La Familia y los Valores Cristianos

Jose R. Hernandez

La Familia y los Valores Cristianos

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La Familia y los Valores Cristianos | Estudios Bíblicos

Estudios Bíblicos Lectura Bíblica Principal: Génesis 2:24

Introducción

Hoy en día, hablar de la familia y los valores cristianos es casi como mencionar un tema polémico. En muchos lugares, los valores tradicionales han sido reemplazados por ideologías que desprecian los principios bíblicos y redefinen lo que significa ser familia. Algunos consideran que los valores cristianos son anticuados; otros, los llaman intolerantes. Pero, ¿qué dice Dios sobre la familia? ¿Qué enseña realmente la Palabra de Dios sobre los valores que deben gobernar el hogar? Y aún más importante: ¿Qué fue lo que Jesús enseñó acerca de la familia?

Para responder, nosotros no podemos basarnos en opiniones modernas ni en emociones personales. Nuestra única fuente confiable es la Escritura. Porque la familia no fue inventada por una cultura, ni es un contrato social. La familia es un diseño divino creado por Dios desde el principio, y los valores que deben gobernarla están revelados en Su Palabra.

Desde el libro de Génesis, Dios estableció el primer hogar. Adán y Eva no se unieron por tradición cultural, sino por mandato divino. En Génesis 2:24, Dios declaró:

“Por tanto, dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán una sola carne.”

Ese primer diseño refleja un principio eterno: la familia es una institución sagrada creada por Dios, no por el hombre. No es algo que la sociedad pueda redefinir, porque no le pertenece a la sociedad.

Ahora bien, si la familia es creación divina, los valores que deben gobernarla también vienen de Dios. Y aquí entramos a la raíz del problema moderno: los valores cristianos de la familia están bajo ataque, no porque sean débiles, sino porque son un recordatorio constante de que Dios sigue teniendo la autoridad final sobre el matrimonio, la crianza, el rol de cada miembro de la familia y la ética moral que debe regir el hogar.

Pablo, escribiendo bajo la inspiración del Espíritu Santo, nos enseña en Efesios 5:31-33 que el matrimonio no es solo una relación social, es una imagen espiritual del pacto entre Cristo y la Iglesia. La familia cristiana, cuando vive según los valores de la Escritura, proclama el evangelio sin palabras.

Es por eso que el enemigo ha declarado una guerra abierta contra la familia y sus valores. Al destruir el modelo bíblico de familia, Satanás distorsiona la imagen de Dios en la sociedad y siembra confusión en generaciones enteras.

Ahora, si nosotros como creyentes no conocemos los valores que Dios estableció para la familia, si no entendemos por qué son importantes y cómo defenderlos, entonces estamos entregando la batalla sin pelear. Por eso este estudio es necesario. No solo para entender qué son los valores cristianos de la familia, sino para aprender cómo vivirlos, defenderlos y transmitirlos.

La familia es mucho más que un grupo de personas viviendo bajo el mismo techo. En el plan divino, la familia es el primer altar, el primer templo, la primera escuela y la primera iglesia. Y cada valor que Dios establece para el hogar tiene el propósito de proteger el alma de cada miembro y reflejar la gloria de Dios.

Si el fundamento es tan importante, entonces necesitamos volver al principio. ¿Cuáles son los valores cristianos que Dios diseñó para la familia? Esa es la primera pregunta que responderemos.

I. ¿Cuáles son los valores cristianos de la familia según la Biblia?

Si queremos entender la familia y los valores cristianos, no podemos permitir que el mundo defina esos términos por nosotros. En tiempos recientes, hemos visto cómo las ideologías humanas han intentado redefinir lo que es una familia, alterando sus fundamentos, distorsionando sus roles y presentando valores que no tienen nada que ver con lo que Dios estableció desde el principio.

Sin embargo, para nosotros como creyentes, hay una verdad fundamental que no puede ser negociada: La familia es creación de Dios. No es el resultado de un proceso cultural, ni es un simple arreglo social. La familia nace en el corazón mismo de Dios, y es por eso que los valores que deben gobernarla también vienen de Él.

Desde el principio, tal como ya vimos en Génesis, Dios estableció claramente que la familia sería más que una simple estructura social; sería un reflejo de Su voluntad y un vehículo para manifestar Su gloria en la tierra. Ese diseño original no está sujeto a revisión, ni puede ser adaptado a los caprichos de cada generación. Dios habló, Dios definió, y Su diseño es perfecto.

