Epístola a los Hebreos – Parte XI

CAPÍTULO 11: (Estudio 11C) La Fe Que Mira de Lejos lo Prometido

Seguimos analizando el capítulo 11 de Hebreos. Por su rico contenido, se necesitan varios estudios para cubrirlo. Así nos dice:

13 “Conforme a la fe murieron todos éstos sin haber recibido lo prometido, sino mirándolo de lejos, y creyéndolo, y saludándolo, y confesando que eran extranjeros y peregrinos sobre la tierra”. 14 “Porque los que esto dicen, claramente dan a entender que buscan una patria;” 15 “pues si hubiesen estado pensando en aquella de donde salieron, ciertamente tenían tiempo de volver”. 16 “Pero anhelaban una mejor, esto es, celestial; por lo cual Dios no se avergüenza de llamarse Dios de ellos; porque les ha preparado una ciudad”.

Es interesante como el autor hace este paréntesis mientras está hablándonos de Abraham, a quien le dedica más tiempo que a ningún otro personaje en el capítulo. Y la razón es obvia, Abraham es el más claro ejemplo de una fe que agrada, obedece y es probada por Dios. Ahora, él recapitula lo que ha venido diciendo y nos presenta estos textos.

Aquí el escritor destaca el hecho, de que las personas pueden seguir viviendo conforme a la fe hasta que mueren, incluso si para entonces no han recibido lo prometido. En este sentido la fe va más allá del tiempo de nuestra vida. Cuatro cosas hacen los que así viven por fe: ¡Miran de lejos lo prometido, lo creen, lo saludan y lo confiesan! Al final, el objetivo de la fe es buscar algo mejor, así como una patria mejor.

Meta de la fe

Mis amados hermanos, en esta meta de la fe, nada mejor que hacer referencia a los santos del Antiguo Testamento, quienes vieron las realidades prometidas de lejos y mantuvieron su carácter de extranjeros y peregrinos, buscando una patria mejor y rehusándose a regresar a la tierra que habían dejado.

Este pensamiento está alineado, cuando el autor habla de que nosotros no somos de los que retroceden para perdición, sino de los que tenemos fe para ir hacia adelante, preservando el alma y asegurando dónde será nuestra morada final. Cuando el creyente apunta a lo celestial y su fe tiene esta característica, Dios no se avergüenza de llamarse Dios de ellos.

Mi amada gente, la fe verdadera transita lo temporal y pasajero, porque por fe andamos no por vista, y se remonta siempre más allá de las nubes. Los hombres que aquí se reconocen eran hombres con olor a cielo. ¡Ellos reconocían que su destino eterno no era terrenal ni temporal!

Ellos entendieron que su ciudadanía eterna pertenecía al cielo y no a la tierra. En todo caso, la forma cómo vivían acá era un peregrinaje que los llevaría al cielo. En eso, y solo en eso, consiste la auténtica fe del creyente. ¡La fe tiene que trascender lo celestial y eterno!

Ahora el autor regresa otra vez a la fe de Abraham, y como si lo que hizo fuera uno de los episodios más grandes de su vida, probó su real fe. Así nos dice:

17 “Por la fe Abraham, cuando fue probado, ofreció a Isaac; y el que había recibido las promesas ofrecía su unigénito,” 18 “habiéndosele dicho: En Isaac te será llamada descendencia;” 19 “pensando que Dios es poderoso para levantar aun de entre los muertos, de donde, en sentido figurado, también le volvió a recibir”. 20 “Por la fe bendijo Isaac a Jacob y a Esaú respecto a cosas venideras”.

Mis preciosos hermanos, la fe auténtica necesita ser probada. La prueba de Abraham es la cumbre de las pruebas humanas. Dios le dio Isaac a Abraham como un cumplimiento de la promesa, y lo tuvo en su vejez. Todas las etapas de la vida para tener un hijo son hermosas, pero tener un hijo en la vejez no tiene comparación. Esto haría que la prueba fuese aún mayor. Imaginémonos ese cuadro.

Veamos a Abraham caminar con paso lento, llevando en su mano el cuchillo y sobre los hombros de su amado hijo, la leña con la que haría su propio holocausto. Pensemos en el momento de la pregunta que le hizo el hijo acerca del cuchillo, la leña y el cordero para el sacrificio. Imaginemos la escena en la cumbre del monte, ellos solos en el sacrificio del hijo, porque su Dios así se lo había pedido.

Ese acto debió ser una prueba colosal y de extremo significado para ambos. Pero es allí donde la fe de un gigante como Abraham se crece. Fue allí cuando en medio del dolor que embargaba aquel momento, le dijo al hijo de la promesa, que Dios se proveería del cordero para el sacrificio. ¡Eso es tener fe! Es por eso que el autor tiene que decirnos que: “Dios es poderoso para levantar de entre los muertos”, su propia promesa.

La fe del creyente

Amados hermanos, la fe del creyente tiene que crecer en la prueba. Es más, debiéramos prepararnos para que nuestra fe sea probada, pues es la única forma de saber si ella es más preciosa que el oro. Esa es la fe que al final tiene que oír: “no le hagas daño al joven, pues ya conozco que temes al Señor”. Ojala, pues, nuestra fe tenga el olor de un sacrificio agradable, a través de una obediencia sin objeciones.

A este respecto el comentarista Matthew Henry ha dicho: “Miremos hasta qué punto nuestra fe ha causado una obediencia semejante, cuando hemos sido llamados a actos menores de abnegación o a hacer sacrificios más pequeños en nuestro deber. ¿Hemos entregado lo que se nos pidió, creyendo plenamente que el Señor compensará todas nuestras pérdidas y hasta nos bendecirá con las dispensaciones más aflictivas?”.

Ahora el autor introduce al nieto de Abraham, para hablar también de un hombre de fe. La suya la vamos a llamar: “la fe que bendice las postreras generaciones”.

21 “Por la fe Jacob, al morir, bendijo a cada uno de los hijos de José, y adoró apoyado sobre el extremo de su bordón”.

Mis amados, Jacob se conoce en la Biblia como el engañador y suplantador. Él robó a su hermano la primogenitura y la bendición de Isaac. Ahora ya habían pasado los años y la vida le había enseñado, la importancia que tiene una bendición y sus consecuencias.

Es por eso que ahora usando un bastón, después que le tocó luchar con el ángel y su muslo se desgarró, se apoya sobre él para adorar y bendecir. José no fue escogido entre las doce tribus de Israel, sino sus dos hijos. La bendición seguiría para ellos. Como José previamente había pedido que sus huesos fueran llevados a la tierra prometida después de que muriera, la bendición de Jacob a sus hijos apuntaba al cumplimiento de la promesa de Dios de dar Canaán a sus descendientes, al ser enterrado allí como en su debida posesión.

Amados hermanos, la fe es el hilo que nos ata al cielo. Si bien es cierto que ahora en la tierra nuestra fe tiene que ser probada, al final ella será una fe mucho más preciosa que el oro, y será a través de ella que viviremos; pues, como dice la Palabra: por fe andamos.

Pero también ponemos nuestra mirada en las cosas celestiales, de modo que al igual que los patriarcas, estamos esperando lo mejor, y sabemos que lo mejor está arriba, con el Señor. Que nuestra fe siga creciendo, sea robusta y firme hasta que por ella lleguemos a la patria celestial que nos espera. Amen.

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