Dios escucha nuestras oraciones | Estudios Bíblicos
Estudios Bíblicos Lectura Principal: 1 Juan 5:14-15
Introducción
Hay momentos en los que una oración sale de nuestros labios… y cae al suelo como si nadie la hubiera escuchado. Uno ora con fe, con lágrimas, con urgencia, pero el cielo parece tan callado. Tan… lejos. Y es justo ahí, en ese silencio espeso, donde surge una de las preguntas más profundas que un creyente puede hacerse: ¿Escucha Dios nuestras oraciones?
Yo no sé tú, pero muchos hemos estado ahí. En esa lucha interna donde la fe nos dice que Dios escucha, pero las circunstancias gritan lo contrario. Nos preguntamos: ¿estará Dios ocupado? ¿Estaré pidiendo mal? ¿Habré hecho algo que bloqueó mi oración? Y la verdad… esas preguntas no son señal de debilidad, son señal de humanidad. Hasta el salmista clamó en el Salmo 102:1: “Jehová, escucha mi oración, y llegue a ti mi clamor.” Así que no estamos solos.
El apóstol Juan, quien conoció el corazón de Cristo más de cerca que muchos, nos dejó una promesa que no podemos ignorar. Está escrita en 1 Juan 5:14-15:
“Y esta es la confianza que tenemos en él, que si pedimos alguna cosa conforme a su voluntad, él nos oye. Y si sabemos que él nos oye en cualquiera cosa que pidamos, sabemos que tenemos las peticiones que le hayamos hecho.”
Ahí está. No como un tal vez. No como una posibilidad. Juan habla con seguridad. Con esa clase de certeza que nace de haber vivido con el Señor, de haberlo visto llorar, enseñar, orar, morir… y resucitar. Juan no nos está diciendo que toda oración será respondida como nosotros queremos. Nos está diciendo que cuando oramos conforme a Su voluntad, Dios escucha.
Ahora, la palabra griega para “oye” en este pasaje es ἀκούω (akouō) — y eso cambia mucho. Porque no significa solo que Él escucha con los oídos, sino que atiende con el corazón. Es escuchar con intención, con compasión, con respuesta. Según el léxico griego de blueletterbible.org, akouō implica acción. No es como cuando alguien te oye pero sigue con su celular. No. Cuando Dios escucha nuestras oraciones, Él se inclina. Él responde. Aunque a veces lo haga de maneras que no esperábamos.
Y eso es lo que este estudio quiere ayudarte a descubrir. Porque sí, hay razones por las que no vemos respuesta inmediata. Sí, hay momentos en que el silencio es parte de la respuesta. Pero también hay verdades que necesitamos abrazar con fuerza: Dios escucha, aunque no siempre responde como esperamos. Dios escucha, aunque tú no lo sientas. Dios escucha nuestras oraciones, no porque las palabras sean perfectas, sino porque Su amor es fiel.
No estás solo. No estás sola. Vamos a caminar juntos por estas verdades, y quizás al final, puedas decir con convicción: Sí… mi Señor sí escucha mi oración.
I. ¿Por qué Dios escucha nuestras oraciones?
Cuando hablamos de oración, muchas veces la vemos como un esfuerzo humano. Como si fuera una cuerda que lanzamos al cielo, esperando que Dios la tome. Pero la Biblia nos muestra otra cosa. La oración no nace solamente de nuestra necesidad. Nace del deseo de Dios de tener comunión con nosotros. Dios escucha nuestras oraciones porque Él mismo creó el camino para que pudiéramos hablar con Él.
No oramos para abrir una puerta que está cerrada. Oramos porque Cristo ya abrió esa puerta. Por eso, lo primero que debemos entender es que Dios no escucha porque nosotros somos buenos… sino porque Él es bueno.
Veamos esto con más claridad.
a. Dios nos escucha porque somos sus hijos
El apóstol Juan empieza este pasaje diciendo: “Y esta es la confianza que tenemos en Él…” ¿Quién tiene esa confianza? Sus hijos. No cualquier persona puede acercarse a Dios con la confianza de ser escuchado… pero el que ha creído en Jesucristo tiene acceso directo al Padre.