A través de toda la Escritura, Dios revela cuáles son los valores cristianos que deben gobernar a cada familia creyente. No son valores flexibles ni abiertos a interpretación humana. Son principios eternos, tan firmes como el carácter mismo de Dios. En esta sección, vamos a explorar tres de esos valores esenciales, cada uno íntimamente conectado con el otro.

a. Amor sacrificial: El reflejo central de la naturaleza divina en la familia

Cuando hablamos de amor en el contexto familiar, es crucial entender de qué tipo de amor estamos hablando. El mundo ha reducido el amor a emociones pasajeras y atracción física. Pero la Biblia presenta un estándar mucho más alto: el amor sacrificial, el mismo amor con el que Cristo amó a Su Iglesia.

En Efesios 5:25, Pablo escribe:

“Maridos, amad a vuestras mujeres, así como Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella.”

Esto no es un amor condicional, ni un amor basado en cómo me traten o cómo me sienta. Es un amor que se entrega, que muere a sí mismo, que prioriza el bienestar del otro por encima del propio. Este amor sacrificial es la esencia misma del Evangelio, porque apunta directamente a la Cruz.

El amor sacrificial no es exclusivo del matrimonio; es el valor que gobierna cada relación familiar. En Colosenses 3:21, Pablo dice:

“Padres, no exasperéis a vuestros hijos, para que no se desalienten.”

¿Y qué hay detrás de esa instrucción? Un llamado al amor sacrificial en la crianza. Criar con amor bíblico implica corregir sin abusar, disciplinar sin humillar, enseñar sin desesperar, y siempre apuntar el corazón de los hijos hacia Dios.

Cuando una familia vive el amor sacrificial, ese hogar se convierte en un reflejo vivo del amor redentor de Dios. No es un amor tolerante que acepta pecado, es un amor santo que busca el bien eterno de cada miembro. Ese es el primer pilar de los valores cristianos de la familia.

b. Fidelidad y compromiso: El eco del pacto eterno de Dios

El segundo valor esencial es la fidelidad, tanto dentro del matrimonio como en la relación de los padres con sus hijos. En tiempos donde el compromiso familiar es visto como algo temporal y donde el divorcio es visto como una salida fácil, la fidelidad cristiana es un testimonio profético.

En Malaquías 2:16, Dios dice:

“Porque Jehová Dios de Israel ha dicho que él aborrece el repudio.”

¿Por qué Dios aborrece el divorcio? Porque el matrimonio no es solo un acuerdo humano; es un reflejo del pacto entre Dios y Su pueblo. Cada vez que un esposo y una esposa perseveran en fidelidad, aun en medio de pruebas y dificultades, están predicando el Evangelio sin palabras.

Esa fidelidad también gobierna la relación entre padres e hijos. En Deuteronomio 6:6-7, leemos:

“Y estas palabras que yo te mando hoy, estarán sobre tu corazón; y las repetirás a tus hijos…”

La fidelidad no es solo permanecer físicamente presente, es un compromiso activo de formar, discipular y amar a los hijos con la verdad de Dios. En un mundo donde los padres delegan la crianza a las pantallas, el sistema educativo o las redes sociales, la fidelidad cristiana implica asumir personalmente la formación espiritual de cada hijo.

La familia es el primer altar, la primera iglesia y la primera escuela, y la fidelidad es el cemento que mantiene ese altar firme.

c. Temor de Dios: El valor que ordena todos los demás

El tercer valor es el temor de Dios, no entendido como miedo servil, sino como reverencia profunda ante Su santidad, Su autoridad y Su Palabra. En un mundo donde Dios es una figura decorativa, y donde muchas familias viven como si Dios no existiera, el temor de Dios es la columna vertebral que sostiene cada valor cristiano auténtico.

En Salmo 128:1-4, leemos:

“Bienaventurado todo aquel que teme a Jehová, que anda en sus caminos… Tu mujer será como vid que lleva fruto… tus hijos como plantas de olivo alrededor de tu mesa.”

Observa la conexión: la bendición familiar fluye directamente del temor de Dios. Sin temor de Dios, el amor se convierte en sentimentalismo barato, y la fidelidad se convierte en un pacto vacío. Pero cuando la familia vive en reverencia constante a Dios, cada valor encuentra su raíz y su propósito.

