¿Cuál es el significado del silencio de Dios?

José R. Hernández

¿Cuál es el significado del silencio de Dios?

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¿Cuál es el significado del silencio de Dios? | Estudios Bíblicos

Estudios Bíblicos Lectura bíblica principal: Salmo 22:1-2
Versículo clave para meditar: Isaías 45:15

Serie: El silencio de Dios

Introducción

Deseo comenzar el servicio de hoy con una pregunta sencilla. ¿Has orado alguna vez esperando una respuesta clara de parte de Dios, y no pasó nada?

Y no me estoy refiriendo a una simple oración superficial, sino que me estoy refiriendo a esos momentos cuando estamos en medio de un momento difícil. Esos momentos cuando nuestra alma está cargada, y sentimos que no podemos más, y lo único que escuchamos es silencio. Y son en momentos como esos donde comenzamos a dudar y preguntarnos cosas como: ¿por qué Dios no responde? ¿Será que no me escucha? ¿Será que me está castigando? ¿O será que Su silencio tiene otro propósito?

La realidad es que estas preguntas o dudas no son una experiencia aislada. Digo esto porque cuando tomamos el tiempo de escudriñar las Escrituras, pronto encontraremos ejemplos de hombres de Dios que pasaron por lo mismo. Por ejemplo, en el Salmo 22 encontramos que el rey David comienza diciendo: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado? ¿Por qué estás tan lejos de mi salvación, y de las palabras de mi clamor?”

Y como podemos observar, estas no fueron palabras vacías, sino que eran palabras cargadas de angustia. ¿Por qué digo esto? Digo esto porque a pesar de que no tenemos un conocimiento exacto de cuando este Salmo fue escrito, la mayoría de los eruditos de la Palabra concuerdan en que David escribió este Salmo durante un momento de profunda persecución, cuando huía de Saúl; o quizás durante la rebelión de su propio hijo Absalón, y él sentía que estaba solo, rechazado, traicionado, y no entendía por qué Dios, que antes le había hablado con tanta claridad, ahora guardaba silencio.

Otro ejemplo de este tipo de sentimiento lo encontramos en el profeta Habacuc quien expresó algo parecido en Habacuc 1:2, cuando dijo: “¿Hasta cuándo, oh Jehová, clamaré, y no oirás, y daré voces a ti a causa de la violencia, y no salvarás?” Y como podemos observar aquí también vemos que estas palabras estaban cargadas de angustia. ¿Por qué digo esto? Lo digo porque Habacuc vivía en una época donde el pueblo de Judá se había corrompido, y la justicia brillaba por su ausencia, en otras palabras, el profeta observaba la maldad prosperar, y esperaba que Dios interviniera, pero no pasaba nada. Y fue precisamente esa aparente indiferencia divina que lo llevó a levantar su voz, no en rebeldía, sino en sinceridad, pidiendo entendimiento.

Así que hoy, antes de apresurarnos a hacer suposiciones equivocadas o llegar a conclusiones moldeadas por los sentimientos de momentos específicos, vamos a explorar lo que las Escrituras nos enseñan sobre esos tiempos en los que parece que el cielo está callado. Hoy investigaremos el significado del silencio de Dios y lo que podría estar sucediendo cuando no recibimos la respuesta que deseamos o esperamos.

I. El silencio no es ausencia

Uno de los conceptos que más se malinterpreta dentro de la vida cristiana es este: cuando no escuchamos la voz de Dios, cuando no sentimos Su presencia, asumimos que Él no está. Y esto, aunque parece lógico desde el punto de vista humano, no se sostiene cuando lo comparamos con lo que realmente dice la Palabra. El silencio de Dios no significa que Él se ha ido. No significa que ha dejado de estar presente. Tampoco significa que ha retirado Su favor. La ausencia de sonido no es la ausencia de compañía.

Y es aquí donde tenemos que corregir nuestra manera de interpretar esos momentos. Porque el silencio de Dios no indica Su ausencia, sino que muchas veces es parte de Su forma de obrar en nosotros. Lo que Él no dice también tiene propósito.

a. Dios está presente aunque no se sienta

Una de las lecciones más difíciles, pero más necesarias que debemos aprender, es que Dios no depende de nuestras emociones para estar presente. Él no es más real cuando lo sentimos, ni menos real cuando no lo sentimos. En Isaías 41:10, Él declara: “No temas, porque yo estoy contigo; no desmayes, porque yo soy tu Dios que te esfuerzo…”. En ese verso no hay condición emocional, no hay una cláusula que diga “si lo sientes”. Hay una declaración absoluta de presencia.

