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Primera Carta a los Corintios

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Estudio Bíblico Lectura Bíblica: 1 Corintios

Introduciendo la Carta a los Corintios.

Cuando pensamos en los primeros cristianos del primer siglo, nos imaginamos a una comunidad modelo sin los problemas de las iglesias de nuestro tiempo, pero al estudiar la primera carta a los Corintios descubrimos a hombres y mujeres con las mismas pasiones y debilidades como las nuestras. El creer en Cristo no elimina el peso de las debilidades humanas. La iglesia de los corintios era una mezcla de vida espiritual y sus muchas pasiones desordenadas.

Desde el punto geográfico, Corinto poseía una particular fisonomía entre las ciudades del Mediterráneo. Por estar muy bien ubicada, separada por dos golfos, la hacía una ciudad privilegiada por ser un puerto marítimo del comercio de esos días. Era una ciudad preferida por los viajeros debido a sus muchas diversiones. El término “corintizar” definía a la ciudad como llena de todos los placeres, dándole al “dios de la carne” su más grande gratificación.

La promoción de esos deseos se debía a que en la ciudad estaba un santuario consagrado a Afrodita, la “diosa del amor”. Según los griegos alrededor de la ciudad había arenes de prostitutas “sagradas”, contándose por miles para los hombres que amaban la lujuria y la vida licenciosa a la que Pablo enfrentó en muchos capítulos de su carta.

Otro aspecto muy notorio de la ciudad de Corinto eran sus juegos ístmicos cada dos años, muy parecidos a los juegos olímpicos actuales. De esta manera no será raro que Pablo haga alusión a ellos como metáforas para mostrar grandes verdades de la vida cristiana. Además de esos juegos, el dinero y la esclavitud formaban parte de la vida social en la vieja “ciudad del pecado”.

La paternidad literaria de la carta tiene como su autor a Pablo, quien fundó a la iglesia en su segundo viaje misionero (cf. Hechos 18:1-18) a comienzos de la década de los 50. La carta fue escrita desde Éfeso donde Pablo, por razón de su trabajo apostólico, fue retenido, y su contenido no es sino las respuestas a la solicitud de un grupo de hermanos, porque en la iglesia se estaban dando asuntos escandalosos que distaban mucho de la iglesia fundada por Pablo al principio.

Pablo permaneció allí solamente año y medio de acuerdo con Hechos 18:11, de modo que solo pudo poner los fundamentos de la fe cristiana (cf. 1 Corintios 3:6,10). Esto planteó la necesidad de enviar nuevos maestros para ayudar en su consolidación, entre los que se menciona particularmente a Apolos, de acuerdo con la información dada en 1 Corintios 1:12.

La iglesia de los Corintios

La iglesia estaba compuesta por convertidos judíos y paganos, provenientes del culto a la diosa Diana; esto hacía a la iglesia una comunidad mezclada de vicios y costumbres, confrontados por Pablo, sobre todo cuando abordó temas tales como: el celibato y el matrimonio; los problemas de coexistencia con los no creyentes; el orden de las reuniones de la Iglesia; los dones espirituales; y la resurrección de los muertos, entre otros.

Primera de Corintios es, pues, una carta que nos merece un estudio detenido y minucioso, porque los problemas de aquellos hermanos son los mismos de hoy, y nos hará mucho bien saber cómo Pablo lidió con ellos, y que sirven como ejemplo para no repetirlos otra vez.

Bienvenidos sean todos a esta nueva aventura bíblica. Que el Señor nos ayude a viajar a través de esta carta, estudiando su contenido, aprendiendo de la inspirada pluma de Pablo un estudio que tratará muchos temas éticos y doctrinales, tan necesario para la iglesia de hoy.

Llamados a ser santos

“Pablo, llamado a ser apóstol de Jesucristo por la voluntad de Dios, y el hermano Sóstenes, a la iglesia de Dios que está en Corinto, a los santificados en Cristo Jesús, llamados a ser santos con todos los que en cualquier lugar invocan el nombre de nuestro Señor Jesucristo, Señor de ellos y nuestro: Gracia y paz a vosotros, de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo” (1 Corintios 1:1-3).

La primera observación vista en los escritos de Pablo es su patrón cuando se redactaba una carta, comparándola con las escritas de ahora. Nosotros escribimos primero al destinatario de la carta, y la finalizamos poniendo la firma de quién la escribe. En los tiempos de Pablo se escribía al contrario, de allí el encabezado “Pablo, llamado a ser apóstol…”.

La segunda observación es la autoridad apostólica al momento de escribir las cartas. Pablo había sido llamado para ser “apóstol de Jesucristo por la voluntad de Dios”. Pablo no fue un falso apóstol de acuerdo con la defensa hecha en su segunda carta (2 Corintios 11 y 12). Él era un apóstol por la voluntad de Dios, no de los hombres.

Por otro lado, cuando Pablo escribía sus cartas mencionaba a sus acompañantes; esta vez lo hace con “el hermano Sóstenes”. Este Sóstenes parece ser aquel quien fue golpeado por los oficiales romanos en una reacción antisemítica contra los judíos en la persecución hecha contra Pablo. En Hechos 18:17 aparece un tal Sóstenes con Pablo, y ahora lo presenta como su hermano en la fe. Algunos piensan que Sóstenes pudo ser el redactor de la carta.

“La iglesia de Dios”. Con frecuencia la gente asocia la palabra iglesia con un edificio donde los cristianos se reúnen. La palabra griega para iglesia es ekklesia y su significado era el de una asamblea ciudadana de los griegos; pero aplicándolo a los judíos, era una comunidad de creyentes en Jesús. Esa palabra, usada en la Septuaginta, (versión de los setentas) era una referencia a Israel cuando se reunían en sus solemnes asambleas bajo la autoridad del Señor.

Los destinatarios de la carta fueron los hermanos de la “iglesia de Dios que está en Corinto”. Esto habla del pueblo de Dios ahora reunido como iglesia en ese lugar, y por ser de Dios, Pablo los llama “santificados en Cristo Jesús, llamados a ser santos”. Esta doble manera de llamarlos denota el carácter de todos aquellos que hemos conocido a Cristo. La iglesia del Señor no es cualquier cosa, se trata de una comunidad de personas apartadas por Dios.

En Cristo somos santificados y llamados a ser santos. No se nos pide menos que esto.

Un saludo para los que invocan el nombre del Señor

“…con todos los que en cualquier lugar invocan el nombre de nuestro Señor Jesucristo, Señor de ellos y nuestro: Gracia y paz a vosotros, de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo” (1 Corintios 1:2-3).

Comentamos todavía el saludo de esta carta, porque tiene elementos únicos de las cartas del Nuevo Testamento. Normalmente el saludo consistía en tres divisiones. En primer lugar, se identificaba al autor, después a los destinatarios y, por último, se terminaba la sección introductoria con un saludo personal. En el caso de la carta a los Corintos, Pablo nos presenta un saludo que va más allá de ellos, enfatizando el nombre de Dios y del Señor Jesucristo.

Como misionero a los gentiles, Pablo sabía de otros cristianos “que en cualquier lugar invocan el nombre de nuestro Señor Jesucristo”. De esta manera, este saludo nos abarca a todos aquellos que en algún momento hemos invocado el nombre del Señor, por lo tanto, nos unimos a los hermanos de Corintios a quienes Pablo los llamó “santificados” y “santos”. Con este saludo, Pablo pone en perspectiva la naturaleza de los que componemos el cuerpo de Cristo.

Por otra parte, Pablo nos deja claro que la pertenencia a la “iglesia de Dios”, de cual comienza hablando, necesariamente debe pasar por una invocación (confesión) del nombre del Señor Jesucristo. La palabra “Señor” aparece unas 700 veces en el Nuevo Testamento, y de ellas Pablo va a usar un porcentaje altísimo, porque al nombrar a Jesús “Señor”, era estar bajo su señorío, más allá del sometimiento de esos pueblos pagamos al César, el señor y dueño de ellos.

“Señor de ellos y nuestro”. Con estas palabras Pabló estaba echando el fundamento para atacar un serio problema de la iglesia a los corintios: su falta de unidad. Si bien vemos en este saludo una serie de términos con la que Pablo destaca gentilmente a la iglesia, él sabe de sus enormes problemas, entre ellos una gran división, y solo la invocación de Jesucristo como Señor traería esa unidad. Y para nuestro entendimiento, Pablo menciona acá el nombre “Señor” tres veces.

“Gracia y paz a vosotros, de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo”. He aquí el saludo típico de las cartas paulinas. Estas palabras eran su sello de identificación. Pero la palabra “gracia” no existía en griego, pues fue introducida por el cristianismo debido a propia naturaleza, y razón de ser, porque es la única religión donde la salvación se da por gracia.

Todas estas palabras puestas en esta introducción y saludo no estaban aisladas de la realidad de la iglesia a los corintios y la razón por la cual Pablo escribe esta carta. Ellos vivían un estilo de vida cuya expresión externa carecían de la gracia y la paz de Dios y del Señor Jesucristo. El hecho de imitar la forma de vivir, y las prácticas de sus conciudadanos, no daban evidencia de vidas transformadas por el poder de Jesucristo y su gracia redentora.

Cuando se vive en la auténtica gracia de Dios, la paz llega a ser lo que sostiene nuestra unidad.

La iglesia enriquecida en todo

“Gracias doy a mi Dios siempre por vosotros, por la gracia de Dios que os fue dada en Cristo Jesús; porque en todas las cosas fuisteis enriquecidos en él, en toda palabra y en toda ciencia; así como el testimonio acerca de Cristo ha sido confirmado en vosotros, de tal manera que nada os falta en ningún don…” (1 Corintios 1:4-7).

Cuando uno lee estos versículos y sigue analizando el resto del capítulo, queda sorprendido. No tenemos una iglesia que haya sido enriquecida con tantas bendiciones celestiales como la iglesia a los Corintios. Bien pudo ser ella mejor que la de Filadelfia o Esmirna, o incluso a la iglesia a los Filipenses, pero esta fue iglesia del mayor dolor de cabeza para Pablo. Fue enriquecida con todo, pero llegó a ser la iglesia más pobre, carnal y mundana de todas.

“Gracias doy a mi Dios… por la gracia de Dios que os fue dada…”. Pablo va a dedicar el resto de la carta corrigiendo y disciplinando faltas muy graves de esta iglesia, pero aquí lo vemos agradeciéndole a Dios por ellos, porque a pesar de su estado espiritual, ellos eran poseedores de la gracia divina. Esto es lo que Pablo destaca al dar gracias a Dios por sus vidas, antes de hablar de sus reproches. Qué lección tan grande. Los pecados se corrigen con amor y con misericordia.

“Porque en todas las cosas fuisteis enriquecidos en él”. Si usted estuviera buscando una iglesia para congregarse, con tantas cualidades espirituales, le aseguro que no dudaría en escoger la iglesia a los Corintios. Observe este versículo. Pablo no habla de haber sido enriquecidos en algunas cosas, sino en todas las cosas a través de Cristo. Y la iglesia a los Corintios no poseía esas riquezas por sus propios logros, sino porque había sido derramada del cielo por Jesucristo.

“En toda palabra y en toda ciencia”. Estos fueron las dos primeras riquezas que Pablo vio en la iglesia. Esto habla de gente preparada y dotada con un gran conocimiento en las cosas del Señor. Al parecer no había “analfabetismo bíblico” en Corintios. Bien podía uno imaginarse a ellos en una escuela dominical discutiendo temas teológicos de altura debido a su alta preparación.

Pero además de lo arriba expuesto, aquellos hermanos habían conocido “el testimonio acerca de Cristo”. ¿Qué significa esto? Que ellos eran cristianos alcanzados por la gracia de Dios. Ellos tenían un testimonio público bien conocido. La palabra de Cristo se había confirmado por medio de ellos. Seguramente aquella iglesia estaba activa en la evangelización personal.

“De tal manera que nada os falta en ningún don…”. Con este texto Pablo ve a una iglesia “enriquecida en todo”. Los problemas para corregir en esta iglesia no eran por la falta de dones, sino más bien por las actitudes al momento de ejercerlos. Esta iglesia poseía todos los dones espirituales de acuerdo con 1 Corintios 12 al 14. Pero al final, como dice Spurgeon, los dones no son nada si no están respaldados por vidas consagradas por entera al Señor, dador de esos dones.

El haber sido enriquecidos con la gracia de Dios no nos hace automáticamente espirituales.

Corintios: En preparación para su venida

“El cual también os confirmará hasta el fin, para que seáis irreprensibles en el día de nuestro Señor Jesucristo. Fiel es Dios, por el cual fuisteis llamados a la comunión con su Hijo Jesucristo nuestro Señor” (1 Corintios 1:8-9).

Esta es la parte final del saludo de esta carta. Pablo se aseguró en decirles a sus destinatarios quiénes eras ellos en su nueva naturaleza: santificados y santos. Se aseguró en recordarles que su salvación fue el resultado de la gracia divina, y juntamente con esto, les recordó a Jesucristo como su Señor en un lugar donde el Cesar era el señor. Y finalmente les recordó la inminente segunda venida de Cristo como el más grande llamado para vivir apartados para ese gran día.

“El cual os confirmará hasta el final…”. Estas palabras requieren de un comentario aparte. El término “confirmar” ya había sido mencionado en el v. 6, refiriéndose a la obra consumada de Cristo en sus vidas. Pero esta iglesia necesitaba ser estabilizada y constante; y prueba de eso son los próximos temas tratados por Pablo. La confirmación pudiera ser uno de los propósitos de esta carta. Ya habían sido confirmados en Cristo, ahora necesitan ser confirmados “hasta el final”.

“Para que seáis irreprensibles en el día de nuestro Señor Jesucristo”. Esto fue el propósito de ser confirmados. La segunda venida de Cristo demanda de sus seguidores una preparación adecuada. Apóstoles como Pedro también nos convocan a una preparación responsable frente a ese único evento por venir (2 Pedro 3). “Irreprensibles” tiene la idea de estar sin manchas, alejados del pecado, santos, apartados para él. Así ha de ser nuestra preparación.

“Fiel es Dios, por el cual fuisteis llamados…”. ¿Cómo podía Pablo estar tan seguro de esta fidelidad? No lo estaba por la iglesia, porque el testimonio de ellos estaba lejos de ser irreprensibles, sin embargo, su confianza descansaba en la fidelidad de Dios, quien los había llamado previamente. El tema inmediato que Pablo tratará será la división entre ellos, y por eso, en esta parte final del saludo, les recuerda el llamado para andar en la comunión de Jesucristo.

Hay un llamado constante en la Palabra para vivir irreprensibles hasta la venida del Señor.

Corintios: Una iglesia dotada con todo, pero dividida

“Os ruego, pues, hermanos, por el nombre de nuestro Señor Jesucristo, que habléis toda una misma cosa, y que no haya entre vosotros divisiones, sino que estéis perfectamente unidos en una misma mente y en un mismo parecer. Porque he sido informado acerca de vosotros, hermanos míos, por los de Cloé, que hay entre vosotros contiendas. Quiero decir, que cada uno de vosotros dice: Yo soy de Pablo; .. yo de Apolos; y yo de Cefas; y yo de Cristo” (1 Corintios 1:10-12).

Después de todos los elogios y reconocimientos presentados en el saludo, con los que nos parecía estar en presencia de una iglesia modelo para imitar, Pablo nos presenta un problema muy grave en seno. Al parecer no fue suficiente ni la gracia del Señor ni el conocimiento con el que fueron dotados para evitar una profunda división entre ellos. No eran meros rumores, había una franca división en la iglesia compuesta por cuatro bandos.

Pablo ya sabía del estado espiritual de la iglesia, y él pudo apelar a ellos con su autoridad apostólica, pero en lugar de eso, lo hace con un ruego pastoral, lleno de amor, en “el nombre de nuestro Señor Jesucristo” al cual ellos pertenecen, para que entre ellos hablaran “una misma cosa”. He aquí una de las más conmovedoras maneras de llamar a la unidad de una iglesia cuyos hermanos había perdió el propósito original de su llamado a ser santos.

Sobre este particular, Calvino escribió: “Ahora después de preparar las mentes para el regaño, actuando como un buen cirujano experimentado, quien toca la herida con cuidado cuando un remedio doloroso debe ser usado, Pablo comienza a manejarlos más severamente.”

“Que no haya entre vosotros divisiones”. La palabra griega para divisiones es “schismata”, de donde nos viene el término en español “cisma”. El significado más cercano al planteamiento hecho por Pablo es “romper o rasgar.” De esta manera, el ruego de Pablo era para detener la división, algo así como “dejar de rasgarse entre ellos”, porque se estaba rompiendo la unidad del cuerpo de Cristo.

“Porque he sido informado acerca de vosotros, hermanos míos, por los de Cloé…”. Cloé era una mujer cristiana, una especie de “matrona” convertida seguramente con toda su familia. De su casa llegó un reporte a Pablo de la situación en la iglesia. Es probable que aquella familia tuvo un gran peso de liderazgo en la iglesia, y se dieron cuenta de la condición espiritual de ella, y ahora le están reportando a Pablo lo sucedido.

Mis hermanos la rebelión y las luchas han sido el signo de cada generación. Lo que hubo en el pasado nos persigue hasta hoy. La lucha por los derechos de cada uno lleva a la gente a entrar en pleitos, litigios y el resultado se ve en grandes divisiones sociales, familiares y religiosas. Y si bien esto puede verse como normal en el mundo, es un escándalo ver las divisiones en la iglesia del Señor. Resulta vergonzoso que los llamados a vivir en amor y armonía vivan divididos.

“Yo soy de Pablo; y yo de Apolos; y yo de Cefas; y yo de Cristo”. El informe de los de Cloé daba cuenta de cuatro grupos dentro de la iglesia. La división era grave, visible, y con los nombres a quienes esos divisionistas estaban siguiendo. Pablo identifica esas divisiones como una franca “contienda”. La iglesia estaba siguiendo a tres hombres, de mucho peso en su autoridad espiritual, y esto trajo un resquebrajamiento en la unidad del cuerpo de Cristo.

Nada le hace más daño a la armonía de una iglesia que el fijar los ojos en el liderazgo humano, en lugar de poner los ojos en Cristo.

Una iglesia dividida le manda el peor mensaje al mundo sin Cristo, mientras que una iglesia unida es como un imán que atrae a todos. Sigamos la unidad en amor.

La iglesia de Cristo es un solo cuerpo

“¿Acaso está dividido Cristo? ¿Fue crucificado Pablo por vosotros? ¿O fuisteis bautizados en el nombre de Pablo? Doy gracias a Dios de que a ninguno de vosotros he bautizado, sino a Crispo y a Gayo, para que ninguno diga que fuisteis bautizados en mi nombre. También bauticé a la familia de Estéfanas; de los demás, no sé si he bautizado a algún otro. Pues no me envió Cristo a bautizar, sino a predicar el evangelio; no con sabiduría de palabras, para que no se haga vana la cruz de Cristo” (1 Corintios 1:13-17).

Pablo entró de lleno en su carta abordando el primer asunto del que fue informado por los de Cloé. La división dada en la iglesia tenía proporciones alarmantes. Había cuatro partidos identificados plenamente, porque unos seguían a Pablo, otros a Apolos, algunos otros seguían a Cefas (Pedro), y había un grupo siguiendo a Cristo. ¿Se puede imaginar los cultos de esa iglesia? ¿Cómo sería la asamblea? He aquí una iglesia que no nos sirve de modelo a la hora de imitarla.

“¿Acaso está dividido Cristo?”. Pablo pone su toque de autoridad diciendo que Jesús no pertenece a ningún “grupo.” Los bandos vistos en la iglesia estaban ignorando su unidad, la esencia misma de su naturaleza, representada por estos nombres con sus valores y por su vida espiritual. Con esta pregunta Pablo condena el elitismo espiritual sin importar en nombre de quien lo practique. La división en una iglesia es abominable.

“¿Fue crucificado Pablo por vosotros? ¿O fuisteis bautizados en el nombre de Pablo?”. Las presentes preguntas deben suscitar una contundente respuesta negativa de parte de los lectores. Para el caso de aquellos que se habían amotinado bajo la figura de Pablo, él les recuerda quien murió por sus pecados y en nombre de quién fueron bautizados. De acuerdo con el informe de Pablo, muy pocos de ellos fueron bautizados por él para que ninguno se gloriara.

“Pues no me envió Cristo a bautizar, sino a predicar el evangelio”. El grupo divisionista cobijados bajo el nombre de Pablo les estaba echando en cara al resto el haber sido bautizados por Pablo, pero el apóstol se adelanta para hablarles de los pocos bautizados por él, porque su ministerio no era de bautizar, sino de “predicar el evangelio”. Con esta declaración, Pablo rechaza las pretensiones de ese grupo, dejando claro que él representaba a Cristo, no a un grupo en particular.

Además del argumento anterior, Pablo les dice a los “pablinistas” que su misión entre ellos fue la proclamación de un evangelio puro, lleno de la gracia del cielo y con la sabiduría de Dios. Pablo no estaba promocionando su nombre para tener seguidores, porque si esto hiciera, estaría haciendo “vana la cruz de Cristo”, la esencia misma de todo su mensaje.

Con esta postura, Pablo dejó claro que cada uno de los líderes mencionados representan a Jesucristo y no a sí mismo. Si bien todos esos lideres habían hecho mucho por evangelio, la iglesia era de Cristo y sobre esa base se había fundado, no sobre Pablo, Pedro o Apolos. La iglesia descansa en su fundamento, los demás solo somos parte de ese gran edificio. Así pues, la lucha por mantener su unidad debe ser el mayor interés de quienes tenemos la responsabilidad de dirigirla.

No es en Pablo, Pedro, o Apolo en quien debemos poner nuestra mirada, sino en Cristo, porque fue él quien murió por su iglesia, y tiene el derecho de ser su fundador.

La cruz, la locura de la salvación

“Porque la palabra de la cruz es locura a los que se pierden; pero a los que se salvan, esto es, a nosotros, es poder de Dios. Pues está escrito: destruiré la sabiduría de los sabios, y desecharé el entendimiento de los entendidos” (1 Corintios 1:18-19).

Pablo era misionero y apóstol, pero, sobre todo, él era un hombre profundamente amante de las Escrituras por su oficio como fariseo, y ahora por la revelación recibida de Dios. A partir de allí le veremos usando la misma palabra de Dios para refutar las muy visibles desviaciones de la iglesia a quien le escribe esta carta. Sigámoslo en sus válidas exhortaciones dirigidas a ella.

“Porque la palabra de la cruz es locura a los que se pierden”. Pablo introdujo por su propia experiencia está célebre declaración, tan usada al momento de revelar lo que hace la predicación cuando es oída por primera vez. Predicar la salvación a los perdidos, explicando los sufrimientos y la muerte del Hijo de Dios, y haciendo una aplicación fielmente, se constituye en locura para los que van por el camino de la destrucción de sus vidas. No pueden creer todo eso.

Hoy día llevar una cruz guindando es para algunos un símbolo religioso y hasta de “protección”. Pero para cuando Pablo escribió, decir hablar de la cruz era casi una sentencia de muerte, porque al pensar en “la locura de la cruz” era recordar un instrumento donde se daba una muerte cruel, humillante, e implacable. Por todo lo despreciable la cruz, ella era una locura para los que se pierden. Tanto los judíos como los griegos no podian verla de otra manera.

La palabra “locura” solo se usa cuando algo no está normal. De hecho, calificar a alguien como loco es verlo con una mente y razón que ha perdido su coherencia. Por lo tanto, hablar de la cruz como medio de salvación, era una locura para las mentes griegas, acostumbradas al razonamiento lógico de las cosas. Pablo supo eso cuando confrontó al gobernante pagano llamado Felix, quien, al oírle hablar, dijo: “Pablo, las muchas letras te tienen loco”.

Sin embargo, si bien es cierto que esta palabra es una locura para los perdidos, para los “que se salvan, esto es, a nosotros, es poder de Dios”. Entonces, ¡bendita sea la locura de la cruz! Pero la cruz deja ser una locura cuando un corazón se quebranta y se arrepiente, recibiendo el mensaje de salvación. Es allí donde se pasa de la “locura” al poder de Dios. Dios no tiene otra manera para salvarnos, sino por la misma cruz escogida, sinónimo de maldición y vergüenza.

Y para ver la diferencia entre la “locura de la cruz” y el “poder de Dios”, Pablo trae una palabra del AT con la que condena la sabiduría humana al decir: “destruiré la sabiduría de los sabios, y desecharé el entendimiento de los entendidos” (Isaías 29:14).

Es una sabiduría centrada en el hombre, y, por lo tanto, hay una sentencia contra ella: será destruida y desechada.

La sabiduría de los hombres con las que rechazan al poder de Dios que se manifestó a través de “la locura de cruz”, finalmente será desechaba. Porque nuestro Cristo crucificado es el fundamento de todas nuestras esperanzas y el gozo por el cual vivimos.

La locura de la predicación

“¿Dónde está el sabio? ¿Dónde está el escriba? ¿Dónde está el disputador de este siglo? ¿No ha enloquecido Dios la sabiduría del mundo? Pues ya que en la sabiduría de Dios, el mundo no conoció a Dios mediante la sabiduría, agradó a Dios salvar a los creyentes por la locura de la predicación.” (1 Corintios 1:20-21).

Pablo nos habló anteriormente de “la locura de la cruz” con la que contrastó la sabiduría de los hombres y la sabiduría de Dios. Ahora nos presenta “la locura de la predicación” con la que seguirá mostrando a los sabios de este mundo lo vano de su conocimiento, sin poder ninguno para salvar, comparado con el poder transformador del evangelio.

“¿Dónde está el sabio? ¿Dónde está el escriba? ¿Dónde está el disputador de este siglo?”. Pablo, después de haber mencionado la profecía en Isaías 29:14, con la que se condena la sabiduría humana por oponerse a la divina, hace estas preguntas, cuyas respuestas serían: en ninguna parte. Al preguntar por el sabio, el escriba, el disputador, Pablo hablaba a los judíos y a los griegos, cuna de hombres ilustres, pero al final, esa sabiduría palidece frente a la de Dios.

“¿No ha enloquecido Dios la sabiduría del mundo?”. Como Dios es el que ve el corazón del hombre, al usar su sabiduría para rechazar Su oferta redentora, Pablo declara tajantemente que ha sido por medio de ese poder de Dios, manifestado en la cruz, que ha convertido en necedad la falsa sabiduría de los hombres sin Dios. Porque nunca podrá la sabiduría de los hombres disputar con la divina, cuyo fin será mostrarle a ese mismo hombre cuán perdido está sin ella.

“Pues ya que en la sabiduría de Dios, el mundo no conoció a Dios…”. Ahora nos encontramos en el v. 21 con una doble antítesis. La primera está contrastada entre la sabiduría de Dios y la humana, mientras que la otra se presenta entre la sabiduría y la necedad. Con ambas antítesis, Pablo declara a la sabiduría de Dios (revelada en la cruz), impidiendo que él sea conocido por medio de la sabiduría humana, sino solo por la obediencia a la revelación divina de la cruz.

“Agradó a Dios salvar a los creyentes por la locura de la predicación.”. Pablo sigue mostrando sus más encumbrados conocimientos a sus lectores, para decirles que el evangelio en sí no era una forma sublime de sabiduría, como los griegos lo concebían, sino una manifestación del poder de Dios, a quien le plació en cumplir nuestra salvación de la manera más inesperada. Cuando Dios hizo esto, se agradó, porque fue a través de la “locura de la predicación”, la más grande ofensa a aquellos pensadores, la que demostró lo vano de la sabiduría de los griegos y judíos.

Bendita sea la locura del evangelio, porque a través de su mensaje hemos conocido la salvación, pero también hemos descubierto la riqueza de la sabiduría de Dios.

Cristo poder de Dios, y sabiduría de Dios

“Porque los judíos piden señales, y los griegos buscan sabiduría; pero nosotros predicamos a Cristo crucificado, para los judíos ciertamente tropezadero, y para los gentiles locura; mas para los llamados, así judíos como griegos, Cristo poder de Dios, y sabiduría de Dios. Porque lo insensato de Dios es más sabio que los hombres, y lo débil de Dios es más fuerte que los hombres” (1 Corintios 1:22-25).

Pablo prosigue su tema de las dos locuras: la de la cruz y la del evangelio. Para ambos grupos, los cultos griegos y los piadosos judíos, la manera cómo fue presentado el evangelio, simplemente era absurdo, y hasta una ofensa a sus expectativas proféticas a cerca de un mesías sufriente, y para los griegos, aquello era pura necedad, y simplemente no cabía en sus mentes.

“Porque los judíos piden señales, y los griegos buscan sabiduría”. Pablo conocía muy bien a su gente y ellos querían ver más señales y hechos sorprendentes. En la esperanza de la época Dorada, respecto a la llegada del mesías, los judíos esperaban a un hombre con grandes señales. Y para los griegos, todo debería pasar por el filtro de la filosofía. Por lo tanto, para ambos, la cruz no encajaba en medio de sus creencias.

“Pero nosotros predicamos a Cristo crucificado”. Con esto Pablo pareciera decir: “No nos importa si para ustedes la cruz es una locura, nosotros la predicamos como el medio dejado por Dios para la salvación”. En efecto, la cruz para los judíos era tropezadero, algo así como un escándalo, debido a sus expectativas proféticas, mientras que, para los griegos, la cruz era locura, porque un dios muriendo en una cruz era el colmo de lo absurdo.

“Mas para los llamados, así judíos como griegos, Cristo es poder de Dios, y sabiduría de Dios”. No importaba finalmente la opinión de los judíos o los griegos en torno a Cristo como Mesías, porque para Dios, Cristo era la más completa demostración de su poder. La manera cómo demostró su sabiduría en su vivir, y el poder de Dios en su vida, hizo que Jesús sobrepasara el legalismo judío y la filosofía griega.

¿Por qué Dios lo hizo? “Porqué lo insensato de Dios es más sabio que los hombres, y lo débil de Dios es más fuerte que los hombres”. No hay manera que el hombre compita con Dios. Si bien para los judíos y griegos, Dios estaba en Su mayor “locura” al mostrar a un Cristo crucificado, El terminó siendo más sabio y fuerte frente a todo lo que el hombre pueda hacer. La cruz ha sido la decisión más sabia y poderosa para salvar a la humanidad.

Los que hemos sido salvos por los méritos de la cruz, no nos avergonzamos de predicarla, porque lo que fue insensato y locura para algunos, ha venido a ser poder de Dios para la salvación.

Dios escogió a los débiles para avergonzar a los fuertes

“Pues mirad, hermanos, vuestra vocación, que no sois muchos sabios según la carne, ni muchos poderosos, ni muchos nobles; sino que lo necio del mundo escogió Dios, para avergonzar a los sabios; y lo débil del mundo escogió Dios, para avergonzar a lo fuerte; y lo vil del mundo y lo menospreciado escogió Dios, y lo que no es, para deshacer lo que es, a fin de que nadie se jacte en su presencia” (1 Corintios 1:26-29).

Pablo presenta en este texto una especie de radiografía de la iglesia a los corintios. Al ver el trasfondo social entre ellos, percibió a una comunidad compuesta por gente no tan nobles, poderosos e intelectuales. Su vocación no era de la “alta clase”. Y va a ser en medio de esa contrastada condición que Pablo les dice a quiénes Dios escogió para avergonzar a aquellos sabios e intelectuales, para quienes el evangelio seguía siendo una locura.

“Pues mirad, hermanos, vuestra vocación, que no sois muchos sabios… poderosos… nobles”. Con este planteamiento Pablo pareciera invitarles a mirarse a sí mismos y reconocer de acuerdo con “vuestra vocación”, que ellos no eran una gran oferta ante los demás como se estaban exhibiéndose. Por supuesto que Pablo no está menospreciando la preparación académica; su arremetida es contra el orgullo intelectual de los hombres que se oponen al mensaje del evangelio.

“Sino que lo necio del mundo escogió Dios, para avergonzar a los sabios…”. Los hombres intelectuales y orgullosos ven a los demás como inferiores a ellos mismos, pero la visión de Dios es muy distinta. A través de un gran contraste Pablo nos revela a Dios escogiendo lo necio para callar la boca de los sabios, y a los sin fuerzas “para avergonzar a lo fuerte”. La sabiduría humana y la fuerza del hombre no son los “dones” que Dios escoge para usarlas en su reino.

Pareciera una ironía que sea lo necio y lo débil de este mundo lo usado por Dios, cuando los hombres usan su sabiduría y su fuerza para a menospreciar al evangelio. Entre los corintios no había muchos sabios, poderosos y nobles, pero Dios se complació en usarlos con esa pobreza intelectual y económica, para cumplir en medio de aquella sociedad hostil, orgullo y prepotente, su propósito. Dios llama a lo menos pensado para el avance de su evangelio.

“Y lo vil del mundo y lo menospreciado escogió Dios…”. Pablo no está avalando con esta escogencia divina (incluyendo ahora a lo vil y menospreciado) que es mejor ser necio o ignorante; de hecho, nadie tenía tanto conocimiento como el mismo Pablo. Su planteamiento es que la sabiduría del mundo y educación no nos lleva a la salvación en Jesucristo. Semejante elección de parte de Dios es lo que hace que el mundo vea al evangelio y la cruz como una locura.

¿Cuál es el propósito de este planteamiento apostólico? “a fin de que nadie se jacte en su presencia”. Así es, para que nadie se tome el crédito de lo hecho. En todo este texto, la nota distintiva es la palabra “escogió”, refiriéndose a Dios y no al hombre. Al reconocer que es Dios y solo Dios quien hace todo, al final no habrá cabida para la jactancia propia. A él sea, pues, la gloria.

Lo que Dios escoge para sus propósitos pareciera una locura frente a los sabios de este mundo.

Corintios: Dotados en Cristo con sabiduría, justificación, santificación y redención

“Mas por él estáis vosotros en Cristo Jesús, el cual nos ha sido hecho por Dios sabiduría, justificación, santificación y redención; para que, como está escrito: El que se gloría, gloríese en el Señor” (1 Corintios 1:30-31).

Un resumen de lo dicho por Pablo hasta acá nos dirá que Dios no eligió filósofos, oradores, estadistas ni hombres ricos, e interesados en el mundo para llevar adelante su evangelio, sino que lo menos pensamos fueron escogidos para esta santa misión. Y esto ha sido previamente mencionado para ver lo que ahora somos Cristo, dotamos con tal conocimiento y sabiduría del cielo, la más grande riqueza, llegando a ser ahora nobles y poderosos en Él.

“Mas por él estáis vosotros en Cristo Jesús”. Esta oración va a definir la posición que los corintios ahora tienen en Cristo. Si bien es cierto que entre ellos habían contados intelectuales y estudiosos, la posición adquirida a través de Cristo los va a llevar a ser poseedores de la más grande gracia del cielo a través de cuatro hechos que llegaron a sus vidas al momento cuando conocieron a Cristo con el Salvador. Por estar en Cristo ahora están absolutamente completos.

Hechos por Dios sabiduría. La sabiduría humana jamás podrá ser comparada con la encontrada en Jesús. A través de su vida y enseñanza, Dios nos revela su bien para la vida diaria. Con su sabiduría descubrimos que ella nada tiene que ver con “hacerse inteligente” como es la meta de la enseñanza en algún aula de clase. La sabiduría de Dios por medio de Cristo ilumina nuestra vida para saber cómo dirigirnos entre los hombres, la familia y en la casa de Dios.

Hechos por Dios justificación. Esto significa que por nuestro propio esfuerzo nunca podremos alcanzarla; solamente es nuestra cuando nos damos cuenta por medio de Jesucristo de que no es por lo que nosotros podamos hacer por Dios, sino por lo que él ya ha hecho por nosotros. Hemos sido declarados inocentes cuando merecíamos la condenación. Esto es una de la más grande garantía de nuestra salvación. Es la doctrina más defendida por Pablo en su carta.

Hechos por Dios santificación. Si bien la justificación nos declara justos e inocentes, su meta es llevarnos a la santificación. La santificación es el acto mediante el cual nos consagramos totalmente a Cristo, porque él se consagró al Padre por nosotros. Ahora nuestra vida está toda en él y nuestro más grande deseo es caminar con él y vivir solo para él.

Hechos por Dios redención. Esta era la palabra usada para el intercambio de esclavos. Cristo con su muerte fue “al mercado” donde se vendían los esclavos y nos compró; solo que su precio fue su propia sangre derramada. Esa “compra” nos hizo libres para siempre. Nosotros no podemos encontrar libertad a través de enfocarnos en nosotros mismos. Esa es la idea que Pablo ha venido tocando en este texto. No es poco lo que ahora somos en Cristo.

Cuál era el propósito de explicar a los corintios de explicarles la posición que ahora tenían en Cristo “para que, como está escrito: El que se gloría, gloríese en el Señor”. La referencia usada por Pablo acá es la de Jeremías 9:23-24. Dios en Cristo nos hizo con todo lo anterior expuesto, para que Dios y solamente Dios recibiera la gloria. Con esto afirmamos que el camino para la gloria de Dios es Cristo crucificado; la evidencia de la gloria de Dios fue elegirnos siendo malos.

Dios a través de Cristo nos ha dotado con la más completa salvación y añadió a eso su sabiduría con la que ahora somos nobles, ricos y poderosos en él.

Jesucristo, y este crucificado

“Así que, hermanos, cuando fui a vosotros para anunciaros el testimonio de Dios, no fui con excelencia de palabras o de sabiduría. Pues me propuse no saber entre vosotros cosa alguna sino a Jesucristo, y a este crucificado.” (1 Corintios 2:1-2).

Cuando uno ve la vida de Pablo antes y después de Cristo, descubre un mundo de diferencia. Pablo fue un fariseo muy estricto en el cumplimiento de la ley, pero también un hombre con una cultura muy arraigada, y al igual que el resto de los judíos, el tema de la cruz y un mesías sufriente era como un choque a su inteligencia. Sin embargo, después de su conversión, su tema favorito para predicar era el de Cristo, pero éste crucificado.

“Así que, hermanos, cuando fui a vosotros para anunciaros el testimonio de Dios …”. Con estas palabras introductorias Pablo les recuerda a los corintios cómo llegó a ellos. Esto debemos mencionarlo, porque Pablo previamente había estado en Atenas, y allí si usó muchas palabras filosóficas, propias de su léxico como un hombre de letras (Hechos 17:22-34); sin embargo, allí no tuvo muchos frutos. Así que al llegar a los corintios no fue con el mismo palabrerío usado anteriormente.

Observe cómo se presentó ante ellos: “no fui con excelencia de palabras o de sabiduría”. Pablo tocó en el capítulo anterior el tema de la sabiduría humana, contrastada con la sabiduría divina, por eso se presentó ante ellos no como un filósofo y vendedor de nuevas ideas. No lo hizo con palabras adornadas, llenas de la sabiduría humana, porque al final el evangelio debe ser presentando para tocar el corazón más que a la cabeza.

“Pues me propuse no saber entre vosotros cosa alguna…”. Pablo admite haber usado su conocimiento y sabiduría humana con los resultados ya sabidos, por lo tanto, decidió no usar más los argumentos de hombres, sino presentar con sencillez el evangelio que consiste en anunciar “a Jesucristo, y a este crucificado”. Para Pablo, este era su tema, su sermón y razón de ser como apóstol de Cristo.

“A Jesucristo, y a este crucificado”. Esta declaración merece un comentario más. Jesucristo fue crucificado en el pasado, pero sigue crucificado en el presente. En el cielo tenemos a un Cristo resucitado, pero con marcas en sus manos, sus pies y su costado. La predicación que no muestra a Cristo de esta manera es vana. La cruz revela el “de tal manera amó Dios al mundo”, y a su vez que “siendo aun pecadores, Cristo murió por nosotros”. Si no predicamos esto, todo será vano.

El evangelio de la prosperidad jamás presentará el valor de la cruz, porque es contrario a sus intereses. La cruz fue dejada no para presentar un evangelio barato, sino de poder transformador.

Predicando con demostración del Espíritu y de poder

“Y estuve entre vosotros con debilidad, y mucho temor y temblor; y ni mi palabra ni mi predicación fue con palabras persuasivas de humana sabiduría, sino con demostración del Espíritu y de poder, para que vuestra fe no esté fundada en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios” (1 Corintios 2:3-5).

Pablo prosigue en estos textos explicando la manera cómo se presentó ante los corintios. Decíamos anteriormente que al parecer fue en Atenas donde Pablo no tuvo muchos resultados, porque al estar en medio de aquellos filósofos usó su propio lenguaje, pero ahora cuando fue a los corintios cambió de parecer y al estar entre ellos decidió no depender de su propia sabiduría.

“Y estuve entre vosotros con debilidad, y mucho temor y temblor”. Algunos sostienen que Pablo usa estas tres palabras: debilidad, temor y temblor cuando estuvo con los corintios, se debió a una enfermedad desconocida, pero por su experiencia anterior, más bien debemos verlo como alguien que rechazó la autoconfianza. El conocer sus limitaciones lo hacía débil y temeroso, y a su vez eso mismo lo alejado de la dependencia de sus conocimientos, en lugar de Cristo.

“Y ni mi palabra ni mi predicación fue con palabras persuasivas de humana sabiduría”. Pablo era un hombre ampliamente conocedor de la cultura judía y griega. Él podía discutir con los mejores filósofos de su tiempo, y ganar sus argumentos. Pero eso fue lo que no hizo en medio de los corintios, por el contrario, las palabras de su predicación no tuvieron el elemento de la persuasión humana, porque Pablo sabía que eso chocaba con la demostración divina.

Entonces, cómo fue su persuasión. La predicación de Pablo entre ellos fue hecha “con demostración del Espíritu y de poder”. Hay una diferencia entre la persuasión y esta demostración. La persuasión del hombre es para convencer a su prójimo. Mientras que la demostración hecha por Espíritu es para la conversión de los hombres. Pablo vio muchos más resultados en Corintios, porque dejó la persuasión humana por la demostración divina.

¿Cuál era el propósito final de aquella predicación demostrada? Para que vuestra fe no esté fundada en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios. He aquí el fin de una autentica predicación. La verdadera fe de un creyente es la que se ha construido sobre la base del poder de Dios. Cuando la fe está basada en la sabiduría de los hombres, al final esa fe no permanece.

El trabajo de un predicador es predicar; y el trabajo del Espíritu Santo es de demostrar. Cuando la predicación está ungida por el Espíritu, la persuasión humana será efectiva. Amén.
La sabiduría de Dios

“Sin embargo, hablamos sabiduría entre los que han alcanzado madurez; y sabiduría, no de este siglo, ni de los príncipes de este siglo, que perecen. Mas hablamos sabiduría de Dios en misterio, la sabiduría oculta, la cual Dios predestinó antes de los siglos para nuestra gloria, la que ninguno de los príncipes de este siglo conoció; porque si la hubieran conocido, nunca habrían crucificado al Señor de gloria” (1 Corintios 2:6-8).

El tema dominante de estos textos ha sido el de la sabiduría. Pablo ha hecho una especie de apologética acerca de la sabiduría humana, la representada por los judíos y los griegos, contrastada con la sabiduría de Dios. Su postura respecto a este tipo de sabiduría no es por estar totalmente en contra de ella, pues Pablo mismo fue un hombre muy sabio, sino porque esa sabiduría sirvió para rechazar la cruz y el evangelio por considerarlos una locura.

“Sin embargo, hablamos sabiduría entre los que han alcanzado madurez”. La postura de Pablo respecto a la sabiduría pudo parecer al principio como sin importancia e innecesaria, porque su énfasis fue contra una sabiduría insensata. Pero mírelo ahora defendiendo su propia sabiduría, la que puede hablarse en aquellos “que han alcanzado madurez”. Esto puede ser una referencia a aquellos creyentes que dejaron de tomar leche por comer el alimento sólido de la palabra.

¿A cuál sabiduría se refiere Pablo? A aquella que “no de este siglo, ni de los príncipes de este siglo, que perecen”. Otra vez, Pablo sabe cuan insensata es la sabiduría del mundo, porque su propósito es la complacencia humana y no el agrado divino. Unos de quienes se decantaban por esa clase de sabiduría eran los “príncipes de este siglo”. Esto podía ser una referencia a los gobernantes, quienes, al no usar la sabiduría con sus gobernados, perece en el intento.

“Mas hablamos sabiduría de Dios en misterio”. Aunque Pablo conocía mucho de la sabiduría humana, a él le fue revela la “sabiduría de Dios”. Con esto él marcará una diferencia cuando se dirige a los que han alcanzado madurez. La sabiduría de Dios fue un misterio, porque estuvo oculta y reservada (predestinada) para darse a conocer. Y en efecto, se dio a conocer por el evangelio de Jesucristo, el cual predica Pablo ahora. El misterio de Dios para “nuestra gloria”.

“La que ninguno de los príncipes de este siglo conoció”. Así fue, nadie entre los hombres que solo usaban aquella sabiduría para su propia complacencia, la conoció. No podían conocerla porque requería de un corazón humilde y arrepentido como el de Pablo para obtenerla. ¿Qué habría pasado si ellos de antemano hubieran conocido esta sabiduría? Que “nunca habrían crucificado al Señor de gloria”. La muerte de Cristo fue el resultado de una sabiduría insensata.

La sabiduría de Dios que estuvo oculta por los siglos fue totalmente revelada con la llegada de Cristo. A partir de allí los hombres ya no tienen excusas para seguir rechazando el evangelio.

Las cosas preparadas para los que le aman

“Antes bien, como está escrito: cosas que ojo no vio, ni oído oyó, ni han subido en corazón de hombre, son las que Dios ha preparado para los que le aman. Pero Dios nos las reveló a nosotros por el Espíritu; porque el Espíritu todo lo escudriña, aun lo profundo de Dios” (2 Corintios 2:9-10).

Pablo era un hombre con un gran dominio de las Escrituras dadas a Israel. El uso que hace de ella para respaldar las nuevas verdades afirmadas en sus cartas, y con eso en el Nuevo Testamento, simplemente son notorias y necesarias. Eso es lo que veremos en el presente texto para refutar la ignorancia de los judíos y los griegos, pero a su vez para elevar la esperanza de los que esperamos, por medio del sacrificio de la cruz, un mundo totalmente hermoso y nuevo.

“Antes bien, como está escrito”. Si bien Pablo no especifica la cita de donde toma este pensamiento, si hace una especie de paráfrasis de Isaías 64:4 para recordarnos que la Sabiduría ampliamente tratada, así como el desarrollo del plan de Dios están más allá de lo que podemos nosotros mismos descubrir. Nunca podrá ni competir ni compararse la sabiduría de los hombres cuando tan solo nos imaginamos lo que Dios ha preparado más allá de la vida terral.

“Cosas que ojo no vio, ni oído oyó, ni han subido en corazón de hombre”. Si bien estas palabras en algún momento las hemos usado al imaginarnos para el futuro la belleza celestial que contemplarán nuestros ojos y oiremos hermosamente, la verdad es que esto ciertamente pertenece al presente, y expresa lo luz, vida, y libertad traída por medio del evangelio a todos por medio de la revelación de Jesucristo al momento de hacer de él nuestro Salvador y Señor.

Estas, sigue diciendo Pablo, “son las que Dios ha preparado para los que le aman”. Esto significa que no todos tienen acceso a ellas. Estos privilegios celestiales para ser vividos ahora son para aquellos con un corazón sincero que buscan a Dios y le aman. Esto no era para los amantes del conocimiento humano en Corinto, los que pensaban solo en averiguar cualquier cosa por medio de la investigación y la lógica. Solo los amantes de Dios disfrutan de tales cosas.

“Pero Dios nos las reveló a nosotros por el Espíritu”. Pablo estaba consciente que este privilegio no era para todos, sino para aquellos a quienes el Espíritu lo revele. El ministerio del Espíritu se ha encargado de poner a nuestro alcanza la vida de Cristo y el poder del evangelio. Esto no ha sido dado por una mera disposición humana, porque ha quedado claro lo imposible de la sabiduría para revelarlo. Solo el ministerio del Espíritu y su revelación ha podido hacerlo.

¿Y por qué se atribuye esto al Espíritu? “Porque el Espíritu todo lo escudriña, aun lo profundo de Dios”. Si bien los gnósticos creían haber descubierto los secretos más recónditos de Dios debido a su intelecto, Pablo refuta esa creencia, hablando de una sabiduría más grande traída por Espíritu Santo, porque su revelación a los hombres proviene de lo que él mismo ha escudriñado en “lo profundo de Dios” y lo ha dado a conocer ahora.

¡Bendita sea esta revelación del Espíritu! Solo los hombres que han conocido el don de la revelación del Espíritu en sus corazones tendrán acceso a esas cosas que “ojo no vio, ni oído oyó”. Esto lo ha preparado Dios a los que le aman.

El Espíritu que proviene de Dios

“Porque ¿quién de los hombres sabe las cosas del hombre, sino el espíritu del hombre que está en él? Así tampoco nadie conoció las cosas de Dios, sino el Espíritu de Dios. Y nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que proviene de Dios, para que sepamos lo que Dios nos ha concedido, lo cual también hablamos, no con palabras enseñadas por sabiduría humana, sino con las que enseña el Espíritu, acomodando lo espiritual a lo espiritual” (1 Corintios 2:11-13).

Pablo ha dedicado un largo discurso acerca de la sabiduría humana y la divina. Nos ha mostrado el contraste entre ambas, y nos hizo ver por qué él no tiene reparo en usar a lo necio y débil del mundo para avergonzar a los sabios. Y en ese contexto ahora nos habla de dos espíritus que operan en el hombre. El primero lo recibió al nacer, y es quien le enseña quién es él, mientras que el otro, el Espíritu de Dios, le fue dado cuando creyó, y le revela quién es Dios.

“Porque ¿quién de los hombres sabe las cosas del hombre, sino el espíritu del hombre que está en él? Con esta pregunta es simple Pablo hace una analogía entre el espíritu interior del hombre y el Espíritu de Dios. En esta primera parte vemos que lo profundo del hombre se asienta en los pensamientos y las intenciones de su corazón. Solo el espíritu del hombre sabe de su mundo interno. De allí el dicho popular mexicano: “caras vemos, corazones no sabemos”.

“Así tampoco nadie conoció las cosas de Dios, sino el Espíritu de Dios”. He aquí el otro lado de esta analogía. Quién puede saber lo que hay en lo profundo de Dios, sino su propio Espíritu. Él es el único que puede conocer cabalmente los pensamientos y el ser de Dios. Y en esto hay algo maravillo, porque se confirma la unidad que existe entre el Espíritu Santo y el Padre. Pero, además, cuando Cristo vino nos dijo que nadie conoce tanto al Padre como el Hijo Cristo.

“Y nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que proviene de Dios…”. Ahora Pablo nos habla de un tercer espíritu, el del mundo. ¿Cuál es su propósito al mencionar esto? Que hay un abismo de diferencia entre el espíritu del mundo, que incluye los deseos de la carne y la vanagloria de la vida, y el Espíritu dado por Dios. Es por la presencia del Espíritu en nosotros que nos hacemos acreedores de la salvación a través del derramamiento de su gracia.

¿Y cuáles son los resultados de saber que el Espíritu de Dios mora en nosotros? Es estar equipado con todo; pero, además, es el Espíritu Santo quien nos da la sabiduría para hablar, no con palabras enseñadas por sabiduría humana, sino con “la sabiduría que es de lo alto es primeramente pura, después pacífica, amable, benigna, llena de misericordia y de buenos frutos, sin incertidumbre ni hipocresía” (Santiago 3:17). Esta es la sabiduría que nos el Espíritu.

“Acomodando lo espiritual a lo espiritual”. Solo los cristianos pueden combinar las cosas espirituales con palabras espirituales. Su lenguaje, con sus palabras y conceptos, son espirituales; todo enseñado por el Espíritu Santo. Solo un hombre espiritual puede recibir y dar a conocer las cosas espirituales. “Explicando cosas espirituales a personas espirituales.” (Clarke).

Cuando el Espíritu de Dios gobierna nuestro espíritu no habrá lugar para el espíritu del mundo.

Mas nosotros tenemos la mente de Cristo

“Pero el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente. En cambio, el espiritual juzga todas las cosas; pero él no es juzgado de nadie. Porque ¿quién conoció la mente del Señor? ¿Quién le instruirá? Mas nosotros tenemos la mente de Cristo.” (1 Corintios 2:14-16).

Si bien Pablo ha venido haciendo una especie de radiografía de la iglesia a los corintios, con esta sesión pareciera entrar a su parte más profunda, para dejarnos uno de los textos más impresionante de su carta, porque al abordar el tema del hombre espiritual en contraste con el natural, nos va a decir que ahora poseemos “la mente de Cristo”. Para alguien quien no haya recibido la gracia salvadora, esto es una locura. Solo el hombre espiritual sabe este significado.

“Pero el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios”. La palabra griega para describir al hombre natural es “psuchikos”. La mejor traducción sería la de alguien totalmente materialista, cuya vida no va más allá de la vida física. La vida del hombre natural es la vida común de todos los animales. Es la vida iniciada por nuestro padre Adán, donde no hay regeneración ni salvación. Este hombre no percibe al Espíritu.

Y ¿por qué no lo percibe? Porque para él son locura, y no las puede entender. Pablo nos ha hablado abundantemente del tema de la locura, especialmente para los que se mueven en el ámbito de la sabiduría humana. Para ese hombre, las cosas espirituales le son locura y sin entendimiento, porque el tal depende solo de sus conocimientos. Este hombre depende de su propio espíritu, por lo tanto, él requiere de un discernimiento mayor.

“En cambio, el espiritual juzga todas las cosas”. Ahora Pablo habla de la diferencia en el hombre espiritual. La posición de Pablo acá no es mostrarnos a cada cristiano estando fuera de toda crítica, porque si algo va a hacer él en su carta es criticar la conducta de los corintios. Su punto es decirnos que el hombre natural no está equipado para juzgar a un hombre espiritual. Y esto Pablo la expuso, diciendo: “pero él no es juzgado de nadie”.

“Porque ¿quién conoció la mente del Señor? ¿Quién le instruirá?”. Una respuesta simple a estas dos preguntas sería: humanamente, nadie la conoció, y por lo tanto nadie la instruirá. La presente cita nos viene de Isaías 40:13, referida por la versión de los LXX. Con esto Pablo nos dice que nadie puede explorar los pensamientos de Dios ni menos corregirlos. Sin embargo, nosotros por tener “la mente de Cristo”, si podemos entender las cosas que corresponden a lo divino.

“Mas nosotros tenemos la mente de Cristo.”. Pablo concluye este capítulo con una de las declaraciones más profundas que se haya escrito en este tema del hombre natural y el espiritual. Cuando un hombre tiene un encuentro con Cristo, el Espíritu de Dios entra a su vida, y esto lo llena con la vida de Cristo. A partir de ese momento somos poseedores del más grande don del cielo que nos permite discernir los caminos del Señor, y a través de esa mente en nosotros hacer su voluntad.
La mente de Cristo nos hace entender lo que el hombre natural tiene por locura.

Los niños en Cristo

“De manera que yo, hermanos, no pude hablaros como a espirituales, sino como a carnales, como a niños en Cristo. Os di a beber leche, y no vianda; porque aún no erais capaces, ni sois capaces todavía, porque aún sois carnales; pues habiendo entre vosotros celos, contiendas y disensiones, ¿no sois carnales, y andáis como hombres?” (1 Corintios 3:1-3).

Pablo nos dijo anteriormente la manera cómo se presentó delante de los corintios, sin mucha elocuencia y hasta con “temor y temblor”. Sin embargo, esto no lo eximió de hablarles de acuerdo con la actitud observada en medio de la iglesia. Lo primero que Pablo vio fue una iglesia muy carnal, debido a la división previamente citada. Su carnalidad era manifiesta en su comportamiento contencioso, porque cada uno apoyaba alguno de los cuatro bandos existentes.

“De manera que yo, hermanos, no pude hablaros como a espirituales”. En el anterior capitulo Pablo nos dejó toda la doctrina acerca de Cristo y al Espíritu de Dios y su obra en el creyente. Eso le llevó a hablar de la naturaleza del hombre espiritual contrastada con el hombre natural. Pero esto no era la realidad entre los corintios, por eso Pablo no les pudo hablar como a gente madura espiritualmente, “sino como a carnales”. No era este un buen elogio para una iglesia cristiana.

“Como a niños en Cristo”. Cuando Pablo habla de cristianos carnales completó la existencia de tres clases de hombres: los gobernados por el Espíritu, los hombres con una naturaleza rebelde (naturales), y ahora los carnales. Y este último es alguien dominado por una inmadurez espiritual, o sea “niños en Cristo”. Estos “hermanos” obedecían a sus propios deseos más bien que a los de Dios. Eran cristianos, pero eran carnales. Y de estos abundan en las iglesias.

“Os di a beber leche, y no vianda”. Seguramente Pablo tenía una expectativa con los corintios muy alta, pero acá le vemos hasta con un cierto desencanto. Si alguien sabia de alimento sólido para fortalecer al espíritu era Pablo, pero era tal la carnalidad entre los hermanos, que comenzó dándoles lo básico (“compotas espirituales”). Las metáforas de leche y vianda hablan de comenzar un discipulado inicial, en lugar de un discipulado progresivo con ellos.

¿Por qué Pablo escogió la leche en lugar de la vianda? “Porque aún no erais capaces, ni sois capaces todavía, porque aún sois carnales”. ¡Qué revelación encontramos en estas palabras con respecto a esta iglesia! Es exactamente la figura de un bebé. Un lactante no es capaz de ingerir una comida sólida. El comportamiento de los corintios impedía avanzar en enseñanzas más profundas. Su carnalidad les impedía optar por la bendición de las grandes doctrinas del evangelio.

“Pues habiendo entre vosotros celos, contiendas y disensiones”. He aquí los tres pecados de los corintios. Ellos pensaban que eran espirituales, pero sus celos, contiendas y divisiones mostraban su carnalidad. He aquí la manera de medir el termómetro espiritual de una iglesia. Pablo tuvo razón al preguntar “¿no sois carnales, y andáis como hombres?”. Corintios no era la mejor iglesia para imitar en la práctica, ni en la doctrina.

Un verdadero creyente no puede vivir solo de la leche espiritual, necesita la comida sólida de la Palabra, para dejar de ser “niños en Cristo”, hasta ir creciendo y llegar a ser un adulto en la fe.

¿Qué, pues, es Pablo, y qué es Apolos?

“Porque diciendo el uno: Yo ciertamente soy de Pablo; y el otro: Yo soy de Apolos, ¿no sois carnales? ¿Qué, pues, es Pablo, y qué es Apolos? Servidores por medio de los cuales habéis creído; y eso según lo que a cada uno concedió el Señor” (1 Corintios 3:4-5).

Pablo siguió describiendo la situación de la iglesia a los corintios, y vuelve al tema de la división entre ellos, el origen de muchos de sus males internos. Ya Pablo había descubierto, por el reporte de los de Cloé, los cuatro bandos que se disputaban el liderazgo de la iglesia. Y va a ser por esta marcada división la razón por la que Pablo los ha llamado carnales.

“Yo ciertamente soy de Pablo; y el otro: Yo soy de Apolos”. Estos eran los comentarios más audibles entre ellos. Es interesante que Pablo no haga mención acá de los “seguidores de Pedro”, sino que se menciona a sí mismo y Apolos. Ciertamente estos dos hombres eran dos “pesos pesados” del evangelio en corintios, por el gran trabajo hecho entre ellos, pero ninguno de los dos murió por sus pecados, sino Cristo.

Es bueno dar acá una palabra sobre el problema del partidismo en la iglesia. La ciudad de Corinto se prestaba para estas divisiones por las distintas escuelas de filosofía, quienes resaltaban la importancia de sus líderes fundadores. Pablo, quien seguramente conocía muy bien esas escuelas, se dio cuenta cómo ese espíritu partidista estaba anclado en esa exaltación de la sabiduría humana, más no en los pensamientos y en la obra de Cristo.

“¿No sois carnales?”. Otra vez, Pablo vuelve al tema recurrente de la carnalidad en los corintios. Él ni podía ver otra cosa sino esto, porque ellos habían cambiado su fidelidad a Cristo para seguir a él y a Apolos. Y si bien Pablo podía ser más amable con su propio “club de fans.”, para ponerlo de alguna manera, en lugar de darles halagos, los llama como lo que son: carnales. Cualquier otro líder se hubiese aprovechado de esa “popularidad” para alimentar más su ego personal.

