Que nos amemos unos a otros

Mientras no tenga el espíritu de entrega, revelado en Cristo, no estaré dispuesto a sacrificarme por los demás. Juan en el capítulo cuatro va a tocar otra vez este tema, diciendo: “Si alguno dice: Yo amo a Dios, y aborrece a su hermano, es mentiroso. Pues el que no ama a su hermano a quien ha visto, ¿cómo puede amar a Dios a quien no ha visto” (1 Juan 4:20).

Por supuesto al ver la manera cómo Juan habla del amor, y el odio a la misma vez, uno pudiera reaccionar evaluando los propios sentimientos, y decir que yo no odio a mi hermano según Juan lo dice. Sin embargo, hay muchas maneras de que esto pudiera suceder.

Cuando tengo algo contra un hermano y eso me lleva a no hablarle, contestar sus llamadas y hasta ignorarlo, eso encaja en el mensaje de Juan; no estoy dando mi vida por mis hermanos. Hasta dónde me olvido de mi mismo y pienso en mi otro hermano.

IV. PORQUE NOS NECESITAMOS MUTUAMENTE

1. “¿Cómo mora el amor de Dios en él?” (vers. 17)

Este texto resume nuestro gran compromiso con nuestros hermanos de la misma fe. La pregunta insolente de Caín: “¿soy yo guarda de su hermano?” (cf. Génesis 4:9), hecha por la otra pregunta de Dios acerca de Abel, plantea una respuesta contraria en la vida de la iglesia. ¿Soy yo guarda de mi hermano? Sí, yo soy guarda de mi hermano, pero además de guarda, soy llamado a abrir mi mano y mi corazón para ayudarle.

Soy llamado para hacer esto, porque esta es la mejor demostración de mi fe. Si no muestro ningún interés por mi hermano, y no me preocupo en aliviar su pena y su condición, Juan pregunta: “¿cómo mora el amor de Dios en él?”.

Es como si dijera: ¿Cómo puede llamarse alguien cristiano si cierra su corazón contra su hermano? Juan habla de una condición práctica. Él ve aquellos casos dentro de la congregación de alguien teniendo más que otros, pero cerrando su mano y corazón para ayudar.

Pero este texto va más allá del prurito hecho de ayudar a otros económicamente. También se puede aplicar a aquellos tiempos cuando alguien está pasando por diferentes circunstancias. No cerremos ni el corazón ni la mano para ayudarnos mutuamente.

2. “No amemos de palabra ni de lengua, sino de hecho y en verdad” (vers. 18).

Este versículo es un ruego vehemente para que los cristianos dejemos la hipocresía. Hablar sin actuar no engaña a mucha gente. A veces hay una gran distancia entre nuestras palabras y nuestros hechos.

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