Jesús mismo lo mostró al hablar del hombre sabio que edificó sobre la roca. En Mateo 7:24, Él dijo:

“Cualquiera, pues, que me oye estas palabras y las hace, le compararé a un hombre prudente, que edificó su casa sobre la roca.”

Esa roca es la Palabra de Dios, pero solo aquellos que temen al Señor la toman en serio. Sin temor de Dios, la familia queda a merced de las corrientes culturales, porque no tiene ancla eterna.

Si entendemos esto, entonces nos damos cuenta que el ataque actual contra la familia y los valores cristianos no es un accidente ni una simple tendencia social. Es una estrategia espiritual orquestada para destruir el diseño de Dios desde la raíz.

Y esa es precisamente la realidad que exploraremos en la siguiente sección: ¿Por qué la familia y los valores cristianos están bajo ataque constante en la cultura moderna?

II. ¿Por qué la familia y los valores cristianos están bajo ataque hoy?

Nosotros no podemos ignorar lo que está pasando a nuestro alrededor. La familia y los valores cristianos están bajo ataque, y esto no es algo nuevo. Pero lo que vemos en esta generación es una guerra abierta, constante y descarada contra todo lo que Dios ha establecido para el hogar. Y es imposible entender esta batalla sin reconocer la raíz espiritual detrás de todo.

Desde el principio, Satanás ha intentado destruir la obra de Dios. Cuando el enemigo no puede atacar directamente a Dios, ataca aquello que refleja a Dios en la tierra. Y la familia, creada a imagen de Dios y diseñada para reflejar Su amor, Su orden y Su verdad, es uno de sus principales objetivos.

Jesús nos dejó una advertencia clara en Juan 10:10:

“El ladrón no viene sino para hurtar y matar y destruir; yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia.”

Cuando la familia es destruida, las almas quedan expuestas, la sociedad se corrompe y las futuras generaciones crecen sin el conocimiento de Dios. Por eso, este ataque no es político ni meramente cultural; es una estrategia espiritual coordinada desde el infierno.

a. Ideologías modernas: Redefiniendo la familia y los valores cristianos

Uno de los ataques más visibles viene de las ideologías modernas que intentan redefinir la familia y vaciar de significado los valores cristianos. En nombre de la libertad y la inclusión, se nos exige aceptar definiciones que contradicen abiertamente la Palabra de Dios.

Dios diseñó el matrimonio como una unión sagrada entre un hombre y una mujer, con roles complementarios y un propósito divino. Pero hoy, ese diseño es tachado de anticuado o intolerante. Quieren convencernos de que la familia es cualquier combinación de personas que decidan convivir, ignorando por completo el orden divino.

Pablo advirtió sobre este tipo de distorsión cultural en Romanos 1:25:

“Ya que cambiaron la verdad de Dios por la mentira, honrando y dando culto a las criaturas antes que al Creador.”

¿No es exactamente eso lo que vemos? La voz de la cultura intenta redefinir lo que Dios ya definió. Y cada vez que una iglesia o una familia cristiana adopta esas definiciones, renuncia al principio de Sola Scriptura y abre la puerta a la destrucción espiritual.

El problema no es solo la redefinición externa, sino la confusión interna. Muchas familias cristianas ya no saben lo que creen. Padres cristianos enseñan a sus hijos que la Biblia es la verdad, pero en la práctica, se adaptan al pensamiento de moda, mostrando que en realidad tienen más temor al rechazo social que temor de Dios.

b. Relativismo moral: Destruyendo el fundamento de los valores absolutos

El segundo ataque es más sutil, pero igual de mortal: el relativismo moral. Esta ideología enseña que no existen verdades absolutas, que cada persona tiene derecho a definir su propia verdad y que los valores son relativos a cada cultura y época.

Este veneno ha penetrado incluso en hogares cristianos, donde muchos padres ya no enseñan con convicción, porque temen imponer creencias a sus hijos. Así, el hogar deja de ser la primera escuela de la fe y se convierte en un espacio neutral donde cada quien escoge qué creer.

