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Me quedo con la más bella

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Aquel muchacho esperaba con impaciencia, todos los días en la mañana, el tren de pasajeros que venía de Santiago de Cuba para La Habana.  Él vendía flores en la estación de ferrocarril del pueblo de Jovellanos, y la muchacha de sus sueños viajaba en este tren desde Perico, el pueblo anterior, con destino a la ciudad de Matanzas, haciendo escala en el primero.

Ella siempre se sentaba en uno de los asientos de las ventanillas que daban para la estación, y la primera vez que él la vio, fue el día que se bajó a comprarle unas rosas, a pesar que llevaba una puesta en la cabeza.

A partir de ese día, él quedó muy impresionado con ella y nunca más esperó que se bajara a comprarle, sino que corría desesperadamente hacia ella con una rosa en cada mano y se las entregaba a través de la ventanilla, albergando la esperanza de ser premiado al escuchar de sus labios, las gracias que creía merecerse. Pero ella las tomaba y guardaba silencio.

Después las recortaba parejas con la que tenía en la cabeza y poniéndole una a cada lado, se llevaba las tres como compañeras de viaje ignorando al galán que cada día complacía su gusto por las flores. Así pasaron muchas mañanas, repitiéndose lo mismo cada día; pero las famosas gracias, por donde él quería iniciar una romántica conversación, nunca se escucharon.

Un día, sin embargo, el tren se detuvo, como de costumbre en la estación, al tiempo que él estaba ocupado con varios clientes. Comenzó a ponerse nervioso al ver que el tren podía irse sin que le entregara las rosas a quien consideraba el significado de cada mañana. Por fin, logró deshacerse de los compradores y tomó las dos rosas y corrió ciegamente hacia el tren.

Estaba tan afanado, que no se fijó en el reloj, para comprobar que todavía quedaban siete minutos y no pudo ver un objeto en el piso que le hizo tropezar y caer de bruces ante la ventanilla de la joven quien lo miraba perpleja y con compasión por si algún daño se hubiera causado.

Entonces él, sin incorporarse aún, se miró la mano derecha y vio que la rosa había desaparecido. Trató de regalar la de la izquierda y tampoco estaba. Finalmente para no dejar de regalar, le quiso expresar lo que realmente quería: decirle que le amaba, y cuando se dispuso a hacerlo, se detuvo, y en su lugar dijo: -No obstante, Cristo te ama.

La joven, al escuchar esto, se bajó del tren y parada ante él, le dijo: -Nunca me habían dicho lo que tú me acabas de decir. Ha sido la más linda flor que en todo este tiempo me has regalado, y me quedo con ella porque es la más bella. Todos estos días he estado tan afligida que ni siquiera tus rosas lograron reponerme. Sólo estas palabras han levantado mi ánimo.

Y se quitó su rosa y se la puso a él en la cabeza y diciendo adiós, se fue alegremente en el tren.

Mi querido amigo lector, ¿cuántas veces hemos visto a alguien afligido y nos hemos detenido a decirle “Cristo te ama.” Recordemos que la palabra de Dios es vida a los que la hayan y medicina a todo su cuerpo.

“…Hijo mío, está atento a mis palabras; Inclina tu oído a mis razones. 21 No se aparten de tus ojos; Guárdalas en medio de tu corazón; 22 Porque son vida a los que las hallan, Y medicina a todo su cuerpo...” (Proverbios 4:20-22)

© Antonio J. Fernández. Todos los derechos reservados.

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