“¿Qué, pues, es Pablo, y qué es Apolos?”. Con esta pregunta Pablo sigue rechazando a aquellos que habían puestos sus ojos en él o en Apolos, en lugar de Cristo. De ninguna manera Pablo desea una gloria personal, y tampoco la querría Apolo. ¿Por qué razón? Porque ellos solo son “servidores por medio de los cuales habéis creído”. He aquí el antídoto para evitar ser exaltado por los hombres. Reconocernos solo como siervos nos llevará siempre a dar la gloria a Cristo.

“Y eso según lo que a cada uno concedió el Señor”. Como hemos venido viendo, en estos versículos pareciera que los partidistas tenían una especie de competencia para ver quién de los apóstoles era el mejor. Pero en realidad estaban muy lejos de la verdad. Contrario a alguna rivalidad entre los apóstoles, más bien se reconocen como compañeros y servidores del mismo Señor. Por otro lado, con la presente frase, Pablo les está diciendo que los apóstoles solo cumplían con el llamado y los dones de Dios; no había entre ellos otro propósito.

Cuando los hombres nos vean como auténticos siervos del Señor, decidirán seguirle más a Cristo, porque con nuestro servicio demostramos que la gloria debe ser dada por siempre solo a Él.

Nosotros somos colaboradores de Dios

“Yo planté, Apolos regó; pero el crecimiento lo ha dado Dios. Así que ni el que planta es algo, ni el que riega, sino Dios, que da el crecimiento. Y el que planta y el que riega son una misma cosa; aunque cada uno recibirá su recompensa conforme a su labor. Porque nosotros somos colaboradores de Dios, y vosotros sois labranza de Dios, edificio de Dios.” (1 Corintios 3:6-9).

Con este texto Pablo pareciera ponerle fin al tema de la división dada en torno a los que seguían a Pablo y a Apolos en lugar de a Cristo. De una manera muy precisa les dice quiénes han sido ellos para la iglesia durante el tiempo cuando trabajaron en Corinto. La iglesia debería saber que el trabajo de ellos como “plantadores y regadores”, no les daba razones para ver a estos dos líderes de ninguna otra manera, sino como verdaderos siervos de Cristo.

“Yo planté, Apolos regó; pero el crecimiento lo ha dado Dios”. Con un solo plumazo Pablo deja claro cuál fue su trabajo y el de Apolos para que no tuvieran otro concepto de ellos creando esos esos particos. Nos imaginamos con esta metáfora sacada de la naturaleza que Pablo fue el “plantador” y después vino Apolos para “regar” lo que había sido sembrado. Y Pablo para evitar que sus seguidores los exaltaran sobremanera, dice que “el crecimiento lo ha dado Dios”.

“Así que ni el que planta es algo, ni el que riega, sino Dios, que da el crecimiento”. Pablo evitó a toda costa los aduladores de oficio. No aceptó otro concepto de si mismo y tampoco Apolos. Si bien ellos como obreros del Señor tuvieron diferentes labores, con diferentes resultados, su conclusión llegó a ser la misma: Dios es quien “da el crecimiento”. Pablo y Apolos eran como los granjeros; ellos prepararon el ambiente a la semilla sembrada y dejaron a Dios su crecimiento.

“Y el que planta y el que riega son una misma cosa”. O sea, no hay ninguna diferencia entre uno y otro. Con esto Pablo combatió el deseo de algunos dentro de la iglesia de querer dividirlos como líderes al recordarles que ambos estaban en el mismo equipo. Algunos pensarían que plantar era lo más importante, y otros que regar, pero al final ambos “son una misma cosa”. Plantadores y regadores son necesarios, ambos trabajan con el mismo fin en “el huerto del Señor”.

“Aunque cada uno recibirá su recompensa conforme a su labor”. Esto pone claro una verdad que corre en la Biblia, acerca de las recompensas. Es cierto que todos trabajamos para el reino de Dios, pero las recompensas serán individuales. Y con esto también se corrige la idea que las recompensas se darán por los dones, talentos, o éxito alguno, sino de acuerdo con la labor realizada.

“Porque nosotros somos colaboradores de Dios”. Qué manera la de Pablo al reconocer lo que él y Apolos eran respecto al trabajo para con Dios: simplemente colaboradores. Con esto ellos reconocen más bien la maravillosa oportunidad de trabajar con Señor. Esto significa que no podemos trabajar sin él, y él no trabajará sin nosotros. ¡Dios nos quiere como sus compañeros de trabajo! ¡Qué privilegio y qué bendición ser colaboradores de Dios en su inmensa obra!

“Y vosotros sois labranza de Dios, edificio de Dios.” Ahora Pablo cambia de la metáfora de la agricultura para hablar de la arquitectura. Esta figura es una referencia a un templo, no tanto físico, sino espiritual. Pablo aplica esta metáfora a la comunidad de creyentes, más que al individuo. En resumen, para Pablo y Apolos, la iglesia eran su “campo”, usando la ilustración del agricultor en su trabajo de plantar y regar, y también era el “edificio”, donde ellos trabajaban como “arquitectos”.

Nuestra preocupación debe ser por plantar y regar, y no del crecimiento; es tarea es de Dios.

Cristo, nuestro único fundamento

“Conforme a la gracia de Dios que me ha sido dada, yo como perito arquitecto puse el fundamento, y otro edifica encima; pero cada uno mire cómo sobreedifica. Porque nadie puede poner otro fundamento que el que está puesto, el cual es Jesucristo” (1 Corintios 3:10-11).

Pablo ha venido usando dos metáforas para hablar del trabajo hecho en medio de los hermanos de corintios. Una de ella ha sido la del agricultor como el que siembra y riega, y la otra es la arquitectura para referirse al tema de la edificación de ellos como cuerpo de Cristo. En el presente texto la metáfora de la construcción será vital para explicar el fundamento de nuestra común fe.

“Conforme a la gracia de Dios que me ha sido dada”. La gracia de Dios es el tema dominante de Pablo en sus escritos, y más ahora cuando aborda este tema. Nadie más como Pablo para entender que su privilegio, como obrero en el campo de Dios, o en el edificio de Dios, se debía al favor inmerecido de Dios, siendo esto la traducción de la palabra “gracia” de la cual él no se sentía merecedor. Esto ayudó al apóstol a no exaltarse sobre manera porque era un “colaborador de Dios”.

“Yo como perito arquitecto puse el fundamento, y otro edifica encima”. Todo edificio consta de dos partes necesarias: el fundamento y el resto de la construcción. Pablo, usando esta figura de la edificación se presenta como el “perito arquitecto” de esta obra espiritual. Cuando él fundó esta iglesia, de acuerdo con Hechos 18, el fundamento puesto fue Jesucristo. Los que vinieron después, como Apolos, edificaron encima de ese fundamento.

“Pero cada uno mire cómo sobreedifica”. Con esta advertencia Pablo pareciera a identificar a algunos edificadores con otras intenciones. La vulnerabilidad de la iglesia, por las mismas divisiones, corría el riesgo de que alguien falseara con materiales distintos al edificio del cual Pablo se siente su fundador. Algunos piensan que los seguidores de Pedro pudieran estar atribuyendo a él (como la roca) la fundación de la iglesia.

“Porque nadie puede poner otro fundamento…”. Quien quiera que haya sido la persona aludida, la advertencia de Pablo fue notoria y concluyente: el único fundamento de la iglesia es Cristo. Nada sería más repulsivo para Pablo que otro reclamara para sí ser el fundamento de la iglesia. Y por la firmeza de estas palabras Cristo como el fundamento, es la razón de nuestra fe y práctica. Es sobre este fundamento que se levanta el edificio de todo lo que somos como iglesia del Señor.

Cuando los hombres cambian a Jesucristo como el fundamento, la construcción que se levanta al final se viene abajo. Pero cuando Jesucristo es el único fundamento, nada derrumba esa edificación.

El fuego prueba si la obra permanece

“Y si sobre este fundamento alguno edificare oro, plata, piedras preciosas, madera, heno, hojarasca, la obra de cada uno se hará manifiesta; porque el día la declarará, pues por el fuego será revelada; y la obra de cada uno cuál sea, el fuego la probará” (1 Corintios 3:12-13).

Pablo sigue hablando de la metáfora del edificio cuyo fundamento es Dios y los obreros que lo han venido edificando encima del él. Su pensamiento en esta parte es mostrarnos el tipo de material usado para tal edificación, incluyendo el de muy buena calidad, y el barato. Al final será el fuego quien probará su resistencia y determinará su permanencia.

“Y si sobre este fundamento alguno edificare…”. El resto de esta frase habla del material usado para la levantar el edificio. Es un material de dos categorías. El oro, la plata y las piedras preciosas corresponden a un material sólido, estable y a prueba de fuego. Mientras que la madera, el heno y la hojarasca forman parte de un material volátil y fácilmente destruible cuando es el alcanzado por el fuego. No será difícil descubrir cuál de estos materiales resistirá el fuego.

¿Qué significa construir con “oro, plata y piedras preciosas”? Lo que se ha dicho al respecto es que estos materiales describen las doctrinas y las prácticas relacionadas con el fundamento, que es Jesucristo y su obra de redención. Los constructores de estos materiales son los que usan la palabra de Dios y su testimonio es de acuerdo con la verdad de que Jesucristo. Quienes así edifican, están siendo fieles al fundamento y no tendrán temor que su obra sea probada.

Por otro lado, no será difícil tampoco saber lo que pasará con los constructores que utilizan la madera, el heno y la hojarasca. ¿Quiénes representan este tipo de construcción? Estos débiles materiales pudieran referirse al hombre que predica la verdad a media. Aquellos hombres que, aun usando la Biblia, le agregan o le quitan a la verdad de Jesucristo. Lamentablemente muchas de nuestras iglesias se construyen de esta manera porque hay carencia de la palabra de verdad.

“La obra de cada uno se hará manifiesta”. Tal y cual Pablo lo escribe. ¿Qué es lo que pondrá a prueba estos materiales? Pablo ahora utiliza la figura del fuego como el “probador” de cada obra. Sabido es que cuando el fuego encuentra elementos como la madera, el heno y las hojas, se alimenta de ellos y los arrasa. Mientras que, si él se topa con el oro, la plata y las piedras preciosas, allí habrá resistencia. De esta manera, cual sea la obra, el fuego la probará.

Si la palabra de Dios es un “fuego probador” no será difícil saber al final cuáles obras quedarán de pie. Debemos asegurarnos de que nuestro material de construcción sea como el oro, plata y las piedras preciosas. Esa construcción evitara la ruina de una edificación de materiales débiles.

La obra que recibirá recompensa

“Si permaneciere la obra de alguno que sobreedificó, recibirá recompensa. Si la obra de alguno se quemare, él sufrirá pérdida, si bien él mismo será salvo, aunque así como por fuego” (1 Corintios 3:14-15).

Pablo sigue en estos versículos con su metáfora de la edificación. Después de haber abordado el tema de los materiales para esa construcción, ahora va a hablarnos acerca de las recompensas finales, cuando se compruebe la legitimidad de la obra. Con este texto recordamos lo que dice Hebreos 6:10, que Dios no es injusto para olvidar nuestra obra y el trabajo de amor demostrados a los santos a través de nuestro servicio y la entrega a cada uno de ellos.

“Si permaneciere la obra de alguno que sobreedificó…”. Esta es una oración condicional. Los terremotos ponen a prueba el tipo de edificación hecha y su permanencia. Mientras escribo este comentario, un enorme terremoto a destruido gran parte de Siria y Turquía. Los expertos dicen que muchos de los edificios colapsaron debido a la falta de un fundamento seguro. Nuestra edificación también será probada ¿cómo saldrá de aquel momento?

La obra que permanece “recibirá recompensa”. Además de la salvación como regalo, el trabajo hecho para el Señor tendrá su recompensa. El resultado de esta prueba Pablo también hace referencia a eso en segunda carta (2 Corintios 5:10). Una vez termina la prueba delante del Señor, seremos recompensados de acuerdo con lo que permanezca. El Señor viene en su segunda venida con sus galardones para los que se hicieron acreedores de ellos (Apocalipsis 22:12).

“Si la obra de alguno se quemare, él sufrirá pérdida”. Pablo habla de los dos escenarios posibles en el asunto de la edificación. Ya abordó el de la permanencia, y ahora habla sobre la posibilidad de una destrucción acarreada por el fuego, y esto es tan posible como el de permanecer. Cuando los materiales con los que construimos nuestra vida fueron de muy baja calidad, las pérdidas serán enormes. Esas pérdidas pudieran ser los mismos galardones.

“Si bien él mismo será salvo, aunque así como por fuego”. Este texto nos habla de las pérdidas que sufrirá un creyente irresponsable, pero también nos habla de Dios en su gracia concediéndole todavía le concede el don de la salvación. Pero la meta en esta edificación no es llegar a esta triste condición de vida espiritual por el material usado, sino llegar hasta el final gozosos de haber construido nuestra vida sobre el sólido fundamento de nuestro Señor Jesucristo.

John Albert Bengel describe gráficamente el concepto salvación comparando al creyente salvado por fuego con un «comerciante que, habiendo naufragado y perdido todas sus mercancías y dinero, logra llegar a la orilla con la ayuda de las olas». Simon J. Kistemaker, Comentario al Nuevo Testamento: 1 Corintios (Grand Rapids, MI: Libros Desafío, 1998), 128.

La manera cómo edificamos nuestras vidas, determinará los resultados finales. Si esa obra permanece, no será extraño al final oír: “Bien buen siervo y fiel, sobre poco has sido fiel, sobre mucho ten pondré, entra en el gozo de mi Señor”.

El creyente como templo de Dios

“¿No sabéis que sois templo de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros? Si alguno destruyere el templo de Dios, Dios le destruirá a él; porque el templo de Dios, el cual sois vosotros, santo es” (1 Corintios 3:16-17).

Pablo sigue con su tema de la obra que permanece. Ha usado la metáfora del edificio, cuyo fundamento es Cristo. Él sigue con esa misma figura de la edificación, pero ahora dedicada al “templo”, siendo nosotros esa “casa espiritual”. Con el enfoque ahora en el templo, Pablo va a desarrollar uno de los temas más reveladores de la vida cristiana.

“¿No sabéis que sois templo de Dios…?”. El creyente como “templo de Dios” es el uso que le damos a nuestro cuerpo de una manera individuales (1 Corintios 6:19-20). Pero el énfasis acá será como iglesia, al referirse al conjunto de individuos. Los corintios sí sabían esto, de modo que Pablo no está preguntándoles, sino reprendiéndoles. La intención de la pregunta es llevarlos a esta verdad cristiana.

“¿Y que el Espíritu de Dios mora en vosotros? He aquí dos preguntas en una sola. El creyente ahora no solo sabe que es un templo, sino también que es morada del Espíritu de Dios. La exhortación de Pablo es porque ellos no saben cuál es su estado y su lugar en relación con Dios. Cuando ellos se hicieron cristianos, la presencia del Espíritu Santo debió ser su más grande conocimiento, no su mayor ignorancia. La ignorancia de esta verdad nos hace pecar contra el Espíritu.

Entonces ¿qué hace a la iglesia un templo? La presencia del Espíritu de Dios morando en nosotros. La palabra usada para templo acá “naos’, es una referencia al santuario como un lugar santísimo, donde habita la deidad, y no la palabra griega “hieron”, la cual fue usada para referirse al área en general del templo. No es cualquier cosa ser morada del Espíritu de Dios. El planteamiento de Pablo era justificado.

“Si alguno destruyere el templo de Dios…”. Al parecer esta posibilidad estaba en el ambiente. Las divisiones ya manifiestas, y la manera como algunos estaban sobreedificando (madera, heno y hojarascas), eran potenciales instrumentos de destrucción. Pablo no los identifica, pero aquellos que no tienen el Espíritu de Dios, están corrompidos, y, en consecuencia, pueden destruir a la iglesia. Su estilo de vida mundana estaba influyendo a los miembros de la iglesia.

Quien esto hace “Dios le destruirá a él”. Dios es celoso con su iglesia, tanto así que ni las puertas del Hades no prevalecerán contra ella. Esto nos da una gran seguridad cuando vemos a los enemigos de la iglesia pretendiendo acabarla, sea con las falsas doctrinas, o que se levanten las ideologías modernas, vistas en lo político o ahora la llamada “ideología de géneros”.

¿Cuál es la razón para esto? “Porque el templo de Dios, el cual sois vosotros, santo es”. Dios cuida lo que es suyo. La iglesia es suya, le pertenece por derecho de redención, porque Cristo murió por ella. En ese sentido de pertenencia, Dios nos califica como “santos”; eso es, apartados para él y para su servicio. ¡Qué nadie se meta, pues, con la iglesia del Señor!

El saber que somos templo de Dios es el más grande llamado para vivir santamente.

La sabiduría de este mundo es insensatez para con Dios

“Nadie se engañe a sí mismo; si alguno entre vosotros se cree sabio en este siglo, hágase ignorante, para que llegue a ser sabio. Porque la sabiduría de este mundo es insensatez para con Dios; pues escrito está: Él prende a los sabios en la astucia de ellos. Y otra vez: El Señor conoce los pensamientos de los sabios, que son vanos” (1 Corintios 3:18-20).

Pablo vuelve al tema de la sabiduría humana contrastada con la sabiduría de Dios. Con un poco de sarcasmo le hace ver a los sabios lo vano de poner su confianza en sus meros conocimientos, porque al hacer esto, sin considerar la sabiduría de Dios, simplemente se convertían en ignorantes. Pretender ser sabio sin tomar en cuenta a Dios forma parte del orgullo humano.

“Nadie se engañe a sí mismo”. Con esta declaración Pablo identifica a un grupo de hombres que pretendían ser dueños del conocimiento y la verdad, pero no se daban cuenta del autoengaño donde habían llegado. Uno se engaña a sí mismo cuando admite no estar equivocado. Con esto Pablo les advierte a los hermanos el peligro de estar apartándose de la verdad de la palabra de Dios. El camino al engaño es más corto que el camino a la verdad.

¿A qué autoengaño en particular se refiere Pablo? En la próxima oración él habla de convertirse en ignorante para llegar a ser sabio. Eso no parece ser lógico frente al conocimiento humano. El asunto acá es renunciar a la sabiduría del mundo, a todo el humanismo (filosofía centrada en el hombre), incluso si significa ser llamado un ignorante.

“Hágase ignorante, para que llegue a ser sabio”. Con esta afirmación Pablo les habla a los corintios de la necesidad de dar un giro a lo que ellos tienen por sabiduría. Ellos deberían rechazar la sabiduría mundana y hacerse necios a los ojos del mundo. Era un llamado a ver el contraste que hay entre el cristianismo y el mundo. Solo cuando ellos reconozcan esto entrarán al verdadero camino de la sabiduría de lo alto.

“Porque la sabiduría de este mundo es insensatez para con Dios”. No podía ser de otra manera. Lo insensato de la sabiduría de este mundo radica en el hecho del rechazo a todo lo que tenga que ver con el consejo de Dios. Por esta razón, y de acuerdo con la profecía de Isaías 7:14: “Él prende a los sabios en la astucia de ellos”. Dios pesa las verdaderas intenciones del corazón de los hombres y, por lo tanto, no escapan a su veredicto. Para Dios esa sabiduría es una insensatez.

Y en este contexto de la sabiduría de los hombres que se convierte en insensatez, citamos lo dicho por el comentarista Charles Hodge, quien dijo: “Aun la verdad o el conocimiento verdadero se convierte en insensatez, si se usa para conseguir una meta para la cual no fue diseñado”.

Que la única sabiduría de la cual hagamos gala sea la adquirida por Dios.

Porque todo es vuestro

“Así que, ninguno se gloríe en los hombres; porque todo es vuestro: sea Pablo, sea Apolos, sea Cefas, sea el mundo, sea la vida, sea la muerte, sea lo presente, sea lo por venir, todo es vuestro, y vosotros de Cristo, y Cristo de Dios” (1 Corintios 3:21-23)

Pablo llega al final de este capítulo, cerrando con él el tema de la sabiduría. Hemos dicho que en Corintio había escuelas de filosofía, cuyo fin era la búsqueda del conocimiento humano y la aplicación de esa sabiduría a exaltación personal. La gloria más buscada era la de los hombres ilustres, de allí la existencia de grupos que se seguían a los hombres más “sabios”. De esta manera Pablo finaliza su discusión acerca de quiénes eran él y Apolos para ellos.

“Así que, ninguno se gloríe en los hombres”. Pablo ha hablado anteriormente de lo vano que es confiar en los pensamientos de los sabios, por lo tanto, ahora les prohíbe a sus lectores jactarse en los logros humanos. Cuán propensos somos de gloriarnos en los hombres. Hay una tendencia casi ciega en exaltar y reconocer a los influyentes y famosos de este mundo, más no a Dios. Sin embargo, Dios es quien nos da todo, sin recibir honor y gloria de sus criaturas.

“Porque todo es vuestro …”. Pablo hace un cambio abrupto en su conclusión, dejando atrás su prohibición, para decirles a los corintios que todo les pertenece. Esta frase, repetida dos veces, era un proverbio estoico, con el siguiente significado: “El hombre sabio … es amo de todo lo que le llega desde afuera». Ahora Pablo, quitándole la parte filosófica, relaciona con Cristo. ¿Y caso no es cierto que en Cristo lo tenemos todo? Cristo puso bajo nuestros pies sus mismas pertencias.

“Sea Pablo, sea Apolos, sea Cefas”. Como estos tres hombres han sido el objeto de discusiones y hasta divisiones entre ellos, Pablo los menciona varias veces, para decirles que estos tres hombres son siervos de Cristo, enviados a ministrar las necesidades espirituales de ellos como cuerpo de Cristo. Con esto, Pablo les dice a los corintios: “nosotros somos de ustedes”.

Pero ¿qué más era de ellos? “Sea el mundo, sea la vida, sea la muerte, sea lo presente, sea lo por venir, todo es vuestro …”. Además de los hombres mencionados, Pablo añade el mundo, la vida, la muerte, el presente y el futuro como parte de nuestra pertenencia. El creyente es un conquistador en Cristo de todo esto, de acuerdo con Romanos 8:38, donde se menciona la muerte, la vida, el presente y el futuro. Jesús nos hizo dueño de lo que el mismo conquistó.

“Y vosotros de Cristo…”. Esta primera afirmación de Pablo le dice a los corintios quien era su verdadero dueño. Cristo murió por ellos y la vida y los bienes que tienen, ha sido sólo gracias a él. Su actual vida debe ser para Cristo, a quien pertenecen y a quien sirven. Con esta conclusión Pablo les recuerda que ellos no viven para los diferentes grupos que se crearon en la iglesia. Nadie podía tomarse el título “yo soy de Cristo”, porque todos eran de él.

“Y Cristo de Dios”. He aquí una afirmación teológica revelada del evangelio. Dios estuvo desde el principio envuelto en el plan redentor del mundo cuando envió a Cristo como el mediador los pecados. Dios, a través de Cristo, es la vida de su iglesia. Cristo está sujeto a Dios el Padre, de acuerdo con la explicación hecha más adelante (1 Corintios 15:28). Los cristianos lo tenemos todo en Cristo, y este a su vez, tiene todo de Dios. De esta manera, todo es nuestro.

A nosotros nos pertenece todo el botín de lo que Cristo conquistó con su indigna muerte.

Servidores y administradores de Cristo

“Así, pues, téngannos los hombres por servidores de Cristo, y administradores de los misterios de Dios. Ahora bien, se requiere de los administradores, que cada uno sea hallado fiel” (1 Corintios 4:1-2).

En una ocasión a Pablo y Bernabé los consideraron dioses después de la curación de un hombre cojo de nacimiento en la ciudad de Listra. Frente a este acontecimiento la gente llamó a Bernabé “Júpite” y a Pablo “Mercurio”, en memoria de sus dioses, pero ellos rechazaron categóricamente esos títulos (Hechos 14). Los hermanos de Corintios también pretendían exaltar a Pablo y Apolos, pero Pablo les dice en este texto quiénes en verdad son ellos para la obra del Señor.

“Así, pues, téngannos los hombres por servidores de Cristo”. Esta oración revela el concepto que tenían los corintios de Pablo; o lo exaltaban desmedidamente o lo tenían en muy baja estima. Al parecer algunos hermanos menospreciaban su autoridad. Y es frente a esta dualidad de pensamientos que Pablo introduce el término “servidores de Cristo”. Esta palabra describe a un siervo subordinado, pero funcionando como un hombre libre. Pablo no era un esclavo común.

La palabra usada por Pablo acá para “servidor” no es doulos, sino hyperetas, cuyo significado es un “remero-bajo”. En este sentido, Pablo no usó la palabra más baja para siervo, pero al final aquella no era una posición prestigiosa. Sobre este particular, Trapp dijo: Los remeros-bajos sirven a “Cristo el piloto-maestro, ayudando a avanzar la nave de la Iglesia hacia el puerto de los cielos.”. Así quiso Pablo que los hermanos de corintios los vieran, más no de otra forma.

Otro autor llamado Morgan describe a este “remero-bajo” como “alguien que actúa bajo dirección, y no hace preguntas, alguien que hace lo que se le dice sin pensarlo dos veces, y alguien que se reporta solamente con Aquel que está sobre él.”

“Y administradores de los misterios de Dios”. Además de siervos, Pablo introduce el término administrador o mayordomos. ¿Cuál es el sentido de siervo-mayordomo? A algunos siervos se les encargaba el cuidado de la casa. De esta manera, el mayordomo era responsable de los bienes del amo y debía dar cuenta de su mayordomía. En el caso de Pablo, y los demás, ellos no eran mayordomos de las casas, sino de la revelación de “los misterios” de Dios en Jesucristo.

“Que cada uno sea hallado fiel”. Este era la demanda para los siervos y mayordomos. No importaba el concepto que pudieran tener los demás de ellos, el requerimiento de la fidelidad marcaría la diferencia. A ellos se les había entregado los “bienes espirituales” de la iglesia y su deber era el manejarlos fielmente. Como siervos-mayordomos los apóstoles se debían a su Señor, y les era impuesta la necesidad de ser fieles en todo en la casa del Señor.

La fidelidad en administrar la casa del Señor sigue siendo la gran demanda del siervo de Dios.

El que juzga es el Señor

“Yo en muy poco tengo el ser juzgado por vosotros, o por tribunal humano; y ni aun yo me juzgo a mí mismo. Porque aunque de nada tengo mala conciencia, no por eso soy justificado; pero el que me juzga es el Señor.” (1 Corintios 4:3-4).

En nuestra anterior entrega Pablo nos hizo pensar de una especie de señalamiento hecho a ellos como apóstoles del Señor. No sabemos quiénes en la iglesia estaban hablando mal de ellos, de allí su planteamiento de ser simplemente siervos y mayordomos. Pero ahora, como para pensar más sobre este asunto, introduce el tema de ser juzgados.

“Yo en muy poco tengo el ser juzgado por vosotros”. Con esta declaración Pablo no está siendo arrogante. Ya él ha demostrado su humildad como fiel siervo y mayordomo. Aunque algunos buscan ocasiones para juzgarles, Pablo casi como a su Señor, se somete a la prueba de cualquier juicio, y de eso saldrá victorioso. El verbo juzgar quiere decir “examinar, interrogar”. A Pablo se le juzgó con dureza, pero él estuvo dispuesto hasta morir por Jesucristo por causa del ministerio.

“O por tribunal humano”. No sabemos si cuando Pablo habla de un tribunal, fuera de la iglesia, los corintios trataron de traerlo hasta un tribunal humano, pero aun si esto hubiera tenido lugar, para él esto habría sido una pequeñez, comparado con lo que significa comparecer ante el tribunal de Dios. Con esto Pablo dejó claro que él no tenía que darle cuentas a los corintios, sino a Dios, porque al final él fue quien le comisionó para este trabajo por medio de Jesucristo.

“Y ni aun yo me juzgo a mí mismo”. Otra vez, Pablo no usa esta afirmación de una manera presuntuosa, como si estuviera oponiéndose a toda crítica. ¡Es todo lo contrario! Pablo nos dice más bien que él no es lo suficientemente objetivo para evaluarse a sí mismo, sean por sus palabras o por sus obras. He aquí una de las metas en la vida cristiana: no sentir nada por el cual sentirnos juzgados, sino dejar a Dios este asunto, porque su juicio será siempre imparcial.

“Porque aunque de nada tengo mala conciencia, no por eso soy justificado”. Para los acusadores de Pablo, esta declaración seguramente les hizo revisar las “pruebas” de sus argumentos acusatorios. Pablo era un hombre sin “mala conciencia”, porque si por algún tiempo la tuvo, por ser perseguidor de la iglesia, después de conocer a Cristo, él llegó a ser un hombre libre de toda culpa y su más grande deseo fue siempre agradar a su Señor en todo.

Sin embargo, el no tener mala conciencia no pone al apóstol en un estado perfecto de justificación o inocencia. Nadie como Pablo para reconocer siempre que su justicia provenía de Cristo, no de sus méritos personales, aunque su caminar con el Señor tuvo la distinción de lo santo y piadoso. Pablo se reconocía siempre como un trofeo de la absoluta gracia del cielo.

Que Dios sea quien nos juzgue, porque el juicio Suyo será siempre imparcial y totalmente justo.

Cuando Cristo venga revelará todo

“Así que, no juzguéis nada antes de tiempo, hasta que venga el Señor, el cual aclarará también lo oculto de las tinieblas, y manifestará las intenciones de los corazones; y entonces cada uno recibirá su alabanza de Dios.” (1 Corintios 4:5).

Pablo está tocando el tema del juzgar de los corintios más por la apariencia del cual él mismo fue objeto. Hasta ahora ha hecho una defensa por la manera ligera como algunos dentro de la iglesia calificaban su actuación, tanto que fue obligado a hablar de tener una “conciencia limpia”. Ellos se habían precipitado en un juicio a priori, por eso sigue con esta exhortación en esta otra parte del texto. Según Pablo, la venida de Cristo será el mejor juez, pues revelará todo.

«No juzguéis ninguna cosa antes de que llegue el fin del tiempo”. Los corintios habían levantado comentarios adversos de Pablo y sus colegas, y el propósito de este texto es poner fin a esa efímera discusión. Como Pablo dice el mismo Jesús es el juez, y exhorta a los corintios a abstenerse de juzgar tan rápidamente. Llegará el tiempo para todos los juicios y eso será hecho cuando “llegue el fin del tiempo”. Esto será en la segunda venida, cuando compareceremos delante del Juez justo.

Los corintios se habían convertido en jueces de los apóstoles y las críticas eran la expresión más común entre ellos. De esta manera, cuando Pablo vincula la consumación del mundo con la venida del Señor, demanda de los creyentes a actuar de una manera menos insidiosa en el tema de juzgar a los demás. La postura de Pablo era para que ellos dejaran de criticar a las personas, como ellos, quienes habían demostrado una conducta limpia y un andar en armonía con la Biblia.

“El cual aclarará también lo oculto de las tinieblas”. El juicio de los hombres es por la apariencia, pero cuando Jesús juzga, será de acuerdo con las “intenciones de los corazones”. Esto constituye la razón por la cual el juicio humano es con frecuencia equivocado. Por esta razón Pablo no hace caso al duro juicio de los cristianos corintios hacia él mismo. Pablo dice que cuando Cristo venga lo oculto será manifiesto.

“Y entonces cada uno recibirá su alabanza de Dios.” Cuando todo salga a la luz entonces vendrán los reconocimientos. Como el juicio de Dios es justo, él será el encargado de entregar a cada uno según su obra. La alabanza vendrá de Dios y no de los hombres, y para Pablo esto era lo más importante. El juicio de la segunda venida tendrá como nota distintiva la alabanza de parte de Dios por las cosas bien hechas. Ese juicio es el que debe preocuparnos.

No temamos ser juzgados por otros, si actuamos con una conciencia limpia delante de Dios.

Porque ¿quién te distingue?

“Pero esto, hermanos, lo he presentado como ejemplo en mí y en Apolos por amor de vosotros, para que en nosotros aprendáis a no pensar más de lo que está escrito, no sea que por causa de uno, os envanezcáis unos contra otros. Porque ¿quién te distingue? ¿o qué tienes que no hayas recibido? Y si lo recibiste, ¿por qué te glorías como si no lo hubieras recibido?” (1 Corintios 4:6-7).

La humildad de Pablo fue una de su más grande característica después de su conversión. En todo este pasaje ha manifestado ante un grupo de la iglesia, juntamente con Apolos, que el único deseo como apóstoles del Señor ha sido ser ejemplos para ellos, sobre todo para aquellos quienes se habían apropiado de un liderazgo interno de la iglesia, manifestando una gloria personal.

“Pero esto, hermanos, lo he presentado como ejemplo…”. Pablo les había pedido a los hermanos de corintios que, al pensar en ellos como apóstoles, les tuvieran como “siervos y administradores” de los misterios del reino. ¿Cuál era el propósito de presentarse ante ellos como ejemplo? Para que los hermanos no piensan más allá de lo recibido, porque ya era notorio su envanecimiento a causa de sus propias divisiones.

La oración “os envanezcáis unos contra otros” apuntaba a esas divisiones anteriormente combatidas. Esto había causado arrogancia entre ellos y hasta cierto menosprecio, oponiéndose entre ellos mismos. El énfasis de Pablo más bien radica en aprender de os apóstoles, quienes en todo momento les dieron muestra de su unidad y de su humildad.

“Porque ¿quién te distingue?”. Estas tres preguntas revelan un estado grave dentro de la iglesia. La arrogancia previamente expuesta estaba haciendo cierto estrago entre ellos. Con esta pregunta Pablo desafía a algunos de esos miembros quienes se lucían con cierta superioridad para que dijeran quién les había dado ese rango del cual se pavonean ahora. Ni Pablo ni menos el Señor les habían dado algunas prerrogativas para que se diferenciasen entre los demás.

“¿Y qué tienes que no lo hayas recibido?”. Esta es una pregunta retórica hecha de manera personal, cuya respuesta sería un enfático “¡Nada!”. Todos los bienes recibidos, tanto los materiales como los espirituales, tienen un solo origen: Dios. Tan honesta realidad les debería hacer pensar que estaban en deuda con Dios. Si ellos reconocen esto, la arrogancia de la cual hacen gala quedaría sin fundamento.

“¿Por qué te jactas como si no lo hubieras recibido?”. Esta última pregunta está relacionada con la anterior, porque, en efecto, si una persona recibe un regalo (sea espiritual o material) lo más natural sería dar las gracias por ello. No hacerlo sería revelar su ingratitud al no reconocer el origen del regalo, menospreciando al donador. Esa actitud debería ser del dueño, no de quien lo recibe. Si todo es de Dios, ellos jamás deberían jactarse que sus bienes son por sus propios esfuerzos.

La única distinción de la cual nos sentiríamos orgullosos sería lo que poseemos de Dios.

Ricos y saciados

“Ya estáis saciados, ya estáis ricos, sin nosotros reináis. ¡Y ojalá reinaseis, para que nosotros reinásemos también juntamente con vosotros! Porque según pienso, Dios nos ha exhibido a nosotros los apóstoles como postreros, como a sentenciados a muerte; pues hemos llegado a ser espectáculo al mundo, a los ángeles y a los hombres” (1 Corintios 4:8-9).

En nuestra anterior entrega, Pablo usó tres preguntas con las que dibujó el estado interno de los hermanos en la iglesia. Él ha usado toda su franqueza para hablarles, destacando al orgullo como el problema más evidente. Ciertamente había una marcada división, pero ese mal del corazón era el más visible de todos. Ahora Pablo usará la figura del sarcasmo para hacerles ver su pecado.

“Ya estáis saciados, ya estáis ricos, sin nosotros reináis”. Una posible paráfrasis de este texto sería algo así: “¡Wow, corintios, al parecer ustedes lo tienen todo! ¡No resulta interesante que nosotros los apóstoles no tenemos nada!”. Otra vez, si bien Pablo está usando el sarcasmo, su propósito no es burlarse de ellos, sino sacudir ese pensamiento orgulloso.

El comentarista Morgan lo expresó así: “Él se estaba riendo con risa santa, y sin embargo con desprecio absoluto por lo que habían estado haciendo.”

El estado espiritual de la iglesia a los corintios era parecido cuando Cristo describe y reprende a la iglesia de Laodicea, diciendo: “Porque tú dices: Yo soy rico, y me he enriquecido, y de ninguna cosa tengo necesidad; y no sabes que tú eres un desventurado, miserable, pobre, ciego y desnudo” (Apocalipsis 3:17). Los corintios eran autosuficientes engañándose a sí mismos, al creerse ricos cuando eran pobres indigentes. El engaño muestra esta cara.

“¡Y ojalá reinaseis, para que nosotros reinásemos también juntamente con vosotros!” Ironizar es una figura del lenguaje y eso es lo que Pablo usa acá. Los corintios estaban envanecidos. Estaban actuando como ciudadanos del reino de Dios, como si ellos mismos fueran reyes de dicho reino. La ironía de Pablo es que si así fuera, Pablo y el resto de los apóstoles se sentarían a reinar con ellos. Pero como esto no es cierto, Pablo les habla con este tipo de lenguaje.

“Dios nos ha exhibido a nosotros los apóstoles como postreros”. Ahora vemos el contraste de todo esto. Pablo les dice a ellos que, en lugar de estar saciados y ricos como ustedes, y hasta estar reinando como realeza, nos hemos mostrados en humillante condición, hasta el extremo de estar sentenciados a muerte. He aquí la paradoja de los apóstoles al compararse con los orgullosos corintios. Los apóstoles no les habían dado un mal ejemplo para esta mala actuación.

“Pues hemos llegado a ser espectáculo al mundo, a los ángeles y a los hombres”. Esta es una figura tomada de los botines de guerra. Los reyes vencedores traían a los hombres caídos y los exhibían públicamente para mayor vergüenza. La palabra “espectáculo” es de donde nos viene la palabra teatro. Los apóstoles habían sido humillados, expuestos ante el mundo, los ángeles y a los hombres, siendo esta humillación pública un golpe al orgullo de los corintios.

El pecado de la presunción nunca verá a la humildad como una virtud necesaria para la vida.

Insensatos por amor a Cristo

“Nosotros somos insensatos por amor de Cristo, mas vosotros prudentes en Cristo; nosotros débiles, mas vosotros fuertes; vosotros honorables, mas nosotros despreciados. Hasta esta hora padecemos hambre, tenemos sed, estamos desnudos, somos abofeteados, y no tenemos morada fija. Nos fatigamos trabajando con nuestras propias manos; nos maldicen, y bendecimos; padecemos persecución, y la soportamos. Nos difaman, y rogamos; hemos venido a ser hasta ahora como la escoria del mundo, el desecho de todos.” (1 Corintios 4:10-13).

Cuando uno lee un pasaje como este, no hace otra cosa sino ponderar la franqueza del testimonio de Pablo y los demás apóstoles, frente a aquellos hermanos, quienes por las razones que hayan sido los obligaron a revelar los padecimientos ministeriales de los cuales han sido objetos. Estos contrastes le hicieron ver a los corintios cuán equivocados estaban al pensar que ellos eran más privilegiados y bendecidos al compararse con los apóstoles. Nada más lejos de la verdad.

“Nosotros somos insensatos por amor de Cristo, mas vosotros prudentes en Cristo”. Por la vía de enormes contrastes, y dejando la ironía de los textos anteriores, Pablo les habla a los corintios de los apuros por los que ha pasado, de los cuales ellos eran conocedores. Los apóstoles eran insensatos y ellos prudentes con relación a Cristo. Si bien antes en su ironía les había hablado de reinar con ellos (v. 8), ahora Pablo les habla de un abismo de persecución y muerte.

Qué más eran los apóstoles al contrastar sus vidas con las de los corintios. Ellos se consideran débiles y despreciados, mientras que los corintios eran fuertes y honorables. En un lenguaje todavía muy irónico, Pablo confiesa su debilidad en un mundo donde esto precisamente es despreciable, dándosele culto a la fuerza. Paradójicamente vemos aquí un orden invertido. Es un contraste entre el honor que los corintios han recibido con la deshonra que sufren los apóstoles.

¿Hasta dónde llegaban los sufrimientos de esos hombres de Dios? La lista dejaba por Pablo pareciera no tener fin. En cuanto a las necesidades básicas del sustento, ellos padecían de hambre, sed, fatigas y desnudez. Por predicar el evangelio, ellos eran abofeteados, maldecidos y padecían persecución. No eran carga para nadie, porque ellos trabajaban con sus propias manos. En efecto, ellos se consideraban lo más bajo frente a todos los demás.

“Nos fatigamos trabajando con nuestras propias manos”. Todo lo que Pablo escribe acá, describe a su vez el pensamiento de los corintios. Ellos en su amor por la sabiduría griega, adoptaron la creencia que el trabajo manual era solo para los esclavos. Ver trabajar a los apóstoles con sus propias manos era una vergüenza y una gran ofensa.

“Hemos venido a ser hasta ahora como la escoria del mundo, el desecho de todos.” Otra vez, Pablo sigue hablando de las cosas que para los corintios eran conocidas. Los griegos antiguos tenían la costumbre de lanzar al mar a la gente sin valor, especialmente durante los tiempos de plagas o hambre, por ser considerados como “escorias”. Pablo usa esta figura para ilustrar lo que ellos habían llegado a ser para el mundo, frente a la opinión de los orgullosos corintios.

Con lo expresado hasta ahora por Pablo, los que servimos al Señor en este tiempo deberíamos sentirnos avergonzados, porque en verdad no sabemos lo que significa sufrir por el evangelio, por lo menos en la magnitud de este testimonio tan revelador presentado por el apóstol.

Por tanto, os ruego que me imitéis

“No escribo esto para avergonzaros, sino para amonestaros como a hijos míos amados. Porque aunque tengáis diez mil ayos en Cristo, no tendréis muchos padres; pues en Cristo Jesús yo os engendré por medio del evangelio. Por tanto, os ruego que me imitéis” (1 Corintios 4:14-16).

La vehemencia como Pablo ha venido hablando a los corintios, muestra a un hombre genuino, osado algunas veces, pero firme en su carácter cuando se trata de demostrar el error y la mala apreciación que ellos tenían de su ministerio y el de los demás apóstoles. Lo que les ha escrito, y eso es parte de este texto, no ha tenido otro propósito sino amonestarles como padre, porque al final él fue quien les engendró en Cristo. De allí su ruego para que sean sus imitadores.

“No escribo esto para avergonzaros”. En efecto, Pablo escribió sus cartas, y menos esta, con esa intención de hacerle pasar vergüenza. Es cierto que hay ocasiones cuando se ve su fuerte carácter tratando algunos temas, pero al final su intención es el de amonestarlos “como a hijos míos amados”. Con esto vemos su real interés en su exhortación. Un padre jamás querrá mal para sus hijos, y eso es lo que Pablo refleja intencionalmente en este texto.

“Aunque tengáis diez mil ayos en Cristo”. La figura del ayo (paidagogoi) era común. Ellos eran los guardianes, “esclavo-guía,” para escoltaba a los muchachos a sus respectivas escuelas; su vez supervisaba su conducta en general. Pablo se vale de esa figura para decirle a los corintios que, si bien el ayo tenía autoridad legítima sobre los hijos, ellos no eran sus padres. En su caso, la autoridad y liderazgo de Pablo en sus vidas, era como padre, pero también como apóstol.

“Pues en Cristo Jesús yo os engendré por medio del evangelio”. Con esta oración defiende su derecho de paternidad espiritual respecto a los hermanos de corintios. El punto resaltante de Pablo es que bien una persona podrá tener unos cuantos maestros, solo tendrá un padre biológico, y esto era él para ellos. De acuerdo con Hechos 18:11 Pablo trabajo por dieciocho meses plantando la iglesia de Corinto. Por consiguiente, Pablo era su progenitor espiritual.

Ciertamente, la iglesia a los corintios tuvo muchos obreros tales como Timoteo, Silas, Apolos y Tito, quienes ayudaron en la enseñanza y edificación de los miembros de la iglesia, pero Pablo era la autoridad suprema. Por medio del evangelio de Cristo, Pablo puede llamarse a sí mismo padre de los corintios. En esto no hay arrogancia de su parte, sino el poner las cosas en su lugar. Nadie como Pablo para haberse invertido en una iglesia como los corintios.

“Por tanto, os ruego que me imitéis” ¿Consideraban los corintios a Pablo como alguien a quien tenían que imitar? Acaba de decir que era débil, y deshonrado; alguien con hambre y sed y te vistes pobremente; que andas como vagabundo y golpeado; trabajando para mantenerte con tus propias manos. Y aún más, te has calificado como escoria y el desecho de todo. ¿Y con todo nos pides para imitarte? Pero sí, su ejemplo de entrega y humildad demandaba ser imitado.

Una de las pruebas más difíciles de la vida cristiana es la de pedir a otros para que nos imiten.

Timoteo, el hijo amado

“Por esto mismo os he enviado a Timoteo, que es mi hijo amado y fiel en el Señor, el cual os recordará mi proceder en Cristo, de la manera que enseño en todas partes y en todas las iglesias.” (1 Corintios 4:17).

El ministerio de Pablo en medio de los corintios es digno de ser comentado. No solo enfrentó a todos aquellos quienes se habían amotinado contra él y contra los demás apóstoles, haciendo una especie de apologética de su limpia actuación, sino que, para ayudar a corregir los desvíos entre ellos mismos, les está ahora enviando a Timoteo, uno de sus mejores discípulos.

“Por esto mismo os he enviado a Timoteo”. Timoteo aparece en varios escenarios como el hombre “apaga fuegos” de los problemas de algunas iglesias, y aquí lo vemos ejerciendo esta función. Definitivamente Pablo no tenía otro discípulo mejor que Timoteo para tratar estos problemas eclesiásticos, y muchos de ellos de carácter doctrinal. No en vano fue a este discípulo a quien Pablo le escribió dos cartas donde hace referencia a su carácter y disposición de trabajo.

Al parecer Timoteo fue el encargado de llevar la carta a los corintios; y Pablo lo recuerda como un joven que fue impactado por la fe de su abuela Loida y su madre Eunice de acuerdo con 2 Timoteo 1:5. Su conversión debió suceder cuando Pablo y Bernabé llegaron a Listra y Derbe, durante su primer viaje misionero (Hechos 14:8–21). Timoteo fue un fiel acompañante de Pablo para muchas encomiendas como esta. Así lo expresa el apóstol con gran satisfacción.

“Mi hijo amado y fiel en el Señor”. Con esto Pablo declara su “paternidad espiritual” sobre Timoteo. Y como debe esperarse de un padre cuando ama a su hijo, así Pablo destaca su amor por él (1 Timoteo 1:2; 2 Timoteo 1:2; cf. Filemón 10). Por el testimonio dejado, Timoteo se constituyó en el hombre de confianza de Pablo, llegando a reemplazarlo en varias tareas donde Pablo debió estar (Hechos 17:15; Filipenses 2:22)

“El cual os recordará mi proceder en Cristo”. Este hijo espiritual ha sido enviado para recordarles a los creyentes de la iglesia en Corinto, la conducta de Pablo y su “proceder en Cristo Jesús” en medio de ellos. ¿Y cómo fue su conducta con la iglesia? Pues al revisarla podemos decir que Pablo se dedicó a la enseñanza, la predicación, la consejería, la edificación y la oración durante su estadía en Corinto.

“De la manera que enseño en todas partes y en todas las iglesias.” Con esto Pablo da por sentado su labor ministerial. Su vida y testimonio era la misma en todas partes. Las iglesias que formó como misionero, apóstol y pastor sabían de su proceder, sin variación o cambios por los que debiera ser juzgado. Como ya lo había dicho, Pablo tenía una conciencia limpia delante de todos ellos, estando siempre ajustado al carácter santo de Cristo, de quien era su servidor.

La fidelidad de un discípulo de Cristo es la carta de presentación para las tareas encomendadas.

El pecado del envanecimiento

“Mas algunos están envanecidos, como si yo nunca hubiese de ir a vosotros. Pero iré pronto a vosotros, si el Señor quiere, y conoceré, no las palabras, sino el poder de los que andan envanecidos. Porque el reino de Dios no consiste en palabras, sino en poder. ¿Qué queréis? ¿Iré a vosotros con vara, o con amor y espíritu de mansedumbre?” (1 Corintios 4:18-21).

La iglesia de Corinto definitivamente fue atípica, comparada con otras a las que Pablo elogia por su comportamiento, tales como la Éfeso o los Tesalonicenses. No hay un capítulo en la carta donde Pablo no trate alguna situación particular. El informe recibido de la familia de Cloé puso de manifiesto, entre otras cosas, el pecado del envanecimiento, tan aborrecible como los demás.

“Mas algunos están envanecidos…”. Pablo no dice quiénes eran, pero habla de algunos cristianos en la iglesia de Corinto con una actitud muy arrogante, y hasta con un desafío hacia el apóstol, porque pensaban que estaba asustado cuando se deponía ir a verlos. De esta manera, estos hermanos no solo eran divisionistas, sino que estaban manifestando una falta de respeto y de consideración por aquel quien hasta ahora ha fungido como su padre espiritual.

“Pero iré pronto a vosotros, si el Señor quiere…”. Con estas palabras Pablo se dispone enfrentar ese espíritu arrogante de la iglesia. Primero les asegura que irá a verlos, y que lo hará pronto. Esto les deja claro a los “amotinados” corintios que él ni está asustado ni acobardado frente a esa postura beligerante asumida por algunos. ¿Cómo pensaba ir Pablo a ellos? Pues no con palabras, sino con el poder del evangelio contra los que andan envanecidos.

Con esta firmeza, Pablo no se interesa tanto en la acusación hecha en su ausencia, como en la influencia que este grupo tenía sobre la membresía de la iglesia. Como Pablo sabia de su envanecimiento, y su marcada arrogancia, él irá a ellos y se quedará para constatar en persona la clase de hombres que se han adjudicado un liderazgo cuya intención claramente era contraria a las enseñanzas dejadas por Pablo y el resto de los apóstoles.

“Porque el reino de Dios no consiste en palabras, sino en poder”. Como Pablo está bregando con un grupo evanecido, ahora escoge muy bien sus palabras, de allí la introducción del tema acerca del reino de Dios. Con esto les recuerda el poder e influencia soberana de Dios sobre todas las cosas. Pablo, sarcásticamente había llamado a los corintios reyes (v. 8), pero con la introducción de este tema les enseña que Cristo si reina con poder en todas partes.

“¿Queréis que vaya a vosotros con vara o con amor y espíritu afable?”. ¿Qué quiso decir Pablo con esto? Aunque él ha hablado del trabajo de los ayos, y su método de corregir, Pablo pareciera decir que viene a los corintios con “una palabra de poder”. Es como si dijera: “Voy con la vara del poder de la Palabra”. Él era apóstol del Señor y se propone ir a ellos bajo la autoridad que le fue conferida. Ellos necesitan la “vara” de la corrección, y Pablo está listo para eso.

La otra parte de la pregunta dice “¿o con amor y espíritu afable?”. De acuerdo con esta doble pregunta, Pablo estaría dispuesto a hablarles como un padre amoroso; ciertamente prefería perdonarles en lugar de castigarles, y eso al parecer es lo que va a hacer, porque Pablo siempre usó el ejemplo de Jesús, manteniendo entre ellos un espíritu afable.

La vara de la corrección es necesaria, pero debe ser usada bajo un espíritu de amor.

El pecado de la fornicación

“De cierto se oye que hay entre vosotros fornicación, y tal fornicación cual ni aun se nombra entre los gentiles; tanto que alguno tiene la mujer de su padre. Y vosotros estáis envanecidos. ¿No debierais más bien haberos lamentado, para que fuese quitado de en medio de vosotros el que cometió tal acción?”

La iglesia de los corintios parecía una caja de sorpresa en la medida que Pablo les va escribiendo, exhortando y revelando su estado espiritual. La carta dirigida a ellos es un tratado sobre los distintos casos de pecado que se estaban teniendo en la iglesia, y el tema de la fornicación abordado en este capítulo, parecía ser uno de los más serios y ofensivos que el apóstol tiene que enfrentar en la iglesia. Y este pecado, según Pablo, ni aun era visto entre los gentiles.

“De cierto se oye que hay entre vosotros fornicación”. El término fornicación usado en este texto es una referencia general a todo tipo de actividad sexual fuera del matrimonio (incluyendo homosexualidad). Los judíos la usaban para referirse a cualquier sexo extramarital. Y si bien para los griegos esto era normal, la Biblia lo presenta como un pecado condenable, y en la iglesia de los corintios este pecado se había infiltrado, de allí el asombro del apóstol.

“Y tal fornicación cual ni aun se nombra entre los gentiles”. La fornicación común entre los gentiles, pero lo Pablo menciona no se veía ni siquiera entre ellos, lo cual magnifica la gravedad del asunto. Un pecado como este estaba siendo cometido por un miembro de la iglesia; y aquella perversión, ni siquiera vista afuera, alguien en medio de los santos la estaba practicando.

“Tanto que alguno tiene la mujer de su padre”. Este era “el cuerpo del delito”. Pablo expone el pecado delante de su congregación. Alguien está en una relación incestuosa. No hay detalle respecto de cómo se había dado esto, pero exponer este pecado de por sí tuvo que ser un acto vergonzoso, pues se trataba de un asunto en el seno mismo de la iglesia. Pero la iglesia que ha sido llamada para denunciar este tipo de faltas está envanecida consintiendo tal vileza.

“¿No debierais más bien haberos lamentado…?”. La pregunta completa de Pablo es un reclamo de por qué ellos, en lugar de tolerar semejante aberración, no habían “quitado de en medio de vosotros” al que cometió tal acción. Esta era la solución propuesta por Pablo, pero la iglesia estaba aceptando este pecado y a su “practicador” como algo normal en su comunión. La iglesia era tan culpable como el perverso implicado en ese acto. La situación no podía ser peor.

Cuando la iglesia no corrige el pecado, se convierte en una tolerante complaciente.

Entregado a Satanás

“Ciertamente yo, como ausente en cuerpo, pero presente en espíritu, ya como presente he juzgado al que tal cosa ha hecho. En el nombre de nuestro Señor Jesucristo, reunidos vosotros y mi espíritu, con el poder de nuestro Señor Jesucristo, el tal sea entregado a Satanás para destrucción de la carne, a fin de que el espíritu sea salvo en el día del Señor Jesús.” (1 Corintios 5:3-5).

Pablo sigue en este texto abordando el caso del hermano que había cometido el gravísimo pecado de la fornicación, al estar viviendo con la esposa de su padre. Como aquella situación ameritaba un tratamiento especial, el apóstol (aunque no está presente) va a dar las instrucciones respecto a aplicar una acción disciplinaria muy poco vista en iglesia alguna, pero necesaria para cortar de raíz el consentimiento de aquel pecado, y que a su vez sirviera para restaurar al pecador.

“Ciertamente yo, como ausente en cuerpo…”. Aunque Pablo no está presente con ellos para tratar este caso, eso no le impide involucrarse en la manera cómo debería ser tratado, y hacer uso de su autoridad al estar presente en espíritu con ellos. Con esto les manifestaba que la distancia no lo hacía menos apóstol. De esta manera, Pablo ha dado su veredicto (“he juzgado”), sin ninguna contemplación como sí lo habían hecho los hermanos de la iglesia.

“En el nombre de nuestro Señor Jesucristo”. Cuando Pablo usa su autoridad sobre este caso, lo hace en el nombre de Cristo. Así pues, la iglesia se reuniría con él (en espíritu), pero lo más importante, la iglesia se reuniría en el nombre y en el poder del Señor Jesucristo, y sería bajo autoridad apostólica y la de Cristo la manera cómo se trataría este caso. No hay dudas que en una reunión de este tipo la decisión tomada será la más conveniente y necesaria para todos.

“Entregado a Satanás para destrucción de la carne”. Esta fue la disciplina recomendada. Esto pudiera resultar extraño para estos tiempos, pero entregar a una persona a Satanás es una referencia a la excomunión, con el propósito de limpiar a la iglesia del mal existente (cf. el v. 13). En este caso, Satanás zarandeará a ese hermano en la carne hasta que reconozca la gravedad de lo hecho. Dios sigue usando a Satanás como su instrumento para para disciplinar a sus hijos.

“A fin de que el espíritu sea salvo en el día del Señor Jesús.” ¿Cuál es el sentido de esta oración? Que un creyente dejado en esta condición recapacitará y se arrepentirá. La destrucción de la carne tiene el fin de restaurar el espíritu del hombre antes de que muera. He aquí la mejor definición de la gracia divina. El arrepentimiento es lo que Dios espera para traer de regreso al pecador a la comunión de los santos. Aunque el tal esté fuera, la iglesia seguirá orando por él.

Satanás sigue siendo un instrumento al servicio de Dios para corregir a sus santos.

Un poco de levadura leuda toda la masa

“No es buena vuestra jactancia. ¿No sabéis que un poco de levadura leuda toda la masa? Limpiaos, pues, de la vieja levadura, para que seáis nueva masa, sin levadura como sois; porque nuestra pascua, que es Cristo, ya fue sacrificada por nosotros” (1 Corintios 5:6-7).

Pablo ha enfrentado con mucha firmeza los pecados en la iglesia a los corintios. La actitud complaciente de aquellos hermanos en tolerar el pecado de un caso de fornicación, ni siquiera nombrado entre los gentiles, le ha valido una gran reprimenda de su padre espiritual. En este texto encontramos el resultado cuando la iglesia no enfrenta a tiempo el pecado.

“No es buena vuestra jactancia”. Los cristianos de Corinto se crían mejores que Pablo en la manera cómo trataron aquel pecado entre ellos mismos. Esa actitud los llevó a una craza ignorancia de los efectos dañinos que ese pecado de fornicación estaba trayendo a la iglesia. Por esto vemos a Pablo más preocupado ahora acerca del pecado de la iglesia entera (especialmente del liderazgo), que del pecado individual de un hombre. Esto era tan preocupante como lo otro.

“¿No sabéis que un poco de levadura leuda toda la masa?” La ilustración del trabajo de la levadura es muy adecuada para ver la acción del pecado del orgulloso en medio de los hermanos. Esta pregunta puede aplicarse a ambas situaciones. Se aplica al perverso disciplinado, porque su pecado “leudaba” a toda la iglesia, y también los jactanciosos, porque de igual manera la iglesia estaba siendo tomada por todo tipo de pecados carnales y del carácter.

“Limpiaos, pues, de la vieja levadura…”. El término “levadura” en el contexto como Pablo lo presenta es una referencia al mal. Así como a los judíos se les ordenaba sacar toda la levadura de sus casas, y comer sólo pan sin levadura por una semana entera, también se les pide a los corintios sacar el mal de la iglesia. El deseo de Pablo al mencionar esto es para que la iglesia se limpie. La levadura fermentada corrompe la masa, y eso estaba pasando en la iglesia.

¿Cuál era el propósito de esto? «Para que seáis nueva masa». La imagen de Israel removiendo la levadura corrompida al salir a prisa de Egipto, fue como un símbolo de la liberación de la esclavitud (Éxodo 12:33, 34, 39). Los corintios eran una nueva masa (habían sido libertados) y el llamado es a no volver a la esclavitud del pecado, especialmente el pecado del incesto. Ellos deberían eliminar todo tipo de pecado, porque ellos eran nuevo pueblo en el Señor.

“Porque nuestra pascua, que es Cristo, ya fue sacrificada por nosotros”. Pablo no solo tenía claro la remoción de la levadura en la salida de los israelitas de Egipto, sino la noche cuando sacrificaron el cordero con el que se inició la pascua. Esta conexión entre la pureza de la Pascua y nuestras vidas cristianas debieran ser marcadas por las mismas cosas que caracterizaron la Pascua: salvación, liberación, gozo, plenitud, y pureza de la levadura, por ser nueva masa.
La sangre de Cristo quitó la vieja levadura de corrupción al hacernos una masa nueva.

