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El Espíritu y La carne

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El Espíritu y La carne Son incompatibles

Aquel cuerpo con grandes medidas inerte ahora estaba allí tirado en el piso, y el espíritu a un lado de él y este último decía: ¡levántate, levántate! ¡No te puedes quedar allí tirado! ¡Hemos andado casi 60 años juntos, por favor levántate!!

¿Es que no me escuchas? El espíritu que minutos atrás había salido de aquel cuerpo se negaba a dejarlo allí como un simple objeto.

El Espíritu estaba allí como suplicando volver a entrar a aquel inerte cuerpo ahora sin vida, donde había quedado todas aquellas horas invertidas en ejercicio, en gastar su tiempo en fiestas y jolgorio, trasnochadas vez tras vez, ese interminable tiempo en los campos de fútbol y estadios, esos días en aquella liviana bici de ejercicio que cada fin de semana era para recorridos largos y aumentar esa resistencia y alimentar ese ego.

Esas burlas a sus amigos que iban a aquel templo cada semana, y que habían dejado esa misma rutina.

Ahora el espíritu necesitaba ese cuerpo que había habitado antes para seguir haciendo lo que hacía, pero algo le impedía entrar de nuevo en esa masa de carne allí tirada luego de un dolor en el pecho y que nadie estaba para auxiliar.

Aquel espíritu sentía que una fuerza de succión lo separaba aún más de aquel cuerpo, y gritaba para no ser quitado de allí, pues sabía que todo sería diferente.

Aquel ser invisible gritó en sus adentros sin poder ser escuchado por nadie que aún viviera y expresó: dame una oportunidad Señor, ahora que estoy aquí veo que mi cuerpo es temporal, que lo más importante es el espíritu, que este cuerpo solo nos sirve para poder exaltarte y alabarte, dame esa oportunidad, cambiaré, ahora si creo, creo qué hay vida pero siento que algo me succiona, permíteme entrar a mi cuerpo que he tenido desde que nací.

Allí estaba aquella lucha y deseo vehemente de entrar a aquel antiguo cuerpo físico, contextura atlética que había dado todo su tiempo solo a los deleites temporales y nunca buscó lo que el espíritu en verdad también necesitaba.

La carne desea la suyo, y el espíritu también desea lo suyo, solo que uno de ellos se sacia de lo que ve y el otro se desea saciar de lo que no se ve, y sabe en lo profundo que es lo más importante, pero hay un velo que impide ver esos detalles invisibles.

Hay algo sagrado que debe ser descubierto antes de poder gozar el espíritu de lo realmente eterno, y es conocer la verdad y esa misma verdad les hará libre, ¿libre de qué?

Libre de poder exaltar sin miedos, sin excusas, sin ningún tipo de obstáculos ese nombre que es sobre todo nombre, Jesucristo el Rey de Reyes y Señor de Señores.

Los espíritus inmundos también desean un cuerpo y no pueden tenerlo, a menos que alguien abra la puerta y dejar entrar un espíritu diferente a su vida.

Hay un espíritu de poder, de compasión y amor redentor, que desea entrar en el corazón de las personas, y ese es el Espíritu Santo de Dios que está allí en la tierra disponible para todo aquel que cree que existe y que lo hay, aún hay esperanza para el pecador, solo debes hacer una sola cosa y es:

Clamar con un corazón arrepentido y pedir que Jesús sea tu guía, y así podrás obtener ese perdón de pecados y de regalo vendría el Espíritu Santo de Dios a vivir a tu vida y acompañaría a tu espíritu y guiarlo de aquí en adelante al lugar que debe regresar, ese es el lugar de los vivientes.

Aquel espíritu aún sentía más y más una fuerte succión que le imposibilitaba regresar al antiguo cuerpo, y de pronto se vio a lo lejos una puerta con un gran resplandor que se cerraba y al cerrarse se comenzó a ver unas tinieblas nunca vistas, y la temperatura poco a poco fue aumentando y el espíritu comenzó a sentir una especie de sofocación, y se escuchó un alarido ensordecedor y gritó: Dame una oportunidad, quiero tener la oportunidad de ser un verdadero seguidor de Cristo.

Una voz descendió del cielo y le dijo a ese espíritu que tenía el cuerpo a su lado.

Tu nunca me has buscado, ¿por qué debo creerte?

Aquel espíritu aferrándose al cuerpo de su lado decía con voz que suplicaba: Señor, yo nunca quise obedecer a mis padres, soy un asesino, soy un mentiroso de primera. Ahora entiendo que hay un mundo que yo no veía, ahora veo y sé que el infierno se está abriendo a mis pies, por eso deseo misericordia.

¡Señor ayúdame, ayúdame por favor!!

Nada tiene que ver el espíritu con la carne, son dos cosas completamente opuestas, uno quiere una cosas que terminan y piensa que no acabarán, y el otro busca las cosas que no se terminan, y sabe que son eternas, pero solo el espíritu puede ser librado de esa ceguera con el poder de Jesucristo.

¿Piensas que la vida, esa vida que se nos fue otorgada de arriba, es solo para autodañarnos? No, rotundamente no.

Al contrario, es para poder exaltar y glorificar al Rey de Reyes y Señor de Señores por eso debes pedir a ese Espíritu Santo que entre a tu vida diciendo a Jesús: me arrepiento, perdona mis pecados y Creo que Jesucristo murió por mis pecados y resucitó de entre los muertos, ven a mi vida Señor Jesús y haz los cambios que debes hacer.

¡Busca a Jesús mientras tengas vida, la vida es tu única oportunidad!

“…El espíritu esta dispuesto, pero la carne es débil…” (Mateo 26:41).

“…Dichoso aquel cuyo pecado es perdonado, y cuya maldad queda absuelta. Dichoso aquel a quien el Senor ya no acusa de impiedad, y en el que no hay engaño…” (Salmo 32:1-2).

© Dr Mauricio Loredo. Todos los derechos reservados.

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