La desobediencia a Dios

Jose R. Hernandez

La desobediencia a Dios

La desobediencia a Dios

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La desobediencia a Dios – El rey Acab | Estudios Bíblicos

Estudios Bíblicos Lectura Bíblica Principal: 1 Reyes 16:29-33

Introducción

La desobediencia a Dios no es un concepto abstracto ni una simple categoría moral. Es una realidad que atraviesa la historia de la humanidad desde el Edén hasta nuestros días. Y cuando miramos a través de las páginas del Antiguo Testamento, uno de los ejemplos más oscuros y reveladores de este patrón es la vida del rey Acab, cuya historia es mucho más que una narración de eventos políticos. Es una advertencia espiritual, una imagen profética y, sorprendentemente, una sombra que apunta a necesidades escatológicas y cristológicas que aún hoy nos interpelan.

El texto base de este estudio, 1 Reyes 16:29-33, nos introduce a un rey que no solo hizo lo malo ante los ojos de Dios, sino que lo llevó a un nuevo nivel de perversión espiritual. La Escritura lo dice sin rodeos:

“Y Acab hijo de Omri comenzó a reinar sobre Israel… e hizo lo malo ante los ojos de Jehová, más que todos los que reinaron antes de él… porque le fue ligera cosa andar en los pecados de Jeroboam hijo de Nabat, y tomó por mujer a Jezabel… y fue y sirvió a Baal, y lo adoró.”

Desde esa introducción, el relato de Acab se convierte en una sucesión de actos que deshonran el nombre de Dios: idolatría sistemática, abuso de poder, persecución de los profetas, injusticia social, y una arrogancia que lo llevó a ignorar repetidas advertencias del cielo. Pero más allá de sus errores, su historia sirve como espejo. Porque, si somos honestos, en más de una ocasión nos parecemos más a Acab de lo que quisiéramos admitir.

¿Quién era realmente este rey que se enfrentó al profeta Elías, permitió la muerte de un inocente por codicia, y provocó la ira del Señor más que todos los reyes anteriores? ¿Qué representa Acab para nosotros hoy, en una cultura donde el rechazo a la autoridad divina es cada vez más celebrado? Y, quizás aún más importante, ¿cómo encaja su historia dentro del gran plan redentor de Dios?

En este estudio, nos proponemos responder esas preguntas a la luz de la Palabra de Dios. Examinaremos no solo los hechos históricos y proféticos que marcaron la vida de Acab, sino también las dimensiones espirituales más profundas que emergen de su historia. Su confrontación con Elías, su relación con Jezabel, el incidente de la viña de Nabot, y su trágico final, no solo fueron eventos locales en Israel, sino ecos de una lucha más grande: la guerra entre la obediencia y la rebelión, entre la verdad y la idolatría, entre el Reino de Dios y los sistemas del mundo.

Y aquí es donde el enfoque escatológico cobra sentido. Porque la historia de Acab no terminó con su muerte. De alguna manera, su espíritu —el espíritu de idolatría, de manipulación, de falsa religión— sigue operando en nuestro tiempo, intentando influenciar gobiernos, contaminar iglesias y seducir a los corazones tibios. Apocalipsis menciona a “Jezabel” en la iglesia de Tiatira (Apocalipsis 2:20), mostrando que los patrones espirituales de los días de Acab siguen vivos en los últimos tiempos.

Cristológicamente, la historia de Acab también nos lleva a contemplar al verdadero Rey, al que no buscó viñas ajenas sino que dio Su vida por una humanidad infiel. Donde Acab fue débil, injusto e idólatra, Cristo fue obediente, justo y completamente fiel. Y es a la luz de ese contraste que entenderemos con mayor claridad por qué la historia de Acab no es simplemente la de un rey caído… sino la de un corazón humano rebelde que solo puede ser redimido por el verdadero Rey de reyes.

Así que te invito a sumergirte con reverencia y atención. No estamos aquí solo para estudiar historia antigua, sino para escuchar la voz del Espíritu que aún habla a través de estas páginas. Porque si algo nos enseña la vida de Acab, es que la desobediencia a Dios siempre tiene consecuencias… pero también hay gracia para los que se arrepienten y vuelven a Él.

