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El clamor del cernícalo

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El cernícalo no es solamente un ave rapaz, sino que cuando la hembra empolla sus pichones, el macho defiende el nido con todas sus fuerzas. Su valor es tan grande, que se atreve a atacar hasta el propio hombre.

Cierto día, dos muchachos tiraban piedras a un nido situado debajo del alero de una casa abandonada, donde la hembra del cernícalo cuidaba de sus pichones. De cuando en cuando, y en los momentos propicios, el macho agresivamente arremetía contra los invasores.

Con sus uñas negras crispadas y su pico del mismo color listo para el ataque, los replegaba por más de cien metros. Cuando las cosas volvían a la tranquilidad, los atacantes volvían para continuar el fuego de piedras, y el valiente cernícalo los enfrentaba nuevamente hasta hacerlos huir lejos de la hembra. De esta manera el ciclo se repetía una y otra vez.

Lo que el cernícalo ni los muchachos habían advertido, era que no muy lejos, sobre un frondoso árbol, un gavilán observaba pacientemente esperando su oportunidad. Y en una de las salidas de nuestro héroe, le fue factible al terror del gallinero: El gavilán pollero, y haciendo uso de sus increíbles habilidades, dio pruebas fehacientes de su rapacidad al atrapar con sus poderosas garras al audaz cernícalo, defensor de su hembra y de sus pichones, quien vio su futuro fatal, al sentirse prisionero, sin esperanza de escapar, de tan cruel enemigo.

El gavilán se elevó sin soltar su presa, y lejos planeó devorar su manjar; pero un conmovedor clamor de dolor, que salía de la garganta de la hembra, lo detuvo, el temible rapaz miró el alero de la vieja casa y se dirigió hacia él.

Los muchachos atónitos contemplaban la indescriptible escena, y rápido comprendieron que el feroz depredador también quería la hembra y los pichones y sin pérdida de tiempo se prepararon con sus piedras; pero esta vez en defensa del infeliz prisionero a quien preferían como héroe y no como mártir.

Sus sorpresas fueron grandes, al ver que sobre el nido, el gavilán al cernícalo dejó caer para marcharse, y no volver nunca más a aquel lugar.

¿Se habrá conmovido el gavilán con el alarido de dolor de la hembra y con el valor del macho defendiendo sus pichones?

No lo sé; pero lo cierto es que el clamor de una madre y la disposición del padre por defender a los hijos, hasta en los animales, son inigualables.

Por esto, es responsabilidad de los hijos corresponderle a esos seres que, sin vacilación, darían sus vidas por ellos. Y una de las maneras de reciprocarles es honrándolos, por cuanto esto es un mandamiento.

Honra a tu padre y a tu madre, para que tus días se alarguen en la tierra que Jehová tu Dios te da”. Éxodo 20:12.

© Antonio J. Fernandez. Todos los derechos reservados.

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