Influenciados por la ley o por la gracia

El reformador Martín Lutero se guió por el principio de la ley.

Cuando era joven, fue sorprendido un día por una fuerte tormenta. En medio de los rayos y truenos que lo rodeaban, asustado y desesperado, gritó: “Santa Ana, si me salvas de esta tormenta, ¡me haré monje!” Poco a poco se calmó la tormenta, y él abandonó la carrera de leyes que llevaba para convertirse en monje.

¿Te das cuenta de la manera en que funcionó el principio de ley en la vida de Lutero? Igual qué Lutero en esa situación ahora hay mucha gente que cree que tiene que hacer algo para merecer algo.

Si quería ser salvo de la tormenta, tendría que dar algo a cambio. Creen que con Dios se puede jugar al trueque. Creen que a cambio de algún sacrificio físico o económico, Dios nos concede su perdón, su bendición o la petición que levantamos en oración.

Lutero, sin embargo, como monje, no encontraba la paz por más cosas que hacía sacrificios y rituales religiosos que practicaba nada de lo que hacía parecía ser suficiente para dar consuelo a su corazón.

En varios documentos o libros de historia encontramos que él dormía en el suelo allá en su celda sin cobijas en el frío de un invierno muy duro esto lo hacía como sacrificio, también se confesaba y trabajaba arduamente sin embargo nada de esto le dio la seguridad o la tranquilidad de haber hecho lo suficiente para encontrar la paz o hallar una relación personal con su creador.

En realidad, cuando vivimos bajo el principio de la ley, ¿cómo podemos hacer lo suficiente? Siempre hay algo que no hemos hecho; alguna ley que hemos quebrantado, o algún bien que hemos dejado de hacer. Seguramente podríamos haber orado más, podríamos haber ayudado a más gente, podríamos haber dado más para ayudar a los pobres. ¿Cuánto es suficiente?

2. EL PRINCIPIO DE LA GRACIA.

Término:

El término más utilizado para definir “Gracia” en el Antiguo Testamento era el Hebreo “Hen”, mientras que en el Nuevo Testamento era el Griego “Charis”. Estos términos originalmente significan “favor” o “bondad”, en especial si esta ha sido ganada sin merecerla.

Todo el problema que tenía Lutero lo pudo solucionar cuando se acercó a la Biblia dejando a un lado su corazón religioso y tradicional porque en ella descubrió el principio más grande y maravilloso que puede existir que es la gracia.

Antes Lutero pensaba que la gracia de Dios es algo que nos ayuda, pero que nosotros tenemos que poner mucho de nuestra parte. En otras palabras, después de que nosotros nos esforzamos hasta más no poder, Dios nos da lo que falta, lo que necesitamos o deseamos.

Pero un día leyó con más atención la biblia y la revelación le llegó cuando finalmente comprendió Romanos 1:17. La traducción Dios Habla Hoy lo expresa así: “Pues el evangelio nos muestra de qué manera Dios nos hace justos: es por fe, de principio a fin. Así lo dicen las Escrituras: ‘El justo por la fe vivirá.‘ ” Lutero se dio cuenta de que la justicia de Dios es un regalo. No es algo que podemos ganar.

Debemos entender que lo que viene por ley es ganancia, es algo que creemos que nos merecemos, pero lo que viene por gracia es un regalo de Dios, algo que no nos ganamos, es algo que Él quiere darnos.

Efesios 2:8 nos dice: “Porque por gracia ustedes han sido salvados mediante la fe; esto no procede de ustedes, sino que es el regalo de Dios.” La gracia de Dios la llegamos a conocer solamente en Jesucristo, todo lo que El nos ofrece se recibe como un regalo. El no nos exige que trabajemos para merecer su perdón y su amor; de hecho, no lo podemos ganar. Sólo lo podemos recibir por fe, como un regalo de gracia.

¿Alguna vez has tratado de mezclar el aceite con el agua? ¡No funciona muy bien! ¿verdad? De igual modo, la ley y la gracia no se pueden mezclar.

En muchas ocasiones en nuestras vidas tratamos de mezclar la gracia de Dios con la ley moral o humana, cayendo en el error que cayó también Lutero en un tiempo de su vida, tratando de obedecer la ley, haciendo todo lo debido y creyendo que así la gracia de Dios le ayudaría.

Recuerden que la Biblia nos muestra que una vez, el apóstol Pablo tuvo que confrontar al apóstol Pedro sobre este asunto. Pedro llegó a visitar a la Iglesia en Antioquía. Allí tenía compañerismo con todos los creyentes, tanto judíos como gentiles. Cenaba y convivía con todos. De pronto, se presentó un problema.

Llegaron algunos representantes de la Iglesia en Jerusalén, una Iglesia compuesta principalmente de judíos. Empezaron a presionar a Pedro con sus tradiciones y sus normas obligándole o influenciando para que se retire de ese compañerismo o comunión que estaban viviendo entre judíos y gentiles, esa actitud provocó que aún los demás judíos se retiren de la comunión con los gentiles a la hora de comer.

Qué lamentable esta situación en donde vemos claramente un caso de discriminación y ahora en nuestro tiempo también podemos observar situaciones así. Se trataba, en realidad, de una confrontación entre la ley y la gracia.

Al separarse de los gentiles, Pedro estaba volviendo al legalismo judío. Se estaba portando como si el hecho de separarse de los gentiles lo hacía más aceptable ante los ojos de Dios. Y esa actitud a veces tienen algunos hombres y mujeres de la iglesia de hoy.

Pablo lo regañó fuertemente. Gálatas 2:16 registra lo que le dijo a Pedro: “Sin embargo, sabemos que una persona es declarada justa ante Dios por la fe en Jesucristo y no por la obediencia a la ley. Y nosotros hemos creído en Cristo Jesús para poder ser declarados justos ante Dios por causa de nuestra fe en Cristo y no porque hayamos obedecido la ley. Pues nadie jamás será declarado justo ante Dios mediante la obediencia a la ley».”

Tratar de obedecer la ley de Dios no logra justificar a nadie.

La ley sólo nos puede condenar. La única manera de llegar a estar bien con Dios es en base a su gracia. Sólo su gracia nos puede justificar. Esa gracia llega a nuestras vidas por medio de la fe.

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