Discipulado Nº 37 – A la tercera hora

Algo bonito nos enseña el pasaje que estamos analizando y es que, aunque lleguemos tarde; siempre habrá una segunda oportunidad para trabajar en su obra.

Y no solo salió a la hora tercera; sino que volvió a la hora sexta: 12 pm; a la hora novena: 3 pm; y por último, a la hora undécima: 5 pm, cuando solamente quedaba una hora de sol .

El hacendado contrató trabajadores para su viñedo por primera vez a las 6 a.m., y luego cada cierto tiempo durante el día. Finalmente contrató a algunos a las 5 p.m. para trabajar solo una hora. Este hombre, que obviamente representa a Dios, fue tanto justo como generoso.

Con el primer grupo de trabajadores fue justo, ya que aceptó pagarles un denario, el salario ordinario por un día de trabajo. Luego fue progresivamente más generoso con cada grupo de trabajadores contratados a lo largo de todo el día. El hacendado podría haberles pagado de acuerdo a cuánto trabajaron, pero eligió pagarles de acuerdo a sus necesidades, no según las horas trabajadas. Pagó según la gracia, no según la deuda.

La parábola se enfoca particularmente en aquellos obreros que fueron contratados en la undécima hora. Ellos fueron tratados con gran generosidad, recibiendo cada uno doce veces más de lo que ganaban por hora. ¿Por qué el hacendado contrató a estos obreros para la última hora del día? ¿Sería porque se necesitaba un empuje adicional para completar el trabajo?

Lo más probable es que, dado que Jesús no estaba dando una lección sobre agricultura judía, sino sobre el reino de los cielos, esos trabajadores de la undécima hora fueron contratados porque necesitaban recibir el salario de un día. En esos tiempos, los trabajadores vivían con lo justo día tras día. Es por eso que la Ley exigía que los propietarios de tierras pagaran a los hombres contratados al final de cada día (Deuteronomio 3:14-15).

Esa es la manera en que Dios nos trata. Una y otra vez, la Biblia describe a Dios como lleno de gracia y generosidad, y no nos bendice de acuerdo a lo que “merecemos”, sino de acuerdo con nuestras necesidades y, con frecuencia, incluso más allá de nuestras necesidades. Él ya nos ha bendecido con todas las bendiciones espirituales en Cristo Jesús (Efesios 1:3), y promete suplir todas nuestras necesidades temporales, nuevamente en Cristo Jesús (Filipenses 4:19).

La verdad es que no podemos “ganarnos” nada de Dios separados de su gracia. Como dijo Jesús en otro pasaje, cuando hayamos hecho todo lo que se nos ha ordenado hacer, deberíamos decir: “Siervos inútiles somos; hemos hecho solo lo que debíamos haber hecho” (Lucas 17:10). Dios no está comprometido por nuestra causa, ni merecemos sus bendiciones. Más bien, todas las bendiciones nos llegan “en Cristo”, es decir, por su gracia.

Dios, sin embargo, no solo es generoso con su gracia; Él también es soberano al dispensarla. A menudo hablamos de “gracia soberana”. Y en cierto sentido, esa es una expresión redundante. La gracia, por definición, debe ser soberana. El dueño del viñedo lo expresó de esta manera: “¿No me es lícito hacer lo que quiero con lo que es mío?”.

Muchos parecen preocuparse por la aparente injusticia del hacendado. Después de todo, parece injusto pagarles a los obreros que trabajaron solo una hora lo mismo que se les pagaba a aquellos que trabajaban doce horas completas, que habrían “soportado el peso y el calor abrasador del día”.

Pero los obreros de la undécima hora no creían que el hacendado fuera injusto; más bien, lo consideraron muy generoso. Si estamos preocupados por la aparente injusticia, es porque tendemos a identificarnos con los obreros que trabajaron doce horas. Y cuanto más comprometidos estemos con el discipulado serio, más fácil caemos en la trampa de envidiar a aquellos que disfrutan más que nosotros las bendiciones de Dios.

La verdad es que todos somos obreros de la undécima hora. Ninguno de nosotros puede decir que está cerca de cumplir el mandato de amar a Dios con todo nuestro corazón, alma, y mente.

Ninguno de nosotros puede decir que está cerca de amar al prójimo como a nosotros mismos (Mateo 8:31–39). Por lo tanto, aprendamos a estar agradecidos por todo lo que Dios, generosamente, nos da; y a no envidiar las bendiciones que Él, soberanamente, da a los demás.

© Moreiba Cabrera. Todos los derechos reservados.

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