¿Tenía Jesucristo el cabello largo? | Estudios Bíblicos
Estudios Bíblicos Lectura Bíblica: “No juzguéis según las apariencias, sino juzgad con justo juicio.” Juan 7:24
Introducción
Una cosa que siempre me ha sorprendido, es cómo el ser humano tiende a formarse una imagen, o mejor dicho una opinión de las cosas que no ha visto. ¿Por qué será eso? No sé si es por lo que nos enseñaron cuando niños, o por lo que hemos visto en libros, películas, láminas. o por costumbre. Pero lo cierto es que la gran mayoría de las personas tienen en su mente una imagen muy clara de Jesús. sin haberlo visto nunca.
Y eso no lo digo como crítica, ni con burla. Lo digo porque es real.
Es más, le voy a pedir algo, si me permite. Cierre los ojos un momento, y trate de imaginar a Jesús. Hágalo ahora mismo. Piénselo. ¿Cómo lo vio? ¿Qué imagen apareció en su mente?
Yo me atrevo a decir que la mayoría de ustedes vieron a un hombre con barba, túnica blanca, piel clara, y cabello largo. ¿Sí o no?
Ahora, aquí viene la parte importante. ¿De dónde sacó usted esa imagen? ¿Está en la Biblia? ¿O fue lo que siempre vio en los cuadros, en las películas, en las Biblias ilustradas para niños?
¿Y qué si yo le dijera que Jesús no tenía el cabello largo? ¿Le molestaría eso? ¿Le ofendería? ¿Le haría pensar que estoy atacando su fe?
Espero que no. Porque no es mi intención faltarle el respeto a nadie, ni causar escándalo por gusto. Lo único que deseo es que miremos este asunto a la luz de la Palabra no de la tradición, ni de la cultura, sino de lo que realmente dice la Biblia.
Porque el problema no es sólo que esa imagen está equivocada. El problema es que esa imagen puede estar reemplazando al verdadero Cristo en el corazón de muchos. Y eso sí es un problema serio.
¿Y sabe por qué le digo esto? Porque si usted espera que Jesús tenga ese aspecto, entonces cuando venga tal vez no lo reconozca cuando se le acerque. Y si no lo reconoce ¿cómo va a oír Su voz?
Así que lo que vamos a ver hoy no es un detalle sin importancia. Esto no es un estudio para entretenernos con curiosidades. No. Esto tiene que ver con la verdad. Y la verdad, cuando es revelada por la Palabra, nunca deja a nadie igual.
Vamos a hablar del cabello de Jesús. Vamos a hablar del voto de los nazareos. Vamos a hablar de la diferencia entre ser nazareo y ser nazareno. Vamos a ver por qué Judas tuvo que identificarlo con un beso. Vamos a leer lo que dijo Pablo en cuanto al cabello largo en los hombres. Y vamos a entender, con la Biblia abierta, por qué Jesús no tenía el cabello largo.
Y al final yo le voy a hacer una pregunta. No me la conteste ahora. Solo guárdela en su corazón. ¿Y si Jesús se sentara ahora mismo a su lado, sin barba de revista, sin pelo largo ni túnica, lo reconocería?
I. Jesucristo no era nazareo, sino nazareno
Una de las razones por las que muchos creen que Jesucristo tenía el cabello largo, es porque han escuchado, o quizás hasta les enseñaron que Él había hecho el voto de los nazareos. Y sí, a primera vista eso suena lógico. Porque el que hacía ese voto no podía cortarse el cabello.
Pero cuando uno abre la Biblia, y se toma el tiempo de leer con cuidado, eso no se sostiene. Vamos a comprobarlo.
En Números 6:2-5 dice:
“Habla a los hijos de Israel y diles: El hombre o la mujer que se apartare haciendo voto de nazareo, para dedicarse a Jehová, se abstendrá de vino y de sidra; no beberá vinagre de vino ni vinagre de sidra, ni beberá ningún licor de uvas, ni comerá uvas frescas ni secas. Todo el tiempo de su nazareato, de todo lo que se hace de la vid, desde los granillos hasta el hollejo, no comerá. Todo el tiempo del voto de su nazareato, no pasará navaja sobre su cabeza; hasta que se cumplan los días de su apartamiento a Jehová, será santo; dejará crecer su cabello.”
