La Corrupción Doctrinal | Estudios Bíblicos
Lectura Principal: 2 Timoteo 3:16-17
“Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra.”
Introducción
¿Cómo sabemos que lo que creemos es verdad? Esa es una pregunta que todos nosotros deberíamos hacernos constantemente, especialmente en tiempos como estos, donde la confusión espiritual y las falsas doctrinas se han multiplicado.
En muchas congregaciones se predican mensajes, se imponen prácticas y se promueven creencias que suenan espirituales, pero cuando las comparamos con la Palabra de Dios, descubrimos que no provienen de la revelación divina, sino de ideas humanas o influencias culturales.
Y aquí está el peligro mortal: no siempre es fácil notar cuando una doctrina ha sido contaminada. A veces basta un pequeño desvío, una ligera concesión a la cultura o una sola voz que dice: “Dios me reveló algo nuevo”, para que el camino recto de la verdad sea torcido.
Toda corrupción doctrinal nace de un mismo punto de partida: el rechazo, la negligencia o la distorsión de la autoridad absoluta de la Palabra de Dios. El enemigo no necesita prohibirnos la Biblia; le basta con convencernos de que no es suficiente.
Por eso es tan urgente volver a las Escrituras. Si nosotros, como pueblo de Dios, no defendemos la pureza doctrinal, nadie lo hará por nosotros. En Mateo 24:4-5, el Señor nos dejó una advertencia clara:
“Mirad que nadie os engañe. Porque vendrán muchos en mi nombre, diciendo: Yo soy el Cristo; y a muchos engañarán.”
Esa advertencia no es para el mundo secular, es para nosotros, el pueblo que dice conocer la verdad. Y si hoy miramos honestamente a muchas iglesias, nos damos cuenta de que la corrupción doctrinal ya no es algo externo, es un problema que habita dentro de nuestras propias filas.
Por eso, en este estudio vamos a analizar cuatro áreas específicas donde la corrupción doctrinal ha avanzado peligrosamente. No lo haremos desde el miedo ni desde el sensacionalismo, sino con la Biblia abierta y el corazón dispuesto.
Que el Espíritu Santo nos conceda discernimiento, porque este tema no es un simple debate teológico; es una batalla por la gloria de Dios, la salvación de las almas y la fidelidad al evangelio eterno.
I. La Raíz de Toda Corrupción Doctrinal
El Rechazo de la Autoridad Bíblica
Cuando hablamos de corrupción doctrinal, algunos piensan inmediatamente en herejías evidentes o doctrinas extremadamente escandalosas. Pero la realidad es que toda desviación doctrinal, sin importar cuán sutil sea, comienza en el mismo lugar: rechazando, debilitando o ignorando la autoridad absoluta de la Palabra de Dios.
Nadie se levanta una mañana y dice: “Hoy voy a inventar una falsa doctrina.” Lo que sucede es mucho más peligroso y mucho más común. Comienza cuando la Escritura deja de ser el filtro final y suficiente para determinar lo que creemos y enseñamos. Ese abandono silencioso de la sola Scriptura abre la puerta para que la cultura, las opiniones, las emociones o las supuestas nuevas revelaciones se conviertan en autoridades paralelas o incluso superiores a la Palabra de Dios.
a. La Suficiencia de la Escritura y Su Rechazo Gradual
Desde el principio, Dios ha dejado claro que Su Palabra es perfecta, suficiente y absolutamente confiable. En 2 Timoteo 3:16-17, el apóstol Pablo nos recuerda:
“Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra.”
Si la Escritura es suficiente para preparar al hombre de Dios para toda buena obra, entonces ¿qué más necesitamos? Esta es la pregunta clave que todo creyente y todo pastor debería hacerse.
Sin embargo, he leído que en muchas iglesias se ha comenzado a tratar la Biblia como un libro bueno, pero incompleto. Se predican mensajes basados en experiencias personales, en sueños, visiones, o emociones, y poco a poco la Biblia es desplazada del centro del púlpito y de la vida de la iglesia.