Celebrando la fiesta de la nueva pascua

“Así que celebremos la fiesta, no con la vieja levadura, ni con la levadura de malicia y de maldad, sino con panes sin levadura, de sinceridad y de verdad.” (1 Corintios 5:8).

Pablo introdujo en este texto el tema de la fiesta de la Pascua como recordatorio cuando Israel salió en libertad de Egipto, y la recomendación era remover toda la levadura de la masa como agente de corrupción. Pablo dice a los corintios que, así como los judíos se aseguraron de quitar la levadura de sus casas la noche previa a la llegada del ángel destructor, así los corintios debieran mover aquellos pecados notorios que estaban corrompiendo la vida de la iglesia.

“Así que celebremos la fiesta”. Pero el énfasis de esta celebración no es de acuerdo con la manera cómo Israel lo celebraba. Porque si bien los judíos sacrifican el “cordero pascual”, recordando la noche previa a su libertad, los creyentes ahora la celebramos con el real significado, porque aquellos corderos constantemente sacrificados eran una sombra de lo porvenir. Ahora sabemos que Cristo es el Cordero de la Nueva Pascua.

Cuando Pablo habla de Cristo como nuestro “cordero pascual” revela un mundo de teología en tan solo una breve oración. Como judío conocedor de esta fiesta de Israel, Pablo no tuvo mucho problema en conectar la muerte de Cristo en la cruz con la figura del cordero pascual el día anterior a la fiesta de la pascua. La señal de la sangre en el dintel de las casas (cf Éxodo 12:7) fue de inmediato asociado con la sangre de la cruz como señal de ser libre del “ángel destructor”.

“No con la vieja levadura”. Por supuesto que Pablo no está exigiéndole a la iglesia de Corinto que celebre la pascua judía, eso anularía el sacrifico de Cristo. Su tema es la celebración gozosa (esto es el sentido de la fiesta) de saber que hemos sido limpiados de nuestros pecados. La idea es celebrar nuestra libertad en Cristo Jesús, ocupándonos de nuestra propia salvación (Filipenses 2:12) y consagrándonos a hacer su voluntad (Romanos 12:1, 2; 1 Pedro 2:5).

“Ni con la levadura de malicia y de maldad”. ¿Por qué Pablo introduce esta oración negativa? Las palabras malicia y maldad es otra manera para explicar la expresión anterior de vieja levadura, la cual sirve para describir la antigua naturaleza pecaminosa. La vida vieja se caracteriza por una vida llena de vicios de mala voluntad y de maldad. La palabra “maldad” usada por Pablo es una referencia a las actividades comandadas por el diablo.

“Sino con panes sin levadura, de sinceridad y de verdad.” Esta sería la declaración positiva de toda esta oración. Es un llamado a celebrar la fiesta con el pan no leudado de sinceridad y verdad. Pablo como todo un maestro de la Palabra usa en esta parte un lenguaje metafórico. El “pan no leudado”, se refiere a que no sea impregnado de maldad. El “pan nuevo” del que deben alimentarse los corintios debe ser de “sinceridad”, que es contrario a la expresión “malicia”.

Ahora nosotros tenemos mayores razones para seguir celebrando la fiesta, no la pascua judía, pero si la pascua cristiana, porque el Cordero de Dios fue sacrificado una vez y para siempre.

Quitando la perversión de la casa del Señor

“Os he escrito por carta, que no os juntéis con los fornicarios; no absolutamente con los fornicarios de este mundo, o con los avaros, o con los ladrones, o con los idólatras; pues en tal caso os sería necesario salir del mundo. Más bien os escribí que no os juntéis con ninguno que, llamándose hermano, fuere fornicario, o avaro, o idólatra, o maldiciente, o borracho, o ladrón; con el tal ni aun comáis. Porque ¿qué razón tendría yo para juzgar a los que están fuera? ¿No juzgáis vosotros a los que están dentro? Porque a los que están fuera, Dios juzgará. Quitad, pues, a ese perverso de entre vosotros.” (1 Corintios 5:9-13).

Pablo cierra este capítulo poniendo punto final al tema de la fornicación que había llevado a algunos hasta envanecerse, porque en lugar de haberlo tratado con firmeza había una tolerancia explicita. Por esta razón el apóstol da ahora su veredicto sobre el caso y la recomendación en forma imperativa de no consentir más ese grotesco pecado en medio de ellos.

“Os he escrito por carta, que no os juntéis con los fornicarios”. Esta oración sugiere una primera carta enviada por Pablo que al parecer se extravió. En ella ya el apóstol abordaba este problema del cual hace referencia otra vez. Su recomendación era para evitar la comunión con tales personas debido a la condición de ellos, no por un simple menosprecio, si no por el consentimiento de la iglesia con ese pecado, y con quien lo practicaba como si esto fuera normal.

Ahora bien, la recomendación de no juntarse con esta gente hace la salvedad de quiénes son y dónde viven. Su observación no es para separarse de aquellos del mundo que viven en esta condición, entre los cuales también están los avaros, ladrones e idólatras. Nuestra misión con los tales es la de alcanzarlos para Cristo de modo que abandonen tales prácticas.

“Más bien os escribí que no os juntéis con ninguno que, llamándose hermano…”. Ahora Pablo aclara su punto. Su recomendación es para evitar la comunión con algún hermano que no solo anda con fornicarios, sino también con los avaros, los idólatras, los maldicientes, los borrachos, los ladrones. Para un nuevo creyente, esta tendencia todavía en la vida cristiana pudiera ser una sorpresa, pero la hubo y la hay todavía, de allí el consejo de Pablo: con los tales ni aun comáis.

“Porque ¿qué razón tendría yo para juzgar a los que están fuera?”. Con esto Pablo habla de juzgar a los de afuera, porque no andan como nosotros, pero dejamos de juzgar a los de adentro quienes al parecer persisten en tales condiciones espirituales. Nuestra tarea no es juzgar a los que no están en la iglesia, “porque a los que están fuera, Dios juzgará”. Nuestro trabajo es preservar la pureza de la iglesia y asegurar la salvación de los perdidos (1 Corintios 5:5).

“Quitad, pues, a ese perverso de entre vosotros”. Esto debe ser el trabajo final de la iglesia. En lugar de consentir este pecado dentro, la iglesia debe hacer una acción quirúrgica, quitando el tumor maligno porque enferma a todo el cuerpo de Cristo. Esto se conoce en el seno de la iglesia como la disciplina. La expulsión del perverso de la comunión de los santos, aunque sea dolorosa, al final ayuda a la iglesia y la persona misma, porque será una disciplina correctiva.

La iglesia no debe tolerar la perversidad en su seno, porque ella es una comunidad de santos.

Juzgando al hermano delante de los injustos

“¿Osa alguno de vosotros, cuando tiene algo contra otro, ir a juicio delante de los injustos, y no delante de los santos? ¿O no sabéis que los santos han de juzgar al mundo? Y si el mundo ha de ser juzgado por vosotros, ¿sois indignos de juzgar cosas muy pequeñas? ¿O no sabéis que hemos de juzgar a los ángeles? ¿Cuánto más las cosas de esta vida?” (1 Corintios 6:1-3).

Esta carta pareciera una especie de “código moral” donde el apóstol trata una variedad de temas por orden de llegada. La iglesia a los corintios, la que fue dotada con tantos dones espirituales y “enriquecida en todo”, se había convertido en receptora de innumerables problemas internos que al principio distaba de ser una iglesia cristiana y bíblica para ser un referente. Ahora Pablo, a través de seis preguntas, va a tratar otro escándalo del que eran conocedores los de afuera.

La primera pregunta tiene que ver con el hecho de ir a juicio ante los injustos en lugar de a los santos: ¿Osa alguno de vosotros, cuando tiene algo contra otro, ir a juicio delante de los injustos, y no delante de los santos? El magistrado civil de ese tiempo juzgaba los casos en el centro del mercado de la ciudad. De acuerdo con la cultura griega ellos encontraban entretenido un buen pleito legal, porque pronto se hacía del dominio público. Pues la iglesia del Señor estaba trayendo sus asuntos a estos jueces de la calle “y no delante de los santos”.

La segunda pregunta tenía que ver con un desconocimiento de la iglesia: “¿O no sabéis que los santos han de juzgar al mundo?”. El llamado de Pablo es para que los corintios fueran capaces de juzgar sus propios problemas debido a su futuro. En el reino venidero la iglesia se sentará junto con Jesucristo para juzgar al mundo. ¿No era esto una poderosa razón para no traer sus asuntos delante de los injustos? Este desconocimiento hace a la iglesia ignorante de su destino glorioso.

La otra pregunta tenía que ver con el no poder juzgar cosas pequeñas: ¿sois indignos de juzgar cosas muy pequeñas? Si la iglesia del Señor va a juzgar al mundo y aun a los ángeles, por qué no eran capaces de juzgar las cosas triviales de su vida interna. Con esta pregunta Pablo los confronta acerca de su falta de conocimiento, pero a su vez de su falta de sensatez. ¿No había entre ellos hermanos capaces de resolver esas disputas dadas en su seno?

La próxima pregunta tiene este recordatorio final: ¿cuánto más las cosas de esta vida? Dicho de otra manera, si ellos serán los jueces de los hombres injustos y de los ángeles caídos, ¿no podían lidiar con las cosas menos insignificantes de la vida?

Pablo condena la actitud de entablar demandas ante jueces mundanos. Siempre será un mal testimonio que la iglesia tenga que litigar sus asuntos con los de afuera, pudiéndolos resolver internamente.

Cuando una iglesia lleva sus asuntos ante jueces terrenales, menosprecia su carácter divino.
Las cosas de la iglesia deben ser tratadas en su seno

Si, pues, tenéis juicios sobre cosas de esta vida, ¿ponéis para juzgar a los que son de menor estima en la iglesia? Para avergonzaros lo digo. ¿Pues qué, no hay entre vosotros sabio, ni aun uno, que pueda juzgar entre sus hermanos, sino que el hermano con el hermano pleitea en juicio, y esto ante los incrédulos? (1 Corintios 6:4-6).

La situación presentada por Pablo en este texto nos indica lo que no debiera suceder en ninguna iglesia del Señor, porque su naturaleza es espiritual, y sus asuntos internos deben ser tratados solo en este contexto. Llevar delante de los jueces del mundo las querellas internas de la iglesia no solo es rebajar la autoridad concedida por Dios, sino permitir a otros dar su veredicto en temas que no son de su naturaleza. Es la iglesia la llamada a juzgar al mundo, no al revés.

“Si, pues, tenéis juicios sobre cosas de esta vida”. Esta oración ponía de manifiesto los graves problemas de la iglesia. No tenemos la lista de los casos que estaban llevando a la iglesia a pedir “ayuda” a los de afuera, pero era obvio la existencia de ellos sin resolverse. Por la manera cómo esto era tratado, bien se puede uno imaginar a la iglesia debatiendo sus asuntos de orden legal por cuanto la iglesia se sentía incompetente de solucionarlos.

¿Cuál es el sentido de la pregunta de Pablo respecto a poner a otros para tratar asuntos de menor estima en la iglesia? Que para sus disputas legales la iglesia estaba buscando a gente impía para dar su veredicto, en lugar de poner a personas respetadas de la misma iglesia para trabajar en esto. Por esta razón, la reputación de la congregación estaba siendo manchada cuando ellos acudían a las cortes paganas para resolver las diferencias que surgían en su fuero interno.

“Para avergonzaros lo digo”. Las palabras de Glen son apropiadas a lo dicho por Pablo: “[Los corintios modernos] son incapaces de enfrentar los problemas inmediatos en el hogar, la escuela, la iglesia y las comunidades, y siempre piden la ayuda de personas ajenas al asunto: abogados, psiquiatras, columnistas, y astrólogos—en realidad de cualquiera que esté dispuesto a escucharlos.” (Carleton A. Toppe, 1 Corintios, ed. Roland Cap Ehlke, Armin J. Panning, y G. Jerome Albrecht, La Biblia Popular (Milwaukee, WI: Editorial Northwestern, 1998), 58.

“¿Pues qué, no hay entre vosotros sabio, ni aun uno, que pueda juzgar entre sus hermanos…?” Pablo está cuestionando la falta de sabiduría de los corintios para resolver sus problemas internos, aunque previamente se sentían orgullosos de tener tal “sabiduría” (1 Corintios 1:18-31). Pablo les restriega en su propia cara el hecho de no haber ni siquiera un hombre sabio entre ellos para juzgar sus disputas, dejando a los incrédulos la decisión tomar parte en la vida de la iglesia.

Cuando el suegro de Moisés vio lo que éste hacia con el pueblo, juzgando sus asuntos, le recomendó poner a hombres sabios para ayudarle en esa tarea. Moisés aceptó el consejo y nombró entre a ellos a tales hombres. La iglesia a los corintios no valoraba a sus propios líderes, quienes eran los responsables de resolver los asuntos que ameritan un tratamiento espiritual.

No son los jueces de afuera, sino los hombres sabios de la iglesia los encargados de sus asuntos.

Sufriendo el agravio

“Así que, por cierto es ya una falta en vosotros que tengáis pleitos entre vosotros mismos. ¿Por qué no sufrís más bien el agravio? ¿Por qué no sufrís más bien el ser defraudados? Pero vosotros cometéis el agravio, y defraudáis, y esto a los hermanos” (1 Corintios 6:7-8).

Alguien dijo que los corintios eran como los americanos modernos: adictos a sus propios “derechos.” Pero ese acto de aferrarse a sus derechos de esta manera, casi intransigente, había demostrado sus propias fallas. Pablo les ha hablado de esto cuando no han sido lo suficientemente sabios para tratar entre ellos sus asuntos, llevándolos las cortes humanas.

“Así que, por cierto es ya una falta en vosotros que tengáis pleitos…”. Se supone que los pleitos debieran darse entre aquellos donde no hay paz, los no cristianos. Pero esto era la realidad entre los corintios. La pregunta entonces sería: ¿Qué clase de persona es aquel que no tolera ni perdona? Cuando un “cristiano” expresa públicamente su enojo y hostilidad en los juzgados públicos, hace a los incrédulos aborrecer al cristianismo por ser esto un mal testimonio.

“¿Por qué no sufrís más bien el agravio?”. Esta pregunta plantea lo normal que debiera ser tratar los asuntos internos de una iglesia, donde impera el juicio sabio y la reconciliación antes de que una persona lleve a otra a la corte. “Sufrir el agravio” es enfrentar hasta el final la situación con alguna salida favorable, antes de poner en manos de pecadores lo que debe ser resuelto en las manos de los santos. Simplemente es vergonzoso exponer a la iglesia al escarnio público.

“¿Por qué no sufrís más bien el ser defraudados?”. Esta pregunta es una continuación de la anterior. Sufrir el agravio y ser defraudados es mejor que exponerse al juicio y veredicto de las leyes terrenales. Pablo de una manera sutil les está recordando las palabras de Jesús: «Si alguien te pone pleito para quitarte la capa, déjale también la camisa» (Mateo 5:40). El consejo de Pablo es para que no se aferren a sus posesiones, porque todas ellas son temporales.

“Pero vosotros cometéis el agravio…”. Lo de los corintios era algo grave. La falta de humildad entre sus líderes había mudado el escándalo interno con notoriedad entre los de afuera. Habían cometido el agravio y el defraude con un espíritu contencioso rompiendo con esto la comunión cristiana. De esto sale la pregunta: ¿Cómo puede un cristiano seguir llamando hermano a otro después de haberlo herido en todos los niveles con una demanda?

No hay peor cosa para una iglesia que entre los hermanos haya una falta de amor, y se permita al odio romper con la comunión cristiana. Cuando los creyentes se atacan unos a otros, la unidad del cuerpo se resquebraja y la iglesia deja de ser luz y sal para este mundo. Nos conviene siempre ventilar todos nuestros asuntos adentro, usando la sabiduría y la dirección de Dios.

Es preferible sufrir el agravio entre nosotros que ser avergonzados en un litigio público.
Los que no heredarán el reino de los cielos

“¿No sabéis que los injustos no heredarán el reino de Dios? No erréis; ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los que se echan con varones, ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los maldicientes, ni los estafadores, heredarán el reino de Dios.” (1 Corintios 6:9-10).

Pablo ha venido tratando la manera cómo los corintios han expuesto ante las autoridades de afuera sus problemas en lugar de resolverlos internamente. Para tales efectos ahora introduce el presente tema como para hacerles ver que aquellos a los cuales acuden para resolver sus diferencias forman parte de una lista de señalados quienes no heredaran el reino de los cielos.

“¿No sabéis que los injustos no heredarán el reino de Dios? Con la presente pregunta, Pablo le hace ver a los corintios de los hechos básicos del reino de Dios y quiénes son sus verdaderos herederos. Según la presente lista no serán los impíos, cuya inmoralidad sexual y otros pecados, quedan descalificados. La referencia es a los que voluntariamente siguen en sus pecados y se glorían de ellos. Y dentro de estos “injustos” hay una larga lista que debe ser considerada.

“No erréis…”. Ciertamente los corintios estaban equivocados (errados) con respecto al tema de la salvación y el reino de Dios. Es un hecho que al reino de Dios no entran los pecados descritos en este texto, de allí el continuo llamado al arrepentimiento. Los primeros en esa lista son los pecados sexuales: “los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los que se echan con varones…”. La sociedad en Corintos había hecho un culto de tales pecados.

Cuando Pablo habla de la homosexualidad no estaba refiriéndose a una cultura “homofóbica”. Pero la homosexualidad durante ese tiempo era tan desenfrenada como la de hoy. Se dice que catorce de los primeros quince emperadores romanos fueron bisexuales u homosexuales. Nerón, el emperador cuando Pablo vivió, había tomado un a un chico llamado Esporo y lo había castrado. Se dice que después se casó con él en una ceremonia completa. Los corintios estaban rodeados de una cultura contaminada con todo tipo de pecados sexuales, llamados “sodomía”.

Pero no solamente esos pecados cerraban la puerta al reino de los cielos. Los otros, tales como: “los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los maldicientes, ni los estafadores…” eran igualmente culpables. Quienes practican tales pecados carecen de un genuino arrepentimiento, por lo tanto, no pueden pretender heredar el reino de Dios. Cristo murió por todos los que viven en esta condición, y él espera que todos procedan al arrepintiendo.

El reino de los cielos es un lugar libre de todos estos pecados. El creyente debe entender que su vida forma parte ahora de ese reino, de allí el llamado a no vivir en tales prácticas pecaminosas.

Para la reflexión: ¿Por qué los que viven en estos pecados no heredarán el reino de los cielos?

La vida anterior comparada con la nueva

“Y esto erais algunos; mas ya habéis sido lavados, ya habéis sido santificados, ya habéis sido justificados en el nombre del Señor Jesús, y por el Espíritu de nuestro Dios.” (1 Corintios 6:11).

La lista de los pecados enumerados por Pablo en los versículos anteriores contrasta enormemente con el presente texto. No sabemos si alguien en la iglesia practicaba algunos de estos vergonzosos pecados, pues serían una gran afrenta para el Señor. Pablo dice que esos pecados formaban parte de la vida vieja, cuyo fruto principal es el poseer una naturaleza santa; ese será el tema del cual Pablo se ocupará ahora.

“Y esto erais algunos…”. Esta cláusula sugiere un antes y un después. Hubo una condición previa de inmundicia debido a la vida pecaminosa, sin embargo, por la predicación del evangelio estos hermanos recibieron el don de la salvación, y ahora están limpios. Lo próximo a mencionar es una clara referencia a una vida totalmente cambiada. Nadie más fue un testigo cercano de la transformación de algunos de ellos como lo fue Pablo, de allí su valoración.

Pablo ahora revela los tres resultados que debieran seguir a quienes han conocido a Cristo como su salvador: lavados… santificados… justificados. Es un orden progresivo. La vida del creyente debe ser impactada con estos profundos cambios. La presencia del Espíritu Santo debe producir en su corazón tal limpieza donde el fruto de su nueva vida sea un indicador constante de lo que fue y lo que es ahora. No se espera menos de un creyente nacido de nuevo.

“Ya habéis sido lavados”. La acción de haber sido lavados y limpios de nuestros pecados fue por la misericordia de Dios de acuerdo con Tito 3:5. Delante de los ojos de Dios esa limpieza es total y completa. Cuando Dios perdona a un pecador arrepentido, borra completamente todo su prontuario de culpa. El verbo “lavados” aparece dos veces en el NT y su acción sigue en relacion directa con alguien que ha quedado limpio de los pecados antes de conocer a Cristo.

“Ya habéis sido santificados”. Esta acción es la de haber sido apartados, lejos del mundo, por medio de la obra de Jesús en la cruz de acuerdo con Hebreos 10:10, la acción de la Palabra de Dios según Juan 17:9, la fe en Jesucristo (Hechos 26:18) y sobre todo, por medio de la obra del Espíritu Santo de acuerdo con Romanos 15:16.

“Ya habéis sido justificados”. Además de haber sido lavado y santificado, el creyente ha sido declarado “justo” delante de la corte de Dios; no meramente “inocente,” sino declarado “justo” delante de él. Todo eso pareciera ser insólito comparado con lo que éramos antes, pero ha sido posible por la gracia de Dios a través de la obra de Jesús en la cruz y la acción directa “del Espíritu de nuestro Dios.”. He aquí la diferencia entre la vida vieja y la nueva.

Todo esto concuerda con el texto: “De modo que si alguno está en Cristo nueva criatura es”. Fuimos sacados de esa vida inmunda, para estar ahora lavados, santificados y justificados por Cristo.

Aunque todo nos es lícito, no todo conviene

“Todas las cosas me son lícitas, mas no todas convienen; todas las cosas me son lícitas, mas yo no me dejaré dominar de ninguna. Las viandas para el vientre, y el vientre para las viandas; pero tanto al uno como a las otras destruirá Dios. Pero el cuerpo no es para la fornicación, sino para el Señor, y el Señor para el cuerpo.” (1 Corintios 6:12-13).

Entre los pecados tratados por Pablo en la iglesia a los corintios, los sexuales parecían ser unos de los mayores, y con sonados escándalos. Ya el apóstol había abordado el caso del hermano viviendo una vida incestuosa con la mujer de su padre en el capítulo 5. Ahora vuelve a tratar el tema de la fornicación como si esto fuera una práctica común en medio de ellos. Este es el pecado que atentaba directamente contra el cuerpo, de allí la seriedad al confrontarlo.

“Todas las cosas me son lícitas, mas no todas convienen…”. He aquí una especie de “permisología” para hacer las cosas que queramos. Un argumento esgrimido para esto sería el de la libertad. Si estoy en libertad no debería dejar que nadie me ponga bajo esclavitud, y los legalistas están presto para hacerlo. ¿Pero será esto del todo cierto? Es cierto que algunas cosas me son permitidas, pero la prueba que ellas deben pasar es si tales cosas me convienen.

“Todas las cosas me son lícitas, mas yo no me dejaré dominar de ninguna.” Al parecer esto era como un lema en los tiempos de Pablo, introducidos por algunos “libertinos”, pero el apóstol presenta la advertencia de no usar esto como excusa para promover su propia versión de la libertad cristiana. El creyente sabe que su libertad en Cristo debe estar gobernada por el dominio propio. De esta manera, cada cosa permitida debe pasar por el crisol de la templanza.

“Las viandas para el vientre, y el vientre para las viandas”. Otra versión dice: “La comida se hizo para el estómago, y el estómago, para la comida” (NTV). Al parecer los cristianos en Corinto estaban usando este dicho para justificar las apetencias de sus cuerpos de manera que, si este quería comida o sexo, debería satisfacerlo. Pero el creyente no puede darse esta licencia, porque tanto “uno como a las otras destruirá Dios”. Dios es celoso con el cuerpo del creyente.

“Pero el cuerpo no es para la fornicación, sino para el Señor, y el Señor para el cuerpo.”. Esta es la conclusión de Pablo. Ciertamente pudiera haber cosas permitidas al cuerpo, pero Dios lo hizo para él, y la fornicación atenta contra ese derecho. La intención original de Dios al hacer nuestro cuerpo fue para usos santos. En esta misma carta, en el capítulo 7, Pablo nos dirá que el cuerpo es “templo del Espíritu Santo”, y quien fornica “contra su propio cuerpo peca”.

El cristianismo tuvo la misión de reivindicar al cuerpo. Los griegos lo consideran corrupto, por lo tanto, podía ser entregado a todo tipo de bajeza, sin embargo, cuando Cristo vino lo elevó a la categoría ser un “templo del Señor” y no templo del pecado para la fornicación.

Si bien todo me es lícito para algún goce temporal, como creyentes sabemos que hay una satisfacción eterna, la vida más allá del sol, y hacia ella vamos, usando nuestro cuerpo para glorificar al Señor, ejerciendo el dominio propio para mantenerlo en santidad.

Pero el que se une al Señor, es un espíritu con él.

“Y así como Dios levantó al Señor, también nos levantará a nosotros con su poder. ¿Acaso no saben ustedes que sus cuerpos son miembros de Cristo? ¿Voy entonces a tomar los miembros de Cristo para hacerlos miembros de una prostituta? ¡De ninguna manera! ¿Acaso no saben que el que se une con una prostituta se hace un solo cuerpo con ella? La Escritura dice: «Los dos serán un solo ser». Pero el que se une al Señor, es un espíritu con él.” (1 Corintios 6:14-17).

El tema de la fornicación era tan serio en la iglesia de los corintios que Pablo le dedicó dos capítulos. El informe recibido de la familia Cloé revelaba un escándalo de varios pecados sexuales, y al parecer eran del consentimiento de muchos. Pero la manera tan contundente como Pablo trata el problema pone de manifiesto la no tolerancia de esto en la iglesia. Para él, el cuerpo del creyente era miembro de Cristo, por lo tanto, debería ser santo.

“Y así como Dios levantó al Señor, también nos levantará a nosotros con su poder”. La aparición de este texto pareciera no tener relación con el tema tratado por Pablo. ¿Cómo se aplica esto? La idea es que, así como Dios destruye la comida y el estómago, también restaurará nuestro cuerpo el día de la resurrección, de la misma manera cómo lo hizo con Cristo. Alguien lo expresó de esta manera: “Sin embargo, nuestros cuerpos mismos – en su carácter moral, con respecto a conducta sexual – serán levantados por el Señor en la resurrección”.

“¿Acaso no saben ustedes que sus cuerpos son miembros de Cristo?” Esta pregunta retórica espera una respuesta positiva. La ignorancia de esto estaba llevando a los corintios a hacer del pecado de la fornicación una “norma de vida”, sin saber los planes de Dios al haberlo creado. Nuestros cuerpos son miembros de Cristo. Con esto se afirma la misma verdad del texto anterior: “el cuerpo es para el Señor, y el Señor es para el cuerpo” v. 13.

“¿Voy entonces a tomar los miembros de Cristo para hacerlos miembros de una prostituta?”. Con esta pregunta Pablo nos deja ver que algunos miembros de la iglesia seguían con esta práctica inmoral, sobre todo porque en Corintios había una especie de “culto” al sexo. Por tal razón, la respuesta de Pablo a esta pregunta es “¡De ninguna manera!”. Si mi cuerpo es de Cristo, es a él a quien debo agradar, no a mí mismo, uniendo lo santo con lo profano.

“¿Acaso no saben que el que se une con una prostituta se hace un solo cuerpo con ella?” Esta otra pregunta de Pablo nos lleva al momento cuando Dios creo al hombre y a la mujer. El propósito divino de ser “una sola carne” (Génesis 2:29) sigue siendo el mismo. De manera pues, que al momento de tener una relación fuera del matrimonio ese principio divino se cumple, pero no con la esposa, la persona llamada para llenar con ese mandado divino.

“Pero el que se une al Señor, es un espíritu con él”. ¡Qué contundente llamado hace Pablo en este pasaje para regresar a la comunión con el Señor! Una relación sexual ilícita trae comunión con la carne; sin embargo, la unión con Cristo nos hace “un espíritu con él”, y de acuerdo con el contexto de este pasaje, una relación íntima con nuestras esposas en el concepto de la santidad nos une también al Señor, por cuanto estamos de igual manera unidos a Cristo.

Dios nos llama a vivir una unión santa con él, pero la fornicación nos aleja de su comunión.

Glorificando a Dios a través de nuestro cuerpo

“Huid de la fornicación. Cualquier otro pecado que el hombre cometa, está fuera del cuerpo; mas el que fornica, contra su propio cuerpo peca. ¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros? Porque habéis sido comprados por precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios” (1 Corintios 6:18-20).

Pablo finaliza con este texto el tema de la fornicación. Tan grave fue este asunto que le ocupó dos capítulos para dar su consejo y el tratamiento con quienes practicaban semejante desviación. El apóstol además de hablar de la fornicación como el pecado que atenta contra el cuerpo mismo, en esta última parte nos revelará que la persona más ofendida al cometer esta inmoralidad sexual es Dios mismo, porque él hizo al sexo para ser usado en la intimidad santa del matrimonio.

“Huid de la fornicación”. He aquí la mejor salida contra este pecado. El mandamiento de Pablo no es para ser valientes y resistir la pasión de la fornicación, sino para que salgamos corriendo de su misma presencia. Quien cae en este ofensivo pecado es porque ignora su poder lujurioso, y al creerse firme, “probándose” a sí mismo, termina atrapado en semejante vileza. La orden es huir porque “hay muerte en esa olla” (2 Reyes 4:40).

¿Cuál es la razón de este imperativo bíblico? Que los demás pecados cometidos están fuera del cuerpo, pero “el que fornica, contra su propio cuerpo peca”. Lo dicho por Pablo no pone a la fornicación como el peor de todos los pecados, sino que éste, en particular, tiene un efecto único en el cuerpo, porque va más allá de su forma física, afectando también su vida moral, emocional y espiritual. El cuerpo queda totalmente atrapado al cometer este pecado.

Y es aquí donde Pablo pone la razón más poderosa cuando nos pide huir de la fornicación, a través de una pregunta por demás reveladora: “¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo…?”. Los hermanos de Corinto aparentaban cierta sabiduría, pero frente a este pecado eran ignorantes. Con esta última pregunta retórica Pablo les recuerda a ellos que sus cuerpos son sagrados, y han sido escogidos para ser morada del Espíritu Santo.

Al ser nuestro cuerpo habitación del Espíritu Santo, él llega a ser su Dueño, y ejerce sobre él su señorío. Pablo reafirma esto en la misma pregunta: “¿…el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros?”. Al estudiar todo esto descubrimos a la Trinidad trabajando en nuestro cuerpo: Somos miembros de Cristo, templo del Espíritu Santo, y el cual tenemos de Dios porque lo creo. Y por esta triple pertenencia, el cuerpo debe ser un lugar santo.

Al final Pablo nos deja este principio. Si nuestros cuerpos pertenecen al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, no tenemos derecho de entregarlos a la inmoralidad sexual, sino que nuestro deber sagrado es “glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo”, no gratificándolo con sus pasiones y deseos, porque los tales “son de Dios”. Desde el momento que conocemos a Cristo, ya nuestros cuerpos no nos pertenecen.

La mejor manera de glorificar a Dios con nuestros cuerpos es muriendo a sus pasiones terrenales.

Pero a causa de la fornicación…

“En cuanto a las cosas de que me escribisteis, bueno le sería al hombre no tocar mujer; pero a causa de las fornicaciones, cada uno tenga su propia mujer, y cada una tenga su propio marido” (1 Corintios 7:1-2).

Pablo dedicó dos capítulos (5 y 6) para hablar del pecado de la fornicación. Entre los tantos s asuntos de los que había sido informado en una carta, este fue uno de los problemas mayores. Y como si todavía faltara algo más, al comenzar este nuevo capítulo aparece nuevamente el tema, pero dentro de otra consideración como es el del celibato o el matrimonio.

“En cuanto a las cosas de que me escribisteis…”. El presente capítulo comienza una nueva sección donde Pablo trata con preguntas específicas hechas a él en una carta recibida por los cristianos corintios. Y entre estos nuevos temas aparecen el matrimonio, la separación, la virginidad y el celibato. En la carta se le pidió a Pablo consejos sobre algunos problemas matrimoniales de la iglesia. De allí el presente encabezamiento.

Pablo, advirtiendo los problemas dados en el matrimonio, introduce de inmediato esta consideración: “bueno le sería al hombre no tocar mujer”. La palabra “tocar” aquí es usada en el sentido de tener relaciones sexuales. Hay una discusión si esta frase la acuñó Pablo mismo o formaba parte de la carta recibida. A primera vista pareciera que Pablo recomienda el celibato, pero eso sería una contradicción con la palabra Dios: “no es bueno que el hombre este solo”.

Pero ¿qué significa esta frase? ¿Está afirmando Pablo que el celibato es mejor que el matrimonio? De ninguna manera, porque las personas quienes deciden vivir en este estado son por un don de Dios al cual Pablo mismo se refiere en este texto. Pablo está dando su opinión en base a la carta, y por lo que va a tratar de inmediato, el prefería el estado del celibato (el mismo era así), pero no todos los hombres eran llamados de esa manera.

“Pero a causa de las fornicaciones, cada uno tenga su propia mujer…”. Y es por el presente el peligro de la inmoralidad sexual, tan propio de aquella cultura y también la nuestra, que es legítimo y apropiado para el esposo y la esposa que ambos tengan una vida sexual en el seno del matrimonio. La inmoralidad sexual entre los corintios era notoria, pero Pablo da un paso a este tema para los promiscuos sexualmente hablando, llamando a tener su propia esposa.

“… y cada una tenga su propio marido”. Esta es la vía recomendada por Pablo para los que no eran ni célibes y para los libertinos quienes habían hecho de la fornicación una especie de estilo de vida. En este sentido Pablo defiende la santidad del matrimonio, no solo para evitar la fornicación, pero a su vez para darle seguimiento a lo que Dios estableció desde el principio.

El matrimonio sigue siendo la mejor expresión de amor entre un hombre y una mujer, quienes así viven saben que sus cuerpos se pertenecen, evitando de esta manera el pecado de la fornicación.

Cumpliendo con el deber conyugal en la pareja

“El marido cumpla con la mujer el deber conyugal, y asimismo la mujer con el marido. La mujer no tiene potestad sobre su propio cuerpo, sino el marido; ni tampoco tiene el marido potestad sobre su propio cuerpo, sino la mujer” (1 Corintios 7:3-4)

Pablo entró de lleno en este capítulo abordando el tema del matrimonio y también del celibato. Algunas de las preguntas formuladas en la carta planteaban este asunto. Al parecer las situaciones internas, entre las que aparecía el tema de la fornicación, ameritaban su palabra de autoridad y su sabio consejo para ayudar a la iglesia en ese momento.

“El marido cumpla con la mujer el deber conyugal, y asimismo la mujer con el marido”. Si bien Pablo recomendó al hombre “no tocar mujer”, ahora aconseja a los esposos y esposas a cumplir con su deber conyugal. No hacerlo es retener el afecto que ambos necesitan. Cuando Dios habló al principio de ser “una sola carne” se estaba refiriendo a esa relación íntima que debe vivirse en la pareja. Pablo lo llama el deber conyugal.

Pero esto va más allá de la relación sexual. Habrá momentos cuando esta intimidad no se da en la pareja, y no por esto debe el amor debe menguar entre ellos. La pareja debe mantener entre ellos el amor ágape, porque vendrán tiempos cuando el amor eros ya pasa a otro plano. En el matrimonio se hizo un pacto de amor total y es esta clase de amor lo que mantendrá a la pareja unida en cada época de sus vidas.

“La mujer no tiene potestad sobre su propio cuerpo…”. Cuánto debe chocar esta posición de Pablo contra los movimientos feministas que alzan su bandera de la “emancipación” de la mujer del hombre. El cuerpo de la mujer le pertenece a su esposo. Dios lo puso como autoridad y cabeza sobre ella. He aquí el orden establecido por Dios. No es un orden caprichoso ni “machista”. La misma mujer es la más favorecida cuando ella lo sigue y sabe que el dueño de su cuerpo es su esposo.

Pero también Pablo dice: “tampoco el marido tiene potestad sobre su propio cuerpo, sino la mujer”. Esto es lo que el comentarista John Albert Bengel denomina como la “elegante paradoja”. Ambos se pertenecen. Ambos se necesitan. Ambos son un complemento. Dios estableció de esa manera la relación entre un hombre y una mujer. Por esta razón Pablo ha dicho que el pecado de la fornicación rompe con el sagrado vínculo de la pertenencia mutua.

Solo los esposos son dueños de sus propios cuerpos, esa propiedad ni se vende ni se alquila.

No os neguéis el uno al otro…

“No os neguéis el uno al otro, a no ser por algún tiempo de mutuo consentimiento, para ocuparos sosegadamente en la oración; y volved a juntaros en uno, para que no os tiente Satanás a causa de vuestra incontinencia” (1 Corintios 7:5).

Desde mucho tiempo atrás las relaciones sexuales se vieron como algo pecaminoso, de allí la aparición de movimientos como los docetistas, o incluso el surgimiento de los monasterios. Los primeros propagaban la idea que cuerpo era un instrumento del mal, mientras que los otros se apartaban de todo vínculo que los comprometiera a mujeres, para “servir” a Dios. De esta manera, Pablo presenta su posición defendiendo el matrimonio.

“No os neguéis el uno al otro…”. Interesante que la palabra para negar es la misma que se usa para defraudar, de acuerdo con 1 Corintios 6:8. De esta manera, cuando se niega el afecto físico y la intimidad sexual entre la pareja, ambos se están engañando. Y aquí el mandamiento “no os neguéis”, que trata de la privación sexual en el matrimonio no solo habla de la frecuencia, sino también del romance. La relación sexual no es un acto mecánico, sino un tiempo de gozo mutuo.

“A no ser por algún tiempo de mutuo consentimiento…”. Pablo sigue tocando el tema de no abstenerse dejando a la pareja la idea de un acuerdo mutuo. Este es el significado del “mutuo consentimiento”. Aquí se habla de una sana comunicación entre la pareja, porque no es una decisión unilateral. Cuánta enseñanza hay en estas palabras. Cualquier tiempo de abstención en las relaciones sexuales debe ser considerado por los dos, pues lo contrario sería dar lugar al egoísmo.

¿Cuál debe ser la razón para una “separación momentánea?”. Pablo dice esto: “para ocuparos sosegadamente en la oración”. El planteamiento de Pablo es sumamente interesante. Por un lado, da por sentado la importancia de mantener viva la “llama del amor” al estar siempre juntos, pero a su vez introduce el tema de la oración como el gran escudo de protección para el mismo matrimonio.

El otro asunto importante de este mutuo consentimiento es para mostrar la igualdad de los sexos al momento de darse las relaciones sexuales. El asunto es que los dos deben estar convencidos de que este tiempo de “separación” es para beneficio de ambos. Sin embargo, esta abstinencia debe ser temporal, con un propósito exclusivamente espiritual, para dedicarse a la oración.

Pero una vez concluido ese tiempo, la pareja debe volver a juntarse el uno al otro ¿por qué razón? “para que no os tiente Satanás a causa de vuestra incontinencia”. Cuánta sabiduría hay en estas palabras de Pablo. Es aquí donde Satanás trabaja más para arruinar las relaciones de la pareja. Si los esposos no cumplen con el deber conyugal, dejan la puerta abierta para la tentación y con ello la caída. La oración sosegada en el paraje ayudará en esto.

Ninguno de los cónyuges debe negarse a disfrutar del don del sexo otorgado por Dios.

Cada uno tiene su propio don de Dios

“Mas esto digo por vía de concesión, no por mandamiento. Quisiera más bien que todos los hombres fuesen como yo; pero cada uno tiene su propio don de Dios, uno a la verdad de un modo, y otro de otro” (1 Corintios 7:6-7).

Todo este capítulo está dedicado al tema de vivir una vida célibe o una vida matrimonial, abordado en el contexto de los estragos que produce la fornicación. Para eso Pablo explica los regalos de Dios, conocidos como “dones”, al momento de tomar la decisión de vivir de acuerdo con esa gracia dada, sea para quedarse soltero o casarse.

“Mas esto digo por vía de concesión, no por mandamiento”. Esta declaración de Pablo debe seguirse en el contexto del no negarse el uno al otro. Con esta concesión Pablo tolera la abstinencia temporal en el matrimonio cuando hay la aprobación de ambos cónyuges. Para Pablo la norma seguirá siendo el matrimonio donde se honran los derechos de cada cónyuge. Esta decisión es solo para dedicarse a la oración, pero no es un mandamiento que debe ser usado con otro propósito.

“Quisiera más bien que todos los hombres fuesen como yo”. Si bien Pablo no estaba casado cuando escribió esta carta, hay indicios en sus escritos que él lo fue alguna vez. Pablo seguramente fue viudo, pero por causa del ministerio, Dios le dio un don especial para dedicarse mejor al ministerio. Los consejos dados con tanta autoridad acerca del matrimonio revelan su propia experiencia respecto a esto.

Sobre este particular sería bueno citar la opinión de dos autores: “Para que alguien fuese ordenado rabino, la ley requería que el candidato fuese casado; si Pablo era ordenado, entonces estuvo casado” (Eduardo Arens, «Was St. Paul Married?» BibToday 66 (1973): 1191); y el Talmud judío afirmaba: “Los rabinos enseñaban que todos los judíos debían casarse para procrear” (Talmud, Yebamoth 63a; Kiddushin 29b).

“Pero cada uno tiene su propio don de Dios”. En este tema Pablo sabía que la soltería era buena para él, sin embargo, no se la impone a nadie. En su caso, Pablo reconoce que tanto la soltería como el estar casado es un don de Dios. Cada estado es un don de Dios, por lo tanto, ni la soltería ni el estar casado es más importante que el otro.

“Uno a la verdad de un modo, y otro de otro”. La religión cualquiera que sea hace mucho daño cuando trata de imponer la carga del celibato a los hombres, si ellos no tienen este don. De acuerdo con la Palabra no todos poseen este don, porque cada uno recibe ese don según el Espíritu lo reparte. Cualquiera, pues, sea el estado en que se viva, no debe ser una carga, sino una bendición. Con todo esto Pablo reconoce que, si bien algunos nacieron para el matrimonio, y otros para un estado de soltería, ¡nadie nació para entregar su cuerpo a la inmoralidad sexual!

En resumen, el casado debe vivir fielmente a su esposa, y el soltero debe vivir su condición feliz, sirviendo al Señor. Ambos estados son dones espirituales y esa será la única manera de vivirlos.

El don de la soltería

“Digo, pues, a los solteros y a las viudas, que bueno les fuera quedarse como yo; pero si no tienen don de continencia, cásense, pues mejor es casarse que estarse quemando” (1 Corintios 7:8-9).

En nuestra entrega anterior hablamos de la soltería de Pablo por razones del ministerio. También dijimos que seguramente Pablo fue un hombre casado en alguna parte de su vida. Después Dios lo llama al ministerio, y le da el don del celibato para poder cumplir con la tarea asignada por el Señor y ser un instrumento escogido “para llevar mi nombre en presencia de los gentiles, y de reyes, y de los hijos de Israel” (Hechos 9:15).

“Digo, pues, a los solteros y a las viudas…”. La recomendación de Pablo para los solteros y las viudas era el de permanecer en la misma condición con la que él decidió vivir. Este apóstol soltero veía con buenos ojos permanecer en este estado, de allí su recomendación: “bueno les fuera quedarse como yo”. Para Pablo, la soltería tenía muchas ventajas.

Por un lado, cuando él se pone como ejemplo, no habla como si fuera un asceta que se gloría en el celibato y menosprecia al matrimonio. Si así fuera se contradijera, porque él habla con mucha elocuencia de la intimidad de la sexualidad y el matrimonio. Por esta razón más bien anima a casarse, pues ve en el matrimonio a Dios llenando las necesidades de los hombres.

Sin embargo, para Pablo, el quedarse soltero solo era posible si la persona tenía el don de continencia. Si el tal no tenía esta gracia del cielo, su recomendación directa era: “pero si no tienen el don de continencia, cásense”. He aquí un consejo sensato. Por cuanto no todos tienen el dominio propio, como un don del Espíritu, la solución es optar por casarse. El matrimonio es una vía de escape frente a la presión constante que produce el no tener el don de continencia.

¿Y por qué fue tan importante esta recomendación paulina? Porque “mejor es casarse que estarse quemando”. Algunos rabinos y eruditos desde el tercer siglo, hasta la fecha, han interpretado este texto como una referencia al infierno. Bajo una interpretación forzada, ven en este verbo el justo castigo de Dios sobre los pecadores violadores de las normas morales. Pero Pablo habla de estarse quemando de deseo sexual, por la falta de incontinencia; esa sería la explicación del texto.

Dios vio al principio que el hombre estaba solo, por eso le hizo una ayuda idónea. Pero también vio que la soltería era buena, como un don usado para Su servicio. Ambos estados son reconocidos y bendecidos por Dios.

El mandamiento del Señor

“Pero a los que están unidos en matrimonio, mando, no yo, sino el Señor: Que la mujer no se separe del marido; y si se separa, quédese sin casar, o reconcíliese con su marido; y que el marido no abandone a su mujer” (1 Corintios 7:10-11).

No tenemos ida de cuántos temas le pidieron a Pablo para dar su respuesta, pero en este capítulo, lo relacionado al matrimonio, la soltería y la fornicación, fueron los temas de mayor relevancia. En algunos de ellos Pablo ha dado su parecer como apóstol, porque Jesucristo no dijo nada sobre ese particular, pero en el asunto del matrimonio, Pablo deja a Jesús y su autorizado consejo, porque ya él había dado su parecer cuando estuvo entre los hombres.

“Pero a los que están unidos en matrimonio…”. Pablo ha hablado ampliamente del estado del celibato, considerándolo como un don de Dios. Pero eso no significaba que Pablo estaba en desacuerdo con matrimonio, al contrario, él era su gran defensor. Él sabía que, si alguien no tenía el don de continencia, debería casarse. Y sobre esto ya el Señor había legislado con anticipación.

Pablo a dar un mandamiento acerca del matrimonio, pero no es suyo, sino del Señor, de allí la oración “mando, no yo, sino el Señor”. ¿Y cuál era ese mandamiento ya citado por el Señor? “Que la mujer no se separe del marido”. La respuesta del apóstol vino porque algunos creyentes en corintios pensaban si sería más espiritual estar soltero, rompiendo con los matrimonios existentes para una mayor santidad. Y sobre este supuesto negado Pablo da un contundente ¡no!

Y el mandamiento del Señor, además de prohibir la separación de la mujer del hombre, también hablaba de quedarse solo o reconciliarse otra vez. Con esto Jesucristo protegió al matrimonio del divorcio, tan común en su tiempo. Frente al planteamiento de los fariseos acerca de este tema, su punto fue muy claro: “al principio de la creación, varón y hembra los hizo Dios” (Marcos 10:6). Categóricamente Cristo dijo: “lo que Dios juntó, no lo separe el hombre” (Marcos 10:9).

“Y que el marido no abandone a su mujer”. Pablo aplica el mismo principio a los esposos como a las esposas, con la distinción que podría habría separación aun honrando el pacto del matrimonio y un posible abandono. Pero Jesús dijo que la única excepción para un divorcio seria por inmoralidad sexual de acuerdo con Mateo 19:3-9. El marido ha sido llamado para amar, cuidar y respetar a su esposa. Nunca fue el divorcio una alternativa divina.

Ciertamente hay diferentes razones que llevan a un divorcio, pero Jesucristo dijo que todas ellas eran por la dureza del corazón. Antes de darse un divorcio debiera sensibilizarse al corazón.

Para la reflexión: ¿Por qué Jesús ordenó a la esposa y el esposo a no se pararse, y si esto sucedía a quedarse sin casar o reconciliarse? ¿Por qué Jesús no estuvo de acuerdo con el divorcio?

Viviendo con un incrédulo

“Y a los demás yo digo, no el Señor: Si algún hermano tiene mujer que no sea creyente, y ella consiente en vivir con él, no la abandone. Y si una mujer tiene marido que no sea creyente, y él consiente en vivir con ella, no lo abandone. Porque el marido incrédulo es santificado en la mujer, y la mujer incrédula en el marido; pues de otra manera vuestros hijos serían inmundos, mientras que ahora son santos” (1 Corintios 7:12-14).

Pablo sigue respondiendo la larga lista de preguntas hechas en la carta respecto a los asuntos matrimoniales. Con este nuevo tema, ya serían unos cuatro tratados por orden de llegada, pero en el mismo contexto, tales como el celibato, casarse, divorciarse y ahora si el creyente debe vivir o no con una persona incrédula. He aquí las recomendaciones del apóstol.

“Si algún hermano tiene mujer que no sea creyente…”. Pablo vuelve a usar su autoridad como apóstol para dar su opinión respecto a un creyente viviendo con un incrédulo. Sobre este particular el Señor no había dado ningún mandamiento, sin embargo, lo dicho por Pablo es tan válido como si el Señor mismo la hubiera dado. La unión de creyentes con los incrédulos fue muy notoria al comienzo del evangelio en muchos hermanos en la iglesia de corintios.

“Y ella consiente en vivir con él, no la abandone… y él consiente en vivir con ella, no lo abandone”. Esta declaración presentaba el peligro para algunas parejas al pensar que serían más espirituales si se divorciaban de acuerdo con los versículos 10-11. Pero Pablo no abre esa posibilidad, sino recomienda el no abandono en ninguno de los casos, si ambos están conscientes en seguir viviendo. La idea del divorcio nunca fue recomendada en la Biblia.

“Porque el marido incrédulo es santificado en la mujer…”. He aquí la razón al no abandono, aplicado tanto al marido incrédulo como a la mujer. Los matrimonios mixtos fueron comunes en esas culturas greco-romanas, de allí lo normal de este tipo de unión. Pero si la pareja decidía vivir junta, aun en ese estado, Dios podía ser glorificado en tal matrimonio, y hacer una obra a través del esposo (a) creyente de atraer al cónyuge no creyente a Jesucristo.

“Hijos inmundos o hijos santos”. La santidad de los padres se extiende hasta los hijos, en el sentido de su influencia, como sucede con un esposo o esposa incrédula. Cuando uno de los cónyuges es creyente, su vida llega a ser de tal bendición que los resultados pueden verse a la larga en la conversión de la familia a Cristo. Dios puede coronar la fidelidad del creyente en aquellos que no le conocen a través de las palabras y la conducta de un hombre o mujer cristiana.

El impacto de un testimonio cristiano puede llenar de luz a los que viven en tinieblas en la misma casa. La primera “iglesia” donde nuestros amados pueden conocer a Cristo puede ser el hogar.

A paz nos llamó el Señor

“Pero si el incrédulo se separa, sepárese; pues no está el hermano o la hermana sujeto a servidumbre en semejante caso, sino que a paz nos llamó Dios. Porque ¿qué sabes tú, oh mujer, si quizá harás salvo a tu marido? ¿O qué sabes tú, oh marido, si quizá harás salva a tu mujer?” (1 Corintios 7:15-16).

En todo este texto Pablo ha sido un fuerte defensor de la permanencia del matrimonio. De hecho, presentó el mandamiento de Jesús acerca del divorcio, y él mismo abogó por la no separación, aun viviendo con un no creyente. Sin embargo, ahora deja abierta la posibilidad de un rompimiento, sobre todo por la paz de ambos cónyuges.

“Pero si el incrédulo se separa, sepárese…”. Observamos en este caso que la iniciativa de la separación parte del incrédulo no del creyente. Con estas palabras Pablo llega a ser muy realista. Lo más probable sería que el cónyuge incrédulo rehusara apoyar la fe de su esposa, encontrándose con una atmósfera cristiana donde no encajaba, de allí la recomendación de dejarlo ir. Al hacerlo pierde la cobertura de estar santificado por su pareja creyente.

“Pues no está el hermano o la hermana sujeto a servidumbre en semejante caso…”. Si la iniciativa de separación la tomaba la pareja no creyente, la separación debería ser un hecho, ¿cuál sería la razón? Pues que el cristiano no está sujeto a servidumbre en el pacto del matrimonio. ¿Debe volverse a casar el creyente? Si bien el cónyuge creyente queda libre del pacto matrimonial, pensar en un nuevo matrimonio debiera ser un tema de importante consideración.

“Sino que a paz nos llamó Dios”. He aquí la consideración especial. La paz es el gran tema del Nuevo Testamento. Pablo anteriormente había exhortado a los corintios a no llevar sus pleitos a los tribunales, sino a arreglar sus diferencias pacíficamente (6:1–8). Ahora habla de la paz en el matrimonio, prohibiendo el divorcio y promoviendo la reconciliación. Cualquiera sea la situación vivida en una relación, la paz debe ser el bien común para lograr la armonía familiar.

“Porque ¿qué sabes tú, oh mujer, si quizá harás salvo a tu marido?”. Una vez más Pablo da un voto a la permanencia del matrimonio y sus beneficios. Aunque ya ha dado su consejo en una eventual separación, ahora vuelve con una gran esperanza, porque muchos cristianos casados con no creyentes se desaniman. El tema de Pablo es que, con fe y paciencia, ellos pueden pedir a Dios obrar en sus circunstancias presentes, por muy difíciles que sean, hasta ver el milagro de la conversión.

Este mismo principio se aplica al hombre creyente. La conducta sabia de una mujer creyente influencia determinantemente en la vida de su cónyuge incrédulo, hasta que llegue a conocer al Señor como su salvador. Los testimonios en este orden abundan. Hombres y mujeres piadosos han convertido a sus hogares en una fuente de salvación. La separación nunca fue idea de Dios.

La única recomendación para una separación es cuando la paz está en riesgo.

Cada uno como fue llamado, así se quede.

“Pero cada uno como el Señor le repartió, y como Dios llamó a cada uno, así haga; esto ordeno en todas las iglesias. ¿Fue llamado alguno siendo circunciso? Quédese circunciso. ¿Fue llamado alguno siendo incircunciso? No se circuncide. La circuncisión nada es, y la incircuncisión nada es, sino el guardar los mandamientos de Dios. Cada uno en el estado en que fue llamado, en él se quede” (1 Corintios 7:17-20).

Con este texto Pablo deja clara la posición de no imponer a los hermanos ninguna otra carga por el estado en que cada uno fue llamado. El principio fundamental revelado aquí es “vive como fuiste llamado”. Dios te usará donde estás ahora y nadie debe imponerte otra condición, porque eso no es el fin del evangelio. Cristo nos ha hecho libre y en ese estado debemos movernos.

“Y como Dios llamó a cada uno, así haga…”. Pablo afirma que el estado actual de los corintios fue repartido por Dios. Por tal razón, no importando cual sea la condición de ese llamado, seas casado, soltero, separado, viudo, re-casado, como sea, Dios puede obrar en tu vida. El énfasis de este texto no es que tú quieras caminar para el Señor cuando cambie tu estado, más bien camina para el Señor en el lugar donde estás ahora mismo. Sigue adelante según el Señor te ha llamado.

“Esto ordeno en todas las iglesias”. Aquí vemos a Pablo ejerciendo su autoridad apostólica. La regla recomendada para todos los creyentes era el de permanecer en el lugar en que el Señor los había colocado viviendo de en una forma digna de acuerdo con su llamado. En este sentido Pablo lo repite para que quede claro (vv. 20, 24). Es una regla elaborada para ser aplica a todas las iglesias (véase 4:17; 14:34; 16:1). En esto vemos a Pablo estableciendo su postura como apóstol.

“La circuncisión nada es, y la incircuncisión nada es…”. La circuncisión aquí es un simple ejemplo. Pablo dice que el estar circuncidado o incircunciso es irrelevante cuando se trata de servir a Dios; lo mismo sucede con el estado del matrimonial. Cuando Dios llama a una persona a la comunión con Cristo, se anulan las diferencias entre judíos y gentiles, porque ambos se unen para servir al Señor. Lo más importante ahora es “guardar los mandamientos de Dios”.

“Cada uno en el estado en que fue llamado, en él se quede”. Ya Pablo ha manifestado su regla para todas las iglesias (véase los verss. 17, 24), respecto a la manera en la que cada uno fue llamado. De esta manera, al subrayar sus palabras llamamiento y llamado, hace una relación con la obra del nuevo nacimiento producido por la Palabra y el Espíritu. El creyente debe permanecer en su nueva vida traída por el evangelio. ¡Nadie debe moverlo de tal estado!

Ninguna carga debe ser impuesta para aquellos que han sido llamado a vivir en su nuevo estado.

Comprados por precio de sangre

“¿Fuiste llamado siendo esclavo? No te dé cuidado; pero también, si puedes hacerte libre, procúralo más. Porque el que en el Señor fue llamado siendo esclavo, liberto es del Señor; asimismo el que fue llamado siendo libre, esclavo es de Cristo. Por precio fuisteis comprados; no os hagáis esclavos de los hombres. Cada uno, hermanos, en el estado en que fue llamado, así permanezca para con Dios” (1 Corintios 7:21-24).

La esclavitud fue una realidad durante el tiempo de Pablo, como también lo ha sido a través de la historia, un problema social que originó encarnecidas guerras por la emancipación, por ser una desigualdad de clases sociales, y objeto de abusos, sobre todo cuando los amos eran déspotas y tiranos. Pablo habla de esa condición, aunque ahora bajo una visión cristiana, pero siendo siempre una condición social no deseada para nadie.

“Pero también, si puedes hacerte libre, procúralo más”. Pablo ha venido haciendo varias preguntas respecto al estado en que cada creyente fue llamado, y si bien recomienda quedarse así, cuando habla de la esclavitud su anhelo es que el esclavo logre la libertad. La esclavitud nunca ha sido vista como una condición social justa, por eso la propuesta de Pablo de procurar cambiar ese estatus al estar ahora en el Señor.

Sobre este particular hay este comentario: “La iglesia de Corinto estaba compuesta de ricos, influyentes, de pobres y de esclavos. Todos eran partícipes de la gracia de Dios en Cristo. Como familia espiritual, los miembros se aceptaban unos a otros como hermanos y hermanas. Dentro de la iglesia las diferencias sociales y económicas no tenían ningún valor. Pero los cristianos que eran esclavos estaban muy conscientes de su falta de libertad. Necesitaban una palabra de aliento y exhortación” Simon J. Kistemaker, Comentario al Nuevo Testamento: 1 Corintios (Grand Rapids, MI: Libros Desafío, 1998), 257–258.

“Porque el que en el Señor fue llamado siendo esclavo, liberto es del Señor…”. Con esta visión Pablo le da otro sentido a la mentalidad de los esclavos de su tiempo, porque aún en su condición ellos podían agradar a Dios. Su mentalidad no debiera ser: “No puedo hacer nada para Dios ahora, pero seguramente podría si fuera libre.” Cualquiera sea la condición en la que el hombre fue llamado, queda libre para servir al Señor.

“Asimismo el que fue llamado siendo libre, esclavo es de Cristo”. Esta es la otra cara de este tema. El hombre libre, se convirtió en un esclavo espiritual al momento de aceptar a Cristo (Efesios 6:6). Ambos, tanto el hombre libre, como el esclavo son ahora esclavos de Cristo, y la recomendación de Pablo es a no temer cualquiera sea su estado, porque cuando conocemos a Cristo quedamos libres de esa esclavitud. ¡Bendita sea la esclavitud en Cristo!

“Por precio fuisteis comprados…”. Este es el corazón de todo lo que Pablo ha dicho. Hay una acción libertadora de Cristo para todos los esclavos del pecado. Los corintios fueron puestos en libertad de sus pecados con el precio de Su sangre. Por lo tanto, la demanda es a no volver a la esclavitud del pecado, del mundo y sus vanas filosofías, sino “en el estado en que fue llamado, así permanezca para con Dios”.

El precio de nuestra libertad ha tenido el alto costo de la sangre de Cristo.

Por causa de la necesidad que apremia

“En cuanto a las vírgenes no tengo mandamiento del Señor; mas doy mi parecer, como quien ha alcanzado misericordia del Señor para ser fiel. Tengo, pues, esto por bueno a causa de la necesidad que apremia; que hará bien el hombre en quedarse como está. ¿Estás ligado a mujer? No procures soltarte. ¿Estás libre de mujer? No procures casarte. Mas también si te casas, no pecas; y si la doncella se casa, no peca; pero los tales tendrán aflicción de la carne, y yo os la quisiera evitar.” (1 Corintios 7:25-28).