Juan ya lo había dicho antes en el mismo capítulo:
“El que tiene al Hijo, tiene la vida; el que no tiene al Hijo de Dios no tiene la vida.” (1 Juan 5:12)
O sea, cuando tú oras, no oras como un desconocido tocando la puerta de un rey. Oras como un hijo que entra a la casa de su Padre. Por eso el escritor de Hebreos nos dice que entremos “confiadamente al trono de la gracia” (Hebreos 4:16). Porque el trono ya no es de juicio para nosotros… es de gracia. ¡Y eso lo cambia todo!
Entonces, cuando sientas que el cielo está en silencio, recuerda esto: no oramos para ver si Dios nos acepta. Oramos porque ya fuimos aceptados por medio de Cristo.
b. Dios escucha porque Su voluntad es buena
Juan dice algo clave en el versículo 14: “si pedimos alguna cosa conforme a su voluntad, él nos oye.” Aquí muchos tropiezan. Pensamos que orar conforme a Su voluntad significa que no podemos pedir lo que sentimos. Pero no es así. Orar conforme a Su voluntad no significa reprimir lo que duele, sino rendirlo.
Mira, Jesús mismo oró así. En Getsemaní dijo: “Padre, si quieres, pasa de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya.” (Lucas 22:42). Él expresó su dolor… pero se rindió a la voluntad del Padre.
Y aquí hay algo importante. Dios escucha porque su voluntad es buena, perfecta, y agradable (Romanos 12:2). A veces creemos que Su voluntad es dura, distante, implacable. Pero no. La voluntad de Dios es el mejor lugar donde una oración puede descansar. Como quien pone una carta en las manos correctas y dice: “Haz tú lo mejor con esto.”
Orar conforme a Su voluntad no le quita poder a nuestra oración. Al contrario, la conecta con Su propósito eterno. Es ahí donde el Señor dice: “Sí, eso lo puse en tu corazón… y ahora quiero responderlo.”
c. Dios escucha por causa de Cristo
Aquí es donde todo se sostiene. Dios escucha nuestras oraciones no por lo fuerte que oramos, ni por lo largo que oramos, sino por quién intercede por nosotros. Jesús.
Pablo lo explica claramente:
“Porque hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre.” (1 Timoteo 2:5)
Él es nuestro Mediador. Nuestro Intercesor. El puente entre lo humano y lo divino. Cada vez que oramos, lo hacemos en Su nombre. Y ese nombre no es una fórmula mágica, sino una afirmación: “Padre, vengo por lo que Cristo hizo, no por lo que yo merezco.”
Como todos sabemos, en el Antiguo Testamento el sumo sacerdote era el único que podía entrar al Lugar Santísimo… y solo una vez al año. Pero ahora, por medio del sacrificio del Señor, tenemos acceso constante y eterno al Padre. Él está sentado a la diestra de Dios, y según Hebreos 7:25, “vive siempre para interceder por nosotros.”
¿Te das cuenta? Cuando tú hablas, Cristo presenta tu oración. Él la purifica. Él la entrega con amor. Por eso el Padre escucha. Porque escucha a Su Hijo.
Y esto nos lleva a la próxima gran pregunta que exploraremos: ¿Cómo escucha Dios nuestras oraciones? Porque si ya sabemos que Él sí nos escucha… necesitamos comprender de qué manera lo hace.
II. ¿Cómo escucha Dios nuestras oraciones?
Cuando pensamos en cómo Dios escucha nuestras oraciones, a veces lo imaginamos como un juez que revisa una lista, aprobando unas peticiones y rechazando otras. Pero esa imagen, aunque común, no refleja el corazón del Dios que se revela en la Escritura. Él no escucha con frialdad, ni por obligación. Él escucha con amor, con atención, y con intención redentora.