Es el mismo engaño antiguo que Satanás introdujo en Edén, cuando sembró la duda en el corazón de Eva diciendo: “¿Conque Dios os ha dicho?” (Génesis 3:1). Cuestionar la Palabra de Dios es el primer paso hacia la corrupción doctrinal.
El apóstol Pedro advirtió que ninguna profecía de la Escritura es de interpretación privada, porque fue el Espíritu Santo quien habló por medio de los santos hombres de Dios (2 Pedro 1:20-21). Esto significa que ningún sueño, revelación o visión puede contradecir o añadir a lo que ya está escrito.
Cuando una iglesia comienza a creer que la Biblia no es suficiente, automáticamente abre la puerta para doctrinas falsas disfrazadas de “nuevas verdades.” Y eso, tristemente, es lo que ha ocurrido en muchas congregaciones.
b. Ejemplos Contemporáneos de Rechazo de la Autoridad Bíblica
Este rechazo no es teórico, lo estamos viendo con nuestros propios ojos. Hoy en día, hay predicadores que abiertamente dicen:
“La Biblia es un libro antiguo, necesitamos revelación fresca.”
“Dios está haciendo algo nuevo, no te limites a lo que dice la Escritura.”
He visto transmisiones donde se manipula emocionalmente a la gente, donde se dan profecías contradictorias entre sí, y donde el mensaje ya no es el evangelio, sino una mezcla de psicología motivacional, cultura pop y misticismo carismático.
En muchos casos, las decisiones doctrinales ya no se toman abriendo la Biblia, sino haciendo encuestas para ver qué quiere escuchar la gente. ¿No es esto exactamente lo que Pablo advirtió en 2 Timoteo 4:3?
“Porque vendrá tiempo cuando no sufrirán la sana doctrina, sino que teniendo comezón de oír, se amontonarán maestros conforme a sus propias concupiscencias.”
Cuando las iglesias escogen lo que predican basadas en el gusto de la audiencia y no en la fidelidad a la Palabra de Dios, la corrupción doctrinal deja de ser una posibilidad y se convierte en una realidad.
c. Consecuencias Espirituales de Rechazar la Palabra de Dios
Toda decisión doctrinal tiene consecuencias eternas. Rechazar la autoridad de la Escritura no es un simple error administrativo, es un pecado grave que afecta la santidad, la unidad y el destino eterno de las almas.
Jesús dijo en Mateo 4:4:
“Escrito está: No solo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios.”
Cuando se deja de depender de toda palabra de Dios, la iglesia deja de alimentarse espiritualmente. Y cuando una congregación deja de alimentarse de la Palabra, tarde o temprano será alimentada con mentiras disfrazadas de verdad.
Una iglesia que rechaza la autoridad bíblica pierde la brújula doctrinal y termina en dos extremos peligrosos: legalismo religioso o libertinaje espiritual. En ambos casos, el evangelio puro es contaminado y las almas son puestas en riesgo eterno.
El predicador Charles Spurgeon, conocido como el “Príncipe de los Predicadores”, habló con claridad sobre este peligro al decir:
“THE prophets of old were no triflers. They did not run about as idle tellers of tales, but they carried a burden. Those who at this time speak in the name of the Lord, if they are indeed sent of God, dare not sport with their ministry or play with their message. They have a burden to bear— “ The burden of the word of the Lord”; and this burden puts it out of their power to indulge in levity of life.”
Traducción:
“Los profetas de la antigüedad no eran charlatanes. No corrían de un lado a otro contando historias vacías, sino que llevaban una carga. Aquellos que hoy hablan en el nombre del Señor, si realmente son enviados de Dios, no se atreven a jugar con su ministerio o tratar su mensaje como una broma. Llevan una carga: ‘La carga de la palabra del Señor’, y esa carga les impide entregarse a la ligereza de vida.”
Esa es la gravedad de predicar y enseñar. Cuando una iglesia abandona la carga de la Palabra, termina entreteniendo a la gente en lugar de alimentar el alma.