Y si somos sinceros, muchos hemos pasado por momentos donde el corazón está seco, donde oramos sin ganas, donde adoramos sin lágrimas, y pensamos que Dios ya no está. Pero la realidad es otra. Dios sigue ahí, aunque el alma no lo perciba. Porque Su presencia no depende de nuestra sensibilidad espiritual, sino de Su fidelidad. Recordemos que Él estuvo con José en el calabozo (Génesis 39:20-21), con Elías en la cueva (1 Reyes 19:9, 11-12), y con Pablo en la prisión (Hechos 23:11). Y si estuvo con ellos, también está con nosotros.

b. “Yo estaré con vosotros todos los días…”

En Mateo 28:20 el Señor dijo claramente: “yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo”. Esta promesa no fue hecha en un contexto de abundancia o de adoración emocional, sino como parte de la Gran Comisión. Jesús estaba preparando a los discípulos para enfrentar oposición, rechazo, dolor y hasta la muerte. Aun así, les dijo: “yo estaré con ustedes”.

Eso nos enseña que la presencia de Dios no está condicionada a las circunstancias externas. No desaparece en la dificultad, ni se esconde cuando no entendemos lo que ocurre. Si Él prometió estar, entonces está. Y esa verdad debe sostenernos, especialmente en los momentos donde el silencio de Dios se hace sentir más fuerte que cualquier otra cosa.

c. Cristo en la cruz citó este salmo, mostrando que Dios escucha aun cuando no responde de inmediato

Cuando Jesús estaba colgado en la cruz, citó el Salmo 22. Dijo: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” (Marcos 15:34). Estas no fueron palabras de duda, ni tampoco una confesión de derrota. Fueron una expresión sincera de lo que se sentía en ese momento. Y aun así, Jesús sabía que el Padre seguía presente.

Es importante recordar que Jesús no citó ese salmo al azar. Él sabía lo que decía ese salmo del principio al fin. Sabía que comenzaba con angustia, pero que terminaba en victoria. Sabía que, aunque al principio parece abandono, al final se revela que Dios nunca dejó de estar.

Esto nos muestra que el silencio de Dios no debe interpretarse como una negación de Su amor, sino como parte de un plan más grande. En la cruz, el cielo se quedó en silencio pero no porque el Padre había abandonado al Hijo, sino porque se estaba cumpliendo el plan eterno de redención. Y si Dios permaneció fiel en ese momento, también lo será con nosotros.

Por eso, antes de seguir, necesitamos hacernos otra pregunta. Si Dios está presente, aunque esté en silencio, entonces, ¿qué está revelando ese silencio dentro de nosotros? Y eso nos lleva al próximo punto.

II. El silencio revela el corazón humano

Cuando hablamos del silencio de Dios, muchas veces lo enfocamos como si fuera algo externo a nosotros. Es decir, lo vemos como un problema allá arriba, como si Dios estuviera lejos o desinteresado. Pero cuando lo miramos desde las Escrituras, descubrimos algo diferente. Descubrimos que el silencio de Dios también cumple un propósito aquí adentro, en nuestro interior. No solamente prueba nuestra fe; también revela lo que realmente hay en nuestro corazón.

a. Nos confronta con nuestra dependencia de señales

Vivimos en una cultura que se ha acostumbrado a vivir por señales, emociones y respuestas inmediatas. Y esto, sin darnos cuenta, lo llevamos también a nuestra vida espiritual. Cuando no sentimos, cuando no vemos algo tangible, entonces comenzamos a tambalear.

Pero el problema no es el silencio. El problema es lo que el silencio revela de nosotros. Si todo en nuestra vida espiritual depende de lo que sentimos, entonces tenemos una fe basada en experiencias, no en convicciones. Y eso es algo que el silencio de Dios expone con claridad.