Cuando uno estudia todo este capítulo donde Pablo aborda el tema del matrimonio, el celibato y la fornicación, pronto descubre la razón de su postura: quedarse cómo está cada uno. Para Pablo no había tiempo que perder, y él sabía cómo los afanes de esta vida, entre los que aparecía el matrimonio, contribuía para eso. De allí su parecer acerca de los diferentes estados en que los hermanos de la iglesia se encontraban, especialmente los casados.

“En cuanto a las vírgenes no tengo mandamiento del Señor…”. Cuando Pablo habla de esta manera, no debemos pensar que sus palabras son menos inspiradas, como cuando habla de los mandamientos del Señor. Al hablar así, él está tratando con diferentes situaciones en la vida que difieren de persona a persona; sus planteamientos no los da por la vía de un mandamiento, sino por principios y consejos inspirados. He aquí su parecer respecto al tema de las vírgenes.

“Tengo, pues, esto por bueno a causa de la necesidad que apremia…”. Pablo era un hombre muy conocedor de su tiempo, y sabia de las necesidades apremiantes en las que vivían. Algunos piensan que Pablo está hablando de una terrible hambruna que vino por ese tiempo. De esta manera, y sabiendo de la misericordia que había alcanzado, además de su autoridad apostólica, recomienda al hombre quedarse en el mismo estado en el que están en ese momento.

“¿Estás ligado a mujer? No procures soltarte”. Una traducción más cercana a esto sería así: “Estás atado a una esposa, no busques desatarte. Si estás desatado de una esposa, no busques atarte”. Pablo enfatiza que los vínculos matrimoniales no se deben romper. Si bien había una crisis inminente, la pareja debería permanecer junta. Pero si la condición era la de soltería: “No procures casarte”. Los tiempos que divisaba Pablo no eran para casarse o para separarse.

“Mas también si te casas, no pecas; y si la doncella se casa, no peca…”. Esta es la conclusión de Pablo al hablar de este tema. Si bien él ha dado las razones para permanecer en el estado donde la persona se encontraba, “por la necesidad que apremia”, también sabe que no puede imponer a un hombre o a una mujer el casarse si así prefiere. Si una señorita siente que ella nació para casarse, y formar un hogar, ella debe sentirse libre de tomar esa decisión, y al tomarla “no peca”.

“Pero los tales tendrán aflicción de la carne, y yo os la quisiera evitar.” Si Pablo está pensando en una crisis de hambre que vendría sobre la iglesia, entonces tiene razones para recomendar el quedarse en el estado como estaban. Ahora Pablo habla como pastor, expresando su deseo de proteger a la congregación de los problemas venideros. Él no está en contra del matrimonio, pero sabe por el Espíritu de un problema inminente y prefiere disuadirlos de la idea de casarse.

La convicción de Pablo para defender su estado de soltería era para no tener obstáculo en la predicación de la Palabra, pero se debía también a los tiempos de tribulación que se avecinaban.

El tiempo es corto y la apariencia de este mundo pasa

“Pero esto digo, hermanos: que el tiempo es corto; resta, pues, que los que tienen esposa sean como si no la tuviesen; y los que lloran, como si no llorasen; y los que se alegran, como si no se alegrasen; y los que compran, como si no poseyesen; y los que disfrutan de este mundo, como si no lo disfrutasen; porque la apariencia de este mundo se pasa” (1 Corintios 7:29-31).

He aquí un texto muy revelador. Pablo era un hombre dominado por la pasión por Jesucristo y su evangelio. Para él la vida cristiana no era vista a la luz de lo que se acabaría pronto En todas estas declaraciones nos hace ver que, frente a lo fugaz del tiempo y a la apariencia de este mundo, los hombres debieran vivir bajo esa visión en lugar de estar pendientes de las cosas que solo nos dan satisfacción momentánea. Lo eterno no debiera ser gobernado por lo temporal.

“Pero esto digo, hermanos: que el tiempo es corto…”. Esta declaración no califica a Pablo como un falso profeta al creer que Cristo podía venir durante su tiempo. Más bien nos muestra la manera cómo debiéramos vivir los creyentes, como si Cristo en verdad viniera hoy. La idea del tiempo corto es la de estar listos no solo porque Jesús puede regresar en cualquier momento, sino porque eso nos mantiene en obediencia, con un corazón apasionado por Cristo.

El comentarista Trapp refiriéndose a “que el tiempo es corto” dijo: “La palabra griega para corto es sustello, ‘contraído y enrollado’, como los marineros solían decir, cuando la nave estaba quieta en el muelle.” Mientras que el comentarista Poole, dijo: “El tiempo es corto; enrollado, como velas cuando el navegante se acerca a su puerto. ¡El muelle está cerca, y las velas están acortadas! ¡Alisten la nave para el puerto!”.

“Resta, pues, que los que tienen esposa sean como si no la tuviesen…”. Con esto Pablo no está animando a descuidar los deberes conyugales, pero a su vez nos dice que frente a lo corto del tiempo, a no vivir como si nuestra familia fuera lo más importante. Más bien es un llamado a vivir con nuestros ojos puestos en la eternidad. Así, pues, la frase “como si no” es mencionada cinco veces, para referirse a aquello que no debiera consumirnos el tiempo.

De esta manera, Pablo exhorta a los corintios a mirar al matrimonio, la aflicción, el gozo, las posesiones, los negocios y el servicio, a la luz de un nuevo tiempo, el cual comenzó con la llegada del evangelio. El llamado es que aun teniendo todas esas cosas gratificantes, o dolorosas, es “como si no” las tuviéramos. El sentido de toda esta oración es para vivir como si tuviésemos que dejar este mundo en cualquier momento. Esa es la urgencia de este pasaje.

Este mundo tiene fecha de caducidad. No nos acostumbremos a vivir en lo que no será nuestro lugar permanente. Con el fin del mundo vendrá una nueva creación; vivamos para lo que viene.

Para la reflexión: ¿Por qué Pablo urgía a los corintios a vivir pensando que el tiempo era corto?

Acercarse sin impedimento al Señor

Quisiera, pues, que estuvieseis sin congoja. El soltero tiene cuidado de las cosas del Señor, de cómo agradar al Señor; pero el casado tiene cuidado de las cosas del mundo, de cómo agradar a su mujer. Hay asimismo diferencia entre la casada y la doncella. La doncella tiene cuidado de las cosas del Señor, para ser santa así en cuerpo como en espíritu; pero la casada tiene cuidado de las cosas del mundo, de cómo agradar a su marido. Esto lo digo para vuestro provecho; no para tenderos lazo, sino para lo honesto y decente, y para que sin impedimento os acerquéis al Señor (1 Corintios 7:32-35).

Pablo vuelve al tema de los solteros y casado, hablando de sus ventajas y sus desventajas. Como él sabía de los tiempos de persecución que vendrían, sería más fácil para un soltero enfrentar esos momentos, porque con una esposa e hijos la carga sería muy fuerte. Era más tolerable una tortura solo que con toda la familia. Esta pudo ser la razón de la posible defensa de Pablo de su propio estado en cual se había quedado sirviendo al Señor.

“Quisiera, pues, que estuvieseis sin congoja”. Otra traducción sería para que estén “libres de preocupaciones”, y eso se aplica para los solteros y los casados. En ambos estados el propósito es el agradar a sus amados; el soltero a su Señor, y el casado a su esposa. Pablo no ve en esto una falta, sino un sentido de prioridad. La meta del soltero es agradar a su Señor, y la del casado cuidar a su esposa, pero al final ambos sirven al Señor en obediencia de acuerdo con el tiempo.

“Hay asimismo diferencia entre la casada y la doncella”. Cuando Pablo aborda otra vez el tema de la soltería y el matrimonio, no establece un estado mejor que otro. Él no prohíbe el matrimonio, sino que lo pone en una perspectiva eterna. La virgen se esmera para agradar a su Señor en todo, especialmente en su vida apartada para él. La diferencia de los dos está en el tiempo y la prioridad al momento de servir al Señor.

“Esto lo digo para vuestro provecho…”. Pablo, al usar el pronombre vuestro se dirige a todos sus lectores, casados y solteros. Su preocupación era por el bienestar espiritual de todos los creyentes de la iglesia. Al hablar de esta manera lo hace como un pastor y consejero, cuya única intención es que los corintios sean mejores creyentes y estén preparados para lo que vendría.

La intención de Pablo no es calculadora o para algún beneficio personal. No era para ponerles lazo. Más bien era para que los corintios vivieran comprobando lo honesto y decente. Su meta final era para que todos ellos vivieran sin impedimento al Señor. He aquí el corazón de un auténtico pastor, sean en su estado de soltería o sea en su condición de casados.

Agradar al Señor es la meta final del creyente, independientemente de su condición.

La decisión de guardarse virgen

“Pero si alguno piensa que es impropio para su hija virgen que pase ya de edad, y es necesario que así sea, haga lo que quiera, no peca; que se case. Pero el que está firme en su corazón, sin tener necesidad, sino que es dueño de su propia voluntad, y ha resuelto en su corazón guardar a su hija virgen, bien hace. De manera que el que la da en casamiento hace bien, y el que no la da en casamiento hace mejor” (1 Corintios 7:36-38).

Este es el penúltimo texto donde Pablo habla del tema que ha sido recurrente en todo este capítulo: quedarse virgen o casarse. En las costumbres orientales el dar o no en matrimonio a una hija virgen, difieren mucho a las conocidas en el occidente, porque eran los padres quienes tenían la potestad, y hasta la decisión final en este asunto. Esa costumbre ya la comenzamos a ver cuando Abraham le buscó esposa a su hijo Isaac entre su propia familia.

“Pero si alguno piensa que es impropio para su hija virgen…”. Cuando uno lee en este tiempo un texto como este le parece extraño, porque estamos en presencia de un asunto totalmente cultural. Eran los padres quienes arreglaban con otra familia el matrimonio de su hija. Lo impropio aquí no tiene nada que ver con ningún tipo de conducta inmoral.

Este asunto era acerca de la decisión tomada por el padre, si su hija mayor de edad decide casarse. Si este fuera el caso, el padre podía dejarla casar, o bien podía decidir que se quedara virgen. En este caso, Pablo recomienda otra vez la soltería, porque tenía mucho valor para prestar un servicio al Señor sin impedimento. Eso era el único interés del apóstol en este tema tan recurrente en todo este capítulo. Pablo habla una y otra vez de esto por su propia condición.

La pregunta para hacer aquí sería, ¿debería un padre cristiano recomendar a su hija virgen “que pase ya de edad” el celibato, o casarse? Pues si esto fuera el caso, y el padre decidiera en virtud de la edad ofrecerla a alguien para casarse, “no peca; que se case”. Si no había ninguna situación que faltara al decoro, la recomendación era el matrimonio, porque no había el don del celibato.

“Pero el que está firme en su corazón, sin tener necesidad…”. Como no conocemos la situación que originó la pregunta formulada a Pablo, y desconocemos el asunto cultural, se hace difícil precisar este tipo de recomendación. Podemos pensar que la decisión de guardar a su hija virgen debió ser un consenso de ambas partes. Cuando fueron a buscar una esposa para Isaac, la familia le preguntó a Rebeca si ella quería ir, y la respuesta de la virgen fue ir y casarse con Isaac.

Someter a una hija a una virginidad perpetua, sin su consentimiento, sería una contradicción bíblica respecto a la libertad que tenemos en Cristo. Cualquiera que haya sido la costumbre de la familia, allí debió darse un acuerdo. Y esto es cónsono con las palabras finales de Pablo: “De manera que el que la da en casamiento hace bien, y el que no la da en casamiento hace mejor”. La elección de casarse o quedarse soltera según la visión de Pablo era bueno.

La decisión de permanecer soltero no es solo por castidad, sino para un mejor servicio al Señor.

La libertad para volverse a casar

“La mujer casada está ligada por la ley mientras su marido vive; pero si su marido muriere, libre es para casarse con quien quiera, con tal que sea en el Señor. Pero a mi juicio, más dichosa será si se quedare así; y pienso que también yo tengo el Espíritu de Dios” (1 Corintios 7:39-40).

Llegamos al final de este largo capítulo cuyo tema principal fue la soltería y el casamiento, así como la defensa del matrimonio frente al divorcio, donde el Señor ya había dado su veredicto. Pablo cierra todo su consejo recordándoles a las viudas que ellas podían volverse a casar. La ley establecía esta posibilidad, porque con la muerte del cónyuge la persona quedaba libre.

“La mujer casada está ligada por la ley mientras su marido vive…”. De acuerdo con lo que Pablo afirma, el lazo matrimonial es válido para la esposa hasta tanto el esposo viva. Con esto el apóstol reafirmó las palabras de Jesús cuando habló del matrimonio como un compromiso para toda la vida (véase el v. 10 y Mateo 19:6). Ninguna otra relación fue permitida a menos que la muerte sorprendiera a algunos de los cónyuges, con el cual se revocaba el pacto matrimonial.

“Con tal que sea en el Señor”. Cuando los pastores casamos a una pareja, y pronunciamos las palabras “hasta que la muerte los separe”, estamos afirmando las palabras de Pablo para quienes les toque vivir esta condición. Y si esto se da, y el creyente desea comenzar una nueva experiencia matrimonial, Pablo recomienda hacerlo en el Señor. ¿Por qué este consejo? Porque un cristiano tiene una forma de vida totalmente distinta a la de un incrédulo.

“Pero a mi juicio, más dichosa será si se quedare así…”. Definitivamente Pablo fue soltero sin complejo. Para él la soltería no era una carga pesada, sino su libertad para servir mejor al Señor. Por tal razón anima a la mujer viuda a quedarse en esa condición, y al hacerlo era “dichosa”. ¿Por qué Pablo diría esto? Pudo ser por la misma razón con la que él decidió estar solo, y en el caso de la viuda, evitarle nuevos problemas al entrar en otra relación con alguien desconocido.

“Y pienso que también yo tengo el Espíritu de Dios”. Pablo era un hombre humilde y no abusó de su posición como apóstol para imponer sus ideas, de allí la elegancia y transparencia de estas palabras. Al tener Pablo al Espíritu de Dios, su consejo a las viudas de casarse, o no, contenían la misma autoridad como si lo dijera el Señor. Esta seguridad de quien guiaba la vida de Pablo , convertían sus palabras en inspiradas, y con la misma autoridad como palabra de Dios.

Aunque Pablo recomienda a las viudas quedarse como están, también es cierto que ellas han quedado libres de la ley para rehacer otra vez su vida en una nueva condición.

Para la reflexión: ¿Cree usted que cuando Pablo dijo “pienso que también yo tengo el Espíritu de Dios” estaba temiendo que sus palabras no tuvieran la misma autoridad como las de Cristo?

El conocimiento envanece, pero el amor edifica.

En cuanto a lo sacrificado a los ídolos, sabemos que todos tenemos conocimiento. El conocimiento envanece, pero el amor edifica. Y si alguno se imagina que sabe algo, aún no sabe nada como debe saberlo. Pero si alguno ama a Dios, es conocido por él. Acerca, pues, de las viandas que se sacrifican a los ídolos, sabemos que un ídolo nada es en el mundo, y que no hay más que un Dios” (1 Corintios 8:1-4).

Pablo pasa ahora a responder otra pregunta formulada en la carta recibida de parte de los de Cloé. El planteamiento era sobre si ellos podían comer de lo sacrificado a los ídolos. Al parecer ellos antes de conocer a Cristo tenían la costumbre de comer la carne que se ofrecía a los ídolos y ahora quieren saber si lo pueden seguir haciendo. De hecho, este tema lo va a tratar el capítulo 10. Ahora Pablo se apresta a dar su consejo sobre si esto es bueno o malo y qué decisión tomar.

“En cuanto a lo sacrificado a los ídolos, sabemos que todos tenemos conocimiento”.

¿Cuál era el conocimiento que había al respecto? Se sabía que lo sacrificado en altares paganos eran divididos en tres porciones: una porción era quemada en honor al dios; una porción era dada al adorador para llevarla a casa y comer; y la tercera porción era dada al sacerdote. ¿Cuándo comenzaba el problema? Cuando el sacerdote, al no querer su porción, la vendía al mercado de carne y cualquier persona podía comprarla.

“El conocimiento envanece, pero el amor edifica”. Con esta aclaratoria Pablo nos dice que la actitud cristiana no está fundamentada en el conocimiento, sino en el amor. ¿Cuál es su argumento? Que el conocimiento envanece, pero el amor edifica. Ya fue notorio en los capítulos iniciales de esta carta cómo muchos de los corintios habían hecho del conocimiento filosófico un culto a la razón y con ello habían desplazado al amor como la virtud que edifica al creyente.

“Y si alguno se imagina que sabe algo, aún no sabe nada como debe saberlo”. Este principio de Pablo se aplica para todo. Muchas veces creemos saber algo o dominar ciertos temas, pero cuando leemos u oímos algo nuevo o distinto, respecto a ese tema, se cumple lo dicho por Pablo “aún no sabe nada como debe saberlo”. Pero el conocimiento al que si debemos apuntar y buscar cada día es el de Dios. Ese conocimiento no envanece, sino que nos humilla.

“Pero si alguno ama a Dios, es conocido por él”. Hablando del conocimiento humano tenemos que decir que siempre será temporal, pero el amor divino será por siempre eterno. Pero aquí Pablo hace una conexión de ambas cosas, porque sin el amor verdadero, el conocimiento no tiene valor ni significado. Pero cuando amamos a Dios entonces llegamos a ser conocidos por Dios, y esto es lo que al final importa. No importa quien no me conozca si soy conocido por Dios.

“Un ídolo nada es en el mundo, y que no hay más que un Dios”. Pablo retoma otra vez el asunto de lo sacrificado a los ídolos y esta es su conclusión. ¿Qué es un ídolo? ¡Pues nada! Quien fuera el dios al que se le ofrecía la carne, ninguno haría nada porque eran hechura de los hombres, porque “no hay más que un Dios”. Este tema ético tratado acá concluye diciendo: no importa si lo comido fue sacrificado a los ídolos, al final ninguno de ellos existe realmente. Para el creyente sólo hay un Dios verdadero.

Cualquier conocimiento con la ausencia del amor se desvanece, pero todo conocimiento cuyo propósito principal es el de buscar a Dios, ayuda al creyente a una edificación personal.

Solo hay un Dios

“Pues aunque haya algunos que se llamen dioses, sea en el cielo, o en la tierra (como hay muchos dioses y muchos señores), para nosotros, sin embargo, solo hay un Dios, el Padre, del cual proceden todas las cosas, y nosotros somos para él; y un Señor, Jesucristo, por medio del cual son todas las cosas, y nosotros por medio de él” (1 Corintios 8:5-6).

Pablo comenzó esta sección hablando de los ídolos y la conveniencia o no de comer carnes sacrificadas a ellos, y ahora hace una completa distinción en los ídolos hechos por los hombres y el único y verdadero Dios, eso es, un solo Padre y un solo Señor Jesucristo.

Pablo no dudó en afirmar, no solo la diferencia, sino también la poca importancia de esos llamados falso “dioses”, que podían estar arriba en el cielo o abajo en la tierra. Esos dioses no son nada, no existen. Sólo Dios es único y verdadero.

“Pues aunque haya algunos que se llamen dioses…”. Esta oración da por sentado la creencia en otros dioses, sean de las criaturas de arriba o de los mismos hombres abajo. Para los tiempos de Pablo, la creencia en otros dioses era parte de la vida misma de la gente no creyente. Solo en el caso de los griegos, de donde venían muchos de los corintios, había por los menos cien dioses divididos entre los dioses del Olimpo y los llamados dioses menores.

“Como hay muchos dioses y muchos señores”. En el mundo antiguo no solo había muchos dioses diferentes, tanto así que algunos adoraban al dios no conocido, por si hubiera alguno del cual no habían oído hablar. Pablo observó eso cuando estuvo con los atenienses (Hechos 17:23). En ese tiempo había una generación pagana repleta de muchos dioses y señores. Esto hacía más difícil la predicación del evangelio.

“Para nosotros, sin embargo, solo hay un Dios…”. ¡Qué declaración tan contundente de parte de Pablo! Ciertamente había en esos días como los tenemos hoy muchos dioses y señores, pero solo hay un Dios que se escribe con mayúscula. El es uno solo porque es “el Padre, del cual proceden todas las cosas”. Solo un Dios que tenga el poder de crear se puede llamar así. Si bien los paganos tenían dioses por todas partes, nuestro Dios es uno y llena todo a la vez.

“El Padre, del cual proceden todas las cosas, y nosotros somos para él”. Hasta ahora a ningún dios se le ha llamado Padre. En los evangelios, y hasta Hechos, Jesús enseñó a sus discípulos a dirigirse a Dios como Padre (Mateo 6:9), afirmando que Dios y el Padre son uno. Por otro lado, cuando Pablo habla de Dios como Padre, sugiere el concepto de familia y nos da a entender que somos hijos de Dios, por esto agrega “y nosotros somos para él”.

“Y un Señor, Jesucristo…”. Había también muchos señores durante el tiempo de Pablo, uno de ellos era el Cesar. Y llamar a Cristo “Señor”, con mayúscula también, era distinguirlo sobre esos hombres que se creían todopoderosos, pero a su vez destacar también que el es uno con el Dios Padre. Hay un solo Señor Jesucristo, por quien “son todas las cosas”, y por quien nosotros obtuvimos la salvación. Al ser Jesús el Creador y Salvador de todos nosotros, también es uno igual al Padre.

Aunque hay muchos dioses, solo hay uno que es Creador y a su vez es el Salvador.

Que mi libertad no sea tropiezo para el débil

“Pero no en todos hay este conocimiento; porque algunos, habituados hasta aquí a los ídolos, comen como sacrificado a ídolos, y su conciencia, siendo débil, se contamina. Si bien la vianda no nos hace más aceptos ante Dios; pues ni porque comamos, seremos más, ni porque no comamos, seremos menos. Pero mirad que esta libertad vuestra no venga a ser tropezadero para los débiles” (1 Corintios 8:7-9).

Pablo prosigue con su tema acerca de lo sacrificado a los ídolos. Su razonamiento se enfocaba en si esto era bueno o malo para los corintios al momento de comer tales carnes. Y en esta parte su énfasis será acerca del conocimiento que tengan para discernir en sus conciencias para ver hasta dónde esto les afectaba espiritualmente, pero sobre todo a los más débiles en la fe.

“Pero no en todos hay este conocimiento…”. Ciertamente algunos cristianos corintios se sentían libres de comer en el templo pagano con lo cual ellos basaban su libertad en un conocimiento correcto, al saber que los ídolos nada eran. Sin embargo, algunos eran recién cristianos y estaban saliendo del paganismo y la fe en el Señor era débil debido a su ignorancia. Era, pues, el deber de Pablo como pastor y maestro cuidar de toda la membresía de la iglesia.

“Porque algunos, habituados hasta aquí a los ídolos…”. Si Pablo no hubiera dicho anteriormente que los corintios eran santificados y santos (1:2), y que ellos son el templo de Dios y que el Espíritu de Dios vive en ellos (3:16; 6:19), esta oración sería una contradicción. Pero, otra vez, el tema de este versículo es decirnos que en esta iglesia los cristianos débiles están acostumbrados a los ídolos y eso al final tendrá malas consecuencias.

¿Cuál es el resultado de los que hacen esto? Que su conciencia “siendo débil, se contamina”. La razón por la que su conciencia es considerada débil es porque está informada incorrectamente; su conciencia está operando con la idea de que en realidad es malo participar de algo que es dedicado a los ídolos, y al comer tales carnes ellos sentirán que están ofendiendo al único y verdadero Dios. Pero además de ofender a Dios, ofenden a los creyentes débiles en la fe.

“Si bien la vianda no nos hace más aceptos ante Dios…”. Con este planteamiento Pablo llega a la conclusión que los hermanos de corintios no eran más espirituales al saber que los ídolos no eran nada, por lo cual sentían una libertad personal de comer esas carnes sacrificadas a ellos. El asunto es que el comer tales viandas ni los hacía más aceptos o menos delante de Dios.

“Pero mirad que esta libertad vuestra no venga a ser tropezadero para los débiles”. Esto es lo que Pablo desea evitar en la iglesia de los corintios. Debemos administrar bien nuestra libertad en Cristo por amor a los hermanos. Si bien tengo mi libertad en Cristo, al final debo saber también que el mal uso de esa libertad puede servir de tropiezo a los hermanos más pequeños.

Mi libertad cristiana siempre será medida por el amor que tengo por los débiles en la fe.

No debemos ser piedra de tropiezo al hermano

“Porque si alguno te ve a ti, que tienes conocimiento, sentado a la mesa en un lugar de ídolos, la conciencia de aquel que es débil, ¿no será estimulada a comer de lo sacrificado a los ídolos? Y por el conocimiento tuyo, se perderá el hermano débil por quien Cristo murió. De esta manera, pues, pecando contra los hermanos e hiriendo su débil conciencia, contra Cristo pecáis. Por lo cual, si la comida le es a mi hermano ocasión de caer, no comeré carne jamás, para no poner tropiezo a mi hermano” (1 Corintios 8:10-13).

Con esta porción Pablo finaliza la pregunta formulada si un creyente podía o no comer lo sacrificado a los ídolos. La explicación dado por el apóstol ha girado en torno al conocimiento y a la conciencia que se tenga al momento de sentarse a la mesa. Si los creyentes corintios veían que el sentarse a la mesa y comer estaba siendo piedra de tropiezo al hermano, entonces la recomendación era de no participar de tales comidas por amor a los más débiles.

“Porque si alguno te ve a ti, que tienes conocimiento…”. Los cristianos de la iglesia a los Corintios con “conocimiento superior” podían sentir la libertad de comer carne sacrificada a ídolos, pero al ejercer esa libertad ¿no estarían siendo piedra de tropiezo? La preocupación de Pablo es “si alguno te ve a ti”. Se trata del testimonio delante de los demás, más que mi postura personal. El acto de sentarse y comer estimulaba a los hermanos débiles a hacer lo mismo.

“¿No será estimulada a comer de lo sacrificado a los ídolos?”. En la iglesia de los corintios había hermanos débiles, y eso se les estaba olvidando a los cristianos maduros en el conocimiento. En este caso, la conducta del fuerte estaba guiando al débil, pero para descarriarse. Al ser estimulado a comer, la persona espiritualmente débil contaminada su conciencia. Su voz interna no lo mantenía a raya, sino que sentía haber pecado contra su Dios.

“Y por el conocimiento tuyo, se perderá el hermano débil por quien Cristo murió”. Estas son palabras duras y de honda reflexión. No se trata de lo que me gusta hacer, sino si eso edifica o sirve de escándalo al hermano débil. ¿Qué era lo que podía pasar en ese tiempo? Que cuando el hermano débil comiera la carne sacrificada en un templo pagano, asociaba ese momento con la adoración al ídolo. Así, pues, por la conducta irresponsable del que más sabía se estaba destruyendo al “hermano débil por quien Cristo murió”. Esto es una seria advertencia.

El comentarista Pool lo expresó así: “Dios no le ha dado conocimiento a la gente para que sean un medio de dañar y destruir, sino para hacer bien, y salvar a otros; por lo tanto, es lo más absurdo para cualquiera usar su conocimiento, para la destrucción de otros.”

“No comeré carne jamás, para no poner tropiezo a mi hermano”. Esta es la conclusión a la que llega el apóstol. Es algo así como preservar al hermano débil de mis propios caprichos. Es saber que el en el cuerpo de Cristo yo me debo a otros hermanos y no haré nada que sirva de tropiezo a aquellos amados por el Señor, conocidos como débiles en la fe. Mis actos no deben ser irresponsables si ellos están siendo de tropiezo para otros. Esto habla de madurez espiritual.

No me está permitido decir como dirían algunos: “Yo solo le respondo a Dios y a nadie más” ignorando a mi hermano o hermana. Mi testimonio afecta a otros para bien o para mal.

El sello de mi apostolado sois vosotros en el Señor

“¿No soy apóstol? ¿No soy libre? ¿No he visto a Jesús el Señor nuestro? ¿No sois vosotros mi obra en el Señor? Si para otros no soy apóstol, para vosotros ciertamente lo soy; porque el sello de mi apostolado sois vosotros en el Señor” (1 Corintios 9:1-2).

Con el inicio de este capítulo Pablo pareciera abordar un nuevo tema, sobre todo cuando le vemos en una franca defensa de su apostolado, pero no es un asunto nuevo, sino la continuación acerca de su “derecho” basado en el “conocimiento” y la “libertad” que tiene de comer carne sacrificada a los ídolos, pero no los usa. Esa actitud fue muy ejemplar para los corintios.

“¿No soy apóstol? ¿No soy libre?”. Más adelante Pablo va a defender su apostolado porque algunos falsos apóstoles dudaban de su llamado (2 Corintios 11-12). Las respuestas que demandan estas preguntas todas deben ser verdaderas, porque nadie fue tan apóstol como Pablo. Las pruebas y marcas de su apostolado fueron evidentes entre ellos. Pero no solo era un apóstol, sino un hombre libre, porque él no estaba bajo la autoridad de nadie, sino de la Jesucristo.

“¿No he visto a Jesús el Señor nuestro?” Para los que cuestionaban el apostolado de Pablo, la presente pregunta revela su defensa sobre la base de su experiencia en el camino a Damasco. Ciertamente Pablo no vio a Jesús como los otros apóstoles, pero Cristo se le apareció después de su resurrección y en tres ocasiones contó el testimonio del llamado del Señor (Hechos 9:15; 22:21; 26:16–18). Pablo fue confirmado por Cristo como el apóstol que faltaba.

“¿No sois vosotros mi obra en el Señor?” Los corintios no podían negar el trabajo evangelístico hecho por el apóstol Pablo. Ellos ahora tenían la salvación de sus almas y vivían la vida cristiana por el trabajo dedicado de su apóstol y pastor. Todos ellos eran la prueba del llamamiento de Pablo como apóstol a los gentiles. Fundar una iglesia no es un trabajo humano, solo se puede realizar “en el Señor” y eso fue lo que Pablo hizo en medio de ellos. Los corintios eran su más visible obra.

“Si para otros no soy apóstol, para vosotros ciertamente lo soy…”. Pablo le daba el beneficio de la duda a otros, acerca de la legitimidad de su apostolado, pero no con los corintios. Aunque algunos dudaran, la mayoría conocían del testimonio de Pablo en la vida de la iglesia. No se sabe quiénes pusieron en tela de juicio la autenticidad del ministerio apostólico de Pablo, pero los hermanos de Corinto sabían de las señales inequívocas de Pablo como un apóstol ejemplar.

Sobre esta duda Juan Calvino parafrasea este texto de la siguiente manera: “Si hay algunos que tienen dudas de mi apostolado, ese no debería ser el caso con vosotros. Si fui yo el que fundó vuestra congregación, o no sois creyentes o estáis obligados a reconocerme como apóstol”. Simon J. Kistemaker, Comentario al Nuevo Testamento: 1 Corintios (Grand Rapids, MI: Libros Desafío, 1998), 312.

“Porque el sello de mi apostolado sois vosotros en el Señor”. Con estas palabras Pablo pareciera cerrarle la boca a quienes se atrevieron a cuestionar su llamado., Un sello es el instrumento usado para autenticar la procedencia o la legitimidad de algo. Los hermanos de corintios eran el sello legítimo del apostolado de Pablo. Las pruebas eran irrefutables. Ellos estarían gozosos en afirmar que Pablo era el hombre usado por Dios para su salvación.

Cuando hay dudas del llamamiento divino, la conversión de los perdidos deberían ser las pruebas concluyentes.

Nosotros también tenemos derecho

“Contra los que me acusan, esta es mi defensa: ¿Acaso no tenemos derecho de comer y beber? ¿No tenemos derecho de traer con nosotros una hermana por mujer como también los otros apóstoles, y los hermanos del Señor, y Cefas? ¿O solo yo y Bernabé no tenemos derecho de no trabajar? ¿Quién fue jamás soldado a sus propias expensas? ¿Quién planta viña y no come de su fruto? ¿O quién apacienta el rebaño y no toma de la leche del rebaño?” (1 Corintios 9:3-7).

Este parece ser el pasaje de las preguntas de Pablo. Hay un total de diecisiete de ellas, y todas muy relacionas unas con otras. Este método fue común en ese tiempo y lo sigue siendo ahora. Era una manera de confirmar una posición utilizando el argumento de las preguntas cuyas respuestas serán siempre sí. Pablo ha iniciado una defensa de su apostolado y con todas estas preguntas deja claro no solo su derecho como apóstol, pero también su derecho a vivir de él.

¿Acaso no tenemos derecho de comer y beber? Hemos dicho que estas preguntas reclaman una respuesta afirmativa. En un sentido, la iglesia estaba en la obligación de proveerle de habitación y de comida al apóstol. Aunque el texto se habla de la comida sacrificada a los ídolos, Pablo ya no está hablando de esto, sino de depender económicamente de la iglesia de Corinto. Él no ha usado de ese derecho, pero al parecer aquí lo está presentando.

¿No tenemos derecho de traer con nosotros una hermana por mujer como también los otros apóstoles, y los hermanos del Señor, y Cefas? Este texto sugiere que la mayoría de los otros apóstoles estaban casados, y al parecer las esposas viajaron con ellos acompañándolos en el ministerio. Y es interesante la mención hecha de Cefas o Pedro, porque en efecto estaba casado, por lo que sería el primer “papa” casado, según la tradición de la iglesia católica romana.

¿O solo yo y Bernabé no tenemos derecho de no trabajar? Esta nueva pregunta plantea la defensa de otro derecho apostólico, eso es que tanto Pablo como Bernabé no solo estaban dedicados a la obra espiritual, sino que la iglesia debería sostenerlos económicamente. Según entendemos, la mayoría de los otros apóstoles recibieron apoyo de las iglesias a la que ministraron, pero Pablo y Bernabé eran los únicos que predicaban sin ser sostenidos.

¿Quién fue jamás soldado a sus propias expensas? Pablo, además del ejemplo del soldado va a usar al agricultor y al pastor de ovejas para referirse al mismo asunto. Todas estas labores eran hechas para disfrutar del fruto de su trabajo. Todas estas preguntas argumentativas nos dicen que no debería parecer extraño a los cristianos corintios escuchar de Pablo el no tener el derecho de ser mantenido por la gente a quien él ministraba. Su derecho era legitimo como apóstol.

La respuesta final de todo eso es que quien predica el evangelio que viva del evangelio.

El agricultor ara con esperanza

“¿Digo esto solo como hombre? ¿No dice esto también la ley? Porque en la ley de Moisés está escrito: No pondrás bozal al buey que trilla. ¿Tiene Dios cuidado de los bueyes, o lo dice enteramente por nosotros? Pues por nosotros se escribió; porque con esperanza debe arar el que ara, y el que trilla, con esperanza de recibir del fruto.” (1 Corintios 9:8-10).

Pablo prosigue en este texto su defensa como apóstol del Señor, pero no tanto para que se le reconozca porque sea menos al compararse con otros obreros, sino porque era necesario confrontar a aquellos quienes habían puesto en entredicho su apostolado. En la iglesia se había levantado un grupo de habladores mal intencionados con el tema del sostenimiento de Pablo, y si él tenía o no derecho a eso, y era necesario una respuesta para evitar aquella habladuría.

“¿Digo esto solo como hombre? ¿No dice esto también la ley?”. La defensa de Pablo era bíblica. Ya Dios había legislado acerca de los derechos salariales. De esta manera, él no solo habla como hombre, sino con la palabra de Dios. En Deuteronomio 25:4 Dios había ordenado, diciendo “no pondrás bozal al buey que trilla”. Esta ley simplemente mandó el trato humano a un animal de trabajo. Y si esto se hizo con un animal, cuánto más debería hacer con el hombre.

Sobre la segunda pregunta un comentarista dice: “Como lo hace repetidamente en su epístola, Pablo se vuelve a las Escrituras. Como la Palabra de Dios es fundamental, Pablo la cita a menudo cuando enseña…Pablo saca de la ley mosaica las palabras «No pondrás bozal al buey cuando trillare» (Dt. 25:4; véase 1 Ti. 5:18). Simon J. Kistemaker, Comentario al Nuevo Testamento: 1 Corintios (Grand Rapids, MI: Libros Desafío, 1998), 318.

“¿Tiene Dios cuidado de los bueyes, o lo dice enteramente por nosotros?”. La respuesta a esta otra pregunta retórica es un contundente sí. El principio de la ley es mucho más importante que proveer las necesidades de los bueyes. Esta palabra ha sido escrita para recordarnos que un ministro tiene el derecho de ser mantenido por la gente a quien el mismo está ministrando.

“Porque con esperanza debe arar el que ara, y el que trilla…”. Cuando Pablo usa la figura del buey, y su prohibición de ponerle bosar para que comiera del trigo que él mismo muele, aprueba que esas Escrituras se hicieron por causa del hombre, por lo tanto, el hombre que ara la tierra y la trilla tiene el mismo de derecho de comer su cosecha, porque el trabajo final del agricultor es “con esperanza de recibir del fruto.”. Si esto no fuera el fin, para qué trabajar entonces.

Toda siembra hecha se hace con la esperanza de ver sus frutos a corto o a largo plazo.

La siembra espiritual debe producir una cosecha material

“Si nosotros sembramos entre vosotros lo espiritual, ¿es gran cosa si segáremos de vosotros lo material? Si otros participan de este derecho sobre vosotros, ¿cuánto más nosotros? Pero no hemos usado de este derecho, sino que lo soportamos todo, por no poner ningún obstáculo al evangelio de Cristo” (1 Corintios 9:11-13).

Desconocemos las cosas que llevaron a Pablo a presentar tan larga defensa de su derecho como apóstol, pero al parecer fueron notorios los comentarios suspicaces respecto al trabajo de Pablo y sus pretensiones de recibir algún salario de parte de los hermanos de la iglesia. Esa actitud mal pensaba y hasta injusta de parte de ellos es la que Pablo confronta. Y para esto, los argumentos en forma de preguntas retóricas dejan claro entre ellos su honestidad del apóstol.

“Si nosotros sembramos entre vosotros lo espiritual…”. Pablo previamente había usado la metáfora del agricultor como un sembrador con esperanza, ahora él se presenta como un “sembrador espiritual”, con la misma esperanza de obtener frutos. Su argumento y su intención es poner en claro que el trabajo espiritual de los ministros de Dios debiera ser recompensado con apoyo material de la gente que ministran. Eso era lo más correcto que los corintios debían hacer.

“¿Es gran cosa si segáremos de vosotros lo material?”. Para Pablo la “gran cosa” es la siembra espiritual, porque eso no tiene precio. A esa tarea él y otros se habían dedicado por completo. Una siembra espiritual tan evidente en la conversión de ellos a Cristo, ¿no debería esperar un don material de regreso? Esta pregunta debe tener una respuesta afirmativa.

“Si otros participan de este derecho sobre vosotros…”. Era un hecho que los corintios apoyaban a otros en el ministerio, pero por alguna razón no lo hacían con Pablo y Bernabé. La pregunta de Pablo “¿cuánto más nosotros?” era un reclamo justo. Si él había fundado la iglesia, entonces él debería ser el primero en participar del derecho de ser sostenido. Si otros estaban demandando tal sostenimiento económico, Pablo tenía aún más derecho sobre los otros.

“Pero no hemos usado de este derecho…”. En estas palabras finales vemos a Pablo usando su mismo argumento, pero en sentido contrario, para decirles que, si bien él tiene mayor ascendencia sobre otros sembradores de la palabra, él ahora se aferra a no usar ese derecho, porque lo último que quiere es no poner “obstáculo al evangelio de Cristo”. ¡Qué ejemplo nos deja siempre Pablo!

El que siembra lo espiritual lo mínimo que debiera recibir es el fruto material de ella.

Los que anuncia el evangelio que coman del evangelio

“¿No sabéis que los que trabajan en las cosas sagradas, comen del templo, y que los que sirven al altar, del altar participan? Así también ordenó el Señor a los que anuncian el evangelio, que vivan del evangelio” (1 Corintios 9:13-14).

Aunque Pablo va a dejar claro su posición respecto al tema que ha venido tratando de ser sostenido por la iglesia como los demás, en el sentido de no exigir esto como un derecho, lo que hasta ahora ha escrito pone muy claro el deber de una congregación de sostener dignamente a su pastor. Cuando una iglesia hace esto el pastor será más efectivo, y se le quitará una carga, especialmente la familiar, de tener que depender de otra entrada para el sostenimiento de su familia.

“¿No sabéis que los que trabajan en las cosas sagradas, comen del templo…? La presente escritura que sigue el tema del sostenimiento del obrero por la iglesia, se remonta hasta los días del templo cuando Dios lo instituyó con el sistema levítico. En el caso de la tribu de Leví, ellos no recibieron tierras en Israel, porque Dios había estipulado que esta tribu, dedicada exclusivamente al templo, recibiera sus ingresos de las ofrendas traídas (Deuteronomio. 18:1).

Estaba establecido para quienes trabajaran en las cosas sagradas que “comen del templo”. La razón por la que los israelitas traía los diezmos y ofrendas era para sostener a los sacerdotes y levitas. De esta manera, la palabra “comida”, era una referencia a las necesidades de la vida, y al hablar del templo era una alusión al trabajo que estos religiosos hacían allí.

“¿… y que los que sirven al altar, del altar participan?”. Esta pregunta pareciera plantear una distinción deliberada por parte de Pablo entre los que trabajan en el templo y los que servían en el altar, pero no era así. Esto es un simple paralelismo. Esto era una referencia al altar que estaba en el atrio de los sacerdotes, donde ellos recibían una parte de las ofrendas ofrecidas allí.

Pero el punto es que, si bien los hermanos de Corinto conocían estas regulaciones, ellos como cristianos gentiles no estaban obligados a estas leyes ceremoniales de acuerdo con las recomendaciones recibidas del concilio de Jerusalén según Hechos 15:19–21. Sin embargo, el punto de Pablo es que las provisiones hechas para los sacerdotes y levitas se aplicaban para los predicadores del evangelio. El principio es el mismo, porque ambos son servidores de Dios.

“Los que anuncian el evangelio, que vivan del evangelio”. Este es el punto final de toda esta presentación. No es Pablo quien ordenó este deber, sino el Señor. Así que la discusión de quién debe ser pagado o no, se concluye con estas palabras. El Señor ha dicho que cualquiera que predica el evangelio tiene el derecho de ser sustentado por aquellos a quienes se les enseña.

La misión de todo pastor es velar por las almas de su iglesia, por lo tanto, la responsabilidad de ella debiera ser sostenerlo dignamente, para que lo “hagan con alegría, y no quejándose…”.

¡Ay de mí si no anunciare el evangelio!

“Pero yo de nada de esto me he aprovechado, ni tampoco he escrito esto para que se haga así conmigo; porque prefiero morir, antes que nadie desvanezca esta mi gloria. Pues si anuncio el evangelio, no tengo por qué gloriarme; porque me es impuesta necesidad; y ¡ay de mí si no anunciare el evangelio!” (1 Corintios 9:15-16).

Ahora Pablo va a dar un giro total a lo que ha venido exponiendo acerca de los derechos de apóstol, no para contradecirse en la defensa hecha a favor de ser sostenido por la iglesia, por cuanto “el obrero es digno de su salario”, sino por él mismo, porque su deseo final era predicar la Palabra sin el apoyo de nadie. Él no hace esto por arrogancia, sino para no reclamar sus derechos. A los pastores de efesios les dijo que sus propias manos fueron su sustento (Hechos 20:34-35).

“Pero yo de nada de esto me he aprovechado…”. Aun cuando Pablo tenía el derecho de ser sustentado, según su larga argumentación previa, no hizo uso de ese derecho; al contrario, en todos sus viajes misioneros utilizó sus propias manos para sostenerse en el ministerio. Ese ejemplo lo vemos cuando menciona a Bernabé, quien trabajaba para suplir sus propias necesidades (9:6), y en todos sus viajes misioneros le vemos sosteniéndose por su propia cuenta.

En la justificación de este derecho Pablo dice que él no ha escrito esto “para que se haga así conmigo”. Él no estaba “insinuando” algún apoyo de parte de sus hermanos. En todo caso, él está más bien mostrando el valor, y las razones, para renunciar a sus propios derechos. La teología de la prosperidad nunca imitara el ejemplo de Pablo, porque él vivió para el evangelio, pero estos otros señores son los “vividores” del evangelio.

“Porque prefiero morir, antes que nadie desvanezca esta mi gloria…”. Esta es su conclusión cuando les ha abierto su corazón a la iglesia de corintios. Pablo sabía que la razón para jactarse, es porque la causa del evangelio ha sido y es promovida de gracia. Frente a esto nadie va a ser capaz de quitarle esa gloria personal (2 Corintios 11:10). Pablo no les iba a dar a sus oponentes la posibilidad de recibir remuneración, porque sabía que ellos usarían eso en su contra. Por esto dice que prefería antes morir que empañar esa gloria muy justificada.

“Pues si anuncio el evangelio, no tengo por qué gloriarme…”. Si bien Pablo acaba de hablar de “su propia gloria”, por el tema de no usar su derecho como apóstol, ahora habla que no tiene razones para jactarse al anunciar ese evangelio. Su nuevo razonamiento era porque era impulsado a predicarlo, debido a la comisión impuesta por el Señor; y al estar consiente de esa gran demanda, exclama emocionado, y hasta con cierto temor: “y ¡ay de mí si no anunciare el evangelio!”.

La tarea del que ha sido llamado es predicar el evangelio con sostenimiento o no, porque él sabe que Dios no paga al final de la quincena, sino cuando termine la jornada.

Hecho siervos de todos

Por lo cual, si lo hago de buena voluntad, recompensa tendré; pero si de mala voluntad, la comisión me ha sido encomendada. ¿Cuál, pues, es mi galardón? Que predicando el evangelio, presente gratuitamente el evangelio de Cristo, para no abusar de mi derecho en el evangelio. Por lo cual, siendo libre de todos, me he hecho siervo de todos para ganar a mayor número (1 Corintios 9:17-19).

Definitivamente Pablo fue un apóstol excepcional. Ver la manera cómo ha abordado el tema de su derecho como obrero del Señor de recibir sostenimiento como los demás apóstoles, siendo que tanto a él como a Bernabé se le estaba negando este derecho. Pero es más ejemplarizante cuando lo vemos poner esos derechos a un lado para afrontar el camino del “auto sostenimiento”, por su propia decisión de hacerse siervo de todos.

“Por lo cual, si lo hago de buena voluntad, recompensa tendré…”. Este texto es un poco extraño al ser citado aquí, porque pareciera estar fuera de su contexto, pero si lo vemos como parte de la defensa hecha por Pablo de sus derechos, pareciera tener un poco más de sentido. Como los corintios veían a Pablo viniendo a ellos por su propia voluntad, él les recuerda que, si hubiera sido así, entonces deberían darle una recompensa.

“… pero si de mala voluntad, la comisión me ha sido encomendada”. La Nueva Versión Internacional (NVI) traduce este texto así “pero no tengo opción, porque Dios me ha encomendado este deber sagrado”. Pablo con esto responde al hecho de que él es un mayordomo (siervo), y un mayordomo hace las cosas por un deber impuesto, no tiene alternativa. Pablo se reconoce como siervo bajo la tutela de su Amo, por lo tanto, su deber es obedecer.

“¿Cuál, pues, es mi galardón?”. Planteado de otra manera sería “¿cuál es mi paga?”; y la respuesta es que cuando predicara el evangelio lo hiciera gratuitamente. Como si fuera toda una paradoja, Pablo llama “galardón” al rechazo de aceptar ser pagado por su trabajo en el ministerio. Pero, por otro lado, si se le hubiese propuesto pagarle Pablo habría quedado sin la razón para su jactancia. Le hubieran robado “esta su gloria” mencionada anteriormente.

¿Y cuál era su propósito al mantener esta posición? “para no abusar de mi derecho en el evangelio”. Al parecer ya en los tiempos de Pablo estaban proliferando los predicadores “cobradores de dinero”, pero Pablo quiere sencillamente deslindarse de todos ellos. Al predicar el evangelio de una manera gratuita quedó libre de abusar de su derecho, pero también que al no recibir dinero de la iglesia, él no le debía nada a nadie tampoco.

“Por lo cual, siendo libre de todos…”. Con esto Pablo nos dejó claro que él era un hombre libre, por un lado, de las restricciones dietéticas que la ley mosaica impuesta por los judíos, pero ahora también deja entender que es libre de alguna dependencia económica. Al hacer esto quedaba libre “para ser esclavo de todos”. Su meta final era “para ganar a mayor número”.

Estar libres en el Señor para ser esclavos al servicio de todos es una bendita paradoja.

A todos me he hecho de todo

“Me he hecho a los judíos como judío, para ganar a los judíos; a los que están sujetos a la ley (aunque yo no esté sujeto a la ley) como sujeto a la ley, para ganar a los que están sujetos a la ley; a los que están sin ley, como si yo estuviera sin ley (no estando yo sin ley de Dios, sino bajo la ley de Cristo), para ganar a los que están sin ley” (1 Corintios 9:20-21).

En el estudio anterior Pablo se había hecho esclavo, aunque era libre, con el propósito de llegar a todos con el evangelio de Cristo. Esta determinación revelaba su pasión y su mayor interés: llegar a todos los hombres sin importar su posición. Alcanzar este grado de empatía era renunciar a sus propios derechos con tal que ninguno se perdiera.

“Me he hecho a los judíos como judío, para ganar a los judíos…”. Un ejemplo de esto fue la experiencia de Pablo en Hechos 21:23-26. En ese pasaje se ve a Pablo participando en las ceremonias de purificación de los judíos, las cuales él sabía que no eran necesarias para su vida espiritual, sin embargo, hacia esto con el propósito de construir un puente para llegar a los judíos. Lo mismo hizo en Hechos 16:3, al circuncidar a Timoteo por causa también del celo de los judíos.

Un comentarista hablando de este tema lo expresa así: “Con todo, Pablo estaba listo a relacionarse con aquellos judíos que consideraban que su deber era obedecer la ley de Moisés. Junto a sus demás compatriotas, guardaba las costumbres judías, las que incluían reglas dietéticas, lavamientos y la observancia sabática” Simon J. Kistemaker, Comentario al Nuevo Testamento: 1 Corintios (Grand Rapids, MI: Libros Desafío, 1998), 334.

Su deseo era hacerse como los “que están sujetos a la ley (aunque yo no esté sujeto a la ley)”, con el propósito de ganarse a su propia gente. Pablo era hebreo de hebreos según su testimonio en Filipenses 3:5. Pero cuando dice que se ha hecho como a un judío, manifiesta que es un seguidor de Jesús, viviendo como una nueva creación (2 Corintios 5:17). El ahora no es ni judío ni gentil, sino un seguidor de Cristo.

“A los que están sin ley, como si yo estuviera sin ley…”. Pablo fue llamado para ser apóstol a los gentiles, y al estar con ellos no hacía nada de las leyes judías sobre las comidas, ni de la circuncisión, la fiesta de la luna nueva o del sábado, porque su propósito no era ofenderles, sino ganarlos para Cristo. Pasajes como Gálatas 2:11–14 y Colosenses 2:11, 16 afirman esta manera de ser de Pablo. De esta manera, cuando Pablo vivía con los gentiles, se conducía como uno de ellos.

Como uno puede ver en todo este texto, el propósito de Pablo era “ganarse a todos”. A través de un juego de palabras, usando el término ley, Pablo manifiesta estar libre de la ley donde los judíos se aferran para la salvación. ¿Cuál era la norma ahora de Pablo? Que la salvación es a través de Cristo, y esta era su propia ley. Cuando Pablo se convirtió, comenzó a ver la ley a través de Cristo, y de esa manera vivía, quedando libre para ganarse a todos.

La empatía cristiana es aquella ciencia que nos permite sentir como sienten los demás, y esto nos permite una identificación con ellos, creando un puente para alcanzarlos para Cristo.

Me he hecho de todo para ganar a todos

“Me he hecho débil a los débiles, para ganar a los débiles; a todos me he hecho de todo, para que de todos modos salve a algunos. Y esto hago por causa del evangelio, para hacerme copartícipe de él” (1 Corintios 9:22-23)”

Pablo repite en este largo texto la expresión “me he hecho” y “para ganar a los” una y otra vez. Este apóstol, a diferencia de Pedro, nunca le vemos haciendo acepción de personas. La universalidad de su ministerio a todos los hombres queda evidenciado con sus palabras: “para ganar a mayor número”. Así era la visión y la actuación de este amado apóstol por amor a Cristo y el evangelio que predicaba.

“Me he hecho débil a los débiles…”. Al hablar de los “débiles” Pablo regresa a la discusión sobre aquellos creyentes con una conciencia débil (8:9–13). Con este último “hacerse” Pablo parece haber completado el círculo cuando comenzó hablando de la libertad que tenía en Cristo. Por cierto, él no habla de hacerse fuerte para ganar a los fuertes, sino a los débiles, porque los fuertes ya eran libres en Cristo para comer lo sacrificado a los ídolos(teniendo en cuenta que esto no afectara la fe en Cristo del creyente más débil), que ha sido el tema de esta discusión.

Con esta última revelación de Pablo, haciéndose “débil a los débiles”, nos ha dejado lo que pudiéramos llamar su “biografía ministerial” respecto a su capacidad de adaptación con el propósito de alcanzar a todas las personas posibles para Cristo. Esa capacidad fue lo que lo hizo, o muy amado por muchos u odiado por otros. Los judaizantes, por ejemplo, no podían soportar la asociación de Pablo con los gentiles, porque lo consideraban un escándalo.

“… a todos me he hecho de todo”. Cuando se lee esta manera de ser de Pablo pudiera pensarse que en su adaptación a todos él haya cambiado su doctrina o mensaje para quedar bien con cada grupo mencionado, pero Pablo jamás haría eso según ya lo ha dejado claro en 1 Corintios 1:22-23. La servidumbre de Pablo era para tener la libertad de adaptarse respecto a ataduras y obstáculos culturales para predicar el evangelio a todos, y así obtener mejores resultados. Al haberse hecho así, su único propósito era “para que de todos modos salvase a algunos”.

El comentarista Fee lo expresa de esta manera: “Este pasaje ha sido a menudo revisado por la idea de ‘acomodación’ en evangelismo, esto es, de adaptar el mensaje al lenguaje y perspectiva de los recipientes. Desafortunadamente, a pesar de la necesidad de que la discusión deba continuar, este pasaje no habla directamente de esto. Esto tiene que ver con cómo se vive o se comporta entre aquellos a quienes desea evangelizar.”

“Y esto hago por causa del evangelio…”. Con lo anterior expuesto, Pablo nos ha dejado un ejemplo de humildad al predicar el evangelio descendiendo, o ascendiendo a cualquier nivel de la sociedad donde vivió y trabajó. Al hacer esto, Pablo no perdía, sino que se beneficiaba, porque se hacía “copartícipe” del evangelio también. Cuando se predica el evangelio, y alguien se convierte, uno participa de ese inmenso gozo.

En todo esto concluimos que Pablo no conocía la palabra discriminación. Las veces que repitió de hacerse “de todo a todos” nos dejó la enseñanza que en Cristo no había “judío ni griego, esclavo ni libre, hombre ni mujer” según Gálatas 3:28). En Cristo todos los creyentes somos uno, independiente de nuestro color, raza o lengua. Nadie debe ser discriminado.

Hacerse de todo para ganar a todos debe ser la tarea de todo auténtico ganador de almas.

Corred de tal manera que lo obtengáis

“¿No sabéis que los que corren en el estadio, todos a la verdad corren, pero uno solo se lleva el premio? Corred de tal manera que lo obtengáis. Todo aquel que lucha, de todo se abstiene; ellos, a la verdad, para recibir una corona corruptible, pero nosotros, una incorruptible. Así que, yo de esta manera corro, no como a la ventura; de esta manera peleo, no como quien golpea el aire, sino que golpeo mi cuerpo, y lo pongo en servidumbre, no sea que habiendo sido heraldo para otros, yo mismo venga a ser eliminado” (1 Corintios 9:24-27).

Pablo ha dejado el tema de los derechos de un apóstol para usar la ilustración de las carreras olímpicas donde él mismo se pone como ejemplo de un competidor. Pero ¿cómo encaja esta ilustración dentro del tema de la libertad apostólica? Pablo demuestra con las metáforas de las carreras y el boxeo que para él lo más importante es el progreso del evangelio. Con su propio ejemplo, él invita a los creyentes a dedicarse a su vida espiritual como quien corre un maratón.

“¿No sabéis que los que corren en el estadio, todos a la verdad corren…? La ilustración de la vida cristiana como una carrera es muy usual en las Escrituras. El autor de Hebreos 12:1-2 nos habla de “correr con paciencia la carrera que tenemos por delante”. En el presente texto, al creyente se le ve en una franca competencia, corriendo con otros, hasta llegar a la meta. En tal carrera él sabe que hay un galardón al final, y para eso él se esforzará hasta lograrlo.

“Corred de tal manera que lo obtengáis”. Si bien Pablo usa al premio olímpico como el resultado de aquellos maratones, no quiere decir que de esos creyentes sólo uno ganará. Esto, en todo caso, es una exhortación a los corintios para tomar su vida espiritual de una manera muy seria, y considerarla como una competencia donde deben esforzarse hasta el final.

“Todo aquel que lucha, de todo se abstiene…”. Las disciplinas a las que se sometían los atletas olímpicos eran extremadamente rigurosas. En el caso de los atletas romanos, ellos entrenaban hasta diez meses antes de la prueba. Aplicado esto al campo espiritual, el creyente corre absteniéndose de las cosas del mundo (deseos de la carne y la vana gloria de la vida), para alcanzar no cualquier premio, sino uno incorruptible, el premio de su salvación eterna.

“De esta manera corro, no como a la ventura; de esta manera peleo…”. Pablo no solo conocía de las carreras en el estadio, sino también de la disciplina del boxeo. Al aplicarlo a su vida, él se determina no correr a la aventura y golpear el aire; eso sería una competencia en vano. Y así, como si estuviera finalizando el tema de su libertad, Pablo se presenta como corredor y boxeador, pero en ambos casos sometiendo su cuerpo, entrenándolo “para que haga lo que debe hacer”.

¿Por qué Pablo se pone como ejemplo en esto? Porque “no sea que habiendo sido heraldo para otros, yo mismo venga a ser eliminado”. Una paráfrasis dice: “me cuido de no ser descalificado después de haber llamado a otros al torneo” (GNB). El ejemplo de Pablo aquí es elocuente. Se nos presenta como alguien que controla su forma de vida para que nadie pueda acusarlo de otra cosa. Su punto final es mostrarse como alguien que lucha y se esfuerza hasta el final por el evangelio.

La vida cristiana es una auténtica carrera, pero no de cien metros planos, sino un maratón, y para terminarla se nos demanda disciplina, constancia y consagración hasta alcanzar nuestro galardón.

Una vez más Pablo nos anima a soportarlo todo, a hacernos siervos de todos, a renunciar a nuestro derechos y libertades con el único propósito de evangelizar al mundo, sin que el evangelio tenga tropiezo para llegar al perdido.

Pero de los más de ellos no se agradó Dios…

“Porque no quiero, hermanos, que ignoréis que nuestros padres todos estuvieron bajo la nube, y todos pasaron el mar; y todos en Moisés fueron bautizados en la nube y en el mar, y todos comieron el mismo alimento espiritual, y todos bebieron la misma bebida espiritual; porque bebían de la roca espiritual que los seguía, y la roca era Cristo. Pero de los más de ellos no se agradó Dios; por lo cual quedaron postrados en el desierto” (1 Corintios 10:1-5).

Con el presente texto Pablo pareciera estar escribiendo otro asunto, pero al estudiar los versículos 9:24-27, el sigue todavía en conexión con lo anterior. El apóstol se remonta a la historia para enseñarles a sus lectores las lecciones aprendidas por Israel en su camino a la tierra prometida. Al final se nos dice que solo Josué y Caleb recibieron la bendición de entrar a Canaán ¿Qué pasó con los demás? Pues fueron descalificados de la carrera, según el ejemplo mostrado en (9:24).