La corrupción doctrinal siempre comienza cuando la Palabra de Dios deja de ser la única autoridad. Y si hemos entendido esto, el siguiente paso es inevitable: debemos examinar cómo ese rechazo de la Palabra ha dado lugar a doctrinas falsas específicas, como el evangelio de la prosperidad.
II. Frutos Podridos de la Corrupción Doctrinal
El Evangelio de la Prosperidad y el Materialismo
Cuando una iglesia rechaza la autoridad de la Palabra de Dios, no queda vacía, sino que ese vacío espiritual es llenado por doctrinas humanas. Y uno de los frutos más venenosos que ha brotado de esa corrupción doctrinal es el evangelio de la prosperidad.
Este falso evangelio promete riquezas, salud perfecta y éxito terrenal a cambio de una fe que, al final, no está puesta en Cristo, sino en las bendiciones materiales que se esperan recibir. En vez de predicar al Cristo crucificado, se predica al Cristo financiero. En vez de hablar de la cruz, se habla de cuentas bancarias. En vez de llamar al arrepentimiento, se promete prosperidad financiera.
a. Materialismo Disfrazado de Fe
Jesús fue claro al decir en Mateo 6:19-21:
“No os hagáis tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín corrompen, y donde ladrones minan y hurtan; sino haceos tesoros en el cielo… porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón.”
Sin embargo, en muchas plataformas de predicación el mensaje central ya no es Cristo y Su obra, sino la promesa de que Dios quiere darte todo lo que deseas: casa nueva, carro de lujo, viajes, y una vida sin problemas.
El problema no es que Dios bendiga a Su pueblo. El problema es cuando esas bendiciones materiales se convierten en el mensaje principal, desplazando el llamado a negarnos a nosotros mismos y a tomar la cruz cada día (Lucas 9:23).
Este evangelio torcido alimenta el materialismo y lo disfraza de espiritualidad. Se predica que la fe es un medio para obtener lo que quieres, cuando en realidad la fe es el medio por el cual abrazamos la voluntad de Dios, sea cual sea.
Pablo lo explicó con una sencillez abrumadora en Filipenses 4:12-13:
“Sé vivir humildemente, y sé tener abundancia; en todo y por todo estoy enseñado, así para estar saciado como para tener hambre, así para tener abundancia como para padecer necesidad. Todo lo puedo en Cristo que me fortalece.”
El verdadero evangelio nos enseña a estar contentos en Cristo, no a manipular a Dios para que nos dé lo que queremos.
b. La Raíz de Todo Mal
Pablo confrontó directamente esta distorsión en su carta a Timoteo, advirtiendo que hay falsos maestros que piensan que la piedad es un medio de ganancia. En 1 Timoteo 6:5-10, él escribe:
“Hombres corruptos de entendimiento y privados de la verdad, que toman la piedad como fuente de ganancia… Porque raíz de todos los males es el amor al dinero, el cual codiciando algunos, se extraviaron de la fe, y fueron traspasados de muchos dolores.”
Observemos algo clave: corrupción doctrinal y corrupción moral casi siempre caminan juntas. Cuando el mensaje del púlpito se enfoca en dinero, no es raro ver escándalos financieros, manipulaciones emocionales y abusos dentro de esas congregaciones.
El amor al dinero no solo destruye almas, también corrompe la predicación. Se deja de predicar la gloria de la cruz, y se comienza a predicar la gloria de tener éxito en esta vida.
Pero, ¿qué sucede cuando un creyente sufre, pierde su empleo, o enfrenta una enfermedad incurable? Si su fe fue fundada en la promesa de prosperidad y no en la verdad del evangelio, su fe colapsa. Porque el evangelio de la prosperidad no tiene espacio para el sufrimiento redentor, ni para la disciplina amorosa de Dios.
c. Una Fe Probada es Más Preciosa que el Oro
En vez de prometer riquezas, el verdadero evangelio nos llama a valorar algo infinitamente mayor: nuestra fe probada. El apóstol Pedro lo dejó claro en 1 Pedro 1:6-7:
“En lo cual vosotros os alegráis, aunque ahora por un poco de tiempo, si es necesario, tengáis que ser afligidos en diversas pruebas, para que sometida a prueba vuestra fe, mucho más preciosa que el oro, el cual perece…”
El verdadero cristianismo no se mide por la cuenta bancaria, sino por la fidelidad en medio de la prueba. No se mide por cuántos bienes acumulamos, sino por cuánto confiamos en el Señor cuando todo falta.