Ahora la pregunta es: ¿Cumplió Jesucristo con eso? ¿Vivió bajo ese voto? La respuesta es un rotundo NO!
En Juan 2:9-10, leemos lo que pasó en las bodas de Caná:
“Cuando el maestresala probó el agua hecha vino, sin saber él de dónde era, (…) llamó al esposo, y le dijo: Todo hombre sirve primero el buen vino, y cuando ya han bebido mucho, entonces el inferior; mas tú has reservado el buen vino hasta ahora.”
Y en Lucas 22:17-18, en la última cena, dice:
“Y habiendo tomado la copa, dio gracias, y dijo: Tomad esto, y repartidlo entre vosotros; porque os digo que no beberé más del fruto de la vid, hasta que el reino de Dios venga.”
Jesucristo no sólo bebió del fruto de la vid, sino que lo bendijo, lo usó, lo compartió, y lo sirvió. Eso va directamente contra el voto de los nazareos.
Y no es todo. También tocó muertos.
Lucas 7:14 dice:
“Y acercándose, tocó el féretro; y los que lo llevaban se detuvieron. Y dijo: Joven, a ti te digo, levántate.”
Marcos 5:41:
“Y tomando la mano de la niña, le dijo: Talita cumi; que traducido es: Niña, a ti te digo, levántate.”
Juan 11:43:
“Y habiendo dicho esto, clamó a gran voz: ¡Lázaro, ven fuera!”
Ningún nazareo podía hacer eso. Ni beber, ni tocar muertos, ni cortarse el cabello. Y Jesucristo hizo todo lo contrario a ese voto. Así que no hay ninguna base bíblica para decir que fue nazareo.
¿Entonces de dónde viene la confusión?
De Mateo 2:23, donde dice:
“Y vino y habitó en la ciudad que se llama Nazaret, para que se cumpliese lo que fue dicho por los profetas, que habría de ser llamado Nazareno.”
Jesucristo fue nazareno, porque vivió en Nazaret. Eso no tiene nada que ver con el voto de los nazareos. Son palabras parecidas, pero conceptos completamente distintos.
Y aquí es donde entra otro detalle importante.
Si Jesucristo no era nazareo, entonces tampoco tenía razón alguna para tener el cabello largo. ¿Sí me entiende?
Y hay más.
La costumbre entre los hombres judíos en el siglo I no era dejarse el cabello largo. Eso era mal visto, especialmente entre los fariseos, los rabinos, los líderes religiosos. Era símbolo de descuido, o de paganismo. La Torah le daba gran importancia a la separación entre hombre y mujer, incluso en el estilo de vestir y de portar el cabello. Por eso Pablo escribió, en 1 Corintios 11:14:
“La naturaleza misma ¿no os enseña que al varón le es deshonroso dejarse crecer el cabello?”
Pablo era judío, Fariseo conocedor de la ley. Así que lo que escribió tenía peso cultural y espiritual. Y él mismo afirmó, años después de la resurrección de Cristo, que el cabello largo en el hombre era vergonzoso.
¿Y usted cree que Jesús iba a hacer algo vergonzoso delante del Padre? Por supuesto que no. Y si todo esto no fuera suficiente, volvamos a algo que tú y yo ya sabemos.
Cuando fueron a arrestarlo, no lo podían identificar fácilmente.
Mateo 26:48-49:
“Y el que le entregaba les había dado señal, diciendo: Al que yo besare, ése es; prendedle. Y en seguida se acercó a Jesús y dijo: ¡Salve, Maestro! Y le besó.”
¿Y por qué tuvo que besarlo? Porque Jesús no se destacaba visualmente. No brillaba, no tenía aspecto fuera de lo común. Sino que Él se parecía a todos los demás.
Y eso queda aún más claro cuando leemos Juan 8:59:
“Tomaron entonces piedras para arrojárselas; pero Jesús se escondió y salió del templo; y atravesando por en medio de ellos, se fue.”
La calve aquí esta cuando leemos: “y atravesando por en medio de ellos” ¡Pasó entre ellos! Como uno más.
No por arte de magia, no por milagro. Sino porque Su apariencia no llamaba la atención. No tenía el cabello largo como un cartel de Semana Santa. No tenía túnica blanca resplandeciente. No tenía el aspecto de los cuadros europeos. Tenía la apariencia de un varón judío piadoso. Discreto. Sobrio. Normal.
