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¿Es amor lo que damos a los niños?

A Jacinto la idea de jugar con carros imaginando que se trata de enormes tractocamiones, sólo le dura segundos. Los mismos que toman las imágenes de televisión en transmitirlos, en el horario infantil de los domingos. Es el único día que descansa. Los demás días de la semana, está trabajando.

Apenas despierta el día, sale de casa. Lo acompaña una tela roja que tercia a sus hombros y un balde con agua. Son sus herramientas. Él lava autos en una estación de gasolina de Miraflores, en un costado privilegiado de Lima. Lo hace desde que tenía seis años. Hoy cumplió los diez.

No estudia. Por supuesto, ha soñado cómo sería dibujar en cuadernos con crayolas de colores. Pero apenas se lo dice a su madre, recibe una recriminación. “No te das cuenta que somos tan pobres que no tenemos derecho siquiera a pensar en el estudio”, le dice mientras le apura a entregar lo que ganó en la jornada.

Un día que quiso quedarse con algo del dinero, la mujer lo golpeó tan fuerte que dejó profundas marcas en su espalda. A duras penas llegó al estacionamiento.

Jacinto se resignó a su realidad pero tiene el firme propósito de huir, apenas tenga oportunidad de sostenerse por sus propios medios. Un amigo le explicó que yendo hacia el norte, encontrará el Aeropuerto Jorge Chávez y que, si no abandona su ruta, devorando kilómetros en la autopista panamericana, conocerá Virù, Alto Salaverry, Trujillo y Chepen. Él sueña con ser libre.

Una historia que se repite

En Latinoamérica hay muchos Jacintos. Son niños. Trabajan. Sus padres les robaron el derecho a la infancia. Les cambiaron los juegos por el trabajo. O tal vez los maltratan. Quizás los golpean muy duro en vez de aplicarles una disciplina justa. Probablemente les repiten que no sirven para nada.

Hay muchas formas de expresarles rechazo y sembrar en sus corazones la semilla para la derrota. No sólo es ponerles a trabajar, también ponerles bajo escarnio o impedirles soñar, una manifestación tácita de maltrato. Es un fenómeno que se aprecia incluso en hogares cristianos. Pero, ¿es eso lo que quiere el Señor Jesús?

En absoluto. Cuando vamos al Evangelio encontramos que amaba la niñez: “Llevaron unos niños a Jesús para que les impusiera las manos y orara por ellos, pero los discípulos reprendían a quienes los llevaban. Jesús dijo: “Dejen que los niños vengan a mí, y no se lo impidan, porque el reino de los cielos es de quienes son como ellos. Después de poner las manos sobre ellos, se fue de allí” (Mateo 19:13-15. Nueva Versión Internacional).

Si es padre de familia o hermano mayor, revise hoy cómo es su comportamiento con los niños. ¿Refleja el amor de Cristo al brindarles amor, cariño, tolerancia y comprensión? ¿Acaso es cruel con los pequeños? ¿Cuál es su forma de disciplinarlos? Hoy es el día para cambiar. Su familia puede ser diferente, si permite que Jesucristo aplique los cambios necesarios…

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