¿Dónde queda entonces el mensaje del evangelio de la prosperidad ante las palabras de Jesús en Juan 16:33?
“En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo.”
Nuestro Señor no prometió una vida sin problemas, prometió estar con nosotros en medio de cada problema.
Por eso, cualquier predicador que dice: “Si tienes suficiente fe, nunca te enfermarás ni te faltará nada”, no está predicando el evangelio bíblico… está predicando corrupción doctrinal disfrazada de fe.
Y si hemos entendido esto, es necesario que demos un paso más y nos preguntemos: ¿cómo llegó esta corrupción doctrinal tan lejos? La respuesta es dolorosa, pero necesaria: porque muchas iglesias han hecho las paces con la cultura y han abrazado el relativismo moral. Ese será nuestro próximo punto.
III. Terreno Fértil para la Corrupción Doctrinal
El Relativismo Moral y la Complicidad con la Cultura
Si el rechazo de la autoridad bíblica es la raíz de la corrupción doctrinal, y el evangelio de la prosperidad es uno de sus frutos más venenosos, entonces el relativismo moral es el terreno fértil donde estas doctrinas falsas echan raíces y crecen rápidamente.
El relativismo moral dice que no hay verdades absolutas; que cada persona tiene derecho a definir su propia moralidad. Esta idea, nacida en la filosofía secular, ha contaminado a muchas iglesias, donde ya no se predica que la Palabra de Dios define lo bueno y lo malo, sino que cada generación puede reinterpretar lo que es pecado y lo que es aceptable.
El apóstol Pablo confrontó este peligro directamente en Romanos 12:2:
“No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta.”
Pero hoy, en muchas iglesias, esa transformación ha sido reemplazada por conformarse al mundo. El resultado es una fe diluida, sin convicción, sin santidad y sin poder transformador.
a. La Redefinición de la Moralidad Bíblica
En el nombre de la inclusión, del “amor” mal entendido y de la tolerancia moderna, se han suavizado o eliminado verdades bíblicas incómodas. Ya no se habla de arrepentimiento, porque suena ofensivo. Ya no se menciona el infierno, porque se considera anticuado. Ya no se predica sobre la santidad, porque podría hacer sentir mal a la gente.
En vez de proclamar con valentía lo que Dios ha dicho, se reescribe el mensaje para ajustarlo a la sensibilidad cultural. Así se introduce un evangelio a la carta, donde cada persona puede elegir qué parte de la Biblia acepta y cuál rechaza.
El apóstol Judas advirtió sobre esta actitud destructiva en Judas 1:3-4:
“Me ha sido necesario escribiros exhortándoos que contendáis ardientemente por la fe que ha sido una vez dada a los santos. Porque algunos hombres han entrado encubiertamente, los que desde antes habían sido destinados para esta condenación, hombres impíos, que convierten en libertinaje la gracia de nuestro Dios.”
Cuando la gracia se convierte en excusa para vivir en pecado, la corrupción doctrinal llega a su máxima expresión, porque ya no se predica al Dios Santo, sino a un dios inventado, cómodo, manipulable y completamente ajeno al Dios vivo de la Escritura.
b. La Complicidad de las Iglesias con la Cultura Moderna
No es un secreto que muchas iglesias han decidido ser “relevantes” a costa de ser fieles. Se adaptan al lenguaje cultural, adoptan valores mundanos y justifican su falta de firmeza con frases como: “Tenemos que evolucionar para alcanzar a esta generación.”
El problema es que cuando la iglesia se parece demasiado al mundo, ya no tiene nada que ofrecerle. En vez de ser sal y luz, se convierte en un reflejo pálido de una cultura caída.