II. El testimonio de Pablo sobre el cabello largo en los hombres
Lo que Pablo escribió en su carta a los corintios no fue casualidad, ni fue una opinión aislada, ni mucho menos un comentario cultural sin peso. No. Pablo estaba corrigiendo un desorden. Estaba aclarando un problema que había surgido dentro de la misma iglesia.
Porque en esa época, tal como en la nuestra, ya había confusión. Ya se estaban mezclando las cosas. Ya algunos estaban trayendo ideas de afuera, costumbres griegas, filosofías romanas, formas paganas y todo eso empezaba a meterse dentro del cuerpo de Cristo.
Y una de esas cosas era el tema de la apariencia. El tema del cabello. El tema de lo masculino y lo femenino.
Y fíjese cómo lo dijo Pablo, y no lo voy a parafrasear, te lo voy a leer tal como está en 1 Corintios 11:14-15:
“La naturaleza misma ¿no os enseña que al varón le es deshonroso dejarse crecer el cabello? Por el contrario, a la mujer dejarse crecer el cabello le es honroso, porque en lugar de velo le es dado el cabello.”
Y deseo que notes que Pablo no usó esa palabra por accidente. En el griego original, el término traducido como “deshonroso” es atimia (Strong G819), y significa: “vergüenza, vileza, deshonor causado por algo indigno.” Es un lenguaje fuerte. No está hablando de una simple preferencia cultural. Está señalando algo que degrada, algo que no refleja la gloria de Dios en el varón. Y si eso era cierto para cualquier hombre, ¿cuánto más para el Hijo del Altísimo?
¿Lo estas viendo? Aquí lo dice claramente. Y ojo, que aquí no estamos hablando de legalismo, ni de reglamentos superficiales. Estamos hablando de principios. De orden. De testimonio. De lo que glorifica a Dios y lo que no.
Y Pablo, que era fariseo de fariseos, que conocía la ley mejor que nadie, que había sido enseñado a los pies de Gamaliel, él sabía muy bien lo que estaba diciendo.
Y algo que también tenemos que entender, es que para un judío como Pablo lo era, y como Jesucristo también lo fue en carne, el cabello largo en un hombre no era señal de santidad, ni de consagración, ni de espiritualidad. Al contrario.
En tiempos antiguos, los únicos que dejaban crecer su cabello eran:
- Aquellos bajo el voto nazareo —como ya vimos, no era el caso de Jesucristo.
- Los paganos, que en sus cultos idolátricos imitaban dioses de fertilidad, dioses andróginos, dioses sin distinción clara de género.
- O en algunos casos, hombres en rebeldía que se apartaban de la instrucción del templo.
Pero lo normal, lo decente, lo que era digno y conforme a la ley, era que el hombre llevara su cabello corto. Limpio. Masculino. Sin confusión.
Y por eso Pablo hace esa distinción. Porque ya algunos en la iglesia de Corinto estaban cruzando esos límites. Y él los llama a volver al orden, al diseño original, a lo que agrada a Dios. Ahora, si Pablo dice que es deshonroso para el hombre dejarse crecer el cabello, ¿Cree usted que Jesús, el Hijo del Dios Altísimo, haría algo deshonroso?
¿Cree usted que Aquel que dijo: “…yo hago siempre lo que le agrada.” (Juan 8:29), iba a andar contradiciendo el orden establecido? Claro que no. Jesucristo fue santo, obediente, y fue el cumplimiento perfecto de la ley.
Y si para Pablo, que vivió después de la resurrección todavía era una vergüenza que el hombre tuviera el cabello largo, ¿cómo es que tantos insisten en pintar a Jesús como si fuera un músico moderno, o como un profeta pagano del Mediterráneo?
Y aquí es donde volvemos al tema del comienzo.
Esa imagen no viene de la Biblia. No viene del testimonio apostólico. No viene de la cultura judía. Esa imagen viene de otro lugar. Y eso es lo que vamos a ver en la próxima sección.
Pero antes de avanzar, quiero dejarle esta verdad bien grabada: Pablo, el apóstol que vio al Cristo glorificado, que fue llevado al tercer cielo, que sufrió por causa del evangelio más que todos los demás, dijo que el cabello largo en el hombre era deshonroso. Y si eso era deshonroso para un creyente cualquiera ¿cómo lo iba a ser para el Salvador?
