¿Es pecado tatuarse? Lo que realmente dice la Biblia | Estudios Bíblicos
Estudios Bíblicos Lectura Bíblica: “Y no haréis rasguños en vuestro cuerpo por un muerto, ni imprimiréis en vosotros señal alguna. Yo Jehová” Levítico 19:28
Tabla de Contenido
Introducción
Vivimos en una época donde cada vez más personas —incluyendo creyentes— ven los tatuajes como una forma de expresión personal, de identidad, o incluso de arte espiritual. Algunos dicen que tatuarse no tiene nada de malo. Otros van más allá y enseñan que Dios no se fija en lo exterior. Que lo importante es el corazón. Que marcar el cuerpo no afecta la fe. Pero la pregunta que debemos hacernos no es lo que dice la sociedad, ni lo que dice la cultura, ni siquiera lo que dice el propio creyente. La pregunta que tenemos que hacernos es: ¿qué dice Dios?
Porque si somos discípulos de Cristo, entonces no podemos vivir por sentimientos, ni por modas, ni por opiniones. Tenemos que vivir conforme a la Palabra. Y cuando abrimos la Biblia —no para defender nuestra postura, sino para buscar la verdad— descubrimos que este asunto no es superficial. Que no se trata solamente de un tatuaje bonito o un versículo marcado en la piel. Descubrimos que hay un principio espiritual profundo. Y que lo que parece inofensivo puede estar conectado con algo mucho más serio.
Ahora bien, antes de comenzar quiero dejar algo claro. Este estudio no tiene como propósito condenar a nadie. No se trata de juzgar a personas por lo que ya hicieron en el pasado. Tampoco se trata de señalar a quienes vienen al Señor con marcas en el cuerpo. El propósito es abrir la Escritura, y ver con ojos nuevos lo que Dios dice sobre el cuerpo, la santidad, y la identidad. Y entender —con base bíblica y no emocional— cuál es el pecado de los tatuajes, por qué ofenden a Dios, y por qué no tienen lugar en la vida de quien ha sido redimido por la sangre de Cristo.
Porque la Biblia habla de esto, y no en un solo versículo. Habla en principios. en símbolos, en mandamientos, y en advertencias. Y no para restringirnos, sino para protegernos.
En el Antiguo Testamento, Dios dio leyes que separaban al pueblo santo de las naciones paganas. Y entre esas leyes, encontramos Levítico 19:28. Ese versículo no fue escrito como una recomendación cultural. Fue una orden directa del mismo Dios.
Y para entenderlo mejor, vamos a examinar la palabra clave en ese texto. En la frase “ni imprimiréis en vosotros señal alguna”, la palabra hebrea traducida como “señal” es “qaaqa” (Strong H7085), y según el diccionario de la Blue Letter Bible, significa: marca, tatuaje, inscripción grabada en el cuerpo. No se refiere a una señal accidental, tampoco a una cicatriz. Sino a una marca deliberada, hecha con intención. Y Dios dijo: no lo harás.
Así que no es exageración. No es legalismo, y o es opinión humana. Es un mandamiento de Dios. Y si fue importante en el Antiguo Pacto, más aún lo es ahora —cuando somos templo del Espíritu Santo, cuando nuestros cuerpos no nos pertenecen, cuando fuimos comprados por precio, y cuando estamos llamados a glorificar a Dios con todo lo que somos. Y eso incluye la piel.
Por eso este estudio es urgente. Porque hay jóvenes que están siendo engañados. Porque hay congregaciones que están cediendo a la presión cultural. Porque hay muchos que están marcando su cuerpo creyendo que es un acto neutro cuando en realidad es una afrenta contra la santidad de Dios.
Y si tú amas a Cristo, si tú quieres seguirle con integridad, entonces necesitas saber la verdad.
No la versión moderna. No la tendencia popular. Sino la verdad que nunca cambia. Así que hoy:
- Vamos a hablar de lo que Dios estableció en Su Palabra.
- Vamos a ver el origen de los tatuajes.
- Vamos a ver lo que representan espiritualmente.
- Vamos a ver lo que dice el Nuevo Testamento.
