Inicio » Estudios Bíblicos » Los libros llamados Apócrifos – Parte III

Los libros llamados Apócrifos – Parte III

Estudios Bíblicos

Estudios Bíblicos Prédica de Hoy: Los libros llamados Apócrifos – Parte III

Introducción

El Eclesiástico: Dice Du-Clot, en “Vindicias”, página 508: “Algunos antiguos han dudado de su autenticidad, por no hallarse en el canon de los judíos”. El libro tiene un prólogo que se atribuye a un tal Jesús, nieto del autor de dicha obra. Del prólogo son las siguientes palabras: “Mi abuelo Jesús, después de haberse aplicado con el mayor empeño a la lectura de la ley y los profetas, y de otros libros… quiso él también escribir algo sobre estas cosas”.

De este párrafo aprendemos que el tal Jesús escribió porque él quiso. Que los Judíos tenían los libros inspirados, denominados “la Ley y los Profetas” (Mateo 5:17), y además otros que no lo eran.

El mismo autor del prólogo dice, más abajo, hablando de que los libros pierden al ser traducidos y añade: “No solo este libro, sino la ley y los profetas”.

El autor de este libro jamás pretendió escribir bajo la inspiración del Espíritu Santo.

El libro en general es el mejor de los Apócrifos. No obstante su lectura es un buen argumento contra la propia inspiración.

Da consejos como estos:

“Si te has visto forzado a comer mucho retírate de la concurrencia y vomita; y te hallarás aliviado”. Capítulo 31 versículo 25. En el versículo 37, hablando del vino, dice: “El beberlo con templanza es salud para el alma”.

En el capítulo 33, verso 16, dice así: “Yo ciertamente, me he levantado a escribir el último y soy como el que recoge rebuscas tras los vendimiadores”. Este testimonio del autor demuestra que él no creía que estaba escribiendo un libro que era la Palabra de Dios.

El mismo confiesa que era el resultado de sus estudios y conocimientos. El que escribe por inspiración no habla así. Además los judíos creían que para escribir bajo inspiración de Dios había que ser profeta, y el canon auténtico del Antiguo Testamento, parece estar de acuerdo con este criterio.

La profecía de Baruc: Dice el Abate Du-Clot, en su libro “Vindicias de la Biblia”, página 548; “Los judíos no admiten este libro por no hallarse en el hebreo”.

El libro se atribuye a Baruc, contemporáneo de Jeremías.

En el capítulo primero, versículo uno al tres dice: “Estas son las palabras del libro que escribió Baruc, el año quinto, a siete del mes, después que los Caldeos se apoderaron de Jerusalén y la incendiaron. Y leyó Baruc (en Babilonia, junto al río Sodi), las palabras de este libro en presencia del hijo del rey Joakín y de todo el pueblo que acudió a oírlo”. El lector tendrá bondad de fijarse bien en lo que acabamos de copiar.

Ahora bien; Jerusalén fue destruida en 588 a.de C., según el “diccionario Bíblico”. En esta fecha, los Babilonios, dejaron en Judea a los más pobres y pusieron por gobernador a Gedalías; con este “residuo” quedaron Jeremías y Baruc. Pero algún tiempo después ciertos judíos mataron a Gedalías y se llevaron el residuo a Egipto. Véanse II Reyes, Capítulo 25, versículos 22 a 26, y Jeremías, capítulo 43, versículos 1 al 7. Baruc fue para Egipto con Jeremías y no para Babilonia.

El libro de Baruc afirma que fue escrito en Babilonia, cinco años después de destruida Jerusalén, esto colocaría al libro como escrito en 583, antes de Cristo. Pero resulta que el verso 8 del capítulo primero dice: “Después que Baruc hubo recibido los vasos del templo del Señor, que habían sido robados del templo, para volverlos otra vez a tierra de Judá”.

Estos vasos que fueron llevados de Jerusalén a Babilonia, no regresaron hasta el año primero del reinado de Ciro, rey de Persia. Véase Esdras, capítulo uno. Los vasos regresaron el año 536, antes de Cristo.