Jesús oró por nosotros en Juan 17:15-17, diciendo:
“No ruego que los quites del mundo, sino que los guardes del mal. Santifícalos en tu verdad; tu palabra es verdad.”
El llamado de Cristo no es a mezclarnos con la cultura hasta perdernos en ella, sino a permanecer santos por medio de la verdad. Y esa verdad no evoluciona, no cambia con las épocas, no se adapta a las modas… es eterna, inmutable y absolutamente suficiente.
Sin embargo, cuando una iglesia ama más la aceptación cultural que la fidelidad bíblica, está vendiendo su primogenitura espiritual por un plato de lentejas. Pierde su identidad, pierde su poder y abre las puertas a la corrupción doctrinal, porque la verdad ya no es su estándar, sino la aprobación pública.
c. La Frialdad Espiritual Como Resultado Inevitable
El relativismo moral y la complicidad con la cultura no solo corrompen la doctrina, también enfrían el corazón espiritual de la iglesia. Cuando el pecado ya no se confronta y la santidad ya no se predica, el resultado es una congregación tibia, religiosa de apariencia, pero sin hambre de Dios.
Jesús confrontó esta tibieza espiritual de manera directa en Apocalipsis 3:15-16:
“Yo conozco tus obras, que ni eres frío ni caliente. Ojalá fueses frío o caliente. Pero por cuanto eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca.”
Esa tibieza no es un problema de temperatura emocional; es el resultado de una iglesia que ha perdido la convicción doctrinal. Es la consecuencia de haber cambiado la sana doctrina por una espiritualidad liviana, donde el mensaje es:
“Sé feliz a tu manera, define tu propia verdad, Dios te ama tal como eres y no importa cómo vivas.”
Pero ese no es el evangelio de Cristo. El evangelio verdadero es poder de Dios para salvación (Romanos 1:16), un llamado a morir al yo, a vivir para Cristo, y a ser transformados a Su imagen por medio de la Palabra de Dios y el Espíritu Santo.
Una iglesia que acepta el relativismo moral y se acomoda a la cultura se convierte, inevitablemente, en una iglesia tibia, espiritualmente muerta y doctrinalmente corrupta. Y una iglesia en esa condición, no puede ser columna y baluarte de la verdad (1 Timoteo 3:15).
Si hemos entendido todo esto, entonces es necesario hacer una pregunta final: ¿qué ocurre cuando una iglesia ya no predica al verdadero Cristo, sino a un Jesús adaptado a la cultura y a las modas doctrinales? Lo que ocurre es devastador: se pervierte el mensaje de salvación. Y ese será nuestro último punto.
IV. La Cima de la Corrupción Doctrinal
Falsas Enseñanzas Sobre Jesús y la Salvación
Si el rechazo de la autoridad bíblica es la raíz, si el evangelio de la prosperidad es un fruto podrido, y si el relativismo moral es el terreno fértil… entonces las falsas enseñanzas sobre Jesús y la salvación son la cúspide de la corrupción doctrinal. Porque cuando una iglesia pierde de vista quién es Cristo realmente y qué es el evangelio, lo ha perdido todo.
No hay error doctrinal más grave que corromper la identidad de Jesús y pervertir el mensaje de salvación. Esta no es una falla menor o un simple malentendido teológico; es traicionar el corazón mismo de la fe cristiana. Pablo lo dejó claro en Gálatas 1:6-7:
“Estoy maravillado de que tan pronto os hayáis alejado del que os llamó por la gracia de Cristo, para seguir un evangelio diferente. No que haya otro, sino que hay algunos que os perturban y quieren pervertir el evangelio de Cristo.”
a. Falsas Ideas Sobre Jesús: Un Cristo Hecho a la Medida
En muchas iglesias modernas, el verdadero Cristo de la Biblia ha sido reemplazado por un Jesús domesticado, hecho a la medida de las sensibilidades culturales. Ya no se predica al Cristo Santo, que exige arrepentimiento, ni al Cristo Señor, que demanda obediencia absoluta. En su lugar, se presenta un Jesús amable, positivo, tolerante con el pecado y enfocado en la autoayuda y el bienestar emocional.