La manera en que Dios oye no es como la de nosotros. Nuestro oído se distrae, se cansa, se confunde. Pero el oído del Señor no está limitado ni por el tiempo ni por el espacio. Él escucha desde lo eterno, y responde desde Su sabiduría infinita.
a. Dios escucha con atención personal
La Biblia está llena de imágenes que revelan que Dios escucha con atención… con cercanía. El Salmo 34:15 nos lo deja claro:
“Los ojos de Jehová están sobre los justos, y atentos sus oídos al clamor de ellos.”
Eso no suena a indiferencia. Suena a un Padre que se inclina. Suena a un Rey que deja todo para oír la voz de Su hijo. No somos uno más entre millones. Somos personas individuales que Dios conoce por nombre. Cuando tú oras, no eres una voz más entre tantas. Eres una hija, un hijo… amado y esperado.
Y como decía mi abuelo —hombre sencillo pero sabio— “Dios tiene el oído más grande del mundo… y el corazón más tierno del cielo.”
Dios no solo escucha lo que dices. Escucha lo que no puedes decir. Escucha tus lágrimas. Tus suspiros. Hasta el gemido que nadie más comprende. Pablo escribió en Romanos 8:26 que “el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles.” Eso es atención. Eso es ternura divina.
b. Dios escucha en el contexto de Su plan eterno
Aquí es donde entra el misterio. Dios no solo escucha lo que pedimos. Él escucha dentro del marco de lo que ya sabe. Él escucha cada oración sabiendo cómo afectará el presente, el futuro, y hasta la eternidad.
A veces pedimos cosas buenas… pero que no están alineadas con Su tiempo. O que traerían consecuencias que no vemos. Como un niño que pide jugar con fuego, sin saber que puede quemarse. Dios no rechaza por crueldad, sino por sabiduría. Y sí, eso puede ser frustrante. Pero también es un descanso. Porque si Dios solo dijera que sí a todo lo que pedimos… estaríamos perdidos.
En Apocalipsis 8:3-4 encontramos una imagen poderosísima:
“Otro ángel vino entonces y se paró ante el altar, con un incensario de oro; y se le dio mucho incienso para añadirlo a las oraciones de todos los santos sobre el altar de oro que estaba delante del trono. Y de la mano del ángel subió a la presencia de Dios el humo del incienso con las oraciones de los santos.”
Esto es liturgia celestial. No fantasía. Es un retrato de lo que pasa cuando oramos: nuestras oraciones son parte del mover de Dios en el cielo. No se pierden. No se olvidan. Suben. Se mezclan con el incienso. Se presentan. Se reciben. ¡Imagina eso! Cada vez que oras, algo sucede allá arriba… aunque aquí abajo no veas nada todavía.
c. Dios escucha para responder conforme a Su gloria
Esta es quizás la parte más difícil de aceptar, pero también la más gloriosa: Dios responde las oraciones de forma que Su nombre sea exaltado. No para complacernos. No para validarnos. Sino para que Su gloria sea vista.
En Juan 11, cuando Jesús recibe la noticia de la muerte de Lázaro, no corre de inmediato. Espera. Y dice algo que parece… extraño:
“Esta enfermedad no es para muerte, sino para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella.” (vers. 4)
¿Ves? La oración de Marta y María no fue ignorada. Fue respondida… a Su manera. En Su tiempo. Para Su gloria.
Y eso nos enseña algo: nuestras oraciones no solo mueven el cielo… también revelan el carácter de Dios. Él escucha, sí. Pero responde como solo Él sabe hacerlo: de tal manera que al final, no digamos “¡Qué suerte!” sino “¡Qué grande es nuestro Dios!”
Cuando entiendes esto, ya no oras esperando que las cosas se hagan a tu modo. Oras pidiendo que, sea lo que sea, Su nombre sea glorificado. Y ahí… ahí es donde empieza la verdadera paz.
Entonces, si Dios escucha con tanta atención, sabiduría y propósito… ¿qué significa eso para nuestras vidas aquí y ahora? ¿Qué efecto tiene sobre nuestro caminar diario saber que Dios escucha nuestras oraciones?
Eso es lo que veremos III. ¿Qué dice Dios acerca de escuchar nuestras oraciones?