“Porque no quiero, hermanos, que ignoréis…”. En efecto, Pablo al usar la conjunción ”porque “nos habla de su contexto previo. Ahora presenta el ejemplo de Israel saliendo de Egipto, y al atravesar el mar, siguiendo a Moisés por fe, fueron bautizados en la nube y en el mar. Al poner el pasado con el presente, Pablo explica cómo el bautismo nos une, en nuestro caso, por nuestra fe en Cristo ((Romanos 6:3), y los israelitas en el éxodo, al poner su fe en Dios y en Moisés.

“Y todos comieron el mismo alimento espiritual…”. Pablo usa varias veces la palabra “todos”, porque nadie estuvo excluido al cruzar el mar, participando de una comida venida del cielo, y bebiendo “la misma bebida espiritual”. Todas las cosas mencionadas por Pablo fueron para recordarle a Israel que estuvo equipado en su viaje a Canaán, pero al final no entraron. Entre esas cosas, ellos comieron del maná durante cuarenta años sin faltar ni un solo día.

“Porque bebían de la roca espiritual que los seguía, y la roca era Cristo”. Este texto claramente dice que Israel contó con la presencia de Jesucristo durante su travesía por el desierto. ¡Qué privilegio para pueblo alguno! Una tradición Rabínica dice que Israel fue suplida con agua de la misma roca por todo el desierto. Dios, día a día, apagó la sed de su pueblo, proveyéndoles de corrientes de agua en medio del desierto. ¡Solo Dios pudo hacer semejante milagro!

“Pero de los más de ellos no se agradó Dios…”. Este texto es serio y triste a la vez. De una multitud compuesta por más de dos millones de personas, sólo de Josué y Caleb se agradó Dios para que entraran a la tierra prometida. El texto final nos deja una sensación de profunda reflexión al decirnos que el resto de ellos “quedaron postrados en el desierto”. Con esto concuerdan las palabras del contexto: “corred de tal manera que lo obtengáis” (9:24).

Israel es un claro ejemplo de lo que hace la incredulidad, quienes habiendo sido equipados con todos los recursos para llegar a la tierra prometida Dios no se los permitió por su apostasía.

Las cosas que sucedieron para nuestro ejemplo

“Mas estas cosas sucedieron como ejemplos para nosotros, para que no codiciemos cosas malas, como ellos codiciaron. Ni seáis idólatras, como algunos de ellos, según está escrito: Se sentó el pueblo a comer y a beber, y se levantó a jugar. Ni forniquemos, como algunos de ellos fornicaron, y cayeron en un día veintitrés mil. Ni tentemos al Señor, como también algunos de ellos le tentaron, y perecieron por las serpientes. Ni murmuréis, como algunos de ellos murmuraron, y perecieron por el destructor. Y estas cosas les acontecieron como ejemplo, y están escritas para amonestarnos a nosotros, a quienes han alcanzado los fines de los siglos” (1 Corintios 10:6-11).

Pablo, siguiendo su hilo de pensamiento, nos introduce en un nuevo pasaje para que no sigamos el ejemplo de Israel, quienes después de conocer el poder y los cuidados de Dios se desviaron, dando culto a la idolatría, tan común de los pueblos conquistados, y teniendo a la fornicación como resultado directo de esta práctica. Nos hará bien estudiar este pasaje a la luz de este ejemplo, para no hacer lo mismo que hizo Israel en el pasado.

“Mas estas cosas sucedieron como ejemplos para nosotros…”. Israel le falló a Dios en el desierto, y su fracaso no podemos soslayarlo, sino aprender de él. El primer pecado cometido fue el de la codicia, el más grave de todos. Israel en el desierto murmuró del maná enviado diariamente, y se quejaron, diciendo: “¡Quién nos diera a comer carne!” (Número 11:4–6). Ellos pensarían que la carne de Egipto no se podía igualar a un simple maná.

“Ni seáis idólatras, como algunos de ellos…”. El segundo pecado cometido por Israel en el desierto fue el de la idolatría. Como ellos no mantuvieron su enfoque en Dios, comenzaron a entregarse a la idolatría. Ese grotesco pecado lo vemos en Éxodo 32:1-6 con la hechura del becerro de oro y en Número 25:1-3, donde Israel se entregó a la idolatría de los dioses de Moab. Al parecer los corintios estaban acercándose a una asociación con la idolatría, de allí la advertencia de Pablo.

“Ni forniquemos, como algunos de ellos fornicaron…”. El tercer pecado cometido por Israel en su viaje a Canaán fue el de la fornicación. Eso ocurrió en la misma ocasión cuando Israel se rebeló, dándole culto a Baal-Peor, trayendo la ira de Dios, y muriendo veinticuatro mil de ellos en un solo día (Número 25:9). Como podemos ver el pecado de la codicia engendra los demás pecados. De esta manera Pablo amonesta a los corintios a no caer en semejante inmoralidad.

“Ni tentemos al Señor, como también algunos de ellos le tentaron…”. El cuarto pecado cometido por Israel fue el de tentar a Dios. En la ocasión cuando Israel derrotó al rey de Arad, se pusieron arrogantes e impacientes y blasfemaron contra Dios y Moisés, rechazando el maná y exigiéndoles agua. Por esa rebelión, Dios les envió serpientes que los mordieron, y para detener la mortandad, Moisés hizo una serpiente de bronce de modo que cuando la gente fue herida, ellos miraban la serpiente y eran sanados (cf. Juan 3:14, 15).

Por último, tenemos el pecado de la murmuración. Este pecado fue constante en Israel a pesar de las tantas demostraciones de cuidado y provisión en diario andar. Sin embargo, ellos murmuraron contra Dios, Moisés y Aarón. La advertencia ahora es para los corintios, para que no caigan en este mismo pecado, porque al parecer algunos estaban murmurando a sus lideres espirituales. La murmuración es un pecado que divide a la iglesia y debe ser confrontado.

Para quienes hemos vivido “en los finales de los tiempos”, estas cosas deben ser evitadas, porque sirven como ejemplo a la iglesia para no caer en descrédito delante del Señor.

Junto con la tentación viene la salida

“Así que, el que piensa estar firme, mire que no caiga. No os ha sobrevenido ninguna tentación que no sea humana; pero fiel es Dios, que no os dejará ser tentados más de lo que podéis resistir, sino que dará también juntamente con la tentación la salida, para que podáis soportar” (1 Corintios 10:11-12).

Con este texto Pablo pareciera concluir las aplicaciones que los corintios debieran haber aprendido del mal ejemplo dejado por Israel. Todo esto fue como una seria advertencia para ellos, porque su libertad no era una licencia para hacer cualquier cosa, o ir a cualquier lugar. El llamado de atención de este texto es a una absoluta vigilancia del andar cristiano.

“Así que, el que piensa estar firme, mire que no caiga”. La razón de este texto, tan usado por el mundo cristiano, era mostrarle a los corintios su autosuficiencia, y su corazón alejado de Dios, al creerse capaz de permanecer firmes por sus propias fuerzas. El mismo verbo “caer” revelaba una falsa seguridad. El que piensa estar firme ni siquiera estará en guardia en contra de la tentación, porque fácilmente podrá ceder. Los corintios creían que, por guardar ciertos preceptos como el bautismo y la cena del Señor, ya pertenecían a Cristo. Ese tipo de firmeza era fácil para la caída.

“No os ha sobrevenido ninguna tentación que no sea humana…”. Pablo hace ahora un paréntesis para hablarnos en este contexto de los pecados cometidos por Israel, para animarnos a buscar la fortaleza en el Señor cuando somos tentados. Él da por sentado que toda tentación es humana. Dios no nos conduciría a ninguna tentación, porque en todo caso, el tentador es Satanás, quien usa nuestra carne para lograr este fin.

Ciertamente la tentación y las pruebas son comunes a los seres humanos, pero más aún a los creyentes. Santiago nos va a decir que la tentación no la produce Dios “sino que cada uno es tentado, cuando de su propia concupiscencia es atraído y seducido” (Santiago 1:13-14). Pero, aunque esto es cierto, somos llamados a resistir la tentación. Nuestro más grande modelo en esto es Jesucristo, quien resistió la tentación de Satanás más de lo que es común al ser humano.

“Pero fiel es Dios, que no os dejará ser tentados más de lo que podéis resistir…”. Esta es una promesa consoladora. La tentación está a la vuelta de la esquina, y nos asedia constantemente, porque si algo quiere Satanás es vernos derrotados, pero Dios promete ayudarnos a no ser tentados más allá de nuestras propias fuerzas, y juntamente con la misma experiencia de la tentación nos dará “la salida, para que podáis soportar”. Nuestro Dios actúa en ese momento como un pastor viniendo a nuestro rescate.

Así lo expresó el comentarista Simon J. Kistemaker: “Dios pone límites a la tentación humana y él mismo viene en ayuda de su pueblo durante sus pruebas. Anima a los creyentes a que perseveren y a que triunfen” (Comentario al Nuevo Testamento: 1 Corintios (Grand Rapids, MI: Libros Desafío, 1998), 366.

El concepto de la “salida” aquí no es un mero alivio de la presión de la tentación, sino llevarnos a un lugar donde podamos escapar de ella. El sentido de todo esto es ver a nuestro Dios trabajando en el mismo campo de la batalla, y al igual como lo hizo con José cuando la malvada mujer de Potifar lo seducía, le mostró la puerta de escape, y aunque tuvo que dejar la ropa allí, esa salida lo llevó de una victoria personal a la victoria futura de su propio pueblo.

Nuestra resistencia a la tentación es directamente proporcional a nuestra obediencia a Dios. Nadie podrá resistir a la tentación a menos que dependa siempre de Dios.

No podéis beber la copa del Señor, y la copa de los demonios

“Por tanto, amados míos, huid de la idolatría. Como a sensatos os hablo; juzgad vosotros lo que digo. La copa de bendición que bendecimos, ¿no es la comunión de la sangre de Cristo? El pan que partimos, ¿no es la comunión del cuerpo de Cristo? Siendo uno solo el pan, nosotros, con ser muchos, somos un cuerpo; pues todos participamos de aquel mismo pan. Mirad a Israel según la carne; los que comen de los sacrificios, ¿no son partícipes del altar? ¿Qué digo, pues? ¿Que el ídolo es algo, o que sea algo lo que se sacrifica a los ídolos? Antes digo que lo que los gentiles sacrifican, a los demonios lo sacrifican, y no a Dios; y no quiero que vosotros os hagáis partícipes con los demonios. No podéis beber la copa del Señor, y la copa de los demonios; no podéis participar de la mesa del Señor, y de la mesa de los demonios. ¿O provocaremos a celos al Señor? ¿Somos más fuertes que él?” (1 Corintios 10:14-22)

Cuando pensábamos que Pablo ya había agotado el tema de comer lo sacrificado a los ídolos, aquí lo tenemos de regreso. Los hermanos de Corinto por su trasfondo gentil vivían bajo la tentación de participar de la idolatría. Por esta razón Pablo se dirige a ellos, recordándoles lo sucedido al pueblo de Israel cuando estaban en el desierto.

“Por tanto, amados míos, huid de la idolatría”. Con este imperativo Pablo le dice a los corintios que creían ser lo suficientemente firmes para participar de las celebraciones paganas sin pecar, especialmente cuando comían aquello que era sacrificado a los demonios, y después participaban de la Cena del Señor; al hacer eso estaban quebrantando la unión del creyente y Cristo y la unidad con otros creyentes.

“La copa de bendición que bendecimos, ¿no es la comunión de la sangre de Cristo? El pan que partimos, ¿no es la comunión del cuerpo de Cristo?” Estas preguntas retóricas eran para recordar a los corintios el verdadero significado de la celebración de la Cena del Señor. En el momento cuando ellos bebían de la copa y comían del pan estaban teniendo comunión con Cristo y comunión con los hermanos. Con esto Pablo les recuerda que esta comunión sagrada nada tienen que ver con los ídolos. Tanto el pan que comemos, como la copa que bendecimos, son verdaderos símbolos del cuerpo y la sangre de Cristo ¿cómo se podía mezclar este acto con otra adoración?

“Mirad a Israel según la carne…”. El ejemplo del Israel debió servir de advertencia para los corintios de acuerdo con los vv. 6-10. Ellos deberían juzgar por sí mismos (vers. 15) las consecuencias de haberse dejado llevar por la carne, llegando hasta la idolatría con las consecuencias ya citadas. Ellos deberían evaluar la diferencia decisiva entre festividades que se realizan en los templos paganos y la participación en la Cena del Señor.

“Antes digo que lo que los gentiles sacrifican, a los demonios lo sacrifican, y no a Dios…”. Con esto Pablo nos hace entender que no existe un terreno neutral entre Dios y Satanás. No hay cabida para una alianza. De esta manera quedaba claro que una cosa era lo sacrificado a los demonios en el culto de los gentiles, y otro muy distinto era el culto dado a Dios.

La palabra demonios aparece dos veces en este texto (vers. 21), y detrás de los demonios siempre opera Satanás. Por lo tanto, no hay compatibilidad en la adoración a Dios y a los demonios. El llamado del apóstol es celoso y firme al decirles: “no quiero que vosotros os hagáis partícipes con los demonios”. ¿Cuál era la razón? Porque no se podía participar de la mesa del Señor y de los demonios al mismo tiempo. No hay comunión entre el templo de Dios y el del diablo.

La Cena del Señor es única debido al significado de su celebración. La participación en ella debe quedar libre de otro tipo de adoración. La mesa del Señor y la de los demonios son incompatibles.

Aunque todo me es licito, no todo conviene

“Todo me es lícito, pero no todo conviene; todo me es lícito, pero no todo edifica. Ninguno busque su propio bien, sino el del otro. De todo lo que se vende en la carnicería, comed, sin preguntar nada por motivos de conciencia; porque del Señor es la tierra y su plenitud” (1 Corintios 10:23-26).

Aun cuando Pablo todavía mantiene el tema de lo sacrificado a los ídolos, y su postura con aquellos que participaban de tales prácticas, mezclándolas con la Cena del Señor, el principio abordado aquí es que los creyentes fuertes siempre deben buscar el bienestar del creyente más débil. Dicho de otra manera: no se trata de buscar egoístamente mi propio bien, sino la edificación de todos.

“Todo me es lícito, pero no todo conviene…”. Como los corintios abogaban por sus propios “derechos”, debido a su “conocimiento”, su filosofía era en qué me daña de acuerdo con el uso del presente lema. Pero los corintios se olvidaban de que la pregunta no era esta, sino más bien ¿estoy edificando a mi hermano? ¿Estoy siendo de ejemplo a los no creyentes? En efecto, desde el punto de vista de la carne, todo me es lícito, pero ¿todo lo permitido me conviene? ¿En qué me edifica?

“…todo me es lícito, pero no todo edifica”. No siempre lo permitido contribuye a mi edificación y crecimiento espiritual. Esto era lo que estaba pasando con los corintios al buscar su conveniencia, sacrificando lo que verdaderamente traía bienestar y progreso a su vida espiritual. Pablo les hace ver con ese tipo de pensamiento que ellos, en lugar de avanzar con Jesús, querían librarse de él y continuar siendo cristianos. ¡Nada podía estar más equivocado que esto!

“Ninguno busque su propio bien, sino el del otro”. Esto es lo más importante de este punto. Este consejo pastoral del apóstol lo expresa de otro modo en sus cartas, diciendo: “Cada uno debe agradar al prójimo para su bien, con el fin de edificarlo” (Romanos 15:2). Pero aún más, esta misma exhortación ya Jesús la había presentado cuando resumiendo el Decálogo, dijo: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Mateo 22:39). Primero debo anteponer el bien de los demás, antes que el mío.

“De todo lo que se vende en la carnicería, comed, sin preguntar nada…”. Pablo pareciera hacer un cambio brusco en lo que viene diciendo, pero más bien lo vemos mezclando los principios del ejercicio de la libertad cristiana con aplicaciones a las prácticas como comprar en la carnicería y comer. Pablo les recomienda a los creyentes no preguntar si la carne para comprar era dedicada a los ídolos, porque los sacrificios perdieron su carácter religioso cuando se vendía en la carnicería; preguntar sobre el procedimiento de la carne podría alejar a los griegos incrédulos del evangelio. Ya no había problemas en consumir lo sacrificado a los ídolos, porque perdieron su carácter religioso al ser vendido. Esto era libremente permitido.

Pero ¿por qué era permitido? “Por motivos de conciencia”. Porque independientemente si las carnes fueron ofrecidas o no a un ídolo, el comprador quien la va a comer es el responsable. Pablo sugiere no poner más carga a los hermanos sobre esto, y por eso recomienda “comed, sin preguntar nada”. Al hacer esto va a un principio aún más grande, “porque del Señor es la tierra y su plenitud”. Al final, la vaca que se estaban comiendo es del Señor y eso es lo importante.

“Para los puros todo es puro, pero para los corruptos e incrédulos no hay nada puro” (Tito 1:15)

Comiendo sin preguntar por motivo de conciencia

“Si algún incrédulo os invita, y queréis ir, de todo lo que se os ponga delante comed, sin preguntar nada por motivos de conciencia. Mas si alguien os dijere: Esto fue sacrificado a los ídolos; no lo comáis, por causa de aquel que lo declaró, y por motivos de conciencia; porque del Señor es la tierra y su plenitud. La conciencia, digo, no la tuya, sino la del otro. Pues ¿por qué se ha de juzgar mi libertad por la conciencia de otro? Y si yo con agradecimiento participo, ¿por qué he de ser censurado por aquello de que doy gracias?” (1 Corintios 10:27-30).

Cuando uno lee estos textos pudiera ver una contradicción con los versículos 20-21, cuando Pablo recomienda comer de todo lo que se ponga delante, pero no es así, en todo caso Pablo estaba advirtiendo de comer de la comunión con los demonios en un templo pagano. Esa práctica debe evitarse, pero no la comida al ser invitado por algún incrédulo, sobre todo por motivo de conciencia.

“Comed, sin preguntar nada por motivos de conciencia”. Hemos hablado acerca de cómo Pablo se hizo de todo a todos con el propósito de ganar las personas para Cristo, dejándonos con eso su ejemplo de empatía. Ahora nos presenta el caso de la invitación de un incrédulo a comer a su casa, como parte la misma identificación, tomando en cuenta la recomendación de comer todo lo que se pusiera en la mesa para no ofender la conciencia de quien estaba invitando.

“Mas si alguien os dijere: Esto fue sacrificado a los ídolos; no lo comáis…”. El propósito de Pablo al dar todos estos consejos pastorales es el instruir a sus hermanos respecto a la adaptabilidad cuando se está en presencia de un incrédulo, cuyo fin es ganarlo para Cristo. Pero si el anfitrión hablaba de que la carne para comer fue sacrificada a los ídolos, entonces lo mejor era no comerla “por consideración al que lo mencionó, y por motivos de conciencia”.

“La conciencia, digo, no la tuya, sino la del otro”. El tema de la conciencia de la que Pablo advierte en este caso es acerca de la del anfitrión (gentil no creyente, o creyente débil) que creía que un cristiano no debía comer carne que había sido ofrecida a los ídolos, sin comprometer su fe en Cristo, por lo tanto, por motivo de la conciencia del otro no se debe comer.

“Pues ¿por qué se ha de juzgar mi libertad por la conciencia de otro?”. Entender el pensamiento de Pablo no es tarea fácil, y eso es lo que vemos en esta pregunta y su contexto. ¿Qué está tratando de comunicarnos con esta pregunta? Si lo seguimos en los capítulos precedentes (8 y 9), donde explica el tema de la libertad cristiana, para usarla por amor a Dios y al prójimo, lo podemos entender, porque al usar el verbo juzgar, sería para condenarnos si usamos mal nuestra libertad cristiana. Si presentamos nuestra libertad sin tomar en cuenta a los demás, el resultado será una condenación a nuestra propia libertad.

“Y si yo con agradecimiento participo…”. Este último versículo lo podemos entender mejor con esta traducción: “Si puedo darle gracias a Dios por la comida y disfrutarla, ¿por qué debería ser condenado por comerla?”. El asunto seria entonces que, si puedo comer con una conciencia limpia, sin ofender la conciencia de alguien más, entonces no debería ser censurado.

La conciencia cristiana sabe distinguir entre lo bueno y lo malo, por tal razón lo que como, bebo o de lo que participo, estará sujeto a ese dictamen de una conciencia dirigida por el Señor.

Hacedlo todo para la gloria de Dios.

“Si, pues, coméis o bebéis, o hacéis otra cosa, hacedlo todo para la gloria de Dios. 32 No seáis tropiezo ni a judíos, ni a gentiles, ni a la iglesia de Dios; 33 como también yo en todas las cosas agrado a todos, no procurando mi propio beneficio, sino el de muchos, para que sean salvos” (1 Corintios 10:31-33).

Qué palabras tan bien seleccionadas escogió Pablo para concluir este capítulo. Cuán llenas de significado son para coronar esta larga exposición acerca del tema de lo sacrificado a los ídolos. Si todo lo que hacemos no glorifica al Señor, nada de lo dicho o hecho valió la pena. Que esta sea nuestra mayor búsqueda y nuestra más anhelada meta. Que nada nos mueva de esto.

“Si, pues, coméis o bebéis, o hacéis otra cosa…”. Como el contexto de este pasaje sigue la línea de pensamiento de comer lo sacrificado a los ídolos, o no, el énfasis final de Pablo es para considerar que ambas necesidades del cuerpo, comer o beber, debieran llevar a un solo objetivo: glorificar al Señor. Si los corintios hubieran tenido esta determinación desde el principio ¡cuanto distinto y fácil hubiera sido todo! Pablo habría dedicado menos tiempo para debatir todo este tema.

“Hacedlo todo para la gloria de Dios”. Estos mismos anhelos los escribió Pablo a los colosenses, con las mismas palabras, pero agregando la gratitud. Así les dijo: “Y todo lo que hagan, de palabra o de obra, háganlo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios el Padre por medio de él” (Colosenses 3:17). Con el mismo énfasis Pablo exhorta a los corintios a vivir para la gloria de Dios, incluyendo algo tan sencillo como el comer y beber todos los días.

“No seáis tropiezo ni a judíos, ni a gentiles, ni a la iglesia de Dios”. Hacer tropezar a alguien tiene consigo la idea de hacerle caer en pecado. La exhortación de Pablo es para cuidarse que ninguna de nuestras actitudes o acciones terminen por hacer pecar a los demás. La demanda de estas palabras es para vivir de una manera irreprochable, cualesquiera sean las circunstancias. Que no seamos tropiezo para nadie, menos “a la iglesia de Dios”.

“Como también yo en todas las cosas agrado a todos…”. Pablo en el próximo capitulo les va a decir a los corintios “sed imitadores de mí, como yo lo soy de Cristo” (11:1). Pero ¿de qué manera Pablo era un ejemplo para ellos? Lo fue en el asunto de no exigir los derechos como apóstol, prefiriendo trabajar con sus propias manos (9:12–18). Su propósito no era procurar su propio beneficio, sino el de los demás. Pablo vivió despojado de egoísmo para ayudar a otros, como lo hizo su Maestro.

Cuando uno ve a Pablo con semejante determinación de no agradarse a sí mismo queda confrontado, porque la tendencia humana es otra. Pero ¿cuál era el propósito final de Pablo al hacer esto? ¿Lo era para sentirse superior a los demás? ¡No! Él hacía todo esto con el único y definido propósito para que fueran salvados. Y este ejemplo debemos imitarlo también nosotros.

Cuando dejamos de agradarnos a nosotros mismos, comenzamos a agradar a Dios, y si agradamos a Dios, no importa a quien desagrademos.

Cristo es la cabeza de todo varón

“Sed imitadores de mí, así como yo de Cristo. Os alabo, hermanos, porque en todo os acordáis de mí, y retenéis las instrucciones tal como os las entregué. Pero quiero que sepáis que Cristo es la cabeza de todo varón, y el varón es la cabeza de la mujer, y Dios la cabeza de Cristo” (1 Corintios 11:1-3).

Con este capítulo, Pablo introduce nuevos temas, incluyendo la invitación para que los corintios lo imitaran como ejemplo de lo que dice y hace. También va a hablar de la posición de la mujer dentro de la adoración en el culto al Señor. Sobre este particular se habla mucho hoy, especialmente en el asunto de la igualdad de género. Acerquémonos, pues, a estos temas con mucha sabiduría para una discusión provechosa.

“Sed imitadores de mí, así como yo de Cristo”. Por todos los temas expuestos hasta aquí, los corintios necesitaban un modelo a seguir, y Pablo se presenta ante ellos de esa manera. La invitación hecha para que ellos sean imitadores de su vida y testimonio es porque Pablo lo era de Cristo. Esto claramente dice que no podemos pedir que nos imiten si primero no imitamos a Cristo. Pero en lugar de eso, decimos: “no me mires a mí, mira a Cristo”. El reto es que nos imiten también.

“Os alabo, hermanos, porque en todo os acordáis de mí…”. En el capítulo 9 leímos como Pablo presentó a los corintios una cierta “queja” cuando habló de su derecho como apóstol y ser sostenido económicamente, por cuanto algunos dudaban de su apostolado, pero ahora vemos un giro total en su planteamiento, porque la iglesia se había acordado de él en sus necesidades. Y era tal aquella consideración, que comienza en esta parte alabándoles por tales cuidados.

“… y retenéis las instrucciones tal como os las entregué”. Nuestro evangelio ha sido Cristocéntrico, pero también “apostolcentrico”, si se me permiten esta palabra. ¿Por qué decimos esto? Porque las instrucciones de Pablo entregadas a los corintios eran las enseñanzas y prácticas de los apóstoles, recibidas del mismo Jesús. Pablo no habla de ceremonias, y rituales, tan defendidos por otros, sino de las enseñanzas y doctrinas dejadas por los apóstoles.

“Pero quiero que sepáis que Cristo es la cabeza de todo varón…”. Con esta declaración, Pablo da por sentado el principio de autoridad por el cual se rige el hogar y la iglesia. Con una sola frase echa un fundamento para la enseñanza que viene en el capítulo. Dios ha establecido un orden de autoridad, comenzando con Cristo como cabeza sobre sobre todo varón, y el varón como cabeza de la mujer.

“… y el varón es la cabeza de la mujer”. En esta analogía de la iglesia como el cuerpo, Cristo es su cabeza. Y en forma similar, de acuerdo con el pasaje de Génesis 2:21-23, la esposa procede del hombre, y en consecuencia depende de él. Este orden establecido por Dios no es caprichoso, sino más bien necesario para la protección de la mujer misma y su familia. La mujer se sujetará a su esposo como cabeza, porque su esposo está sujeto a Cristo.

“… y Dios la cabeza de Cristo”. Un resumen de estos versículos sería de esta manera: “el hombre vino de Jesús, la mujer vino del hombre, y Jesús vino de Dios.” Semejante orden no deja dudas para ser seguido e imitado. El escritor Poole, hablando de Dios como la cabeza de Cristo, nos dice que el ser “cabeza de Cristo” no minimiza su esencia y naturaleza divina, sino respecto a su oficio como Mediador. Este mismo principio se aplica para el hombre como cabeza de la mujer. Ambos son iguales en cuanto a su naturaleza, pero diferentes en cuanto a autoridad.

Si respetáramos el principio de autoridad dejado por Dios, evitaríamos el actual desorden que tenemos en el ámbito social, familiar y espiritual. Este orden de autoridad es para nuestro bien, no es discriminatorio.

Profetizando a cara descubierta

“Todo varón que ora o profetiza con la cabeza cubierta, afrenta su cabeza. Pero toda mujer que ora o profetiza con la cabeza descubierta, afrenta su cabeza; porque lo mismo es que si se hubiese rapado. Porque si la mujer no se cubre, que se corte también el cabello; y si le es vergonzoso a la mujer cortarse el cabello o raparse, que se cubra” (1 Corintios 11:4-6).

Aun cuando en este texto se nos presenta una situación muy cultural, Pablo sigue su pensamiento original respecto al orden de autoridad dejada por Dios. Las recomendaciones acerca de cómo debieran los hombres y las mujeres profetizar u orar, establece el liderazgo entre el varón y la mujer, pero al mismo tiempo, el hecho de que los dos oren y profeticen, revela la igualdad de ambos delante de Dios. La autoridad del hombre sobre la mujer no la hace menos que él

“Todo varón que ora o profetiza con la cabeza cubierta, afrenta su cabeza”. La oración y la profecía eran parte del culto de la iglesia. Seguramente la oración era presentada de manera audible, y constante, mientras que la profecía pudo ser ocasionalmente. Por otro lado, el pedir al varón orar o profetizar con la cabeza cubierta, confirmaba el orden de autoridad dejado por Dios. Cubrirse la cabeza, era deshonrar a la verdadera “cabeza” del varón que es Cristo, y a si mismo como cabeza de la mujer.

“Pero toda mujer que ora o profetiza con la cabeza descubierta, afrenta su cabeza…”. Otra vez, estamos viendo una situación netamente cultural respecto a la manera cómo la iglesia de los corintios celebraba sus cultos. A la mujer no se le permitía orar o profetizar con la cabeza descubierta. ¿La razón? Porque al hacerlo ella demostraba un desacato al diseño original. Su cabeza descubierta era como una inversión de los roles en el hogar.

“… porque lo mismo es que si se hubiese rapado”. Pablo sigue aquí con su mismo punto acerca del hombre como cabeza de la mujer. Si ella llegara al extremo de raparse el cabello, su afrenta sería mayor, porque eso la hacían las prostitutas de su tiempo. Ahora bien, estos textos no son de difícil interpretación, pero si de difícil aplicación para nuestros tiempos y cultura. Hoy nuestras mujeres no se cubren la cabeza, y se cortan el pelo, pero no irrespetan a sus esposos con esto.

Los principios bíblicos son inalterables, pero las costumbres culturales varían. Al final, lo que Pablo quería era establecer una diferencia entre la adoración del creyente, comparada con la del pagano con sus dioses.

“… y si le es vergonzoso a la mujer cortarse el cabello o raparse, que se cubra”. De acuerdo con el contexto cultural de los corintios una mujer que honraba a su marido no se cortaría el cabello, por causa de la sujeción, y lo hacía estaba contemporizando con el mundo, porque esta práctica solo podía ser concebida en una mujer fornicaria. Al cubrirse su cabello honraba a su Dios, a su esposo y se honraba a sí misma.

Si bien Dios estableció su orden de autoridad, no por eso minimizó a la mujer en sus derechos y privilegios. Los derechos a una devoción a él son los mismos concedidos a los hombres.

Pero todo procede de Dios

“Porque el varón no debe cubrirse la cabeza, pues él es imagen y gloria de Dios; pero la mujer es gloria del varón. Porque el varón no procede de la mujer, sino la mujer del varón, y tampoco el varón fue creado por causa de la mujer, sino la mujer por causa del varón. Por lo cual la mujer debe tener señal de autoridad sobre su cabeza, por causa de los ángeles. Pero en el Señor, ni el varón es sin la mujer, ni la mujer sin el varón; porque así como la mujer procede del varón, también el varón nace de la mujer; pero todo procede de Dios” (1 Corintios 11:7-12).

El tema dominante de este texto sigue siendo la autoridad del hombre sobre la mujer. La situación en la iglesia con una cierta “rebelión femenina” al parecer era manifiesta. La postura de Pablo respecto al diseño original de la creación ayuda a ver que su concepto del liderazgo en el hogar no responde a una posición caprichosa, sino a los principios establecidos por Dios desde la creación. Esto no debería tener objeción en la iglesia del Señor.

“Porque el varón no debe cubrirse la cabeza, pues él es imagen y gloria de Dios…”. Pablo sigue aquí defendiendo el orden de autoridad dejado por Dios. Ya lo había tratado antes en el v. 3 cuando dijo que la cabeza de la mujer es el hombre. Este es el principio del liderazgo masculino, tanto en la iglesia como en el hogar. Nos evitaríamos muchos problemas hoy día si esto se cumpliera. Y ¿por qué esto es así? Porque el hombre es imagen y gloria de Dios.

“Pero la mujer es la gloria del hombre”. ¿Por qué esta diferencia que para algunos resulta como discriminatorio? Porque la mujer fue creada para ser una ayuda idónea a su esposo, y por esto lo honra y lo reconoce como cabeza del hogar. ¿Cuál es la razón que esto sea así? El próximo texto lo explica de esta manera.

“Porque el varón no procede de la mujer, sino la mujer del varón…”. En Génesis 2 nos encontramos el orden de la creación. Dios creó al hombre primero, y cuando lo vio solo, dijo: “Le haré ayuda idónea para él”. De esta manera, la mujer procede del hombre, no el hombre de la mujer. ¿Se equivocó Dios en este diseño? ¡Pues no! Es cierto que hoy se quiere cambiar este orden por un capricho ideológico, pero Dios lo hizo así para proteger y bendecir a la familia misma.

“Por causa de los ángeles”. Pablo introduce la “observación” de los ángeles como el otro elemento de por qué la mujer debe tener una señal de autoridad sobre vida. A veces ignoramos la presencia de los ángeles en nuestros cultos, pero ellos nos acompañan y ven nuestro orden, y de acuerdo con el recordatorio de Pablo, los ángeles también se ofenden. La advertencia del apóstol es porque en el culto, además de Dios, los ángeles están presentes.

“Pero todo procede de Dios”. Esta es la conclusión de Pablo. Aun cuando la mujer procede del hombre, en la forma cómo fue extraída de él, el hombre también procederá de una mujer. Barclay nos dice que, aunque el tema es de “la subordinación de las mujeres, Pablo continúa enfatizando aún más directamente el compañerismo esencial del hombre y la mujer. Ninguno puede vivir sin el otro…”. Y la razón de todo esto es porque “todo procede de Dios”. Él es el génesis de todo.

La autoridad del hombre como cabeza sobre la mujer no es un orden “machista”, sino más bien necesario. Al final el hombre tendrá que responder a Dios cómo ejerció su liderazgo familiar.

El tema del cabello largo en el hombre y la mujer

“Juzgad vosotros mismos: ¿Es propio que la mujer ore a Dios sin cubrirse la cabeza? La naturaleza misma ¿no os enseña que al varón le es deshonroso dejarse crecer el cabello? Por el contrario, a la mujer dejarse crecer el cabello le es honroso; porque en lugar de velo le es dado el cabello. Con todo eso, si alguno quiere ser contencioso, nosotros no tenemos tal costumbre, ni las iglesias de Dios” (1 Corintios 11:13-16).

Con este texto Pablo le pone fin a todo este tema del hombre y su liderazgo sobre la mujer. La situación de orar con la cabeza descubierta por parte de la mujer, y ahora la recomendación para el hombre de no dejarse crecer el cabello, debió ser otra de las tantas preguntas que Pablo sigue respondiendo en la carta. El contexto cultural donde se dio todo esto ameritaba este tratamiento, y si bien hoy día esto no se practica, el principio de autoridad se mantiene vigente.

“¿Es propio que la mujer ore a Dios sin cubrirse la cabeza?”. Con el imperativo “juzgad, Pablo hace una apelación a los corintios de algo que debiera en cuenta. Otra vez, con la presente pregunta tenemos que seguir a Pablo en una costumbre totalmente judía, donde los mismos hombres oraban con la cabeza cubierta. Y si esto se daba entre ellos, cuánto más sería para la mujer. Si ella orara con la cabeza descubierta eso se convertiría en una total afrenta.

“La naturaleza misma ¿no os enseña que al varón le es deshonroso dejarse crecer el cabello?”. Cuando Pablo usa la palabra naturaleza, prosigue el orden dejado por Dios. De esto deducimos que cuando Dios creó al hombre y a la mujer, al hombre lo hizo con el cabello corto y el de la mujer largo. Así debió ser el modelo original, y es una sana práctica que debemos mantener. Por cierto, ¿qué de esas pinturas donde presentan a Jesús con el cabello largo? ¿De dónde vino? En todo caso, la única vez que la Biblia apoya el cabello largo en el hombre es si este era un nazareo.

“A la mujer dejarse crecer el cabello le es honroso”. El cabello corto en el hombre y el largo en la mujer era una señal clara que fueron creados diferentes. El contraste cultural al que Pablo hace referencia respecto al cabello, es presentado como una desgracia para los hombres si se lo deja largo, y como honroso para las mujeres si lo mantiene largo. Y este elemento natural, y distintivo, hace a la mujer reflejar su femineidad y al hombre su masculinidad.

“Con todo eso, si alguno quiere ser contencioso…”. Pablo cierra este punto con esta oración. De alguna manera alguien estaba cuestionando los señalamientos del apóstol respecto a su posición del liderazgo del hombre sobre la mujer y la conducta apropiada que ella debería seguir. Pablo, pues, concluye de esta manera su discusión diciéndoles a los “pendencieros” que, “nosotros no tenemos tal costumbre, ni las iglesias de Dios”. Simplemente Pablo no tenía tiempo para perderlo en estos cuestionamientos.

Aunque la costumbre de dejarse crecer el cabello entre el hombre y la mujer varía en el orden cultural, la naturaleza nos ha hecho distintos.

Las divisiones revelan quiénes son los aprobados

“Pero al anunciaros esto que sigue, no os alabo; porque no os congregáis para lo mejor, sino para lo peor. Pues en primer lugar, cuando os reunís como iglesia, oigo que hay entre vosotros divisiones; y en parte lo creo. Porque es preciso que entre vosotros haya disensiones, para que se hagan manifiestos entre vosotros los que son aprobados” (1 Corintios 11:17-19).

El contenido de este texto es la respuesta dada por Pablo a otro de los asuntos que le trajeron para su consejo, respecto al abuso en la cena del Señor, algo muy preocupante debido a la irreverencia como los corintios estaban practicando tan sagrado y solemne acto. La manera cómo Pablo exhorta a los hermanos ponía de manifiesto la gravedad de este asunto.

“Pero al anunciaros esto que sigue, no os alabo…”. Esta manera de escribir de Pablo presagia un malestar justificado. Hubo varias cosas donde el apóstol elogió a la iglesia, pero ahora ve una compostura preocupante. El llegar a saber de un gran desorden suscitado entre ellos al momento de tomar la cena del Señor, fue un motivo para reprenderlos, y no para alabarlos como lo hizo al principio. Cuán grande fue el problema con la comunión del Señor, que lo lleva a este punto.

“Porque no os congregáis para lo mejor, sino para lo peor”. Cuando Pablo habla de reunirse “para lo peor” tiene la información de asuntos graves que estaban pasando en la iglesia. ¿De qué se enteró Pablo? Por un lado, de un desorden reinante donde se estaba humillando a los pobres (vers. 22). Y en ese contexto, lo peor era cómo se estaba celebrando la Cena del Señor, trayendo un menosprecio contra el cuerpo y la sangre del Señor (vers. 27).

“Porque es preciso que entre vosotros haya disensiones…”. Ya Pablo había oído de los de Cloé (1:10-12) acerca del asunto de las divisiones entre ellos; y al tocar otra vez este tema, les recuerda el daño que este pecado ha hecho en la iglesia desde su origen. Lamentablemente ellos no se reunían para la adoración al Señor, y la mutua edificación entre ellos, sino para lo peor. Para Pablo esta era una falta muy grande el cual tenía que ser denunciada.

Pero ¿cuál era el propósito de las divisiones según el planteamiento de Pablo? “Para que se hagan manifiestos entre vosotros los que son aprobados”. Pablo da por “necesario” la división en la iglesia cuando esta tiene el propósito de revelar quiénes son los auténticos cristianos, cuyas obras son probadas en la iglesia del Señor.

Sobre esta posición un comentarista dice: “Los creyentes probados son los que Dios aprueba porque pasaron bien la prueba a la que fueron sometidos. Habiendo sido probados en la batalla espiritual, se les reconoce entre el pueblo de Dios como cristianos genuinos. Estos son creyentes que rechazan las cosas del mundo. Aman y obedecen a Dios, se apegan a Cristo por la fe y le demuestran lealtad en la iglesia y en la sociedad (Simon J. Kistemaker, Comentario al Nuevo Testamento: 1 Corintios) Grand Rapids, MI: Libros Desafío, 199), pág. 422

Las reuniones de una iglesia cuyo propósito no sea el de adorar a Dios, sino el de adelantar intereses particulares, deja la puerta abierta para que el padre de las divisiones se haga presente.

Esto no es la cena del Señor

“Cuando, pues, os reunís vosotros, esto no es comer la cena del Señor. Porque al comer, cada uno se adelanta a tomar su propia cena; y uno tiene hambre, y otro se embriaga. Pues qué, ¿no tenéis casas en que comáis y bebáis? ¿O menospreciáis la iglesia de Dios, y avergonzáis a los que no tienen nada? ¿Qué os diré? ¿Os alabaré? En esto no os alabo” (1 Corintios 11:20-22).

Pablo sigue hablando del abuso al celebrar a la cena del Señor, pero a su vez instituyendo el proceder correcto de tan significativo memorial para la iglesia del Señor. Su denuncia fue por el grande desorden en el que habían convertido este acto a la hora de reunirse. La cena del Señor, instituida la misma noche cuando el pueblo de Israel comió la pascua, era un recordatorio de la liberación de la esclavitud de Egipto, pero ahora es un recordatorio de la liberación de la esclavitud del pecado.

“Cuando, pues, os reunís vosotros, esto no es comer la cena del Señor”. Lo que Pablo vio antes de celebrar la cena del Señor fue digno del más severo reproche. De hecho, calificó aquel acto como estando muy lejos de la reflexión y contrición que debe despertar este culto. Pablo no cuestiona la costumbre de la iglesia de tener sus “ágapes” previo a la cena del Señor, sino el abuso en el cual habían convertido aquel sagrado momento. Era una glotonería de los ricos con sus comidas, frente a los pobres que no tenían nada.

“Porque al comer, cada uno se adelanta a tomar su propia cena…”. En esto consistía el problema. Era un auténtico relajo tan carnal como lo comida misma que llevaban. El adelantarse y tomar su propia cena revelaba el pecado del egoísmo, tan contrario a los “ágapes”, cuyo principal propósito era el de una participación colectiva; de allí viene para nosotros lo que llamamos “el tiempo de compartir”. Imagínese esa escena previa antes del momento de la cena del Señor.

“Y uno tiene hambre, y otro se embriaga”. ¿Qué era lo que pasaba? Pues que, en las costumbres de afuera, especialmente de la “clase alta” recibiera más y mejor comida que la “clase baja.” Y esto había sido traído a la iglesia, y los cristianos no estaban compartiendo realmente el uno con el otro. En el festín hecho, el rico traía más comida y bebida y el pobre menos. Tal era el abuso de esto que algunos no comían y quedaban con hambre mientras que otros se emborrachaban.

“Pues qué, ¿no tenéis casas en que comáis y bebáis?”. Las presentes preguntas son todas retoricas, y su fin era dejar claro que todo ese proceder egoísta no debiera ser traído a la iglesia del Señor, porque para eso ellos tenían sus propias casas. La carencia de amor de los más acaudalados estaba poniendo en peligro la unidad de la iglesia al menospreciar a los pobres quienes no tenían para compartir. Estas preguntas reflejan el enfado de Pablo.

“¿O menospreciáis la iglesia de Dios, y avergonzáis a los que no tienen nada?”. Al final era la iglesia la afectada con esta actitud irresponsable de los avaros y egoístas. Estas preguntas sugieren que la presencia de un grupo privilegiado seguía con tales costumbres, sin importar cómo esto estaba afectando a los “que no tienen nada”. La reprensión de Pablo tuvo que ver con el menosprecio a los pobres al celebrar la cena del Señor.

“¿Qué os diré? ¿Os alabaré? En esto no os alabo”. Por supuesto que no. No puede haber alabanza, ni reconocimiento, sino una muy fuerte exhortación ante tan evidente descaro de su parte. Esto hizo a Pablo repetir tres veces la frase: “No os alabo”. Por supuesto, que en nada de esto Pablo estaba siendo feliz con los cristianos corintios.

Cuanto respeto debe tener el creyente al acercarse al momento de la Cena del Señor.

El pan en la Cena del Señor

“Porque yo recibí del Señor lo que también os he enseñado: Que el Señor Jesús, la noche que fue entregado, tomó pan; y habiendo dado gracias, lo partió, y dijo: Tomad, comed; esto es mi cuerpo que por vosotros es partido; haced esto en memoria de mí” (1 Corintios 11:23-24).

Pablo después de hablar del desorden que había en la iglesia en Corinto al momento de celebrar la cena del Señor, y las injusticias de los creyentes ricos con los creyentes pobres, escribe acerca de lo que se ya se conocía en los cuatro evangelios, pero que el apóstol lo había recibido como otras cosas más, no mencionadas en los evangelios. Aquí nos presenta el significado y la manera ordenada de cómo debe ministrarse los elementos de esta Comunión de los santos.

“Porque yo recibí del Señor lo que también os he enseñado”. La manera cómo Pablo recibió estas instrucciones no lo sabemos con certeza, sea por la vía de los otros apóstoles, o directamente del Señor; el no lo inventó. Lo recibió como otras revelaciones traídas directamente del Señor, y con toda la autoridad para ser enseñada, siendo parte de la Palabra inspirada.

¿Y qué fue lo que recibió? “Que el Señor Jesús, la noche que fue entregado, tomó pan”. El contexto donde se instituyó la cena del Señor fue durante la pascua. El pan tomado por Jesús en aquella fiesta judía era sin levadura, como era el recordatorio pascual (Éxodo 12: 8; 29: 2). El pan hecho de esta manera era el mejor símbolo para representar el cuerpo puro y santo de nuestro Señor Jesucristo, sin la corrupción que simboliza la levadura.

“Tomad, comed; esto es mi cuerpo que por vosotros es partido”. Hubo dos actos previos antes de repartir y comer aquel pan. Uno fue el acto de dar gracias, y el otro fue el de partir el pan. El uno reconoce en Dios su provisión al darnos el pan que en este contexto es la entrega de su Hijo; y el otro, el de partir el pan, que representa la manera cómo el cuerpo del Señor iba a ser sometido en sufrimiento. De esta manera, los imperativos “tomad, comed”, mostrarían la manera cómo recordaríamos este acto conmemorativo.

“Haced esto en memoria de mí”. Cuando comemos el pan en la cena del Señor vendrá a nuestra memoria el cuerpo sacrificado y ahora glorificado de nuestro Señor Jesucristo.

De esta manera, y través de nuestra fe y la obra del Espíritu Santo, al participar del pan nos unimos en comunión con Cristo, experimentando su presencia en un momento solemne y sagrado.

El pan que partimos en la cena del Señor nos recuerda los latigazos, la corona de espinas y los clavos que desfiguraron el cuerpo santo de Cristo entregado por nuestros pecados.

El vino en la Cena del Señor

“Asimismo tomó también la copa, después de haber cenado, diciendo: Esta copa es el nuevo pacto en mi sangre; haced esto todas las veces que la bebiereis, en memoria de mí. Así, pues, todas las veces que comiereis este pan, y bebiereis esta copa, la muerte del Señor anunciáis hasta que él venga” (1 Corintios 11:25-26).

El segundo elemento en la cena del Señor es el vino. ¿Cuál era el significado de aquella copa en la noche pascual? Pues de acuerdo con el orden de la Pascua, se tomaban cuatro copas. La que Jesús tomó fue la tercera copa, la Copa de la Redención. Aquella copa representaba la tercera de cuatro promesas que Dios le había hecho a Moisés cuando lo llamó. “Y los redimiré con brazo extendido, y con juicios grandes” (Éxodo 6:6). Jesús no tomó esa noche la cuarta copa, porque esa copa sería la amarga, la que tomó en la cruz cuando se le dio el vinagre. He aquí el símbolo.

“Asimismo tomó también la copa, después de haber cenado”. El adverbio también sugiere que Jesús usó el mismo procedimiento hecho con el pan. El haber tomado la tercera copa después de haber cenado era la costumbre. En la cena pascual judía había un tiempo para cada copa. Como explicamos en la introducción, la copa que Jesús tomó fue la tercera, en cuyo significado estaba la liberación que Cristo estaba trayendo al morir, así como lo fue el cordero pascual.

“Esta copa es el nuevo pacto en mi sangre”. El contexto de la palabra “nuevo pacto” debe llevarnos al Antiguo Testamento donde Moisés instituyó el primer pacto en el Monte Sinaí, y ese pacto fue sellando con sangre, porque así quedó registrado ((Éxodo 24:8; véase también Zac. 9:11). Entonces, al hablar de un nuevo pacto adquiere un significado espiritual más profundo, porque la sangre sería la de Cristo con la que se sellaría este Nuevo Pacto o Nuevo Testamento.

¿De qué se trata este nuevo pacto? Pues es el cumplimiento de las palabras proféticas de Jeremías 31:33-34. Es un nuevo pacto hecho con la sangre preciosa de Cristo para hacer en nosotros una transformación interna, que nos limpia de todo pecado, según el vers. 34. Con este nuevo pacto, él ha puesto la Palabra en nuestra mente y corazón (vers. 33), para que tengamos una comunión cerca con el Señor.

“Haced esto todas las veces que la bebiereis, en memoria de mí”. Jesús vuelve a traer este mandamiento cuando tomamos el vino de la comunión. Jesús ordena a su pueblo que celebre esta ordenanza todas las veces que nos reunamos como iglesia, y cuando lo hagamos recordemos hacerlo en conexión con el derramamiento de sangre para el perdón de nuestros pecados.

“La muerte del Señor anunciáis hasta que él venga”. Cuando participamos de la comunión del pan y del vino, se nos pide mirar hacia atrás y hacia adelante. Miramos la cruz para recordar lo que fue hecho por nosotros allí. El pan representa Su cuerpo entregado por nosotros. La copa es el nuevo pacto de Su sangre, derramada por nuestros pecados. Miramos hacia adelante, la esencia del evangelio que es la muerte de Cristo, y su segunda venida. Esto debemos predicarlo siempre.

El pan y el vino en la cena del Señor es la única fotografía que tenemos de Cristo. Cuando celebramos esta comunión, lo recordamos, y lo adoramos por su inagotable amor para casa uno de nosotros.

Tomando la cena del Señor indignamente

“De manera que cualquiera que comiere este pan o bebiere esta copa del Señor indignamente, será culpado del cuerpo y de la sangre del Señor. Por tanto, pruébese cada uno a sí mismo, y coma así del pan, y beba de la copa. Porque el que come y bebe indignamente, sin discernir el cuerpo del Señor, juicio come y bebe para sí” (1 Corintios 11:27-29).

Pablo finaliza esta sección de la manera como la comenzó. Había un abuso muy serio a la hora de tomar la cena. El relajo al que fue sometido tan solemne y digno recordatorio produjo en el apóstol su más enérgica y visible postura. El comer anticipadamente, y hasta emborracharse en la misma la celebración, levantó en el apóstol una fuerte condena entre los participantes, por no valorar su propia conducta a la hora de participar en este acto.

“Comer y beber la copa del Señor indignamente”. Este texto presenta una dificultad al principio, porque pareciera sugerir que somos dignos de semejante momento. En todo caso, el planteamiento de Pablo es para considerar que la cena del Señor no debe ser una celebración simple. El creyente sincero llega a esa celebración con profunda expectativa. Un genuino quebrantamiento debe llevarnos a ver que somos indignos, pero por el sacrificio mismo de Cristo somos dignos.

“Será culpado del cuerpo y de la sangre del Señor”. Las palabras indignamente y culpable llevan consigo la idea de hacer algo irrespetuosamente; no darle a ese acto el lugar que le corresponde en nuestras vidas. Cuando participamos indignamente de los elementos en la cena del Señor, cometemos irreverencia. Si seguimos el contexto del abuso de los corintios, se ofende el sacrificio de la cruz con cierto dejo de menosprecio.

Participar de la cena del Señor de una manera indigna e irresponsable, es llegar a ser parte de aquellos que se burlaron de la cruz y menospreciaron la muerte de Cristo. Esto es muy serio. Debo, pues, considerar detenidamente mi condición espiritual al momento de tomar los elementos del pan y el vino en la cena. No perdamos de vista la obra de Cristo cuando tomamos la cena del Señor. Seamos dignos y no culpables del cuerpo y de la sangre del Señor.

“Por tanto, pruébese cada uno a sí mismo…”. Esta debe ser la condición previa antes de conmemorar este recuerdo. No podemos participar de este acto con corazones frívolos. Es después de un debido autoexamen como debemos acercarnos a la mesa del Señor, con amor genuino, tanto para el Señor como para el prójimo.

“Juicio come y bebe para sí”. La falta de discernimiento de lo que hacemos al momento de comer el pan, símbolo del cuerpo de Cristo, nos hace responsable del juicio. Si no nos examinaos y comemos así la cena, dejamos el camino abierto al juicio divino, quien nos ve y evalúa en ese mismo momento.

Todos somos indignos de tomar la Cena del Señor, pero eso no es una licencia para tomarla en esa condición. Debemos examinarnos y confesar nuestros pecados; solo así podré estar digno delante de mí Dios

Examinándonos a nosotros mismos

“Por lo cual hay muchos enfermos y debilitados entre vosotros, y muchos duermen. Si, pues, nos examinásemos a nosotros mismos, no seríamos juzgados; mas siendo juzgados, somos castigados por el Señor, para que no seamos condenados con el mundo. Así que, hermanos míos, cuando os reunís a comer, esperaos unos a otros. Si alguno tuviere hambre, coma en su casa, para que no os reunáis para juicio. Las demás cosas las pondré en orden cuando yo fuere.” (1 Corintios 11:30-34).

Los corintios fueron conocidos como sociedad por sus excesos, y tales prácticas fueron traídas a la iglesia del Señor, eso fue lo que estaba pasando cuando ellos se reunían para celebrar la cena del Señor. Lo que dio ser un momento de tal solemnidad y tan significativo recordatorio se convirtió en un relajo condenable, con consecuencias muy serias para los participantes irreverentes, quienes con su actitud estaban menospreciando el profundo significado de este acto.

“Por lo cual hay muchos enfermos y debilitados entre vosotros, y muchos duermen”.

Pablo fue informado por aquella delegación que vino a visitarlo (16:17) probablemente de la salud física de algunos miembros de la iglesia. Se enteró de la condición interna donde muchos estaban indispuestos, otros estaban enfermos y algunos otros habían muerto. Pablo advierte a los hermanos que tanto las enfermedades como las muertes son el resultado de la manera cómo habían convertido el asunto de la cena del Señor, de allí la necesidad de examinarse a sí mismos.

“Si, pues, nos examinásemos a nosotros mismos, no seríamos juzgados”. El examen personal antes del examen divino es necesario, porque al hacerlo previamente corregiríamos lo que estábamos haciendo mal, antes de ser corregidos por Dios. Los corintios deben admitir que están en pecado, y el Señor espera de parte de ellos su arrepentimiento y cambio de actitud. El examinarnos a nosotros mismos es una buena práctica que nos descubre delante de Dios.

“Para que no seamos condenados con el mundo”. El ser juzgado por Dios en el contexto con el que Pablo lo presenta es más bien ser disciplinados. Dios ya aplicó su castigo sobre el pecado, y lo puso sobre los hombros de su hijo Cristo. En este sentido no puede haber un doble castigo. Por lo tanto, la intención de Dios al disciplinarnos es para que nos volvamos a él con todo arrepentimiento, y al hacer esto no seremos condenados por el mundo.

“Así que, hermanos míos, cuando os reunís a comer, esperaos unos a otros”. Con esta oración final, Pablo resume su discurso de la cena del Señor. Al hacerlo se dirige a ellos como su pastor al decirles mis hermanos. Como su fiel y preocupado les aconseja corrigiendo los abusos a la hora de celebrar la cena del Señor. Su recomendación para evitar el juicio aquí expresado es que cada uno coma en sus casas, y no perviertan los sagrados elementos de la Comunión del Señor.

“Las demás cosas las pondré en orden cuando yo fuere”. Hay otros asuntos que no fueron tratados acá y Pablo sabe que hay más que decir, pero ha preferido dejarlo para otra ocasión. ¡Cómo nos gustaría saber todo lo que está detrás de estas palabras! No era lo mismo tratar estos temas en una carta que estar personalmente para encarar cada situación.

La misión de cada pastor es poner en orden todas las cosas respecto al culto dado al Señor.

No ignoréis los dones espirituales

“No quiero, hermanos, que ignoréis acerca de los dones espirituales. Sabéis que cuando erais gentiles, se os extraviaba llevándoos, como se os llevaba, a los ídolos mudos. Por tanto, os hago saber que nadie que hable por el Espíritu de Dios llama anatema a Jesús; y nadie puede llamar a Jesús Señor, sino por el Espíritu Santo” (1 Corintios 12:1-3).

Con este capítulo Pablo hace una transición entre la carnalidad tratada anteriormente, con el abuso en la cena del Señor, y lo espiritual, a través del uso de los dones otorgados para este fin. Este será el tema dominante visto en la diversidad que hay en la iglesia del Señor, por medio de estas gracias divinas, pero a su vez la unidad de la iglesia al ser comparada con la metáfora del cuerpo humano y sus funciones. Los dones espirituales será la manera cómo opera la iglesia.

“No quiero, hermanos, que ignoréis acerca de los dones espirituales”. Este fue otro de los temas consultados a Pablo y he aquí su respuesta. Por un lado, él percibió cierta ignorancia, y esto no era tanto por el desconocimiento de ellos, porque si hubo una iglesia dotada con los dones espirituales fue la de los corintios. Pablo está tratando del uso apropiado de los dones, porque sus próximas discusiones girarán en torno al mal uso de ellos, de allí la palabra “ignoréis”.

“Sabéis que cuando erais gentiles…”. Hay una diferencia entre “ignorar” y “saber” y eso es lo que Pablo demanda de sus hermanos en este tema de los dones espirituales. El pasado idolátrico pagano de los corintios no los preparaba para entender bien este tema. ¿Cuál era la razón? Porque ellos vivieron en ese tiempo descarriados y siguiendo “a los ídolos mudos”. De igual manera, nuestra comprensión de los dones espirituales pareciera estar sujeta a la manera cómo vivimos antes, y la hasta dónde el Espíritu Santo nos ha revelado esta gracia del cielo.

“Por tanto, os hago saber…”. Si bien este texto pareciera un tanto confuso en su conexión con lo que Pablo está tratando, el adverbio “por tanto” pareciera establecer la diferencia con el pasado de los corintios y su presente. Solo un no cristiano podía llamar a Jesús anatema, y allí estuvieron los judíos con su menosprecio. Nadie que hable el Espíritu podía hacer esto. Pero, por otro lado, “nadie puede llamar a Jesús Señor, sino por el Espíritu Santo”.

¿Cuál es el significado de esto? Que solo el que tenga al Espíritu Santo morando en su vida queda capacitado para llamar a Jesús Señor, y quien esto hace comprueba quién guía su vida, pero a su vez comprueba que los dones espirituales son esas capacitades dadas para exaltar y llamar a Jesús, Señor de nuestras vidas. El Espíritu Santo evita una blasfemia al hablar de Cristo, y nos contrario es eso, nos capacita para llamar a Jesús el Señor de nuestras vidas.

El Espíritu Santo vino para glorificar a Cristo, y al morar en nuestros corazones nos da la capacidad de llamarlo Señor, para que de igual manera nosotros también lo glorifiquemos.

Dones, ministerios y operaciones

“Ahora bien, hay diversidad de dones, pero el Espíritu es el mismo. Y hay diversidad de ministerios, pero el Señor es el mismo. Y hay diversidad de operaciones, pero Dios, que hace todas las cosas en todos, es el mismo” (1 Corintios 12:4-6).

Pablo después de recordar a los corintios que no debieran ignorar los dones espirituales, especialmente en la manera adecuada de su uso, ahora nos presenta tres manifestaciones donde la palabra “diversidad” es la clave para entender la diferencia y el orden acerca de cómo el Espíritu Santo capacita a los miembros de la iglesia para su normal desarrollo. Y un elemento distintivo en esto va a ser la presencia de la Trinidad en el otorgamiento de estas gracias divinas.

“Ahora bien, hay diversidad de dones, pero el Espíritu es el mismo”. La diversidad de los dones se pone en evidencia cuando en este mismo capitulo Pablo menciona a nueve de ellos, de acuerdo con 1 Corintios 12:4-11, 28; pero luego en Romanos 12:6-8 y Efesios 4:7-13, amplia esta lista para mostrarnos la existencia de esa “diversidad”, siendo el Espíritu es el mismo, el dador de ellos. Con esto afirmamos que cada creyente posee, por lo menos, un don espiritual.