- Y vamos a responder con claridad y con Biblia: ¿Es pecado tatuarse? ¿Y cuál es el pecado que se comete cuando alguien lo hace?
Porque el que ama la verdad no la esquiva, sino la recibe, la honra, y la vive.
I. El origen de los tatuajes y su conexión con lo pagano
Para entender si tatuarse es pecado, no podemos comenzar con lo moderno. Tenemos que ir a las raíces. Porque todo lo que el mundo normaliza hoy, tiene un origen. Y en el caso de los tatuajes, ese origen no nace en la fe, ni en la comunión con Dios. Nace en la rebelión.
Los primeros registros históricos de tatuajes no vienen del pueblo de Dios, sino de civilizaciones paganas. Antiguos egipcios, babilonios, asirios, griegos, romanos, todos usaban marcas en la piel con fines religiosos, mágicos o espirituales. No eran decoraciones inofensivas. Eran signos de consagración a dioses falsos, marcas de esclavitud, o símbolos de pertenencia a cultos ocultistas.
En muchos casos, los tatuajes eran parte de rituales sangrientos. Las marcas en la carne se hacían invocando espíritus, como una manera de consagrar el cuerpo al servicio de ídolos. Eran visibles, permanentes y deliberadamente provocadoras. Y eso es lo que Dios quería cortar.
Por eso, cuando el Señor sacó a Israel de Egipto —una nación cargada de imágenes, símbolos y prácticas paganas— les dio leyes que los separaran completamente de ese mundo. Y entre esas leyes está la que ya citamos:
“Y no haréis rasguños en vuestro cuerpo por un muerto, ni imprimiréis en vosotros señal alguna. Yo Jehová” Levítico 19:28
Este versículo no está suelto. Está dentro de una sección donde Dios está limpiando el terreno. Está enseñando a Su pueblo cómo vivir como pueblo santo, apartado, consagrado. Y al decir “no imprimiréis señal alguna”, no se está refiriendo a una mancha accidental. Se refiere a lo que hoy llamamos tatuajes: marcas deliberadas con propósito.
La palabra hebrea usada aquí, como mencionamos antes, es “qaaqa” (Strong H7085). Y esta palabra aparece una sola vez en toda la Biblia, lo que le da un peso especial. Significa “incisión, marca, grabado visible en la piel con propósito ritual o decorativo.” No era ambigua. Era clara. Y Dios la prohibió rotundamente.
Ahora bien, algunos dicen: “Eso era parte de la ley ceremonial. Ya no estamos bajo la ley.” Y es cierto que muchas ordenanzas ceremoniales se cumplieron en Cristo. Pero este mandamiento no era ceremonial, era moral y espiritual. ¿Por qué? Porque estaba relacionado con la identidad del pueblo, la santidad del cuerpo, y la separación de lo profano. Y esos principios no fueron abolidos. Fueron afirmados con más fuerza en el Nuevo Pacto.
En 2 Corintios 6:17–18, el apóstol Pablo lo dijo así:
“Por lo cual, salid de en medio de ellos, y apartaos, dice el Señor, y no toquéis lo inmundo; y yo os recibiré, y seré para vosotros por Padre, y vosotros me seréis hijos e hijas, dice el Señor Todopoderoso.”
¿Lo ves? Hermanos, Dios no cambia (Malaquías 3:6). El mismo Dios que dijo en el Antiguo Testamento: “no imprimirás señal”, es el mismo que dice en el Nuevo: “no toques lo inmundo”.
Y lo inmundo no es solamente lo que se come o se bebe. Es también lo que se honra con el cuerpo. Porque el cuerpo no es nuestro. Le pertenece a Él.
Entonces, ¿cuál es el pecado de los tatuajes? El pecado es que introducen en el cuerpo un símbolo nacido en la idolatría. El pecado es que buscan decorar lo que Dios mandó a consagrar. El pecado es que hacen del cuerpo —templo del Espíritu Santo— una plataforma para el arte humano, para mensajes del mundo, o para impresiones que no glorifican a Dios.
Y en muchos casos, los tatuajes no solo son marcas; son pactos. Pactos con ideas, símbolos, nombres, fechas, ídolos. Y cuando un creyente se marca con algo que honra el pasado, o que representa rebelión, está ignorando que ha sido hecho nueva criatura.
