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Los evangélicos y María

Estudios Bíblicos

Estudios Bíblicos Predica de Hoy: Los evangélicos y María

INTRODUCCIÓN

Como evangélico no tengo problema en reconocer que uno de los temas más ignorados entre las Iglesias Evangélicas es el de María. Pero esto tiene sus razones, y espero explicarlas. Casi todo lo que sabemos de María procede de lo que llamamos “religiosidad popular”.

Para nadie es un secreto que la “veneración” de María, como gusta decir la ICR, ocupa el lugar más privilegiado y preeminente en toda la devoción y piedad del pueblo católico. Basta entrar a cualquier templo católico para descubrir, por la cantidad y calidad dad de los altares, quien es el “centro” del templo. El sentimiento evangélico reacciona contra esto pensando que Jesucristo ha sido desplazado hacia la periferia de la fe y de la devoción.

En realidad, el católico común tiene dos imágenes básicas de Jesucristo: el bebito indefenso de la navidad, protegido por su madre (José casi ni aparece) y el Cristo agónico e impotente de la Semana Santa. Entre ambas imágenes, el católico ignora todo lo que está en el Evangelio entre la navidad y la Cruz. De las enseñanzas de Jesús sabe el Padre Nuestro porque lo recita de un modo mecánico, pero si le pidieran que explicara algo su respuesta sería: “pregúntenle al cura”. Un principio fundamental de la Reforma fue SOLO CRISTO.

El pensamiento evangélico

Es decir, el pensamiento evangélico tiende por inclinación natural a ser “cristo céntrico”, así como el católico tiende a ser “mariano céntrico”. Esta centralidad del culto, sea como lo llamen es culto, a María es lo que explica que en las Iglesias Evangélicas casi no se la mencione, aunque reconozco que hay muchos motivos preciosos de enseñanza en la vida y ejemplo de María, a quien el único título que la Biblia le concede es “la madre del Señor”.

Espero explicar esto más adelante. Es casi imposible de negar que hay una decidida voluntad de la ICR de definirse como Iglesia Mariana, más que como cristiana. Hay mucho más mención a María que a Cristo en cualquier publicación católica popular.

Recientemente, en un diario católico nacional aquí, de 16 páginas, aparecieron 14 imágenes de María y 6 artículos centrales, extensos sobre el papel de María en la ICR. NI UNO estaba dedicado a Jesucristo, de quien se hizo una sola mención en un artículo muy marginal. Frente a esto, es fácil comprender cualquier reacción que un cristiano evangélico, centrado en Jesucristo, pueda tener no frente a María, la madre del Señor, la que se encuentra en los Evangelios, sino frente a la “María de los Dogmas” y del culto popular.

Ahora, hay otro problema: para nosotros, los evangélicos la ÚNICA fuerte fidedigna y confiable de información sobre cualquier tema teológico es la Biblia (el NT es este caso). Cuando se discute o se intercambian ideas sobre estos temas, es muy importante tener esto en mente. Nada que no se sostenga sobre la base de una sana exégesis bíblica para nosotros es considerado como doctrina. Y el problema está en que, como no tiene ningún empacho en reconocerlo la ICR, hay muchísimas cosas en las enseñanzas marianas que no se pueden sostener por la Biblia y que la ICR defiende basada simplemente en lo que ella misma ha calificado como:

LA TRADICIÓN DEL MAGISTERIO ECLESIÁSTICO.

Una cosa sí es cierta: lo que el NT tiene que decir sobre María no es tan insignificante como muchos evangélicos creen o gustarían creer; pero tampoco tiene el alcance y la complejidad que la iglesia católica ha llegado a desarrollar mediante los llamados dogmas marianos. Antes de entrar en una elaboración dogmática (como por ejemplo, eso de llamarla “Madre de Dios”) se impone por la fuerza examinar lo que el NT dice sobre María. Y en este sentido, todos los pasajes sobre María se pueden agrupar en las siguientes categorías:

1. Los relatos de la infancia: Mat. caps. 1-2 y Lucas 1-2 2. María como esposa y madre: Mat. 1-2 y Lucas 1-2 3. Distanciamiento de María por parte de Jesús: Marcos 3:31-35; Mateo 12:46-50; Lucas 8:19-21 y 11:27-28 4. Aspecto simbólico de María: Juan 2:1-12 y 19:25-27 5. María como creyente y discípula de Cristo: Hechos 1:14 6. María en la referencia paulina al nacimiento de Cristo: Gálatas 4:4 (Nota: no incluyo la imagen de la mujer de Apc. 12, porque es una imagen mixta, compuesta de varios elementos tanto del AT como del NT, como suele ser el lenguaje apocalíptico).

MARÍA EN LOS RELATOS DE LA INFANCIA:

María es mencionada con mayor frecuencia en los relatos de la infancia; no menos del 75% de todas las referencias a ella en el NT. ¿Qué valor teológico tienen estos pasajes para la comprensión de María en relación con Jesús? La respuesta no es fácil. Los relatos de Mateo (Mt) y Lucas (Lc) tienen evidentes y grandes diferencias. Las más significativas son:

(1). En sus relatos de la infancia, Mateo menciona a María cinco veces, y casi siempre ella está en modo pasivo y subordinado:

Mt.1.16: María es aquella de la cual José era el marido.

Mt.1:18: María es “la desposada con José”

Mt 1.20: María es la mujer que debe ser recibida por José

Mt 2.11: Los magos “vieron al niño con su madre, María”. Es la única vez que Mateo asigna valor activo a María, pero inmediatamente desplaza su atención hacia el niño, pues los magos “… lo adoraron”.

En todos los demás pasajes, Mateo asigna el mismo valor pasivo: no se la menciona por nombre, nadie se rige a ella, nunca se habla de ella, nunca hace algo por su propia cuenta; siempre son otros los que hacen algo que la afecta. Ella está desposada cuando se descubre que está embarazada; su marido quiere divorciarse de ella, por mandato del ángel, José se la lleva a Egipto; después es José quien decide regresar a Nazaret. En todos estos casos, María es absolutamente pasiva.

(2). La situación cambia radicalmente en los relatos de Lucas, quien la menciona por nombre unas 12 veces. Realmente, María ocupa el centro de atención del relato de Lucas. En Mateo, el centro del relato el hecho mismo del nacimiento, sus circunstancias y su valor universal. En cambio, en Lucas el centro es María, la persona, no el acontecimiento.