Pero la Biblia nos enseña todo lo contrario. En Deuteronomio 6:6-7, Dios ordenó:

“Y estas palabras que yo te mando hoy, estarán sobre tu corazón; y las repetirás a tus hijos…”

No les dijo que les dieran opciones. No les pidió ser neutrales. Les ordenó enseñar con convicción. ¿Por qué? Porque la verdad no es negociable. Y cuando el relativismo se infiltra en el hogar, los valores cristianos se diluyen hasta desaparecer.

El Salmo 119:160 nos recuerda:

“La suma de tu palabra es verdad, y eterno es todo juicio de tu justicia.”

En otras palabras, la verdad de Dios es completa y absoluta, no cambiante ni relativa. La familia cristiana no puede vivir a la deriva, adaptándose a cada nueva tendencia moral. Si los valores cristianos son eternos, entonces deben ser enseñados, defendidos y vividos con absoluta firmeza.

c. La normalización del pecado: Cuando la cultura convierte lo inmoral en aceptable

El tercer ataque es aún más agresivo: la normalización del pecado. Ya no basta con promover ideas contrarias a la Biblia, ahora se exige celebrar lo que Dios llama abominación. Y si una familia cristiana se atreve a decir que algo es pecado, inmediatamente es señalada como intolerante, retrógrada o fanática.

Isaías lo describió con precisión en Isaías 5:20:

“¡Ay de los que a lo malo dicen bueno, y a lo bueno malo!”

Hoy vivimos exactamente esa realidad. Lo que antes era vergonzoso, ahora es celebrado. Y lo que antes era honroso, ahora es motivo de burla. Pero el problema no es solo cultural, es espiritual. Es la obra directa de aquel que fue mentiroso desde el principio (Juan 8:44), sembrando confusión para apartar al corazón humano de la verdad de Dios.

El resultado es devastador. Niños crecen en hogares donde el pecado es normalizado, donde el adulterio es común, la pornografía es aceptada, el lenguaje vulgar es habitual y el entretenimiento está saturado de inmoralidad. En ese contexto, ¿cómo pueden los hijos aprender valores cristianos auténticos si lo que ven y escuchan en casa contradice lo que se predica en la iglesia?

Jesús nos dejó una advertencia clara en Mateo 7:17-18:

“Todo buen árbol da buenos frutos, pero el árbol malo da frutos malos. No puede el buen árbol dar malos frutos, ni el árbol malo dar frutos buenos.”

Una familia que se alimenta constantemente de valores corruptos terminará produciendo frutos corruptos. No se puede sembrar pecado y cosechar santidad. Por eso, el ataque contra los valores cristianos es, en el fondo, un ataque contra el fruto espiritual de la próxima generación.

Si entendemos esta realidad, entonces queda claro que defender la familia y los valores cristianos no es una lucha secundaria o un tema opcional. Es una batalla espiritual central que define el testimonio de la Iglesia y el futuro de las generaciones venideras.

La pregunta clave es: ¿Cómo defendemos y restauramos los valores cristianos en nuestras familias? Esa será nuestra próxima reflexión.

III. ¿Cómo defender y restaurar los valores cristianos en nuestras familias?

Ya hemos definido qué son los valores cristianos y reconocido que están bajo ataque constante. Pero ahora nos toca enfrentar la realidad más incómoda: La batalla por los valores cristianos no se gana en redes sociales ni en debates políticos. Se gana, o se pierde, dentro de nuestras propias casas. Si nuestra vida familiar contradice la verdad que predicamos, la próxima generación no tendrá razones para creerla.

Como ya vimos antes, desde el principio Dios estableció que el hogar es el primer altar donde se enseña y se modela la fe. Restaurar los valores cristianos no es un proyecto de iglesia, es un llamado divino para cada padre, cada madre y cada hijo. Y esa restauración exige tres acciones que no podemos postergar.

a. Restaurar la centralidad de la Palabra de Dios en el hogar

El primer paso es volver a colocar la Palabra como la autoridad suprema en casa. No como un libro ceremonial, ni como un accesorio cultural, sino como la voz viva de Dios que dirige cada área de la familia. No existe tal cosa como valores cristianos sin un compromiso con la Palabra.

En el Salmo 119:105 el salmista lo expresa así:

“Lámpara es a mis pies tu palabra, y lumbrera a mi camino.”

Una lámpara no es decorativa, es práctica. Sirve para caminar sin tropezar. Lo mismo ocurre con la Escritura: debe iluminar decisiones, conversaciones y valores familiares. No basta con abrir la Biblia el domingo. Cada área —dinero, entretenimiento, disciplina, trabajo, sexualidad y crianza— debe evaluarse a la luz de lo que Dios ya dijo.