III. ¿De dónde viene entonces la imagen de Jesucristo con cabello largo?
Ya hemos visto, con la Biblia abierta, que Jesucristo no era nazareo, que no se apartó del vino, que tocó muertos, que se mezcló en la multitud, que no se distinguía por su apariencia, y que el apóstol Pablo, escogido por Cristo mismo dijo que el cabello largo en el hombre era deshonroso.
Entonces la pregunta que tenemos que hacernos es esta: ¿De dónde salió la imagen del Jesús con el cabello largo? Porque eso no viene de la Escritura. Ni del judaísmo. Ni de los apóstoles. Eso vino mucho después. Y le voy a decir de dónde.
Esa imagen del “Jesús europeo” comenzó a aparecer en los siglos III y IV, cuando el cristianismo se fue mezclando con el arte pagano del Imperio Romano. El Cristo de los evangelios fue reemplazado poco a poco por una figura más estilizada. Una figura que se parecía más a Zeus, Apolo, o a los retratos de los filósofos griegos que tanto admiraban en esa cultura.
Es decir, los artistas no los evangelistas fueron los que comenzaron a definir cómo debía “verse” Jesucristo. Y como en esa época los líderes, los sabios, los ídolos y los dioses eran representados con cabello largo y ondulado, pues así lo pintaron. Y así se quedó.
Y ya para cuando llegaron los cuadros del Renacimiento, como los de Da Vinci, Rafael, y tantos otros, Jesucristo ya no se parecía en nada a un judío del siglo I. Ahora era un hombre blanco, de rostro afilado, ojos suaves, piel de porcelana, barba de catálogo, y un cabello largo perfectamente peinado. Un modelo europeo, no un carpintero galileo. Y aquí está el problema.
Esa imagen fue tan repetida, tan reproducida y tan aceptada que muchos empezaron a creer que era real.
Y así como muchas otras cosas, lo que comenzó como una interpretación artística, se convirtió en tradición. Y luego en doctrina visual, y ahora la gente se ofende si uno dice que Jesucristo no tenía el cabello largo. Pero no debería ser así.
Porque lo que verdaderamente importa no es la longitud de Su cabello, sino la pureza de Su vida. No la forma de Su rostro, sino la gloria de Su cruz. No lo que el arte nos mostró, sino lo que la Palabra nos enseñó. Y, hermano, hermana, esto es serio. Porque si permitimos que una imagen errónea ocupe el lugar de la verdad, entonces ¿qué más estamos creyendo que no está en la Biblia?
Jesús mismo dijo en Juan 4:24:
“Dios es Espíritu; y los que le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que adoren.”
Y eso incluye nuestra manera de pensar en Él. Nuestra forma de representarlo en la mente. Nuestra imagen interna de Su persona. ¿Usted se imagina pasar toda una vida orando, adorando, sirviendo a una idea que no corresponde al verdadero Hijo de Dios?
Es por eso que esto que estamos estudiando sí es importante. No por el cabello en sí sino por la fidelidad a la verdad. Y si la verdad nos muestra que Jesucristo no tenía el cabello largo entonces hay que corregir la imagen. No a Jesús, a la imagen. Porque Él nunca cambia. Él es el mismo de ayer, y de hoy, y por los siglos (Hebreos 13:8). Pero nuestras ideas sí tienen que ser transformadas, si es que queremos adorarle en espíritu y en verdad.
IV. ¿Qué dice Isaías 53 sobre su apariencia?
Cuando uno piensa en Jesucristo por lo general, lo imagina de una manera majestuosa. Gloriosa. Impactante. Porque así lo predicamos, como el Rey de reyes, como el Hijo eterno, como el Verbo hecho carne. Y claro, lo es. ¡Él es todo eso y mucho más!
Pero algo que muchos no han considerado, es cómo lo describió el profeta Isaías cientos de años antes de que naciera. Y lo que Isaías dijo no se parece en nada al retrato que cuelga en tantas paredes.
Veamos.
Isaías 53:2 dice:
“Subirá cual renuevo delante de él, y como raíz de tierra seca; no hay parecer en él, ni hermosura; le veremos, mas sin atractivo para que le deseemos.”
¿Lo viste? ¿Lo notaste? No hay parecer. No hay hermosura. No hay atractivo. En otras palabras, Jesucristo no fue un hombre impresionante en Su apariencia física. Él no era fotogénico, no era de los que llaman la atención por Su rostro. No era lo que el mundo habría escogido como su “Mesías”. Y esto no lo digo yo. Lo dijo el profeta Isaías, movido por el Espíritu Santo. Y eso encaja perfectamente con lo que vimos en las secciones anteriores.