Una cuidadosa comparación de ambos relatos revela que la importancia que Mateo atribuye a José, Lucas se la asigna a María. Mateo menciona a José por nombre siete veces; en Lucas solamente tres veces. En Mateo, José es la garantía de la descendencia davídica de Jesús; la concepción de Jesús por el Esp. Santo es anunciada a José y no a María; José tiene dos veces visión de ángel; es José, y no María, quien pone el nombre al niño, y es decisión de José el vivir en Nazaret. Ninguna de estas grandes responsabilidades dadas a José aparecen en el relato de Lucas.

Según Lucas, José ni siquiera es informado sobre el embarazo de María; María es quien da nombre al niño. Todo lo que en Mateo le confiere preeminencia a José es ignorado por Lucas o atribuido a María. Sin la menor duda, María es el centro de interés del relato de Lucas.

La prueba más evidente es que Lucas es el único en hacer una relato en paralelo del nacimiento de Jesús y el nacimiento de Juan Bautista. En esta historia, Elizabet, madre de Juan, y Juan desde el vientre de su madre, reconocen la superioridad de María sobre Elizabet y de Jesús sobre Juan.

Entonces, hay una pregunta: ¿Cómo podemos explicar estas notables diferencias? Podemos responder, en parte, diciendo que ambos evangelistas tenían diferentes fuentes de información, o tradiciones en torno al nacimiento de Jesús. En una fuente o tradición, José es la figura central; mientras que en otra fuente, lo era María. Pero, esto explicaría en parte la existencia de dos focos distintos de atención. Pero surge otra pregunta: ¿Qué fue lo que motivó a Lucas para destacar la importancia de María y disminuir el rol de José? ¿Por qué en el curso de unos pocos años pueden darse dos relatos tan diferentes de un mismo acontecimiento?

La respuesta debemos buscarla en la misma formación de los relatos de los evangelios. Marcos y Juan no contienen relatos de la infancia. Lo que demuestra que por un tiempo esto no fue necesario incluir porque no presentaba ningún conflicto. Para Marcos no era necesario relatar la infancia de Jesús para comprender su ministerio en el mundo. (ojo: el orden en que aparecen los 4 Evangelios no significa que se hayan sido escritos en ese mismo orden; la crítica bíblica es unánime en afirmar que Marcos es el primer evangelio escrito; Mateo y Lucas son posteriores) Los relatos de la infancia surgieron cuando en medio de las comunidades cristianas empezaron las dudas y las preguntas sobre la Encarnación del Hijo de Dios; cuando estos temas empezaron a preocupar a los cristianos surgieron los relatos o las tradiciones en torno al nacimiento del Señor. Por eso las diferencias entre Mateo y Lucas.

El evangelista Mateo utilizó una tradición sobre el nacimiento de Jesús en la que el protagonista era José, y no María, en correspondencia con la cultura bíblica y hebrea de que el hombre, y no la mujer, tenía que ocupar el centro de la historia. En cambio, Lucas dispuso de dos relatos o tradiciones ( recuerden que él mismo dice que investigó diligentemente): un relato estaba centrado en el nacimiento de Jesús. El otro se refería al nacimiento de Juan Bautista.

En el Evangelio de Lucas hay un evidente intento de correlacionar los relatos de ambos nacimientos en forma paralela. El propósito de Lucas era evidentemente unir a los seguidores de ambos. Por otros pasajes del NT sabemos que los discípulos de Juan formaron un movimiento religioso de cierta importancia y que estaban activos aun en tiempos de la Iglesia Apostólica (ver Juan 1:6-8, 15,19-27; Hechos 19:1-5).

Cuando Lucas decide incorporar el relato del nacimiento de Juan Bautista lo hace con la finalidad de demostrar en todo momento la superioridad de Jesús sobre Juan; en consecuencia, también tenía que mostrar la superioridad de María sobre Elizabet. Esto explicaría la enorme importancia que Lucas concede a María. Esta importancia dada a María no es producto de que los cristianos estuvieran adquiriendo conciencia de una creciente y mayor importancia de María en la historia de la salvación, como si en algunas comunidades cristianas se hubiera desarrollado una mayor conciencia de la importancia del papel de María y en otras iglesias no.

Tampoco puede pensarse que en el transcurso de los 10 años entre la publicación del evangelio de Mateo y el de Lucas, los cristianos hubieran empezado a concederle a María una creciente importancia en la historia de la Salvación. Que esto no es así queda demostrado en el hecho de que en el resto del Evangelio de Lucas, María desaparece. Sólo se le menciona un par de veces y siempre en modo negativo.

Podemos llegar a una conclusión: la preeminencia dada por Lucas a María tiene su razón de ser en el hecho de que Lucas narra en forma paralela las historias de Juan Bautista y la de Jesús. Todo lo que está en relación con Jesús es acentuado para señalar su superioridad sobre Juan y por eso se le concede mayor papel a la madre del Señor. No es por una importancia teológica de la persona de María, sino por una necesidad del evangelista para mostrar la superioridad de la fe cristiana sobre el movimiento religioso en torno a Juan el Bautista (compárese con la confrontación con el del mesianismo de Juan Bautista en el Evangelio de Juan, 1-3).

MARÍA COMO ESPOSA Y MADRE:

Una segunda clase de pasajes tiene que ver con María y su condición de esposa y madre. Estos pasajes son claves, porque es en ellos en donde se plantea el problema de fondo: la supuesta virginidad perpetua de María. Tales pasajes son ineludibles en cualquier diálogo con católicos.

En Mt. 1:24, 25 se lee que José “… recibió a su mujer. Pero no la conoció HASTA QUE dio a luz a su hijo primogénito” (VRV-95). La Nueva Biblia Española (NBE) traduce: “SIN HABER TENIDO RELACIÓN CON ÉL, María dio a luz un hijo”. La Versión Nácar-Colunga (NC) dice:”… No la conoció HASTA QUE dio a luz un hijo”. La Biblia de Jerusalén (BJ) traduce:” Y no la conoCÍA HASTA QUE ella dio a luz a un hijo”. La versión Cantera Iglesias (CI) vierte: “Y NO SE UNIÓ A ELLA HASTA QUE diera a luz un hijo”. La Nueva Versión Internacional (NVI) traduce: “Pero no tuvo relación conyugal con ella HASTA QUE dio a luz un hijo”.

