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La religiosa equivocada

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Cierta dama, quien decidió dar su vida por entero a los demás, deseando servir a Dios. Ella tenia un carácter muy particular, tenía algunos prejuicios como todas las personas lo tienen, pero resaltaban los de ella aún más a la luz, ya que ella era observada por todas las personas, por la posición de liderazgo que tenía en la sociedad y en la vida religiosa.

Ella era la encargada de muchas organizaciones que le donaban para regalar a otros y para hacer diferentes tipos de caridades, y eso la ponía en una posición social importante, como algo que muchos buscan por querer sobresalir en la sociedad y sentirse realmente muy importantes y salir en noticias o periódicos.

Cierto día, mientras ella estaba repartiendo una ropa y juguetes para los niños necesitados por las inundaciones, vino un niño y le dijo: — Señora, Señora, yo no tengo ropa ni juguetes, no me han dado nada.

Ella le quedó viendo al niño de aproximadamente ocho años, se quitó sus lentes bifocales y le contestó como que se dirigía a un adulto: mire niño en primer lugar no soy señora dime Miss, y en segundo lugar tienes que venir acompañado de un adulto para poder entregarte ropa y juguetes.

El niño, muy triste le insistió a la dama, para que le diera al menos ropa, pues ningun adulto podría venir con él, pero ella hizo oídos sordos a pesar de la súplica de aquel niño. Las reglas ya estaban establecidas, debía venir acompañado de un adulto y punto.

Finalmente el niño salió de aquella galera que habían hecho, con el objetivo de entregar dichos ropajes y juguetes.  Podría haber sido la temporada de la inundación el momento más feliz para ese niño posiblemente, ya que salió de aquel congestionado lugar con las manos en su bolsa y dijo con lágrimas en sus ojos: yo pensé que Dios ayudaba a todas los niños, pero bien me decía mi abuela, Dios no está en la tierra, está en los cielos.

Mientras el niño caminaba triste y diciendo eso sobre Dios, un joven de 18 años que le conocía le preguntó: — ¿qué te pasó? ¿No te dieron juguetes?

El niño, solo se encogió de hombros, movió su cabeza negativamente, y siguió caminando hasta perderse en la carretera que llevaba a la colina. El joven notó que el niño no llevaba más que sus manos en las bolsas, y al llegar donde la religiosa le dijo: Seño, disculpe, fíjese que un niño salió muy triste y no llevaba ninguna prenda o juguete al menos.

Ella le dijo: Todos los que vengan deben venir con un adulto. No se discute más y por favor, ¡Miss para usted!

El adolescente pudo entender la actitud del niño. El adolescente le interrogó a la religiosa: disculpe, ¿por qué están regalando esta ropa y juguetes? ¿Usted los compró para todos nosotros?

Ella, con su rostro poco molesto le contestó: es para los necesitados. Y no necesariamente debo comprarlos yo, pero casi es lo mismo. El joven le dijo: miss, ¿usted alguna vez habrá estado en el lugar de ese niño? ¿O alguna vez tuvo que salir a pedir dinero para poder comer cuando era niña?

Ella le contestó: Por la gracia de Dios nunca he pedido en la calle, Dios es fiel. ¿Y a qué viene esa pregunta muchacho?  El joven le dijo: Ese niño que se fue sin nada vive prácticamente solo, pues sus tíos no cuidan bien de él, sale pedir a las calles, y lo alquilan a veces para que algunos adultos lo lleven a pedir a las calles o bulevares y obtener dinero.

Ella aterrorizada y llevándose las manos a la cabeza le dijo: ¡huy que barbaridad! Que familia más mala, ¿como van a mandar a ese niño tan pequeño a pedir? ¡Pobre niñito! El joven le contestó: ¿usted pudo ver la ropa andrajosa y los pies descalzos que andaba ese niño? Ella le dijo: por supuesto que no. Eso no me interesa, no me fijo en la ropa de las personas, lo que me interesa es ayudar a los necesitados que vengan con un familiar.