Por eso este tema no se trata de si “me gusta” o “no me gusta”. Se trata de origen. De raíz. De verdad. Porque lo que nace en lo profano nunca puede ser redimido para la gloria de Dios si su esencia niega Su santidad.
II. ¿Cuál es el pecado de los tatuajes?
Muchos preguntan: “¿Pero en qué parte de la Biblia dice que tatuarse es pecado?” Y la verdad, hermano o hermana, es que esa pregunta no nace del deseo de obedecer, sino del deseo de justificar lo que ya se quiere hacer. Porque cuando el corazón es obediente, no anda buscando excusas. Anda buscando la voluntad de Dios. Y la voluntad de Dios no es confusa. La voluntad de Dios es clara, y está escrita. Él dijo:
“Y no haréis rasguños en vuestro cuerpo por un muerto, ni imprimiréis en vosotros señal alguna. Yo Jehová.”
Y como les mencione anteriormente, eso no fue una sugerencia cultural. No fue una norma pasajera, sino que fue una orden directa, dada por Dios mismo. Y no ha sido revocada.
Como ya vimos en la sección anterior, la palabra original que aparece allí —y que estudiamos con cuidado— deja claro que se está hablando de marcas permanentes, impresas en el cuerpo. Lo que hoy llamamos tatuajes.
Y esa práctica no nació en un pueblo temeroso de Dios. Nació en pueblos paganos. Era parte de sus ritos religiosos. Se marcaban el cuerpo como forma de honra a los muertos, como pacto con ídolos, como símbolo de pertenencia a sus dioses. Era una forma de adoración corrupta.
Y por eso Dios lo prohibió. Porque Él no quiere que Su pueblo adopte las costumbres de los que no le conocen. El Señor no cambia. Él dijo:
“Porque yo Jehová no cambio; por esto, hijos de Jacob, no habéis sido consumidos.” (Malaquías 3:6)
fíjate bien que Él dijo: “…yo Jehová no cambio…” así que lo que fue escrito para el pueblo de Dios de ese entonces, también fue escrito para nosotros. Esto es algo que el apóstol Pablo nos dice con caridad en Romanos 5:14 cuando escribió:
“Porque las cosas que se escribieron antes, para nuestra enseñanza se escribieron, a fin de que por la paciencia y la consolación de las Escrituras, tengamos esperanza.”
¿Lo estás viendo? Lo que fue mandado en Levítico sigue teniendo valor. No porque vivamos bajo la ley ceremonial, sino porque el corazón de Dios no ha cambiado.
Ahora escucha esto:
“¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros?” (1 Corintios 6:19)
Y sigue diciendo:
“Porque habéis sido comprados por precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios.” (1 Corintios 6:20)
Entonces, si mi cuerpo no me pertenece, si fue comprado por Cristo, si es templo donde mora el Espíritu Santo ¿quién soy yo para rayarlo como si fuera mío? ¿Quién soy yo para marcar lo que Dios ya santificó?
El apóstol también lo dijo así:
“¿No sabéis que sois templo de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros? Si alguno destruyere el templo de Dios, Dios le destruirá a él; porque el templo de Dios, el cual sois vosotros, santo es.” (1 Corintios 3:16–17)
Así que esto no es juego, esto no es asunto de moda, esto es asunto de santidad.
Y alguien podrá decir: “Pero mi tatuaje es cristiano. Es una cruz. Es un versículo.” Hermano, hermana, ¿quién necesita ver esa cruz? ¿Dios? ¿O las personas? ¿No será mejor llevar esa cruz con obediencia, con humildad, con amor? Porque no es la tinta lo que habla, es el testimonio.
Lo espiritual no se imprime en la piel. Se imprime en el corazón. Mira lo que nos dice la Palabra:
“No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta.” (Romanos 12:2)
Y eso incluye tu cuerpo. Incluye tu apariencia. Incluye las decisiones que tomas sobre lo que haces con él. Hoy vivimos en una cultura donde todo gira en torno a la imagen. El tatuaje se presenta como expresión, como identidad, como arte. Pero detrás de eso hay algo más profundo. Hay una lucha por el control del cuerpo. Por quién define quién eres. Por quién deja la marca.