Las versiones RV-95, NC y BJ traducen literalmente el texto griego de Mt. 1:25, siendo la BJ la más literal pues conserva el verbo en el tiempo imperfecto (conocía), tal como está en el texto griego, y no cambia al tiempo pasado o pretérito simple (conoció). Las versiones CI, NBE y NVI utilizan un principio de traducción que se llama equivalencia dinámica para sustituir el semitismo “conocer” por su equivalente: “tener relaciones conyugales”.

Solamente la versión NBE, usando la equivalencia dinámica, traduce la expresión HASTA QUE, una preposición griega que alude al término temporal de la abstinencia sexual, por la expresión SIN TENER RELACIONES, lo que disimula el aspecto temporal y alude más bien al modo como fue concebido el hijo: sin intervención de varón; indicando así la condición virginal de María previa a la concepción o fecundación y al parto. Pero no dice nada de la condición posterior al parto. Esta misma traducción se usa en la Versión Popular de Estudio.

La clave de este versículo está en una preposición (les pido disculpas si estos aspectos gramaticales resultan un poco extraños para algunos, no se desanimen, que la gramática española no es tan difícil; echen mano a un buen manual de gramática española). En el texto griego aparece una preposición que tengo que transcribir por carecer de los signos del griego como: “JEOS JOU” (Léase: “jeos ju”).

Literalmente “jeos ju” significa HASTA QUE, y así se traduce en todas la veces que aparece en el NT, excepto una o dos veces, en Mt-14:22 y 26:36, en donde se traduce como “mientras” o”entre tanto” (pero este sentido no cabe en Mt.1.25). Sólo queda un significado posible: la preposición “hasta que” significa el final de un período de tiempo, después del cual terminó la abstinencia sexual de José y María.

El sentido, entonces, sería: José no tuvo relación con María hasta que ella dio a luz, pero después de dar a luz, sí la tendría, en sus relaciones maritales normales. Esto es lo que la gramática nos estaría indicando.

Pero, plenamente conscientes del impacto de Mt. 1.25 sobre el dogma de la perpetua virginidad de María, los traductores católicos se apresuran a dar las explicaciones necesarias para “salvar” el dogma. De esta manera, la BJ comenta al pie de página: “El texto no contempla el período posterior, y POR SI MISMO NO AFIRMA LA VIRGINIDAD PERPETUA DE MARÍA, pero el resto del Evangelio así como la TRADICIÓN de la Iglesia la suponen”.

Detengámonos en esta nota del traductor de BJ: afirma que Mt.1.25 no enseña la perpetua virginidad de María. Afirma que el texto se refiere a la condición previa de María. Afirma que la perpetua virginidad de María es una suposición basada en: el resto del Evangelio de Mateo y la tradición del magisterio de la Iglesia. Pero, ojo, el autor de la nota no ofrece ni una sola cita del “resto” del Ev. de Mt.; así que lo único que queda en pie es la suposición de la tradición eclesiástica católica.

Esto quiere decir, en palabras más sencillas: “el magisterio católico antiguo ha sostenido esa doctrina, no importa que no esté enseñada en el NT, como nosotros así lo hemos enseñado, entonces tiene que ser verdad”. Algo así como si yo dijera: “Tal cosa es verdad”, ¿Por qué es verdad? “Porque así lo enseñé desde hace mucho tiempo, y si así lo enseñé desde hace tanto tiempo, entonces tiene que ser verdad”.

Esto es lo que la Iglesia Católica entiende por la Tradición: lo que los antiguos padres enseñaron, aunque estas enseñanzas de los antiguos padres no tuvieran bases bíblicas. Eso no importa, basta con que así lo hayan enseñado. Esto lo explica más definidamente el traductor de la versión CI, cuando en su respectiva nota afirma: “Que María permaneció virgen después del parto pertenece a las más antiguas persuasiones creyentes de la Iglesia” ¿Qué tan antiguas son estas persuasiones creyentes? Antes del siglo IV a.C. no hay nadie que enseñe la perpetua virginidad de María.

Mt 1.25 sí afirma la virginidad de María antes de la concepción, y entendemos que Mateo está enseñando que Jesús fue concebido sin la intervención de José. Pero es imposible sostener la perpetua virginidad de María a partir de este verso.

Si a esto añadimos los datos, repetidos frecuentemente, de los hermanos y hermanas de Jesús, tenemos que concluir que José y María, después del nacimiento del Señor, mantuvieron una relación conyugal normal. Claro, la interpretación de los comentaristas católicos se ha centrado en que tales hermanos eran en realidad primos o parientes. Pero el vocabulario empleado por Lucas es muy preciso, como lo veremos enseguida:

Luc. 2.7 afirma que Jesús era el “hijo primogénito” de María. Es muy cierto que la palabra “primogénito” (en griego: prototokos, literalmente: “el primero parido”) no significa necesariamente que otros hijos siguieran al primero. En otros contexto, primogénito puede referirse al primero en honor, como cuando se dice que Cristo es el primogénito de los muertos. Pero en Lucas este no es el contexto. La prueba de que Lucas sí sabe que María tuvo otros hijos es que en su evangelio él utiliza en tres oportunidades la palabra “MONOGENÉS” ( literalmente, “hijo único”, “único engendrado”) para referirse a alguien que tiene “un sólo hijo”. En 7.12: el hijo único de la viuda. En 8.42, la hija única de Jairo, y en 9.38, el hijo único de alguien que pidió una liberación de espíritu malo.

Usar tres veces la palabra “hijo único” revela contundentemente que Lucas sabe muy bien la distinción entre MONOGENES y PROTOTOKOS. La pregunta que cualquier lector desprejuiciado (no católico ni evangélico) tendría que hacerse sería esta: Si Lucas sabe perfectamente lo que significa tener un hijo único, ¿Por qué entonces no usó la palabra “monogenés” en lugar de “prototokos”? ¿Se le olvidó la existencia de esa diferencia? No lo creo.

La única respuesta naturalmente válida es : porque Lucas sabía que José y María habían tenido otros hijos. Lucas sabía que Jesús no era el “hijo único de María”, sino solamente su “primer parido”, es decir, su primogénito, al que siguieron hermanos y hermanas. Esto es lo que dice la Biblia. La cuestión ahora es escoger entre lo que la Biblia enseña y lo que los antiguos padres creyeron.

