Amor ágape

Moreiba Cabrera

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Amor ágape

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La obediencia a Dios es producto de un corazón regenerado.

Lo primero, pues, en lo que debemos fijarnos si queremos obedecer a Dios es en el hecho de que no podemos obedecerlo, a menos que hayamos nacido de nuevo. Es una verdad esencial.

El nuevo nacimiento es el acto de la gracia de Dios por medio del cual cambia los afectos, los hábitos, los pensamientos y la voluntad del hombre, pues estos desde su nacimiento están llenos de pecado.

Por esto, la obediencia a Dios es producto de ese corazón nuevo al cual Dios le ha inyectado Su Gracia Redentora, tal como dice la Palabra en Ezequiel 36:26,27. “Os daré un corazón nuevo y pondré un Espíritu nuevo dentro de vosotros. Quitaré de vosotros el corazón de piedra y os daré un corazón de carne. Pondré dentro de vosotros mi Espíritu, y haré que andéis en mis estatutos y que guardéis mis preceptos y los pongáis por obra.

Entonces, demostramos nuestro amor por Dios a través de la obediencia, y a su vez, el deseo de obedecer Su Palabra es producto de un nuevo nacimiento. Por esto, en primera medida, es necesario nacer de nuevo.

La obediencia a Dios no es una carga.

En segundo lugar, la obediencia no es una carga, es un deleite de un corazón que alguna vez estuvo muerto en pecado, y que ahora vive para Cristo. Y, al no ser una carga, la obediencia ha de ser pronta, completa, voluntaria, sometida y completamente alegre, en agradecimiento al favor inmerecido que nos dio nuestro Señor.

Tal como expresó Philip Lancaster: “La obediencia no es hacer lo que se me dice cuando siento que ya no puedo seguirla evadiendo. No es hacer la mayor parte de lo que se me dice. No es hacer lo que se me ha dicho con un espíritu quejumbroso y abatido. La obediencia es hacer lo que mi autoridad me dice que haga, y hacerlo prontamente, completamente y alegremente. Cualquier otra cosa es rebelión”.

Los mandamientos de Dios son para nuestro bien.

En tercer lugar podemos ver que lo que nos dice: Romanos 8:29. “Porque a los que antes conoció, también los predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo…”

Y, entonces, ¿para qué crees que es esa lluvia de preceptos y mandatos, sino para conformar más a los creyentes a la imagen de Jesús? ¿Para qué crees que Dios ha dado libre acceso a través de Cristo a Su Trono de Gracia, sino es para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro?

¿Para qué crees que Dios ha dejado Su Espíritu Santo sino es para que tengamos la fuerza de obedecerlo y así crezcamos más en santidad? ¿Para qué crees que Jesús es nuestro intercesor, sino para que Su Iglesia sea hecha gloriosa sin arruga y sin cosa semejante, sino que sea santa y sin mancha?

Por eso cada ley, cada mandato, cada precepto, cada ordenanza y cualquier otra cosa que en Su bendita Providencia el Señor tenga para nosotros, es ultimadamente para Su gloria y también (aunque en menor grado) para el beneficio espiritual de los suyos, esto es, para asemejarnos más a Cristo, en quien Dios tiene total agrado y complacencia.

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Moreiba Cabrera
Autor

Moreiba Cabrera

Moreiba Cabrera, Misionera, Pastora principal de la iglesia Nueva Vida de Madrid. Directora de la extensión de Madrid del Centro de Estudios Superiores de Teología de Asambleas de Dios CSTAD.

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