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Los Diamantes y el Corto Tiempo

Devocionales Cristianos

En aquel antiguo pueblo, donde arreciaba un fuerte viento, las calles polvorientas, las ráfagas de aires hacia que se levantaran grandes nubes de polvo y cada caminante luciera con su piel llena de este material en su piel grasosa por el inclemente sol.

Se veía a lo lejos venir dos hombres en caballo y se bajaron en aquella pequeña casa de madera y arrimaron sus animales al poste de luz y les amarraron. Con pasó firme se dirigieron a la puerta y un anciano de porte elegante al que le faltaba un brazo salió a atenderles y se dio lo siguiente: Muy buenos días, Señor. ..

El anciano abrió la puerta de par en par y no les contestó de inmediato el saludo, sino que les invito a entrar a la sala, la cual lucia tan bien ordenada, cada cosa escasa en su lugar.

Había una pintura donde se veía a un anciano y un joven y el joven estaba bajo una plancha de toneladas de peso que iba bajando poco a poco y el joven estaba con sus dos manos tratando de sacar unos diamantes por dos rendijas de una pared las cuales se veían paralelas como para poder meter las manos con las Palmas abiertas pero se debían sacar de la misma forma, pero los gestos del muchacho del cuadro se veían con molestias por no poder sacar sus puños llenos del material preciado que había del otro lado de la pared y que la pintura dejaba ver muy bien.

Se veía al anciano estirando la mano y jalando la camisa del joven y señalando el reloj de su puño y con sus ojos marrones en la plancha de toneladas que estaba por aplastar al joven.

Las arrugas del anciano, su insistencia para que aquel tonto joven pudiera ver hacia arriba y ver el peligro que se avecinaba y no podía verlo por querer sacar los puños de diamantes.

Aquellos dos hombres se sentaron en el viejo sofá y el anciano les trajo agua en vasos de vidrio con unas blancas servilletas envolviendo aquellos sUd.orosos vasos por el hielo que contenían.

El viejo se sentó en aquella silla de madera y dijo: me alegra que estén por aquí este día y se que son los enviados de Don Nectaly, el me los describió como dos hombres de poco hablar.

Ellos asintieron y uno de ellos preguntó: Perdone Don Cesar, ¿qué significa ese cuadro? Es muy llamativo, nunca había visto esto en ninguna exposición de pinturas a las que he asistido.

El otro acompañante dijo: si, perdone realmente me impresiona como ese joven está como empecinado en sacar esos diamantes y no ver hacia arriba como no sabiendo el gran peligro.

El anciano carraspeó y tomó un sorbo de agua y les contestó: Ese hombre hombre joven que ven allí soy yo, y ese hombre anciano que está allí representa a Nuestro Señor Jesucristo para mí, pues me estaba advirtiendo que es lo que estaba pasando y yo no veía. Yo soy pintor desde niño y ese cuadro ha sido la ganancia que me ha dejado la vida. Uno de ellos preguntó: pero ¿qué pasó con la plancha?

Ese Anciano corto con algo mi mano y yo pude sentir el dolor, vi la sangre correr y fue así que me olvide de mi vano deseo de los diamantes y así puede salir de allí auxiliado por él, y al ver desde afuera la plancha de hierro que caía y destruir lo que había allí al lado de los diamantes el me dijo y mientras me ponía un torniquete: mira eso que acaba de pasar, es preferible que te salves aunque sin la mano pero tienes la oportunidad de poder ver mejor la vida y poder poner tu mira en los tesoros eternos.

Uno de los hombres dijo: Si, pero no entiendo, cómo pudo bajar Dios de arriba para cortarle la mano.

El anciano se sonrió y dijo: Dios es Todopoderoso y pudo usar a otra persona para que yo pudiera dejar de estar robando.

Yo era un ladrón y ahora con mi brazo que me hace falta, puedo ver que es lo que me separaba de Dios, desde ese día pude entender que lo mío no estaba en este mundo, al ver que casi pierdo mi vida, entonces fue allí donde comencé a ver la verdadera vida que dependía de depender valga la redundancia de Dios.

Todos somos faltos de entendimiento, hasta que a las buenas o a las malas llegamos a entender los que tenemos la oportunidad o se nos da esa oportunidad, pero hay muchos que se van sin ella.

Yo comencé a pintar con mi mano izquierda la que me quedaba y que no era muy hábil con ella pero tuve que hacer aún más esfuerzo por hacer exaltar aquello para lo que vine diseñado, yo pude conocer a ese hombre personalmente y les invito a que le conozcan por si aún no le han conocido.

Esa plancha es ese verso en Juan 3:18 que dice: “…El que en él cree, no es condenado; pero el que no cree, ya ha sido condenado, porque no ha creído en el nombre del unigénito Hijo de Dios…”

Si Ud. no cree, esa plancha viene sobre Ud., mientras Ud. está creyendo poseer lo que no le corresponde de este mundo, y será aplastado por esa plancha de la muerte física de cualquier forma y no se podrá llevar lo más valioso que era el Amor de Jesús, por no recibirle.

Ustedes están jóvenes aún, yo no sé a qué se dedican, pero les sugiero que busquen primero el Reino de Dios y su justicia y todas las demás cosas menos importantes en escala de importancia les van a ser añadidas.

Uno de ellos dijo: vaya, vaya, he estado en lugares y jamás he podido ver ese verso tan claro. Ud. es un hombre de sabiduría y experiencia.

El anciano levanto su muñón y dijo: esto es mi recordatorio.

Finalmente los hombres cenaron y siguieron su camino y dijo uno de ellos: ¿Crees que vale la pena seguir delinquiendo nosotros?

El otro solo le vio a los ojos y dijo: estoy aún pensando en ese cuadro y las palabras cortantes de ese viejo, sentía que un fuego quemaba mi pecho.

El otro dijo: ya vas, ya vas. ..

Se perdieron en el horizonte y la historia un día podría continuar.

Y tú, ¿qué es lo que persigues con tanto afán o deseo imperioso de lograr algo? Recuerda el tiempo es la única carta sobre la mesa que te queda, ¿qué harás con la plancha que está por aplastarte y por estar entretenido perdiendo el tiempo en las vanidades de la vida?

Recuerda solo hay una vida y es mejor perro vivo que león muerto, como dijo el sabio Salomón

“…Aún hay esperanza para todo aquel que está entre los vivos; porque mejor es perro vivo que león muerto…” Eclesiastés 9:4

© Dr. Mauricio Loredo. Todos los derechos reservados.

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