El joven le dijo: –ese niño andaba tan harapiento, que eso hubiera tocado su corazón si de verdad le importara lo que usted hace por otros. El joven le dijo: Jesús dijo: “…estaba desnudo, y me vestisteis…” (Mateo 25:36). O sea Miss, que Jesús si le interesa ver las personas, y usted no miró siquiera a los ojos de ese niño, y hubiese visto la alegría con la que vino a llevar su ropa o juguete y por no venir con un adulto ha perdido la bendición no de Dios, sino la suya. El joven se dio la media vuelta y se retiró sin tomar ninguna prenda que allí estaban regalando.

La misionera o religiosa, quien ahora había sido puesta al descubierto y simplemente le dijo al joven mientras se daba la vuelta, hay un protocolo a seguir muchacho y las personas deben respetar las reglas.

El joven estaba alejándose del lugar cuando le gritó con gran voz en cuello a la misionera: Miss si usted regala esa ropa en nombre de Jesús, debe buscar al niño que Jesús le envió y que a sus padres perdió, no juzgue usted las personas, haga lo que Jesús hubiera hecho: “…Dejen a los niños y no les impidan venir a mí, porque de los tales es el reino de los cielos...” (Mateo 19:14)

Todos en el lugar escucharon dicho grito, y la misionera se sonrojó toda, y todos la quedaron viendo y ahora podían saber que es lo que había pasado con aquel niño que salió de ese lugar con las manos vacías. La misionera pudo sostener su orgullo, y ni siquiera aquel grito de alarma conmovió su corazón para poder hacer lo que realmente debía hacer, enviar por aquel niño y dejar el protocolo en ese momento con ese caso en particular.

Ella continuó regalando la ropa y juguetes de acuerdo al protocolo establecido por su organización, aunque eso significara dejar de ver sonreír a un niño. Ella estaba regalando lo que otros donaron con mucho amor cariño y sacrificio, si uno de los donantes hubiese estado allí, creo que hubiese reprendido la actitud de aquella señora religiosa, que más que reflejar a Jesús, estaba siendo obstáculo a otros para en verdad creer en la verdadera causa o fuente de amor que les había donado tales implementos.

En la vida diaria, este tipo de situaciones pasa a diario, donde muchos que se golpean el pecho y creen estar casi a las puertas del cielo, hacen exactamente este tipo de obras a medias, en las cuales los protocolos les hacen vivir vidas miserables, nunca vidas plenas, juzgando el proceder de otros, pero que ellos no se dan cuenta debido al pecado que cauteriza por aquellas cosas que parece que no tienen valor hasta que alguien se los hace saber; aquel que recapacita y cambia de actitud, ese realmente a Cristo se quiere parecer, más aquel que tapa con su orgullo sus malas actitudes, ese está en el camino equivocado de las obras sin fe, que llevan a cualquier lado menos al sendero celestial.

Alguien puede pensar: pero ella ayudó a todas las demás personas y ¿por qué no ven eso de ella y solo ven al que no ayudó? Exactamente ese era el caso más emblemático del día, y por el cual recibió reprensión, todos tenemos casos estrellas del día, los cuales son por lo que ese nuevo día tendría sentido para nosotros de identificarlo bien.

Si estamos pendientes de estos caso posiblemente ninguno se iría sin recibir la bendición nuestra del día, y nuestras obras del día pesarían oro en los cielos.

No seamos tan legalistas, ni llenar nuestros corazones de prejuicios para beneficiar o ayudar a otros, apliquemos la regla de oro: “…Haz a los demás todo lo que quieras que te hagan a tí…” (Mateo 7:12) Nueva Traducción Viviente.

Muchos religiosos se pelean por las obras que deben llevar al cielo, sin embargo ya las obras buenas existen, solo se necesitan corazones sanos y puros que con amor las realicen, y lo que producirá en otros será impacto social, para que vean el amor incondicional de Dios y solo así la gente pueda ver que en ese lugar donde está alguien representando al reino de Dios se vea realmente un lugar parecido al cielo ya que el amor de Dios está allí presente, por eso es que todo se debe hacer con amor, ya que donde no hay amor no está Dios. No nos engañemos.

Donde quiera que estés recuerda esto, haz todo con amor, de lo contrario todo seria en vano y no cuenta en los cielos.

© 2016. Dr. Mauricio Loredo

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