No podemos servir a Dios y al dinero

Mensajes Cristianos

Mensajes Cristianos Texto Biblico: Ninguno puede servir a dos señores; porque o aborrecerá al uno y amará al otro, o estimará al uno y menospreciará al otro. No podéis servir a Dios y a las riquezas.” (Mateo 6:24)

Introducción

No podemos tener el corazón dividido. Si lo hacemos, una parte será una postura simplemente, y la otra nuestro verdadero centro.

Cuando nos referimos a división, no hablamos del amor verdadero. El amor verdadero hace que le demos a cada uno lo que corresponde de nuestro afecto. Dios, la familia, nuestros hermanos en la fe, el prójimo, todos pueden tener en nuestro corazón el lugar que les toca. El amor a Dios engloba a todos los demás, porque los amamos con y desde Dios.

Pero el amor a las riquezas es egoísta. No admite competencia ni rivalidad. Asume todas nuestras potencias y nos limita en el amor que podemos brindar.

Es así que no podemos ser adoradores de Dios y del dinero al mismo tiempo. El dinero absorbe toda nuestra capacidad e invade nuestros pensamientos. No nos movemos más que para aumentar nuestra cantidad de dinero. No hablamos ni nos acercamos al prójimo, más que por conveniencia, buscando que no beneficie económicamente.

La codicia, cuando conquista el corazón del hombre, lo pervierte de tal manera que lo hace capaz de las más grandes bajezas. Es el origen de muchos pecados, porque se enseñorea del hombre y no le permite amar la ley de Dios.

Pensemos en cuántas cosas que son pecado se alimentan de la codicia de los hombres. Las drogas, la prostitución, las guerras, los fraudes, el alcohol. Todo esto crece en nuestro mundo porque hay detrás hombres codiciosos que se benefician con su explotación.

El que ama el dinero

El que ama el dinero, no se saciará de dinero; y el que ama el mucho tener, no sacará fruto. También esto es vanidad.” (Eclesiastés 5:10)

Nunca está saciado el corazón codicioso. Porque el corazón del hombre no ha sido hecho para ser satisfecho por algo material. Ha sido hecho por Dios para amarlo a Él, y encontrar el gozo en cumplir su voluntad y conservar su amistad.

El que ama el mucho tener, no sacará fruto. Porque todo lo que pueda llegar a hacer para el bien, se hace sin provecho para el espíritu. Las intenciones se ven manchadas por la avaricia de tal modo que tuercen su rumbo y se dirigen a saciar este apetito desordenado.

La codicia es vanidad. Nos tiene ocupados en cosas superfluas, que no elevan al hombre, sino que lo aplastan. Porque al alejarnos de nuestro fin último, que es Dios, nos volvemos menos hombres.

Porque ¿qué aprovechará al hombre si ganare todo el mundo, y perdiere su alma?” (Marcos 8:36)

Cuando comenzamos a caer en la codicia, no nos damos cuenta porque quizás empezamos con buenas intenciones. Juntar dinero para algo legítimo, se vuelve de a poco en lo central de nuestra vida. Primero le damos el corazón a algo pequeño y luego nos perdemos en un mar insaciable de deseo.

Lo que debemos preguntarnos en la oración es: Si tuviera todo el mundo en mis manos, ¿salvaría con eso mi alma? ¿Sentiría que estoy en amistad con Dios si mi única preocupación en la vida fue acumular cosas materiales?

Por esto Cristo en los Evangelios nos enseña muchas veces que es muy difícil para un rico entrar en el Reino de los cielos. No porque lo material sea malo intrínsecamente. No somos ángeles, necesitamos bienes para el sustento y para asegurar un futuro a nuestra familia. Sino porque tendemos a darle a las riquezas el lugar que no les corresponde, el lugar de Dios.

Debemos meditar en la oración si somos templos del Espíritu Santo, o templos del dinero. Si no abandonamos el encuentro con la Palabra de Dios, ella nos dirá continuamente que nuestro camino no va por la senda de la acumulación de riquezas. Al contrario, cuando distribuimos entre los que menos tienen, acumulamos un tesoro espiritual que no se perderá. Porque estará en el cielo, esperando por nosotros.

No perdamos la oportunidad de ganar el cielo con las riquezas de la tierra. No dejemos de servir al Señor por servir al dinero. Entreguemos lo mejor de nosotros para alcanzar el tesoro que no se pierde ni se corrompe.

Conclusión

No podemos servir a Dios y al dinero. Porque nuestro corazón no está hecho para amar las riquezas. La codicia atrapa al corazón y lo enceguece, dejándolo incapaz de amar la ley de Dios. Nunca nos saciaremos de riquezas, porque nuestra alma sólo está satisfecha en el encuentro con Dios. Debemos aprovechar las riquezas para ganarnos un tesoro en el cielo, donde nadie nos lo podrá quitar.

© Pedro Blanco. Todos los derechos reservados.

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Pedro Blanco
Fiel siervo de Jesucristo, y amante de la palabra de Dios. Me gusta redactar mensajes cristianos para compartir. Es mi oración que las redacciones que publico te sirvan de bendición, y edifiquen tu fe.

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