DISTANCIAMIENTO ENTRE JESÚS Y MARÍA

Hay una serie de pasajes en los Evangelios que muestran que El Señor rechazó cualquier autoridad especial que María, como madre, pudiera tener sobre él en el plano espiritual. Este asunto está planteado en Marcos 3:32-35 y paralelos en otros evangelios. La pregunta es ¿Cuál es la verdadera familia del Señor?

El contexto del pasaje es un día de intensa actividad del Señor, al punto de que al volver a casa (3:20), después de elegir a los doce, la muchedumbre les impide comer. Un grupo de parientes y amigos (“los suyos”) de Jesús, vienen a buscarlo porque consideran que “está (Jesús) fuera de sí” (loco, o fuera de control). Evidentemente, Jesús no les hizo caso, y siguió enseñando a la muchedumbre.

Es entonces cuando María y los hermanos del Señor deciden venir personalmente, el Señor preguntó “¿quién es mi madre y mis hermanos? Y mirando a los que estaban a su alrededor de él, dijo: He aquí mi madre y mis hermanos, porque todo aquel que hace la voluntad de Dios, ese es mi hermano, y mi hermana, y mi madre”. Hay aquí dos temas: la existencia de hermanos y hermanas de Jesús y la relación de María con el ministerio público del Señor.

En varios textos aparecen siempre los hermanos y hermanas en estrecha relación con María. Muchos años después de este tiempo, cuando Pablo escribe sus cartas todavía se siguen mencionando los hermanos de Jesús: I Cor.9:5; Gál. 1:19. Es cierto que en la Biblia el término “adelphos” (hermano) y “adelphé (hermana) tienen connotaciones espirituales, como se ven en todo el NT, y que también solían usarse para indicar “parientes” cercanos, como primos (en el arameo).

De este sentido de la palabra se ha valido la ICR para sostener la idea de que estos hermanos y hermanas de Jesús eran sus parientes o primos. Pero las palabras significan no sólo lo que está en un diccionario de la lengua, sino lo que quieren decir en un contexto específico, limitado, en este caso, en el contexto de una enseñanza sobre la verdadera familia de Jesús. Si quitamos de este pasaje el sentido natural de las palabras “hermanos y hermanas”, se le quita toda la fuerza a la enseñanza del texto.

El Señor está contrastando la relación familiar más íntima de él, como decir, “su hogar”, su apellido, su familia, con la realidad de una nueva familia espiritual que él está creando con su enseñanza. No luce con la misma fuerza si en lugar de significar lo que significaba (hermanos carnales de Jesús), el evangelista estuviera pensando que los tales solamente eras “parientes”, o “primos”. Veamos como sonaría tal traducción en este sentido: “¿Quién es mi madre y mis primos? Y mirando a los que estaban sentados alrededor de él, dijo: He aquí mi madre y mis primos, porque todo aquel que hace la voluntad de Dios, ese es mi primo, mi prima y mi madre”. ¿No vemos el salto de relación lógica entre “primo-prima … madre”? ¿Qué fuerza podría tener a los oídos de quienes le escuchaban, decir: “Todo aquel que hace la voluntad de Dios es mi… primo”?

La lógica del sentido del lenguaje, el dramatismo del momento, la fuerza de la enseñanza que El Señor está dando a la multitud, todo perdería valor si la relación familiar con la que Jesús se está distanciando fuera tan sólo la de unos simples parientes. En cambio, si son sus propios hermanos carnales, entonces se capta de inmediato la tremenda fuerza del conflicto familiar. El Señor estaría diciéndole a la muchedumbre que con él existe una relación espiritual mucho más profunda que los lazos familiares más íntimos: su propia madre y sus propios hermanos.

La norma hermenéutica (de interpretación) nos exige, para poder mantener el significado de la enseñanza del texto, el sentido natural de las palabras, y el sentido primario de “adelphos” es “hermano de sangre”. Por otra parte, la lengua griega, en la cual fue escrito el NT, sí posee una palabra para “primos”= “anepsios”. Si los escritores del NT, incluyendo a Pablo, muchos años después de los acontecimientos, hubieran querido enseñar que María no tuvo otros hijos habrían usado sin mayores problemas la palabra correspondiente “anepsios”, porque conocían esta palabra.

Lucas, que es un escritor minucioso, que dice haber investigado la historia con diligencia, con gran empeño, y que es un hablante nativo del griego, del cual tiene un perfecto dominio como escritor, demuestra ser muy cuidadoso cuando se trata de describir las relaciones familiares. Un ejemplo lo vemos en Hch.23:16, en donde Lucas precisa que el joven en referencia era “el hijo de la hermana de Pablo” (bastaría haber dicho “el sobrino de Pablo”)

Pero Lucas es meticuloso en extremo y domina el lenguaje de las relaciones familiares, como lo demuestra en Luc. 1.36 en donde el ángel le dice a María: “tu parienta Elizabet…” Lc. 1:58 “Oyeron los vecinos y los parientes” (de Elizabet) 2:44 “lo (José y María) buscaban entre los parientes (de José y María) y los conocidos”. 14:12 “No llames a tus parientes y a tus vecinos ricos”. 21:16 “…seréis entregados aún por vuestros parientes”. Juan 18:26 “uno de los siervos… pariente de aquel…” Hch.10:24 “habiendo convocado a sus parientes y amigos”. Romanos 16:7 “Saludad a Andrónico y a Junias, mis parientes”, lo mismo en 16:11,21.

La pregunta lógica se viene solita: Si los escritores del NT hubieran querido enseñar que Jesús no había tenido hermanos carnales, ¿por qué entonces no usaron una palabra específicamente usada por ellos en otros casos para indicar relaciones familiares indirectas? ¿Por qué usar la palabra cuyo sentido primario natural era la relación con sanguinea directa: hermano? ¿Querían ellos crear una confusión en torno a María? Si la maternidad de María después de haber dado a luz al Señor hubiera resultado en algún motivo de escándalo entre los cristianos del tiempo apostólico (años 50 al 100) entonces los evangelistas hubieran eliminado la palabra “hermanos y hermanas” y las hubieran sustituido por “parientes”. Pero no lo hicieron. ¿Por qué no lo hicieron? ¿Por qué no salvaron la reputación de María?

Porque ellos decían la verdad, José y María, después del nacimiento d el Señor tuvieron hijos e hijas. Y esto no desmerece absolutamente en nada ni la santidad de María ni su dignidad como madre del Señor. La santidad de María está en la elección de la que objeto por la Gracia de Dios, en que ella fue separada, apartada, por Dios para la Encarnación.