I. El reinado de Acab: la desobediencia elevada al poder

La historia del rey Acab comienza con una descripción contundente: “hizo lo malo ante los ojos de Jehová, más que todos los que reinaron antes de él” (vers. 30). Esta afirmación no es ligera. No se trata solo de una vida personal corrompida, sino del ascenso de un liderazgo nacional completamente opuesto a Dios. Acab no solo desobedeció, institucionalizó la desobediencia. No solo cayó en idolatría, sino que la promovió activamente como política de Estado.

En tiempos donde la obediencia a Dios debía guiar al pueblo, Acab rompió todos los límites establecidos. Y lo hizo, no con ignorancia, sino con plena conciencia de su rebeldía. Para comprender la magnitud de su pecado, necesitamos examinar tres aspectos fundamentales de su reinado: su relación con Jeroboam, su alianza con Jezabel y su adoración a Baal.

a. El legado del pecado: caminando en los pasos de Jeroboam

Antes de Acab, Jeroboam había abierto la puerta a una forma distorsionada de adoración. Aunque no abandonó del todo el nombre de Jehová, introdujo un sistema idolátrico paralelo con becerros de oro en Dan y Bet-el (1 Reyes 12:28-30). Fue una mezcla peligrosa de lo divino con lo pagano… algo que Dios detestó profundamente.

Pero Acab no solo siguió esos pasos: los consideró “ligeros” en comparación con lo que él mismo haría (vers. 31). Es decir, el pecado de sus antecesores se convirtió en su punto de partida para ir aún más lejos. Aquí vemos una realidad espiritual aterradora: la desobediencia tolerada en una generación puede convertirse en la norma de la siguiente.

¿No estamos viendo lo mismo hoy? Prácticas que una generación consideraba impensables ahora se celebran públicamente. La idolatría moderna ya no tiene forma de estatuas, pero sí de ideologías que exaltan al hombre sobre Dios, de placeres normalizados que esclavizan el alma, y de sistemas que desplazan a Dios del centro de nuestras vidas. ¿De qué les estoy hablando?

Hermanos, la idolatría actual incluye el culto al dinero, el poder, el placer, la apariencia física, el entretenimiento, las relaciones, el éxito personal, e incluso el yo. Cuando cualquiera de estas cosas toma el lugar que solo le corresponde a Dios en nuestro corazón, estamos ante un ídolo moderno.

Esto se vuelve aún más peligroso cuando esas formas de idolatría penetran en la iglesia. Cuando el púlpito predica éxito más que santidad, autoestima más que arrepentimiento, prosperidad más que fidelidad, estamos cayendo en la misma trampa que arrastró a Israel. Se predica un evangelio sin cruz, una gracia sin transformación, una fe sin obediencia. Y todo esto, aunque suene moderno, es el mismo veneno antiguo con un nuevo empaque.

b. Jezabel: la alianza con el espíritu de idolatría

El segundo gran error de Acab fue casarse con Jezabel, hija de Et-baal, rey de los sidonios. Esta unión no fue solo política; fue espiritual. Jezabel no solo era extranjera, sino que era sacerdotisa de Baal, y trajo consigo una influencia directa de idolatría y perversión espiritual. Fue ella quien introdujo el culto oficial a Baal en Israel (verss. 31-33).

Pero Acab no se opuso. Al contrario, construyó un templo para Baal en Samaria y erigió una imagen de Asera. En lugar de liderar al pueblo en adoración al Dios verdadero, se convirtió en el promotor principal de una religión falsa que desvió el corazón de la nación.

Aquí vemos cómo la desobediencia a Dios se transforma en rebelión estructurada. Ya no es un acto personal, sino un sistema corrupto que seduce, esclaviza y destruye. Jezabel no era solo una mujer poderosa; era el rostro visible de un espíritu que sigue operando hoy: el espíritu de manipulación, de seducción espiritual y de falsa religión.