- Encaja con el hecho de que Judas tuvo que identificarlo con un beso.
- Encaja con que pudo esconderse entre la multitud sin que lo vieran.
- Encaja con que los líderes religiosos no lo distinguieron por su presencia.
- Encaja con que no tenía el cabello largo como para destacarse entre todos.
Y algo más: si Jesús hubiera sido físicamente atractivo, o si hubiera tenido algún rasgo peculiar o llamativo, lo habrían recordado por eso. Los evangelistas lo habrían mencionado, y los apóstoles lo habrían dicho, pero no lo hicieron. ¿Por qué? Porque no era relevante. Porque no había nada extraordinario en Su aspecto.
- Lo extraordinario estaba en Su obediencia.
- En Su compasión.
- En Su santidad.
- En Su entrega.
Pero físicamente, fue uno más. Y eso también fue parte del plan. Porque Él vino a identificarse con nosotros. A cargar con nuestros pecados. A ser varón de dolores, experimentado en quebranto. No a lucir como una estatua, ni como un ídolo de altar.
Isaías 53:3 lo confirma:
“Despreciado y desechado entre los hombres, varón de dolores, experimentado en quebranto; y como que escondimos de él el rostro, fue menospreciado, y no lo estimamos.”
Hermano, hermana, esto tiene que sacudirnos. Porque lo que el mundo menospreciaba, fue lo que Dios usó para salvarnos. Y lo que muchos hoy adoran en imagen ni siquiera existió.
Y mientras más lo pienso, más claro me queda esto: Cristo no vino a impresionarnos con Su rostro.
Vino a redimirnos con Su sangre.
Y si seguimos aferrados a una imagen que la Palabra nunca respaldó entonces es hora de soltarla.
Y volver al verdadero siervo sufriente. Al que no tenía parecer. Al que no era codiciado. Pero al que Dios levantó con poder.
V. ¿Importa realmente cómo imaginamos a Jesucristo?
Muchos dicen que eso no tiene importancia. Que lo esencial es creer en Él. Que mientras se tenga fe, no importa cómo lo imagines. Que si lo ves con cabello largo, o con barba, o con túnica blanca, eso no cambia nada. Que Dios ve el corazón. Pero eso no es lo que dice la Biblia. El segundo mandamiento de la ley de Dios lo deja bien claro. No hay espacio para interpretación personal. No hay margen para opiniones culturales.
Éxodo 20:4-5 dice:
“No te harás imagen, ni ninguna semejanza de lo que esté arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra. No te inclinarás a ellas, ni las honrarás; porque yo soy Jehová tu Dios, fuerte, celoso, que visito la maldad de los padres sobre los hijos hasta la tercera y cuarta generación de los que me aborrecen.”
Aquí vemos que se nos dice claramente: “No te harás imagen”. Y ese mandamiento no fue dado por Moisés. Fue dictado por Dios mismo, fue escrito con Su dedo, fue repetido, y fue sellado. Y ese mandamiento no fue abolido por el Nuevo Pacto. Fue confirmado.
Hechos 17:29 dice:
“Siendo, pues, linaje de Dios, no debemos pensar que la Divinidad sea semejante a oro, o plata, o piedra, escultura de arte y de imaginación de hombres.”
No debemos pensarlo. No debemos imaginarlo. No debemos representarlo. No debemos aceptarlo. Colocar una imagen de Jesucristo, aunque sea en nombre de reverencia, aunque sea por tradición, aunque sea por costumbre, es una desobediencia directa a la Palabra de Dios.
Y aquí no estamos hablando de que alguien le ore a una estatua. No hay que llegar tan lejos. Basta con que esa imagen empiece a ocupar lugar en la mente, basta con que la persona ore mientras la mira, basta con que esa imagen influencie cómo usted piensa en Cristo. Eso ya es pecado, eso ya es idolatría.
No importa si es pintura. No importa si es escultura. No importa si es una estampa con versículos. Si es imagen de lo que está arriba en el cielo, es pecado. Y Dios no nos mandó a dibujar a su Hijo, nos mandó a obedecerle. Dios no nos pidió que lo recordáramos con arte, nos mandó a predicarlo con poder. Y si el enemigo ha logrado meter una imagen falsa en el corazón de millones de personas, entonces esa imagen debe ser derribada.