Su santidad no descansa en su virginidad, porque en tal caso se echaría por la borda toda la doctrina de la Biblia que enseña la santidad de las relaciones conyugales. El matrimonio es santo, y la maternidad también, y el lecho conyugal es santo. No hay pecado alguno en que José y María hubieran vivido plenamente, y no en una farsa, su relación como marido y mujer. El valor de santidad de la virginidad fue una creación de la ideología religiosa, introducida al cristianismo en otros contextos religiosos, pero no es una enseñanza bíblica.

Pero, hay un segundo aspecto igualmente importante en el pasaje de Marcos 3:31-35. El distanciamiento que El Señor pone entre él y su madre. No parece que María estuviera entre “aquellos que oyen la palabra y la cumplen”(Luc.8:21). Si se examinan los pasajes paralelos, se puede notar que hay una línea de separación entre Jesús y María. Hay un círculo íntimo entre Jesús y sus discípulos, seguidores y quienes escuchan sus palabras.

Este círculo está centrado en una relación espiritual con Jesús. Son, como él mismo ha dicho, su “verdadera familia”, su “familia de la fe”. Es evidentísimo que María y los hermanos están fuera de este círculo. Que esto es así, se comprueba porque Juan dice abiertamente que sus hermanos de Jesús no creían en él (Jn.7:5).

No es es que el Señor no reconozca su relación física natural con María y sus hermanos; pero lo que sí dice claramente es que esta relación no es la más importante, que es, si se quiere, secundaria a la relación producida por efectos de su misión: una relación de fe, de obediencia, de discipulado. A este tipo de relación, María y sus otros hijos permanecieron afuera: ” Y llegaron sus hermanos y su madre y, quedándose afuera,…” (Mc 3:31). Para este momento, están fuera del círculo de sus discípulos, del círculo de la fe.

Hay otro pasaje que hubiera sido una ocasión magnífica para que el Señor destacara su relación con su madre; pero más bien sirvió para marcar la distancia aún más. Lc. 11:27. Una mujer entre la muchedumbre lanza una bienaventuranza para la madre del Señor. Y éste, en lugar de apoyar esta relación, le dice: “Por el contrario, bienaventurados son los que oyen la Palabra de Dios y la guardan”. La mujer estaba diciendo que María era bienaventurada por ser la madre física de Jesús, y esa mujer estaba entre la muchedumbre que escuchaba la Palabra de Dios. María no estaba allí con los que escuchaban a Jesús. El Señor le devuelve la bienaventuranza a la mujer que la había lanzado, como diciéndole: “Tú eres más bienaventurada que ella, porque ella tiene una relación física conmigo, pero tú la tienes en el Espíritu”.

En Lc.8:2,3 se mencionan a varias mujeres que acompañaban a Jesús como discípulas, porque le servían, y se mencionan: María de Magdala (la magadalena) Juana, la mujer de Cuza; Susana y, según Lucas, “había otras mujeres”. María, la madre del Señor, no estaba allí.

Al leer todos estos pasajes, no podemos menos que comprender que en ellos hay una clara advertencia para no dar a María ninguna clase de veneración en virtud de su relación humana con El Señor. Jesús rechaza el vínculo físico con su madre, porque lo que el quiere es discípulos, que no son engendrados por voluntad de varón ni de carne y sangre, sino por el Espíritu. En su debido tiempo, María tendrá que comprender esta verdad, y muy pronto la veremos sentada, junto con sus otros hijos, en humilde oración, entre otras muchas mujeres, como una creyente más, aguardando sobre todos ellos la venida del Espíritu Santo (Hch.1:14).

VALOR SIMBÓLICO DE MARÍA:

Dos textos en el Evg. de Jn. presentan ciertas dificultades especiales y son muchos los comentarios y estudios críticos sobre ambos. Los pasajes son: Jn. 2:1-12 y 19:25-27. Ambos textos son muy importantes en la elaboración católica de la dogmática mariana. El asunto tiene que ver con si estos pasajes son relatos de acontecimientos históricos o deben ser aceptados como historias cuyos significados primarios y más profundos están en los valor es de los símbolos.

Es decir, hechos históricos a los que el evangelista les ha superpuesto una interpretación más profunda o simbólica. No podemos discutir aquí este tema, porque nos desviaríamos irremediablemente. Pero ambos pasajes tienen por lo menos dos cosas en común: Jesús se dirige a María como “mujer” y no emplea la palabra “madre”; y en ambos hay ciertos sentidos simbólicos en los elementos que componen las historias: tinajas, agua, vino; en uno, y “discípulo amado”, en el otro.

Dirigirse a María como “mujer” pareciera a primera vista como irrespetuoso, pero en verdad no lo es en modo alguno. La palabra aparece muchas veces y lo más próximo al sentido que tenemos en castellano sería cuando usamos la palabra “Señora”; es pues un término de cortesía familiar y no implica ningún rechazo por parte del Señor.

Sin embargo, el hecho de que el Señor no llamara madre a María, en situaciones muy apropiadas para usar dicho término, podría indicarnos que deliberadamente el Señor evitó esta palabra; esto se une al hecho de que en el resto de los Evangelios en ningún lugar el Señor llama “madre” a María.

Esto puede estar confirmándonos que Jesús conscientemente evitó referirse a la relación física con su madre, o que al menos no le dio demasiada importancia, a la luz de su propia misión, en la que la relación buscada y deseada por Jesús era la del discipulado.

En el relato de Jn 2:1-12, María aparece como separada del grupo que integran Jesús y sus discípulos. Ella estaba, obviamente, primero en la casa de los novios, y después llegaron Jesús y sus discípulos: “… y estaba allí la madre de Jesús. También fueron invitados a las bodas Jesús y sus discípulos” (vv1-2). El “también” remite a una separación, a una distancia de grupos. Jesús y los discípulos “no están allí”, no pertenecen a esa casa.

Ella tiene un papel activo, se da cuenta de una situación incómoda al acabarse el vino. Es ella la que anuncia al Señor que el vino se ha agotado. No es válido, como pretenden algunos intérpretes católicos, concluir que ella le estaba pidiendo un milagro al Señor.

