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Epístola a los Hebreos – Parte XII

Estudios Bíblicos

CAPÍTULO 12: Jesús, el Autor y Consumador de la Fe

Estudio Bíblico de la epístola a los Hebreos 12

Este es el penúltimo capítulo de Hebreos, y así nos dice la Palabra:

1 “Por tanto, nosotros también, teniendo en derredor nuestro tan grande nube de testigos, despojémonos de todo peso y del pecado que nos asedia, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante,” 2 “puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe, el cual por el gozo puesto delante de él sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y se sentó a la diestra del trono de Dios”.

Hay una pregunta que es obligada hacer al comienzo de este texto: ¿Quién es “la gran nube de testigos” de la que la habla el escritor? Por el contexto inmediato, tenemos la información de una constelación de hombres y mujeres de fe; por lo tanto, ellos serían esa “nube de testigos”.

Y no que nos están mirando y empujando, pues eso sería darle la razón a esas sectas religiosas que creen que los muertos nos su fuerza para seguir adelante, sino que por la misma fe que ellos ejercitaron son testigos, y que así como ellos lo hicieron y lo lograron, nosotros también lo podemos hacer.

Mis amados, el autor nos confronta en lo que llega a ser la meta del creyente. Hay “una carrera que tenemos por delante”, y así como ellos corrieron y vencieron, se nos dice que lo hagamos también nosotros, pero para ello se nos dice que debemos despojarnos de esa carga que impide que nuestro avance sea ligero y seguro.

Hay un gran peso por el pecado, que puede pesar más que cualquier otra cosa en la vida cristiana. Es ese peso el que nos puede impedir que avancemos para que la carrera sea con paciencia. Mis hermanos, la carrera cristiana es la única que se hace con paciencia.

Eso pareciera ser una paradoja, pero es la referencia que tenemos; no es una carrera de velocidad, como la de 100 metros planos; sino como un maratón de largo alcance. ¡El cristiano es el único que corre esa clase de carrera!

Y mis amados, esa carrera tiene un blanco, una meta, un objetivo. El creyente pone sus ojos no en cualquier cosa mientras hace su carrera, sino en Jesús: “mirando desde lejos”; fijando los ojos en Jesús quien ahora está como nuestro gran sumo sacerdote en los cielos, sentado en el trono de Dios. Cuando corremos así jamás podremos desviarnos. Mientras Pedro se mantuvo caminando sobre las aguas yendo hacia Jesús no titubeó, pero cuando comenzó a ver el embravecido mar comenzó hundirse.

Necesitamos mantener nuestros ojos en Jesús porque Él es “el autor y consumador de la fe”. Porque Él cuando decidió morir por nosotros, lo hizo con gozo aceptando el oprobio, tal decisión lo llevó a sentarse en las alturas.

El autor nos sigue hablando y nos hace considerar lo que sufrimos, en comparación con lo que fue su sufrimiento:

3 “Considerad a aquel que sufrió tal contradicción de pecadores contra sí mismo, para que vuestro ánimo no se canse hasta desmayar”.

Mi preciosa gente, con cuánta frecuencia nuestro ánimo decae. ¡Con cuánta facilidad y rapidez perdemos la paciencia y dejamos que el desaliento invada nuestro espíritu! Pero, qué son nuestras pequeñas pruebas, en comparación con las agonías de Cristo.

Ciertamente Cristo sufrió todo tipo de contradicciones, porque su muerte fue la más injusta, la más ignominiosa y la más vergonzosa; con el único propósito de que nuestro “ánimo no se canse hasta desmayar”. El llamado de este texto es a no desmayar bajo las pruebas. En todo caso, ellas son las “medicinas divinas” para curar el carácter y aquilatar mejor nuestra fe. ¡Esa es la razón de nuestra carrera!

Notemos como el autor nos habla del valor de la disciplina y de la corrección cristianas:

4 “Porque aún no habéis resistido hasta la sangre, combatiendo contra el pecado;” 5 “y habéis ya olvidado la exhortación que como a hijos se os dirige, diciendo: Hijo mío, no menosprecies la disciplina del Señor, Ni desmayes cuando eres reprendido por él;” 6 “Porque el Señor al que ama, disciplina, Y azota a todo el que recibe por hijo”

Jesucristo luchó hasta la sangre, pues la derramó por causa del pecado. El autor nos dice que el creyente no ha tenido que llegar a esto. Por lo tanto, si en el combate contra el pecado cedemos, entonces tendremos que prepararnos para la disciplina divina.

No somos dados a ser disciplinados.

Acordémonos cuando nuestros padres nos corregían. Cada uno de nosotros, cada vez que dio razones para ser castigado, tiene que recordar cuanto dolor le producía aquel castigo. Nadie iba al castigo de una manera gozosa y voluntaria.

La disciplina siempre tiene su resistencia. Pero el texto nos amonesta diciendo, que si teníamos que ser disciplinados, lo era para nuestro bien. ¡Esto es lo que hace nuestro Padre celestial! Por cuanto Él nos ama, utiliza la disciplina para corregirnos. Si nos dejara sin castigo no le importaríamos, de allí que nos aplique su disciplina.

Ahora observemos lo que pasa si soportamos la disciplina:

7 “Si soportáis la disciplina, Dios os trata como a hijos; porque ¿qué hijo es aquel a quien el padre no disciplina?” 8 “Pero si se os deja sin disciplina, de la cual todos han sido participantes, entonces sois bastardos, y no hijos”. 9 “Por otra parte, tuvimos a nuestros padres terrenales que nos disciplinaban, y los venerábamos. ¿Por qué no obedeceremos mucho mejor al Padre de los espíritus, y viviremos?” 10 “Y aquéllos, ciertamente por pocos días nos disciplinaban como a ellos les parecía, pero éste para lo que nos es provechoso, para que participemos de su santidad”. 11 “Es verdad que ninguna disciplina al presente parece ser causa de gozo, sino de tristeza; pero después da fruto apacible de justicia a los que en ella han sido ejercitados”

Mis amados hermanos, la disciplina divina tiene propósitos eternos.

Su corrección es la medicina que nos cura de las intenciones del pecado y de nuestros propios desvaríos. Una verdad que surge de todo esto es que Dios puede dejar a los desobedientes en sus propios caminos y pecados, pero corregirá el pecado en sus propios hijos. Su actuación es como la del padre que ama a su hijo y que sabe el valor de disciplinarlo. ¡En el caso de nuestro  Padre celestial, jamás busca apenar ni afligir a sus hijos; siempre será para nuestro provecho!

Es bueno que  recordemos hermanos que  la corrección de Dios no es condenación. En todo caso, si soportamos con paciencia la disciplina divina, tal disciplina fomentará grandemente la santidad.

Por lo tanto concluimos que nuestra vida cristiana puede aprender de las aflicciones que nos llegan por cualquier vía. Si vienen del Señor, entonces debemos recibirlas con gozo porque su disciplina tiene el propósito de levantarnos para vivir en un estado mejor que el anterior.

Concluimos, pues, que “ninguna disciplina al presente parece ser causa de gozo, sino de tristeza; pero después da fruto apacible de justicia a los que en ella han sido ejercitados”. Que así sea. Agradezcamos al Señor por su disciplina, porque ella es una muestra de su amor. Recordemos que Él es amor. Amen.

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