En Deuteronomio 8:2 Dios le recordó a Israel: “Y te acordarás de todo el camino por donde te ha traído Jehová tu Dios… para afligirte, para probarte, para saber lo que había en tu corazón, si habías de guardar o no sus mandamientos.” ¿Qué significa eso? Significa que Dios permitió el silencio, la prueba y el desierto, para que lo interno saliera a la luz. No porque Él no supiera lo que había en ellos, sino para que ellos mismos lo vieran.

b. Muestra si confiamos en Su carácter o en Sus beneficios

Una cosa es confiar en Dios cuando lo vemos actuar. Otra muy diferente es confiar en Él cuando no vemos nada. Aquí es donde el silencio de Dios se convierte en una lupa espiritual que expone si nuestra confianza está en lo que Dios hace, o en quién Él es.

En Job 1:21, después de perderlo todo, Job dijo: “Jehová dio, y Jehová quitó; sea el nombre de Jehová bendito.” ¿Qué nos enseña eso? Que la verdadera fe no necesita estar viendo milagros constantemente. La verdadera fe confía incluso cuando hay pérdida, cuando hay dolor, cuando no hay explicación.

Y esa es precisamente la diferencia entre una fe madura y una fe emocional. La fe emocional busca resultados inmediatos. La fe madura descansa en el carácter de Dios, aun cuando Él guarda silencio.

c. El salmista empieza en agonía, pero termina en adoración

El Salmo 22 comienza con angustia, con un clamor desesperado. David dice: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” Pero lo que muchos pasan por alto es que ese mismo salmo, más adelante, cambia completamente de tono.

En los versículos 22 al 24 leemos:

“Anunciaré tu nombre a mis hermanos; en medio de la congregación te alabaré… Porque no menospreció ni abominó la aflicción del afligido, ni de él escondió su rostro; sino que cuando clamó a él, le oyó.”

David comenzó sintiéndose abandonado, pero terminó adorando. No porque sus circunstancias habían cambiado, sino porque su perspectiva había sido alineada. Y eso es exactamente lo que el silencio de Dios produce cuando respondemos con humildad: transforma la desesperación en adoración.

Y ahora que entendemos que el silencio no es ausencia, y que revela lo que hay en nuestro corazón, necesitamos ir un paso más allá. Si Dios guarda silencio, y aún así permanece presente, entonces, ¿por qué no interviene de inmediato? ¿Por qué espera? ¿Qué propósito mayor puede tener ese espacio de silencio? Y eso nos lleva a nuestro próximo punto.

III. El silencio no es indiferencia, es espacio para la fe

Uno de los errores más peligrosos que podemos cometer como creyentes es asumir que cuando Dios guarda silencio, lo hace porque ya no le importamos. Pensar así es ignorar el corazón del Padre. Y lo más delicado de todo es que ese pensamiento puede llegar a echar raíces si no lo confrontamos con la verdad de la Palabra. Porque la verdad es esta: el silencio de Dios no es señal de desinterés, es una plataforma que Él usa para formar nuestra fe.

Dios no responde siempre de inmediato, no porque no esté obrando, sino porque hay algo más profundo que quiere trabajar en nosotros. Y esa obra no se puede hacer con ruido, con espectáculo, ni con palabras repetidas. Esa obra se hace en el silencio. En el espacio donde nuestra fe tiene que madurar, sin señales, sin garantías, sin aplausos, solo con la certeza de que Él sigue siendo Dios.

a. Dios permite el silencio para que lo busquemos más profundamente

Hay un texto que resuena con fuerza cuando hablamos de esto. Se encuentra en el libro de Amós, y dice: “He aquí vienen días, dice Jehová el Señor, en los cuales enviaré hambre a la tierra, no hambre de pan, ni sed de agua, sino de oír la palabra de Jehová.” (Amós 8:11). Este pasaje describe una crisis espiritual, una sequía de revelación. Pero no fue una sequía sin propósito. Fue una consecuencia, sí, pero también una oportunidad.

Cuando Dios guarda silencio, nos está llamando a buscarlo con más profundidad. No con oraciones automáticas, no con devocionales por compromiso, sino con el clamor de quien sabe que si Él no habla, estamos perdidos. Y esa clase de búsqueda, la que nace de la desesperación santa, produce frutos que la comodidad nunca podría producir.