Pedro lo expresó así:
“Amados, yo os ruego como a extranjeros y peregrinos, que os abstengáis de los deseos carnales que batallan contra el alma.” (1 Pedro 2:11)
Y eso es lo que muchos no quieren oír. Que ese impulso de marcar el cuerpo no viene del Espíritu. Viene de la carne. Viene de un deseo de control, de expresión, de rebelión contra el diseño original.
Porque el tatuaje, en su raíz, busca tomar lo que Dios formó, y transformarlo en algo que refleje al yo, no a Cristo. Y ese es el pecado. No la tinta. No el diseño. El pecado es querer gobernar lo que no me pertenece. El pecado es borrar el sello del Creador para imponer el mío. Y cuando eso pasa, ya no estamos hablando de estilo. Estamos hablando de idolatría.
III. El tatuaje y la imagen de un Jesús moderno: ¿de dónde salió esta idea?
Yo no sé si usted lo ha notado, pero en estos tiempos hay una tendencia rara. Y no estoy hablando solamente de los tatuajes en la gente del mundo. Estoy hablando de algo más preocupante todavía: de una imagen de Cristo que no viene de la Biblia, ni de los apóstoles, ni del cielo, sino de la cultura de hoy. ¿Lo has visto?
Aparecen camisetas, afiches, ilustraciones, y hasta grafitis donde se pinta a Jesús con tatuajes. En los brazos. En el pecho. Algunos hasta con frases en hebreo. Dicen que es para hacerlo “más real”, “más cercano”, “más humano.” Pero lo que están haciendo no es acercarlo al corazón. Es bajarlo al nivel de nuestra carne. Esa no es la imagen del Hijo de Dios, esa es la imagen de un ídolo moderno. Inventado por una generación que quiere seguir a Cristo sin dejar el mundo.
Y no es la primera vez que algo así sucede. En Éxodo 32, cuando el pueblo se cansó de esperar a Moisés, ¿qué hicieron? Se fabricaron un dios. Un becerro de oro. ¿Por qué? Porque necesitaban algo que pudieran ver, algo que les hiciera sentir que Dios estaba ahí aunque Dios ya les había hablado desde el fuego.
El problema era que no querían al Dios verdadero. Querían una imagen que pudieran controlar, y eso mismo está pasando otra vez. Y eso, hermano, hermana es idolatría. Así, sin adornos. Idolatría. La Palabra lo dice sin claramente:
“No te harás imagen, ni ninguna semejanza de lo que esté arriba en el cielo, ni abajo en la tierra… No te inclinarás a ellas, ni las honrarás.” (Éxodo 20:4–5)
No hay espacio para justificarlo, no hay excusas culturales, no hay ediciones modernas del mandamiento. Dios lo dijo claramente, y cuando Él habla, no hay que retocar Su voz. Pero aún con eso claro, hay quienes citan Apocalipsis 19:16 para decir que Jesús tenía algo así como un tatuaje. Dice el versículo:
“En su vestidura y en su muslo tiene escrito este nombre: REY DE REYES Y SEÑOR DE SEÑORES.”
¿Y sabe qué hacen algunos? Toman eso y dicen: “Ahí está, Jesús tenía una inscripción en el muslo.” Pero están leyendo mal, aquí no dice que tenía un tatuaje. Dice que en su vestidura y en su muslo estaba escrito ese nombre. No es una marca en la piel, es una declaración de realeza. Es una proclamación de autoridad.
Y además, Apocalipsis es un libro profético, simbólico, no literal. Así que usar eso para justificar los tatuajes es como decir que Jesús es un cordero literal porque así lo llama Juan. En otras palabras, es forzar el texto, y torcer la Escritura. Y cuando la Escritura se tuerce, el alma se endurece.