¿Cómo pudo haber sido escrito el libro de Baruc, por éste, en Babilonia, siendo que Baruc, no fue llevado a dicha ciudad, sino que se marchó con Jeremías a Egipto?.

¿Cómo se puede armonizar el hecho de que fue escrito en 583, y el libro fue leído en Babilonia y sin embargo, los vasos no fueron devueltos a los judíos sino 47 años mas tarde?. Además según Esdras, los vasos no fueron entregados a Baruc, sino a Sesbassar, gobernador de Judea y a Esdras. Sacerdote. Véase Esdras 5:14 y 7:19.

En la lista que tenemos en Esdras, capítulo dos, donde se mencionan todos los hombres notables que regresaron a Jerusalén con Esdras, ni siquiera se menciona a Baruc.

En el Capítulo 3, verso 4 dice: “Dios de Israel, escucha ahora la oración de los muertos de Israel”. ¿Qué quiere decir esto?.

Las partes añadidas a Daniel.

Dice la versión Torres Amat, en la introducción de Daniel: “Algunos escritores manifestaron dudar de la autenticidad de tres partes de este libro… porque no se hallan en el hebreo”.

“Los rabinos no reconocen por canónicas dichas tres partes”.

En el capítulo 3 verso 38 (Este capítulo tiene 66 versículos añadidos), dice: “No tenemos en este tiempo ni caudillo ni profeta”.

Daniel profetizó desde 597 a 538, mientras que los profetas Haggeo, Zacarías y Malaquías, son posteriores. Malaquías es colocado por los entendidos en la materia, a partir del año 450, antes de Cristo.

¿Cómo es posible que estas partes añadidas al libro del profeta Daniel fuesen escritas por el propio Daniel y afirmara que en aquel tiempo no había profeta?.El pueblo de Israel estuvo sin profetas 400 años, desde Malaquías hasta Cristo. Seguramente esta parte añadida a Daniel, sería escrita durante estos años.

Con esto concuerda otro pasaje del libro Apócrifo, I de Macabeos, capítulo 9, verso 27, que dice: “Fue pues grande la tribulación de Israel desde el tiempo que dejó de haber profeta”. Macabeos relata la historia del pueblo hebreo, de unos 140 años antes de Cristo.

Apócrifos – Los Macabeos 2 Libros.

Dice el Abate Du-Clot, en “Vindicias”. Página 574, lo que sigue: “El primero de Macabeos contiene la historia de 40 años desde el principio del reinado de Antíoco Epifanes, hasta la muerte de Simón”.

El segundo libro, es un compendio de la historia de las persecuciones que sufrieron los judíos de parte de Epifanes y de su hijo, Eupator, la cual historia había sido escrita por un tal Jasón. “Ni uno ni otro se hallan en el Cánon de los judíos, y los Cristianos siguieron a los judíos en cuanto a los libros que formaban el Canon del Antiguo Testamento, por esta causa los Macabeos no fueron comprendidos entre los libros sagrados generalmente adoptados por las iglesias cristianas”.

Estos Párrafos que acabamos de copiar, escritos por una alta autoridad de la iglesia romana, colocan al concilio de Trento en el plano del error, y a los evangélicos en el campo de la verdad en cuanto al Canon de la Biblia.

Como Cristianos, estamos siguiendo la norma de conducta, en relación a los Macabeos, que para sí mismas se trazaron las iglesias cristianas primitivas; según la confesión del Abate Du-Clot.

Queremos hacer otra observación en relación a los párrafos de Du-Clot y es esta: ¿Qué Judío se atrevería a compendiar cinco libros de la palabra de Dios? Si el mencionado Jasón escribió sus libros por inspiración divina, ellos eran en verdad la palabra de Dios. En tal caso el compendiador quitó algo de la palabra de Dios; porque compendiar es reducir, y a la palabra de Dios no se le puede quitar ni añadir.

Si Jasón no fue inspirado al escribir sus cinco libros y el autor de Segundo de Macabeos no hizo sino compendiarlos en un solo volumen, en tal caso el libro es de origen humano desde la raíz hasta las ramas.