En esos momentos cuando todo está en silencio, no significa que Dios se alejó. Significa que está esperando que lo busquemos más allá de la rutina. Más allá de la fórmula. Más allá de lo superficial.

b. Habacuc también experimentó esto y fue llevado de la queja a la confianza

El libro del profeta Habacuc es uno de los mejores ejemplos bíblicos de lo que estamos tratando. Al inicio, Habacuc clama a Dios con frustración: “¿Hasta cuándo, oh Jehová, clamaré, y no oirás, y daré voces a ti a causa de la violencia, y no salvarás?” (Habacuc 1:2). Él no entendía por qué Dios no intervenía. No podía conciliar la santidad de Dios con el aparente silencio frente a la injusticia.

Pero al final del libro, algo cambió. El silencio de Dios no fue interrumpido con una solución inmediata, pero sí con una transformación interna. En Habacuc 3:17-18 leemos: “Aunque la higuera no florezca, ni en las vides haya frutos… con todo, yo me alegraré en Jehová, y me gozaré en el Dios de mi salvación.”

¿Qué pasó entre el capítulo 1 y el 3? Dios no cambió. Habacuc cambió. Lo que comenzó como una queja se convirtió en una declaración de confianza. Porque cuando Dios guarda silencio, lo hace no para alejarnos, sino para formar algo más fuerte en nosotros: una fe que no depende de circunstancias, una fe que canta aun cuando no hay cosecha.

c. Cuando Dios calla, no es porque se ha ido

En momentos de silencio divino, es natural que surjan dudas y temores. Sin embargo, la Escritura nos asegura que Dios nunca abandona a Su pueblo. El Salmo 121:4 declara: “He aquí, no se adormecerá ni dormirá el que guarda a Israel.” Esto significa que, aunque no percibamos Su voz o intervención inmediata, Él sigue obrando en nuestras vidas.

Charles Spurgeon, en su sermón “Unanswered Prayer” (Sermón n.º 3344), nos exhorta a persistir en la oración, incluso cuando no recibimos una respuesta inmediata:

“Let your faith be even more resolved to give up all dependence anywhere but on God, and let your cry grow more and more vehement. It is not every knock at mercy’s gate that will open it; he who would prevail must handle the knocker well, and dash it down again, and again, and again.”

Traducción al español:

“Que tu fe esté aún más resuelta a renunciar a toda dependencia que no sea en Dios, y que tu clamor se vuelva cada vez más vehemente. No todo golpe en la puerta de la misericordia la abrirá; quien quiera prevalecer debe manejar bien el llamador y golpearlo una y otra vez, y otra vez, y otra vez.”

Esta enseñanza nos recuerda que el silencio de Dios no es sinónimo de Su ausencia, sino una oportunidad para que nuestra fe crezca y se fortalezca. Es en esos momentos de aparente silencio donde aprendemos a confiar no en lo que vemos o sentimos, sino en la fidelidad y el carácter inmutable de Dios.

Y si ese silencio no es ausencia, ni prueba, ni formación, entonces ¿podría ser que, en ciertos momentos, el mismo silencio de Dios sea Su respuesta? Ese será el punto final que examinaremos ahora.

IV. El silencio de Dios como respuesta misma

Hasta este punto, hemos explorado cómo el silencio de Dios puede probarnos, formarnos, y revelarnos el estado de nuestro corazón. Pero ahora llegamos a una dimensión aún más profunda. ¿Y si ese silencio… no es una ausencia ni una pausa? ¿Y si el silencio es la respuesta?

Esto suena contradictorio, pero no lo es. Lo vemos de manera más clara en la persona de nuestro Señor en Su juicio. En el momento más tenso, más injusto, más crítico — cuando fue llevado delante de Pilato — Jesús no abrió Su boca. No se defendió. No respondió. No justificó Su inocencia ante las falsas acusaciones. ¿Y por qué? Porque su silencio tenía propósito. Y ese silencio… era la respuesta del cielo.

a. Jesús sabía que responder sería caer en un juego humano

Mateo 27:14 nos dice: “Pero Jesús no le respondió ni una palabra; de tal manera que el gobernador se maravillaba mucho.” Este versículo no es un simple detalle narrativo. Es una declaración teológica. Aquí el Señor no habló porque el momento no era para defender Su causa, sino para cumplir Su propósito. Y eso requiere una clase de dominio y obediencia que trasciende lo humano.