Ahora bien, ¿por qué es tan peligroso esto? Porque esa imagen de un “Jesús tatuado” le quita santidad a Cristo. Lo humaniza tanto, que lo despoja de Su divinidad. Lo convierte en uno más, en un compañero, en un artista bohemio. Y poco a poco, esa imagen se mete en la mente y luego en el corazón. Y cuando alguien imagina a un Cristo que se parece al mundo, comienza a aceptar un evangelio sin cruz. Comienza a aceptar un evangelio sin separación, un evangelio sin fuego. Y eso no salva a nadie.
Jesús no vino a parecerse al mundo. Él vino a vencerlo. El verdadero Jesús no usó símbolos de moda. No caminó siguiendo las tendencias. No buscó agradar a la cultura. Él dijo:
“El mundo no puede aborreceros a vosotros; mas a mí me aborrece, porque yo testifico de él, que sus obras son malas.” (Juan 7:7)
¿Y cree usted que ese Jesús, el que fue rechazado, escupido, desfigurado, vendría a la tierra a hacerse marcas como los sacerdotes de Baal? La respuesta es un rotundo ¡NO! Ese no es el Cristo de la Biblia.
Pablo dijo:
“Si alguno os predica diferente evangelio del que habéis recibido, sea anatema.” (Gálatas 1:9)
Y ese “Jesús moderno”, con tatuajes y carisma de celebridad, predicado por muchos no es el del evangelio verdadero. Es una fabricación. Una imagen seductora. Un reflejo de la carne disfrazado de espiritualidad. Y lo triste es que muchos lo están adorando sin saber que es un ídolo más.
IV. Consagración verdadera: glorificando a Dios con todo nuestro cuerpo
Hermano, hermana no sé si alguna vez has pensado en esto, pero nuestro cuerpo también fue comprado por Cristo. No solamente el alma. No solamente el espíritu. Todo. Nuestro cuerpo también fue redimido. Y eso tiene implicaciones grandes. Muy grandes.
No es cualquier cosa. No es un tema menor. Es una verdad que deberíamos tener bien clara. Porque el cuerpo no es nuestro. No nos pertenece, así que no es para usarlo como si fuera un lienzo en blanco, ni como si fuera propiedad privada. Es de Dios. Fue comprado a precio de sangre, y si le pertenece a Él, entonces debe ser usado para Su gloria.
La Biblia no nos deja lugar a dudas. El apóstol Pablo lo dijo así:
“¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros? Porque habéis sido comprados por precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios.” (1 Corintios 6:19–20)
Aquí no hay que interpretar, el apóstol lo dice claramente. El cuerpo no es nuestro. Y si no es nuestro, no tenemos derecho a marcarlo, ni mancharlo, ni usarlo como vitrina para símbolos que vienen del mundo. No podemos decir que somos templo del Espíritu, y al mismo tiempo, mostrar en la piel lo que no glorifica al Espíritu. Eso no cuadra. Eso no honra a Dios.
Muchos quieren separar lo espiritual de lo físico. Dicen: “lo importante es el corazón,” como si el cuerpo no importara. Pero no es así. En la Palabra, cuerpo y espíritu están conectados. Lo externo habla de lo interno. Lo que se ve refleja lo que no se ve. Y lo que hacemos con el cuerpo afecta nuestra comunión con Dios.
Pablo también escribió:
“Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional.” (Romanos 12:1)
¿Viste eso? No dice que presentemos nuestros sentimientos. Dice que presentemos nuestros cuerpos. No dice que los adornemos como queramos. Dice que los presentemos como sacrificio vivo. Y un sacrificio no decide cómo se ofrece. Es Dios quien establece cómo debe ser. Y eso implica obediencia. Implica negarse. Implica entender que lo que hacemos con el cuerpo también forma parte de nuestra adoración.
¿Y qué dice Dios sobre eso?
“Así que, amados, puesto que tenemos tales promesas, limpiémonos de toda contaminación de carne y de espíritu, perfeccionando la santidad en el temor de Dios.” (2 Corintios 7:1)
Ahí está. Carne y espíritu. No se pueden separar. No podemos vivir como si el cuerpo no contara. Porque sí cuenta. Porque el templo es uno solo. Y no podemos decir que somos santos por dentro, mientras llevamos en el cuerpo marcas que vienen de culturas que no conocen a Dios.