Es una cosa que tú o yo digamos que Dios escucha. Pero es otra cosa completamente diferente cuando Dios mismo lo dice. No lo escuchamos por rumores ni por esperanza ciega. Lo escuchamos de Su boca, lo leemos en Su Palabra, lo vemos reflejado en Su trato con Su pueblo a lo largo de toda la historia bíblica.
Y lo impresionante —lo que todavía me conmueve cada vez que leo las Escrituras— es que Dios no solo promete escuchar, sino que lo hace con deleite. No escucha como quien soporta. Escucha como quien se goza. Como quien ha esperado ese momento contigo.
En esta sección, vamos a ver tres verdades que Dios declara acerca de Su disposición a oír nuestras oraciones. No ideas humanas. Declaraciones divinas.
a. Dios promete escuchar al humilde y al justo
Dios ha dejado claro que Su oído no es indiferente. Pero también ha dejado claro que Su oído es sensible… al corazón. No escucha por el volumen de la voz, sino por la disposición del alma. En Isaías 66:2 Él dice:
“…pero miraré a aquel que es pobre y humilde de espíritu, y que tiembla a mi palabra.” (Isaías 66:2)
Esto no significa que tengas que estar en miseria física o emocional para que Dios te escuche. Significa que el corazón quebrantado tiene un acceso especial al oído de Dios. No es arrogancia lo que abre la puerta… es la humildad.
El rey David lo entendía bien. Por eso escribió:
“Cercano está Jehová a los quebrantados de corazón; y salva a los contritos de espíritu.” (Salmo 34:18)
Y también:
“Clamé al Señor con mi voz, y él me oyó desde su monte santo.” (Salmo 3:4)
En estos pasajes, Dios no solo escucha… se acerca. Se inclina. ¿No es eso hermoso? Dios escucha nuestras oraciones cuando vienen de corazones sinceros, quebrantados, que confían en Su misericordia más que en su propio mérito.
b. Dios rechaza la oración del impío… pero se deleita en la del justo
Este es un tema delicado, pero no podemos ignorarlo. Dios no es un buzón de quejas que recibe cualquier cosa en cualquier condición. La Biblia lo deja claro en Proverbios 15:8:
“El sacrificio de los impíos es abominación a Jehová; mas la oración de los rectos es su gozo.”
No se trata de que Dios desprecie a la persona que no le conoce. Pero hay una diferencia entre orar desde una vida entregada a Dios y orar desde una vida que lo rechaza. La oración no es solo palabras… es comunión. Es relación. Es rendición.
Por eso Pedro escribió a los creyentes:
“Porque los ojos del Señor están sobre los justos, y sus oídos atentos a sus oraciones; pero el rostro del Señor está contra aquellos que hacen el mal.” (1 Pedro 3:12)
Esto puede parecer duro… pero es una invitación a la santidad. No a la perfección, sino a la sinceridad. Cuando caminamos con Dios, la oración se convierte en una conversación de hijos con su Padre. Pero cuando andamos en rebeldía consciente, esa conversación se bloquea. ¿Y cómo se restaura? Arrepintiéndose. Volviendo. Pidiendo perdón. Y ahí… el oído de Dios se abre de nuevo.
c. Dios escucha para responder con fidelidad… y no siempre con sí
Aquí es donde muchos tropiezan. Pensamos que si Dios escucha, debe decir que sí. Pero el hecho de que Dios escucha nuestras oraciones no significa que todas nuestras peticiones sean respondidas como queremos. Dios escucha… pero responde con fidelidad. A veces eso significa un “sí”. A veces un “espera”. A veces un “no”.
Y todo eso, si viene de Él, sigue siendo bueno.
Mira lo que dice Jeremías 33:3:
“Clama a mí, y yo te responderé, y te enseñaré cosas grandes y ocultas que tú no conoces.”
¿Ves? La promesa no es solo que Dios responderá… sino que nos enseñará cosas que no entendíamos. A veces oramos por algo específico… y Dios responde con una lección más grande. Más profunda. Más transformadora.