Sin embargo, Jesús dijo de sí mismo en Juan 14:6:
“Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí.”
Ese Jesús no es negociable. No se adapta. No se actualiza. No cambia según la cultura o las tendencias sociales. El verdadero Cristo es el mismo ayer, hoy y por los siglos (Hebreos 13:8), y cualquier iglesia que predique un Cristo diferente está cayendo directamente en corrupción doctrinal.
Pablo nos advirtió sobre este peligro en 2 Corintios 11:4:
“Porque si viene alguno predicando a otro Jesús que el que os hemos predicado, o si recibís otro espíritu que el que habéis recibido, u otro evangelio que el que habéis aceptado, bien lo toleráis.”
Cuando se cambia la identidad de Cristo, se destruye el evangelio, porque ya no es el Cristo verdadero quien salva, sino un ídolo inventado, con el nombre de Jesús pero sin Su verdad.
b. Distorsión de la Salvación: Gracia Sin Arrepentimiento
Junto con un falso Cristo, viene un falso evangelio. En muchas plataformas de predicación, ya no se predica sobre el pecado, la justicia y el juicio venidero, porque esas palabras son impopulares. En su lugar, se presenta una gracia barata, que promete cielo sin arrepentimiento, salvación sin transformación y perdón sin obediencia.
El apóstol Juan lo advirtió claramente en 1 Juan 1:6-7:
“Si decimos que tenemos comunión con él, y andamos en tinieblas, mentimos, y no practicamos la verdad. Pero si andamos en luz, como él está en luz, tenemos comunión unos con otros, y la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado.”
¿Observamos la conexión? La sangre de Cristo limpia al que anda en luz, no al que dice creer, pero persiste en las tinieblas. Sin arrepentimiento, no hay verdadera salvación.
Sin embargo, hoy en día se predica una gracia mutilada, que ignora completamente lo que Jesús mismo predicó desde el principio. En Marcos 1:15, nuestro Señor proclamó:
“El tiempo se ha cumplido, y el reino de Dios se ha acercado; arrepentíos, y creed en el evangelio.”
Sin arrepentimiento genuino, no existe verdadera conversión. Lo que queda es un cristianismo cultural, vacío de poder, carente de transformación y atrapado en corrupción doctrinal.
c. La Exclusividad de Cristo: Ofensiva para el Mundo, Gloriosa para el Cielo
En un mundo obsesionado con la tolerancia, la inclusión y el pluralismo religioso, afirmar que Jesús es el único camino al Padre es visto como fanatismo intolerante. Sin embargo, no hay enseñanza más central al evangelio que esta: Fuera de Cristo, no hay salvación.
Pedro lo declaró con valentía en Hechos 4:12:
“Y en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos.”
Rechazar esta verdad es negar el evangelio mismo. Y sin embargo, muchas iglesias hoy vacilan en afirmar esta exclusividad, por miedo a ofender o parecer anticuados. Pero no hay mayor acto de amor que decir la verdad completa, sin suavizarla ni adaptarla.
Matthew Henry, comentarista bíblico puritano, lo expresó así en su comentario sobre Juan 14:6:
“Christ is the way; the plain way, the only way, the safe way, and the good old way.”
Traducción:
“Cristo es el camino; el camino claro, el único camino, el camino seguro y el buen camino antiguo.”
Cualquier iglesia que niegue esa exclusividad, cae directamente en corrupción doctrinal, y pone en peligro las almas de quienes la escuchan. No hay dos evangelios. No hay dos salvadores. No hay dos caminos. Solo hay un Señor, una fe, un bautismo (Efesios 4:5).
Si entendemos esto, entonces no hay lugar para tibieza o neutralidad. La corrupción doctrinal es un cáncer espiritual que debe ser identificado, confrontado y extirpado sin demora. Y ahora que hemos visto sus raíces, sus frutos y sus consecuencias, solo queda una pregunta: ¿Cómo vamos a responder?