Entre los varios errores que contienen los libros voy a citar uno; se halla en segundo de Macabeos, capítulo 12, versos 43 a 45, y dice: “Habiendo recogido en una colecta que mandó hacer, doce mil dracmas de plata: las envió a Jerusalén, a din de que ofreciesen un sacrificio por los pecados de los difuntos”.

De aquí sacan el apoyo para el purgatorio, Y no cabe duda que este pasaje influyó en el ánimo de los señores del concilio de Trento. El purgatorio fue, quizá el error más atacado por los valientes reformadores del siglo XVI. El concilio debía reconocer que la doctrina del purgatorio era anti-bíblica, o buscar apoyo para ella.

Roma encontró el anhelado apoyo en los libros Apócrifos, y entonces para sostener un error echó mano de otro error.

El autor de segundo de Macabeos termina su libro con estas palabras: “Acabaré yo también esta mi narración. Si ella ha salido bien y cual conviene a una historia, es ciertamente lo que yo deseaba; pero si por el contrario es menos digna del asunto de lo que debiera, se me debe disimular la falta”.

¿Han visto ustedes algo semejante a este lenguaje en los 66 libros inspirados?.

¿Pretendía este compendiador de Jasón, escribir bajo inspiración divina?.

De haberlo él creído así, no nos recomendaría que le disimulásemos sus faltas como historiador. Los autores inspirados no piden excusas, porque no admiten la posibilidad de errores. Ellos dicen: “Así ha dicho Jehová”. O “Así dijo el Señor”. Y Dios no tiene que pedir excusas a los hombres.

El primero que reconoce y afirma la no-inspiración de segundo Macabeos, es el propio autor del Libro. Este es un hecho que pesa mas en la balanza de la verdad y la justicia que los decretos de todos los concilios de la iglesia romana.

Cuando el mismo autor admite que el libro es fruto de sus propios conocimientos y que no es la palabra de Dios, ¿qué valor puede tener el decreto del concilio de Trento?. Pero el concilio ha dicho: el libro es inspirado y “maldito el que diga lo contrario”.

Si esta maldición tuviera alguna virtud, ella habría alcanzado, al autor del libro; a muchos de los escritores de la Iglesia primitiva, a la mayoría de los cristianos y a algunos papas; porque precisamente ellos han dicho lo contrario.

V. Conclusión.

En el libro (publicado con licencias eclesiásticas), titulado “¿Qué es la Biblia?” y escrito por M. Charles, en la página 29 dice así:

“Para el pueblo judío fue escrito primeramente el Antiguo Testamento. Ese pueblo lo recibió en depósito. Las Escrituras nos han sido transmitidas por ellos con ese espíritu escrupuloso que ha asegurado la conservación”.

Note bien el lector la fuerza del párrafo anterior. Dice que los judíos recibieron en depósito el Antiguo Testamento y lo transmitieron a los cristianos, y nosotros podemos estar seguros de que tales escrituras son inspiradas, porque los judíos, dice, que eran muy escrupulosos en ese sentido.

Y ahora preguntemos:

¿Cuántos libros inspirados admitieron los depositarios en todos los tiempos?.

Los mismos católicos romanos lo dicen: “Los judíos nunca han admitido sino 39 libros, del Antiguo Testamento, como inspirados; rechazando todos los demás, y considerándolos como no inspirados.

El famoso conferencista jesuita, José Antonio de Laburo, en su libro titulado “¿Jesucristo es Dios?” Dice hablando del Antiguo Testamento en las páginas 31 a 33 que “estaba custodiado por los enemigos del Cristianismo”. Y añade citando a San Agustín: “No nosotros, sino los judíos, son los que conservaron esos libros”.

Preguntemos:

¿Cuántos libros conservaron los judíos?.

Los propios católicos responden, que los judíos no reconocieron sino 39 libros que constan en nuestras Biblias en el Antiguo Testamento.