Apocalipsis 2:20 nos habla de esta realidad: “toleras a esa mujer Jezabel, que se dice profetisa, enseña y seduce a mis siervos…”. El espíritu de Jezabel sigue presente en la iglesia del último tiempo, y la historia de Acab nos da una ventana profética para discernirlo y resistirlo.

El comentario de Matthew Henry sobre 1 Reyes 21 destaca esta corrupción moral y espiritual al decir:

“Ahab sets his eye and heart on this vineyard… nothing will please him unless he have an absolute property in it, he and his heirs for ever.”

Traducción:

“Acab fija su vista y su corazón en esa viña… nada lo complacerá a menos que la posea absolutamente, él y sus herederos para siempre.”

Este deseo codicioso no es diferente al deseo moderno de controlar, poseer y consumir sin límites, incluso a expensas de la verdad, la justicia o la santidad.

c. La institucionalización de la idolatría: provocando la ira de Dios

El texto bíblico es contundente: Acab “provocó a ira a Jehová Dios de Israel, más que todos los reyes de Israel que habían sido antes de él” (vers. 33). No solo permitió la idolatría; la institucionalizó. Y al hacerlo, colocó a todo el reino bajo juicio divino.

Cada vez que se eleva un sistema contrario a Dios y se lo impone como norma, la misericordia divina da paso al juicio profético. Es en este contexto que aparece Elías, como voz de confrontación. Pero antes de analizar la figura del profeta, debemos entender algo más: Acab no estaba en tinieblas porque le faltara revelación, sino porque despreció la revelación que ya tenía.

Esto tiene profundas implicaciones litúrgicas y escatológicas. Litúrgicamente, nos recuerda que cuando la adoración es desviada, todo lo demás se desordena. Escatológicamente, anticipa el juicio que vendrá sobre todo sistema que levante su trono contra Dios. El espíritu de Acab será finalmente derrotado cuando Cristo regrese a reinar con vara de hierro y pureza de juicio.

La pregunta es: ¿estamos permitiendo hoy que ese mismo espíritu opere en nuestras vidas, familias o congregaciones? Porque si es así, el mismo juicio que cayó sobre Acab será el que enfrentemos nosotros si no hay arrepentimiento.

Y es aquí donde entramos al terreno profético. Porque frente a la corrupción de Acab, Dios no se quedó en silencio. Levantó una voz. Y esa voz se llamó Elías. En la siguiente sección, analizaremos cómo la figura de este profeta marcó un antes y un después en la historia espiritual de Israel… y cómo su mensaje sigue siendo relevante hoy más que nunca.

II. Elías: la voz profética frente a la desobediencia institucionalizada

En un tiempo cuando la desobediencia a Dios había alcanzado niveles alarmantes y el pecado se había entronizado en el corazón del liderazgo de Israel, el Señor no permaneció en silencio. La rebelión de Acab y la idolatría sistemática que Jezabel implantó no solo corrompieron la adoración, sino que establecieron un régimen que se oponía activamente al verdadero Dios. Fue en ese contexto que Dios levantó a Elías, una voz profética ungida para confrontar la corrupción moral, espiritual y nacional de su tiempo.

Elías surge en escena de forma abrupta, como un relámpago que rompe la oscuridad. Su irrupción en 1 Reyes 17:1 no es casual: es una irrupción divina contra la desobediencia institucionalizada. No hay presentación, linaje o antecedentes. Solo la autoridad de Dios respaldando su palabra: “Vive Jehová Dios de Israel, en cuya presencia estoy, que no habrá lluvia ni rocío en estos años, sino por mi palabra.”

Esa frase era mucho más que un castigo natural. Era una confrontación teológica: Baal era considerado el dios de la lluvia y la fertilidad. Al cerrar los cielos, Elías estaba declarando que el único que controla los elementos es Jehová. Y con esa palabra profética comienza una serie de actos que restaurarían la adoración verdadera, pero también expondrían el costo de ser fiel en medio de un sistema rebelde.

a. Un hombre común con un mensaje divino y una misión eterna

Elías no era un sacerdote, ni un escriba, ni un rey. Era, como dice Santiago 5:17, “un hombre sujeto a pasiones semejantes a las nuestras.” Y sin embargo, Dios lo usó como su voz en un tiempo donde la verdad escaseaba. Aquí hay un principio eterno: Dios no llama a los más populares, sino a los más obedientes. No busca elocuencia humana, sino corazones rendidos.