Y mira, yo no estoy hablando aquí de legalismo. No estoy diciendo que la salvación depende de esto. Estoy diciendo que si hemos sido salvados entonces debemos vivir como salvados. Con todo. Sin reservas. Sin confusión. Sin doble mensaje.
Porque el cuerpo también predica. El cuerpo también comunica. El cuerpo también habla de quién somos y a quién pertenecemos.
V. ¿Cuál es el pecado de los tatuajes?
Alguien podría decir: “Bueno, ya entendimos que el cuerpo es templo. Que Dios lo creó. Que debemos glorificarlo en todo. Pero, ¿cuál es el pecado del tatuaje como tal? ¿Por qué marcar la piel se considera una falta delante de Dios?”
Y es una pregunta válida. No todos los tatuajes son iguales. No todos los motivos son los mismos. No todos lo hacen con la misma intención. Pero si vamos a hablar de pecado, tenemos que ir más allá de lo externo. Tenemos que ir al corazón.
El Señor fue claro al hablar sobre esto:
“Porque del corazón salen los malos pensamientos, los homicidios, los adulterios, las fornicaciones, los hurtos, los falsos testimonios, las blasfemias.” (Mateo 15:19)
El problema no comienza en la aguja, sino que comienza en la motivación. ¿Qué me lleva a marcar mi cuerpo? ¿Vanidad? ¿Rebeldía? ¿Afán de pertenecer? ¿Querer llamar la atención? ¿Imitar al mundo? Es ahí donde empieza el pecado. Así que no se trata solamente de tinta, sino que se trata de lo que esa tinta representa. De lo que quiere decir, de lo que comunica, y sobre todo de a quién honra.
Porque aunque alguien diga: “pero es que mi tatuaje dice ‘Jesús me ama’”, o “es una cruz”, o “es una frase bíblica”, el simple hecho de usar el cuerpo como pancarta choca con el principio de santidad. Porque Dios no necesita que lo representemos en la piel. Lo quiere en el corazón. Lo quiere en el testimonio. Lo quiere en la conducta.
El pecado del tatuaje no está solo en la acción física, sino en la motivación espiritual. En el deseo de expresarse fuera del diseño de Dios. En seguir una corriente que no viene del cielo. En buscar una identidad visual, cuando ya fuimos marcados espiritualmente por el Espíritu Santo. Y esto no es algo que lo digo yo, sino que es algo que nos enseña la Escritura. Pablo escribió:
“Y todo lo que no proviene de fe, es pecado.” (Romanos 14:23)
¿Puedes hacerte un tatuaje por fe? ¿Por obediencia? ¿Por temor de Dios? ¿Lo puedes hacer en oración? ¿Con la Biblia abierta? ¿Con la conciencia limpia? Si no, entonces ya sabes la respuesta. Y cuidado con justificar lo que el Espíritu está señalando. Porque cuando el corazón quiere algo, la mente busca excusas, pero cuando el corazón es obediente, la mente se somete a la Palabra.
No podemos seguir al mundo en una cosa, y esperar que Dios nos bendiga en todo. El cristiano no tiene que parecerse al mundo para alcanzar al mundo. Tiene que parecerse a Cristo. Y Cristo nunca necesitó una marca visible para mostrar el poder del Padre. Su obediencia fue su mayor señal.
VI. ¿Es diferente tatuarse antes de conocer a Cristo y después?
Una de las preguntas que más escucho cuando hablamos de este tema es: “¿Y qué pasa si me tatué antes de conocer al Señor?” Algunos preguntan con temor, otros con culpa, y otros solo buscando una excusa para seguir haciéndolo. Pero la respuesta está en la Palabra.
La Biblia enseña que cuando alguien viene a Cristo, no simplemente recibe perdón recibe una nueva vida. Una vida completamente distinta. Un antes, y un después. Una transformación que toca todo: pensamiento, actitud, testimonio, y también lo que hacemos con el cuerpo.