Recordemos que M. Charles, dice en la página 26 de su citado librito: “En la época de Jesucristo, Jerusalén tenía su Biblia hebrea, texto origina 39 libros.” Y si le preguntamos hoy a un judío cuantos libros tiene su Biblia nos dirá que 39, ni uno más ni uno menos.

Otro jesuita, Daniel Juárez (del colegio de Belén de la Habana), en su obra titulada “la religión”, página 25, dice así: “Los libros del Antiguo Testamento, fueron recibidos por el pueblo judío, de manos de los mismos autores y ese pueblo los conservó siempre, y así los transmitió íntegros a los cristianos. Eran conocidísimos del pueblo que los leía siempre y los tenía como dados por Dios. La inspiración de estos libros consta de la constante creencia del pueblo judío.”

Los judíos recibieron efectivamente, de manos de los mismos autores, los libros del Antiguo Testamento. Ellos los conservaron. De las manos de ellos llegaron a nosotros los cristianos. Eran conocidísimos del pueblo, los tenían como dados por Dios. La inspiración de tales libros consta del testimonio y fe de aquellos a quienes fueron entregados para su conservación y transmisión.

Ahora bien.

¿Cuántos recibieron, conocieron, transmitieron y creyeron como inspirados?.

Pues, 39 libros. Ni uno mas ni uno menos.

Esto constituye un argumento irrefutable. Esto demuestra que todos los libros que el concilio de Trento, en 1545, añadió a los 39, no son inspirados; porque los mismos católicos romanos confiesan que los judíos los rechazaron como no inspirados.

Cuando los católicos romanos quieren probar la autenticidad del Antiguo testamento, apelan al testimonio del pueblo judío, pero parece que no se dan cuenta que su razonamiento se vuelve en contra de sus libros apócrifos y los echa por el suelo.

Nosotros, los cristianos sabemos, porque la Biblia lo dice, que los libros del Antiguo Testamento fueron dados al pueblo judío. Véase Romanos 3:2 y 9:4, y ahora el testimonio unánime de judíos y cristianos.

Ya hemos dicho distintas veces que los judíos sólo recibieron, como escrituras inspiradas, 39 libros; los mismos que constan en nuestras versiones, en el Antiguo Testamento.

La conclusión entonces es que el concilio de Trento, adulteró el canon de los libros inspirados de la Santa Biblia, añadiendo siete libros completos y algunas partes más a algunos de los libros inspirados, y esto contra el propio testimonio de los libros y de la historia relacionada con ellos.

Si las cosas fueran al revés de lo que son, es decir, si nuestras versiones tuviesen una sola línea más que las versiones católicas romanas; ¡cualquiera hubiera oído los gritos que estremecerían la tierra, dadas por el clero romano, acusándonos sin piedad de falsificar y adulterar la palabra de Dios!.

Siendo como es, aun suelen hablar de Biblias “truncadas”. Pero ellos no pueden hablar, porque lo mismo que tienen nuestras Biblias, lo tienen las de ellos, con la ventaja de que nuestras versiones están mejor traducidas que las de los romanistas.

Así que si las Biblias de los católicos romanos son buenas, las nuestras son mejores, porque tienen lo que es y de lo que nadie duda ni ha dudado jamás, pero rechazamos la falsedad y no admitimos los apócrifos como parte del Canon sagrado.

¿Pero qué valor puede tener para un católico, ni para nadie la decisión de un concilio?. Absolutamente ninguno. La historia de los concilios es la historia de sus errores y contradicciones. Vamos a demostrarlo:

En 1409, había en Europa dos papas, que eran, Benedicto XIII que fue sumo pontífice de 1394 a 1417, elegido por los Españoles, Franceses y Escoceses. Este papa era natural de Aragón España, y en 1408 la sede papal estaba en España.

Al mismo tiempo era papa Gregorio XII (1406 a 1415), éste reconocido por los Italianos y parte de los Alemanes. Para resolver esta anormalidad, se reunió el concilio de Pisa, en 1409, y el día 5 de Junio, en su décima quinta sesión acordó destituir a los dos papas Benedicto y Gregorio y nombró en su lugar a Alejandro V.

