Estudios Bíblicos
Prédica de Hoy: El lugar de la música en la Biblia – Parte II
Estudios Bíblico Texto Bíblico: Salmo 150
Introducción
En nuestra prédica El lugar de la música en la Biblia (Primera parte) exploramos algunas connotaciones del arte musical en la tradición bíblica. Vimos, por ejemplo, los primeros registros históricos que la Biblia nos suministra sobre la música. También rastreamos de qué forma la música se relacionaba con la vida cotidiana y con ceremonias monárquicas.
Por otra parte, examinamos el rol que, según la Biblia, la música puede tener como instrumento de adoración a Dios. Pero también observamos la función que la música puede desempeñar como medio de inspiración divina y como recurso terapéutico.
En esta segunda parte, continuaremos identificando otros de los significados atribuidos a la música en el contexto bíblico. Al final, formularemos una serie de conclusiones sobre el sentido de la música en nuestra vida espiritual con Dios.
1. La música como instrumento de orden social
Por siglos, el trabajo ha establecido una forma de organización de los seres humanos dentro de la sociedad. Cada uno, desde la función laboral que desempeña, contribuye con la puesta en práctica de sus habilidades y conocimientos. El médico, por ejemplo, presta sus servicios en pro del cuidado de la salud de los hombres. El científico, por su parte, hace posible una mejor comprensión del mundo.
Los músicos, sin embargo, también ejercen una función significativa en el marco de una comunidad, y así nos lo hace ver la Biblia.
Tras llevar el arca a Jerusalén, David asignó distintos roles a sus súbditos para conmemorar la llegada de este símbolo de la alianza con Dios. Una parte de ellos, por determinación de David, tendría una función concreta: emplear sus dones musicales para celebrar tan importante acontecimiento. Así, David ordenó a los levitas que escogiesen cantores para que, con salterios, arpas y címbalos, festejaran el suceso (Cf. 1 Crónicas 15:16).
Incluso dentro del mismo grupo de músicos escogidos, se asignaban papeles bien definidos. La dirección del canto, por ejemplo, quedó en manos de un varón llamado Quenanías, un levita importante entre los suyos. La razón: Quenanías era un hombre versado en el canto (Cf. 1 Crónicas 15:22).
2. La música y el pecado
Una breve pero concisa definición de la naturaleza del pecado la encontramos en el Nuevo Testamento. La primera carta de Juan nos dice que pecar es infringir la ley (Cf. 1 Juan 3:4). Pero, naturalmente, no se trata de cualquier ley; no es la ley de los hombres, sino aquella que viene de Dios. En general, la ley de Dios es el conjunto de mandamientos que nosotros, sus hijos, debemos guardar y cumplir.
Dicho de otro modo: son los principios que nos indican cuáles son nuestros deberes como siervos de nuestro Señor (Cf. Eclesiastés 12:13-14). Así, pecar sería pasar por encima de nuestros deberes espirituales sería despreciar los mandamientos de Dios.
¿Pero qué tiene que ver el pecado con la música? Pues bien, las Sagradas Escrituras nos ofrecen un claro ejemplo de cómo la música puede ser también un instrumento de un pecado como la idolatría. El caso queda ilustrado en el libro de Éxodo. Leemos aquí que tras haber subido al monte Sinaí, Moisés recibió por parte de Jehová las tablas del testimonio.
Abajo, sin embargo, el pueblo de Israel observó que mucho tiempo había pasado desde que Moisés había subido al Sinaí. Desconfiados, los israelitas, bajo el consentimiento del propio Aaron, hermano de Moisés, elaboraron un becerro para adorarlo. Para ello, emplearon zarcillos de oro que después fundieron para dar forma al ídolo.
Pero Jehová advirtió lo que los israelitas estaban haciendo y, por tal razón, dijo a Moisés que derramaría toda su ira sobre ellos. Moisés, entonces, intercedió ante Jehová por el pueblo de Israel, rogando misericordia. Sus palabras fueron tenidas en cuenta, por lo cual, Jehová determinó no castigar a los israelitas. Acto seguido, Moisés emprende su descenso del Sinaí para reencontrarse con el pueblo de Israel.
Al acercarse al campamento, Moisés se encuentra con Josué, quien le advierte que, por los ruidos escuchados, los israelitas parecían pelear. Pero Moisés, ya enterado de lo que sucedía abajo, le explica a Josué que, en realidad, lo que se oía eran voces cantando (Cf. Éxodo 32:17-18).
El relato nos deja ver que cuando disponemos de instrumentos para adorar a Dios, pero los empleamos en actos rechazados por Él, estamos pecando. De este modo, siendo la música un instrumento que puede ser usado al servicio de Dios, pecamos cuando la destinamos para propósito totalmente opuestos a Su voluntad. El pueblo de Israel sabía que la idolatría era pecado y, sin embargo, se entregó a la adoración de dioses ajenos a través de la música.