor) tiene la imperiosa necesidad del compañerismo (Santiago 4:5; Salmo 42: 7-8).

Así que, si su nivel de comunión con el Señor no es muy profundo, tal vez Dios tenga que llevarlo al desierto para que usted acceda a conocerlo un poco más. El mejor revelador del carácter y el trato de Dios, es el desierto. Aquel que aprende a conocerlo y a seguirlo en lo áspero de un desierto, califica para seguirle en lo apacible de una llanura.

2. En el desierto se forja nuestro carácter

“…Y te acordarás de todo el camino por donde te ha traído Jehová tu Dios estos cuarenta años en el desierto, para afligirte, para probarte, para saber lo que había en tu corazón, si habías de guardar o no sus mandamientos…” (Deuteronomio 8:2, cursivas mías).

Nada nos cuesta tanto como perfeccionar nuestro carácter. Lo que hacemos es un reflejo de lo que somos. A Dios le importa más lo que somos que lo que hacemos. Esto último es temporal; lo primero es eterno. Por ello, él trabaja en nuestra perfección y no desistirá en tanto que aún haya áreas que perfeccionar (Filipenses 1:6)

El trato de Dios apunta hacia un nivel de madurez en el que ya “…no seamos niños fluctuantes, llevados por doquiera de todo viento de doctrina…” (Efesios 4:14), sino hombres que seamos capaces de “…portarnos varonilmente…” (1ª Corintios 16:13), entendiendo que el carácter (la esencia de ser) se forja en el fragor del trato de Dios. Madurar es todo un proceso. Y Dios se toma todo su tiempo en llevarnos a esa etapa en la que él pueda confiarnos su presencia y su unción. Un carácter santificado y acrisolado por el fuego del desierto es lo que nos capacita tanto para servirle, como para atesorar la revelación de su Palabra, y para exteriorizar valores morales que han de poner de relieve nuestra comprensión del plan de Dios con nosotros. “La aplanadora” de la que Dios se vale para nivelarnos en las áreas que lo requieran es el desierto. En el desierto aprendemos a “morir” a nosotros mismos.

3. En el desierto se prueba nuestra obediencia

“…Para probarte, para saber lo que había en tu corazón…”

El Señor Jesucristo afirmó que nuestra conducta estaba estrechamente ligada a lo que pudiera encontrarse en nuestro corazón (Mateo 7:17-18; Lucas 6:43-45)

En el desierto se revela lo que hayamos albergado en el alma. El desierto tiene la particularidad de poner de manifiesto lo que el corazón ha atesorado. Por esta razón, nuestro nivel de entrega al Señor se hace evidente por nuestra capacidad y disposición de obediencia. Asombra como algunos están dispuestos a realizar cualquier sacrificio en lo que les corresponda, pero muy poco a obedecer. Creen erróneamente que los sacrificios y los sobreesfuerzos valen más que la obediencia.

Pero ni siquiera una tonelada de oración o cualquier otro tipo de sacrificio lograra conseguir lo que una onza de obediencia. Por supuesto que creo en el poder de la oración, pero en la oración que nace en un corazón saturado de sometimiento y de obediencia al Señor. Presumir un conocimiento de quien es Dios y llevar una vida de desobediencia, es una actitud propia de los hipócritas. La obediencia mide nuestro compromiso con Dios (Lucas 6:46). Dios se agrada del que le obedece (1° de Samuel 15:22). El desierto te lleva a lo obediencia o la desobediencia.

4. En el desierto se revela el grado de amor que le pudiéramos tener al Señor

“…Para saber lo que había en tu corazón…”

Dios nos exige que le amemos de todo corazón (Deuteronomio 6:5; Marcos 12:30). Cuando nuestra relación con Dios solo está basada en el compromiso y el formalismo, pero no en una buena dosis de fe y amor, nos puede suceder lo que a la iglesia de Éfeso que había dejado de lado su primer amor por el Señor (Apocalipsis 2:3-5). Aquellos que solo buscan al Señor por lo que él les pueda dar y no por lo que él es, difícilmente podrán resistir cuando la dura prueba del desierto haga su aparición. Le recuerdo que el desierto es para todos. Nadie se queda sin cruzarlo. Y no hay atajos. Absolutamente ninguno que vaya tras su Canaán se quedará sin la travesía del desierto.

