Epístola a los Hebreos – Parte V

La frase: “así tampoco”, nos va a revelar cómo el trabajo sacerdotal, que incluía el de Cristo como el cumplimiento supremo del cual el de antes era una sombra, fue un asunto de total designación divina.

¡Cristo no hizo nada sin que lo supiera el Padre o sin que Él se lo hubiese ordenado! Él estuvo siempre sujeto a su voluntad, por eso, este mismo oficio como sacerdote mediador se lo otorgó el Padre, así como Él mismo también le otorgó el oficio de Cristo como Rey-Hijo.

Pero observemos que Dios no constituyó a Cristo como sacerdote, bajo el antiguo sistema mosaico, sino “según la orden de Melquisedec”. Este personaje será objeto de estudio en los siguientes capítulos. Con esto se nos dice que todo está sujeto a Dios, aun su propio Hijo.

Relación que hay entre el Padre y el Hijo (verss. 7-8)

Y tan grande fue la obediencia del Hijo al Padre, que el autor nos presenta una extraordinaria visión de esa relación que hay entre el Padre y el Hijo.

Mi apreciada gente, es casi común escuchar que las tres veces que Jesús oró en el Getsemaní, su Padre no le oyó, pues no vemos allí alguna respuesta audible; pero el autor a los Hebreos nos indica que ciertamente el Padre sí lo oyó.

Y la verdad debe ser expresada acá, si los padres terrenales son conmovidos ante el dolor de sus hijos, cuanto más sería el de Dios quien vio la agonía en la que se debatía su Hijo santo, la noche previa a su sacrificio en el Getsemaní.

Observemos con detenimiento este pasaje. Sin bien es cierto que Lucas como médico nos relata que la noche en que Jesús oraba, su sudor era como con grandes gotas de sangre; tenemos entonces que ponderar la magnitud de su sufrimiento cuando leemos estas líneas: “ofreciendo ruegos y súplicas con gran clamor y lágrimas al que le podía librar de la muerte…”.

Mis amados, ninguno de nosotros puede imaginar cuál sería el horror del sufrimiento de Cristo aquella fatídica noche. Jesús sufrió el terrible castigo que merecían nuestros pecados. Eso debe llevarnos a renunciar a todo vestigio de pecado en nuestras vidas. Su inmenso dolor debe ser ahora objeto de considerar, y así renunciar a todo aquello que produjo en nuestro amado Cristo los “ruegos, súplicas y lágrimas”.

La persona indicada para lograr nuestra salvación (verss. 9-10)

Y por esos sufrimientos que soportó hasta la muerte misma, el autor nos habla de Él como la persona indicada para lograr nuestra salvación.

Mis apreciados hermanos, la obediencia de Cristo, vista en la forma cómo aprendió en la sujeción al Padre, lo perfeccionó para la función que realizaría como el único responsable de la salvación de su pueblo, sobre todo del pueblo obediente. Cuando esto hizo, Dios lo declaró sumo sacerdote, pero no de cualquier orden, sino de la orden de Melquisedec.

Por lo tanto, amados míos, y en virtud del alto precio de nuestra salvación, a través de los dolores de nuestro Salvador, no nos queda sino venir como Él lo hizo, en total obediencia y rendición a Dios en respuesta a Aquel que es el autor de nuestra salvación. Sus dolores por nuestros pecados deben llevarnos al más grande amor y la más completa obediencia a Él. Amén.

© Julio Ruiz. Todos los derechos reservados.

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Epístola a los Hebreos – Parte IV

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