Ella no tiene ninguna evidencia anterior de que su hijo tuviera poder para hacer milagros, pues el mismo evangelista se encarga de decirnos que ese fue “el principio de señales” que hizo Jesús. No se puede sacar de este texto una insinuación de su papel mediador. Ella simplemente es vocera de una situación. Más bien, luce desorientada ante la respuesta del Señor, que evidentemente no entiende.

Lo que sí es evidente es que esta respuesta marca una línea de separación entre Jesús y María. La expresión “¿Qué tiene que ver esto con nosotros? Es decir, “¿qué entre ti y mí?. Esta expresión literal es la misma que aparece en los relatos de encuentros entre Jesús y los endemoniados (ver Mc.1:24;5:7; Mt.8:29), y que sirve para indicar la distancia que existía entre los demonios y el Señor. Equivale a pintar una raya de separación en el suelo, pues separaba el reino de las tinieblas del reino de Dios.

Como bien sabemos, la expresión “mi hora” tiene un claro sentido en el cuarto evangelio: es la hora de la muerte, de la glorificación de Jesús. Y sin embargo, María no parece entenderlo, aunque da una orden a los servidores para que hicieran todo lo que El Señor les dijera. Es decir, los de la casa tienen que obedecer a los recién llegados, los de adentro tienen que dar paso a los de afuera. María tiene que dejar el espacio libre para Jesús.

Es aquí en donde se presenta la cuestión de cómo vamos a interpretar esta historia. Coherentemente con todo el Evg. de Juan, en el cual siempre encontramos una estructura profunda de significación simbólica, no tengo la menor duda de que en este pasaje la historia está recubierta de un sentido figurado. ¿Pero cuál? Esa es la buena pregunta. ¿Cuál es el centro de “tensión” de este relato?

Evidentemente es la dupla “agua-vino”. El evangelista nos indica que las tinajas estaban “dispuestas para el rito dela purificación”. Las tinajas aparentemente estaban vacías o semi llenas, porque la orden del Señor es que las llenen y los sirvientes las llenan “hasta arriba” y es esta agua la que se va a convertir en vino del mejor. No es necesario mucho esfuerzo de interpretación para entender lo que el vino representa. Basta con recordar lo que el mismo Señor dijo: “el vino nuevo, en odres nuevos se ha de echar”. Y sabemos que el vino nuevo es la doctrina de Jesús; es decir, el Evangelio.

De modo que el punto de tensión está entre: el agua para el rito de la purificación de los judíos y el vino nuevo aportado por Jesús, el Evangelio. El agua de la purificación judía es transformado en el vino del Evangelio. La antigua religión de Israel debe dar paso al Nuevo Vino del Evangelio. De modo que no podemos más que reconocer la estructura simbólica de este relato, lo cual queda comprobado en el discurso cuando el evangelista califica al suceso como “el principio de señales” (ver “señal” en un buen diccionario bíblico).

Ahora, viene otra buena pregunta. Si el relato tiene una estructura simbólica, ¿Qué papel desempeña María en este simbolismo? Ella “está en la casa”; ella “pertenece” a ese ambiente, a ese mundo; ella no estaba allí de visita; ella se mueve allí a sus anchas y hasta imparte órdenes. Ella pertenece al mundo de “los ritos de purificación de los judíos”. Por eso tiene sentido la “raya” que el Señor estableció entre él y ella. María pertenece a la antigua fe de Israel. María es el símbolo de Israel. María es la culminación del Antiguo Pacto, de la Antigua Alianza. Tal como lo afirma el Señor: “Todos los profetas y la Ley profetizaron hasta Juan” (Mt.11:13).

El AT se extiende hasta Juan, porque el Evangelio comienza con Jesús. María representa esas tinajas de agua vacías. Ella es la expresión, como lo vemos en su canto del Magníficad, la máxima expresión de la esperanza de Israel. Ella, Juan, Zacarías, Elizabet, Ana, Simeón, etc. simbolizaban a “los que aguardaban la redención de Israel”. Hasta ella llega la Gloria de Israel.

Ella representa la antigua religión (ritos de purificación) de Israel. Ella “estaba allí”, en la “casa” de Israel; a ella pertenecía, en ella se movía con sus ansias e inquietudes, con sus ritos y preocupaciones; ella representa “lo viejo”, porque corresponde a Jesús traer “lo nuevo”, el vino “mucho más excelente” del Evangelio. El Nuevo Pacto que sería sellado con su sangre preciosa.

La historia termina con la declaración del evangelista de que los discípulos vieron la gloria de Jesús y creyeron en él. Observemos, que a pesar de que allí estaban María y los hermanos de Jesús, el evangelista anota que sólo los discípulos creyeron en él. María estaba aparte y se mantenía aparte de sus discípulos. El propósito de este milagro era despertar la fe, a la cual, aparentemente María todavía no había llegado.

El mismo análisis lo podemos aplicar a Jn 19: 25-27. También hay una clara y evidente estructura simbólica. El centro simbólico esta vez es la dupla entre María y el incognito “discípulo amado”. Este “discípulo amado” es el que está más cerca de Jesús (20:8), es quien reconoce al Señor resucitado (21:7), es al que Jesús ama (21:7; 13:23; 19:26; 20:2). No creo difícil que concordemos en que este “discípulo amado” representa a la nueva comunidad de fe, es decir, es el símbolo del discipulado, de la Iglesia. El simboliza, pues, la relación espiritual. Si existe este valor simbólico, ¿Cuál es el simbolismo de María?

El símbolo se establece por contraste. Si el “discípulo amado” representa el lado espiritual de la relación de Jesús con los hombres, con sus discípulos, María representa el lado físico, el lado natural o biológico social, étnico, de la existencia humana de Jesús, su conexión con la raza judía y con toda la humanidad.

Entonces, la tensión dramática de la escena se resuelve porque es evidente que el Evangelista quiere comunicar un mensaje, y creo que este mensaje no puede ser otro que el siguiente: en la Cruz del Calvario ha llegado la hora cuando Jesús disolverá definitivamente todos estos nexos biológicos, étnicos y sociales; todas las conexiones físicas y materiales de su relación humana quedan disueltos porque ya el propósito eterno de su venida al mundo se estaba cumpliendo (el “consumado es”).

Sobre la Cruz del Calvario la humanidad de Jesús ha llegado a su cúlmen, a su finalidad última. De ahora en adelante, a partir de la Resurrección, Jesús de Nazaret, el hijo de José y María, el carpintero de Nazaret, no será ya más conocido como “El Hijo de María”, ni como un “un miembro de la raza judía”, sino como el Glorioso, el Eterno y Glorioso Hijo de Dios: El Kyrios (El Señor).