“Y hay diversidad de ministerios, pero el Señor es el mismo”. Esto concuerda con lo escrito en Efesios 4:7-13, donde al mencionarse “ministerios” se estaría hablando de los “oficios dotados”, tales como profetas, apóstoles, evangelistas y maestros. Pero es el mismo Cristo quien nos capacita para presentar la Palabra, sea por la vía de la predicación, la enseñanza o través del servicio. Pero, de igual manera, “el Señor es el mismo”.

“Y hay diversidad de operaciones…”. La palabra para “operaciones” tiene su raíz griega en otra cuyos derivados son: enérgico, energía, energético. De allí se aplica que esta diversidad tiene que ver con los milagros otorgados por Dios. En cada milagro bíblico se pone de manifiesto el poder de Dios. Con esto se señala que las acciones son el resultado del poder energizante de Dios.

“Pero Dios, que hace todas las cosas en todos, es el mismo”. El propósito de Dios ha sido el mismo desde siempre. Él le entrega a su iglesia diseminada en medio de la sociedad, la capacidad de dar a conocer su Palabra en tales lugares. Su deseo es para que su pueblo ministre a todos los que sufren: hombres, mujeres y niños. Para hacer esto, Dios les da su poder para sanar un mundo destrozado, necesitado de ayuda física, emocional, espiritual y material.

Las palabras “diversidad”, y “es el mismo”, nos muestran cómo la iglesia ha sido equipada por la presencia de las tres personas de la Trinidad (Padre, Hijo y Espíritu Santo). Y en esto hay algo maravilloso, porque, aunque hay tres personas diferentes en la Trinidad, los tres son uno. Esto nos confirma la vida misma de la iglesia donde también hay diversidad a través de los dones espirituales, pero al final ella mantiene su unidad. Ese es el sentido de los dones espirituales.

Los dones pedagógicos

“Pero a cada uno le es dada la manifestación del Espíritu para provecho. Porque a este es dada por el Espíritu palabra de sabiduría; a otro, palabra de ciencia según el mismo Espíritu” (1 Corintios 12:7-8).

He aquí la especificación de los nueve dones espirituales según la lista dada a los corintios. Esta diversidad de dones, como lo registramos en la anterior entrega, fueron otorgados por el Espíritu “para provecho”; o sea, fueron dados para la edificación del cuerpo de Cristo. Esto debe afirmarse desde el principio, porque los hermanos de corintios hicieron también del uso de los dones, un abuso, por la preferencia de unos sobre otros. El capítulo 14 acerca de las lenguas es un ejemplo del mal uso de ellos.

“Es dada la manifestación del Espíritu”. La promesa de Jesús del otro Consolador fue para que estuviera siempre presente en cada cristiano. Es un hecho que nuestra salvación es el resultado de la obra del Espíritu Santo a través del nuevo nacimiento. Pero además de ese don de salvación, el Espíritu nos da los dones para el trabajo en la iglesia. En el ejercicio de ellos se verá más manifestada la obra del Espíritu; de allí la diferencia entre un creyente y otro.

Otro asunto para considerar aquí es la agrupación hecha de esto nueve dones. Los estudiosos de estos dones los han clasificado en tres grupos para una mejor comprensión: Pedagógicos: sabiduría y conocimiento. Sobrenaturales: fe, sanidades y milagros. Y comunicativos: profecía, discernimiento de espíritus, lenguas e interpretación de lenguas.

“Porque a este es dada por el Espíritu palabra de sabiduría…”. Si seguimos el orden expuesto arriba, la sabiduría sería el primero de los dos dones pedagógicos. El griego literalmente dice: “palabra de sabiduría”. El propósito de este don es dar la habilidad de poder hablar sabiduría divina, la cual los creyentes reciben a través del Espíritu Santo (cf. 2:6, 7). Esta sabiduría se contrasta con la humana (1:17, 20, 25). Esteban tuvo ese don de acuerdo con Hechos 7. La sabiduría con el que hizo su magistral defensa es una de las más brillante de las Escrituras.

“A otro, palabra de ciencia según el mismo Espíritu…”. El conocimiento sería el segundo don pedagógico. Este don es conocido como “un conocimiento íntimo y personal de Dios que no depende del intelecto sino del amor, y del conocimiento que el hombre tiene de Dios ». Este don se expresa más en el saber, entender y explicar al pueblo la revelación de Dios a través de las Escrituras. Cuando exponemos la Palabra, este don debiera estar presente.

Los dones dados por el Espíritu son la manera cómo Él ha equipado a la iglesia para que funcione adecuadamente. Y por ser cada uno distinto, hace que a pesar de su diversidad de mantenga la unidad.

Los dones sobrenaturales

“A otro, fe por el mismo Espíritu; y a otro, dones de sanidades por el mismo Espíritu …” v. 9.

Hemos dicho que la presente lista de dones espirituales no es exhaustiva, ni que esta en un orden de importancia. Lo que en todo caso podemos deducir es que en la iglesia de Corinto algunos hermanos fueron capacitados con estas gracias del Espíritu para edificar el cuerpo de Cristo. Debe notarse también que, muchos de estos dones fueron necesarios para el establecimiento del evangelio. Pablo mismo estuvo revestido de ellos por la manera cómo Dios lo usó en su reino.

“A otro, fe por el mismo Espíritu…”. Hay una fe salvadora con la que llegamos a ser hijos de Dios, pero la fe como don es aquella que contiene una convicción completa y firme en la intervención de Dios para realizar un milagro. Los apóstolos fueron los primeros en ejercer este don. Jesús habló les habló de tener fe como un grano de mostaza (Mateo 17:20). Después del pentecostés, Pedro y Juan, sanaron a un paralitico en la puerta del templo. A través de la historia, hombres como George Mueller, con ese don milagroso y su oración, sostuvo un orfanato sin pedir ayuda.

En virtud de este don sobrenatural tenemos a un incontable número de creyentes quienes han demostrado su confianza en Dios, y el resultado ha sido que su fe fue recompensada en forma milagrosa. El autor del libro a los Hebreos nos deja una lista de los héroes de esa fe del Antiguo Testamento (Hebreos 11), pero creemos que a esa lista se le seguirán añadiendo muchos más nombres.

“A otro, dones de sanidades por el mismo Espíritu…”. Debemos decir acá que tanto el don de la fe como el don de sanidad están íntimamente relacionados. Es Santiago quien nos recuerda que la oración de fe de los ancianos sanará al enfermo (Santiago 5:14, 15). Según Santiago, la oración ferviente impulsaba a la fe y se daba el milagro. Pero debe decirse también que no siempre los ancianos tuvieron este don permanentemente. Hay casos donde se oró y no sucedió el milagro.

El comentarista Clarke hablando de este don de sanidad y de esos casos donde se oró por alguien y no hubo sanidad, lo siguiente: “El poder que en determinados momentos recibieron los apóstoles del Espíritu Santo para curar enfermedades; un poder que no siempre residió en ellos; porque Pablo no pudo curar a Timoteo, ni remover su propio aguijón en la carne; porque solo era dado en ocasiones extraordinarias, (aunque quizás de manera más general que muchos otros.”)

Estos dones sobrenaturales fueron necesarios para la penetración y el avance del evangelio. El Señor Jesucristo se los otorgó a sus discípulos como señales inequívocas de su apostolado. Sin embargo, esto no significó que aun ellos, teniendo ese don, sanaron siempre al enfermo. Pablo admite indirectamente no haber podido sanar a Epafrodito (Filipenses 2:27), a Timoteo (1 Timoteo 5:23) o a Trófimo (2 Timoteo 4:20). Dios sabe cuándo y para qué usará este don.

Uno de los asuntos donde se da un gran debate es la vigencia de este don de sanidad. El debate se da porque ese don fue usado por los apóstoles y algunos diáconos como Felipe. Este don fue necesario, no solo para sanar el cuerpo, sino para abrir las puertas del evangelio donde era imposible llegar de otra manera.

Los dones comunicativos

“A otro, profecía; a otro, discernimiento de espíritus; a otro, diversos géneros de lenguas; y a otro, interpretación de lenguas. Pero todas estas cosas las hace uno y el mismo Espíritu, repartiendo a cada uno en particular como él quiere” (1 Corintios 12:10b-11).

Los próximos dones son conocidos como “dones comunicativos”. Se clasificaron de esta manera porque las personas que ejercían estas capacidades divinas eran portavoces de un mensaje de lo alto, solo dado por Dios. De esta manera, Dios escogió a hombres tanto en el Antiguo Testamento como en el Nuevo para revelar y consolidar su Palabra a través del uso de la profecía y con los diversos géneros de lenguas.

“A otro, profecía…”. La pregunta que pronto surge al mencionar a la “profecía”, como el primer don de la lista de los dones de comunicación sería, ¿cuán importante era la profecía en la iglesia primitiva y especial en Corinto? Ya Pablo había hablado de orar y profetizar de acuerdo con (11:4, 5). Allí él dio su recomendación tanto para el hombre como para la mujer de cubrirse o no la cabeza al momento de ejercer estos dones, por lo tanto, era un don notorio entre los hermanos.

Este don le fue dado a la iglesia para predecir algo como en el caso de Agabo (Hechos 11:28), y también para revelar a la iglesia la voluntad de Dios (Efesios 4:11). No todos poseían este don, y quienes así lo ejercían, tal profecía debería pasar el examen de la misma iglesia. Este don fue necesario para completar el canon del Nuevo Testamento, siendo Cristo su revelación final (Hebreos 1:1-4).

“A otro, discernimiento de espíritus…”. Este don manifiesta la habilidad de establecer la diferencia entre una doctrina falsa y otra verdadera, entre lo que es del Espíritu Santo y lo que no es. Como la Biblia declara al diablo como ángel de luz, siendo su arte el del camuflaje (2 Corintios 11:14), y también como el engañador con un mensaje falso y tentador (Génesis 2:16-3:5), era necesario que en la iglesia existiera este don espiritual para evitar el engaño y la desviación de la fe.

“A otro, diversos géneros de lenguas… interpretación de lenguas”. La palabra lengua puede apuntar a un idioma ya conocido (Hechos 2:6, 8, 11) o a la llamada glosolalia (1 Corintios 14:2, 4, 28). Pero su uso, según Pablo, debió ser para edificar, bien ordenado y controlado. La iglesia de los corintios no fue el mejor ejemplo en esto. Al contrario, dentro de los dones de comunicación, ninguno fue de mayor controversia que este don, tanto que Pablo le dedica todo el capítulo 14 de esta carta, para tratar el desorden que este don estaba causando en el culto del Señor.

Pareciera ser que este don del Espíritu cuya finalidad fue la de enriquecer la vida devocional del creyente, y también en la vida corporativa de la iglesia (1 Corintios 14:18-19), especialmente en reuniones “públicas” (1 Corintios 14:23), fue el don más polémico en el pasado, y lo sigue siendo en el presente.

“Pero todas estas cosas las hace uno y el mismo Espíritu…”. Con esto Pablo vuelve otra vez a su idea original cuando comenzó hablando de los dones. Ciertamente, esta es una potestad del Espíritu Santo. Lo hace repartiendo (dando), por lo menos a cada uno un don, pero lo hace “como él quiere”. Esto significa que no debo buscar otro don si el Espíritu no me lo da.
El Espíritu Santo no es caprichoso, ni es exclusivista, él otorga sus dones porque ve en el receptor de ellos la capacitad y la habilidad para ejercerlos. Demos gracias a Dios por el don conferido.

Siendo muchos, son un solo cuerpo

“Porque así como el cuerpo es uno, y tiene muchos miembros, pero todos los miembros del cuerpo, siendo muchos, son un solo cuerpo, así también Cristo. Porque por un solo Espíritu fuimos todos bautizados en un cuerpo, sean judíos o griegos, sean esclavos o libres; y a todos se nos dio a beber de un mismo Espíritu” (1 Corintios 12:12-13).

Ahora Pablo nos da a conocer una de sus más ilustrativas metáforas para hablar de la iglesia como el cuerpo de Cristo. La iglesia ha sido representada de muchas maneras en la biblia, pero la figura de ella como el cuerpo humano es la mejor, por su diversidad de miembros y su diversidad de funciones, manteniendo milagrosamente su unidad indivisible. Y el que hace posible esa unidad en la iglesia es el Espíritu Santo.

“Porque así como el cuerpo es uno…”. No tenemos muchos cuerpos, sino uno, mientras que los miembros siendo muchos, forman un solo cuerpo. En los próximos versículos (14-16) Pablo va a comparar al cuerpo humano con Cristo, y eso pareciera extraño, porque la comparación del cuerpo debe ser con la iglesia debido a la diversidad de sus miembros, siendo Cristo su cabeza (Efesios 1:22-23). Y es que, así como el cuerpo es uno, Jesucristo es también es uno, no está divido.

“Y todos los miembros del cuerpo…”. Pablo usó al cuerpo humano como una metáfora para compararla con la iglesia, porque es un organismo altamente diversificado. La naturaleza de cada miembro tiene una particular función, sin embargo, su función no es independiente, sino unificadora. Lo mismo ocurre con el cuerpo de Cristo, donde cada miembro funciona en ella con el don recibido. De esta manera, los dones no son para servirnos a nosotros, sino para servir a toda la iglesia.

“Porque por un solo Espíritu fuimos todos bautizados en un cuerpo…”. Esta declaración junto con “se nos dio a beber de un mismo Espíritu”, están totalmente entrelazados. El sentido de ambas figuras “bautizar y beber” es recordarnos que cada creyente ha sido bautizado por el Espíritu Santo e incorporado al seno de la iglesia. Los verbos bautizar y beber, presentados acá, encuentran en Gálatas 3:27-28, un paralelismo similar. En el cuerpo de Cristo, todos caben, nadie está excluido.

“Sean judíos o griegos, sean esclavos o libres…”. Se ha dicho con mucha justicia que el milagro más grande del mundo es la iglesia, porque después de la creación, la iglesia es el lugar donde pueden convivir judíos y gentiles, esclavos y libres, pobres y ricos, blancos y negros. Y parte de ese milagro es visto en una unidad en medio de la diversidad, cuyo arquitecto y constructor es el Espíritu Santo. Esto hace a la iglesia única como un solo cuerpo

El cuerpo está compuesto de muchas partes

Además, el cuerpo no es un solo miembro, sino muchos. Si dijere el pie: Porque no soy mano, no soy del cuerpo, ¿por eso no será del cuerpo? Y si dijere la oreja: Porque no soy ojo, no soy del cuerpo, ¿por eso no será del cuerpo? Si todo el cuerpo fuese ojo, ¿dónde estaría el oído? Si todo fuese oído, ¿dónde estaría el olfato? (1 Corintios 12:14-17).

Los científicos siguen ponderando la complejidad del cuerpo. Su anatomía es simplemente asombrosa. Su sistema nervioso está perfectamente conectado como un sistema de red eléctrica. Pero el asombro aun es mayor, porque a pesar de tantos órganos, partes, huesos, células y su torrente sanguíneo, están todos unidos y todos los miembros responden el uno al otro para su fiel funcionamiento. Pablo tomó esa figura para aplicarla a la iglesia de una manera asombrosa.

“Además, el cuerpo no es un solo miembro, sino muchos”. Dios creo dos cuerpos (el físico y la iglesia) con sus muchos miembros para funcionar efectivamente como una unidad. Aunque vemos la diversidad en ambas creaciones, cada miembro trabaja para mantener una unidad efectiva. Esta metáfora, escogida sabiamente por Pablo, ilustra el funcionamiento de los dones espirituales a la hora de estar en el sitio correcto, cumpliendo con su razón de ser.

“Porque no soy mano, ¿no soy del cuerpo?”. Pablo toma de una manera hipotética la ilustración de los pies como quejándose (en este hablar imaginario), de no querer ser parte del cuerpo, por cuanto no son manos. Esto sería absurdo porque un cuerpo sin los pies está imposibilitado de movimiento. La aplicación para la iglesia era para erradicar la envidia entre sus miembros por no tener el don de otros. El Espíritu Santo repartió los dones en el cuerpo como él quiso.

“Porque no soy ojo ¿no formo parte del cuerpo?”. He aquí otra suposición en esta “conversación” imaginaria. La oreja no podría tomar la decisión de no seguir funcionando porque afectaría al resto del cuerpo. Bien pudiera el oído pensar que el ojo es más importante por su capacidad de oír, sintiéndose inferior al ojo por no ser igual a él en su función. Pero todo esto es absurdo, porque el cuerpo necesita de todos sus miembros para trabajar adecuadamente.

“Si todo el cuerpo fuera ojo… si todo el cuerpo fuera oreja”. El cuerpo humano jamás podrá funcionar si un solo de sus miembros decide ser todo el cuerpo. Eso sería un monstruo, solo visto en las películas. La multiforme sabiduría de Dios revelada en cada miembro del cuerpo nos permite percibir los olores, sonidos y sabores. Imagínese a un cuerpo solo oliendo las cosas, sin poder saborearlas. Con esto Pablo presenta el pecado de envidiar los dones de otros, por encima del suyo.

La presente metáfora de la iglesia cuerpo es para mostrarnos cómo cada uno ha recibido su don espiritual, con el que la iglesia cuenta y depende para su desarrollo. De esta manera, cada miembro usando sus dones, adecuadamente, sin envidiar a los demás, hace su trabajo en la iglesia donde todos son importantes y necesarios, así como lo son los instrumentos musicales en una orquesta, hasta lograr una hermosa armonía en una visible unidad.

No todos podemos ser maestros, porque quién se dedicaría a servir a los demás. No todos podemos ser pastores, porque quien atenderá a las mesas. Pero todos debemos servir de acuerdo con el don recibido; sin envidiar el don de otro, para que no haya discordia en el cuerpo.

Nos necesitamos los unos a los otros

“Mas ahora Dios ha colocado los miembros cada uno de ellos en el cuerpo, como él quiso. Porque si todos fueran un solo miembro, ¿dónde estaría el cuerpo? Pero ahora son muchos los miembros, pero el cuerpo es uno solo. Ni el ojo puede decir a la mano: No te necesito, ni tampoco la cabeza a los pies: No tengo necesidad de vosotros.” (1 Corintios 12:18-21).

Nuestra moderna sociedad ha hecho un culto al individualismo, viviendo solo para un reducido espacio llamado “familia”, mientras que otros viven aislados, solos y sin compañerismo. Hay muy pocas excepciones de personas que practican la filantropía con la cual pueden ayudar a labrar la dicha ajena. Pero ese mundo egoísta se acaba cuando las personas son incorporadas a la familia de una iglesia. Y, ¿por qué se da esto? Porque en la iglesia nadie puede decir “no te necesito”.

“Colocar los miembros… como él quiso”. La manera como están distribuidos los miembros en el cuerpo es una prerrogativa divina. Esto significa que no podemos quejarnos de por qué mis ojos estén en mi cabeza y no en el pecho. Pero, sobre todo, esto significa que el orden cómo Dios los ha dejado, no solo ha sido inteligente, sino funcional. El “como él quiso” no es un capricho divino, sino la obra maestra de su creación, al decir que todo lo hecho “era bueno en gran manera”.

“Porque si todos fueran un solo miembro, ¿dónde estaría el cuerpo?”. La respuesta de Pablo a su propia pregunta sería en ninguna parte. Imagínese a los miembros de la iglesia pensando, actuando, hablando. Imagíneselos teniendo el mismo don, ¿qué sería la iglesia? Pues no sería un cuerpo, sino un solo miembro. El solo pensar en la iglesia de esta manera no funcionaría como lo hace el cuerpo humano, y todo giraría hacia un desorden, carente de diversidad.

“Pero ahora son muchos los miembros, pero el cuerpo es uno solo”. La parte opuesta de lo anterior es que la iglesia, con sus muchos miembros y sus diferentes funciones, forman el cuerpo de Cristo. Cuando la iglesia en tu totalidad trabaja con el ejercicio de sus dones, a través de cada miembro, el resultado será el equivalente a una armonía, donde todos los miembros actúan como las voces de un hermoso coro, con una diversidad en su armonía, pero manteniendo su unidad.

“No te necesito… no tengo necesidad de vosotros”. Ahora Pablo concluye que todos los miembros del cuerpo son necesarios, y ninguno debe menospreciar a los otros por considerar que su trabajo sea más importante. Lo que Dios espera de cada uno de nosotros es que usemos los dones, porque al hacerlo bendecimos a la iglesia del Señor, y si no hacemos esto, al final no habrá recompensas celestiales, porque del ejercicio de nuestros dones dependen los galardones.

Es interesante como Pablo en todo este texto personifica a los miembros del cuerpo. Imagínese el ojo hablándole a la mano, o la cabeza a los pies. Y, ¿cuál sería el tema de esta “conversación?”. El de querer una independencia del resto del cuerpo. Pero en el cuerpo no podemos declarar esto, porque no podemos vivir sin la ayuda del otro. Sí tenemos necesidad de los demás miembros, y todos nos necesitamos mutuamente.

Como Dios es quien puso a los miembros como él quiso, ninguno de ellos protesta por la manera cómo fue colocado en el cuerpo, de igual manera debiera pasar en el cuerpo de Cristo.

Los miembros deben preocuparse los unos por los otros

“Antes bien los miembros del cuerpo que parecen más débiles, son los más necesarios; y a aquellos del cuerpo que nos parecen menos dignos, a estos vestimos más dignamente; y los que en nosotros son menos decorosos, se tratan con más decoro. Porque los que en nosotros son más decorosos, no tienen necesidad; pero Dios ordenó el cuerpo, dando más abundante honor al que le faltaba, sino que los miembros todos se preocupen los unos por los otros. De manera que si un miembro padece, todos los miembros se duelen con él, y si un miembro recibe honra, todos los miembros con él se gozan” (1 Corintios 12:22-26).

Pablo sigue con su analogía del cuerpo aplicada a la iglesia. La manera cómo el hace distinción entre un miembro con otro, entre uno débil y uno fuerte, o decoroso y otro menos decoroso, hace tan compresible su enseñanza que el lector no tiene mucha dificultad en entender el funcionamiento del cuerpo humano, en el cuidado que debemos tener de nuestros miembros, aplicando ese mismo cuidado a la iglesia como cuerpo. En la iglesia no hay un miembro más importante que otro.

“Antes bien los miembros del cuerpo que parecen más débiles…”. Con esta declaración Pablo nos revela que aun en los miembros del cuerpo podemos ser selectivos, sobre todo si no nos preocupamos en el cuidado de cada uno de ellos. El llamado es para cuidar más a los miembros débiles, y a los que nos parecen menos dignos, vestirlos “más dignamente”. En esta parte Pablo pudo estar pensando en esos miembros no tan visibles a quienes no se les da tanta importancia.

“Los que en nosotros son menos decorosos, se tratan con más decoro”. Un comentarista lo expresó así: “Las partes menos honrosas del cuerpo humano las vestimos con más cuidado que las más nobles. Lindos zapatos cubren los pies feos, las hombreras añaden estatura a un cuerpo pequeño y un bonito vestido o un elegante traje hace que un cuerpo robusto se vea cautivador” (Simon J. Kistemaker, Comentario al Nuevo Testamento: 1 Corintios (Grand Rapids, MI: Libros Desafío, 1998), 475.

“Pero Dios ordenó el cuerpo, dando más abundante honor al que le faltaba…”. Nadie se escapa al tratamiento de Dios a la hora de honrar a sus miembros. Puede ser que para otros pasemos desapercibidos, pero Dios es quien se encarga de dar su honor, y darlo en abundancia, y usa a esos miembros débiles para dar mayor gloria a su nombre. Dios se asegura que los miembros débiles reciban la misma atención que los miembros fuertes y más decorosos.

“Sino que los miembros todos se preocupen los unos por los otros”. Este es el propósito final de la cohabitación de los miembros en el mismo cuerpo. Esto ocurre perfectamente en el cuerpo humano. No puede concebirse “egoísmo” entre ellos. Y este es el ideal para la iglesia. Que, en lugar de darse una división, producto de los malentendidos, nos cuidemos mutuamente. Cuando me hago miembro de la iglesia, llego a ser parte de una familia donde todos nos necesitamos.

Solo en esta comunidad de amor “si un miembro padece, todos los miembros se duelen con él, y si un miembro recibe honra, todos los miembros con él se gozan”. No hay un organismo en la tierra donde esto se pueda dar, sino en la iglesia del Señor. Es en medio de ella donde tengo la cobertura total para ser amado, cuidado y donde me puedo desarrollar como cristiano.

Ningún creyente es más importante que otro en el cuerpo de Cristo, porque aún a los débiles, Dios los trata con mayor honor y honra. No hay cabida para el orgullo entre los miembros del cuerpo de Cristo.

La iglesia, el cuerpo de Cristo

“Vosotros, pues, sois el cuerpo de Cristo, y miembros cada uno en particular. Y a unos puso Dios en la iglesia, primeramente apóstoles, luego profetas, lo tercero maestros, luego los que hacen milagros, después los que sanan, los que ayudan, los que administran, los que tienen don de lenguas” (1 Corintios 12:27-28).

Ya hemos hablado de frase “el cuerpo de Cristo” como una metáfora frecuente del Nuevo Testamento al referirnos a la iglesia, y a todos aquellos que, siendo miembros de ella, son salvos. Así, por ejemplo, en Romanos 12:5, a la iglesia se le llama “un cuerpo en Cristo”, en 1 Corintios 10:17, “un cuerpo”, en 1 Corintios 12:27 y Efesios 4:12, “el cuerpo de Cristo”, y en Hebreos 13:3, “el cuerpo”. Estos textos y otros relacionan a la iglesia con la figura del cuerpo.

“Vosotros, pues, sois el cuerpo de Cristo…”. Pablo hace con esta declaración una especie de resumen de lo que ha venido hablando. La metáfora es muy clara al comparar a la iglesia como un cuerpo humano, por cuando está unificado aun cuando tenga partes diferentes. Y así debe ser el cuerpo de Jesucristo, donde cada uno, al convertirse, llega a ser un miembro en particular.

El comentarista Clarke hace este comentario sobre esto: “Podríamos llamar a uno ojo, por su observación aguda de los hombres y las cosas, y penetración en casos de consciencia y misterios divinos. A otro mano, por sus esfuerzos laboriosos en la iglesia. A otro pie, por sus viajes industriosos para esparcir el conocimiento de Cristo crucificado: y así de otros.”

“Y a unos puso Dios en la iglesia, primeramente apóstoles…”. Jesús eligió entre sus discípulos a doce apóstoles para que estuvieran con él y luego fueran enviados (cf. Lucas 6:13-16). Posterior a esto fue necesario elegir a Matías, como el sucesor de Judas (cf. Hechos 1:23–26). Más adelante vemos que este círculo apostólico se extendió apareciendo Pablo como un apóstol (Romanos 1:1), lo mismo que Bernabé (Hechos 14:14), y otros según Romanos 16:7.

Debido al planteamiento moderno si existe una continuidad del don de “apóstoles”, señalamos lo expuesto por algunos comentaristas: “Los apóstoles sirvieron a toda la iglesia en sus primeros años de formación. El oficio apostólico fue sólo para un tiempo y cesó con la muerte del último apóstol que murió, el apóstol Juan, quien murió probablemente en el año 98 d.C”. (Simon J. Kistemaker, Comentario al Nuevo Testamento: 1 Corintios (Grand Rapids, MI: Libros Desafío, 1998), 480.

Por otro lado, ya los dones de profetas, maestros, milagros, sanidad, administración y de lenguas fueron tratados anteriormente dentro de esta lista que no exhaustiva, pues Pablo se va a referir a otros dones en pasajes como Romanos 12 y Efesios 4. En todo caso, en esta lista los dones diferentes son el “maestros, administración y ayuda”. Todos ellos son usados para asegurar que la iglesia funja como un auténtico cuerpo, con sus diferentes partes, pero manteniendo su unidad.

En toda esta lista, el don de los que “ayudan” nos merece una consideración especial. Y la razón es porque aquí tenemos a aquellos que asisten a otros en hacer la obra del Señor, y sin ellos, los que tenían los dones de apóstoles, profetas, administradores o maestros, no podían haber hecho bien su trabajo. Este don por verse “menor” que otros, es uno de los más importantes en el cuerpo. Eso confirma la figura de los miembros más débiles o menos decorosos, al ser tratados.

Procurad, pues, los dones mejores.

“¿Son todos apóstoles?, ¿son todos profetas?, ¿todos maestros?, ¿hacen todos milagros? ¿Tienen todos dones de sanidad?, ¿hablan todos lenguas?, ¿interpretan todos? Procurad, pues, los dones mejores. Mas yo os muestro un camino aun más excelente” (1 Corintios 12:29-31).

Pablo sigue su tema acerca de los dones espirituales, porque la iglesia en Corinto había hecho de ellos un fin en sí mismo, y no estaban edificando adecuadamente al cuerpo de Cristo. Se había desarrollado una “preferencia” de dones, sobre otros, y su propósito aquí es corregir esta visible desviación. Las presentes preguntas se proponen encausar el uso correcto de los dones.

Para lograr esto, Pablo hace siete preguntas retóricas, todas con una respuesta negativa. Las respuestas que les podamos dar a cada una de estas preguntas nos van a mostrar con claridad, por un lado, la diversidad que existe en la iglesia del Señor, pero también su universalidad. No todos en la iglesia son: apóstoles, profetas, maestros, o tienen dones de milagros, sanan o hablan e interpretan lenguas. Y aunque algunos pueden tener más de un don, nadie los tiene todos.

Las respuestas a las preguntas de Pablo muestran que los miembros de la iglesia, individual o colectivamente, mantienen una dependencia los unos de los otros. La conclusión de todo esto sería que, la manera cómo fueron distribuidos los dones nos revelan la diversidad y unidad de la iglesia.

“Procurad, pues, los dones mejores”. Aunque el Espíritu Santo es quien nos da los dones, es bueno y apropiado para nosotros el desearlos, y pedirlos, pero todo en sumisión al plan de Dios. Y la pregunta que surge de esto es, ¿está exhortando Pablo a sus lectores a que busquen las primeras tres posiciones mencionadas acá? Al parecer Pablo anima a los hermanos a buscar aquellos dones que contribuyan a la mutua edificación y no preferir unos dones y otros no.

“Mas yo os muestro un camino aun más excelente”. El camino más excelente es el revelado en el capítulo 13, cuyo enfoque será en el amor, y no tanto en los dones mismos. Pablo va a mostrar en este nuevo capítulo que, los dones nada son si no está presente el amor de Dios en nosotros y nuestro amor hacia los demás. El amor es como el aceite que “lubrica” a los dones espirituales.

Y no tengo amor, nada soy

“Si yo hablase lenguas humanas y angélicas, y no tengo amor, vengo a ser como metal que resuena, o címbalo que retiñe” (1 Corintios 13:1).

Lo que hoy sabemos acerca de la palabra amor es lo relacionado a lo sensual, expresado en los actos del sexo. Otros conciben la palabra amor cuando quieren comunicar el apego por las cosas que hacen. Pero el amor del cual Pablo habla aquí tiene un origen totalmente divino y trasciende los conceptos terrenales. Con semejante descripción, Pablo va a revelarnos el amor de Dios, encarnado en Cristo, previamente anunciado en Juan 3:16.

Debido al especial contendido de este nuevo capítulo, me permito citar los pensamientos de dos autores que describen la belleza del amor ágape, visto en este texto como los versos más completos, jamás antes escritos. Así se expresaron: “Examinar este capítulo es como diseccionar una flor para entenderla. Si las rasgas mucho, pierdes la belleza” Campbell Morgan. Y otro ha dicho: “Uno ¡podría conseguir un bronceado espiritual del calor de este capítulo!” Alan Redpath.

“Si yo hablase lenguas humanas y angélicas…”. Aunque Pablo conecta todavía estas palabras con el tema de los dones, su visión es introducir el amor ágape, sin cuya manifestación el ejercicio de los dones seria nulo. Y como los hermanos de corintios estaban enamorados del don de lenguas, Pablo les recuerda la ineficacia de este don si entre ellos no había amor. Lo que ellos hablaban como lenguaje del cielo no era más que un sonido vacío, ruidoso, pero sin propósito.

La referencia a las lenguas pudiera ser a idiomas conocidos, sin embargo, y en este contexto, es una referencia a la glosolalia, de allí el término “lenguas angélicas”, o lenguas celestiales. Y la verdad es que nadie sabe cuál lengua hablan los ángeles (cf. 2 Corintios 12:4; Apocalipsis 14:1–3). Pero sí sabemos que los ángeles se comunicaron en lenguaje humano tanto en el AT como el NT.

“Vengo a ser como metal que resuena, o címbalo que retiñe”. ¿Cuál es su primera reacción cuando escucha un sonido estridente? Seguramente taparse los oídos, o salir de ese lugar. Pues Pablo nos deja esta ilustración para entender cuan insignificante es usar los dones espirituales, y en especial este del don de lenguas, sin la presencia del amor. La oración “vengo a ser” define claramente a aquellos que usan sus dones para sí mismos, en lugar de dar honra al Señor.

Un instrumento desafinado causa ruido, pero no melodía. Pablo nos dejó esta comparación para entender cuan egoístas pueden ser los dones si carecen de la melodía del amor. En este sentido, no importa cuántas cosas hagas, si no están guiadas por el amor, será como alguien lo expresó: “una tarea simplemente realizada, cubierta con la fría escarcha de un corazón sin amor, solo motivado por la obligación o el egocentrismo de hacerlo”.

Aun el idioma del cielo será un sonido estridente si no tengo amor en mi corazón.

Y no tengo amor, de nada me sirve

“Y si tuviese profecía, y entendiese todos los misterios y toda ciencia, y si tuviese toda la fe, de tal manera que trasladase los montes, y no tengo amor, nada soy. Y si repartiese todos mis bienes para dar de comer a los pobres, y si entregase mi cuerpo para ser quemado, y no tengo amor, de nada me sirve” (1 Corintios 13:2-3).

El énfasis de estos primeros versículos del llamado “salmo del amor” es que, si uso los dones espirituales sin tener amor, “nada soy” y “de nada me sirve”. Porque el amor me libra del egoísmo, de la envidia y del orgullo que son los pecados cometidos cuando al momento de usar mis dones los hago un fin en si mismo. Los dones nos fueron dados para ser practicados en amor, dando como resultado la edificación de la iglesia.

“Y si tuviese profecía, y entendiese todos los misterios y toda ciencia…”. Pablo sigue presentando este orden en los dones, porque al parecer eran los más notorios o los más buscados por los corintios, y exalta este don de profecía porque un profeta, comparado con el que habla en lenguas traía un mensaje para fortalecer y edificar a la iglesia (14:1–5). Pero aun, si por ese don entendiera los misterios y toda la ciencia, si carezco de amor, “nada soy”.

“Y si tuviese toda la fe, de tal manera que trasladase los montes…”. Pablo sigue hablando de una manera hipotética, como si el poseyera estos dones (que seguramente tuvo algunos de ellos), y ya tratados en los llamados “dones sobrenaturales”, para decirnos que aun quienes tengan estos dones espectaculares, capaces de hacer cosas imposibles como el mover un monte de un lugar a otro, ese don carece de valor si no tiene amor.

“La comunidad cristiana admira y tiene en alta estima a la persona que es capaz de lograr lo imposible mediante la fe. Pero la fe debe ejercerse en armonía con el amor. De otra manera, no sirve de nada. La brevedad de la conclusión de Pablo, «nada soy», es muy apropiada y pertinente, pues de hecho la fe sin amor es inoperante” (Simon J. Kistemaker, Comentario al Nuevo Testamento: 1 Corintios) (Grand Rapids, MI: Libros Desafío, 1998), 495–496.

“Y si repartiese todos mis bienes para dar de comer a los pobres…”. Algunos creen que esto y el llegar a ser martirizado también formaban parte de la lista de dones espirituales. Y si pusiéramos esos dones en algún orden de importancia, pensaríamos que quienes hacen estos actos de bondad y heroísmo, serían más rápidamente galardonados, pero si no tienen amor de nada les sirve.

“Y no tengo amor, de nada me sirve”. Esta frase usada por Pablo como si fuera el coro de un himno, fue puesta como introducción para hablar del “amor ágape”, con el propósito de diferenciarlo del resto de los demás amores que ya eran notorios en la Grecia antigua. En efecto, este amor no era ni eros (amor sexual), storge (amor familiar), philia (amor de amistad), sino amor “ágape”, el amor de Dios que ama sin nunca cambiar.

Lo expuesto hasta acá no quiere decir que las lenguas, la profecía, la ciencia, la fe y los sacrificios son malos; el énfasis más bien es para destacar al amor como lo más valioso, porque fuera de él, cualquier otra cosa buena es inútil. El amor es el camino más excelente, y eso va a ser presentado a partir de ahora con una descripción simplemente inigualable en su contenido.

La influencia del amor en el carácter

“El amor es sufrido, es benigno; el amor no tiene envidia, el amor no es jactancioso, no se envanece” (1 Corintios 13:4).

Comentar estos textos en la descripción hecha por Pablo del amor “ágape” de un solo plumazo, sería un desperdicio. Por otro lado, cuando buscamos la encarnación de este texto, encontramos que su más cercana aplicación está en la persona de Jesús, revelada previamente en Juan 3:16. De esta manera, al describir y definir cada una de las presentes virtudes, veremos siempre a Jesús, y con ello nuestro anhelo de tenerlas también nosotros.

El amor es sufrido vers. 4. La palabra para sufrido nos viene del griego makrosumia y literalmente significa “lejos de enojarse”. Lo que más se acerca a esto sería la paciencia que debe tener respecto a sus semejantes. Makrozumía es el espíritu que soporta los insultos y las injurias sin amargura ni quejas. Nada hermosea más el carácter cristiano que la influencia del amor. Una de las frases del texto de colosenses nos dice: “soportándoos con paciencia los unos a los otros en amor”. A menudo le pedimos a Dios que tenga paciencia con nuestro carácter, pero no la tenemos con otros.

El amor es benigno vers. 4b. El ser benigno nos proviene de la palabra griega “jrestós”, y se traduce como amabilidad y misericordia. Esta palabra también aparece en las virtudes del fruto del Espíritu. El significado etimológico de la palabra se aplica a alguien que no causa daño. El amor tiene la misión de convertir nuestra dureza en suavidad, nuestras malas respuestas en palabras sazonadas, nuestros ojos lujuriosos, en ojos de ternura, nuestra cara amargada en una cara de hermosura. También es hacer con los demás como Cristo lo ha hecho con nosotros (Efesios 4:32).

El amor no tiene envidia vers. 4c. La palabra envidia nos viene del griego “dseleo” y describe a una persona que llega a ser celosa a tal punto de codiciar lo que otros tienen. Los tales hacen esto más por una respuesta emocional, porque la persona percibe una especie de amenaza hacia algo que él o ella lo consideran propio. Y una de las cosas que hace el amor es quitar ese feo pecado de la vida, dándonos conformidad con lo que tenemos. El amor nos hace vivir felices aun en la escasez.

El amor no es jactancioso vers. 4d. Esta palabra se conoce en el griego como “perpereúomai” y describe a una persona que busca cualquier ocasión para alabarse a sí mismo. La jactancia lleva al individuo a la arrogancia, que es la otra palabra con la que se identifica a los que hacen de su persona su propio culto. Quien así actúa nunca le dará la gloria a Dios por sus logros, sino que se vanagloria en exaltar sus éxitos o los de su familia. El amor no puede ser jactancioso, porque sería una contracción. En todo caso, el amor nos hace ser humildes, como lo fue nuestro Señor.

El amor no se envanece vers. 4e. La palabra griega para envanecerse es “fusióo” que literalmente significa “estar inflado”. Lo más cercano a esto sería la persona que es fanfarrona. A diferencia del anterior pecado, la persona que se envanece es alguien que su actuación refleja orgullo y por lo general considera a los demás como inferiores a él mismo. La tarea del amor es quitar esta clase de pecado en nuestras vidas y hacernos actuar como lo hizo nuestro amado Cristo. Este pecado sería una de las características de muchos hombres en el futuro (2 Timoteo 3:1-5). Pero el amor ágape no permite esto, porque trabaja en nuestro carácter y le pone freno a este feo pecado.

La influencia del amor en los demás

“No hace nada indebido, no busca lo suyo, no se irrita, no guarda rencor; no se goza de la injusticia, mas se goza de la verdad” (1 Corintios 13:5-6).

El amor no hace nada indebido vers. 5. La palabra griega para “indebidao” es “asjemonéo” y califica a una persona que es ruda. Ese es el tipo de amor que se refleja a través de las palabras dulces, que no golpean, que no hieren y que no hacen sentir mal a los demás. Nada ayuda más en una relación de pareja que el buen trato con las palabras. El amor real es gentil en su comportamiento hacia los demás. No hace nada de lo cual tenga que arrepentirse por el resto de su vida.

El amor no busca lo suyo vers. 5b. Una de las características del verdadero amor es que no es egoísta, porque su fin es satisfacer al otro, antes que así mismo. Su más alta distinción es poner a los demás primero antes que a sus propios intereses. Cuando vemos el orden que plantea el más grande mandamiento, aparece primero Dios, después mi prójimo y en tercer lugar estoy yo (Mateo.22:39). He aquí un llamado para labrar la dicha ajena.

El amor no se irrita vers. 5c. La palabra griega para esto es “paraxúno” y describe a una persona que tiene la tendencia a la ira, que se enoja fácilmente. El enojo es común en todo ser humano, porque nadie es inmune a él, aun los que son reposados y afables. Un ejemplo de esto fue Moisés quien después de conducir a Israel cuarenta años por el desierto, perdió la cordura cuando el pueblo protestó por falta de agua (Número 20:2–11). Él siendo muy humilde según Número 12:3, no pudo controlar su enojo frente a ese pueblo murmurador

El amor no guarda rencor vers. 5d. Curiosamente la palabra para “rencor” en el griego traduce la idea de contabilizar algo en inventario. Si lo viéramos desde el punto de vista administrativo sería una referencia a la acción de guardar un registro de todos los agravios recibidos. Sería como tener una agenda de la vida donde usted fija el día de la ofensa que le hicieron y va allí con frecuencia para recordarse a sí mismo lo que le hicieron. Sin embargo, el amor es extremadamente olvidadizo cuando se trata de recordar las injusticias. Cuando se perdona el deber es olvidarlo todo.

El amor no se goza de la injusticia vers. 6a. Esta clase de amor cierra esta parte diciendo lo que no es, y lo que no hace el amor, reflejando la verdadera justicia, por cuanto el amor “ágape” jamás se gozará de la injusticia. Quien se goza en la injusticia es el pecado mismo. Quien se goza de la injusticia es el hombre que no ama ni teme a Dios. El sentido de esta oración es que nadie que ama verdaderamente puede gozarse en ver lo malo, o que ella misma haga lo malo.

El amor se goza en la verdad vers. 6b. El amor verdadero se goza en la verdad. Gozarse en la verdad es aborrecer lo falso. Considere este ejemplo. Hablar mal de los demás nunca es el resultado del amor. Quien esto hace se está gozando de la injusticia. Es necesario buscar el bien, esperar el bien e insistir en el bien. Que nuestro gozo sea siempre el buscar y hacer el bien a los demás. Esto se llama justicia y el amor verdadero convive con la justicia.

“El amor y la verdad son compañeros inseparables que viven en Dios mismo”

El amor de los cuatro “todos”

“Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta” (1 Corintios 13:7)

Hemos dicho que el amor de 1 Corintios 13 tiene su más completo cumplimiento en la persona de Jesucristo. Cambiar la palabra “amor” por Jesucristo es exactamente lo mismo. Cada una de estas declaraciones define al amor en el “de tal manera” revelado en Juan 3:16. El sufrimiento de Cristo en la cruz es la muestra de un amor incomparable.

El amor todo lo sufre. El verbo “sufrir” acá significa: Soportar en el sentido de proteger y cubrir. La idea es proteger y cubrir al ser amado de un daño que le pueda pasar. Es estar dispuesto a no publicar aquellas cosas (como faltas) de su amado, si no recibir el agravio para cubrir al que ama. Es el verbo que busca el bien del otro, no la mancha con la que pueda hundirse. En una ocasión le presentaron a Jesús a una mujer a quien estaban acusando de adulterio; al final, cuando Cristo confrontó a los acusadores, dijo: “Ni yo te condeno, vete y no peque más”.

El amor todo lo cree. Este texto muestra que detrás de ciertas acciones negativas, se esconde algo de nobleza, y cree más en esa parte positiva que enaltecer lo malo que tiene el otro. Lo dicho por Pablo acá tiene que ver con esa fe que prevalece en el tiempo, pues se mantiene firme hasta ver lo que Dios puede hacer en una relación que está rota. El amor todo lo cree, especialmente cuando alguien que se ha ido regresa otra vez a la comunión. Es el amor que pone a la fe en su nivel más alto, esperando siempre lo mejor de los demás.

El amor espera que la gracia haga su obra. Esta parte del amor es hermosa. Está íntimamente relacionada con la esperanza, la otra virtud que permanecerá. Esto significa que el verdadero amor no es impaciente. Esta clase de amor no espera en la bondad de la persona para cambiar, sino en la gracia de Dios para obrar. Significa también que el amor es optimista. El amor todo lo espera; eso es, es un amor paciente hasta ver el cumplimiento total del bienestar en la otra persona. Solo alguien que ama así sabe esperar, porque el verdadero amor tiene el combustible para llegar al final de su meta.

El amor todo lo soporta. La palabra “soportar” es de origen militar. La idea es permanecer bajo presión soportando una carga pesada. Fue la experiencia de Jesús que aun estando en tan terrible agonía, su primera palabra fue: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”. El amor verdadero todo lo soporta y resiste hasta ver la victoria final. No somos dados a soportarnos los unos a los otros. En esto perdemos muy rápido la batalla. Jesucristo es nuestro modelo, pues lo primero que hizo fue soportar la ira de Dios y luego los dolores del castigo por el pecado.

La idea de soportar acá es permanecer firme ante las más adversas circunstancias. Es no moverse a pesar de todos los embates a los que se pueda estar sometido. Esta clase de amor soporta las injurias, los desencantos, las traiciones y hasta las burlas. Esta es la clase de amor que al final triunfa en la familia, en la pareja y por ende en la iglesia. El amor que todo lo soporta es un amor triunfante. Así fue el amor de Cristo en las seis horas que duró colgado en aquella cruenta cruz. Nuestro deber es soportarnos los unos a los otros como Dios nos soportó

El amor nunca de ser

“El amor nunca deja de ser; pero las profecías se acabarán, y cesarán las lenguas, y la ciencia acabará. Porque en parte conocemos, y en parte profetizamos; mas cuando venga lo perfecto, entonces lo que es en parte se acabará” (1 Corintios 13:8-10).

He aquí una de las verdades más gloriosas salidas de la pluma del apóstol Pablo. Ya él ha descrito las cualidades del amor “ágape”, todas ellas encarnadas en la vida de Cristo. Y ahora, como si fuera a hacer un resumen de todo lo expresado, nos habla de la eternidad del amor. Si a lo expresado decimos que “Dios es amor”, entonces, el amor es tan eterno como lo es Dios.

“El amor nunca deja de ser”. Esto significa que el amor jamás pierde su validez. Así como la palabra de Dios permanece para siempre, el amor tiene su misma durabilidad. El amor es eterno por ser uno de los atributos de Dios (1 Juan 4:8, 16). Y por ser así, ese amor desciende de Dios hacia todo su pueblo en el tiempo y será hasta la eternidad. De esta manera, mientras la creación de Dios se terminará, “el amor nunca deja de ser”, porque siempre estará activo e influyente.

Si seguimos el contexto de Pablo del tema de los dones espirituales, la introducción de esta inigualable declaración nos revela que los dones espirituales, con toda distinción y notoriedad, son transitorios y temporales. Con esta afirmación Pablo les habla a los corintios de la importancia y preeminencia del amor, lo que lo constituye como el “camino más excelente”.

“Pero las profecías se acabarán…”. He aquí el contraste con la eternidad del amor es eterno. Las profecías predictivas de las cosas futuras, o de la revelación de los mensajes de Dios para la iglesia son temporales. Así pues, mientras el amor permanece activo, y nunca dejará de ser, las profecías tienen una importancia temporal. Esta es la idea del versículo 9, cuando Pablo dice que “en parte conocemos y en parte profetizamos”. Observamos que Pablo no habla del contenido de tales profecías, sino que tienen un carácter temporario.

Al igual que las profecías y las lenguas, “la ciencia acabará”, en el contexto de lo temporal frente a la eternidad del amor. La “ciencia” mencionada aquí es una referencia a la habilidad cristiana de discernir, entender y explicar la revelación de Dios. Este don ha sido sumamente necesario para entender los ministerios de Dios. Pero esto cesarían como los otros dones.

La pregunta entonces es ¿cuándo cesarían estos dones? Pablo responde esta pregunta, diciendo: “Mas cuando venga lo perfecto… lo que es en parte se acabará”. Ese tiempo perfecto es cuando el creyente entra al cielo y deja lo que es imperfecto e incompleto. Esa perfección es su completo estado de gozo y la paz de un estado sin pecado. Los dones espirituales temporales, serán superados por un estado de perfecto y pleno conocimiento al lado del Señor.

Los dones espirituales son importantes y deben ser ejercidos según la capacidad otorgada por el Espíritu Santo, pero recordemos que mientras ellos cesarán, “el amor nunca deja de ser”.

De niño a adulto

“Cuando yo era niño, hablaba como niño, pensaba como niño, juzgaba como niño; mas cuando ya fui hombre, dejé lo que era de niño” (1 Corintios 13:11).

Pablo prosigue su tema del “camino más excelente”, en el capítulo al que alguien llamó “el Salmo del Amor”. Es algo así como un inigualable poema, pero en una definición más exaltada cuando se habla del amor “ágape”, el amor más grande de todos los amores. Porque este amor es “el de tal manera”, solo mostrado en el sacrificio de la cruz. Esta será la razón por la que Pablo dirá al final que “el mayor de todos ellos es el amor”.

Pensar como niño… v. 11. El niño descrito aquí es alguien con capacidad de pensar, por lo tanto, no es un bebé. Los que conocen el mundo de la pedagogía saben los conocimientos que se debe enseñar a un niño cuando comienza su edad preescolar. Por lo tanto, las cosas que se piensan a esa edad no van más allá de esto, porque se forzaría el aprendizaje. De esta manera, Pablo habla de la inmadurez del amor como una etapa que debe ser superada, y esto era una realidad en los corintios.

Hablar como niño… v. 11b. Esta es una metáfora usada por Pablo para hablar de la inmadurez por la que pasa el amor, no por el amor en sí, sino por los que profesan ese amor. La forma como muchas veces actuamos en nuestras relaciones entre hermanos en la fe, a nivel de familia, o en parejas, es fiel reflejo que el amor necesita ir de una etapa a otra. Hablar como niño, y hablar como adulto, son dos visiones totalmente distintas. El amor que nunca deja de ser y que se constituye en el más grande de todos, necesariamente tiene que comenzar a hablar como hombre.

Juzgar como niño v. 11c. Siguiendo la idea de un niño, el juicio de esa edad sobre muchas cosas es escaso. Nadie le pide a un niño su ayuda para resolver un problema donde hay que tomar decisiones importantes. Si seguimos a Pablo en su tema de los dones, y el amor, podemos decir que algunos de estos dones sirvieron para la infancia de la iglesia, pero ella debería ir a la madurez, y el amor ayudaría a eso. El juicio de un adulto será siempre mejor que el de un niño.

Hay un llamado en todo este texto para ir a la madurez. El amor verdadero no puede quedarse siendo el mismo siempre. Le hace mucho daño a cualquier relación un amor inmaduro, sea en la iglesia o en cualquier otro tipo. La inmadurez es la causa de divisiones en las iglesias y de separaciones en relaciones familiares. La meta es llegar a ser “hombre” y ese es el fin del amor.

Nada le hace más daño a una relación que lidiar con un amor infantil, con un amor egoísta y muchas veces con un amor malcriado. El amor “ágape” es dado para una relación madura.

Pero el mayor de ellos es el amor

“Ahora vemos por espejo, oscuramente; mas entonces veremos cara a cara. Ahora conozco en parte; pero entonces conoceré como fui conocido. Y ahora permanecen la fe, la esperanza y el amor, estos tres; pero el mayor de ellos es el amor” (1 Corintios 13:13-14).

Pablo, al hablar de amor “ágape”, pareciera haber venido navegando en un anchuroso mar, comparando y describiendo esta clase de amor; y al llegar al final, como si ya se le hubiera agotado todos los epítetos para hablar de la belleza y el compromiso de este amor, termina con esta magistral exaltación “pero el mayor de ellos es el amor”. Con esta declaración, Pablo termina su obra, considerada lo más excelso jamás escrito acerca del amor verdadero.

“Ahora vemos por espejo, oscuramente…”. Pablo nos lleva ahora a otra metáfora. Los espejos antiguos no daban una imagen nítida, simplemente era borrosa. Cuando entendemos todo el texto, Pablo nos ha venido trayendo en una especie de revelación progresiva. De allí la idea de ver las cosas de una manera borrosa. Si seguimos a Pablo en su pensamiento, notaremos que hay varias etapas en la vida espiritual. El verdadero amor se enfrenta a esos tiempos, donde todo parece oscuro, donde no ve ninguna salida. Sin embargo, el verdadero amor nació para andar en la luz aborreciendo las tinieblas. El creyente nació para tener una vista que se dirige a lo eterno.

“Mas entonces veremos cara a cara”. Pablo admite que nuestro conocimiento no es completo, es en “parte”, porque hay muchas cosas que todavía nos están ocultas. Sin embargo, llegará el día cuando veremos las cosas “cara a cara”. Es glorioso saber que esta clase de amor nos llevará hasta aquella condición final. Los hombres irreversiblemente nos enfrentaremos un día con Dios “cara a cara”. Algunos lo miraran avergonzados, por haberle rechazado, pero otros le veremos y caeremos postrados ante su presencia. El fin de todo este peregrinaje será poder ver el rostro del amado Dios. Será encontrarnos con el glorioso y exaltado Señor Jesucristo en el cielo.

“Pero entonces conoceré como fui conocido”. Hay cosas que solo las conocemos en parte, porque solo Dios por ser omnisciente lo conoce todo. Cuando Pablo subió al tercer cielo nos dijo que oyó cosas que no le es dado al hombre conocer. Eso significa que hay cosas reservadas que solo son del conocimiento divino que aguardan por ser conocidas. Pero Pablo nos introduce en la esperanza gloriosa que, aunque ahora “conozco en parte”, llegará el día cuando “conoceré como fui conocido”. El amor me conducirá hacia la más grande revelación de quien he sido hasta ahora, y de quien seré en el futuro, porque fuimos hecho para la eternidad con Dios.

“Y ahora permanecen la fe, la esperanza y el amor, estos tres…”. El texto no dice que el amor es más importante que la fe, sino más grande. La fe no es suficiente sino tengo amor. El amor es mayor que la fe porque toma de ella su credulidad y la convierte en realidad. El amor le da dirección a mi fe, le da sentido a lo que creo, le pone sentimiento a aquello por lo que estoy pidiendo o buscando. La fe no es suficiente para alcanzar la victoria, por eso necesita del amor. Porque al final el amor todo lo soporta y la fe requiere de eso para lograr lo que está buscando. Por otro lado, llegará el día cuando la fe ya no existirá más, porque en el cielo no hay necesidad de ella, pero el amor permanecerá. Eso es lo único que habrá en el cielo.

El amor es mayor que la esperanza. Porque la esperanza algunas veces es egoísta al anhelar aquello deseado, y debido a las circunstancias no siempre tenemos la satisfacción. Sin embargo, cuando hablamos del amor, una de las cosas ya aprendidas es que el amor “no busca lo suyo”. Veámoslo de esta manera. Usted tiene la esperanza que su esposa o su esposo va a cambiar, y por eso sigue esperando. Pero al final su paciencia se agota y se termina su esperanza. Pero ¿qué hace el amor? Pues toma la esperanza perdida, la alimenta, la nutre, la fortalece y hace que ella vuelva a florecer. La esperanza sin esta clase de amor al final también perecerá.

El amor lo sustenta todo.

La mejor forma de concluir toda esta serie acerca del Camino más Excelente, que es el amor, es recordar lo que escribió Tomás Kempis, quien vivió entre los años 1379 y 1471. Así escribió respecto al amor. “El amor es muy poderoso, un bien grandioso y completo. El amor aligera toda carga, y suaviza los lugares ásperos. Aguanta cualquier cosa difícil como si nada, y convierte la amargura en algo dulce y aceptable. Nada es más dulce que el amor. Nada es más fuerte, nada es más alto. Nada es más ancho. Nada es más placentero. Nada es más lleno y mejor en el cielo o en la tierra, pues el amor es nacido de Dios.

El amor vuela, corre y brinca de gozo. Es gratis y sin restricción. El amor no conoce límites, pero fervientemente trasciendo toda atadura. El amor no siente la carga, no toma crédito por su esfuerzo, e intenta hacer cosas más allá de sus fuerzas. El amor no ve algo como imposible, pues se siente capaz de lograr todas las cosas. Es extraño y efectivo, mientras que aquellos que no lo tienen desmayan y fracasan. El amor no es inconstante ni sentimental. Tampoco pone su empeño en vanidades, como flama viva y como antorcha ardiente. Se mueve hacia arriba y con seguridad sobrepasa cualquier obstáculo”.

Este es el amor que nunca deja de ser y esta es la razón por la que “el mayor de ellos es el amor”. Deje que este amor gobierne toda su vida.

El que profetiza habla a los hombres para la edificación

“Seguid el amor; y procurad los dones espirituales, pero sobre todo que profeticéis. Porque el que habla en lenguas no habla a los hombres, sino a Dios; pues nadie le entiende, aunque por el Espíritu habla misterios. Pero el que profetiza habla a los hombres para edificación, exhortación y consolación.” (1 Corintios 14:1-3).

Pablo finalizó el capítulo 12 hablándonos de un camino más excelente al referirse al amor “ágape”. Luego nos presentó en el capítulo 13 el llamado “Salmo del Amor”, elevándolo a la más alta definición que se conozca como la virtud más importante del espíritu, y sin su presencia el ejercicio de los dones no tendría mucho valor. Y ahora comienza el capítulo 14 hablando específicamente de las lenguas, donde más debe aplicarse esta clase de amor.

“Seguid el amor…”. Este breve imperativo pareciera servir como una apropiada conclusión de todo el discurso sobre el amor en el capítulo 13. Ya Pablo había usado este verbo cuando tocó temas como la justicia, la hospitalidad y la paz (Romanos 9:30; 12:13; 14:19). El sentido del verbo es el de seguir haciendo algo con intensidad y determinación. Ya el Señor nos había dicho que deberíamos amar a Dios con este amor, pero que fuera con todo el corazón, alma, mente y fuerza (cf. Marcos 12:30).

“Y procurad los dones espirituales…”. Definitivamente el tema de los dones espirituales fue tan nombrado en la iglesia de los corintios que le ocupó a Pablo tres capítulos. Al parecer, el mal uso de ellos le llevó a la corrección y a valorar a uno sobre otros. Ahora con el imperativo “procurad” sigue hablando de la importancia de los dones, pero le va a decir al lector que el don de lenguas no es el más importante, comparándolo con los demás.

“Pero sobre todo que profeticéis”. El don de profecía ya había sido tratado cuando fue colocado entre los dones de hacer milagros y el de discernimiento. Sin embargo, al ponerlo en este capítulo su propósito es hacer la diferencia entre los que procuran más el don de lenguas, que el de profetizar. Y frente a la amplia explicación de Pablo del uso de las lenguas, el don de profecía se destaca no tanto por ser más importante, sino como el más necesario.

¿Por qué Pablo pone el don de profecía por encima del hablar en lenguas? Porque el que habla en lenguas “no habla a los hombres, sino a Dios”, pero el que profetiza “habla a los hombres para edificación, exhortación y consolación.”. He aquí la diferencia entre ambos dones y su utilidad al momento de usarlos. Pablo va a explicar ampliamente este tema, pero desde ya nos anticipa la diferencia entre los dos, v. 4. Con las lenguas se habla a Dios en privado, pero con la profecía se habla a la iglesia para su edificación. Este será el énfasis de Pablo en todo este capítulo.