Esto tiene una implicación directa para nosotros: la desobediencia a Dios no solo es un problema del mundo, sino también una prueba para los fieles. Porque cuando todo a tu alrededor promueve el pecado, se necesita valentía para hablar lo que nadie quiere oír. Y Elías lo hizo. No por valentía personal, sino por convicción espiritual.

Y es que cada generación necesita un Elías. No necesariamente con un manto físico, pero sí con la misma unción, con la misma autoridad y con el mismo mensaje: “Arrepentíos, y volveos a Dios.” En este sentido, Elías es un tipo de Juan el Bautista (Mateo 11:14) y una figura del espíritu profético que precede el regreso del Mesías (Malaquías 4:5-6).

Hoy, más que nunca, necesitamos esa clase de influencia. No influencers de redes sociales, sino influenciadores espirituales — creyentes que vivan y hablen con el peso de la verdad, aunque eso les cueste su comodidad o reputación.

b. Carmelo: el altar de la decisión y la restauración del culto verdadero

En 1 Reyes 18, Elías convoca al pueblo y a los profetas de Baal al monte Carmelo. Pero esta no es solo una competencia de poder espiritual. Es un acto litúrgico y profético, una llamada pública a definir quién es el Dios verdadero.

Elías comienza con una pregunta que todavía retumba en el corazón del creyente moderno: “¿Hasta cuándo claudicaréis entre dos pensamientos?” (1 Reyes 18:21). En otras palabras, ¿hasta cuándo tolerarán una religión mezclada con idolatría? ¿Hasta cuándo dirán que aman a Dios, pero servirán a Baal en secreto?

Ese mismo clamor resuena hoy. La iglesia de hoy no está exenta de la trampa de la idolatría. Cuando el entretenimiento reemplaza la adoración, cuando la autoayuda reemplaza el Evangelio, cuando el éxito ministerial se mide por números en lugar de santidad, estamos construyendo altares a Baal en nombre del Señor.

En el monte Carmelo, Elías reconstruyó el altar del Señor, símbolo de la adoración restaurada. El fuego descendió no por la espectacularidad del acto, sino porque el sacrificio fue presentado con fe, obediencia y verdad. Aquí se rompe el ciclo de la desobediencia a Dios: cuando se levanta el altar, se invoca Su nombre y se abandona el sincretismo.

Elías no fue tolerante con la idolatría. Fue directo. Fue exclusivo. “Jehová es Dios”. Y esa declaración sigue vigente. No hay espacio para mezcla. El Evangelio no admite aditivos. No se puede servir a dos señores. O es Dios, o es el sistema del mundo. El altar de Carmelo nos confronta con una elección que todos debemos hacer.

c. Del Carmelo al Horeb: la debilidad de los fieles y la fidelidad de Dios

Elías, luego de su victoria gloriosa, huye ante las amenazas de Jezabel. En 1 Reyes 19:4 lo encontramos bajo un enebro, pidiendo morir. Esta imagen es profundamente reveladora. El profeta que desafió a reyes y enfrentó a cientos de falsos profetas ahora se siente solo, agotado, y sin propósito.

Esto nos recuerda que la desobediencia a Dios no solo provoca juicio sobre el pueblo, sino que también agota a los siervos fieles. Muchos pastores, líderes y creyentes consagrados se encuentran hoy en el mismo lugar emocional y espiritual: cansados, desanimados, sintiéndose solos en medio del caos.

Pero allí, en medio del quebranto, Dios no lo reprende. Lo alimenta. Le da descanso. Le habla. Y lo más hermoso: le revela que no está solo. Que hay 7,000 más que no han doblado la rodilla ante Baal. Esa revelación cambia todo.

Este momento tiene una profunda dimensión escatológica. Elías representa a los fieles perseguidos en tiempos finales, a los que claman por justicia en medio de una cultura corrupta. Y representa también la necesidad urgente de escuchar la voz apacible del Espíritu en medio del ruido del sistema. Dios no solo actúa en los milagros espectaculares. También se mueve en el silencio de una oración sincera.