Y, otra vez, esto no lo digo yo. Dios mismo lo dice. Él declara que su Palabra no vuelve vacía (Isaías 55:11), que sus pensamientos son más altos que los nuestros (Isaías 55:9), y que sus planes son de paz y no de mal (Jeremías 29:11).
Entonces… ¿qué dice Dios acerca de escuchar nuestras oraciones? Que sí lo hace. Que lo hace con amor, con intención, con fidelidad. Y que el hecho de que Él escuche debería cambiar no solo cómo oramos, sino cómo vivimos.
Ya sabemos que Dios escucha, cómo lo hace, y por qué lo hace. Pero quizás nos quede una pregunta más: ¿Dónde dice la Biblia directamente: “Señor, escucha nuestra oración”? ¿Cómo podemos usar esas oraciones bíblicas como guía para nuestra vida?
Conclusión
Después de todo lo que hemos visto, una cosa queda clara: Dios escucha nuestras oraciones. No porque seamos elocuentes. No porque sepamos usar las palabras correctas. Y definitivamente no porque lo merezcamos. Él escucha porque es nuestro Padre. Escucha porque Cristo intercede por nosotros. Escucha porque Su amor es más fuerte que nuestro silencio, nuestra duda o nuestro pecado.
Y eso… eso debería cambiarlo todo.
Cuando abrimos la Biblia, vemos esta súplica aparecer una y otra vez: “Señor, escucha nuestra oración.” Esta no es solo una frase poética. Es un clamor real. Un grito del alma. Un reconocimiento de que sin Su oído, no tenemos esperanza… pero con Su atención, todo es posible.
Uno de los lugares más impactantes donde aparece esta petición es en Daniel 9:17-19, donde el profeta, quebrantado por el pecado de su pueblo, clama así:
“Ahora pues, Dios nuestro, oye la oración de tu siervo… Haz que tu rostro resplandezca… Inclina, oh Dios mío, tu oído, y oye… Perdona, Señor. Atiende, Señor. Hazlo, no tardes, por amor de ti mismo…”
Lee eso otra vez… lento. Daniel no ora desde la seguridad. Ora desde la ruina. Desde la vergüenza. Pero aún ahí, clama con esperanza: Señor, escucha nuestra oración.
Y el Dios que escuchó a Daniel… es el mismo que escucha hoy.
Ahora bien, ¿qué hacemos con todo esto? ¿Cómo respondemos al saber que Dios escucha nuestras oraciones?
Primero, ya no oramos como quien lanza palabras al viento. Oramos como hijos que saben que su Padre los atiende. No para manipular a Dios. No para imponerle nuestras ideas. Oramos para alinearnos. Para conocer Su voluntad. Para participar en lo que Él ya está haciendo.
Segundo, oramos con humildad. No hay lugar para el orgullo en la oración verdadera. Porque cuando uno se acerca al trono de Dios, se da cuenta rápido de cuán poco entiende… y cuán mucho necesita Su gracia.
Y tercero, oramos con persistencia. Porque aunque el “sí” tarde, aunque el silencio parezca eterno, aunque la respuesta no llegue como esperábamos… sabemos que Él oye. Y eso basta.
Jesús mismo nos enseñó en Lucas 18 la parábola de la viuda insistente. Y dijo que Dios hará justicia a sus escogidos que claman a Él día y noche. Y añadió algo que todavía me sacude:
“Pero cuando venga el Hijo del Hombre, ¿hallará fe en la tierra?” (vers. 8)
Ese es el reto. No solo orar… sino seguir orando. No solo creer que Dios escucha… sino vivir como quien lo cree.
Porque, al final, esto no es solo una doctrina. Es una realidad que nos sostiene. Una verdad que cambia cómo hablamos, cómo pensamos, cómo esperamos.
Dios escucha nuestras oraciones.
Y si Él escucha… entonces orar no es perder el tiempo. Es invertirlo en lo eterno.
Es hablar con Aquel que no solo oye, sino que responde… a Su manera, en Su tiempo, y para Su gloria.
Así que, ¿qué esperas para hablar con Él?
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