No podemos seguir diciendo que lo adoramos en espíritu y en verdad, mientras conservamos en la mente una figura inventada. Mientras le cantamos a un rostro que nunca existió. Mientras educamos a nuestros hijos con ilustraciones de algo que contradice la Escritura. Jesucristo es real y no necesita imágenes. Él es el Verbo, no la figura. Es la Palabra encarnada, no una figura esculpida. Es el Salvador resucitado, no el modelo europeo.
Y si no dejamos ir la imagen, será muy difícil ver al verdadero. Porque en los días que vienen, se levantarán muchos falsos cristos.
Mateo 24:24:
“Porque se levantarán falsos Cristos, y falsos profetas, y harán grandes señales y prodigios, de tal manera que engañarán, si fuere posible, aun a los escogidos.”
Y el que ha sido entrenado para seguir una imagen será engañado por otra. Pero el que ha sido enseñado en la verdad no será movido. Porque sabe quién es su Redentor. Sabe cómo fue. Sabe cómo viene. Y no necesita verlo para adorarlo, sino que le basta con conocerlo.
Conclusión
¿Reconocerías al Mesías si no luce como el retrato que aprendiste de memoria? ¿Lo recibirías si no tiene el cabello largo? ¿Si no tiene el rostro del cuadro? ¿Si no cumple con la imagen que tu mente formó con el tiempo?
Porque, hermano, hermana la verdad no siempre se alinea con lo que estamos acostumbrados a creer. Pero sigue siendo verdad.
Y hoy, con la Biblia abierta, con los pasajes leídos, con el Espíritu de Dios guiándonos, no podemos seguir ignorando lo evidente: Jesucristo no tenía el cabello largo, no era nazareo, y no fue representado correctamente por el arte. Él no se destacaba por Su aspecto, y no debe ser imaginado como un ídolo. Y no debe seguir siendo visualizado a través de una imagen que Dios mismo prohibió.
Ahora bien, esto no se trata solamente de una corrección doctrinal. Se trata de un llamado al arrepentimiento. Porque si esa imagen ha gobernado tu mente más que la Palabra, si has estado adorando al Cristo de la pintura en lugar del Cristo del evangelio, si tu devoción ha sido más emocional que bíblica, hoy es el día de corregir. Hoy es el día de derribar esa imagen.
Hoy es el día de renovar la mente, de limpiarla de ídolos visuales, de borrar las influencias de las películas, de los libros ilustrados, de los cuadros religiosos, y volver al Cristo verdadero al que nació sin atractivo, vivió sin vanidad, y murió sin imagen.
Hoy es el día de volver a Isaías 53, a Juan 7:24, a 1 Corintios 11:14, a Éxodo 20:4. Hoy es el día de reconocer que adorar en espíritu y en verdad no permite representaciones visuales de Dios. Ni esculturas. Ni retratos. Ni símbolos que ocupen el lugar de Su gloria.
- Y no es legalismo. Es obediencia.
- No es extremismo. Es reverencia.
- No es fanatismo. Es fidelidad.
Porque cuando venga el Cristo glorificado, ya no vendrá con rostro europeo, ni túnica blanca, ni cabello largo al viento; vendrá con ojos como llama de fuego, rostro como el sol, voz como estruendo de muchas aguas, y en Su muslo escrito: “Rey de reyes y Señor de señores.” (Apocalipsis 19:16)
Y en ese día, más vale que lo reconozcamos no por la imagen que tuvimos sino por la Palabra que creímos. Así que mi pregunta, con la que abrimos este estudio, ahora debe ser respondida con sinceridad:
Si Jesús se sentara a tu lado sin barba de revista, sin cabello largo ni túnica de diseñador ¿lo reconocerías?
Que tu respuesta no sea emocional, ni automática, ni religiosa. Que sea fruto de la verdad. Y si al finalizar este estudio, el Espíritu te ha convencido, entonces no lo ignores. Quita la imagen. Quita el cuadro. Quita la idea errónea. Y reemplázala con lo que permanece para siempre: la Palabra de Dios.
Porque al final de todo, la fe viene por el oír… no por el ver. (Romanos 10:17)
© José R. Hernández. Todos los derechos reservados.