Cristológicamente, vemos una sombra del Getsemaní. Cristo también clamó solo. También sintió el peso de la misión. También fue rechazado. Pero Él no fue simplemente consolado, Él fue el sacrificio que Elías representaba simbólicamente. Él no solo desafió a los profetas de Baal; Él derrotó a todo principado y potestad en la cruz.

Al final, Elías es restaurado y enviado de nuevo. Su historia no termina en la cueva, sino en una comisión renovada. Y más aún: es uno de los pocos en la historia que fue llevado al cielo sin ver muerte (2 Reyes 2:11). Su vida no es una historia de fracaso, sino de redención, perseverancia y gloria.

Y ahora, esa misma pregunta nos persigue: ¿seremos nosotros fieles en medio de la idolatría generalizada? ¿Seremos portadores de la Palabra en una época de tibieza, confusión y desobediencia a Dios? Porque, como en los días de Acab, la iglesia no ha sido llamada a adaptarse, sino a resistir y a brillar.

III. El juicio profético: la cosecha de la desobediencia a Dios

Después de años de idolatría institucionalizada y desobediencia a Dios, la justicia divina no tardó en manifestarse. Dios había enviado advertencias. Había levantado profetas. Había mostrado Su poder. Pero Acab persistió en su mal camino, influenciado por Jezabel y por su propio corazón endurecido. Y como enseña Gálatas 6:7: “Todo lo que el hombre sembrare, eso también segará.”

La vida de Acab nos muestra una verdad que a veces se ignora: Dios es paciente, pero Su juicio es inevitable si no hay arrepentimiento verdadero. El Señor no se complace en la muerte del impío (Ezequiel 33:11), pero tampoco pasará por alto la rebelión perpetua. En esta sección exploraremos cómo el juicio de Dios se manifestó sobre Acab, y qué lecciones eternas nos deja este desenlace.

a. La viña de Nabot: cuando la codicia se disfraza de autoridad

Uno de los episodios más reveladores de la maldad de Acab se encuentra en 1 Reyes 21. Nabot, un hombre justo, se niega a vender su viña al rey porque, conforme a la ley de Moisés, la heredad no debía ser transferida permanentemente fuera de la familia (Levítico 25:23). La negativa de Nabot no era rebeldía, era fidelidad.

Pero Acab, en lugar de respetar la ley de Dios, se entristece como un niño caprichoso. Jezabel, al ver su tristeza, toma el asunto en sus manos. Falsifica cartas, organiza falsos testigos y hace que Nabot sea apedreado. Todo para que Acab tenga lo que desea.

Este evento revela cómo la desobediencia a Dios puede degenerar en tiranía y asesinato cuando no se le pone freno. Acab había cedido su autoridad espiritual a una influencia perversa. Y en lugar de proteger al justo, lo destruyó. Esta injusticia fue tan grande que provocó una respuesta inmediata del cielo: Dios envía a Elías con una palabra profética que marcaría el destino del rey.

Elías declara: “¿No mataste, y también has despojado? (…) En el mismo lugar donde lamieron los perros la sangre de Nabot, los perros lamerán también tu sangre” (1 Reyes 21:19). Es un juicio directo, claro, y proporcional. Lo que Acab sembró, lo cosecharía.

Y esta palabra se cumple años después, cuando Acab muere en la batalla y su sangre es lavada en el mismo lugar donde murió Nabot (1 Reyes 22:38). ¿No es esto una lección vívida de que Dios no puede ser burlado? El juicio no vino de inmediato, pero fue certero y justo.

b. El arrepentimiento superficial: entre la emoción y la transformación

Después de escuchar la sentencia, Acab rasga sus vestidos, ayuna y se humilla (1 Reyes 21:27). Y sorprendentemente, Dios responde a ese gesto diciendo: “¿No has visto cómo Acab se ha humillado delante de mí?” (vers. 29). Entonces pospone el juicio para los días de su hijo.

