La puerta que nadie puede cerrar

No en vano el profeta Isaías habla no menos de 25 veces como el “Santo de Israel”. Podemos concluir que la identificación de Jesucristo como “el Santo” es una clara confirmación de su deidad. Por otra parte, entre los tres símiles que Cristo presenta en Juan 14:6, el que habla de la “verdad”, aparece en el centro de todos ellos, como uniendo al “camino” y a la “vida”.

El asunto es que Jesús no vino a mostrarnos alguna parte de la verdad, sino que él es la verdad encarnada, de modo que nadie puede conocer a Dios sin él. Como “santo y verdadero” Jesucristo le dice a su iglesia que su naturaleza también debe ser santa y que ella es guardiana de la verdad entregada.

2. “El que tiene la llave de David…”

Esta profecía ya aparece en Isaías 22:22. Cuando uno lee esta frase no deja de ponderar lo que Jesús dijo, pero, sobre todo a quién hizo referencia. ¿Por qué no habló de la “llave de Abraham” o de la “llave de Moisés”? ¿Qué hizo a David tan especial para que Cristo se le revelara a esta iglesia de esta manera?

El rey David ha sido uno de los hombres más valientes y fieles a Dios que se hayan conocido en toda la historia. Poderoso en batallas y proezas. Como rey ungido de Dios, convirtió su linaje en la más grande esperanza para el pueblo de Israel, porque de él vendría el que se llamaría el Mesías profetizado.

Cuando dice que tiene la llave de David, esta esgrimiendo el más grande símbolo de autoridad. Con esta revelación el Señor le dice a su iglesia que nadie puede conquistarla porque él es el único que tiene derecho de abrir o de cerrar esa puerta.

A nadie más se le ha dado esa llave; como tal tiene toda la autoridad para permitir que los hombres entren a través de la puerta abierta. Jesús también dijo que él era el camino al Padre. Que nadie puede entrar a su presencia sino es a través de él. Este es un asunto muy serio.

3. “El que abre y ninguno cierra, y cierra y ninguno abre…”

Hemos dicho que el mismo Señor Jesús tiene toda su autoridad sobre la iglesia. Esto es alentador; por un lado, porque ningún hombre es la cabeza visible de la iglesia, pero también porque ningún otro poder prevalecerá contra ella.

Con esta profecía, se abre una puerta de oportunidad a su iglesia; se abre una puerta para los que tenemos la responsabilidad de ministrar su palabra. Cuando predicamos, lo hacemos en la convicción que el Señor abrirá la puerta de esos corazones endurecidos por el pecado. Pero también la otra parte de esta identificación dice “y cierra y ninguno abre”.

Sí, Jesucristo también cierra la puerta de los cielos, y con ello se van las oportunidades de la gracia. No en vano hay un continuo recordatorio “si oyereis hoy su voz no endurezcáis vuestros corazones”.

Nada será más triste el día que el Señor le cierre la puerta a los rebeldes que menospreciaron el tiempo de la visitación de Dios.

Solo Cristo tiene las llaves que conducen a su propio cielo, porque además de ser él mismo el portero, también es la Puerta. Nadie puede conocer a Dios sin él. Nadie entra al cielo si él no abre. No hay muchos “mediadores” que puedan abrir la puerta para entrar al cielo, solo Cristo.

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