Esto lo afirma rotundamente Pablo cuando dice: “… y aun si a Cristo conocimos en la carne (en la historia), ya no lo conocemos así” (II Cor. 5:16). Es totalmente consistente la enseñanza en el NT de que tanto el Evg. de Juan como San Pablo no le otorgan ningún valor teológico especial ala relación física o biológica entre Jesús y María. Lo que ahora importa para ambos no es el nacimiento natural (recordemos: “no de sangre, ni por voluntad de carne, ni por voluntad de varón, sino de Dios”) sino el Nuevo Nacimiento en el Espíritu Santo, la creación de un hombre nuevo en el discipulado cristiano.

En este contexto teológico, la expresión “Mujer, he allí tu hijo” lo que quiere decir es que María tiene ahora que mirar hacia otra dirección, ya no al pasado de Israel (el Magníficat de la anunciación) sino al futuro de la salvación: debe mirar hacia la nueva comunidad de discípulos, hacia la Iglesia, hacia la fe en Jesucristo Señor, simbolizado en el discípulo amado. Es en la comunidad de los discípulos donde, a partir de la Resurrección, se podrá encontrar a Jesucristo Señor. María tiene que cambiar su mirada, desde una mirada física hacia una mirada de fe, espiritual, para poder encontrarse de nuevo, no ya con “su hijo” sino con EL SEÑOR.

En igual sentido, la frase “He allí tu madre” es la exhortación dada por el Señor a su Iglesia (el discípulo amado) para que recuerde siempre de dónde ha venido, que la Iglesia debe recordar siempre que ella es hija de la fe de Israel (María es la Esperanza de Israel). Israel, representado en María, soberanamente elegida por Dios para culminar en ella su plan eterno de salvación, debe entregarse al cuidado de la Iglesia. Las palabras del Señor en la Cruz es una exhortación a su Iglesia de que debe recibirá morosamente en su seno a Israel, bajo su cuidado y protección.

En otras palabras, que el Antiguo Pacto (las tinajas vacías), el antiguo pueblo de Dios, simbolizado en María, debe ser integrado al Nuevo Pueblo de Dios, al Nuevo Pacto, escrito no ya en Tablas de piedra, sino en el Cuerpo de Jesucristo, su Iglesia. María tenía que entender que su relación carnal con Jesús de Nazareth había llegado a su fin. Por eso, el evangelista afirma con toda intencionalidad que “DESDE AQUELLA HORA (la hora de la Glorificación de Cristo), EL DISCÍPULO (la Iglesia) LA RECIBIÓ EN SU CASA”.

Es María la que recibe protección y amoroso cuidado del discípulo; es ella la que tiene que dar el salto desde la antigua fe de los Patriarcas, de la Ley y los Profetas, desde la fe de Israel hacia la fe del Nuevo Pueblo de Dios (algo que Juan el Bautista hubiera querido también hacer).

En otras palabras, en esta hermosísima escena estamos contemplando la conversión de María en discípula de Cristo. Y es en esta condición que la encontramos, entre otras mujeres, reunida humildemente, como siempre lo fue, en oración, con el grupo de discípulos que, en el día de Pentecostés, recibirán la unción del Espíritu Santo (Hch.1:14), que también descendió sobre ella.

Simbólicamente, en María, la hija de Abraham, el antiguo anhelo de salvación de Israel llegaba a su meta final a los pies de la Cruz del Calvario. Único lugar que le correspondía a María; este es su lugar en la historia de la salvación.

Esta es su verdadera gloria: estar a los Pies dela Cruz de Jesucristo. En María debemos ver el símbolo del final del mundo antiguo (del AT) y el comienzo de una nueva creación en Cristo. En ella se cumple perfectamente lo que proclamó San Pablo: “De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; todas las cosas viejas pasaron; he aquí, todas son hechas nuevas” (II Cor. 5:17).

Esta es la figura de María que yo encuentro en el NT. Esta es la María de Nazareth a la que amo y debemos amar, porque ella representa el más precioso y profundo ejemplo del misterio de la elección, el misterio de que “Dios estaba en Cristo reconciliando al mundo consigo mismo”. **

**Nota: he tenido que esperar 40 años para decir que amo a María; es una lástima, pero por desgracia, los afeites y cosméticos de tantos dogmas y perversiones pseudo religiosas han cubierto su verdadero rostro, y la han alejado de nuestros corazones y han hecho que su nombre sea silenciado en nuestras Iglesias. Esta es la verdad, y nada podemos contra la verdad.

MARÍA COMO CREYENTE Y DISCÍPULA DE CRISTO

La última mención por nombre de María en el NT está en Hch.1:14. Aquí vemos nuevamente la típica manera de referirse a ella. Si interpretáramos en forma literal la expresión de Jn 19:27 “Y desde aquella hora el discípulo la recibió en su casa”, deberíamos sentir cierta extrañeza al ver que, aparentemente, la situación social de María parece seguir siendo la misma: ella está junto con otras mujeres y con los hermanos de Jesús, los que nosotros consideramos como sus propios hijos. Por Hechos sabemos que uno de estos hijos, Jacobo o Santiago (no el Apóstol) llegó a ser un dirigente importante de la Iglesia de Jerusalén.

El texto de Hch. 1:14 nos muestra a María en la comunidad de fe, en la comunidad de los discípulos. Notemos que ella no goza de ningún privilegio por su condición de ser madre del Señor. En la Biblia, el orden en que se mencionan los personajes suele ser significativo. Lo vemos en el caso de Priscila y Aquila, en donde la mención de la mujer en primer término, contraviniendo la práctica cultural, indica que era ella la que tenía el liderazgo espiritual y docente (esto va con aquellos que piensan que en el NT las mujeres no tenían ninguna importancia en la enseñanza teológica).

En el caso de María, ella es nombrada después del grupo anónimo de las mujeres, y en unión con los hermanos del Señor. Vemos entonces que hay tres “sectores” (por no decir grupos) de los cuales se dice que “perseveraban en oración y ruego”: los Apóstoles, las mujeres, y María la madre de Jesús y los hermanos de Jesús, un poco aparte.