El apóstol Pablo escribió:
“En cuanto a la pasada manera de vivir, despojaos del viejo hombre, que está viciado conforme a los deseos engañosos, y renovaos en el espíritu de vuestra mente, y vestíos del nuevo hombre, creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad.” (Efesios 4:22–24)
Ese texto es poderoso. Pablo no dice: “ajústense un poco”, dice: “despójense”. Dejen atrás esa vieja manera. Eso incluye los pensamientos, los hábitos y sí, también las marcas que uno mismo eligió llevar cuando aún estaba ciego espiritualmente.
Entonces, ¿es pecado haber tenido tatuajes antes de conocer al Señor? No. No es el tatuaje del pasado lo que contamina. Es justificarlo ahora. Es querer añadir más, aun después de haber sido iluminado. Porque cuando alguien ha conocido a Cristo, ya no necesita adornarse con lo de antes. Ya no vive para impresionar. Ya no busca identidad en lo externo. Su gloria está en la cruz, no en la tinta.
Pablo también dijo:
“De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas.” (2 Corintios 5:17)
¿Ves? Las cosas viejas pasaron. Y eso incluye la manera antigua de pensar sobre el cuerpo, el orgullo, la autoexpresión, y el deseo de llamar la atención. Y si el Espíritu Santo habita en ti no te va a empujar a repetir lo viejo. Te va a llevar a vivir en lo nuevo. A caminar en obediencia. A reflejar a Cristo, no al viejo “yo” que fue clavado en la cruz.
Así que si alguien ya tiene tatuajes del pasado, ¿qué debe hacer? No esconderse. No vivir en condenación. Pero tampoco justificarse. Debe testificar que hubo un cambio. Debe vivir de tal manera que quede claro que esas marcas no lo definen. Que su verdadero testimonio ahora es otro. Uno que se ve en lo que hace, en cómo habla, en cómo ama, y en cómo honra a Dios con su cuerpo.
Pero si después de haber nacido de nuevo alguien decide seguir tatuándose, entonces ya no estamos hablando del pasado. Estamos hablando de desobediencia presente. De un corazón que está resistiendo al Espíritu.
Porque el que ha nacido de nuevo, busca agradar a Aquel que le dio nueva vida. No sigue buscando cómo parecerse al viejo hombre sino cómo glorificar al nuevo Señor.
VII. Tatuajes y el testimonio cristiano
Cuando uno acepta al Señor, no solo cambia su destino. Cambia su manera de vivir. Cambia su manera de hablar, de pensar, de decidir. Cambia su manera de presentarse ante el mundo. Porque el que ha sido comprado por la sangre de Cristo, ya no se pertenece. Le pertenece a Aquel que lo salvó.
Eso incluye el testimonio. No sólo lo que decimos, sino lo que reflejamos con nuestra forma de vivir. Y eso también tiene que ver con cómo usamos nuestro cuerpo. Porque aunque el mundo insista en que los tatuajes son algo “normal,” “artístico” o “moderno,” la pregunta sigue siendo: ¿qué dice tu cuerpo acerca de tu fe?
La Palabra no deja lugar a dudas:
“Absteneos de toda especie de mal.” (1 Tesalonicenses 5:22)
Y eso no se refiere solamente a lo malo en sí, sino también a lo que parece malo. Lo que puede interpretarse como parte del mundo. Lo que puede dar un mensaje confuso. Porque el creyente no solo tiene que evitar el pecado. Tiene que evitar lo que parece pecado, lo que mancha su testimonio, lo que puede hacer tropezar a otros.
El problema de los tatuajes no es solo lo que representan. Es el mensaje que mandan. Aunque tú pienses que no tienen nada de malo, aunque tú creas que tu intención es buena, el testimonio no se trata de lo que tú ves… sino de lo que otros ven en ti. El testimonio no se defiende con excusas, se refleja con claridad.
“No sea, pues, vituperado vuestro bien.” (Romanos 14:16)
En otras palabras, si haces algo que en tu conciencia no es pecado, pero a los ojos de otros desacredita el evangelio, entonces no es sabio hacerlo. No es amor. No es buen testimonio. Y eso incluye tatuarse. Porque aunque tú te sientas libre, puede que esa libertad esté enviando un mensaje equivocado. ¿Y para qué insistir en algo que no glorifica al Señor? Pablo dijo:
“Todo me es lícito, pero no todo conviene; todo me es lícito, pero no todo edifica.” (1 Corintios 10:23)
Puede que tatuarse no sea el peor pecado. Puede que no esté en la lista de los diez mandamientos. Pero si no edifica, si no conviene, si puede confundir a otros, ¿vale la pena?