Cuando la Biblia dice “instruye al niño en su camino”, la palabra hebrea utilizada es chanak (חָנַךְ), que como vimos, significa “dedicar, entrenar, consagrar para un propósito específico.”

Esto significa que la enseñanza bíblica en casa no es casual ni superficial. Es una formación intencional, donde los padres moldéan y consagran el corazón de sus hijos a la verdad divina. Si la familia cristiana no asume ese compromiso, la cultura secular se encargará de moldear esos corazones según sus propios valores.

Pablo le recordó a Timoteo la importancia de esta formación cuando le dijo:

“Desde la niñez has sabido las Sagradas Escrituras, las cuales te pueden hacer sabio para la salvación.” (2 Timoteo 3:15)

Si queremos defender los valores cristianos, tenemos que devolverle a la Biblia el lugar central que nunca debió perder dentro de nuestras casas.

b. Modelar los valores cristianos con ejemplo y consistencia

El segundo paso es igual de crucial: lo que los hijos ven pesa más que lo que escuchan. Si los valores cristianos solo se predican, pero no se viven en la práctica diaria, pierden credibilidad.

Jesús explicó esta verdad con una parábola sencilla, pero contundente:

“Todo aquel que viene a mí, y oye mis palabras y las hace, os indicaré a quién es semejante: semejante es al hombre que, al edificar una casa, cavó y ahondó y puso el fundamento sobre la roca.” (Lucas 6:47-48)

Observemos el proceso: viene, oye, hace. Esta es la fórmula de la verdadera formación espiritual en familia. No es solo hablar de valores, es vivirlos delante de los hijos, especialmente en las pruebas.

La familia cristiana enseña humildad cuando pide perdón, enseña fe cuando ora juntos en tiempos difíciles, enseña integridad cuando dice la verdad a pesar de las consecuencias. Cada acción coherente construye el fundamento de una fe genuina. Por el contrario, cada hipocresía, mentira o doble estándar erosiona la credibilidad de los valores que decimos defender.

Los hijos no necesitan padres perfectos, necesitan padres coherentes. Necesitan ver que el Dios de quien les hablamos es real en nuestra propia vida.

c. Confrontar y resistir las mentiras culturales con valentía y gracia

Finalmente, defender los valores cristianos implica aprender a resistir las mentiras culturales que contradicen esos valores. Y esto comienza en casa. Si los hijos escuchan un mensaje en la iglesia, pero en casa reciben otro, crecerán confundidos y vulnerables.

Jesús fue muy claro en Mateo 5:13-14 cuando dijo:

“Vosotros sois la sal de la tierra… Vosotros sois la luz del mundo.”

La sal preserva y la luz expone. No se mezclan, no se adaptan, confrontan. Esto no significa que debemos ser hostiles, pero sí implica que no podemos callar la verdad para ser aceptados. Como familia cristiana, estamos llamados a enseñar a nuestros hijos a discernir entre la verdad de Dios y las mentiras culturales.

Pablo nos muestra el equilibrio en Efesios 4:15:

“sino que siguiendo la verdad en amor, crezcamos en todo.”

Seguir la verdad requiere convicción, pero hacerlo en amor requiere gracia y paciencia. Cuando nuestros hijos traen a casa ideas contrarias a la Biblia —sobre identidad, moralidad, éxito o propósito— nuestra reacción no debe ser pánico o rechazo, sino discernimiento bíblico y diálogo paciente.

Así lo hacían los bereanos, quienes al escuchar enseñanzas nuevas, no reaccionaban con emociones, sino con estudio:

“Estos eran más nobles que los de Tesalónica, pues recibieron la palabra con toda solicitud, escudriñando cada día las Escrituras para ver si estas cosas eran así.” (Hechos 17:11)

Ese espíritu de discernimiento bíblico es parte esencial de los valores cristianos familiares. No criamos hijos que repiten frases religiosas sin pensar; criamos discípulos que saben examinarlo todo a la luz de la Palabra.

Si restauramos la centralidad de la Palabra, modelamos los valores cristianos con coherencia diaria, y enseñamos a nuestros hijos a pensar bíblicamente y resistir las mentiras culturales, entonces estaremos cumpliendo nuestro llamado como familias cristianas. Pero aún nos falta una pregunta crucial: ¿Qué enseñó Jesús específicamente sobre la familia y los valores cristianos?