Es deber de todo creyente es procurar los dones espirituales, porque ellos no deben ser ignorados, pero debemos conocer cuáles son y para qué deben ser usados en la iglesia.

El que profetiza, edifica a la iglesia

“El que habla en lengua extraña, a sí mismo se edifica; pero el que profetiza, edifica a la iglesia. Así que, quisiera que todos vosotros hablaseis en lenguas, pero más que profetizaseis; porque mayor es el que profetiza que el que habla en lenguas, a no ser que las interprete para que la iglesia reciba edificación” (1 Corintios 14:4-5).

Pablo habló en los anteriores capítulos de una variedad de dones espirituales, pero ahora se ha enfocado en las lenguas y la profecía, para dejarle claro a la iglesia que, entre estos dos dones, el de profecía tenía más beneficio para quien lo ejercían, porque su uso contribuía más en el crecimiento y la edificación de la iglesia.

“El que habla en lengua extraña, a sí mismo se edifica…”. La razón por la que Pablo toma al don de profecía sobre el don de lenguas es porque quien así habla adora a Dios en privado (vers. 4). Quien esto hace, ora de una manera personal para sí mismo y para Dios (v. 28). Pablo va a enfatizar el hecho que, la única manera como ese don beneficia a la iglesia es si alguien lo interprete. Al parecer, el don de lenguas fue dado para uso exclusivo y personal.

“Pero el que profetiza, edifica a la iglesia”. Otra vez, Pablo no está menospreciando el don de lenguas o poniéndolo en otra categoría. Él mismo nos va a recordar que hablaba en lenguas, pero su énfasis radica en esta declaración “el que profetiza, edifica a la iglesia”. Quien esto hace edifica la fe de la gente, señalando a Cristo como el Salvador y a vivir por medio de él una vida santa. El don de lenguas no hace esto, más bien trae confusión, sino no hay interpretación.

“Así que, quisiera que todos vosotros hablaseis en lenguas, pero más que profetizaseis…”. De momento uno pudiera ver a Pablo como cayendo en contradicción al poner la diferencia entre hablar en lenguas y profetizar. Él ya ha explicado cómo el Espíritu Santo le dio a cada creyente un don espiritual, pero su énfasis es para que sus lectores tengan una noción clara de las funciones de los dones. Pablo, con esta repetición, valora la profecía como superior al hablar en lenguas, aunque ve en ambos dones el elemento de la edificación personal y grupal.

“A no ser que las interprete para que la iglesia reciba edificación”. Con esta afirmación final Pablo deja claro su posición respecto al uso de ambos dones. No es que está en desacuerdo con los habladores de lenguas, sino si eso beneficiaba a la iglesia. Así pues, si dentro de la congregación había personas con el don de la interpretación, la iglesia seria edificada. Pablo no prohíbe este don, pero si no edifica a la iglesia, no debería usarse.

Las lenguas deben ser para provecho

“Ahora pues, hermanos, si yo voy a vosotros hablando en lenguas, ¿qué os aprovechará, si no os hablare con revelación, o con ciencia, o con profecía, o con doctrina? Ciertamente las cosas inanimadas que producen sonidos, como la flauta o la cítara, si no dieren distinción de voces, ¿cómo se sabrá lo que se toca con la flauta o con la cítara? Y si la trompeta diere sonido incierto, ¿quién se preparará para la batalla? Así también vosotros, si por la lengua no diereis palabra bien comprensible, ¿cómo se entenderá lo que decís? Porque hablaréis al aire” (1 Corintios 14:6-10).

La pasión más grande de Pablo era predicar a Jesucristo a todos los hombres. Para eso fue dotado con muchos dones, incluyendo el hablar en lenguas, pero enfáticamente nos deja ver que su ministerio era predicar y enseñar claramente para el beneficio de todos. Cuando él hablaba, esperaba ser entendido para edificar el cuerpo de Cristo. Su más ferviente anhelo era que, al hablar, la gente tuviera un encuentro con su Señor.

“¿Qué os aprovechará, si no os hablare con revelación, o con ciencia, o con profecía, o con doctrina?”. Pablo hablaba en lenguas mucho más que los demás de acuerdo con su propio testimonio dejado en el v. 18. Y si al visitar a sus hermanos lo hiciera “hablando en lenguas” ¿cuál sería el provecho obtenido para sus oyentes? Si iba a estar entre ellos, debería ser para comunicarles un mensaje inteligible de parte de Dios con estas cuatro características.

“¿Cómo se sabrá lo que se toca con la flauta o con la cítara?”. La analogía de la flauta o la cítara usada aquí tenía como finalidad probar a los corintios la ineficacia de la falta de comunicación. Estos instrumentos inanimados deben producir cierto tono y ritmo para comunicar un sonido claro. Nada es más agradable al oído que escuchar una buena ejecución de un instrumento musical. Lo mismo es cuando escuchamos una palabra que edifique el alma, en lugar de una que confunda al espíritu.

“Y si la trompeta diere sonido incierto, ¿quién se preparará para la batalla?”. Pablo tenía la habilidad de contestar una pregunta con la misma pregunta, y eso se ve este texto. En las tres preguntas, la respuesta será “para nada”. Un sonido mal ejecutado por quien toca la trompeta para la guerra causaría un desastre. Con todos estos ejemplos Pablo se proponía mostrar a los corintios lo inútil de hablar en lenguas si no comunican un mensaje claro de edificación.

“Si por la lengua no diereis palabra bien comprensible, ¿cómo se entenderá lo que decís?”. El asunto de hablar en lenguas sin entenderlas es la misma experiencia cuando estamos escuchando a alguien hablarnos en otro idioma que no sea el nuestro; nos quedamos sin entender a menos que alguien lo traduzca. Otra vez, Pablo ha dado su punto de vista acerca del mal uso del don de lenguas sin una debida interpretación. La conclusión es que quien esto hace está hablando al aire, porque nadie le entiende. Pero, contrario a esto, cuando lo que hablo tiene revelación, ciencia, profecía, o doctrina allí habrá entendimiento.

Procurad abundar en ellos para la edificación

“Tantas clases de idiomas hay, seguramente, en el mundo, y ninguno de ellos carece de significado. Pero si yo ignoro el valor de las palabras, seré como extranjero para el que habla, y el que habla será como extranjero para mí. Así también vosotros; pues que anheláis dones espirituales, procurad abundar en ellos para edificación de la iglesia” (1 Corintios 14:10-11).

En la manera cómo Pablo nos muestra sus pensamientos respecto a los dones espirituales, percibimos su corazón como pastor en las veces que se refiere a la edificación de la iglesia. No importa cuál don se tenga, si este no contribuye al propósito de ayudar a su iglesia en su crecimiento maduro, se convierten en un fin en si mismo, y ese es el tema de este capítulo.

“Tantas clases de idiomas hay…”. Al principio existió una sola lengua hasta que llegó su confusión en la torre de Babel (Génesis 11), y desde entonces, la suposición de Pablo es una realidad acerca de la existencia de muchos idiomas. Pero tanto, los idiomas en la época de Pablo, como los de ahora, “ninguno de ellos carece de significado”. Todo el que habla un idioma se expresa, se comunica y su vida gira en relación con ese idioma.

Los idiomas que “carecen de valor”, o no se pueden entender, son una barrera para la sociedad. Esta experiencia es vista en los países que tienen que lidiar con esto para comunicarse. De esta manera, la barrera no solo es fronteriza, sino de frustración cuando no se entiende el lenguaje con el que se les habla. Esta es la misma experiencia de la que Pablo nos habla aquí. Aquella glosolalia no interpretada estaba creando barreras en la iglesia, y las tales podían resultar en divisiones.

“Pero si yo ignoro el valor de las palabras…”. Esta es una oración condicional que puede ser probable. Si bien Pablo podía comunicarse en varios idiomas, la experiencia de Listra, de acuerdo con Hechos 14:11-14), mostró que no entendía el dialecto licaonio usado por el pueblo. Él tuvo la experiencia de sentirse extranjero entre gente con la que no podía comunicarse. Un hispano que no habla el idioma inglés entiende el tema del que Pablo habla.

“Así también vosotros… procurad abundar en ellos para edificación de la iglesia”. Debemos procurar con mucho ahincó los dones espirituales, pero que tengan un solo objetivo: edificar la iglesia del Señor. Pablo no especifica los dones que deben tener los miembros para su mutua edificación, pero el creyente al ser dotado por el Espíritu Santo con un don espiritual, su oración debe ser “Señor, ayúdame a usar este don para la gloria tuya, y la edificación mutua”.

Si anhelo un don solo para mi uso personal, me edificaré a mí mismo, y eso es ser egoísta, pero si anhelo un don espiritual para edificar a la iglesia, entonces estoy pensando en el bien de todos.

Orando con el entendimiento

“Por lo cual, el que habla en lengua extraña, pida en oración poder interpretarla. Porque si yo oro en lengua desconocida, mi espíritu ora, pero mi entendimiento queda sin fruto. ¿Qué, pues? Oraré con el espíritu, pero oraré también con el entendimiento; cantaré con el espíritu, pero cantaré también con el entendimiento” (1 Corintios 14:13-15).

“Pida en oración poder interpretarla”. Pablo no promueve el hablar en lenguas, pero tampoco las prohíbe; sin embargo, “el que habla en lengua extraña”, debe orar al Señor por su interpretación. Al presentar esta posibilidad, Pablo deja la impresión que la misma persona pueda tener, tanto el don de hablar como el de interpretar a la vez. Si esto es así, Pablo debió estar pensando en el culto público, porque el que habla en lenguas, solo “habla para Dios” v. 2.

“Porque si yo oro en lengua desconocida, mi espíritu ora…”. Ahora Pablo nos introduce en ese mundo donde navega nuestra oración. Quien tiene la experiencia de orar en lenguas desconocidas, queda sin el uso de su entendimiento, pues su oración a Dios será solo en espíritu. Esto pareciera sugerir que quien tenga esta experiencia debe estar preparado, porque al hacerlo quedará desprovisto de su entendimiento, y si esto falta, la oración será solo para Dios. Pero ¿es esta la recomendación de Pablo? No, él espera que el entendimiento esté presente al orar.

“¿Qué, pues? Oraré con el espíritu, pero oraré también con el entendimiento…”. En esta “corrección” de la oración Pablo le presenta a la iglesia la importancia de orar para Dios en espíritu, pero también para los hombres, en el entendimiento. Para Pablo no debiera haber separación entre el espíritu y el entendimiento, sino una actuación mancomunada en las palabras, con el fin de edificar al cuerpo de Cristo.

“Cantaré con el espíritu, pero cantaré también con el entendimiento”. Ambas experiencias, el orar y el cantar, deben ser dirigidas por el entendimiento. La oración y la alabanza en el canto deben traer como resultado un beneficio espiritual para la iglesia. Orar en el espíritu, pero también con el entendimiento, debe ser la misma experiencia cuando canto al Señor. En esto concuerdan las palabras de Romanos 12:1-2, que nuestro sacrificio vivo (el culto a Dios) debe ser racional.

Tanto la oración cómo el canto debe ser hechos en espíritu, y con el entendimiento; al ser así, habrá primeramente una alabanza coherente a Dios y también una edificación a la iglesia.

Pablo hablaba en lenguas más que los corintios

“Porque si bendices solo con el espíritu, el que ocupa lugar de simple oyente, ¿cómo dirá el Amén a tu acción de gracias? pues no sabe lo que has dicho. Porque tú, a la verdad, bien das gracias; pero el otro no es edificado. Doy gracias a Dios que hablo en lenguas más que todos vosotros; pero en la iglesia prefiero hablar cinco palabras con mi entendimiento, para enseñar también a otros, que diez mil palabras en lengua desconocida” (1 Corintios 14:16-19).

Pablo, al momento de su conversión fue dotado con muchos dones del Espíritu, y el dominio de muchas lenguas fue uno de ellos. ¿Por qué esa deferencia distintiva en su ministerio? Porque él fue llamado para trabajar en medio de mucha gente, más allá de los judíos, y el hablar otras lenguas le permitió desarrollar entre ellos un ministerio más amplio y fructífero. Decir que hablaba más en lenguas no era una presunción de su parte, sino mostrar lo que era más importante para edificar a la iglesia.

“Porque si bendices solo con el espíritu…”. Pablo sigue con su tema acerca de orar de una manera ininteligible en la iglesia. ¿Cómo podrán los que están oyendo decir amén a tu acción de gracias cuando alabas a Dios, bendiciéndolo, si no entienden lo que has expresado? La palabra “amén”, desde el uso en las sinagogas hasta ahora, tuvo el sentido de la aprobación, y si no es claro lo escuchado, ese amén será falso.

“Porque tú, a la verdad, bien das gracias; pero el otro no es edificado”. Algunos han dicho que el don de lenguas es el más “egoísta” de todos, porque tiene que ver con la persona misma. Esta oración es un ejemplo de ello. Pablo, aunque elogia a quien habla en lenguas por su acción de gracias, también lo reprocha, porque muestra una total desconsideración por el otro creyente. En el culto público debe hablarse de manera inteligible para edificación del oyente.

“Doy gracias a Dios que hablo en lenguas más que todos vosotros…”. Al lector le puede sorprender la manera cómo Pablo presenta esta información personal. Pero su propósito seguramente fue para exhortar a sus hermanos a imitarlo, usando sus dones sólo para edificar a la iglesia. Es como si dijera: “No voy a usar el púlpito sino es para la edificación”. Con esta afirmación Pablo dejó claro la importancia de profetizar como un don de mayor provecho.

“Pero en la iglesia prefiero hablar cinco palabras con mi entendimiento…”. Pablo era un predicador y maestro, por lo tanto, prefería hablar pocas palabras (cinco) claras, que diez mil de ellas sin entendimiento para sus oyentes. El fin de un culto público debe ser para adorar a Dios, edificar al creyente y ganar al perdido para Cristo. Esto lo tenía Pablo muy claro cuando habla de esta manera. Las lenguas son de uso privado; si se hacen publica, debe haber un intérprete v. 27.

En el culto público, mientras mejor se hagan las cosas de una forma inteligible, mayor será el grado de edificación para el creyente y evangelización para el perdido. Ese debe ser su fin.

Siendo maduros en la manera de pensar

“Hermanos, no seáis niños en el modo de pensar, sino sed niños en la malicia, pero maduros en el modo de pensar. En la ley está escrito: En otras lenguas y con otros labios hablaré a este pueblo; y ni aun así me oirán, dice el Señor. Así que, las lenguas son por señal, no a los creyentes, sino a los incrédulos; pero la profecía, no a los incrédulos, sino a los creyentes” (1 Corintios 14:20-22).

El presente don al que Pablo le ha dedico todo un capítulo, definitivamente se había convertido en el centro de atención de la iglesia. Los hermanos en su afán de edificarse así mismo habían caído en una especie de egoísmo, mostrando con esa actitud una visible inmadurez como verdaderos niños en Cristo. La exhortación de Pablo va a ser muy justificada, porque en lugar de pensar en los incrédulos, para ser alcanzados para Cristo, habían hecho del don de lenguas un fin en sí mismo.

“Hermanos, no seáis niños en el modo de pensar…”. El sentido del griego de esta oración negativa revelaba que los corintios persistían en pensar como niños. Lo más probable, y como suele suceder con esas actitudes, sería que algunos de ellos harían alarde de este don, trayendo como resultado hasta cierto menosprecio de quienes no lo tenían. La exhortación de Pablo es para ser adultos en la fe, y si van a ser “niños”, que lo sean en la malicia, buscando siempre lo bueno.

“Pero maduros en el modo de pensar”. Pablo ha usado la metáfora de del niño para hablar de los niveles en el crecimiento. Ya lo había dicho en el capítulo anterior, diciendo: “Cuando yo era niño, hablaba como niño, pensaba como niño, juzgaba como niño; más cuando ya fui hombre, dejé lo que era de niño” (1 Corintios 13:11). El llamado es para ser un pueblo maduro, procurando el bienestar de todos, y dejando esa etapa de la niñez espiritual que no edifica y no da crecimiento.

“En otras lenguas y con otros labios hablaré a este pueblo”. Pablo cita aquí lo dicho por Isaías 28:11-12, donde el profeta anuncia el juicio para el pueblo de Israel. Como ellos no recibieron la palabra de los profetas, hablada en hebreo, ahora la escucharán en otras lenguas, y con otros labios. La idea de Pablo es que, así como Israel oyó otras lenguas, pero ni aun así oyeron al Señor, tampoco los corintios entenderán esas nuevas lenguas sin interpretación.

“Así que, las lenguas son por señal, no a los creyentes…”. Aunque este texto pareciera entrar en contradicción con lo ya expuesto por Pablo, acerca de a quién beneficia el don de lenguas, la idea aquí es otra. Si las lenguas eran idiomas, ellas servirían como una señal para los incrédulos, la profecía serviría para poner la palabra de Dios en la mente y en el corazón del incrédulo. Escuchar la Palabra en un idioma nuevo traería asombro al incrédulo.

“Pero la profecía, no a los incrédulos, sino a los creyentes”. Si añadimos la palabra “señal” y elaboramos la oración, diciendo: “la profecía no es una señal”, el versículo podrá entenderse mejor, porque la señal de las lenguas se constituye en el juicio de Dios a los incrédulos y la señal de la profecía sería para la bendición de la iglesia. De esta manera, la profecía llega a ser la proclamación y enseñanza de lo que Dios ha revelado. Este es el fin de la profecía bíblica.

La madurez espiritual es una clara señal de cómo deben usarse los dones dentro de la iglesia.

La prueba que Dios está presente en el culto

“Si, pues, toda la iglesia se reúne en un solo lugar, y todos hablan en lenguas, y entran indoctos o incrédulos, ¿no dirán que estáis locos? Pero si todos profetizan, y entra algún incrédulo o indocto, por todos es convencido, por todos es juzgado; lo oculto de su corazón se hace manifiesto; y así, postrándose sobre el rostro, adorará a Dios, declarando que verdaderamente Dios está entre vosotros” (1 Corintios 14:23-25).

Lo de Pablo en este pasaje es digno de admirar y seguir comentando. La situación de los cultos en la iglesia había despertado en el apóstol una visible preocupación, porque los hermanos no estaban midiendo cómo hacían sus celebraciones en alcanzar a los incrédulos para Cristo, sino que tenían un notable desorden al momento de hablar en lenguas. Su inquietud era saber si Dios estaba realmente allí al momento de ellos reunirse.

“Si, pues, toda la iglesia se reúne en un solo lugar, y todos hablan en lenguas…”. Pablo presenta esto como un caso hipotético, porque por lo general la iglesia se reunía en hogares, pero suponiendo que así fuera, y todos comenzaran a hablar en lenguas, al entrar un incrédulo en ese culto criticarían a los creyentes, hasta preguntarse “¿no dirán que estáis locos?”. Con esto Pablo les insinúa un mal testimonio en lugar de una buena influencia.

“Pero si todos profetizan, y entra algún incrédulo o indocto…”. Siguiendo con el caso hipotético, si toda la iglesia en lugar de hablar en lenguas, profetizan, la experiencia para un incrédulo no será de confusión, sino de total claridad. Un efecto de esto será el de convencerle de sus pecados y de juicio. Esto es posible, porque el Espíritu Santo usa las Escrituras para traer a la gente al arrepentimiento y conocimiento de la salvación por medio de Cristo (Juan 16:8, 9).

“Lo oculto de su corazón se hace manifiesto…”. La palabra de Dios tiene el poder para convertir el alma y cambiar el corazón incrédulo (Hebreos 4:12-13). Lo oculto del corazón sale a la luz, porque el Señor usa la Palabra y al Espíritu para iluminar la vida de la gente, de tal manera que todo queda descubierto.

“Postrándose sobre el rostro, adorará a Dios…”. Este es el resultado inmediato de un culto con estas características. Cuando hay un total sometimiento al Dios, el pecador se postrará de rodillas delante de Dios. Esta postura es una clara evidencia de sentirse indigno ante el Señor. Pero, además de esto, un culto donde hay profecía, donde se exponga la Palabra, habrá una genuina conversión, y se confirma que allí “verdaderamente Dios está entre vosotros”.

El propósito del culto público no debe ser para confundir al visitante, sino para exponer con poder la palabra de Dios, trayendo convicción de pecado en el incrédulo y edificando al creyente, hasta llevarlo a una experiencia de adoración genuina a su Dios.

Hágase todo para edificación

“¿Qué hay, pues, hermanos? Cuando os reunís, cada uno de vosotros tiene salmo, tiene doctrina, tiene lengua, tiene revelación, tiene interpretación. Hágase todo para edificación. Si habla alguno en lengua extraña, sea esto por dos, o a lo más tres, y por turno; y uno interprete” (1 Corintios 14:26-27).

La iglesia del Señor nació del trabajo del Espíritu Santo, y pronto fue adaptando un orden para la celebración de sus cultos. No fue raro leer de Pablo lo que ya era una manera de proceder cada vez que los hermanos se reunían. No sabemos qué tipo de liturgia seguían, pero al ver lo sugerido por Pablo a los corintios, tenemos una idea del tipo de “programa” de cada día culto.

“¿Qué hay, pues, hermanos?”. Otras versiones omiten la pregunta, diciendo: “Ahora bien, mis hermanos, hagamos un resumen”. Y esto hace entender mejor el pensamiento de Pablo, porque cuando habla del orden a seguir en el culto al Señor, los hermanos deberían considerar si estaban haciendo las cosas bien. La exhortación de esta pregunta fue para verificar el propósito de las reuniones grupales. Pablo sabía cuál era el orden para seguir, pero ¿lo estaban siguiendo ellos?

“Cuando os reunís, cada uno de vosotros tiene salmo, tiene doctrina…”. Esta lista de cinco elementos que componían el culto del Señor no era exhaustiva, ni tampoco era un orden inquebrantable para cada iglesia; era más bien para saber que el culto al Señor era más para dar, y no tanto para recibir. En el culto participaban muchos miembros, algunos con el canto, otros con la enseñanza, otros con alguna revelación, y otros hablaban en lenguas con sus intérpretes. Todo esto mostraba el propósito de las reuniones.

“Hágase todo para edificación”. La razón de reunirse como iglesia no era para el entretenimiento, ni para sentirme “complacidos”, o para recibir alguna “bendición.” La razón de sus reunirnos fue para la edificación; sí, para la edificación espiritual, cuyo resultado final sería glorificar a Jesucristo más allá de las paredes de la iglesia. Cuando los cultos se constituyen en el trabajo de unos pocos, no puede darse una edificación mutua, según Efesios 4:12.

Spurgeon lo expresó muy gráficamente, diciendo: “La indulgencia del espíritu de uno mismo es un mal monstruoso; sin embargo, lo vemos por todas partes. El domingo estos holgazanes deben ser alimentados bien. Ellos buscan los sermones que alimentarán sus almas. No hay lugar para el pensamiento de que hay algo más por hacerse aparte de la alimentación.”

“Si habla alguno en lengua extraña…”. Hemos dicho anteriormente que Pablo no prohíbe el uso del don de lenguas, sin embargo, ha sido enfático en limitarlas dentro de la congregación. Como el ya sabía del desorden en la iglesia, respecto a este asunto, recomienda un uso limitado. Su recomendación es que sea por dos, o tres, y por turnos. Eso evitaría el relajo visto en algunos cultos cuando no hay orden ni control. Y para evitar que todos hablen a la vez, Pablo dice “y uno interprete”.

Cuando en el culto al Señor todo se hace para la edificación, los resultados se traducen en crecimiento espiritual, haciendo que el nombre del Señor sea siempre glorificado.

Dios no es Dios de confusión, sino de paz

“Y si no hay intérprete, calle en la iglesia, y hable para sí mismo y para Dios. Asimismo, los profetas hablen dos o tres, y los demás juzguen. Y si algo le fuere revelado a otro que estuviere sentado, calle el primero. Porque podéis profetizar todos uno por uno, para que todos aprendan, y todos sean exhortados. Y los espíritus de los profetas están sujetos a los profetas; pues Dios no es Dios de confusión, sino de paz. Como en todas las iglesias de los santos…” (1 Corintios 14:28-33).

Al principio Pablo hizo referencia a la iglesia a los corintios como enriquecida en todo, incluyendo la abundancia de sus dones espirituales (1 Corintios 1:5), y este pasaje es prueba de ello. Pero como ya lo hemos venido tratando, el mal uso de algunos dones había llevado a la iglesia a un desorden, tanto así que Pablo les declara que donde está Dios presente no debe haber confusión.

“Y si no hay intérprete, calle en la iglesia, y hable para sí mismo y para Dios”. En esta larga exposición de Pablo, acerca del don de lenguas, su énfasis en la necesidad de interpretación ha sido recurrente. Para Pablo el don de lenguas debería estar bajo el control de la persona quien lo habla, porque si no hay intérprete debe callar en la iglesia, porque lo contrario a esto, la persona habla “para sí mismo y para Dios”. Esta recomendación ha sido buena para evitar el desorden.

“Asimismo, los profetas hablen dos o tres, y los demás juzguen”. Ahora Pablo presenta las regulaciones para los que profetizan, muy parecidas para quienes hablan en lenguas. Por un lado, pone la cantidad (dos o tres), y que los demás juzguen en silencio la revelación. Pablo no prohíbe el profetizar, sino da su recomendación de hacerlo por turnos “uno por uno”, teniendo como fin el aprender para que “todos sean exhortados”. Esto debería ser el propósito de los dones.

“Y los espíritus de los profetas están sujetos a los profetas…”. Esta frase puede indicar que ningún profeta al recibir la revelación pierde el control de sí mismo. A diferencia del que habla en lenguas, el profeta está en completo control de sus sentidos, porque el Espíritu Santo prevalece por sobre la voluntad del profeta, dejándole a él la revelación que debe ser dada.

“Pues Dios no es Dios de confusión, sino de paz”. Esta es la conclusión de Pablo. La confusión en muchos cultos lo traen sus actores al no seguir los consejos y las exhortaciones bíblicas. Dios no es el causante de ninguna confusión, porque en este caso, él espera del profeta su compostura al controlarse a sí mismo y a los demás. El fin de todo culto es que, en la presencia de Dios, todos los participantes deben estar en paz unos con otros, y sobre todo con Dios.

Como nuestro Dios no es un Dios de confusión, nuestros cultos ofrecidos a Él deben ser racionales, pero, sobre todo, deben ser en espíritu y en verdad.

Hágase todo decentemente y con orden

“…. vuestras mujeres callen en las congregaciones; porque no les es permitido hablar, sino que estén sujetas, como también la ley lo dice. Y si quieren aprender algo, pregunten en casa a sus maridos; porque es indecoroso que una mujer hable en la congregación. ¿Acaso ha salido de vosotros la palabra de Dios, o solo a vosotros ha llegado? Si alguno se cree profeta, o espiritual, reconozca que lo que os escribo son mandamientos del Señor. Mas el que ignora, ignore. Así que, hermanos, procurad profetizar, y no impidáis el hablar lenguas; pero hágase todo decentemente y con orden.” (1 Corintios 14:34-40).

Con este texto Pablo finaliza su larga exposición acerca del tema de hablar en lenguas en la congregación. Como afirmamos en entregas anteriores, la situación en la iglesia respecto al uso de este don no era clara para Pablo, sobre todo cuando ellos tenían sus cultos públicos. Fue, pues, necesario esta corrección, tanto que, en estos últimos versículos, su postura es firme frente a los que se creían profetas y más espirituales. Para Pablo el culto debería ser decentemente y con orden.

“Vuestras mujeres callen en las congregaciones…”. Este es uno de los textos que ha dado para muchos comentarios. Parece sorprendente la postura de Pablo sobre el tema de prohibirle a la mujer hablar en la congregación, sobre todo cuando en otros pasajes él mismo da su recomendación acerca de la mujer orando o profetizando en medio de los hermanos (11:15). ¿Cambió Pablo de opinión?

De todos los comentarios respecto a este polémico y cultural asunto, este me parece el mejor: “Con estas pocas palabras, Pablo no está interesado en cubrir toda situación posible. Algunas de las mujeres estaban casadas, otras eran solteras, y otras habían enviudado. Aunque la soltera y la viuda no tenían un esposo al cual preguntarle en casa, podían consultar a los que tomaban la palabra o a otros miembros de la familia.

Con este reglamento lo que Pablo quiere es evitar la vergüenza que pudiera darse si una mujer no respeta al hombre que profetiza. Esto no quiere decir que a la mujer se le prohíba usar su tiempo y talentos en el ministerio de la iglesia, pero debe ocuparlos honrando a quienes recibieron de Cristo la autoridad para gobernar la iglesia (1 Ti. 5:17)”.Simon J. Kistemaker, Comentario al Nuevo Testamento: 1 Corintios (Grand Rapids, MI: Libros Desafío, 1998), 562.

“¿Acaso ha salido de vosotros la palabra de Dios, o solo a vosotros ha llegado?” Estas preguntas retóricas son una fuerte reprensión al orgullo de los hermanos de corintios en este asunto. El evangelio no salió de ellos, sino de Jerusalén (Hechos 2), y ellos estaban en la lista de los gentiles a los cuales Pablo les predicó el evangelio. Los corintios no podían pretender con la confusión que habían creado en el uso de las lenguas, ignorar las prácticas que ya se había establecido en otras iglesias. Ellos no eran la “iglesia madre”, en este asunto, sino formados por otra iglesia.

“Así que, hermanos, procurad profetizar, y no impidáis el hablar lenguas…”. En esta parte final, Pablo resume todo su pensamiento traído desde atrás, respecto a estas dos prácticas en la iglesia: profetizar y hablar en lenguas. Aunque Pablo no prohíbe el hablar en lenguas, deja claro la importancia de profetizar para la edificación de la iglesia. Los dones fueron dados para hacer crecer a la iglesia, no a la persona que lo poseía. La iglesia debe crecer como cuerpo donde todos sus miembros se ayudan mutuamente para “ir edificándose en amor”. Ese es el fin de los dones.

“Pero hágase todo decentemente y con orden.” Con esta afirmación final decimos que el culto de adoración cristiano no es el lugar para caprichos personales, ni para satisfacer el ego, tan mal vistos en muchos cultos modernos. El fin de un servicio de adoración debe ser para exaltar a Dios (esto es lo primero); pero, sobre todo, para la extensión del reino de Dios a través de una iglesia bien equipada con sus dones espirituales, puestos para su crecimiento.

La decencia en el culto público debe estar presente; el desorden crea confusión y un mal testimonio para el no creyente. Dios es digno de lo mejor, y el culto a él debe tener este sello.

El evangelio que os he predicado

“Además os declaro, hermanos, el evangelio que os he predicado, el cual también recibisteis, en el cual también perseveráis; por el cual asimismo, si retenéis la palabra que os he predicado, sois salvos, si no creísteis en vano” (1 Corintios 15:1-2).

Pablo ha dejado atrás el tema del don de lenguas para abordar el de la resurrección de los muertos, del cual la iglesia a los corintios seguramente tuvo preguntas y dudas. Y para esta nueva discusión Pablo introduce en los primeros versículos el contenido del evangelio y su beneficio para todos.

“Además os declaro, hermanos, el evangelio que os he predicado…”. La palabra “evangelio” significa, “buenas noticias”; así fue su uso desde tiempos antiguos, pero necesariamente no describía el mensaje de la salvación en Jesucristo. Su uso común era hablar de buenas noticias, cualquiera que fuera. Pero Pablo va a decirnos que esas “buenas noticias” son aquellas que hablan de ser salvos del castigo de Dios mediante la muerte de su Hijo.

¿Cuál era el evangelio que Pablo les había predicado? Fue el mismo que el Señor le dio en su conversión en el camino de Damasco. Pero después de esa experiencia Pablo estuvo con Pedro y con Jacobo en Jerusalén (Gálatas 1:18-19), donde seguramente fue mejor instruido y equipado acerca de ese evangelio del cual ahora habla. Después de catorce años Pablo volvió a Jerusalén para consular con los apóstoles acerca de este evangelio (Gálatas 2:1).

“El cual también recibisteis, en el cual también perseveráis…”. Pablo les recuerda a sus hermanos que el evangelio para ser efectivo debe tener dos cosas: ser recibido (creído) y perseverar en él. Estas palabras sirven para recordar a los Corintios su profesión de fe. Ellos, además de recibir ese evangelio de la salvación, perseveraban a pesar de sus divisiones, inmoralidades y sus luchas. Ellos, a diferencia de los Gálatas que siguieron otro evangelio, perseveraron en él.

“Por el cual asimismo, si retenéis la palabra que os he predicado…”. El evangelio va más allá de recibir y perseverar, también debe ser retenido. La salvación del creyente debe llevarlo a retenerla, no solo en el presente, sino hasta tener un buen futuro también con el Señor. El creyente se va a encontrar con aquellos que quieren arrebatarle el evangelio del cual han creído, de allí la importancia de retener la palabra aprendida por la predicación del evangelio.

“… sois salvos, si no creísteis en vano”. Esto es el resultado de lo anterior expuesto. El fin del evangelio es llevarnos a la salvación. Los verbos recibir, perseverar y retener son parte de toda esta experiencia del nuevo nacimiento. Son los indicadores que fuimos salvos en el pasado, estamos siendo salvos en el presente y lo seremos en el futuro. Nadie que persevere y retenga la Palabra recibida ha creído en vano. Lo expresado por Pablo nos da más bien la seguridad de la salvación por gracia.

Hay un evangelio que ha sido predicado para nuestra salvación, y ese evangelio debe ser perseverado y retenido, porque lo contrario a esto será vivir un evangelio vano.

Que Cristo murió por nuestros pecados…

“Porque primeramente os he enseñado lo que asimismo recibí: Que Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras; y que fue sepultado, y que resucitó al tercer día, conforme a las Escrituras; y que apareció a Cefas, y después a los doce…” (1 Corintios 15:3-5).

En la entrega anterior Pablo les recordó a los corintios en qué consistía el evangelio de Cristo, como mensaje de las “buenas nuevas”, con la esperanza que todos ellos permanecieran en él de una manera firme, hasta el final, y ahora les expone el contenido del evangelio, basado en la persona de Jesús y su entrega por nuestros pecados, pero a su vez en la más gloriosa victoria al levantarse de la tumba a través de su resurrección.

“Porque primeramente os he enseñado lo que asimismo recibí…”. Pablo recibió el evangelio por dos fuentes fidedignas: la primera por la revelación misma de Cristo, y la otra por la consulta hecha a los mismos apóstoles del Señor. De esta manera, el evangelio que está dando a conocer no es suyo; él simplemente es un repetidor de una información recibida. No hay otro evangelio, sino uno solo, y el tal debe ser dado a conocer en su originalidad.

“Que Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras…”. El corazón del evangelio es hablarnos de cosas que pasaron, eventos verdaderos, reales e históricos, porque todos ellos fueron “conforme a las Escrituras”. De esta manera afirmamos que el evangelio no es un asunto de opiniones religiosas, trivialidades, o cuentos de hadas, sino de hechos reales, comprobados por muchos de sus testigos, de los cuales Pablo nos hablará en este texto.

El evangelio del cual Pablo habla es que “Cristo murió por nuestros pecados”. Mucha gente ha muerto por causas nobles, por ejemplo, los que defienden el honor de su patria o de su familia, pero solo un hombre ha muerto nuestros pecados, nuestro Señor Jesucristo.

Muchas cosas se han escrito acerca de esa cruel y desgarradora muerte en la cruz, con sus dolores, pero el mayor sufrimiento de todos fue que el Padre puso toda la culpa que nuestros pecados merecían Cristo, llevando sobre sí mismo, y satisfaciendo completamente la ira de Dios que debió ser llevada por nosotros.

“…y que fue sepultado, y que resucitó al tercer día…”. Pablo se asegura de presentarnos el orden los hechos ocurridos: muerte, sepultura y resurrección. De nadie más se hablará en la Biblia de este orden, sino de Cristo. La resurrección es el corazón mismo de la fe del cristianismo y la razón de nuestra más completa esperanza. Pablo va a repetir otra vez que esto fue “conforme a las Escrituras”; esto significa, conforme a las profecías (Salmo 16:10). El testimonio de los que vieron la tumba vacía, y a Jesús vivo, con pruebas inobjetables de su resurrección habla de esas Escrituras.

“… y que apareció a Cefas, y después a los doce…”. Si bien Pedro no fue el primero que vio a Jesús, sino las mujeres (Marcos 16:9), la mención hecha por Pablo nos revela dos cosas: el liderazgo que ya Pedro ejercía, visto en los primeros capítulos de Hechos, y a su vez la necesidad de consuelo y restauración que Jesús hizo a Pedro debido a su negación. Esa resurrección fue vista por los 12, y se constituyó en la fuente de su poder y gozo, alejando todo temor en ellos al saber que Cristo vive.

El evangelio completo debe proclamar que Cristo murió, fue sepultado, y al tercer día fue resucitado. Si al predicar la Palabra no presentamos así esta doctrina, es un evangelio incompleto.

Jesús se le apareció a Pablo también

“Después apareció a más de quinientos hermanos a la vez, de los cuales muchos viven aún, y otros ya duermen. Después apareció a Jacobo; después a todos los apóstoles; y al último de todos, como a un abortivo, me apareció a mí” (1 Corintios 15:6-8).

Lucas nos dice en Hechos 1:3 que Jesús después de haber resucitado, duró cuarenta días apareciéndosele a sus discípulos. No tenemos más detalles de esos días, ni con quien Jesús se habría reunido, además de aparecerse a las mujeres y a los discípulos. Sin embargo, Pablo nos da una visión más amplia de la resurrección de Cristo al hablar de este número, incluyéndose a él mismo, a quien Jesús se les apareció. La resurrección de Cristo fue un hecho notorio.

“Después apareció a más de quinientos hermanos a la vez…”. Definitivamente Pablo ha sido la extensión de los cuatro evangelios, al darnos detalles no mencionados por los hombres que escribieron la historia de Jesús. En un tribunal judío se exigía la presencia de dos o tres testigos para probar la veracidad de los hechos; el que Jesús se le apareciera a más de quinientas personas a la vez, era la prueba más contundente de que Cristo vive.

“De los cuales muchos viven aún, y otros ya duermen…”. Los testigos de la restauración que todavía vivían para el tiempo de Pablo seguramente fueron la mejor referencia del apóstol para conocer más acerca de la resurrección, sobre todo porque algunos dudaban, o no sabían cómo había ocurrido. De esos quinientos, algunos ya habían muerto (dormían), gozando del cielo en compañía del Cristo glorificado.

“Después apareció a Jacobo; después a todos los apóstoles…”. De momento quizás no vemos el propósito de Pablo al mencionar a Jacobo, como ya lo había hecho con Pedro. Como quiera que haya sido este Jacobo podría ser Santiago, el medio hermano de Jesús, él cuál ya era un líder prominente en la iglesia de acuerdo con Hechos 15. Debemos recordar la hostilidad de estos hermanos de Jesús al principio (Juan 7:3-5), pero el ser destacado aquí por Pablo revela el cambio operado en él después de la resurrección de hermano.

“Después a todos los apóstoles”. Esta es una referencia a una de las tantas apariciones de Jesús a ellos acontecidas previamente (Juan 20:26-31; 21:1-25; Mateo 28:16-20 y Lucas 24:44-49. La aparición a todos los discípulos fue una manera de probarles que Jesús era quien dijo que fue. Cuando se les apareció, comió con ellos, los consoló, les mandó predicar el evangelio, y les dijo que esperaran en Jerusalén hasta la llegada del Espíritu Santo después de su ascensión.

“Y al último de todos, como a un abortivo, me apareció a mí”. Si bien pudiéramos ver que Pablo minimiza su experiencia con el Señor resucitado, debemos destacarla como algo simplemente extraordinario por la manera cómo sucedió, y cómo Pablo fue usado a raíz de esta misma experiencia. Cristo se le apareció en el camino a Damasco y a partir de allí su vida fue transformada por la resurrección de Cristo, la que hará como su más grande doctrina en todas sus cartas.

“Como a uno nacido fuera de tiempo”. El término “abortivo” escogido por Pablo, es inusual en su definición y ocurre una sola vez en el Nuevo Testamento. Si lo entendemos de una manera negativa significaría un nacido muerto o un feto abortado. Por supuesto que Pablo aplica la palabra como una ilustración. En un sentido positivo, el contexto nos hablaría de que Dios nombró a Pablo desde el vientre de su madre para que fuese un apóstol (Gálatas 1:15), sin embargo, su nombramiento se frustró en la etapa cuando Pablo persiguió a la iglesia hasta su conversión aquel día en Damasco.

Todas las evidencias de la resurrección de Cristo solo comprueban que el vive, que está a la diestra del Padre y que pronto volverá por su iglesia. La resurrección de Cristo es la doctrina más grande de nuestra fe cristiana. Ella es nuestra razón como iglesia viva y nuestra esperanza para ir al cielo.

Por la gracia de Dios soy lo que soy

“Porque yo soy el más pequeño de los apóstoles, que no soy digno de ser llamado apóstol, porque perseguí a la iglesia de Dios. Pero por la gracia de Dios soy lo que soy; y su gracia no ha sido en vano para conmigo, antes he trabajado más que todos ellos; pero no yo, sino la gracia de Dios conmigo. Porque o sea yo o sean ellos, así predicamos, y así habéis creído” (1 Corintios 15:9-11).

La humildad de Pablo llegó a ser una de sus grandes virtudes después de su conversión; no era así antes de encontrarse que el Cristo resucitado. Cuando él se reconoce como el más pequeño entre todos los demás apóstoles, hasta compararse como un “abortivo”, manifiesta que él llegó a ser un acto de la pura gracia de Dios al escogerlo para la obra misionera entre los gentiles, convirtiéndose después en el más grande de los apóstoles.

“Porque yo soy el más pequeño de los apóstoles…”. Aunque Pablo presenta sus credenciales apostólicas, para que nadie lo menospreciara o lo trataran como falso, el considerarse como “el más pequeño de los apóstoles” lo ayudó a mantenerse humilde y a no tener más alto concepto de si mismo. La razón para hacer esta declaración, de considerarse indigno, fue porque él persiguió a la iglesia; y aunque esa culpa ya había perdonada él se sentía el más pequeño de ese oficio.

“Pero por la gracia de Dios soy lo que soy…”. Después que Pablo reveló su pasado como, un perseguidor de la iglesia ahora revela su presente, diciendo que él es el producto de la única e infinita gracia de Dios. Pablo fue un testimonio constante del poder de esa gracia. Esa gracia la experimentó cuando viajaron de Chipre a Asia Menor en el primer viaje misionero. Para ese primer viaje, la iglesia de Antioquía los comisionó con esa gracia de Dios (Hechos 14:26). Y el tema de esa gracia será uno de los más tocados por Pablo en sus cartas (Cf. Efesios 2:8-10).

“Y su gracia no ha sido en vano para conmigo…”. El testimonio de Pablo al igual que el nuestro es que la gracia que nos salva también nos cambia. Nadie puede recibir la gracia de Dios sin ser cambiado por ella. Cuando Cristo entra en el corazón del hombre se origina una transformación, en algunos tan dramáticos como el de Pablo, pero en todos se da evidencia que la gracia jamás será en vano en nosotros. Al ver nuestra condición de vida concluimos que la gracia no ha sido en vano.

Spurgeon lo expuso de esta manera: “Por la gracia de Dios no solo somos lo que somos, sino permanecemos como somos. Deberíamos habernos arruinado hacer mucho, y condenado a nosotros mismos, si Cristo no nos hubiera mantenido por Su gracia todopoderosa.”

“Antes he trabajado más que todos ellos…”. Esta declaración de Pablo no contradice sus primeras palabras acerca de ser el “más pequeño de los apóstoles”. Él ha dicho esto con humildad. Nadie más trabajo para el Señor como Pablo, y más que los otros apóstoles. Casi la mitad del Nuevo Testamento tiene que ver con Pablo, incluyendo todas las cartas escritas. En Romanos 15:19 nos deja algo así como el resumen de su inigualable trabajo como obrero del Señor.

“Aunque no yo sino la gracia de Dios que ha estado conmigo”. Pablo se asegura de no abrogarse el crédito por el trabajo hecho; al contrario, él abandona toda gloria personal y reconoce a Dios como el dador sus dones, glorificando a su Salvador y Señor. Con total humildad reconoce que sus “logros” son el resultado de la gracia de Dios. Pablo no hizo nada que no fuera por esa gracia.

Si Cristo no resucitó… vana es también vuestra fe

“Pero si se predica de Cristo que resucitó de los muertos, ¿cómo dicen algunos entre vosotros que no hay resurrección de muertos? Porque si no hay resurrección de muertos, tampoco Cristo resucitó. Y si Cristo no resucitó, vana es entonces nuestra predicación, vana es también vuestra fe” (1 Corintios 15:12-14).

El tema de la resurrección de los muertos pudo ser otro de los cuales los hermanos de Corinto tenían dudas, o alguien estaba enseñando una doctrina contraria. Por esta razón Pablo se propone probar la realidad de la resurrección de los muertos con la misma resurrección de Jesucristo. Sus argumentos van a hacer muy importantes, porque la doctrina de la resurrección es como la “piedra angular” de todo el edificio de nuestra fe.

“Pero si se predica de Cristo que resucitó de los muertos…”. La preposición “pero” da por sentado la existencia de una mala creencia acerca de este tema. Es posible que la filosofía griega influenció en los hermanos, poniendo alguna duda, porque ellos consideraban la resurrección como algo indeseable, debido a que el espíritu era puro. Lo otro pudo ser debido al pensamiento de los Saduceos, quienes creían en un mundo más allá como una ilusión.

“¿Cómo dicen algunos entre vosotros que no hay resurrección de muertos?”. Esta era la pregunta que andaba pululando en medio de los hermanos. Esta pregunta estaba generando una ambigüedad entre ellos, porque mientras algunos no creían en la resurrección de los muertos, otros si creían en un Jesús resucitado. Los próximos argumentos de Pablo tienen la misión de probar ambas cosas. Si ellos no estaban claros en esto habían perdido la esperanza.

“Porque si no hay resurrección de muertos, tampoco Cristo resucitó”. Con este argumento Pablo tumba la falsa creencia generada en la iglesia acerca del estado final de los que mueren. Ya había presentado las “pruebas indubitables” de que Cristo había resucitado, apareciéndole a mucha gente, incluyéndolo a él. Como algunos sostenían la idea errónea que Dios resucita el alma, pero no el cuerpo, surge la conclusión inevitable que el cuerpo de Cristo todavía está en la tumba.

Y es frente a todas esas filosofías huecas de los griegos que aparece la deducción lógica de Pablo. Si en efecto no hay resurrección de los muertos, y Cristo no resucitó, hay dos cosas que serían vanas: “vana es entonces nuestra predicación, vana es también vuestra fe”. La predicación del evangelio y la fe requerida para creerlo surgen de la resurrección. Si Cristo no resucitó, trayendo un cambio entre los discípulos, todo lo hasta ahora aceptado por fe, sería absurdo, y totalmente vano.

Nada cubre más de incertidumbre a la “fe” como el negar la resurrección de nuestros cuerpos.

Y si Cristo no resucitó…

“Y somos hallados falsos testigos de Dios; porque hemos testificado de Dios que él resucitó a Cristo, al cual no resucitó, si en verdad los muertos no resucitan. Porque si los muertos no resucitan, tampoco Cristo resucitó; y si Cristo no resucitó, vuestra fe es vana; aún estáis en vuestros pecados. Entonces también los que durmieron en Cristo perecieron. Si en esta vida solamente esperamos en Cristo, somos los más dignos de conmiseración de todos los hombres” (1 Corintios 15:15-19).

Las preguntas que implícitamente Pablo responde en este texto serían ¿qué hubiera pasado si Cristo no resucitó? ¿Qué sería de nuestras vidas, nuestra fe y de la predicación del evangelio? Las respuestas tendrían que ser todas iguales: todos los esfuerzos por dar a conocer la historia de la salvación en Jesucristo, seria en vano. Este es el planteamiento más importante de este texto.

“Y somos hallados falsos testigos de Dios…”. He aquí el primer resultado si Cristo no ha resucitado. Si algunos afirmaban que Cristo no había resucitado, entonces todos los apóstoles serían falsos y mentirosos. Si Cristo no resucitó las apariciones de las cuales Pablo habló, la de Pedro, Jacobo, los quinientos y la de él mismo, serían mentira. Si Cristo no resucitó, todos ellos al final resultarían siendo “falsos testigos de Dios”.

¿Por qué Pablo llega a esta conclusión? “Porque hemos testificado de Dios que él resucitó a Cristo, al cual no resucitó, si en verdad los muertos no resucitan”. Pablo confronta a los incrédulos de la resurrección de los muertos de una manera elocuente. Hablar en contra de alguien es un término legal, y esta es la verdad que está en juego, porque, o Dios resucitó de los muertos a Jesús, o la resurrección no tuvo lugar. Si no hay resurrección, todos ellos estarían sufriendo por una mentira, y tendrían que comparecer ante Dios por predicar un engaño.

“Porque si los muertos no resucitan, tampoco Cristo resucitó…”. Pablo repite en este texto lo mismo que dijo en los versículos 13 y 14. La consecuencia de negar la resurrección de los muertos sería negar también la doctrina de la resurrección de Cristo, y si esto se hace, quitaríamos la base donde se levanta nuestra fe. Hay dos resultados posibles si Cristo no resucitó: afirmar una fe vana, y seguiríamos en nuestros pecados. Quienes esto hacían tendrían que comparecer ante el trono del juicio de Dios para dar cuenta de este perjurio.

“Entonces también los que durmieron en Cristo perecieron”. Este sería el otro resultado de una falsa resurrección. Si Cristo no resucitó, todos aquellos que murieron creyendo se perdieron para siempre. Murieron con la esperanza, pero al final no alcanzaron lo esperado. Si “solamente esperamos en Cristo”, Pablo concluye, diciendo: “somos los más dignos de conmiseración de todos los hombres”. Ante esto, la preguntar sería ¿para qué trabajamos finalmente.?

Si Cristo no resucitó qué sentido tuvieran nuestros cultos dominicales, la evangelización, la obra misionera, la muerte de tantos mártires, la existencia de tantas iglesias y denominaciones. Si Cristo no resucitó seriamos los más desventurados de toda la gente.

En Cristo todos serán vivificados

“Mas ahora Cristo ha resucitado de los muertos; primicias de los que durmieron es hecho. Porque por cuanto la muerte entró por un hombre, también por un hombre la resurrección de los muertos. Porque así como en Adán todos mueren, también en Cristo todos serán vivificados” (1 Corintios 15:20-22).

En Cristo todos serán vivificados

“Mas ahora Cristo ha resucitado de los muertos; primicias de los que durmieron es hecho. Porque por cuanto la muerte entró por un hombre, también por un hombre la resurrección de los muertos. Porque así como en Adán todos mueren, también en Cristo todos serán vivificados” (1 Corintios 15:20-22).

En este texto Pablo va a pasar de las falsas enseñanzas originadas entre los creyentes de corintios, que negaban la resurrección de los muertos, a una declaración fehaciente de ella. Para los que pusieron en duda la doctrina más importante de la fe cristiana, aquí se dan los más contundentes hechos que nuestra fe es una fe viva como resultado de la victoria de la tumba vacía. Lo dicho por Pablo ya había sido proclamado: ¡Cristo vive!

“Mas ahora Cristo ha resucitado de los muertos…”. Las palabras “mas ahora” son claves en esta transición. La una cambia el sentido negativo respecto a los vv. 12–19, al testimonio positivo que Cristo ha resucitado de los muertos, mientras que la otra (“ahora”) indica una referencia temporal, una conclusión lógica. Esta declaración de Pablo resume un hecho incontrovertible, ya arraigado en la historia, como la base para la fe cristiana, que Cristo ha resucitado.

“Primicias de los que durmieron es hecho”. La idea de la palabra “primicia” es como la cuota de entrada con la que se asegura algo. Cristo es el primer fruto de los que ya han dormido. Las primicias judías eran lo primero que se cosechaba, y que el pueblo las ofrecía a Dios en reconocimiento de su fidelidad por haber provisto frutos en el tiempo requerido. En este sentido, Cristo se convirtió en las primicias a través de su resurrección, garantizando al pueblo también una participación segura en su resurrección. Cristo es la primicia, después nosotros.

“Porque por cuanto la muerte entró por un hombre…”. Esta es la referencia al primer Adán, quien, por haber pecado contra Dios, introdujo con su desobediencia a la muerte. Pero también por un hombre (el segundo Adán) vino la resurrección de los muertos. De esta manera, mientras el primer Adán fue conquistado por el pecado, y la muerte, a través del segundo Adán (Cristo), se conquistó el pecado y la muerte por medio de la resurrección.

El resultado final de la actuación de nuestros dos “Adanes” es que, en el primero “todos mueren”, eso explica el texto del mismo Pablo, cuando dijo: “…y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron” (Romanos 5:12). Pero en el segundo Adán: “todos serán vivificados”.

La resurrección de Cristo nos asegura que ya la muerte no se enseñorea más de nosotros. Y si bien un día moriremos, lo haremos en la esperanza, porque también un día resucitaremos. La muerte ha sido absorbida en victoria (1 Corintios 15:54).

El primer Adán introdujo la muerte en el mundo cuando deliberadamente pecó, pero el segundo Adán (Cristo), nos devolvió la vida por medio de la resurrección. La resurrección de Cristo es la primicia que nos garantiza que un día también nosotros resucitaremos de los muertos

Pero cada uno en su debido orden

“Pero cada uno en su debido orden: Cristo, las primicias; luego los que son de Cristo, en su venida. Luego el fin, cuando entregue el reino al Dios y Padre, cuando haya suprimido todo dominio, toda autoridad y potencia” (1 Corintios 15:23-24).

La manera cómo Pablo aborda el tema de la resurrección es simplemente extraordinario. No solo nos habla de sus apariciones previas, con sus argumentos para creer en ella, sino que ahora nos muestra la secuencia en que deberían darse los hechos. Pablo da a conocer a Cristo como el modelo, porque al resucitar de entre los muertos mostró todo lo que vendría después de eso.

“Pero cada uno en su debido orden”. La doctrina de la resurrección se concibe bajo un orden establecido, y debe seguirse para nuestra propia comprensión del tema. En ese orden, Cristo es la primicia. Él es el primogénito de los que resucitan, y tiene la supremacía (Colosenses 1:18). Como ya lo explicamos, Cristo es el primer fruto (primicias) de la gran cosecha de todos los que resucitaran en el futuro.

“Luego los que son de Cristo, en su venida.” Según el orden de Pablo, los próximos en la resurrección serán “los que son de Cristo”. Ese acontecimiento sucederá con la segunda venida de Cristo. 1 Tesalonicenses 4:13-18 nos dice que los “muertos en Cristo resucitaran primero”, siendo levantados para reunirse con Cristo en el aire. El único levantamiento para quienes mueren sin Cristo será para comparecer ante el “trono blanco”, para ser juzgados y condenados eternamente.

“Luego el fin, cuando entregue el reino al Dios y Padre…”. En este texto podemos ver el fin de todo el trabajo hecho. La resurrección de Cristo como primicia, y luego la de todo su pueblo, tendrá como meta entregarlo todo al Dios Padre, para que sea Él quien al final reciba la gloria y alabanza, por cuanto el Hijo satisfizo la voluntad y la justicia del Padre. Eso será la conclusión de la obra redentora de Cristo hecha por su pueblo.

“Cuando haya suprimido todo dominio, toda autoridad y potencia”. El fin de todo, que incluye a un pueblo redimido delante del Dios Padre, es también la victoria sobre todo dominio, autoridad y potencia. El verbo “abolir” presenta la idea de anular a todos los poderes dominantes. ¿Cuál es el sentido de esta oración? Que una vez los creyentes hayan resucitado, Cristo va a abolir todas las fuerzas espirituales de maldad (Efesios 6:12), entregando al Padre, como si fuera un gran trofeo, un pueblo redimido, y todos los poderes de maldad derrotados.

La resurrección de Cristo estableció el orden correcto que seguirán los acontecimientos finales.

Un reinado sobre todo los enemigos

“Porque preciso es que él reine hasta que haya puesto a todos sus enemigos debajo de sus pies. Y el postrer enemigo que será destruido es la muerte. Porque todas las cosas las sujetó debajo de sus pies. Y cuando dice que todas las cosas han sido sujetadas a él, claramente se exceptúa aquel que sujetó a él todas las cosas. Pero luego que todas las cosas le estén sujetas, entonces también el Hijo mismo se sujetará al que le sujetó a él todas las cosas, para que Dios sea todo en todos.” (1 Corintios 15:25-28).

La muerte de Cristo fue apenas el inicio de la derrota total de sus enemigos. Al principio Satanás se sintió ganador con aquella muerte del Mesías prometido, pero cuando él con sus demonios declaraban su victoria, cuando Cristo salió de la tumba puso a todos los poderes bajo sus pies. A partir de aquel momento, todo ha quedado sujeto a él y a su voluntad.

“Porque preciso es que él reine…”. Cristo nació para ser rey, eso fue reconocido por los sabios del oriente (Mateo 2:1-2); y cuando murió, pusieron sobre su cruz que él era rey de los judíos. Cuando Pablo usa la conjunción porque, no solo habla que Cristo gobierna, sino que debe gobernar, como si esto fuera una necesidad impuesta por Dios. ¿Y hasta cuándo debe gobernar? “hasta que haya puesto a todos sus enemigos debajo de sus pies”.

Con lo previo expuesto Pablo hace una referencia al futuro reino milenial descrito en Apocalipsis 20:1-10. Si bien es cierto que al final habrá una rebelión inspirada por satanás, Jesús la destruirá hasta poner a todos sus enemigos “debajo de sus pies”, siendo aquella derrota su conquista total. Los enemigos que todavía se oponen al evangelio de Cristo tienen su tiempo contado.

“Y el postrer enemigo que será destruido es la muerte”. Hubo muchas fuerzas hostiles a las que Jesús se enfrentó, y una de esas consideradas como “el postre enemigo”, fue la muerte. Cuando Adán pecó entró el dominio de esa fuerza gobernado a la raza humana hasta ahora. Pero a través de su resurrección Jesús se conquistó la muerte, uno de los más grandes enemigos.

“Porque todas las cosas las sujetó debajo de sus pies”. La presente cita nos viene del Salmo 8, cuando David canta acerca de la pureza que el ser humano tenía antes de la caída. Al principio Dios le dio a Adán gloria y honor, y lo hizo gobernar por sobre toda la creación, estando todo sujeto a su autoridad, pero Adán perdió ese honor, y por la falla de ese primer Adán, ahora todas las “cosas han sido sujetadas a él”. El dominio de Cristo es universal.

“Entonces también el Hijo mismo se sujetará al que le sujetó a él todas las cosas…”. ¡Cuán sublime y grande es esta Escritura! ¡Qué cuadro tan revelador de lo que pasará al final de los tiempos! La resurrección de Cristo introdujo el “programa” completo de la salvación y el final de los tiempos. Después que todos los enemigos de Cristo hayan sido sujetados, Cristo mismo se sujetará al Padre “para que Dios sea todo en todos.”. Bendito sea el plan eterno de la salvación.

Si bien la muerte se ha enseñoreado de los hombres, con la resurrección de Cristo esa misma muerte ha sido destruida. Es verdad que un día moriremos, pero también llegará el día cuando resucitaremos. Ahora todo ha quedado sujeto bajo los pies de nuestro Salvador.

Cada día muero

“De otro modo, ¿qué harán los que se bautizan por los muertos, si en ninguna manera los muertos resucitan? ¿Por qué, pues, se bautizan por los muertos? ¿Y por qué nosotros peligramos a toda hora? Os aseguro, hermanos, por la gloria que de vosotros tengo en nuestro Señor Jesucristo, que cada día muero. Si como hombre batallé en Éfeso contra fieras, ¿qué me aprovecha? Si los muertos no resucitan, comamos y bebamos, porque mañana moriremos” (1 Corintios 15:29-32).