Conclusión
Volvamos a la Palabra de Dios para Erradicar la Corrupción Doctrinal
Después de examinar las raíces, los frutos y las consecuencias de la corrupción doctrinal, no podemos quedar indiferentes. Hemos visto cómo el rechazo de la autoridad bíblica abre la puerta a todo tipo de engaño; cómo el evangelio de la prosperidad distorsiona el mensaje de la cruz; cómo el relativismo moral contamina la santidad de la iglesia; y cómo las falsas enseñanzas sobre Cristo y la salvación destruyen el fundamento mismo de nuestra fe.
Esta realidad no es un problema lejano ni exclusivo de otras denominaciones. Es un peligro real y presente, y cada congregación, cada pastor y cada creyente tiene la responsabilidad ineludible de defender la sana doctrina, cueste lo que cueste.
Pablo escribió en 2 Timoteo 4:2-4:
“Que prediques la palabra; que instes a tiempo y fuera de tiempo; redarguye, reprende, exhorta con toda paciencia y doctrina. Porque vendrá tiempo cuando no sufrirán la sana doctrina… y apartarán de la verdad el oído y se volverán a las fábulas.”
Ese tiempo ya llegó. Y frente a esa realidad, solo tenemos dos opciones: o defendemos la verdad con valentía, o nos convertimos en cómplices silenciosos de la corrupción doctrinal. No hay término medio.
Ahora bien, no debemos enfrentar esto con un espíritu de superioridad o condena farisaica. Debemos hacerlo con el corazón quebrantado, conscientes de que la única razón por la que no hemos caído en el mismo error es la gracia soberana de Dios. Pero esa gracia, que nos ha guardado, también nos responsabiliza.
Jesús mismo nos mostró el único camino seguro cuando declaró en Juan 8:31-32:
“Si vosotros permaneciereis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos; y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres.”
Ahí está la clave y la solución: permanecer en Su Palabra. No hay estrategia más eficaz contra la corrupción doctrinal que volver a la Escritura cada día, no solo para aprender, sino para obedecerla y amarla. Una iglesia arraigada en la Palabra de Dios es una iglesia que no se mueve con el viento de cada nueva doctrina.
Y esta es la decisión que hoy nos toca a nosotros. Cada pastor, cada maestro, cada congregación debe responder ante Dios:
¿Vamos a honrar Su Palabra por encima de la cultura, las opiniones y las modas doctrinales?
¿O vamos a negociar la verdad para ser más aceptados?
No olvidemos que Jesús no nos llamó a ser populares, nos llamó a ser fieles. En Mateo 7:13-14, el Señor dejó claro que el camino de la verdad siempre será estrecho y poco transitado, pero es el único que conduce a la vida eterna.
“Entrad por la puerta estrecha; porque ancha es la puerta, y espacioso el camino que lleva a la perdición, y muchos son los que entran por ella; porque estrecha es la puerta, y angosto el camino que lleva a la vida, y pocos son los que la hallan.”
Si de algo podemos estar seguros es esto: la verdad siempre costará. Costará relaciones, popularidad, aceptación, y hasta reputación. Pero nada de eso se compara con la recompensa eterna de escuchar al final: ‘Bien, buen siervo y fiel.’
Hoy, el Espíritu Santo nos confronta amorosamente y nos dice: Vuelvan a la Palabra de Dios. Vuelvan a la cruz. Vuelvan a Cristo.
Porque solo la Palabra de Dios preservará nuestra fe, solo la cruz nos recordará quién es nuestro Señor, y solo Cristo es suficiente para sostenernos firmes hasta el fin.
Que nunca olvidemos las palabras de Jesús en Juan 17:17:
“Santifícalos en tu verdad; tu palabra es verdad.”
Y con esa certeza en el corazón, no importa cuán fuerte sople el viento de la corrupción doctrinal, nosotros permaneceremos firmes, porque nuestro fundamento es la Palabra viva e inmutable de nuestro Dios.
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