De la misericordia al perdón

Sebastian Romero

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De la misericordia al perdón | Mensajes Cristianos

Introducción

Nadie puede perdonar si primero no ha entendido que Dios ya lo perdonó. El creyente debe caminar con la seguridad de que su deuda fue saldada por Jesucristo. Fuimos limpiados por Su sangre. El perdón que Dios nos dio es real. No fue simbólico ni parcial. Fue completo.

Ahora bien, eso no significa que dejamos de pecar. Pecamos, y cuando lo hacemos, debemos confesarlo y arrepentirnos. El Señor espera eso de nosotros. El pecado sigue siendo la causa de todos los males del ser humano, desde Adán hasta hoy. Pero Cristo lo venció. En Él tenemos libertad.

¿Puede Dios perdonar cualquier pecado?

Algunos se preguntan si hay pecados tan grandes que Dios no pueda perdonar. A veces lo dudamos porque los seres humanos decimos que perdonamos, pero seguimos recordando la ofensa. Hablamos del perdón, pero murmuramos o lo usamos como excusa para guardar distancia.

Dios no es así. Hebreos 8:12 lo dice con claridad: “Porque seré propicio a sus injusticias, y nunca más me acordaré de sus pecados y de sus iniquidades.” El Señor no solo perdona, también olvida.

Él no mide el tamaño del pecado. Su santidad es perfecta, pero su misericordia es suficiente para todo aquel que se arrepiente con sinceridad. Por eso, no temas ni dudes. Si te has arrepentido, Dios te perdona.

¿Qué es misericordia?

Jesús lo explicó en la parábola del buen samaritano (Lucas 10:25–37). Un hombre fue atacado por ladrones y dejado medio muerto. Pasaron un sacerdote y un levita, pero siguieron de largo. Solo un samaritano se detuvo. Lo vio, se acercó, lo curó y lo cuidó.

La clave está en lo que dijo Jesús: “Fue movido a misericordia.” (ver. 33). Ese samaritano actuó con bondad, compasión y sin prejuicio. En tiempos de Jesús, los samaritanos eran despreciados por los judíos, pero eso no detuvo su ayuda. Se olvidó de las diferencias, no pensó en lo que había pasado antes. Solo vio una necesidad… y actuó.

Jesús preguntó: “¿Quién fue el prójimo del herido?” La respuesta fue: “El que usó de misericordia.” Y Jesús concluyó: “Ve, y haz tú lo mismo.”

La misericordia es bondad en acción. Es compasión que se demuestra. Es gracia. Es ayudar al que no lo merece. Y es también la antesala del perdón.

La relación entre misericordia y perdón

Romanos 3:23 nos recuerda que todos hemos pecado. Por eso, todos necesitamos misericordia. Y cuando uno ha sido tocado por esa misericordia, el corazón cambia. Uno aprende a perdonar porque ha sido perdonado primero.

Pero ¿qué es perdón? Es remisión. Es soltar la ofensa. Es olvidar el daño. No se puede perdonar si todavía hay resentimiento. Y si hay espíritu de venganza, todavía hay pecado. El pecado esclaviza. El perdón libera.

Pedro le preguntó al Señor: “¿Cuántas veces perdonaré a mi hermano?” Jesús respondió: “Hasta setenta veces siete.” (Mateo 18:21–22). No hay límite para el perdón cuando se ha recibido misericordia.

El que no puede perdonar aún, debe orar con sinceridad. Porque el perdón no nace de la emoción, sino del Espíritu de Dios que obra en el corazón dispuesto.

El perdón refleja el carácter de Dios

Efesios 4:32 nos instruye así: “Antes sed benignos unos con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros, como Dios también os perdonó a vosotros en Cristo.”

No perdonamos por obligación. Perdonamos porque hemos sido perdonados. Perdonamos porque queremos obedecer a Dios. Y cuando lo hacemos, agradamos al Señor. El que agrada a Dios recibe paz, sabiduría, gozo. Pero sobre todo, vive en libertad.

Conclusión

Hay una verdad clara en todo esto: nadie puede perdonar si no ha sentido misericordia primero. Pero cuando la misericordia de Dios toca el corazón, el perdón se vuelve posible.

Y cuando perdonamos, no solo nos sanamos nosotros. También hacemos la voluntad de Dios. Y eso es lo que el Señor quiere: que vivamos con un corazón limpio, libre, sin rencores ni cadenas.

Si has comprendido esta verdad hoy, no es casualidad. Es Dios quien te ha traído hasta aquí. Él te está llamando. Solo te pide una cosa: “Acepta a Jesucristo como tu Señor y Salvador, y Él escribirá tu nombre en el libro de la vida.” (Apocalipsis 3:5).

Que Dios te bendiga.

© Sebastian Romero. Todos los derechos reservados.

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Sebastian Romero
Autor

Sebastian Romero

El Señor tocó mi corazón hace 20 años y me llamó a su servicio. No soy un pastor, soy un humilde diácono en mi iglesia. Mi gozo y propósito en la vida es compartir el amor de Cristo y Su Palabra con todos ustedes. Actualmente, estoy estudiando en un colegio bíblico para aprender más y seguir creciendo en mi fe.

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