Ese será el enfoque de la siguiente sección.

IV. ¿Qué enseñó Jesús realmente sobre la familia y los valores cristianos?

Cuando hablamos de la familia y los valores cristianos, es fácil asumir que Jesús simplemente apoyó la estructura familiar tradicional de Su tiempo. Sin embargo, si examinamos cuidadosamente los Evangelios, descubrimos que las enseñanzas de Jesús sobre la familia fueron profundas, desafiantes y muchas veces contraculturales. El Señor reafirmó el diseño divino de la familia, pero al mismo tiempo colocó a Dios por encima de cualquier lazo familiar.

Si queremos entender cómo debe funcionar una familia cristiana auténtica, debemos prestar mucha atención a lo que Jesús realmente dijo. Porque la familia que el Señor honra no es la que encaja en las expectativas culturales, sino la que vive para glorificar al Padre celestial.

a. Jesús reafirmó el diseño original de la familia

Cuando los fariseos intentaron ponerlo a prueba sobre el divorcio, esperando que Jesús se alineara con las interpretaciones permisivas de la ley rabínica, el Señor hizo algo que nos deja una lección clara: en lugar de debatir según las opiniones de los rabinos, Jesús regresó directamente al diseño original de Dios.

En Mateo 19:4-6, Jesús les responde:

“¿No habéis leído que el que los hizo al principio, varón y hembra los hizo, y dijo: Por esto el hombre dejará padre y madre, y se unirá a su mujer, y los dos serán una sola carne? Así que no son ya más dos, sino una sola carne; por tanto, lo que Dios juntó, no lo separe el hombre.”

Fíjate en el énfasis: lo que Dios juntó. Para Jesús, el matrimonio y la familia no son instituciones culturales, son creaciones divinas. Al afirmar esto, el Señor está dejando claro que los valores familiares no los define la sociedad, sino el Creador. Lo que Dios diseñó desde el principio sigue siendo el estándar válido hoy.

Jesús no ajustó la definición de familia para adaptarse a la cultura de Su tiempo. Tampoco dio lugar a interpretaciones flexibles que permitieran torcer el propósito divino. En Su enseñanza, la familia es sagrada porque es obra de Dios, y lo que Dios establece no puede ser redefinido por la opinión humana.

b. Jesús enseñó que la lealtad a Dios es más importante que la familia biológica

Este es uno de los puntos más difíciles de aceptar para muchos. En varias ocasiones, Jesús pronunció palabras que parecen duras contra la familia biológica. Por ejemplo, en Lucas 14:26, dijo:

“Si alguno viene a mí, y no aborrece a su padre, y madre, y mujer, e hijos, y hermanos, y hermanas, y aun también su propia vida, no puede ser mi discípulo.”

¿Significa esto que Jesús promueve el odio familiar? Por supuesto que no. Lo que Jesús está enseñando es una jerarquía espiritual innegociable: la obediencia a Dios siempre está por encima de cualquier lazo de sangre.

Este principio se reafirma en Mateo 12:48-50, cuando le informan que su madre y sus hermanos lo buscan. Jesús responde:

“¿Quién es mi madre, y quiénes son mis hermanos? Y extendiendo su mano hacia sus discípulos, dijo: He aquí mi madre y mis hermanos. Porque todo aquel que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos, ése es mi hermano, y hermana, y madre.”

Con esta declaración, Jesús no desprecia a Su familia biológica, pero sí establece una familia espiritual superior: la familia de los que obedecen al Padre. Aquí aprendemos una verdad poderosa: la familia cristiana verdadera no es solo un vínculo de sangre, es una comunidad de fe unida por la obediencia a Dios.

c. Jesús enseñó que la familia es parte esencial del discipulado, no un obstáculo para él

Algunas corrientes modernas presentan un falso dilema: seguir a Cristo o atender a la familia. Pero Jesús nunca enseñó eso. Para el Señor, la familia no es un impedimento para el discipulado; es el primer campo donde se vive el discipulado.

En Marcos 5:18-19, después de sanar al endemoniado gadareno, el hombre sanado quiso seguir a Jesús físicamente. Sin embargo, el Señor le dijo:

“Vete a tu casa, a los tuyos, y cuéntales cuán grandes cosas el Señor ha hecho contigo, y cómo ha tenido misericordia de ti.”

