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Como pescado en tarima

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En una ocasión, diez estudiantes de la enseñanza media fueron invitados a visitar Las Cuevas de Bellamar, en la ciudad de Matanzas en Cuba, para que viéramos algunas de las cosas que se estudiaba en clases.

La excursión, a través de la cueva, se hacía con un guía que explicaba todas las particularidades que encontrábamos en el camino; pero por tratarse de un grupo de jóvenes, todos menores de edad, también nos acompañaba un policía para evitar cualquier inconveniente.

Todo estaba transcurriendo en armonía y asombrosa tranquilidad. Al frente de la expedición iba el guía, seguido por una joven de cabello rubio atado por una cinta y tan largo que le caía sobre las caderas, y con ella el resto de las jóvenes. Después seguíamos los varones con el policía al final, para cuidar la retaguardia.

Cuando llegamos a la mitad de la travesía, pudimos ver, a un lado del camino, unos interruptores eléctricos, y el guía, para que notáramos cuán oscura sería la cueva si se interrumpiera el flujo eléctrico. Quitó la corriente y, efectivamente, no nos veíamos ni las manos.

Pero en eso, se produce un grito de espanto. El guía puso rápidamente la corriente y vimos que a la joven rubia le habían cortado el cabello bien próximo a la cabeza. En el suelo, las tijeras con las que se había cometido tanta bajeza.

El policía sin perder tiempo, arrestó al varón más próximo a la muchacha; pero el guía dijo: -¡Un momento! ¿Por qué aquella joven, se encuentra al final con los varones?

Efectivamente, una joven con el pelo negro y corto se encontraba entre nosotros. El guía había puesto el dedo en la llaga, y continuó su observación: -Me llamó la atención ver dos jóvenes, una con el pelo muy rubio y largo y la otra con el pelo muy negro y corto. Contrastaban las dos, al caminar la una tras la otra, y ahora, las encuentro separadas.

El guía se acercó a la joven del cabello negro y corto y observó que de un botón de su blusa, un largo cabello rubio pendía. No hubo necesidad de interrogarla, ella espontáneamente explicó que había realizado esta excursión otras veces y conocía que en un punto, las luces serían apagadas y como ella sentía envidia por el cabello de su compañera, fue preparada con las tijeras para el momento propicio. Entonces el policía la tomó por un brazo y se la llevó detenida.

Lo interesante de este relato es que el policía, sin ningún análisis y razón, hizo culpable al primero que vio. Es decir, con los ojos abiertos no percibía. Estaba como el pescado en tarima, que tiene los ojos abiertos; pero no ve. Mientras tanto, el guía veía y también percibía. Esto también ocurre cuando leemos la palabra de Dios y no vemos lo que Él nos muestra. Cuando en la iglesia oímos al pastor; pero no escuchamos el mensaje.

Nuestro Señor Jesucristo fue preciso a este respecto cuando dijo: Por eso les hablo por parábolas: “porque viendo no ven, y oyendo no oyen, ni entienden. De manera que se cumple en ellos la profecía de Isaías, que dijo: De oído oiréis, y no entenderéis; Y viendo veréis, y no percibiréis.Mateo 13:13-14.

© Antonio J. Fernandez. Todos los derechos reservados.

 

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