Aquí vemos una de las verdades más difíciles de comprender: Dios es tan misericordioso que incluso el más perverso puede recibir una medida de gracia si se humilla. Pero, ¿fue ese arrepentimiento auténtico? La evidencia sugiere que fue temporal, emocional… y no transformador.

Acab no abandonó su alianza con Jezabel. No deshizo las obras de idolatría que había promovido. No restituyó lo robado. Su corazón no fue renovado. Solo respondió ante el miedo al castigo.

Y aquí yace una advertencia para nosotros: no todo llanto es arrepentimiento. No toda emoción es conversión. La desobediencia a Dios no se remedia con remordimiento ocasional, sino con una vida rendida. Muchos confunden la tristeza por las consecuencias con el deseo de cambiar el corazón. Pero Dios no se deja impresionar por gestos vacíos. Él busca verdad en lo íntimo (Salmo 51:6).

c. El legado de la desobediencia: cuando el pecado se hereda

El juicio sobre Acab no terminó con su muerte. Elías había profetizado que su descendencia sería cortada, y que los perros devorarían el cuerpo de Jezabel (1 Reyes 21:21-23). Años después, cuando Jehú fue ungido como rey, ejecutó esa palabra. Jezabel fue arrojada desde una ventana, y los perros comieron su carne (2 Reyes 9:35-37).

Sus hijos también fueron muertos, y la casa de Acab fue completamente destruida (2 Reyes 10:1-11). El pecado que comenzó con idolatría personal y terminó en desobediencia política, litúrgica y social, tuvo consecuencias generacionales.

Escatológicamente, esto nos apunta a un principio divino: el juicio puede tardar, pero nunca falla. Y proféticamente, es una advertencia para todo sistema religioso o político que se levante contra Dios. Apocalipsis 2:20-23, al referirse al espíritu de Jezabel, dice: “He aquí, yo la arrojo en cama, y en gran tribulación a los que con ella adulteran (…) Y a sus hijos heriré de muerte.”

Es el mismo patrón. Cuando se tolera el pecado, cuando se permite la mezcla, y cuando no hay arrepentimiento, el juicio no se detiene. La desobediencia a Dios no es un asunto privado: tiene consecuencias eternas, familiares y nacionales.

Cristológicamente, esta narrativa también apunta hacia el reinado de Jesucristo. Donde Acab fracasó como rey, Cristo triunfa. Donde Jezabel corrompió al pueblo, el Espíritu de Cristo santifica a Su iglesia. Y donde la idolatría trajo muerte, la fidelidad del Cordero trae vida eterna.

Conclusión

Un llamado urgente a regresar a la fidelidad

A lo largo de este estudio bíblico, hemos visto cómo la vida del rey Acab fue marcada por la desobediencia a Dios, la idolatría sin freno y la sumisión a una influencia perversa. Su historia no es un simple episodio antiguo; es una advertencia viva para cada generación que se atreve a comprometer la verdad por conveniencia, poder o temor.

Acab no cayó de un día para otro. Su declive fue progresivo: comenzó tolerando, luego promovió, y finalmente legitimó la idolatría como parte del sistema religioso y político de su tiempo. Pero Dios, que no cambia, no dejó su pecado sin confrontación. Levantó a Elías —no con espada ni ejército—, sino con la palabra viva del cielo, que trajo juicio, corrección y esperanza a un pueblo extraviado.

Y hoy, en medio de una cultura que ha hecho de la idolatría moderna su norma, y de la desobediencia a Dios un estilo de vida, el mensaje no ha cambiado. Sigue habiendo una voz profética que clama: “¡Jehová es Dios!” Elías desafió al pueblo a dejar de claudicar entre dos pensamientos. Nosotros, ¿qué responderemos?

Porque no basta con condenar a Acab desde lejos. La pregunta urgente es: ¿Estamos siguiendo el mismo patrón? ¿Estamos tolerando pequeñas concesiones que eventualmente nos llevarán al colapso espiritual? ¿Estamos permitiendo que la cultura nos dicte cómo vivir, qué adorar y a quién seguir?

