Aprendamos a clamar a Dios | Estudios Bíblicos
Estudios Bíblicos Lectura Bíblica Principal: “Clama a mí, y yo te responderé, y te enseñaré cosas grandes y ocultas que tú no conoces.” Jeremías 33:3
Introducción
Clamar a Dios no es solo hablar con Él, es un grito del alma cuando ya no queda otra opción. Es orar con urgencia, con peso, con lágrimas a veces. Recuerdo haber escuchado a un hermano mayor decir: “Hay oraciones que suben como susurros, pero hay clamores que estremecen el cielo”. Esa frase se me quedó grabada.
Jeremías 33:3 es más que una invitación; es una promesa. En medio del juicio, del caos nacional, del cautiverio, Dios le dice al profeta: Clama a mí. Es decir, no te calles. No lo intentes resolver solo. No te rindas. Clama.
La palabra “clamar” aparece en toda la Escritura, desde Génesis hasta Apocalipsis, y siempre está cargada de urgencia, de quebranto, de expectativa. No se trata de repetir palabras sin sentido. Clamar a Dios implica reconocer nuestra impotencia y Su poder.
Como decía mi abuelo, “cuando el alma no puede hablar con calma, clama”. Y eso es lo que veremos en este estudio: qué significa clamar, cómo hacerlo, por qué debemos hacerlo, y qué diferencia hay entre orar y clamar. Porque no todo el que ora clama, pero todo el que clama a Dios con fe, es oído.
Vamos a explorar juntos, con la Biblia abierta y el corazón sensible, lo que realmente significa clamar a Dios, y cómo esta práctica transforma la vida personal, fortalece a la Iglesia, y prepara al creyente para los días más difíciles, incluso para los eventos escatológicos por venir.
I. ¿Qué significa clamar a Dios?
Cuando hablamos de clamar a Dios, no nos referimos a una oración superficial ni repetitiva. No se trata de cerrar los ojos y recitar palabras bonitas. Clamar es otra cosa. La palabra clama usada aquí es una traducción de la palabra Hebrea “קָרָא” (kaw-raw’), que significa: Llamar, clamar, emitir un sonido fuerte. Llamar, clamar (por ayuda).
En otras palabras, es lo que hace un náufrago cuando ve un barco a lo lejos. Es lo que hace un hijo cuando su padre parece alejarse. Clamar a Dios es elevar la voz del alma cuando ya no hay más estrategias humanas… cuando uno se ha rendido, pero no se ha dado por vencido.
En la Biblia, clamar siempre aparece en contextos de urgencia, dolor, arrepentimiento, guerra, o dependencia total. Es el lenguaje de los quebrantados, de los que ya no tienen excusas, de los que entienden que sin Dios, no hay salida.
a. Clamar es un acto de rendición total
Uno de los ejemplos más fuertes se encuentra en Salmo 34:6, donde dice: “Este pobre clamó, y le oyó Jehová, y lo libró de todas sus angustias.”
No dice “oró”, no dice “pensó”. Dice clamó. El salmista se reconoce pobre, no solo en lo material, sino en fuerza, en entendimiento, en recursos. Y ¿qué hace? Clama. Porque cuando ya no hay orgullo, entonces sí hay espacio para el poder de Dios.
Clamar es reconocer que Él es el único capaz de hacer lo que uno no puede. No es simplemente una súplica emocional… es un acto espiritual de humildad radical.
b. Clamar es una expresión bíblica de fe
En Éxodo 3:7, Dios le dice a Moisés: “Bien he visto la aflicción de mi pueblo que está en Egipto, y he oído su clamor…”
El pueblo no solo oró, no solo habló. Clamaron. Y ese clamor no fue olvidado. Dios lo oyó, lo sintió, lo reconoció. Porque clamar también es un acto de fe. Es decirle al cielo: “Tú eres mi única esperanza.”
Hay personas que dicen que clamar es gritar… pero no siempre es así. A veces es un suspiro profundo entre lágrimas. A veces es un “¡Señor!” dicho con el alma. Pero siempre es un acto que nace de la convicción de que solo Dios puede intervenir.
La fe no siempre se ve en el silencio. A veces la fe se oye. Y ese sonido… es clamor.
c. Clamar es un eco profético y escatológico
Algo que pocas veces se enseña es que clamar también tiene una dimensión profética y escatológica. No es solo algo personal… es también parte del lenguaje de la Iglesia en tiempos difíciles.
En Apocalipsis 6:10, las almas de los mártires claman a gran voz: “¿Hasta cuándo, Señor, santo y verdadero, no juzgas y vengas nuestra sangre…”
Ese clamor no es una queja. Es una demanda de justicia basada en la santidad de Dios. Y es una prueba de que aún en el cielo, los justos claman.
Entonces, ¿cómo no vamos a clamar aquí en la tierra? ¿Cómo no levantar la voz cuando la maldad aumenta, cuando la fe se enfría, cuando la Iglesia necesita avivamiento?
