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Rompiendo el caparazón

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El orgullo y la arrogancia son como un caparazón que hay que romper para tener la liberación de espíritu. Sabemos que estos dos defectos, porque están muy lejos de ser cualidades, crean y mantienen grandes obstáculos para sostener una buena comunión con Dios, si es que permiten que exista alguna.

La liberación del espíritu viene como una consecuencia del quebrantamiento del alma, después de apartarse del pecado, reconociendo que el orgullo nos hace perseverar en él. Entonces, una vez que el hombre exterior se quebranta, por ahí sale el hombre interior, que no es más que el espíritu del humano en una amalgama con el de Dios. Así explica en sus obras WATCHMAN NEE.

El orgullo es engañoso, haciendo imposible una respuesta humilde a Dios y a los demás. Es un espíritu de vanidad que da más confianza en sí mismo que en el Señor, debido a la vanagloria y a la arrogancia que le son dos pecados muy asociados.

Antes del quebrantamiento se eleva el corazón del hombre, Y antes de la honra es el abatimiento. Proverbios 18:12.

Esta elevación del corazón del hombre, que es orgullo, puede arruinarle la vida hasta a los propios creyentes. ¿O es que no estamos cansado de ver en algunas de nuestras iglesias a hermanos que creen con firmeza que sus prédicas son las más edificantes?.

También hemos visto a otros que piensan ser los únicos que el Señor ha llamado a ser usados para obras de sanidades y liberación.

Todo esto lo hay en el pueblo de Dios y realmente este orgullo les hace mucho daño, y no es, hasta que son verdaderamente humildes, que pueden dejar atrás esta autoestima, para romper con el duro caparazón que ha envuelto su espíritu, sin dejarle escapar.

Los que viven atados por esta fase de la vida tan pecaminosa, no sólo porque va en detrimento de ellos mismo, sino porque también hieren a los demás, no pueden esperar el gozo de la buena comunión con Dios, aunque engañosamente aparenten tenerla.

Ellos se encontrarán con una resistencia inquebrantable del Señor, que no tendrán más vía que la de ser humilde o entrar por la puerta ancha cuya salida y final ya todos conocemos.

Finalmente, para romper con el orgullo, hay que pensar y actuar con humildad.

De lo contrario, no te puedo pronosticar otra cosa que Santiago 4:6. Dios resiste a los soberbios, y da gracia a los humildes.

© Antonio J. Fernández. Todos los derechos reservados.

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