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Ama de casa; pero no un vegetal

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En un país donde todo lo que se produce se vende y todo lo que se gana se gasta, las parejas en matrimonio, en la mayoría de los casos, trabajan para satisfacer sus necesidades perentorias o para corresponder a ambiciones desmedidas.

Esto hace que muchos factores que inciden en la corrección para la buena formación de nuestros hijos pasen por alto, partiendo que el trabajo de la ama de casa, que es esencialmente importante, resulte prácticamente nulo. Por eso en este mensaje, quiero referirme a las madres amas de casa y su valor en la educación de los niños.

Pablito era hijo único. Su mamá, en el parto, había sido sometida a una operación que la dejó estéril para el resto de su vida, privándosele al niño las posibilidades de futuros hermanitos.

Entonces la madre y el padre, sabiendo que no tendrían más hijos, hicieron un pacto de educar doblemente a Pablito. O sea, que en lo concerniente de la conducta y forma de proceder fuera de la casa, se ocupara el padre; pero como debiera ser en la casa, eso lo haría la madre.

Como el padre de Pablito trabajaba mucho, su tiempo se limitó a enseñarle lo más básico para que el muchacho se condujera con cierto éxito fuera de la casa, sin poder profundizar a todas las esferas hasta donde su padre hubiera querido llevarlo.

El niño aprendió todo lo que su padre le enseñó con mucha voluntad. Era bien varonil y mostraba gran interés por aprender lo que estaba establecido para los hombres y con la ayuda de otros compañeros de la escuela, pudo ampliar en este campo para complementar lo que le faltó del padre.

Así mismo, la madre que era ama de casa, tenía todo el tiempo para educarlo de acuerdo a las normas de conducta que se deben tener en casa, e incluso, por si ella faltara algún día, y como él no tenía otros hermanos, le enseñó sobre algunas actividades domésticas como: hacerse algo en la cocina, planchar algunas piezas, algo de costuras, etc.

A todo esto, Pablito hacía un fuerte rechazo por considerarlas como cosas femeninas que lo podía convertir en objeto de burlas de sus compañeros. No obstante, la insistencia de la madre logró que aprendiera aunque sea a base de tantos esfuerzos y soportando con toda la paciencia de una ama de casa, la negativa de su hijo por aprender lo que ella entendía que un día le podría ser útil y que no le restaba, en absoluto, su condición de varón.

En cambio, él pensaba todo lo contrario y paradójicamente desdoraba todo lo que su mamá le había hecho aprender, manifestándose con desprecio hacia ella, y al mismo tiempo, exaltaba lo poco que su papá había sido capaz de enseñarle, sintiéndose muy orgulloso del padre.

Una noche, ya Pablito era un joven de dieciocho años, cuando se presentó ante sus padres con una determinación: -Vengo a comunicarles que me he alistado para el ejército –dijo el muchacho y continuó –Aunque ya está decidido, me gustaría tener la aprobación de mis padres.

-¡Pablito! –exclamó la madre –sólo quiero hacerte una pregunta, ¿por qué has tomado esta decisión tan intempestiva?

-Quiero irme a donde se forjan los hombres –contestó secamente.

-Pues bien, por mi parte tienes la aprobación y la bendición – dijo la madre mientras el padre se limitó a encogerse de hombros.

Una semana más tarde Pablito estaba reclutado en un regimiento ubicado en la parte más al sur del país y a muchas millas de su ciudad. Allí se tendría que someter a un entrenamiento físico por seis meses, antes de comenzar las clases militares mediante las cuales se prepararía académicamente.

Una vez concluido el entrenamiento, el capitán responsable del regimiento, se dirigió a todos los reclutas y les dijo: -Todos los años, al concluir el entrenamiento se seleccionan los cinco más destacados reclutas.

Estos van a tomar un examen de habilidades en labores domésticas y de ellos, sólo uno se escogerá para realizar estudios en la mejor escuela de oficiales del país, con el propósito de dejarlo como oficial y profesor de esa academia. Un verdadero oficial debe ser un hombre integral.

Entre los cinco reclutas seleccionados, estaba el nombre de Pablito. El examen consistía en ponerle un botón a una camisa, planchar un pantalón y freír un huevo. Todos tuvieron uno o más errores, excepto Pablito que gracias a las enseñanzas de su madre no cometió faltas.

Como ganador se le otorgó un diploma y la aceptación a la gran academia. Se le concedió ir por unos días a su casa, para después internarse en la escuela militar que lo haría un hombre de bien y como él mismo había elegido.

De vuelta a casa y ante sus padres, Pablito mostró el diploma y al papel que le respaldaba ser un estudiante de la mejor academia militar del país y dirigiéndose a su madre, con alegría; pero al mismo tiempo con lágrimas en los ojos dijo: -Mamá, todo te lo debo a ti. –después se volvió al padre y le dijo: -A ti papá, mi mayor respeto; pero no puedo decir lo mismo.

Después, puso sus brazos sobre los hombros de ambos padres y dijo: -También en el camino leí algo, de este libro que tú misma me diste mamá, y es, Oye a tu padre, a aquel que te engendró; y cuando tu madre envejeciere, no la menosprecies. Proverbios 23:22.

Mis queridos amigos lectores, nunca menosprecien la labor de una ama de casa porque ella tiene una función insustituible en la formación de nuestros hijos, que deben llegar a la juventud como hombres y mujeres integrales y hacedores de la palabra de Dios.

Por otra parte, a ustedes, amas de casa, que no son un vegetal y sí han llevado esta importante tarea como forjadoras, no permitan que sean dejadas a un lado como un mueble que no se usa. Levántense y extiendan sus experiencias, en medios como éste, a todas las madres jóvenes que están ansiosas por recibir del alimento espiritual.

© Antonio J. Fernandez. Todos los derechos reservados.

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