Clamar a Dios es también una forma de anticipar su venida. Es decir: “¡Ven, Señor Jesús! No hay nadie más que pueda restaurar este mundo roto.” Y esa postura —de urgencia, fe y dependencia total— nos llama a examinar cómo debemos clamar. No todo clamor agrada a Dios. Algunos nacen de la carne, otros del Espíritu. Por eso, en la próxima parte veremos con mayor profundidad cómo debe ser el clamor que Dios escucha.
II. ¿Cómo debemos clamar a Dios?
Hay algo profundamente espiritual y al mismo tiempo profundamente humano en el acto de clamar a Dios. No es una técnica, no es un método, no es repetir una oración escrita. Es el gemido del alma que reconoce que sólo el cielo tiene respuesta.
La Biblia no nos deja a oscuras sobre cómo debe ser ese clamor. Y tampoco lo deja abierto a nuestra interpretación emocional. Dios nos muestra claramente que el clamor que Él oye, es el que nace de un corazón quebrantado, perseverante, y guiado por Su Espíritu.
a. Clamar con pureza de corazón y verdad en los labios
Dios no responde al volumen, responde a la pureza. Lo vemos en Isaías 29:13, cuando el Señor reprende al pueblo: “Este pueblo se acerca a mí con su boca, y con sus labios me honra; pero su corazón está lejos de mí.”
Uno puede levantar la voz, mover las manos, llorar incluso… y sin embargo estar lejos. Por eso clamar implica una honestidad brutal delante de Dios. Es decir: “Aquí estoy, Señor. Con toda mi suciedad, pero sin máscaras.”
En Salmo 145:18 se nos da una clave poderosa: “Cercano está Jehová a todos los que le invocan, a todos los que le invocan de veras.”
“De veras”… eso es clamar. Cuando ya no hay poses, ni estructuras religiosas. Cuando el clamor se convierte en confesión, en renuncia al pecado, en entrega total.
b. Clamar con perseverancia, aun cuando parezca que Dios calla
Hay momentos en que uno clama, y clama… y el cielo guarda silencio. ¿Te ha pasado? Clamas por un hijo, por una sanidad, por una respuesta… y parece que nada ocurre. Pero ahí es donde entra la perseverancia.
Jesús habló de esto en Lucas 11:8-10, con la historia del amigo inoportuno. Dice que no se levantó a ayudar por amistad, sino por la importunidad. Y concluye diciendo: “Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá.”
Clamar a Dios no es un grito aislado. Es una perseverancia continua. Es decir como Jacob en Génesis 32:26: “No te dejaré, si no me bendices.”
c. Clamar bajo la dirección del Espíritu, no de la emoción
Uno de los errores más comunes hoy en día es confundir clamor con histeria religiosa. Hay quienes piensan que por gritar más, el Señor se va a mover más. Pero la Biblia es clara: el clamor efectivo es el que está alineado con la voluntad de Dios, no con los impulsos del alma.
En Romanos 8:26 leemos: “El Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles.”
Ese gemido del Espíritu no es emocionalismo… es intercesión perfecta. Es cuando ya no sabemos cómo orar, y el Espíritu toma el control.
III. ¿Cuál es la diferencia entre orar y clamar?
A primera vista, orar y clamar a Dios pueden parecer lo mismo. Ambos involucran palabras, fe y un deseo de conectarse con el cielo. Pero hay una distinción espiritual y bíblica muy profunda.
a. La oración puede ser constante; el clamor, muchas veces, es desesperado
En Éxodo 2:23, Israel ya había pasado generaciones en esclavitud. Pero algo cambió: “Y los hijos de Israel gemían a causa de la servidumbre, y clamaron…”
b. La oración puede ser protocolar; el clamor es personal, profundo y sin filtro
Es Ana llorando amargamente en el templo, al punto que Elí pensó que estaba ebria (1 Samuel 1:13). Era un clamor visceral.
c. La oración puede ser general; el clamor es específico, dirigido y transformador
Como el ciego Bartimeo, que gritó: “¡Jesús, Hijo de David, ten misericordia de mí!” (Marcos 10:47)
Conclusión
El clamor que transforma
Clamar a Dios no es solo una doctrina que entendemos, es una experiencia que debemos vivir. No basta con saber qué significa, cómo hacerlo o en qué se diferencia de orar… si no estamos dispuestos a abrir la boca, doblar las rodillas y levantar el alma.
Este es el llamado:
- Es tiempo de volver al altar.
- Es tiempo de enseñar a nuestros hijos a clamar.
- Es tiempo de levantar iglesias que no solo oren, sino que clamen con poder.
- Es tiempo de preparar nuestros corazones, porque los días que vienen demandarán voces firmes, rotas y llenas del Espíritu.
Jeremías 33:3 sigue en pie: “Clama a mí, y yo te responderé.”
Así que clama. Clama por tu familia. Clama por tu iglesia. Clama por su venida. Clama… porque tú y yo no fuimos llamados a callar.
© Sebastian Romero. Todos los derechos reservados.
Muchas gracias por esta enseñanza tan necesaria para mí vida. Me a edificado muchísimo y he aprendido. Dios le bendiga hno .