La idolatría de nuestro tiempo no siempre se manifiesta en estatuas. A menudo se disfraza de ideologías humanistas, entretenimiento desenfrenado, amor por el dinero, culto al yo y relativismo moral. Pero el resultado es el mismo: Dios es desplazado del centro, y el alma se marchita.

Este estudio no ha sido un ejercicio académico. Ha sido una confrontación santa con la verdad de la Palabra. Y ahora, nos queda responder. El altar ha sido reconstruido. El fuego ha descendido. La voz del Señor ha hablado. ¿Volveremos nuestro corazón a Él?

Que no sigamos el camino de Acab. Que no heredemos su juicio. Que no nos convirtamos en un testimonio de lo que ocurre cuando se desprecia la gracia de Dios. Al contrario, sigamos el ejemplo de aquellos que, como Elías, se mantuvieron firmes en la verdad, aunque fueran pocos, aunque fueran perseguidos, aunque no fueran populares.

Porque al final, la historia no termina con Acab. Termina con Cristo. Él es el Rey que nunca pecó, el que resistió toda tentación, el que purificará a su iglesia y reinará con justicia eterna. En Él tenemos esperanza, perdón y poder para vencer la idolatría. Solo en Él hay redención para los que se arrepienten.

Así que hoy es el día. Es tiempo de volver al Señor. Es tiempo de reconstruir los altares caídos. Es tiempo de vivir como Elías, y no como Acab.

Oración Final: Señor, vuelve a encender nuestro altar

Padre celestial,

Hoy nos presentamos ante Ti con el corazón humillado, reconociendo que en muchos momentos hemos sido como Acab: complacientes con el pecado, lentos para obedecer y rápidos para negociar con la idolatría. Te pedimos perdón, Señor. Perdónanos por las veces que hemos tolerado lo que Tu Palabra condena. Perdónanos por callar cuando debimos hablar, por ceder cuando debimos resistir, por claudicar entre dos pensamientos cuando debimos declarar que solo Tú eres Dios.

Hoy, al concluir este estudio, no queremos simplemente haber aprendido. Queremos ser transformados. Queremos ser como Elías, fieles en medio de una generación infiel. Queremos levantar altares de obediencia, no monumentos a nuestro ego. Queremos ser voz profética en un mundo que ha institucionalizado la desobediencia a Ti.

Señor, derriba todo altar de idolatría que hay en nuestro corazón. Si hemos puesto nuestras carreras, deseos, placeres o miedos en el lugar que solo a Ti te pertenece, hoy los rendimos ante Ti. Danos discernimiento para reconocer todo lo que nos aleja de Tu verdad, y fortaleza para abandonarlo sin mirar atrás.

Sopla, Espíritu Santo, sobre Tu iglesia. Renueva nuestras convicciones. Despierta a los dormidos. Santifica a los tibios. Y levanta un pueblo que no tenga temor de predicar la verdad, de vivir en santidad, de brillar en medio de la oscuridad. Que seamos fieles, no famosos. Consagrados, no complacientes. Que seamos Tu pueblo, marcado por Tu gloria.

Jesús, Tú eres el Rey justo, el único digno de adoración. En Ti está nuestra esperanza, nuestro perdón, y nuestra fuerza. Ayúdanos a vivir cada día con la cruz delante y el mundo atrás. Que el legado de Acab no se repita en nosotros. Que en nuestras vidas y familias solo se escuche una voz: “¡Jehová es Dios!”

Te lo pedimos con temor reverente, con gratitud profunda, y con un corazón dispuesto a obedecer.

En el nombre glorioso de nuestro Señor y Salvador Jesucristo,

Amén.

© José R. Hernández. Todos los derechos reservados.

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Jose R. Hernandez
Autor

Jose R. Hernandez

Pastor jubilado de la iglesia El Nuevo Pacto. José R. Hernández; educación cristiana: Maestría en Teología. El Pastor Hernández y su esposa nacieron en Cuba, y son ciudadanos de los Estados Unidos de América.

2 comentarios en «La desobediencia a Dios»

  1. Un estudio que a confrontado mi vida a examinarme y derribar todo aquello que no te gloria a mi Dios. Muchas gracias por esta santa palabra Dios le bendiga hno José.

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