Observa el orden: primero testificar en casa. Antes de salir al mundo, el testimonio comienza con la familia. Esto concuerda con el principio bíblico general de que el hogar es el primer ministerio. Así lo confirma Pablo en 1 Timoteo 5:8:

“Porque si alguno no provee para los suyos, y mayormente para los de su casa, ha negado la fe, y es peor que un incrédulo.”

En otras palabras, la familia no es un accesorio del discipulado, es parte central de la obediencia a Cristo. Ser un buen esposo, una buena esposa o un padre responsable no es un rol secundario; es servir a Dios directamente.

Si entendemos correctamente lo que Jesús enseñó sobre la familia y los valores cristianos, entonces reconocemos que la familia cristiana no es un invento humano, ni una tradición cultural. Es una institución sagrada, creada por Dios, afirmada por Cristo, y diseñada para reflejar el amor, la autoridad y la fidelidad divina.

La pregunta final es: ¿Estamos dispuestos a defender, vivir y transmitir estos valores en un mundo que los desprecia?

Conclusión

Después de recorrer la Palabra de Dios, de examinar las raíces bíblicas de la familia y los valores cristianos, de enfrentar la presión cultural que busca deformarlos, y de reflexionar en lo que Jesús mismo enseñó sobre el propósito divino de la familia, hemos llegado a un punto decisivo: ¿Qué vamos a hacer con esta verdad?

No basta con saber que la familia es sagrada. No es suficiente reconocer que los valores cristianos son buenos. Conocimiento sin acción es esterilidad espiritual. Lo que hoy Dios nos demanda es una decisión valiente: restaurar en nuestros hogares el diseño y los valores que Él estableció desde el principio.

Jesús dijo en Juan 8:31-32:

“Si vosotros permaneciereis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos; y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres.”

Si queremos hogares verdaderamente libres —libres de la confusión moral, libres de la esclavitud cultural, libres de la destrucción espiritual— debemos permanecer en Su Palabra. Y permanecer no es solo leerla, es vivirla. Es formar matrimonios fundados en la verdad, criar hijos conforme a la verdad, tomar decisiones financieras, emocionales y espirituales anclados en la verdad. Esa es la única libertad verdadera.

Porque la libertad no es hacer lo que queremos, es tener la capacidad de hacer lo que Dios manda. Y esa libertad comienza en casa.

Pensemos por un momento… Si hoy alguien preguntara a nuestros hijos cuáles son los valores de nuestra familia, ¿mencionarían ellos la fe, el amor, la fidelidad, la verdad y la obediencia a Dios? ¿O dirían que los valores de casa son ganar dinero, buscar comodidad, evitar problemas y seguir las modas?

Esta es la batalla real. No es una batalla teórica. Es una lucha diaria, en la mesa, en el televisor, en las conversaciones y en las decisiones de cada día. La defensa de la familia y los valores cristianos no empieza en el púlpito, empieza en el comedor. No es trabajo exclusivo de los pastores, es misión sagrada de cada padre y madre cristianos.

Y es aquí donde quiero cerrar con una verdad innegociable: No podemos defender lo que no vivimos. No podemos enseñar lo que no creemos. Y no podemos esperar que nuestros hijos amen lo que nosotros mismos ignoramos.

El llamado es claro: volvamos a la Palabra. Volvamos al altar familiar. Volvamos a vivir y transmitir los valores que glorifican a Dios. No importa cuán fuerte sea la corriente de este mundo, porque el Señor sigue siendo fiel a Su promesa:

“Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo, tú y tu casa.” (Hechos 16:31)

Si Dios es capaz de salvar una familia entera, también es capaz de restaurar, sanar, proteger y levantar cada hogar que decida someterse a Su autoridad.

Que esta verdad no quede en un estudio más, sino que nos mueva a vivirla, compartirla y defenderla. Porque la familia es de Dios, y los valores cristianos no son negociables.

© José R. Hernández. Todos los derechos reservados.

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Jose R. Hernandez
Autor

Jose R. Hernandez

Pastor jubilado de la iglesia El Nuevo Pacto. José R. Hernández; educación cristiana: Maestría en Teología. El Pastor Hernández y su esposa nacieron en Cuba, y son ciudadanos de los Estados Unidos de América.

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