El testimonio no es algo que se guarda solo en el corazón, sino que se lleva puesto. Se ve en lo que uno aprueba, en lo que uno defiende, en lo que uno permite. Y si nuestra apariencia no comunica pureza, obediencia, sujeción, entonces no está alineada con el evangelio.
Entonces tatuarse no es solo una marca en la piel. Sino que puede convertirse en un obstáculo para alcanzar a otros. Puede levantar barreras en vez de puentes. Puede debilitar la imagen de Cristo en nosotros. Y si eso ocurre, no es libertad. Es tropiezo.
El que ama su testimonio, cuida hasta lo más mínimo. El que ama al Señor, no busca lo que le gusta a él, sino lo que le agrada a Dios. El que ama a su prójimo, se abstiene de todo lo que pueda hacerle daño aunque tenga el “derecho” de hacerlo. Porque al final, la pregunta no es: ¿puedo hacerlo? Sino: ¿glorifica a Dios?
Conclusión
No se trata de tinta – se trata de quién te marcó primero
Yo no vine a escribir esto para regañar a nadie. No me interesa discutir por costumbres ni pelear con quienes piensan distinto. Pero sí me importa la verdad. Y si vamos a vivir para Cristo, tenemos que vivir con claridad, no con confusión.
Lo que has leído aquí no es opinión personal. No son reglas religiosas. Es lo que la Palabra enseña. Y cuando Dios habla, uno no lo pone en duda, uno lo escucha. Lo obedece. Y si algo en tu interior empezó a inquietarse mientras leías dale gracias al Señor. Porque eso quiere decir que el Espíritu te está despertando.
Muchos hoy defienden los tatuajes como si fueran parte de su identidad. Pero la identidad del creyente no se marca con tinta. Se marca con obediencia. Se marca con testimonio. Con una vida limpia. Consagrada. Que no copia al mundo, ni busca parecerse a él, ni necesita imitar modas para sentirse completo.
Y si alguien me pregunta: “Hermano, ¿entonces los tatuajes me van a condenar?” Yo le diría: no. Pero si conociendo la verdad, sabiendo que eso no le agrada al Señor, igual decides hacerlo, eso sí te va a alejar. No porque el Señor te rechace. Sino porque tú estarías escogiendo algo que no nació de Él.
El problema no es la tinta. El problema es lo que representa. El mensaje que comunica. La puerta que puede abrir. La confusión que puede traer. Porque una cosa es tener un tatuaje del pasado, y otra muy distinta es querer tatuarse sabiendo lo que dice Dios. Y aquí hay que ser claros. El cuerpo no se toca como si fuera nuestro. Porque no lo es. Fuimos comprados a precio de sangre. Somos templo. Somos embajadores. Somos luz. Y eso no es cualquier cosa.
Entonces, ¿vale la pena manchar lo que Dios ha limpiado? ¿Tiene sentido marcar con símbolos lo que fue sellado por el Espíritu? Yo no puedo decidir por ti. Pero sí puedo decirte esto: si tienes al Espíritu Santo, ya sabes la respuesta. Así que, antes de tomar decisiones que marquen tu piel, deja que el Señor marque primero tu corazón.
Y si ya te tatuaste en el pasado, no cargues culpa. Pero tampoco uses eso como excusa para volver atrás. Tú ahora eres nueva criatura. Y una nueva criatura no necesita tinta. Lo que necesita es andar como anduvo Jesús.
“Si, pues, coméis o bebéis, o hacéis otra cosa, hacedlo todo para la gloria de Dios.” (1 Corintios 10:31)
Todo. No solo lo que decimos. También lo que mostramos. Lo que permitimos. Lo que reflejamos. Y si esto te hizo pensar, si el Señor te habló, no lo ignores. Haz lo correcto. Haz lo que agrada a Dios.
© José R. Hernández. Todos los derechos reservados.