Él sabía que, si respondía, sus palabras serían utilizadas en su contra. Sabía que, en ese juicio, no se trataba de convencer a Pilato, sino de cargar con nuestra culpa. Y a veces, Dios guarda silencio con nosotros por la misma razón: porque ya ha hablado, ya ha determinado, y no necesita justificarse. En esos momentos, el silencio de Dios no es evasión, es soberanía.

b. El silencio puede ser un juicio para el mundo y una paz para el creyente

Isaías 53:7 confirma lo que ocurrió ese día: “Angustiado él, y afligido, no abrió su boca; como cordero fue llevado al matadero.” ¿Notas la conexión? Lo que pareció debilidad ante los hombres, fue en realidad la manifestación más poderosa de la obediencia del Hijo al Padre.

Y aquí viene algo que muchas veces olvidamos: el mismo silencio que confunde al mundo, consuela al creyente. El mundo ve el silencio de Dios como prueba de que Él no existe, o que no le importa. Pero el creyente maduro ve ese silencio como una oportunidad para descansar, para recordar que Dios ya habló, ya venció, y no necesita repetirlo.

El silencio de Jesús en el juicio no fue indiferencia, fue entrega. No fue pasividad, fue poder bajo control. Y si Él, siendo el Verbo de Dios, eligió callar entonces nosotros también debemos aprender que a veces Dios no habla porque Su obra ya está hecha.

c. El silencio puede ser el cumplimiento profético

Hay algo más: el silencio de Cristo no solo fue obediencia, también fue cumplimiento. Cada momento de Su pasión estaba anunciado. Cada reacción, incluso el no reaccionar, fue parte del plan eterno. Y cuando Dios calla en tu vida o en la mía, ¿acaso no podría ser también parte de un plan que no alcanzamos a entender?

El silencio de Dios no es el fin de la historia. Es parte del desarrollo. Es la antesala del cumplimiento. Porque después del silencio de Mateo 27, vino la cruz y después de la cruz, vino la resurrección. Y esa es nuestra esperanza. Que aunque Dios guarda silencio por un tiempo, Su propósito sigue avanzando. Y lo que hoy no entendemos, un día lo veremos claramente.

Así que no apresuremos a Dios a hablar cuando Él ha decidido guardar silencio. Porque ese silencio, por incomprensible que sea, puede ser la respuesta que necesitamos.

Conclusión

Hermanos, como hemos visto el silencio de Dios no es señal de abandono. Tampoco es señal de juicio. Es parte de Su propósito. Lo vemos claramente en las Escrituras, cuando David clamó: “¿Por qué me has desamparado?”, y también cuando Isaías declaró: “Ciertamente tú eres Dios que te encubres” (Isaías 45:15). En ambos casos, Dios no estaba ausente. Estaba obrando.

La gran verdad que debemos reconocer hoy es esta: Dios no necesita hablar cada vez que lo buscamos. Ya ha hablado. Y lo que Él ha dicho permanece. El problema no es que Él esté callado; el problema es que muchas veces solo queremos oír lo que nos conviene.

Así que, si estás atravesando un tiempo donde no sientes respuesta, no te detengas. No apagues tu oración. No pongas pausa a tu obediencia. Si has oído la voz de Dios en Su Palabra, entonces ya tienes lo que necesitas para seguir caminando.

No busques señales. No vivas por emociones. Vive por fe. Porque el que persevera en medio del silencio, ese verá la fidelidad de Dios confirmada en su vida. Y si Cristo mismo experimentó el silencio del Padre en la cruz, ¿quiénes somos nosotros para exigir explicaciones?

Dios no se ha ido. Dios no te ha olvidado. Él está presente, aunque no lo percibas. Y si estás firme, verás Su mano obrar. No te canses. No sueltes la Palabra. El que guarda silencio hoy, es el mismo que responderá mañana.

© José R. Hernández. Todos los derechos reservados.

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Autor

José R. Hernández

José R. Hernández; educación cristiana: Maestría en Teología. El Pastor Hernández y su esposa son ciudadanos de los Estados Unidos de América.

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