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Un hombre justo en su generación

Un pueblo de mineros comparte dos características. La primera, que la convicción errada de que mañana, en cualquier momento, se hallará una veta de oro, lleva a que muchos mineros gasten el poco dinero que ganaron durante la semana, en trago y mujeres. El segundo, que tras jornadas de doce horas en los socavones, decidan entregarse al ocio, a las apuestas, a hablar toda suerte de cosas reprobables.

En un caserío así le tocó vivir a José Antonio. No había trabajo en La Paz, Bolivia, y decidió adentrarse en las montañas, hasta el punto distante del horizonte por donde el sol nace perezoso en las mañanas y se esconde juguetón cuando densos nubarrones anticipan un aguacero.

Aunque el ambiente no era propicio para expresar sus convicciones cristianas, se sobreponía y no desperdiciaba oportunidad para hablarles a los amigos de Cristo. Era una obsesión que rindió resultados con el paso del tiempo.

Dos de sus inmediatos colaboradores, uno el que arrastraba el vagón y el otro, quien les ayudaba a sacar la tierra por entre la angosta abertura de la superficie, terminaron aceptando a Jesús como Señor y Salvador.

Se conservó fiel. Cristiano en los buenos momentos, pero también en los más difíciles. Su fe permaneció indeclinable. Era ejemplo para todos en las minas y en el poblado. Y aunque muchos lo detestaban, no podían negar que en él había algo especial. Y ese “algo especial” no era otra cosa que su condición de siervo de Jesús.

Hombres que salen

A través de la historia muchos hombres y mujeres han sobresalido. Sus pensamientos que se vieron reflejados en acciones, testimoniaron de la fe que les acompañaba. Esas personas agradaron al Creador. Le honraban con sus actos.

En el comienzo de las generaciones leemos sobre un personaje así: “Pero Noé halló gracia ante los ojos de Jehová. Estas son las generaciones de Noé: Noé, varón justo, era perfecto en sus generaciones; con Dios caminó Noé” (Génesis 6:8, 9).

Guárdese fiel para el Señor. Su testimonio de vida cristiana es muy valioso. No se puede negociar por las luces que ofrece el mundo, que no son otra cosa que tentaciones de placeres, fama y hasta enriquecimiento. Muchos han marchado en ese camino para encontrarse con el fracaso.

Usted no fue llamado a renunciar a su vida cristiana ni a dejar de lado los valores y principios aprendidos en las Escrituras. Es hora que retome el sendero de fidelidad a Cristo y camine por él hasta el último instante de su existencia.

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