En el desierto se mide la intensidad de nuestro amor por el Señor, así como la firmeza de nuestro carácter.

5. El desierto nos prepara para un grado mayor de la unción del Señor sobre nuestras vidas.

Cuando a las 5 vírgenes insensatas se les acabó el aceite (lo que debió ser una pena para ellas), las prudentes les dijeron a estas: “…Id vosotras y comprad aceite…” (Mateo 25:9). Abandonar la comodidad del lugar en donde se hallaban esperando al esposo para ir y conseguir aceite no debió ser grato para ellas. Eso implicaba una larga jornada hasta el lugar más próximo en donde pudieran hallar el preciado aceite. Es igual a lo que nos corresponde hacer a nosotros. El aceite es símbolo del Espíritu Santo. La palabra “comprar” significa “pagar un precio por la obtención de algo” y muchas veces, obtener un toque nuevo de su unción, no es nada fácil.

Es allí cuando se nos presenta el exhausto y ardiente desierto, pues casi siempre este aceite brota “del duro pedernal” que se encuentra en los desiertos. (Deuteronomio 32:13). Así que si queremos el aceite fresco del poder, la unción y la presencia de Dios, necesitamos ir hasta el desierto y obtenerlo para nosotros. Esto es lo que equivale a pagar un precio. El precio a pagar no es otra cosa que tomar una serie de “ajustes y medidas” en nuestro cotidiano vivir para que su presencia fluya.

Es romper “el duro pedernal” de la indiferencia, de lo cómodo y placentero, de lo que no es tan exigente, de la liviandad y la frialdad para sacar y extraer el aceite de Dios que le dará viscosidad y resplandor a nuestra vida cristiana y ministerial. Una vez que el aceite está en nuestras manos, arden nuestras lámparas (Mateo 25:7), se apresuran nuestros pasos (Deuteronomio 33:24) y se iluminan nuestros rostros (Salmo 104:15). ¿Quiere usted este aceite? ¿Está dispuesto a buscarlo hasta obtenerlo?

6. El desierto nos alista para ser un regimiento militar.

En Egipto Israel no tenía futuro. La esclavitud era su norma de vida. En Egipto no fueron adiestrados para ser guerreros. Eran esclavos, sometidos a la voluntad de otros. Ellos aprendieron a ser valientes y luchadores en su cruce por el desierto. El hecho de que tuvieron que enfrentar las hostilidades de los pueblos por donde pasaron, los convirtió en ese ejército poderoso que comandó Josué cuando llegaron a Canaán. En el desierto dejaron de ser débiles y frágiles esclavos y se tornaron en valientes y decididos conquistadores. El cruce del desierto (los tiempos de luchas y pruebas) nos hará ser “fuertes en el Señor” para que no seamos vencidos fácilmente por las dificultades. El Señor Jesucristo declaró:

“…El reino de los cielos sufre violencia y los violentos lo arrebatan…” (Mateo 11:12).

Conclusión:

El desierto es el campo de entrenamiento en el que nos alistamos para cuando llegue el momento de poseer lo que nos pertenece. No podemos renegar de nuestros desiertos porque en ellos aprendemos a ser fuertes en esta decisiva conquista de lo espiritual.

En el desierto cambiamos de mentalidad y somos transformados en avistados guerreros que luchan hasta lo sumo por sus victorias. El desierto que podamos estar cruzando hoy es nuestro lugar de promoción.

4 comentarios en «Cruzando el desierto»

  1. Dios proveera’ como dice su palabra. Solo El nos saca de nuestro desierto nos infunde confianza, nos da alegria y su paz y no como el mundo la da. Dios los bendice mis amados hermanos.

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  2. Buen estudio. Dios le bendiga.

    Cuénteme del libro qua aca refiere donde se consigue estoy fuera del país, y desearía tenerlo me puede indicar si esta como PDF” gracias.

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