Este grupo no necesariamente es el mismo que en el verso siguiente es designado como “los ciento veinte en número”, reunidos para escoger al sucesor de Judas, pues esta reunión se efectuó en un tiempo indeterminado( “por aquellos días”) previo a la llegada del día de Pentecostés.

De modo que Hch.1:14 sólo hace constar la participación de María, junto con otras mujeres más, en las reuniones de oración del grupo de discípulos (todavía no se puede hablar con propiedad de la Iglesia). Por eso, no sabemos con precisión quiénes son los que “estaban todos unánimes juntos”. ¿Quiénes forman parte de este “todos”?

No necesariamente son los 120 de la reunión para elegir a Matías, porque este era un número aproximado de hermanos y la comunidad pudo ser mayor si se incluyen las mujeres, que no son nombradas entre los 120, pues por el propósito de la reunión aparentemente fue “solo para hombres”.

La verdad es que no podríamos sino suponer que María y las demás mujeres también se incluían en este “todos unánimes juntos” que experimentarán la llegada del Espíritu Santo sobre la comunidad de creyentes, pero no lo podríamos afirmar categóricamente. En 2:15, Pedro sólo menciona a “estos que no están borrachos”, esto no parece referirse a mujeres. Así que, la pregunta sobre si María y las otras mujeres experimentaron o no la llegada del Espíritu Santo en Pentecostés quedaría aún abierta. Con todo, que María está ya formando parte de la comunidad de discípulos sí es incuestionable.

MARÍA EN PABLO:

Es notable el silencio que San Pablo guarda sobre María. En la única referencia paulina a ella ni siquiera es mencionada por nombre: “Pero cuando vino el cumplimiento del tiempo, Dios envió a su hijo, nacido de mujer, nacido bajo la Ley, para redimir a los que estaban bajo la Ley, a fin de que recibieran la adopción de hijos.” (Gál.4:4-5).

Esta conexión establecida entre el nexo biológico (“nacido de mujer”) y el nexo religioso (“nacido bajo la Ley”)muestra la concepción paulina del propósito de la Encarnación. Jesús vino para establecer una nueva relación entre Dios y los hombres (“nacidos de mujer”) otorgándonos la adopción de hijos y para redimir a los que estaban bajo la Ley.

Se comprende, entonces, por qué para Pablo, María no tiene ninguna significación teológica. Para Pablo, María corresponde a la categoría del Antiguo Pacto, al cual vino Jesucristo a redimir. El nexo carnal no tiene ninguna importancia teológica para Pablo, y muy claramente lo afirma: “… y aun si a Cristo conocimos según la carne, ya no lo conocemos así” (II Cor.5:16), en perfecta concordancia con Juan 19:27.

Ahora, paso a examinar cómo los defensores de los dogmas marianos interpretan Gál.4:4-5. Según ellos, el texto quiere enseñar lo siguiente (cito textualmente de un Curso de Mariología del Instituto Internacional de Teología a Distancia, Madrid, 1986, pp.79-80):

1. “La pertenencia de Jesús a la raza humana, porque nació de mujer; y la pertenencia al pueblo judío, porque nació bajo la Ley”. (Esto es correcto; pero María también está bajo la Ley) 2. “Es una afirmación directamente cristológica (referida a Jesucristo) e indirectamente mariológica (referida a María)”, por estas dos razones:

(a) “El Verbo es enviado al seno de María, que se constituye así en un eslabón entre lo divino y humano: porque María es realmente mujer y madre, Jesús es verdaderamente hombre”.

(b) “Pablo nos muestra a María absorbida por el plan salvador del Padre que la incorpora al misterio de Cristo por medio de la encarnación”.

Veamos primero (a):

¿Es María un eslabón?

Un eslabón es un anillo que unido con otro forma una cadena. Hay dos realidades: lo divino y lo humano, ¿Se está diciendo entonces que María es el eslabón que une estas dos realidades? ¿Tiene esto sentido lógico? ¿De qué naturaleza, entonces, es María? Porque para poder unir ambas realidades tiene que participar de ambas naturalezas.

¿Se está diciendo, entonces, que María participa de la naturaleza humana y de la divina? Entonces, ¿A dónde fue a parar el Verbo Encarnado? Es el Verbo Encarnado, no María, el que participa de la doble naturaleza humano-divina; María ES LO HUMANO, y el único eslabón aquí entre Dios y los hombres (representados en María) es JESUCRISTO. Gál.4:4-5 es una declaración totalmente, no parcialmente, cristológica. Pablo no ve sino un sólo mediador (eslabón) entre Dios y los hombres, y éste es Jesucristo hombre (I Tim.2:5) y esta es la doctrina consistente de la Carta a Los Hebreos.

Veamos ahora (b):

¿Cómo ha sido absorbida María en el plan salvador del Padre?

Según Gál.4:4-5 ella está bajo la Ley; Jesús vino a redimir a los que están bajo la Ley. ¿Qué significa ser incorporada al Misterio de Cristo? ¿Es incorporada a la naturaleza de Cristo? ¿Es incorporada a la misión de Cristo?

Me parece que lo correcto sería lo segundo. Es cierto, podemos decir que María es incorporada al Misterio de Cristo, por cuando ella fue objeto de la elección para la Encarnación. Pero su papel es pasivo, ella es la elegida; su papel en el plan de salvación llegó hasta allí. Ella también es objeto de la redención porque ella también estaba bajo la Ley.

En el mismo caso está Judas; sin duda, podemos decir lo mismo: Judas fue incorporado al Misterio de Cristo, porque estaba profetizado que para la muerte redentora de Jesús alguien tenía que entregarlo, y le tocó a Judas.

En resumen, esta es una interpretación no de lo que el texto dice, sino de lo que no dice; o de lo que, para los críticos católicos, puede querer decir. En la ciencia de la interpretación bíblica, no hay nada más peligroso que pretender fundar una doctrina basándonos en el silencio de la Biblia, en lo que ella no dice.

Un ejemplo, en este mismo sentido, es toda la elaboración mariológica basada en la enseñanza paulina de Cristo como Segundo Adán. Esto ha dado pie a una doctrina mariológica paralela que pretende hacer una equivalencia entre María y Eva, siendo entonces María La Segunda Eva. Este es un perfecto ejemplo de una doctrina fundada sobre el silencio de la Biblia. Esa es la razón por la que Pablo nos recomienda no ir nunca más allá de lo que está escrito (I Cor.4:6).

© José M. Abreu O. Todos los derechos reservados.

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