Epístola a los Hebreos – Parte I

Epístola a los Hebreos (verss. 7-9)

Así nos dice el texto: “Ciertamente de los ángeles dice: El que hace a sus ángeles espíritus, Y a sus ministros llama de fuego. Más del Hijo dice: Tu trono, oh Dios, por el siglo del siglo; Cetro de equidad es el cetro de tu reino. 9 Has amado la justicia, y aborrecido la maldad, Por lo cual te ungió Dios, el Dios tuyo, Con óleo de alegría más que a tus compañeros.”

El autor nos ha dado una referencia extraordinaria, respecto a la diferencia entre los ángeles y la superioridad de Cristo. Ahora nos habla del oficio de los ángeles, quienes llegan a ser los ministros o siervos de Dios para hacer su voluntad. Ellos fueron creados para un propósito y Dios los reconoce.

Pero observemos lo que el Padre dice del Hijo y veamos la diferencia cuando habla de Él. Primero, lo reconoce como su Hijo al decir: “Mi Hijo” (el único que se escribe en mayúscula), para diferenciarlo siempre. Pero además habla de su trono diciendo, no de forma temporal sino “por el siglo del siglo”. El trono de David pereció, pero la profecía hablaba de un trono que vendría de allí que sería perpetuo. Observe lo que caracterizará a ese trono, será el “Cetro de equidad”.

Epístola a los Hebreos (verss. 10-12)

Ahora el autor nos lleva a esta interesante consideración:

“Y: Tú, oh Señor, en el principio fundaste la tierra, Y los cielos son obra de tus manos” 11 Ellos perecerán, mas tú permaneces; Y todos ellos se envejecerán como una vestidura, 12 Y como un vestido los envolverás, y serán mudados; Pero tú eres el mismo,
Y tus años no acabarán.”

En medio de esta singularidad, de comparar a Cristo con los ángeles, el autor se introduce un poco más para destacar lo que ha venido diciendo desde el principio, que Aquel por quien Dios hizo su más completa revelación, es quien al principio fundó la tierra y los cielos como una obra de sus manos. Esto lo hace a Él superior a todas las cosas creadas, incluyendo a los ángeles. Y para confirmar la eternidad del Señor y lo temporal de la vida, el autor nos dice que “Ellos perecerán, mas tú permaneces; Y todos ellos se envejecerán como una vestidura”.

Mis amados hermanos, que bendición tan grande es recordar que nuestro Señor está por encima de todo lo creado. Que las cosas que se ven son temporales y que pronto envejecen, pero que nuestro amado Cristo conserva la lozanía de su juventud. ¡Él es el Eterno Ser para quien la eternidad será su vida por siempre!

El autor termina su primer capítulo cerrando este tema, con estas preguntas (verss. 13-14)

“Pues, ¿a cuál de los ángeles dijo Dios jamás: Siéntate a mi diestra, Hasta que ponga a tus enemigos por estrado de tus pies?” 14 “¿No son todos espíritus ministradores, enviados para servicio a favor de los que serán herederos de la salvación?”

Así pues, queda claro que el único que se puede sentar a la diestra de Dios es su Hijo Cristo. Ningún ángel tiene esta prerrogativa. En todo caso, ellos son  puestos por Dios para ministrar sobre la maldad y al poder de los malos espíritus, protegiendo y cuidando a los hijos de Dios, instruyendo y consolando sus almas, y por supuesto, todos ellos están sometidos a Cristo y al Espíritu Santo.

Nos queda la esperanza de saber que serán los ángeles, quienes al nos uniremos a los ángeles reunirán a todos los santos para llevarlos con el Señor; pero también, serán ellos los encargados de reunir a todos los que rechazaron al Señor, para después ser lanzados al castigo eterno.

Entonces, vivamos hoy como viven los ángeles, agradando aquel que nos tomó como sus ministros para servirle y adorarle. Y que al recordar que seremos iguales que ellos, esto nos anime para vivir una vida cada vez más alejada del mundo pecaminoso y acercarnos más al cielo, nuestra final morada. Que podamos ir oliendo cada día más a la fragancia del cielo, donde además de encontrarnos con nuestro amado Cristo, nos uniremos a los ángeles para conformar el coro que le adorará por los siglos de los siglos. Amén.

© Julio Ruiz. Todos los derechos reservados.

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