Si recaían regresando al judaísmo, ¿Cómo traerlos de regreso al cristianismo?, ese sería el planteamiento del autor; por lo tanto, sería un juicio severo para ellos. Pero aquí está el asunto; el que fuera imposible renovarlos, no quiere decir que ellos perderían su salvación, sino que por haber regresado a los rudimentos expresados en doctrinas muertas, lo que plantearía una falta de madurez, se podrían quedar en esa condición.
Como lo explicó un comentarista: “En otras palabras, mientras vivieran serían dejados en el estado pueril que habían escogido. Sería imposible renovarlos después, ya que habrían vuelto a un sistema que no reconoce al Mesías, y niega su crucifixión (6:6)”.
Mis amados hermanos, ¡Una persona que ha sido participante del Espíritu Santo, no puede perder su salvación! ¡Si la pierde, es porque nunca la tuvo! De allí que, ¡El énfasis del autor es a ir adelante hacia la perfección!
Eso significa ir hacia la madurez cristiana, lo que nos permitiría salir de todos los rudimentos, incluyendo los del mundo, y que nos invitan una y otra vez para regresar a esa vida de la cual el Señor nos llamó. El auténtico creyente no tiene que pensar si es salvo o no, ¡Él ya lo sabe, porque el Espíritu da testimonio a su propio espíritu, de que él es un hijo de Dios!
¿A cuál grupo se está dirigiendo con este tema? (verss. 9-10)
La explicación de esta esperanza y seguridad, nos la deja el mismo autor, cuando nos presenta estos textos que clarifican a cuál grupo se está dirigiendo con este tema.
Mi apreciada gente, la expresión: “pero”, pone en el contexto exacto el tema de la salvación. El autor ahora llama la atención a los creyentes, a quienes seguramente conoce por su testimonio. A quienes había visto durante su crecimiento y en su amor por el Señor.
A ellos él les dice: “oh amados, estamos persuadidos de cosas mejores”. La ternura con la que les habla, muestra el trabajo de la gracia para la salvación. Los tales saben, o están “persuadidos” de que vienen cosas mejores respecto al tema mismo de la salvación. Y para esto el autor nos da una poderosa razón.
Consideremos la promesa del versículo 10. Podemos observar el reconocimiento que se hace al Juez verdaderamente justo, quien al ver el testimonio del creyente, traducido en buenas obras, jamás va a olvidar semejante trabajo. Dios sabe que ese creyente ha hecho un “trabajo de amor”.
Hay muchos trabajos que el hombre hace, pero el “trabajo de amor” que se hace en el nombre de Dios, la única persona que lo puede hacer es un creyente genuino. Dios sabe que un verdadero creyente se invierte en el servicio a Él, pero sobre todo a los santos, cuando les sirve ahora y les seguirá sirviendo. Esto son señales inequívocas de un creyente genuino.
Así que, concluimos que un verdadero creyente se conoce por sus frutos y sus acciones. Y tales manifestaciones le hacen permanecer firme y seguro, sabiendo, como lo dijo Pablo, que su depósito (el de su salvación), está seguro en los cielos.
El tal creyente no vive inseguro de si será salvo o no, pero sí acepta la exhortación con la que comienza el autor: “Por tanto, dejando ya los rudimentos de la doctrina de Cristo, vamos adelante a la perfección…”. Eso significa, que vamos adelante a la madurez cristiana lo cual demanda dejar los “rudimentos” que nos impiden avanzar.
Mi queridísima gente, el llamado de este texto es a dejar lo liviano y mundano para ir en búsqueda de lo mejor. El creyente está persuadido de cosas mejores respecto a su salvación. Pongamos nuestra mirada en las cosas de arriba donde está Cristo sentado y no en las de la tierra. Que la obra del calvario nos ayude a trabajar para el Señor, recordando que Dios no es injusto para olvidar ese trabajo de amor. Amén.
La Certeza de las Promesas de Dios
El apóstol Pablo, hablando de las promesas bíblicas, ha dicho: “Porque todas las promesas de Dios son en él Sí, y en él Amén, por medio de nosotros, para la gloria de Dios.” (2 Corintios 1:20). Con esto en mente, así continúa el autor hablándonos (verss. 11-12).
El autor, siguiendo la línea de un buen pastor, habla a sus lectores no como ordenándoles sino con un lenguaje de afecto fraternal. El énfasis del texto es, que “cada uno” necesitaba ser motivado a perseverar con diligencia hasta el final, bajo la segura esperanza a la que habían sido llamados.
¿Cuál era el propósito de esto?
El autor nos dice por un lado, que es para no convertirnos en perezosos; y en lugar de eso, que seamos imitadores, en especial de los que por la fe alcanzan las promesas. Mis amados, qué desafío hay en estos textos.
¡La vida cristiana es de acción continuada! No hay lugar para “zánganos en la divina colmena”. ¡Hay una gran diferencia entre ser solícitos y ser perezosos! Somos llamados a ser imitadores de los hombres de fe y paciencia.
Somos llamados a tener paciencia, sobre todo aquella que concierne a las promesas divinas. Debo confesar que es en esta parte donde le fallamos al Señor. No somos dados a esperar en las promesas del Señor. A veces nos adelantamos a ellas, y tenemos que vivir las consecuencias de nuestra impaciencia, falta de fe y desobediencia.