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Yo voy contigo…

Reflexiones | Meditaciones Cristianas

Tiempo atrás sucedió algo milagroso. Dios me habló. Lo milagroso no fue que me hablara, sino el modo en que me habló. Él nos habla a través de su Palabra, a través de los amigos, a través de la naturaleza o aun en medio de una crisis. Pero esta vez fue especial, porque me habló por medio de mis dos hijos.

Todo comenzó cuando Adriel, de 3 años, estaba jugando a esconderse dentro del guardarropa. Entraba, cerraba la puerta, y luego el papá (es decir, yo), haciéndome un tanto el distraído, debía buscarlo. Abría la puerta y me sorprendía al encontrarlo, al mismo tiempo que él, con enormes carcajadas celebraba cada encuentro. Dana, la hermana de sólo un año y medio, observaba. Por un buen tiempo lo siguió haciendo hasta que, poniéndose de pie, mostró su interés en sumarse al juego. Le cedí mi lugar, así que ahora quien debía encontrarlo era ella. Una vez mas, Adriel se escondía (en el mismo lugar, y del mismo modo) y Dana era quien ahora golpeaba desde afuera, llamándolo a su manera, claro. Lo que sigue es de imaginar. Adriel abría la puerta y ambos reían contagiosamente. Lo mismo se repitió… unas 10 veces mas!… hasta que Dana sintió que era su turno. Era divertido descubrir al hermano, pero se suponía que había otra parte del juego que no quería perderse.

Fue así que hubo intercambio de roles; luego de que Adriel saliera del interior del guardarropa, Dana, imitando a su hermano mayor, puso un pie y luego el otro, adentrándose a aquel lugar tan ansiado. Paso siguiente, cerró la puerta con gran autoridad, demostrando que había entendido perfectamente su nuevo papel en el juego.

Y allí quedó…en silencio. Uno, dos, tres, cuatro, no se si fueron cuatro o cinco los segundos de silencio. Lo que se escuchó después no fueron risas, sino llanto. La oscuridad que reinaba dentro de su escondite la asustó, e hizo lo que todo niño hace cuando tiene miedo… o para ser mas sincero, lo que hacemos la mayoría de nosotros cuando tenemos miedo: Llorar.

Todos, algunos más, algunos menos, sabemos lo que provoca el miedo; pero ¿quién no se sintió paralizado por el temor? El temor nos deja inmóviles, nos quita las ideas, nos quita la razón, se roba nuestras risas y nos convence de que nada podemos hacer, sólo… llorar.

¿Recuerdas la ultima vez que sentiste miedo? Piensa un momento… y podrás percibir su estrategia. No le es suficiente dejarnos paralizados, también nos engaña. Sus movimientos, muy calculados, los hace sobre un gran escenario montado por un maestro del engaño. El temor es una de las figuras del elenco, junto con la duda, la desconfianza y la desesperanza. Detrás de su presencia, hay un director con una mente tan astuta como perversa.

“…se llama diablo y Satanás, el cual engaña al mundo entero” (Apoc.12:9)

Satanás es el gran engañador, y quiere que creamos sus mentiras como verdades. Nos invita a su función, nos sienta en primera fila, apaga todas las luces, y quedamos perplejos viendo como estos personajes hacen de las suyas. Mientras tanto… nuestra fe queda guardada en el camarín.

Debo admitir que hace pocas horas asistí a una función de esas. Estoy escribiendo esto, en medio de mis vacaciones. Escucho algunos niños jugando en la piscina, mi esposa tratando de que mis hijos duerman una siesta que les haga recuperar las fuerzas que perdieron por la mañana, escucho el cantar de unos cuantos pájaros, y estoy sentado en mi reposera, al lado de un gran árbol, o para ser mas exacto, al lado de lo que fue un gran árbol. La hermosa sombra que nos regalaba este algarrobo hace unos días, ahora es solo un recuerdo. La tormenta lo doblegó, los fuertes vientos lo quebraron. Aun puedo sentir la furia de aquel temporal. Fue uno de los peores que pueda recordar. La lluvia, el granizo, el viento… y el temor. Dijeron que fue una especie de tornado, en realidad, poco importa como lo quieran calificar, me basta haber visto quebrar un algarrobo y volar las chapas del techo de la cabaña que estaba a pocos metros de la nuestra. Tuvimos miedo, mucho miedo.

Seguramente habrás pasado por peores momentos que yo. Por eso me atrevo a decir que conoces lo que hace el temor. No deja lugar a la confianza. Todos hemos sentido miedo, pero la pregunta es… ¿qué debemos hacer con él?

Pero quiero volver a mi habitación; a lo que en un principio había sido un entretenido juego. Dana seguía dentro del guardarropa, llorando. Adriel del otro lado, escuchando. Y yo… bueno, yo era un espectador de lujo, ansioso por ver como continuaba la historia.

Lo que sucedió después fue de las cosas más hermosas y sorprendentes que viví. Adriel entró en escena, intervino en la situación y lo que hizo no lo olvidaré jamás.

Corrió la puerta de madera, miro a Dana con ternura y le dijo:

“No tengas miedo Dana, yo voy contigo”

Inmediatamente después, subió el pequeño escalón que lo separaba de su hermana, atravesó la puerta que dividía la luz de la oscuridad y sin decir nada más, se sentó a su lado, puso su mano derecha sobre el hombro de ella y cerró la puerta. Ambos quedaron en oscuridad, en total oscuridad. Pero lo que antes fue un llanto, se convirtió en risas… en la misma oscuridad.

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