Los historiadores católico romanos, reconocen a este último como el anti-papa, con lo que demuestran no aceptar las decisiones del concilio de Pisa. Después de dicho concilio, tuvo la iglesia romana tres papas, al mismo tiempo. Para arreglar tan enredado asunto, se reunió el concilio de Constanza, famoso por haber mandado a la hoguera a los señores Juan Wicklife y Juan Hus.

Este concilio compuesto por delegados de todos los países católicos, los que ya estaban cansados de tantos escándalos; empezó por dejar sentado que cuando los delegados de los dominios católicos romanos, se reúnen en concilio, en tal caso el concilio son superiores al papa.

Una vez aprobado y sentado este principio, como ley para la iglesia romana, se acordó seguidamente destituir a los tres papas, que eran Benedicto XIII de España, Gregorio XII, en Aviñon, Francia, y Juan XXIII, sucesor de Alejandro V, en Roma.

El concilio nombró entonces a Martín V, para suceder a los tres que había, que al no aceptar las disposiciones del concilio de Constanza, hubo cuatro papas a un mismo tiempo y cada uno fulminando maldiciones contra sus rivales.

Los historiadores romanistas reconocen como papa legal a Martín V. El sucesor de Martín V, Eugenio IV convocó al concilio de Basilea en 1431, concilio este que en sus primeras sesiones, ratificó todas las disposiciones de Constanza, celebrado en 1414, inclusive aquella que decía que el concilio estaba por encima del papa.

Pero cuando el papa Eugenio IV, vio que los delegados del concilio se disponían a introducir grandes reformas en la iglesia católica, alarmado por tal motivo y sin tener en cuenta lo acordado pro los concilios de Pisa, Constanza y Basilea en principio, por sí y ante sí, decretó la disolución del concilio.

Como la mayoría de los delegados creían que el papa no tenía autoridad sobre el concilio, continuaron las sesiones y en 1439, dicho concilio destituyó al papa Eugenio IV y nombró como sustituto suyo al Duque Amadeo de Saboya, que tomó el nombre de Félix V, considerados hoy por los católicos como anti papa.

Ahora, bien. La iglesia romana reconoce actualmente como heréticas las disposiciones de los concilios de Pisa, Constanza y Basilea.

Dice el historiador católico romano, F. Díaz Carmona, en la página 175 de su “Historia de la Iglesia Católica”, lo que sigue: “desgraciadamente los padres del concilio de Constanza se dejaron arrastrar a la doctrina herética de que un concilio es superior al papa”.

Sin embargo, Roma, acepta como legal al papa Martín V, nombrado por estos herejes del concilio de Constanza.

Pero, lo más curioso fue que el más grande teólogo del concilio de Basilea, fue Eneas Silvio Piccolomini; éste sostuvo a sangre y fuego que el concilio estaba por encima del papa; propuso y consiguió que de acuerdo con tal principio, el papa Eugenio V fuese destituido.

Pasaron los años y en 1458, las circunstancias llevaron a aquel ardiente defensor de la supremacía del concilio a la Silla Pontifica, con el nombre de Pío II. Y entonces (dice el historiados católico antes citado), “condenó en una bula como errores los principios que él mismo había defendido”, durante más de 30 años, y para salir al paso dijo:

“No creáis lo que decía Eneas Silvio Piccalomini, ahora creed lo que dice Pío II”.

¡Qué descaro! ¡Qué farsa!.

Si las decisiones de papas y concilios tuviesen algún valor delante de Dios, en tal caso los católicos, todos estarían en el infierno, porque todo ha sido una serie de “uno que aprueba y otro que condena lo aprobado”. De uno que lanza anatemas, y otro que se los devuelve.

¡Y pensar que sobre la fragilidad de uno de estos concilios, descansa para el católico romano, la autenticidad de los libros llamados Apócrifos.

© Domingo Fernández. Todos los derechos reservados

Los libros llamados Apócrifos – Parte I

Central de Sermones… Estudios Bíblicos

Deja un comentario