Pablo era un campeón en debatir contra una falsa doctrina o una mala concepción de un hecho bíblico. Las abundantes razones que sigue esgrimiendo en este tema de la resurrección de los muertos, prueba esa manera de actuar. Su método de preguntas retóricas confrontaba a aquellos hermanos con sus dudas, producto de la filosofía griega, quienes estaban confundidos y alejados de la verdad histórica y doctrinal de la palabra recibida. Era, pues, necesario ayudarlos en esto.

“¿Qué harán los que se bautizan por los muertos…?”. Al parecer esta fue una costumbre pagana practicaba entre algunos, aunque no necesariamente era común entre los creyentes. El significado claro del lenguaje original pareciera ser que algunas personas estaban siendo bautizadas en nombre de aquellos que habían muerto. Como quiera que haya sido, el argumento de Pablo revela que esa práctica no tendría sentido si los muertos no resucitaran.

«Si los muertos no resucitan, ¿por qué se bautizan a su favor?». Alguien lo escribió así. “La primera oración registra una condición contraria a los hechos, porque en los versículos anteriores Pablo probó la veracidad de la resurrección. En otras palabras, les dice a sus lectores que, aunque algunos de ellos nieguen la resurrección, el pueblo de Dios resucitará de los muertos” (Simon J. Kistemaker, Comentario al Nuevo Testamento: 1 Corintios (Grand Rapids, 1998), 611.

“¿Y por qué nosotros peligramos a toda hora?”. Estas últimas preguntas de Pablo añaden un comentario adicional, no teniendo nada que ver con los corintios, sino como una referencia del apóstol a sus colaboradores, quienes realizan la obra del Señor en forma diligente. Los riesgos a los que se enfrentó Pablo, y sus compañeros, fueron formidables narrados en el libro de los Hechos. Pablo razona, si no hay resurrección de los muertos ¿valió la pena esos riesgos?

“Os aseguro, hermanos… cada día muero”. Pablo no explica qué quiere decir con esto de “cada día muero”, pero la deducción lógica es a los peligros enfrentados en Éfeso. Pablo vivió tan al límite por Jesucristo que esta fue conclusión: “cada día muero”. Su vida estuvo siempre en la línea; alguien podía estar apostado muy cerca de él para matarlo. El auténtico cristiano asume también este pensamiento, porque él debe enfrentar cada día a la muerte de su propia carne.

“Si como hombre batallé en Éfeso contra fieras…”. No hay una referencia en el libro de los Hechos de algún enfrentamiento de Pablo con animales salvajes en alguna arena; si los hubo no quedaron registrado. Lo más probable es que Pablo usó el término de “fieras” para hablar figurativamente de sus oponentes humanos salvajes y violentos. Otra vez, el argumento de Pablo es: si no hay resurrección de los muertos ¿valió la pena tanto sufrimiento?

“Si los muertos no resucitan, comamos y bebamos…”. La conclusión de Pablo es lógica: si no hay tal cosa como la resurrección de los muertos, pues comamos y bebamos, “porque mañana moriremos”. Esta frase nos viene de Isaías 22:13, y con ella Pablo describe la mentalidad de la gente que ha decidido no creer en la resurrección, viviendo alejada de Dios por elección propia. Es como decirle a los corintios de su estupidez en rechazar la doctrina de la resurrección, con las consecuencias que todo esto significaría. Nos hace tanto bien saber que Cristo ha resucitado.

La determinación de un creyente de servir y dedicarse de corazón al Señor debe ser la misma de Pablo, cuando dijo: cada día muero, porque cuando morimos a nosotros, vivimos para Cristo.

Vela debidamente, y no pequéis

“No erréis; las malas conversaciones corrompen las buenas costumbres. Velad debidamente, y no pequéis; porque algunos no conocen a Dios; para vergüenza vuestra lo digo” (1 Corintios 15:33-34).

La iglesia a los corintios definitivamente fue una de las que más problemas doctrinales y prácticas confusas tuvo entre las iglesias pastoreadas por Pablo. La influencia de grupos tales como los saduceos, quienes no creían en la resurrección, fueron parte de ellos. Pero la contundencia como Pablo refuta a esos “mercaderes” de la confusión, es directa y frontal. El saber que sus hermanos estaban siendo arrastrados por el error lo llega a esta confrontación.

“Las malas conversaciones corrompen las buenas costumbres”. El error de los judíos respecto a este tema no fue por una mala enseñanza, sino por una mala influencia. Pablo estuvo consciente de lo fácil que era para los corintios aceptar principios y estilos de vida pervertidos como si fueran normales. Pablo usó este proverbio del poeta griego Menandro con el fin de decirles todo lo que estaba en juego cuando se adoptan creencias y conductas erradas.

¿Por qué cita Pablo este proverbio en su discurso en la doctrina de la resurrección de Cristo? Pablo percibió el daño que estaban trayendo algunos incrédulos y burladores de la resurrección, y las consecuencias para la iglesia si esto no se corregía. Los miopes espirituales existieron ayer y los hay hoy respecto a doctrinas tan fundamentales como la resurrección y la segunda venida de Cristo. Los creyentes deben alejarse de quienes así piensan y actúan.

“Velad debidamente, y no pequéis…”. Pablo les dice a sus hermanos que en lugar de peca, andando en el “consejo de los malos”, que más bien persistieran en velad debidamente. Esta era una advertencia pertinente y urgente. Ellos estaban en peligro de perder su integridad moral. El llamado era para levantarse de ese enfriamiento espiritual y pensar con claridad acerca de la resurrección. La tendencia a desviarse de la fe está a un paso, de allí la necesidad de velar.

“Porque algunos no conocen a Dios…”. Esta era la mayor preocupación de Pablo. De por si los incrédulos son renuentes al llamado del Señor, y si entre los creyentes hay dudas acerca si hay vida después de la muerte, la incredulidad se hará más fuerte entre aquellos que “no conocen a Dios”. El evangelio recibe mucho daño cuando dentro de la misma iglesia se apostata de la fe. Frente a esta ignorancia, Pablo les deja una queja muy sentida: “para vergüenza vuestra lo digo”.

Nada pervierte más el carácter cristiano que asociarse y deleitarse con malas compañías. El lenguaje profano y grosero adoptado del mundo corrompe nuestro ser interno. La incredulidad tiene esta característica, de allí la advertencia de Pablo respecto al tema de negar la resurrección.

Pero Dios le da el cuerpo como él quiso

“Pero dirá alguno: ¿Cómo resucitarán los muertos? ¿Con qué cuerpo vendrán? Necio, lo que tú siembras no se vivifica, si no muere antes. Y lo que siembras no es el cuerpo que ha de salir, sino el grano desnudo, ya sea de trigo o de otro grano; pero Dios le da el cuerpo como él quiso, y a cada semilla su propio cuerpo” (1 Corintios 15:35-38).

Con este texto Pablo ha dejado la argumentación acerca de la resurrección de los muertos, despejando las dudas de los incrédulos, para pasar a hablar de la naturaleza misma de la resurrección. Su tema ahora es presentarnos la manera cómo se darán los hechos. Para esto va a usar la metáfora de la semilla y la planta. Esa ilustración pone en la mente del lector el hecho irrefutable del nacimiento de una nueva vida, proveniente de la semilla.

“¿Cómo resucitarán los muertos?”. Los incrédulos y burladores de la resurrección increparon a Pablo acerca de cómo podía darse esto. Le dijeron que era imposible que una persona viviera después de muerta. Al hacer esto, ellos negaron lo que ya el Antiguo Testamento profetizaba de la resurrección de Jesús, y la promesa para el resto de los creyentes en esta doctrina. Ellos rechazaban la idea de la continuidad, pensando que el cuerpo se disolvía al morir.

“Necio, lo que tú siembras no se vivifica, si no muere antes”. La palabra “necio” puede verse como muy fuerte, pero no sorprende porque Pablo está expresando su disgusto contra cualquiera que niegue la resurrección. Para Pablo, los necios no pueden razonar bien, aunque todas las evidencias están expuestas. La falta de conocimiento no les hace ver el hecho natural, que una semilla para poder dar vida debe morir primero. La vida surge de la muerte.

“Y lo que siembras no es el cuerpo que ha de salir…”. Los que negaban la resurrección no fueron capaces de pensar que quien siembra una semilla no podía esperar cosechar de inmediato una nueva semilla. La acción de sembrar dará con el tiempo una nueva planta, la cual será distinta, pero reteniendo su identidad. Lo nuevo será la planta, no la semilla. Al enterrar el cuerpo, lo que vendrá después será un cuerpo nuevo. El viejo cuerpo (la semilla) se desase para dar lugar a uno nuevo, pero tendrá la identidad de la persona que ha sido enterrada(sembrada).

“Pero Dios le da el cuerpo como él quiso…”. Es potestad de Dios decidir finalmente lo que pasará con nuestros cuerpos. Es obvio que Dios no reformará este cuerpo cuando vaya a la tumba, simplemente él hará uno otro. Esta es la misma visión que nos muestra Apocalipsis 21:5. Como Dios está en control de todo, la conclusión será que El nos dará esos cuerpos nuevos, en la misma proporción como hizo su creación al principio.

“… y a cada semilla su propio cuerpo”. La palabra dominante de la creación fue: “Produzca la tierra hierba verde, hierba que dé semilla; árbol de fruto que dé fruto según su género, que su semilla esté en él, sobre la tierra” (Génesis 1:11). Pues algo parecido va a suceder en el futuro cuando los cuerpos sean sembrados en la tierra. Cada semilla (el cuerpo) dará su fruto según la visión divina. ¡Bendito sea nuestro Dios quien nos prepara ese nuevo y glorioso cuerpo!

Lo importante no es el tipo de semilla que se siembra, sino la planta que vendrá de ella.

La gloria de cada ser creado

“No toda carne es la misma carne, sino que una carne es la de los hombres, otra carne la de las bestias, otra la de los peces, y otra la de las aves. Y hay cuerpos celestiales, y cuerpos terrenales; pero una es la gloria de los celestiales, y otra la de los terrenales. Una es la gloria del sol, otra la gloria de la luna, y otra la gloria de las estrellas, pues una estrella es diferente de otra en gloria.” (1 Corintios 15:39-41).

Pablo sigue con su abundante explicación del tema de la resurrección de los muertos. Ahora continuando con sus analogías, utiliza la de los cuerpos vivos y celestiales para ayudarnos a entender lo expuesto anteriormente en el v. 38, cuando dijo que “Dios le da un cuerpo, tal como él quiere y a cada semilla su propio cuerpo”. Dios sigue siendo soberano sobre toda su creación, dándole una gloria especial, según su propia especie como lo hizo al principio de la creación.

“No toda carne es la misma carne, sino que una carne es la de los hombres…”. ¿Qué quiso decir Pablo con esta segunda analogía? Según el versículo anterior a este Pablo hizo referencia a la soberanía de Dios otorgando a cada ser un cuerpo. Esa infinita variedad se ve en el mundo vegetal, en el mundo animal y entre los seres humano. Sin embargo, son los seres humanos los que están sobre todas las otras categorías citadas por Pablo en un orden descendente.

El punto de Pablo es que si Dios ha hecho su creación con tanta gloria ¿no podrá darle al ser humano un cuerpo transformado y glorificado? Si puso a Adán como cabeza de la creación, coronándolo de gloria y honor ¿no podrá hacer lo mismo dándolo al cuerpo una nueva gloria a través de la resurrección? El mismo poder de la creación será puesto para la resurrección.

“Pero una es la gloria de los celestiales, y otra la de los terrenales…”. Así es, el brillo de uno llega a ser más intenso que otro, observemos la intensidad del sol con la luz suave de la luna. Esto opera para cada planeta y estrella, todas son distintos a los demás en brillantez y tamaño, sin embargo, ninguno está desprovisto de algún propósito al ser creado. En toda la creación hay grados de grandeza y con eso, grados de gloria.

¿Cuál es la conclusión de todo esto? ¿Qué quiso demostrarnos Pablo con toda esta analogía y extensa comparación entre los seres siderales y los terrenales? Que si Dios ha dotado a toda su vasta y hermosa creación con una gloria eximia y única, lo hará también con la nueva creación, vistiendo a los humanos con un nuevo cuerpo transformado y glorificado.

El Dios que hizo la primera creación poniéndole la gloria de su brillo natural, ¿es mucho pedirle que haga una nueva creación dándonos cuerpos nuevos y glorificados? El mismo poder que dijo, “hágase la luz” al principio, se oirá después decir: “hágase al hombre con un cuerpo nuevo”.

Se siembra en deshonra, resucitará en gloria

“Así también es la resurrección de los muertos. Se siembra en corrupción, resucitará en incorrupción. Se siembra en deshonra, resucitará en gloria; se siembra en debilidad, resucitará en poder. Se siembra cuerpo animal, resucitará cuerpo espiritual. Hay cuerpo animal, y hay cuerpo espiritual” (1 Corintios 15:42-44).

La metáfora de la “siembra” usada por Pablo para hablarnos de la resurrección, además de ser reiterativa, es la mejor ilustración para revelarnos la naturaleza de esa nueva vida. La semilla debe morir para dar una nueva planta. Esto fue lo que Cristo dijo con su muerte profetizada: “si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, queda solo; pero si muere, lleva mucho fruto” (Juan 12:24). La resurrección es el fruto de la siembra que se hace con la muerte.

“Así también es la resurrección de los muertos”. Esta oración es una conexión entre los versículos precedentes y los versículos que ahora siguen. Pablo estuvo hablando previamente de los cuerpos celestiales y de los terrenales, con sus glorias particulares. Su comparación fue ilustrar como se daría finalmente la resurrección de los muertos, siguiendo ahora con la figura de una siembra con su respectiva cosecha.

“Se siembra en corrupción, resucitará en incorrupción”. Pablo describe aquí la condición de corrupción y esclavitud en la que quedó la creación después del pecado (cf. Romanos 8:19–21). Pero este mundo corrompido será restaurado a uno de incorrupción. Si bien ahora nuestros cuerpos quedaron sujetos al saqueo de la corrupción, la esperanza es que al venir la resurrección nuestros cuerpos se levantarán incorruptibles. El trabajo de la siembra traerá una vida nueva.

“Se siembra en deshonra, resucitará en gloria…”. La muerte pareciera tener la misión de despojar al ser humano de su dignidad. Cuando enterramos un cuerpo se nos está recordando la maldición pronunciada por Dios en el mismo Edén contra Adán y Eva, y sus descendientes: “… hasta que vuelvas a la tierra, porque de ella fuiste tomado; pues polvo eres, y al polvo volverás» (Génesis 3:19). Pero la resurrección recuperará aquella gloria que tuvo el cuerpo al principio.

“Se siembra en debilidad, resucitará en poder”. La muerte pone a los hombres en la misma posición. No importan cuán poderosos hayan sido algunos en esta vida, y cuán pobres hayan sido otros, al final la muerte arranca al alma de cada cuerpo, y esos restos quedan carentes de todo poder. El cadáver no es sino un puñado de huesos del alma que se fue. Si embargo, cuando el cuerpo se vista de gloria y se reúne otra vez con el alma, revelará el más inimaginable poder.

“Se siembra cuerpo animal, resucitará cuerpo espiritual”. Pablo hace un ligero cambio para presentarnos un contraste entre los aspectos físicos y espirituales del cuerpo. El mejor ejemplo para mostrarnos los cambios que se darán en la resurrección es el cuerpo de Cristo mismo. Mientras estaba en la tierra, Jesús estuvo sujeto a las leyes de la naturaleza, al tiempo y al espacio. Jesús comió, bebió y sufrió. Pero una vez resucitado, su cuerpo se liberó de todo lo físico.

El único cuerpo que no se corrompió al morir fue el de Cristo, y por eso resucitó al tercer día. Sin embargo, la siembra de un cuerpo en descomposición es hecha en esperanza, hasta el día de la resurrección. La esperanza de tener un cuerpo nuevo será la tarea de la resurrección.

La resurrección tiene el propósito de concedernos un cuerpo espiritual sin ninguna corrupción.

El postrer Adán, espíritu vivificante

“Así también está escrito: Fue hecho el primer hombre Adán alma viviente; el postrer Adán, espíritu vivificante. Mas lo espiritual no es primero, sino lo animal; luego lo espiritual. El primer hombre es de la tierra, terrenal; el segundo hombre, que es el Señor, es del cielo” (1 Corintios 15:45-47).

Pablo sigue su argumentación acerca de la resurrección de los muertos trayendo ahora un contraste entre los Adanes con sus respectivos cuerpos. En ambos ejemplos se da a conocer una misma naturaleza del cuerpo, pero al momento de la muerte y la resurrección se presenta la diferencia. Ese contraste se va a conocer como “alma viviente” y “espíritu vivificante”.

“Fue hecho el primer hombre Adán alma viviente…”. Esta cita corresponde a Génesis 2:7 donde nos dice que Adán fue creado del polvo de la tierra: “y fue el hombre un ser viviente”. Este paralelismo entre Adán y Cristo, Pablo expande el texto añadiendo el adjetivo primer y el nombre Adán. Pero él falló para cumplir el propósito de Dios y su cuerpo fue corrompido por el pecado. Yse cuerpo para volver a ser lo que Dios quiso al principio, tenía que resucitar.

“El postrer Adán, espíritu vivificante”. La oración “el último Adán llegó a ser un espíritu que da vida” es una referencia a la resurrección de Cristo. Cuando Cristo venció a la muerte, obtuvo un cuerpo humano transformado llegando a ser espiritual. Visto de otra manera, cuando Cristo resucitó, el Espíritu Santo llegó a ser el Espíritu de Cristo (véase 2 Corintios 3:17).

El verbo usado por Pablo de “llegar a ser”, aplicado tanto a Adán como a Cristo, quiere decir que cuando Dios creó a Adán, éste llegó a ser un ser viviente; y cuando Cristo vino a este mundo, llegó a ser aquel por medio de quien Dios concede vida eterna a cada creyente; eso fue lo que el apóstol Juan nos dijo en su libro (Juan 3:16; 17:3; 1 Juan 4:11, 12).

“Mas lo espiritual no es primero, sino lo animal; luego lo espiritual”. Eso se aplica al hecho mismo de la muerte física. La expresión “lo animal” es una clara referencia a lo perecedero, a lo que hace finalmente la muerte con el cuerpo que una vez tuvo vida. “Lo espiritual” es una referencia a ese cuerpo glorificado que ya no tiene que ver con la materia, así como el cuerpo de Cristo que tuvo la capacidad de entrar a algún lugar sin limitaciones físicas.

“El primer hombre es de la tierra, terrenal…”. Ese hombre estuvo representado por Adán, que según el relato de la creación fue hecho del polvo, más no así con Cristo que no fue hecho, sino procedió del cielo, enviado por el Padre. Algunos textos dicen: “el segundo hombre es espiritual del cielo”. Si bien Pablo subraya el contraste entre el origen de Adán y el de Cristo, como terrenal y espiritual, ya Cristo tenía su vida preexistente (Colosenses 1:15–18; Hebreos 1:2).

El primer Adán como “alma viviente” falló en su propósito divino cuando pecó y corrompió su cuerpo, pero el segundo Adán de “espíritu vivificante” vino para sustituir al Adán antes de haber pecado. Cristo como el segundo Adán vino a restaurar la imagen perdida del primer Adán.

La carne no puede heredar el reino de Dios

“Y así como hemos traído la imagen del terrenal, traeremos también la imagen del celestial. Pero esto digo, hermanos: que la carne y la sangre no pueden heredar el reino de Dios, ni la corrupción hereda la incorrupción” (1 Corintios 15:49-50).

Pablo está llegando a la parte final de este largo capítulo, cuyo tema principal ha sido el asunto de la resurrección de los muertos. La manera cómo algunos de la iglesia de los corintios fueron afectados por las filosofías de su tiempo, que negaba la vida después de la muerte, ameritó una corrección frontal y sin cortapisas de parte del apóstol. Era necesario corregir esta desviación.

“Y así como hemos traído la imagen del terrenal…”. Pablo no entra en las discusiones estériles acerca de nuestro origen como raza humana, simplemente nos dice que nuestra procedencia es de Adán, y que todos sus descendientes tienen su origen del polvo de la tierra. Todos somos de esta tierra y pertenecemos a ella. En este sentido, Adán ha llegado a ser el modelo, y todos sus descendientes son una copia de él. A través de Adán hemos llegado a ser terrenales.

“… traeremos también la imagen del celestial”. Esto es el contraste de lo anterior, porque la imagen del hombre celestial (el segundo Adán), tuvo su origen en el cielo (cf. Juan 3:13, 31). Cristo vino del cielo, revelando a su pueblo la gloria celestial, la que se hace posible en nosotros, cuando nacemos de nuevo. Pero el énfasis de este texto va más allá, pues es en la resurrección de todos los redimidos, cuando participarán de la gloria celestial que le pertenece a Cristo.

La frase “llevaremos la imagen del que es celestial” no es una referencia a la imagen del Cristo preexistente, sino al Cristo con su cuerpo glorificado, quien subió al cielo. Es glorioso pensar que, a través de su resurrección, Cristo nos asegura también su semejanza de acuerdo con Filipenses 3:21. Nuestro cuerpo glorificado será como el suyo en la resurrección de los muertos. Aquella será la consumación final de nuestra salvación. ¡Bendito sea por siempre Jesucristo!

“La carne y la sangre no pueden heredar el reino de Dios…”. Cristo ha sido el único ser humano cuyo cuerpo no se corrompió, sino que se transformó al resucitar. Y cuando Pablo usa la expresión “carne y sangre” se refiere al cuerpo corruptible de toda la raza humana. Enseña que la parte física debe perecer para poder ser renovada y transformada en un cuerpo nuevo y glorificado. La expresión es una figura literaria referida al cuerpo físico.

Es, en efecto “una frase semita que aparece repetidamente en fuentes rabínicas para denotar la total fragilidad y mortalidad del ser humano. La frase como un todo se considera como un sustantivo singular, por lo cual viene seguida en el griego de un verbo en singular. Además, el texto griego del Antiguo Testamento (la Septuaginta) y el Nuevo Testamento con frecuencia registran «carne y sangre» o en orden inverso” (Simon J. Kistemaker, Comentario al Nuevo Testamento: 1 Corintios 1998), 633–634).

“… ni la corrupción hereda la incorrupción”. Ya Pablo había dicho esto mismo en el v. 42: “se siembra en corrupción, resucitará en incorrupción”. Es una manera de enfatizar que lo pecaminoso y corrupto no pueden entrar en la presencia de Dios. No puede la corrupción heredar los bienes celestiales. Solo cuando lo corrupto sea cambiado a un estado de incorrupción, entonces podemos afirmar que estamos tomando posesión de esa herencia dejada para nosotros.

Según lo expuesto por Pablo, este cuerpo no puede entrar en la presencia de Dios. Se requiere de uno nuevo, sea por la vía de la resurrección o por la vía de la transformación, cuando Cristo venga, con el cual heredaremos el reino de los cielos. Esa herencia es la misma resurrección. Esto será como el regreso al paraíso antes que el primer Adán pecara, y eso fue logrado por el segundo Adán.

Los muertos en Cristo resucitarán incorruptibles

“He aquí, os digo un misterio: No todos dormiremos; pero todos seremos transformados, en un momento, en un abrir y cerrar de ojos, a la final trompeta; porque se tocará la trompeta, y los muertos serán resucitados incorruptibles, y nosotros seremos transformados” (1 Corintios 15:51-52).

Pablo ha dejado atrás los argumentos con los que probó fehacientemente la resurrección. Si algunos en la iglesia persistían en su ignorancia, respecto a este tema, eso formaba parte de su necedad. Ahora su enfoque es hablar de la certeza de lo que pasará con el cuerpo del creyente cuando Cristo venga. La convicción de Pablo era tal, respecto a esto, que pensó estar vivo para cuando Cristo viniera. Esta debe ser la esperanza de todo genuino cristiano.

“He aquí, os digo un misterio…”. El misterio del cual Pablo habla no es de algo que está oculto, sino aquello que debe ser entendido por una percepción espiritual, en lugar de una percepción exclusivamente humana. Pablo va a decir a lo corintios algo que no podrían saber por razonamiento humano, sino por una revelación divina. El misterio de Pablo es acerca de la transformación futura de los creyentes; así lo explica también en 1 Tesalonicenses 4:15.

“No todos dormiremos; pero todos seremos transformados…”. Para los judíos el concepto de la muerte era el de dormir. Era un eufemismo del cual ya había hablado antes (verss. 6, 18, 20). Con esto Pablo afirma que no todos los cristianos morirán, sino que habrá una “generación final” quienes serán transformados con cuerpos resucitados cuando Cristo vuelva otra vez. La visión de Pablo de la segunda venida es la correcta. Debemos vivir como si Cristo viniera hoy a buscarnos.

El comentarista Morris ha dicho al respecto: “El hecho claro es que Pablo no sabía cuándo tendrían lugar estos eventos, y en ninguna parte el afirma saberlo. Así que cuando él dice nosotros él quiere decir ‘nosotros creyentes”.

“… en un momento, en un abrir y cerrar de ojos”. Interesante que el término griego usado por Pablo para la palabra «momento» es “atomos”, de donde nos viene la palabra átomo. ¿Cuál es el sentido de la frase? Un átomo es algo tan pequeño que ya no es posible fragmentarlo más. Pero Pablo usa esta palabra para el tiempo. El sentido de la frase es para referirse a algo que va a suceder en fracciones de tiempo, lo más corto del tiempo, como un segundo, por ejemplo.

La declaración de Pablo “en un abrir y cerrar de ojos” se refiere al pestañar momentáneo. Todo lo que tiene que ver con el milagro de la transformación sucederá en segundos, tanto para los que hayan muerto como para los que estén con vida. Será algo así como cuando Dios creo al mundo, al decir “hágase”. No hay tal cosa como mucho tiempo para Dios en hacer nuevas todas las cosas. Para él lo relacionado a la experiencia de la resurrección será momentáneo.

“… porque se tocará la trompeta, y los muertos serán resucitados incorruptibles”. El toque de la final trompeta era una figura proveniente del ejército romano al momento de levantar el campamento. El toque de la primera trompeta significaba, “golpear las tiendas y prepararse para salir.” El toque de la segunda trompeta era para “hacer fila.” Pero la tercera y última trompeta, significaba “Marchar.” Esta experiencia sucederá el momento del rapto de la iglesia.

En 1 Tesalonicenses 4:6 se habla de la trompeta de Dios como una referencia al acto propio de la segunda venida, cuyo propósito será para despertar a los muertos para reunirse con el Señor en las nubes y el transformar a los vivos con cuerpos nuevos. Algunos piensan que esa trompeta será tocada por el arcángel Miguel, para imaginarse cómo serán los hechos para cuando Cristo vuelva otra vez. El tema central aquí es el llamar a los muertos a la vida.

La siembra corruptible hecha con la muerte dará lugar a un cuerpo incorruptible cuando Cristo venga, y el toque de trompeta será el llamado para que esos cuerpos resucitan y luego comiencen a marchar a la patria celestial.

Sabiendo que vuestro trabajo en el Señor no es en vano

“Y cuando esto corruptible se haya vestido de incorrupción, y esto mortal se haya vestido de inmortalidad, entonces se cumplirá la palabra que está escrita: Sorbida es la muerte en victoria. ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria? ya que el aguijón de la muerte es el pecado, y el poder del pecado, la ley. Mas gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo. Así que, hermanos míos amados, estad firmes y constantes, creciendo en la obra del Señor siempre, sabiendo que vuestro trabajo en el Señor no es en vano” (1 Corintios 15:54-58).

He aquí el último tema tratado por Pablo en esta extraordinaria carta a los corintios. Los hermanos de la iglesia fueron informados de la ofrenda que Pablo estaba levantado para llevarla a los pobres de Jerusalén, según el mismo lo había mencionado en otros textos ((Hechos 11:27-30, 24:17, Romanos 15: 26, 2 Corintios 8:13, 9:9-12). En este sentido, Pablo no solo los anima a participar en esta encomiable obra, sino en la manera cómo deben hacerlo, ordenadamente.

“En cuanto a la ofrenda para los santos…”. Con esta introducción Pablo responde a alguna pregunta hecha por la ofrenda que se estaba recogiendo a favor de los santos de Jerusalén. Las instrucciones para ellos eran hacer como ya lo habían hecho las iglesias de Galacia, las que Pablo y Bernabé fundaron durante su primer viaje misionero (Hechos. 13–14). Líderes tales como Gayo de Derbe y Timoteo de Listra, acompañaron a Jerusalén con ese donativo y ser las salvaguardas de ese dinero (Hechos 16:1; 20:4; 24:17).

Cuando uno lee la recomendación de Pablo, pronto surge la pregunta, ¿por qué la iglesia en Jerusalén estaba tan necesitada? Pudo haber varias razones. Fue allí donde comenzó el llamado “comunismo bíblico”, donde muchos hermanos entregaron sus bienes, y aunque eso fue bueno para ayudar a los pobres y a las viudas, de acuerdo con (Hechos 11:27-30), eso pudo acentuar una crisis económica. Otros sostienen que pudo ser por una gran hambruna profetizada por Agabo (Hechos 11:28), durante los tiempos de Claudio César.

“Cada primer día de la semana cada uno de vosotros ponga aparte algo…”. Esta fue la propuesta de Pablo en cuanto a este asunto de la ofrenda. Por cierto, este dato ya nos indicaba de la celebración de los cultos el domingo, el primer día de la semana. Esta sugerencia plantea algo sistemático, no al azar. Ellos deberían hacer esto cuando se reunían para celebrar al Cristo resucitado, la razón por la que se congregaban en ese día, apartado para este propósito.

“… según haya prosperado, guardándolo…”. La recomendación de Pablo no era para que cada uno no se perdiera de la bendición de dar, pero que lo hicieran según fueron prosperados. Ese principio es el que impera en el Nuevo Testamento en relación con el asunto de dar. Más que un legalismo en el dar, esto es una expresión de la gracia. A los hermanos se les anima de esa manera, y a guardar todo lo recogido para que cuando Pablo vaya, no se recojan ofrendas.

“Según haya prosperado”. Este principio es simple. Los creyentes que tiene más deberían dar más. Deberíamos dar proporcionalmente; esto es, si tú das, por ejemplo $100 a la semana cuando ganas $1000, entonces deberías dar más cuando ganes más dinero. Esto significa dar generosamente. Cuando descubrimos este principio de dar entendemos el significado de Proverbios 11:24, que “quienes reparten, y les es añadido más…”.

“Y cuando haya llegado… enviaré para que lleven vuestro donativo”. Pablo quería un representante de los cristianos de Corinto para ayudar a llevar el regalo a Jerusalén. La idea era que ellos escogieran a alguien y de esa manera ellos también formaran parte de esta ofrenda generosa. Pablo hizo esto para ser irreprochable en asuntos financieros, por eso se hizo acompañar de varios hermanos al llevar esta ofrenda para los santos de Jerusalén.

El sentido de apoyar a los más necesitamos fue una buena costumbre de las iglesias en sus comienzos, y lo sigue siendo hoy. La Biblia nos recuerda esta máxima cristiana: “Y de hacer bien y de la ayuda mutua no os olvidéis; porque de tales sacrificios se agrada Dios.” (Hebreos 13:16). Y Pablo después dijo: “No nos cansemos, pues, de hacer bien; porque a su tiempo segaremos, si no desmayamos” (Gálatas 6:9).

Poniendo algo aparte algo, según haya prosperado

“En cuanto a la ofrenda para los santos, haced vosotros también de la manera que ordené en las iglesias de Galacia. Cada primer día de la semana cada uno de vosotros ponga aparte algo, según haya prosperado, guardándolo, para que cuando yo llegue no se recojan entonces ofrendas. Y cuando haya llegado, a quienes hubiereis designado por carta, a estos enviaré para que lleven vuestro donativo a Jerusalén. Y si fuere propio que yo también vaya, irán conmigo” (1 Corintios 16:1-4).

He aquí el último tema tratado por Pablo en esta extraordinaria carta a los corintios. Los hermanos de la iglesia fueron informados de la ofrenda que Pablo estaba levantado para llevarla a los pobres de Jerusalén, según el mismo lo había mencionado en otros textos ((Hechos 11:27-30, 24:17, Romanos 15: 26, 2 Corintios 8:13, 9:9-12). En este sentido, Pablo no solo los anima a participar en esta encomiable obra, sino en la manera cómo deben hacerlo, ordenadamente.

“En cuanto a la ofrenda para los santos…”. Con esta introducción Pablo responde a alguna pregunta hecha por la ofrenda que se estaba recogiendo a favor de los santos de Jerusalén. Las instrucciones para ellos eran hacer como ya lo habían hecho las iglesias de Galacia, las que Pablo y Bernabé fundaron durante su primer viaje misionero (Hechos. 13–14). Líderes tales como Gayo de Derbe y Timoteo de Listra, acompañaron a Jerusalén con ese donativo y ser los salvaguardas de ese dinero (Hechos 16:1; 20:4; 24:17).

Cuando uno lee la recomendación de Pablo, pronto surge la pregunta, ¿por qué la iglesia en Jerusalén estaba tan necesitada? Pudo haber varias razones. Fue allí donde comenzó el llamado “comunismo bíblico”, donde muchos hermanos entregaron sus bienes, y aunque eso fue bueno para ayudar a los pobres y a las viudas, de acuerdo a (Hechos 11:27-30), eso pudo acentuar una crisis económica. Otros sostienen que pudo ser por una gran hambruna profetizada por Agabo (Hechos 11:28), durante los tiempos de Claudio César.

“Cada primer día de la semana cada uno de vosotros ponga aparte algo…”. Esta fue la propuesta de Pablo en cuanto a este asunto de la ofrenda. Por cierto, este dato ya nos indicaba de la celebración de los cultos el domingo, el primer día de la semana. Esta sugerencia plantea algo sistemático, no al azar. Ellos deberían hacer esto cuando se reunían para celebrar al Cristo resucitado, la razón por la que se congregaban en ese día, apartado para este propósito.

“… según haya prosperado, guardándolo…”. La recomendación, no imposición de Pablo, era para que cada uno no se perdiera de la bendición de dar, pero que lo hicieran según fueron prosperados. Ese principio es el que impera en el Nuevo Testamento en relación con el asunto de dar. Más que un legalismo en el dar, esto es una expresión de la gracia. A los hermanos se les anima de esa manera, y a guardar todo lo recogido para que cuando Pablo vaya, no se recojan ofrendas.

“Y cuando haya llegado… enviaré para que lleven vuestro donativo”. Pablo quería un representante de los cristianos de Corinto para ayudar a llevar el regalo a Jerusalén. La idea era que ellos escogieran a alguien y de esa manera ellos también formaran parte de esta ofrenda generosa. Pablo hizo esto para ser irreprochable en asuntos financieros, por eso se hizo acompañar de varios hermanos al llevar esta ofrenda para los santos de Jerusalén.

El sentido de apoyar a los más necesitamos fue una buena costumbre de las iglesias en sus comienzos, y lo sigue siendo hoy.

La Biblia nos recuerda esta máxima cristiana: “Y de hacer bien y de la ayuda mutua no os olvidéis; porque de tales sacrificios se agrada Dios.” (Hebreos 13:16). Y Pablo después dijo: “No nos cansemos, pues, de hacer bien; porque a su tiempo segaremos, si no desmayamos” (Gálatas 6:9).

Porque se me ha abierto puerta grande y eficaz

“Iré a vosotros, cuando haya pasado por Macedonia, pues por Macedonia tengo que pasar. Y podrá ser que me quede con vosotros, o aun pase el invierno, para que vosotros me encaminéis a donde haya de ir. Porque no quiero veros ahora de paso, pues espero estar con vosotros algún tiempo, si el Señor lo permite. Pero estaré en Éfeso hasta Pentecostés; porque se me ha abierto puerta grande y eficaz, y muchos son los adversarios” (1 Corintios 16:5-9).

Pablo ha dejado atrás los grandes temas tratado en la carta como resultado de las preguntas hechas, y en su despedida sigue abordando aspectos muy personales. Los recordatorios de las cosas que desea hacer nos revelan ese lado tan humano y la vez tan pastoral. La posibilidad de un eventual viaje a ellos está lleno de detalles, incluyendo la necesidad de ser hospedado, y de allí seguir adelante hacia otros lugares. Ahora ellos saben de esos planes.

“Iré a vosotros, cuando haya pasado por Macedonia…”. El plan de Pablo narrado por Lucas fue viajar a Corinto pasando por Macedonia y después de allí ir a Jerusalén según Hechos 19:21. Y esto fue así, pues Pablo visitó las iglesias de Macedonia llegando finalmente a Corinto, quedándose tres meses allí según Hechos 20:1–3ª. En efecto, ese tiempo que Pablo pasó en Corinto fue sin duda durante los meses de invierno, la época cuando no se puede viajar en barco por el invierno.

El comentarista Morgan ha dicho sobre planear algo y dejar al Señor intervenir, lo siguiente: “Conozco la fascinación de tener un programa, y tener todo en orden, y saber hacia dónde vamos; pero permitirnos dejar espacio, de todos modos, para la interferencia de Dios.”

“Para que vosotros me encaminéis a donde haya de ir…”. Toda esta frase acerca de los planes de viaje que Pablo tenía no eran del todo definidos, porque dejó abierta la posibilidad de predicar el evangelio en otras regiones. De acuerdo con Romanos 15:19, 24, 28 sus planes era ir hacia la región de Ilírico y finalmente pasar por España. Y en esos planes estaba una visita a Jerusalén, para saber de las iglesias gentiles (Hechos 21:18, 19), y de allí partir a nuevos campos misioneros. Para todos estos planes era “si el Señor lo permite”.

“Pero estaré en Éfeso hasta Pentecostés…”. La pregunta que el lector se hace es ¿por qué Pablo no fue a Corinto inmediatamente? Porque él ve la enorme oportunidad que Dios le estaba presentando para ir a Éfeso. Es aquí donde vemos la sabiduría de este hombre, dejando a un lado sus deseos personales, para aprovechar las puertas abiertas de Dios. He aquí un verdadero ejemplo de trabajar siempre poniendo a Dios en los planes, pues él nos dirige mejor en todo.

Pablo sabía que en Éfeso se había “abierto puerta grande y eficaz” como aquella oportunidad de predicar el evangelio en el corazón donde se adoraba a la gran diosa Diana, habiendo, en efecto muchas conversiones, pero también era cierto que allí hubo mucha oposición de parte de un hombre llamado Demetrio, de allí la expresión “y muchos son los adversarios” (Hechos19:9, 33, 34).

Cuando una puerta se abre al evangelio, debemos estar preparados porque otra puerta se abrirá para el ataque de los enemigos. Así fue con la predicación del pasado y lo sigue siendo hoy.

Timoteo hace la obra como yo

“Y si llega Timoteo, mirad que esté con vosotros con tranquilidad, porque él hace la obra del Señor así como yo. Por tanto, nadie le tenga en poco, sino encaminadle en paz, para que venga a mí, porque le espero con los hermanos” (1 Corintios 16:10-11).

Pablo era un auténtico pastor y conocía muy bien el comportamiento de las ovejas en la iglesia a la que ha dirigido esta carta. Ahora les está enviando a Timoteo, uno de sus más cercanos discípulos para que también les pastoreara. Su preocupación consistía en la manera cómo ellos iban a actuar cuando el llegara allá. Timoteo por ser joven podía ser menospreciado y esto afligiría su espíritu. He aquí una preocupación justificada de Pablo acerca de este joven pastor.

“Y si llega Timoteo, mirad que esté con vosotros con tranquilidad…”. La Nueva Versión Internacional traduce este texto así: “Cuando llegue Timoteo, no lo intimiden”. Pablo mismo había dicho esto en una de las cartas dirigidas a Timoteo: “Ninguno tenga en poco tu juventud” (1 Timoteo 4:12. Por cuanto Timoteo desarrollaría una labor espiritual, nadie debería rechazarlo o despreciarlo. Hacer un desaire a Timoteo seria como hacérselo al mismo Pablo.

“Porque él hace la obra del Señor así como yo”. La razón por la que Pablo les pide a la iglesia su máxima comprensión y colaboración para su joven discípulos es porque Timoteo hace la obra del Señor como también la hace Pablo. Timoteo por ser discípulo ha copiado fielmente el “ADN” de su maestro, y es tan capaz como Pablo para hacer un buen trabajo entre ellos. Esta recomendación debería ser para ellos una garantía para recibirle y cuidar de él.

“Por tanto, nadie le tenga en poco…”. Una y otra vez Pablo quiere asegurarse acerca de cómo la iglesia va a recibir y a tratar al joven ministro. Es probable que la personalidad de Timoteo no fuera tan fogosa y llamativa, es por eso que Pablo sabiendo que algunos creyentes corintios no se habían destacado por su diplomacia, ni por su buen trato a la gente, quiere asegurarse que nadie tenga en poco a Timoteo. Un pastor joven no siempre es bien visto al principio de su ministerio.

“Encaminadle en paz, para que venga a mí…”. No se dice nada de la llegada de Timoteo a Corinto, y de cómo fue recibido, sin embargo, esto no quiere decir que Timoteo cumpliera un papel menor en el ministerio de la Palabra. Contrario a esto más bien vemos como muchas iglesias estimaban a Timoteo como un colaborador fiel de Pablo. Es su nombre el que más aparece con Pablo en las salutaciones a las iglesias de Corinto, Filipos, Colosas y Tesalónica.

“Porque lo espero con los hermanos”. Estas palabras finales son como una advertencia. Ya Pablo les dijo cómo deberían recibirle, y ahora les dice cómo deben enviárselo. Pablo espera el mejor éxito de la misión de Timoteo en medio de ellos. De esta manera, los corintios deben entender que encontrarse con Timoteo era lo mismo que encontrarse con Pablo; y cualquier menosprecio a él, tendrían que darle cuentas a el más adelante.

Apolos, el elocuente

Acerca del hermano Apolos, mucho le rogué que fuese a vosotros con los hermanos, mas de ninguna manera tuvo voluntad de ir por ahora; pero irá cuando tenga oportunidad” (1 Corintios 16:10-12).

Apolos aparece por primera vez en la Biblia en el relato de Hechos 18:24-25, y es mencionado como predicador cristiano, proveniente de Éfeso (probablemente en el año 52-3). Se describe como un hombre “varón elocuente, poderoso en las Escrituras”, quien enseñaba con exactitud las cosas relacionadas con Jesús, aunque sólo tenía el bautismo de Juan. Fue a él a quien Priscila y Aquila le explicaron mejor el evangelio y si constituyó en poderoso predicador de la Palabra.

Apolos, al igual que Timoteo, fue invitado por Pablo para ir a los corintios; he aquí su deseo: “mucho le rogué que fuese a vosotros con los hermanos”. Pablo sabía del liderazgo de Apolos. De hecho, al principio en esta carta él fue mencionado al lado de Pedro, de Cristo y suyo, en la división de los cuatro bandos que había en la iglesia (1 Corintios 1:12, 3:22; 4:6). El ruego de Pablo era justificado, porque si alguien podía ayudar a estos hermanos, era Apolos.

Este rugeo de Pablo levanta la pregunta ¿la iglesia de los corintios no tenía pastor? Si aquella posición estaba vacante ¿estaría la iglesia pidiendo a Apolos para ser el pastor de ella? ¿Sería esta la insistencia de Pablo para que Apolos se apersonara en medio de ellos? Esto parece ser posible, porque Pablo está dando respuesta a las preguntas y las peticiones de ellos. Es probable que los corintios extendieran esa invitación y le pidieron a Pablo su mediación.

“… mas de ninguna manera tuvo voluntad de ir por ahora”. Se desconocen las razones por las que Apolos se negó a ir a Corinto. Apolos sabia de los muchos problemas y las divisiones que había en la iglesia. Deducimos que Apolos, además de ser muy elocuente, también era muy sabio y seguramente él considero que aquel no era el momento para ir a estar con la iglesia. El no tener “voluntad de ir por ahora” no era un desplante hecho a Pablo, sino más bien por su prudencia.

“… pero irá cuando tenga oportunidad”. Una de las cosas hermosas cuando uno lee este texto es el carácter de Pablo. La finura con la que habla nos muestra la ausencia de una imposición de su parte. Aunque pudo demandarle a Apolos debido a su autoridad apostólica, no lo hace. Deja más bien la decisión de ir en sus manos “cuando tenga oportunidad”. Al final iría a ellos cuando esté dispuesto en el futuro. Pablo sabe de la bendición que seria Apolos cuando vaya a ellos.

Mattew Henrry dice: “Por tanto, afligir su espíritu es contristar al Espíritu Santo; despreciarlo es despreciar a Aquel que lo envió. Los que trabajan en la obra del Señor deben ser tratados con ternura y respeto. Los ministros fieles no tendrán celo unos de otros. Corresponde a los ministros del evangelio demostrar interés por la reputación y la utilidad de unos y otros” Matthew Henry, Comentario de la Biblia Matthew Henry en un tomo (Miami: Editorial Unilit, 2003), 918.
Portaos varonilmente

“Velad, estad firmes en la fe; portaos varonilmente, y esforzaos. Todas vuestras cosas sean hechas con amor” (1 Corintios 16:13-14).

Pablo no pudo concluir mejor esta carta. El llamado de este solo texto refleja el anhelo final de su alma. Un estudio retrospectivo nos muestra que la iglesia de los corintios fue “movediza” en sus prácticas y su doctrina, por lo tanto, este llamado es a la firmeza, constancia y seguir siempre adelante. De hecho, todos estos imperativos tienen una connotación militar. Pablo anima a la iglesia a mantenerse batallando, sabiendo que al final habrá para ella un galardón prometido.

“Velad, estad firmes en la fe…”. Este primer imperativo es un recordatorio para estar alerta, porque la fe siempre será probada. Hay un peligro en abandonar la fe verdadera, por tanto, siempre debemos estar alertas. Con frecuencia oímos de “hermanos” dejando la fe; o de “hombres de Dios” abrazando nuevos vientos de doctrinas, y menospreciando la fe una vez dada a los santos. Pablo conocía de este peligro, por lo que les pide mantenerse firmes en la fe que ha han recibido.

“Portaos varonilmente…” ¿Qué nos muestran estos otros imperativos? La traducción de esta frase sería algo así como “actúen como hombres, varones”. Si Pablo viviera hoy, y viera la desviación y degradación de la figura varonil, estuviera escandalizado. El hombre fue creado para ser un varón, un verdadero “macho”, en el mejor sentido de la palabra, recordando que Dios “varón y hembra los creó “. Si seguimos la figura militar de estos imperativos, la idea es portarse como un soldado, sin desanimarse, porque no hay lugar para los cobardes o débiles en este ejército de la fe.

Es bueno dar una palabra más sobre este mandamiento de “portaos varonilmente”. Nunca habíamos visto a nuestro mundo en crisis como lo vemos ahora. Hay una falta de hombres reales, como lo demandaba el sabio de antaño: “Muchos hombres proclaman cada uno su propia bondad, Pero hombre de verdad, ¿quién lo hallará?” (Proverbios 20:6).

Esto significa que la sociedad está reclamando buenos modelos y ejemplos de verdaderos hombres de Dios que ejerzan el rol que Dios les ha otorgado. Nuestros hogares están en crisis por falta de “hombres de verdad” – que sean los esposos y padres que deben ser. De igual manera, las iglesias están en crisis por la falta de hombres de Dios que ejerzan su liderazgo, hombres piadosos, esforzados y valientes para servir en la obra del Señor. Hay un reclamo silencioso de las esposas y de los hijos para ver a esa figura varonil (esposo o padre), siendo guía, modelo, sacerdote y pastor de la familia. Este es el llamado de este texto.

“… y esforzaos”. Este otro imperativo refuerza el anterior. La idea es hacerse fuerte a través de la experiencia. Pablo le da esta orden a su discípulo Timoteo, diciendo: “tú, pues, hijo mío, esfuérzate en la gracia que es en Cristo Jesús” (2 Timoteo 2:1). La vida cristiana no es pasiva; es, y debe ser muy activa. Los que componemos el gran ejército del Señor debemos vivir siempre esforzados en el aprendizaje, en el ejercicio de los dones, y en el servicio al Señor.

“Todas vuestras cosas sean hechas con amor”. Todo lo anterior expuesto en relación con estos imperativos quedaría sin efecto si los cristianos corintios no hacían las cosas en amor. Pablo previamente les había recordado la necesidad de ponerle amor a todo lo que hicieran (12:31; 13; 14:1). Aunque todos estos imperativos son militares, Pablo no avala una fuerza agresiva carente de amor. Las cosas en la iglesia deben ser todas hechas en amor.

Comentario: “El amor es la fuerza unificadora que hace que todas las otras cualidades cristianas trabajen en armonía. El amor “dispara” el anhelo de estar espiritualmente alerta. El amor es el ancla de la fe y produce estabilidad. El amor genera un espíritu viril que no teme a enemigo alguno ni cede a ningún pecado. El amor alimenta la fortaleza en la lucha cristiana” (Donald S. Metz, «Primera Epístola de Pablo a los Corintios», en Comentario Bíblico Beacon: Romanos hasta 2 Corintios (Tomo 8) (Lenexa, KS: Casa Nazarena de Publicaciones, 2010), 514.

Velad, estad firmes, portaos varonilmente y esforzaos; estos son los imperativos para la vida cristiana. Si todos ellos los practicamos en amor, la victoria nos acompañará siempre.

Sujetándose a personas como ellos

“Hermanos, ya sabéis que la familia de Estéfanas es las primicias de Acaya, y que ellos se han dedicado al servicio de los santos. Os ruego que os sujetéis a personas como ellos, y a todos los que ayudan y trabajan. Me regocijo con la venida de Estéfanas, de Fortunato y de Acaico, pues ellos han suplido vuestra ausencia. Porque confortaron mi espíritu y el vuestro; reconoced, pues, a tales personas.” (1 Corintios 16:15-18).

Ya Pablo está terminando su carta, y como es su costumbre en todas ellas, nos da a conocer los nombres de las personas quienes han sido sus colaboradores en la obra del Señor. En este texto él destaca a una familia en particular, como auténticos servidores, con un extraordinario ejemplo para la iglesia, llegando a ser un modelo de familia digna de ser imitada. Si Pablo se refirió a la familia de un tal Estéfanas, es porque fueron de una gran influencia y bendición para la iglesia.

“Hermanos, ya sabéis que la familia de Estéfanas es las primicias de Acaya…”. En el comienzo de esta carta Pablo hizo referencia a las pocas personas que había bautizado en la iglesia, entre ellos a Crispo y a Gayo, pero también habló de la familia de Estéfanas (1 Corintios 1:15-16), de quien dice que fueron las primicias de Acaya, por ser los primeros salvos en esa región, y a quienes él personalmente bautizó. ¡Qué privilegio tuvieron esos hermanos!

“… y que ellos se han dedicado al servicio de los santos”. Esta era la característica más sobresaliente de esta familia. Ellos creyeron en el Señor y entendieron que su salvación fue también para servir a los santos. Nada le hace más bien a la iglesia que una familia unida sirviendo voluntariamente con sus dones y habilidades, teniendo el arduo trabajo de hacerla crecer con su total dedicación. La familia de Estéfanas servía a los santos de la iglesia de los corintios.

“Os ruego que os sujetéis a personas como ellos…”. La iglesia de los corintios era considerada “rebelde” a la hora de sujetarse a sus lideres; esa característica la vemos en toda la carta. De modo, pues, que cuando Pablo habla de este otro ruego es porque los conocía muy bien. Pero Pablo no solo pide esa sujeción para esta familia, sino para “todos los que ayudan y trabajan”. Una iglesia que se sujeta a sus líderes camina en obediencia, respetando la autoridad espiritual.

“Me regocijo con la venida de Estéfanas, de Fortunato y de Acaico…”. Lo más probable es que estos tres hombres fueron quienes trajeron las preguntas de la iglesia a Pablo. Y cuando Pablo ahora los envía de regreso con esta carta, les pide a los hermanos que ellos sean recibidos como siervos devotos del Señor. Fortunato y Acaico al parecer fueron esclavos libertos, debido a sus nombres. Ellos, con Estéfanes, habían suplido la ausencia de Pablo.

¿Por qué Pablo se regocijó con la llegada de estos tres hermanos? Porque ellos habían confortado su espíritu y también el de los hermanos de la iglesia. Por lo tanto, la recomendación de Pablo es para reconocer a estos hermanos debido a su calidad de vida espiritual, y por el liderazgo muy bien visto en medio de la iglesia. Ellos deben ser tenidos en grande estima.

El reconocimiento de Pablo a esta familia, y a estos hombres servidores de los santos nos muestra que, quienes desean el honor en las iglesias, y quitar los reproches de ellas, deben ser muy considerados y amados. La iglesia del Señor debe reconocer el valor de los que trabajan voluntariamente. Ellos lo hacen por amor al Señor, y su gratitud a él por haber sido salvos.

Saludaos los unos a los otros con ósculo santo

“Las iglesias de Asia os saludan. Aquila y Priscila, con la iglesia que está en su casa, os saludan mucho en el Señor. Os saludan todos los hermanos. Saludaos los unos a los otros con ósculo santo” (1 Corintios 16:19-20).

Pablo era un apóstol con un corazón de pastor. La manera cómo en la mayoría de sus cartas se acuerda de los nombres de los hermanos, y destaca alguna de sus cualidades, era una prueba que el ministerio ejercido entre ellos tuvo una importancia sin igual. El saludo, por ejemplo, fue una de sus distinguidas características. Pablo enseña a cada pastor lo bueno que es reconocer a los hermanos por sus nombres, y la alegría que produce en ellos un grato y cordial saludo.

“Las iglesias de Asia os saludan”. Este saludo colectivo de Pablo corresponde al trabajo que él hizo cuando regresó a Éfeso por segunda vez. En aquella ocasión, primero predicó en una sinagoga local por tres meses, y después enseñó por dos años en la casa de un tal Tirano. En aquel lugar, de acuerdo con Hechos 19:10 “todos los judíos y griegos que vivían en la provincia de Asia llegaron a escuchar la palabra del Señor”. Todas estas iglesias enviaron su saludo.

En Asia Pablo dejó muchos discípulos, entre ellos a Epafras, Tiquico, Filemón, Arquipo y Trofimo (Colosenses 4;12-13; Hechos 20:4; Efesios 6:21 y Filemón 1-2). Y la iglesia más prominente era la de Éfeso, llegando a ocupar el primer lugar entre las siete iglesias de la provincia de Asia (Ap. 1:11; 2:1–7). Desde allí se expandió el evangelio por toda la provincia, tanto así que cuando Pablo escribe esta carta a los corintios ya se habían establecido muchas iglesias.

“Aquila y Priscila, con la iglesia que está en su casa, os saludan…”. Aquila y Priscila, nacidos y criados en Ponto, una provincia al norte de Asia Menor, fueron discípulos y colaboradores de Pablo, sobre todo en hacer tiendas, el mismo oficio de Pablo. Siendo de trasfondo judío, se radicaron en Roma de donde fueron expulsados. De allí fueron a Corintio (Hechos 18:2-3) llegando a trabajar con Pablo. Ahora están otra vez en Éfeso desde donde mandan sus saludos.

“Con la iglesia que se reúne en su casa”. Este texto es muy importante, porque en la época apostólica era común la reunión de la iglesia en una casa. Esta pareja trabajó fundando iglesias-casa en Éfeso y Roma (Romanos 16:5). Otra congregación que se reunía en una casa era la de una tal Ninfa (Colosenses 4:15); también lo hizo Filemón, quien abrió su hogar para las reuniones de la iglesia (Filemón 2). La iglesia nació en casas de particulares desde el principio. Ese modelo es muy bíblico y efectivo.

“Saludaos los unos a los otros con ósculo santo”. La costumbre judía y la tradición de la iglesia primitiva indicaba que el ósculo santo era un saludo común en esa cultura. De hecho, también lo es en otras culturas orientales. Pablo hace uso del adjetivo descriptivo “santo”, para evitar cualquier malentendido. El comentarista John Trapp ha dicho sobre ese ósculo santo, lo siguiente: “No hueco, como Joab y Judas; no carnal, como esa prostituta, Proverbios 7:13.”

¿Puede imaginarse a los corintios saludándose unos a otros, cuando entre ellos había “celos, contiendas y disensiones” (1 Corintios 3:3)? ¿Y qué tal los hermanos de Gálatas saludándose con “ósculo santo” cuando entre ellos se mordían y se comían entre si (Gálatas 5:15)?

La gracia del Señor Jesucristo esté con vosotros

“Yo, Pablo, os escribo esta salutación de mi propia mano. El que no amare al Señor Jesucristo, sea anatema. El Señor viene. La gracia del Señor Jesucristo esté con vosotros. Mi amor en Cristo Jesús esté con todos vosotros. Amén.” (1 Corintios 16:22-24).

Llegamos a la conclusión de esta carta. En los primeros capítulos Pablo nos hizo un llamado para ser santos, porque Cristo es santo. En los siguientes capítulos nos dijo que Cristo es el único fundamento de la iglesia. También que nuestro cuerpo es parte del cuerpo de Cristo, para ser imitadores de Cristo a través del amor y el buen orden. Y terminó su carta hablando de la resurrección, su más grande y apasionado tema. Y cuando llega al final de ella, su llamado no pudo ser mejor. Veamos esta conclusión.

“Yo, Pablo, os escribo esta salutación de mi propia mano”. A simple vista pareciera que Pablo dictaba sus cartas y un secretario las escribía. En algunos casos se usaban los servicios de un escriba en su redacción. Como quiera que haya sido Pablo nos deja ver su autoría en la carta. La frase “salutación de mi propia mano” significa que ésta es una carta genuina él. Los corintios conocían el estilo propio de Pablo, y reconocían su pluma en cada uno de sus escritos.

“El que no amare al Señor Jesucristo, sea anatema”. No sabemos a quién tenía en mente Pablo cuando introdujo esta palabra, pero llamar a alguien anatema por no amar a Cristo, tuvo que ser algo muy grave. El contenido de la frase era de una maldición para aquellos que se oponían a Cristo, como algunos predicadores que estaban trayendo otro evangelio (Gálatas 1:9).

Considerar a alguien anatema estaba entre los tres niveles de disciplina de los antiguos judíos. El primer nivel era una separación simple de un hombre de la congregación por treinta días. Si durante esos días la persona no se arrepentía estaba bajo el segundo grado de disciplina, hasta un tiempo indefinido para arrepentirse, con sus graves consecuencias. En el tercer nivel se declaraba a la persona un anatema sin esperanza de arrepentimiento. El hombre jamás podría reconciliarse con la sinagoga, porque era cortado de ella, y ya no era más un judío.

“El Señor viene”. Esto es el llamado “!Maranata!”. Era una expresión aramea en forma de imperativo que podía traducirse “¡Ven Señor!”. Esto mismo aparece al final de Apocalipsis 22:20. De esta manera se terminaban los escritos de Nuevo Testamento. Era el recordatorio permanente para no olvidar que, en efecto, Cristo viene otra vez. La iglesia del primer siglo vivió siempre con la esperanza, y con ansias rogaba por el regreso físico del Señor en medio de ellos.

“La gracia del Señor Jesucristo esté con vosotros”. Esta manera de concluir era una de las bendiciones más comunes de muchas cartas. La petición de Pablo de pedir que el Señor Jesús extendiera a los destinatarios su gracia perdonadora y su presencia entre ellos revelaba el mejor deseo de bienestar espiritual para la iglesia del Señor. Y es que si algo necesita la iglesia es la gracia del Señor. Sin ella estamos perdidos. Sin ella no habrá ningún cielo prometido.

“Mi amor en Cristo Jesús esté con todos vosotros. Amén.”. Si bien es cierto que Pablo fue duro con los hermanos por su comportamiento en algunos temas tratados, aquí le vemos reflejando un amor personal por ellos. Simplemente Pablo desea que los corintios sepan de su amor verdadero. Es cierto que para aquellos que no quieren amar al Señor pide el juicio, y hasta una maldición, pero para sus hermanos pide un amor genuino de parte del Señor.

Pablo se despidió de sus hermanos (16:23), igual como comenzó: “Gracia y paz a vosotros, de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo” (1:3). Este es el deseo de todo pastor para su iglesia.

© Julio Ruiz. todos los derechos reservados.
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